El arzobispo Gerhard Müller, jefe de la oficina vaticana llamada de “la doctrina de la fe” (ex santo oficio) precisó en estos días que no hay cambios en lo establecido acerca de los católicos divorciados. Es decir, la iglesia católica no aprueba que una persona que se ha casado válidamente ante la comunidad cristiana, quiebre ese compromiso para contraer nuevo matrimonio igualmente válido. Hasta ahí, nada nuevo.
En muchas personas se estaba instalando la idea de que podría haber algún cambio después de las palabras del papa Francisco insistiendo en que la misericordia supera las legislaciones en la vida cristiana. Para el arzobispo, llamar a la misericordia divina como solución de las situaciones humanas que rompen las normas legales, sería “un falso llamado” con el cual “se corre el riesgo de la banalización de la imagen misma de Dios, según la cual Dios no podría hacer más que perdonar”. Pero añadió más: esas personas divorciadas no se pueden acercar a la eucaristía ni a los sacramentos. Hay, al menos, dos puntos para analizar en estas declaraciones: 1. Me parece que el arzobispo se extralimita cuando le fija a Dios los parámetros para su acción misericordiosa. No se “banaliza” la imagen divina cuando abre los brazos y recibe a los que van medio heridos por el camino de la vida. No se “banalizaba” Jesús cuando se mezclaba con los que la sociedad religiosa de su tiempo consideraba como gente fuera de la ley. Si creemos de verdad que Dios es amor, en realidad no puede hacer más que perdonar. Porque el amor todo lo espera, todo lo disculpa, todo lo comprende, todo lo soporta, todo lo perdona. 2. En segundo lugar, me parece que el arzobispo se extralimita cuando señala quién y quien no puede acercarse a la eucaristía y los sacramentos. Eso pertenece a la conciencia de cada cual. Y ningún pastor, cura, obispo, sacristán, acompañante espiritual, cardenal o papa, puede decidir por la conciencia de otra persona. La iglesia no existe para que naya menos divorcios en el mundo. Existe para proclamar el evangelio de Jesús y animar a la gente a que viva según esos criterios. Pero decir quién puede o no puede comulgar, eso lo decide cada cual en su vida cristiana. Lo demás es un abuso de autoridad. Lamentablemente, el pueblo católico se ha autocastrado por cientos de años en sus decisiones religiosas personales. ¡Para todo han de preguntar a los curas si esto se puede o no se puede, renunciando a su capacidad de discernimiento! Devolver el protagonismo de cada cual en su propia vida religiosa es una tarea gigantesca y en eso estamos.
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Conferencia en el AULA DE TEOLOGIA, que dirige Alfredo Tamayo, San Sebastián, 1 de octubre de 2013 –
1-La economía actual bajo el dominio del dios dinero. Me toca abordar el tema de “Dios y el Dinero” dentro de un mundo moderno en el que impera la globalización neoliberal, que es como decir un mundo atravesado por una crisis económico-política y ético-religiosa, todas ellas interconectadas. El economista y diputado Alberto Garzón en su libro La gran estafa interpreta la crisis como “Un extraordinario saqueo de las finanzas públicas y de los bolsillos de los ciudadanos por parte de un sector minoritario de la sociedad. Son los más ricos los que han vivido por encima de nuestras posibilidades, por su creciente exposición a la deuda, por motivos de especulación inmobiliaria y financiera. Una deuda que finalmente ha sido socializada por los distintos Gobiernos nacionales. Hemos reconocido como propias, del Estado, las deudas de otros” ( A. Garzón, La gran estafa, Destino, Madrid 2013, p. 15). Quizás lo más importante de la crisis es que ha puesto al descubierto el modelo de sociedad que se nos intenta imponer. Obviamente, nuestro cuestionamiento va acompañado por la aparición de otro modelo, desde el que hacemos frente al modelo capitalista neoliberal, hoy indisimuladamente cínico. En realidad, un Estado de derecho no puede existir mientras exista el capitalismo, mientras no haya democracia económica. Estado de Derecho y capitalismo no son la misma cosa. Los principios, los valores, las actitudes y los criterios que informan nuestro modelo de sociedad son incompatibles con los del modelo capitalista. Esto lo ha proclamado sin rodeos el Papa Francisco en la ciudad de Cagliari, (Italia) el 22 de septiembre, en una Misa a la que asistían miles y miles de personas: “No queremos este sistema económico globalizado que nos hace tanto daño. Hombres y mujeres tienen que estar en el centro (de un sistema económico) como Dios quiere, no el dinero. El mundo se ha convertido en un idólatra de este dios llamado dinero. Y esto no es un problema de Italia y Europa (…) es la consecuencia de la elección del mundo de un sistema económico que ocasiona esta tragedia, que tiene en el centro a un ídolo que se llama dinero”. Sin quererlo, me vienen a la mente las palabras del gran crítico de capital, Carlos Marx. Con él convergemos en calificarlo, en esta hora en que el poder del capital se declara más triunfante que nunca, como un fetiche, un dios artificial, un ídolo. Marx, y a muchos sorprenderá, imbuido de una religiosidad pietista, que en su tiempo se oponía al poder, se apoyaba en el pueblo de Dios de los pobres y demandaba la praxis, combatía el luteranismo ortodoxo, que presentaba a un Dios lejano y abstracto y sumía al creyente en un inmovilismo, patrocinador de una vida espiritual estéril, resignada y fatalista. Los creyentes practicantes para los cuales la religión consiste no en palabras sino en hechos, debían luchar contra este poder divinizado del dinero, considerado como el Anti-cristo. Sería interesante un estudio sobre este aspecto novedoso de Marx, tal como lo hace Enrique Dussel, en su libro “Las metáforas teológicas de Marx”. Me basta una argumentación suya fundamental, que formula de la siguiente manera: Si un cristiano es capitalista; y si el capital es la “bestia apocalítica”, el anti-dios; dicho cristiano se encuentra en contradicción práctica. Marx habla del cristiano cotidiano, del realmente existente, del cristiano luterano y puritano de su tiempo(o actualmente del europeo y norteamericano); y habla del mundo capitalista realmente existente, el comprendido cotidianamente por todos, de entonces y de ahora; de lo cual deduce que si el capital es un ídolo, el “demonio visible”, un cristiano no puede realizarse dentro de él, pues su quehacer sería necesariamente satánico. El Marx tardío hace esta crítica a una religión fetichista, es decir, que sirve al dios dinero, al anti-dios. Y tal crítica es para nosotros perfectamente válida , aceptable para una conciencia cristiana auténtica, profética, de liberación. Marx, recalca Dussel , podía afirmar con Justino, lo que éste escribió en el siglo II contra los hegemónicos del imperio romano. “De ahí que se nos ponga también el nombre de ateos (àtheoi). Si de estos supuestos dioses (romanos) se trata, confesamos ser ateos (átheoi einai”) . El cristiano, si sabe que el capital es plusvalor acumulado, no puede ignorar la no eticidad del capital, aunque el capital intente ocultar esa su no eticidad intentando demostrar que el capital “crea ganancia desde sí mismo”, convirtiéndolo en algo “absoluto”. Es lo que le lleva a Marx a concluir: “El dinero de su figura de siervo, en la que se presenta como simple medio de circulación, se vuelve de improviso soberano y dios del mundo de las mercancías” (Grundrisee, ed.cast. p. 156). 2-Venimos de un mundo teísta Hace tiempo que me vengo preguntando: ¿cómo es posible que en el Occidente cristiano hayamos llegado a la situación actual? ¿Qué clase de cristianismo hemos profesado que nos ha llevado a este abismo de desigualdad y de injusticia, de ricos y de pobres, de empobrecedores y de empobrecidos? ¿Esto es fruto del cristianismo originario o fruto de haber traicionado y abandonado el mensaje de Jesús de Nazaret? En todos los tiempos y culturas, la sociedad ha tratado de relacionarse con Dios buscando en Él respuesta a la finitud de la existencia humana, al sentido de la vida, al sufrimiento y al mal, y a la amenaza de no ser (la muerte). El jesuita María Corbí comenta: “Durante la larga etapa de la historia de la humanidad en la que se vivió en sociedades preindustriales, la programación colectiva se hizo mediante narraciones sagradas, símbolos y rituales que decían cómo habían determinado los antepasados y los dioses que había que interpretar la realidad, cómo había que valorarla, actuar, organizarse y vivir” (Éxodo, Nº, 88, 1907, p. 43). Pero, he aquí que se pasó ese tiempo y hemos entrado en una nueva época industrial, que se define por la ciencia, la técnica, la ideología y no por lo mitos y símbolos Sobrevino la segunda gran revolución industrial y se alteró profundamente la situación. Entramos de lleno en ella y en ella vivimos de la ciencia y de la tecnología que renuevan continuamente las formas de trabajo, de vivir, de organizarse, de interpretar la realidad, es decir, una nueva comprensión de la realidad humana y de su relación transcendente. Obviamente en unas condiciones sociales y culturales como éstas, la religión cristiana tradicional entra en una crisis radical, por cuatro razones: 1. porque el saber mítico bloquea el cambio; 2. porque la nueva conciencia considera que nada viene de fuera, ni de Dios ni de la naturaleza, sino de nosotros mismos, sobran las creencias; 3. porque todas las religiones, al convivir mezcladas en un mundo globalizado, experimentan lo mismo; 4. porque la globalización científica quiebra las fronteras y relativiza las pretensiones absolutas de las religiones. Lo sucedido, los autores lo denominan como la caída del teísmo en nuestra sociedad cristiana, el cual muestra hoy anticuadas sus formas de hablar de Dios y ve sometidos a revisión los “moldes” religiosos del cristianismo del pasado. Luchar contra el dios-dinero desde el Dios del teísmo no ha surtido efectos positivos. Y, sobre todo, en nuestro mundo moderno ese Dios ha sido declarado sobrante por el racionalismo científico. Y ha inducido a muchos al ateísmo. La pregunta que yo me hago es la siguiente: ¿No hay otros Dios más allá del Dios del teísmo? ¿Se puede decir sin más que el Dios real ha muerto? ¿Puede incluirse en esa muerte al Dios de Jesús de Nazaret? La religión teísta ha dejado profunda huella en el cristianismo y son muchos los que todavía viven de ella. En este sentido, encuentro que el Papa Francisco ha entendido como pocos la causa profunda de la crisis religiosa actual y se ha propuesto darle vuelta, simplemente anunciando a quien en el principio fue noticia jubilosa y liberadora: Jesús de Nazaret. Sin Jesús de Nazaret, nada; nada del cristianismo originario ni nada del cristianismo histórico. Con Jesús podemos construir, sabemos qué hacer y por donde caminar. Resulta que lo que los teólogos malditos, (José Antonio Pagola entre otros) enseñaban y les hacía sospechosos de la inquisición, ahora es el mismo Papa Francisco quien lo proclama. Y la tan denostada Teología de la liberación, ahora es reconocida como nacida del Evangelio. Retornar a Jesús es la clave. El pueblo lo ha captado perfectamente. Como lo ha captado, el genial humorista El Roto, con su chiste del 25 de septiembre en El País, en que un cardenal, con su vestimenta roja, entre dolido y consternado, exclama: Nos ha salido una Papa cristiano. ¡Qué calamidad! Contra el dios-fetiche del dinero, encarnado hoy en el capitalismo neoliberal, hay que oponerle el Dios que sustenta todo ser y toda vida, toda dignidad y todo amor y guía todo plan de liberación humana. Ese Dios es la antítesis del dios-dinero, del becerro de oro. ¿Es ese nuestro Dios? ¿Es ese el Dios de Jesús? Como todos sabemos, una falsa imagen de Dios lleva a una falsa conducta. Quizás tengamos aquí el desafío mayor para quienes intentamos poner al día nuestra fe cristiana. Y, ¿cuáles son esas imágenes idolátricas de las que debemos liberar el cristianismo? 3-Imágenes falsas o inadecuadas de las que debemos liberar al cristianismo Advierto que de todo esto, nos instruye el Vaticano II en la Gaudium et Spes: “En la génesis del ateísmo puede muy bien suceder que una parte no pequeña de la responsabilidad cargue sobre los creyentes, en cuanto que, por el descuido en educar su fe, o por una exposición deficiente de la doctrina, o también por los defectos de su vida religiosa, moral y social, en vez de revelar el rostro genuino de Dios y de la religión, se ha de decir que más bien lo velan” (GS, 19). Y también: “Los hay que se representan a Dios de tal forma que la fantasía que rechazan no es , de ningún modo, el Dios del Evangelio” (GS, 19). La crisis por muy honda que sea no va a aniquilar el supuesto sobre el que descansa toda religiosidad: la confianza humana de que el mundo y la realidad humana tienen sentido. Y sobre esa confianza se levantan las cosmovisiones que formulan luego el sentido del mundo y de la realidad. Así lo entiende José María Mardones: “A lo que asistimos es a descreimientos respecto a determinadas concepciones religiosas, cristianas o no, y los estilos de vida que llevan consigo. Desde este punto de vista, quizá lo que llamamos crisis de fe son los movimientos de adecuación de las concepciones de la realidad y la vida que tienen lugar en nuestro momento, especialmente en relación con la fe cristiana” ( “¿Crisis de Fe? Para una tipología de la fe en la España actual”, en Retos de la Iglesia ante el nuevo milenio, p. 26, PPC, 2001). Está comprobado que la imagen que de Dios se tenga influye en la vida, positiva o negativamente. Si esa imagen es positiva tendrá un influjo constructivo, sanador y liberador; si es falsa y negativa tendrá un influjo perturbador y pernicioso. Hay imágenes que conducen al fanatismo, en nombre de las cuales se mata y se llega al suicidio y al crimen; imágenes enfermizas que dañan y desequilibran. 4-Lo esencial: retornar a Jesús y recuperar su vida y mensaje original. Es lo primero de todo. Sin Jesús no hay cristianismo y sin cristianismo no hay religión cristiana. Partiendo de Jesús evitamos emprender caminos equivocados, desandar los recorridos falsamente y asumir los que de verdad conducen a El. 5-El Dios de Jesús: una novedad absoluta. Por todo esto, nada parece más importante que fijar la diana sobre la que disparar para liquidar al dios-dinero. Y esa diana es hacerse con el fundamento que sustenta toda la vida de Jesús: su especial experiencia con Dios, que representó una novedad absoluta en relación con las ideas sobre Dios que poseía la humanidad. En la sociedad judía y pagana eran predominantes las imágenes de un Dios: -Distante, amigo de los observantes de sus preceptos y castigador de los que no los cumplían, celoso de que los humanos pudieran disputarle ciertos privilegios y que exigía la práctica de ritos para aplacarle. La enseñanza y vida de Jesús revolucionan esas imágenes. Encuentro, a este respecto, de enorme actualidad, el estudio que Juan Mateos y Fernando Camacho (“El horizonte humano. La propuesta de Jesús, El Almendro, 1988, 94-120), hacen acerca de la imagen del Dios de Jesús. El Dios de Jesús es: -Un Dios exclusivamente bueno, que busca comunicarse, que potencia al hombre, dispuesto siempre a perdonar. – Es un Dios al servicio del hombre. Para que el hombre llegue a ser como Dios, Dios se pone al servicio del hombre, lo hace amigo y lo coloca en plano de igualdad. Todo esto lo aclara Jesús con su actitud de amor y servicio. Y no hay nada, ni tiempo ni lugar, ni ley ni tradición que pueda prohibirlo mientras se haga para el bien y desarrollo de todos. Para las antiguas religiones, al hombre no le cabía ante un Dios soberano más condición que la de siervo:”Uno de los modos tradicionales de “servir a Dios” era el culto. Las ceremonias del culto antiguo, sacrificios, postraciones, ofrendas, expiación por los pecados, subrayaban la inferioridad y dependencia del hombre y lo presentaban como un eterno deudor, que nunca alcanzaba a dar a su Dios toda la honra que éste merecía. La idea del Dios-amor cambia el concepto de culto. Cuando el NT aplica estos términos a los cristianos, liturgia, culto y sacrificio se refieren a la vida misma. El culto a Dios en el Nuevo Testamento ocupa la existencia entera, no se ejercita con ritos especiales, sino con el mismo vivir. Dice San Pablo: “No os olvidéis de hacer el bien y de ayudaros mutuamente. Estos son los sacrificios que agradan a Dios ” (Hb 13,14).Todo es culto. -El Dios de Jesús es un Dios débil. Ciertamente, el Dios de Jesús es omnipotente pero de otra manera. Dios es amor sin límite. Y sólo un amor sin límite es omnipotente. El amor no tiene efecto si no es aceptado. El amor supone la libertad de la respuesta, no se impone. Se puede amar con toda el alma a una persona, pero si ella no responde, el amor queda sin realizarse. En este sentido, el amor cuenta con un posible fracaso y, ante el rechazo, experimenta la impotencia. El amor es eficaz cuando encuentra respuesta. Ante el rechazo de las autoridades judías y del pueblo que grita “crucifícalo”, Dios queda impotente y Jesús no va a poder evitar la muerte. Esta debilidad de Dios escandaliza a sus adversarios que se burlan de él diciéndole: “Tu impotencia demuestra que Dios no está contigo, un Dios sin poder es un Dios derrotado”. Sí, pero un Dios todopoderoso no derrotado es un Dios sin amor, en tanto que un Dios derrotado pero con amor, es el verdadero omnipotente. -El Dios de Jesús es un Dios tierno. Quiere decir esto que un Dios tierno no puede permanecer indiferente a la suerte de los hombres, sus males le afectan. Jesús, que es esa presencia auténtica de Dios en la tierra, reacciona ante el mal de los hombres como Dios mismo: se conmueve ante la indigencia, se indigna ante la injusticia, hace suya la causa de los pobres, los defiende, es solidario y su muerte en la cruz lo identifica con todos los inocentes que son víctimas de los opresores. - Es un Dios dinámico. No puede ser, por tanto, estático, porque su ser es el amor y el amor no deja de amar. Dios tiene el proyecto de un hombre y sociedad nuevos que nos compromete a todos; desde la fuerza de su amor, presente en cada uno de nosotros, nos empuja a hacer efectivo el proyecto de su reinado, individual y socialmente. Pienso que la clave de toda la vida de Jesús nos la da esta experiencia única de intimidad estrecha con Dios, la experiencia de Abba, Padre, que le hacía participar de ese poder creador que subyace en Dios como compasión o amor. La compasión divina le colmaba. Y eso hizo de él un hombre especialmente liberado, valeroso, audaz, independiente, esperanzado y veraz. ¿Por qué entonces no volvemos a Jesús y al Dios de Jesús, sabiendo que en él está la clave para para acabar con la crisis que nos aqueja, que es el dios-dinero? Dicho todo lo anterior, considero indispensable hacer confluir en convergente acción contra el dios-dinero, la que brota de la ética racional de nuestro ser, asumida y potenciada por la vida y enseñanzas de Jesús. 6-La dignidad humana, quicio de un proyecto ético universal Se lo mire por donde se lo mire, podemos concluir que el modelo capitalista, dominante en nuestra sociedad, es incompatible con el modelo de Jesús, que es el Reino de Dios. No se trata de estimular más medios, más técnicas, más recursos y más alianzas para promover y acumular más bienes. Todo eso hace tiempo que lo tenemos. Sin embargo, la realidad nos dice que no ha servido para acabar con la pobreza, la injusticia, la discriminación, el sufrimiento, los monopolios y privilegios, sino para hacer más honda la brecha entre minorías superafortunadas y mayorías esclavizadas. 1-Primero de todo, personas Unos y otros, desde nuestras respectivas perspectivas, no podemos olvidar que, primero de todo, somos personas con una dignidad, derechos y valores universales y, por tanto, irrenunciables, en cualquier lugar, cultura o país del mundo. Lo prometedor del momento actual es que la conciencia humana ha logrado consolidar ciertos principios y formular conquistas morales que no está dispuesta a perder 2–La común identidad: la fraternidad es la genética constitutiva de la humanidad. Las relaciones de unos pueblos con otros han estado inspiradas en el principio de sobrevalorar las diferencias y de menospreciar la común igualdad. Y las diferencias las hemos convertido en bandera de superioridad y dominación. Hoy, la conciencia avanza imparable, persuadidos de que el valor supremo es la vida, que está en cada persona. Jamás, hechos o circunstancias accidentales pueden eclipsar lo esencial. Y lo esencial afirma que, frente a la realidad pequeña de la patria, del territorio, de la lengua, de la cultura, de la religión, de la política, de los Estados, está la realidad grande, superior a todas las otras, de la persona. Mi patria universal es la dignidad de la persona. Mi lengua universal son los derechos humanos. Mi religión es la que me religa a todo ser humano, me lo hace otro yo y me hace tratarlo como yo quiero que me traten a mí. Mi sangre y mi ADN universales me identifican con la sangre y ADN de todos los humanos, con sus anhelos de justicia, de libertad, de amor y de paz. Mi ciudadanía es planetaria, no disminuida en ninguna parte, y brota de mi ser humano como la de todos los demás. Todos somos personas y, si personas, iguales; y, si iguales, hermanos; y, si hermanos, ciudadanos del mundo entero. Las razas son relativas. Las religiones son relativas. Las lenguas son relativas. Las patrias son relativas. Las culturas son relativas. Lo absoluto es: el amor a toda persona, el no querer el mal para nadie, el no explotar a nadie, el no humillar a nadie, el no discriminar a nadie, el no engañar a nadie. La fraternidad es la genética constitutiva de la humanidad, genética que hace imposible la injusticia, el odio, la indiferencia, el orgullo, la insolidaridad. Uno se hace prójimo de cualquier necesitado cuando tiene compasión de él. Y tiene compasión cuando ve en su cara la cara de un hermano. Es así que, por esta verdad, no puede haber entre nosotros señores y esclavos, grandes y pequeños, mayores y pequeños, extranjeros y nacionales, sino iguales, porque todos somos hermanos. 3-Desafío y posibilidad de una ética universal liberadora La crisis de que hablamos, es universal y para resolverla hay que contar con una visión y solución que sean universales. Dice la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948: “La Libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables der la familia humana” (Preámbulo). La supervivencia de la Humanidad no está asegurada si previamente no se produce un cambio ético, válido y vinculante para todos: “La Tierra no puede cambiar a mejor si antes no cambia la mentalidad de los individuos” (Idem, p. 29). “Ante esta situación, escribe el superconocido teólogo H. Küng, a la Humanidad no le bastan los programas y las actuaciones de carácter político. Necesita ante todo una visión de la convivencia pacífica de los distintos pueblos, de los grupos étnicos y éticos y de las regiones, animados por una común responsabilidad para nuestro planeta Tierra. Una visión semejante se basa en esperanzas, objetivos, ideales, criterios; dimensiones todas ellas que muchos hombres diseminados por el ancho mundo han ido perdiendo” (Hans Küng, Reivindicación de una ética mundial, p. 32). 4 – La ética cristiana incluye la ética humana. ¿Pero, existe un proyecto ético válido de alcance universal? ¿Pueden apoyar dicho proyecto creyentes y no creyentes? El mismo teólogo Hans Kúng lleva décadas impulsando este proyecto: “Por ética mundial entendemos un consenso básico sobre una serie de valores vinculantes, criterios inamovibles y actitudes básicas personales. Sin semejante consenso ético de principio, toda comunidad se ve, tarde o temprano, amenazada por el caos o la dictadura, y los individuos por la angustia” (Idem, p. 33), Jesús de Nazaret, -el hijo del hombre, humano por excelencia- encarna y explicita lo humano (esta universal ética humana)y, desde lo humano, hace visible el rostro de Dios. Lo cristiano sería nada sin lo humano y lo humano con la enseñanza y vida del Nazareno cobra talla plena 7- NORMA UNIVERSAL PRIMERA: todo ser humano debe recibir un trato humano Sobre este particular comenta el teólogo Hans Küng: “Esto significa que todo ser humano, sin distinción de sexo, edad, raza, clase, color de piel, capacidad intelectual o física, lengua, religión, ideas políticas, nacionalidad o extracción social, posee una dignidad inviolable e inalienable. Por esta razón, todos, individuos y Estado, están obligados a respetar esa dignidad y a garantizar eficazmente su tutela. La economía, la política y los medios de comunicación, los centros de investigación y las empresas han de considerar siempre al ser humano sujeto de derecho; la persona debe ser siempre fin, nunca puro medio, nunca objeto de comercialización e industrialización. Nada ni nadie “está más allá del bien y del mal”: ni individuo, ni estrato social, ni grupo de interés por influyente que sea, ni cártel de poder, ni aparato policial, ni ejército, ni Estado. Al contrario: ¡Todo ser humano, dotado de razón y de conciencia, está obligado a actuar de forma realmente humana y no inhumana, a hacer el bien y evitar el mal!” (Reivindicación de una ética mundial, Idem, pp. 34-35). Este obrar, que brota de lo hondo de nuestro ser, queda sancionado por la Ética, el Derecho y la Religión y queda esculpido en la Regla de oro: “No hagas a los demás lo que no quieras para ti” o “Haz a los demás lo que quieras que te hagan a ti”. De esta norma universal derivarían estos cuatros principios básicos: 1º.Respeta la vida. 2º. Practica la justicia. 3º. Sé honrado y veraz. 4º. Ama y respeta a los otros 8-Alternativa del Nazareno al dios-dinero, raíz de la crisis La economía, en la lógica neoliberal no es un medio para el bien y felicidad de las personas y de los pueblos, sino un fin para quienes, guiados por su egoísmo voraz, tratan de acumular para beneficio propio desvinculándola de la comunidad, de las necesidades reales y de su verdadero destino humano. Se explica entonces que esta crisis haya despertado en nosotros un sentimiento básico de dignidad y rebeldía, de solidaridad universal y haya hecho estallar la indignación. Tal sentimiento no ha hecho sino conectar con lo que en toda la cultura occidental es lo más íntimo nuestro: la dignidad humana, “homo homini res sacra”, el hombre es para el hombre cosa sagrada, no se la puede mercantilizar; y también lo de “homo homini frater, non lupus”, el hombre es para el hombre hermano, no lobo. Compartimos universalmente la clave que nos brinda la solución. En virtud de esta clave podemos sentenciar: “No soporto la injusticia, no soporto la desigualdad, no soporto la discriminación, no soporto el engaño, no soporto la humillación, no soporto el sufrimiento, no soporto la soberbia, no soporto la dominación. No lo soporto y lo rechazo. Y lo rechazamos todos, porque todos somos lo mismo, porque maltratar a uno es maltratar a todos, y discriminar, humillar y despreciar a uno es despreciar a todos. La vida del otro, cualquiera que él sea, es como la mía. Y esa clave es presupuesto para toda indignación: – Se me revuelven las entrañas cuando soy tratado injustamente, me hierve la sangre cuando me discriminan, se me agita el corazón cuando me quitan la dignidad. Y cuando a un prójimo, cualquiera que sea, se le trata injustamente, también se revuelven mis entrañas, me hierve la sangre y se agita mi corazón Es, dentro de este marco, donde cobra sentido la misión de Jesús de Nazaret. Jesús no fue un economista, ni un político, ni un sacerdote del Templo, ni un maestro de la Ley. Sabía muy bien de qué iban unos y otros en la sociedad de su tiempo, qué buscaban y qué les preocupaba. Jesús había elegido ser libre, para poder anunciar la novedad de su mensaje. Se colocaba fuera del sistema, que no permitía la igualdad ni la libertad. El no iba a darse a conocer por la grandeza de doctrinas , leyes, ritos u obligaciones. No era eso lo que la sociedad necesitaba. Era necesario instaurar otro modo de vida, de convivencia, para acabar con la desigualdad y la injusticia, y pasar a vivir en respeto y cooperación como hermanos. 9-Proyecto y principio operativo de Jesús de Nazaret 1 –El grito de las víctimas nos obliga a desmontar el cinismo del mercado. Lo primero que se requiere para desmontar este sistema es reaccionar contra una cultura que favorece el olvido de las víctimas: encerrados en la “sociedad del bienestar” ignoramos esa otra “sociedad del malestar y nos convertimos en espectadores vacíos de compasión. Ocultar el sufrimiento de las víctimas es objetivo del sistema, pues sus gritos evidencian su enorme fracaso. El poder político, desentendido del sufrimiento de las víctimas, se deshumaniza y se convierte en rehén del poder financiero. Somos cómplices si, sabiendo que nuestra Tierra tiene recursos suficientes, dejamos que haya millones que mueran de hambre; lo somos cuando dejamos que sea la ley del más fuerte y no la compasión la que rija las relaciones entre los pueblos; lo somos cuando nos conformamos con un sistema que nos beneficia pero que produce mucho sufrimiento; lo somos cuando apoyamos un sistema de producción que nos sumerge en el mundo infantil de las necesidades superfluas y nos aleja de atender a las elementales de todos. 2 – El proyecto de Jesús –el Reino de Dios en medio de nosotros- un nuevo proyecto de convivencia. Jesús proclama: el tiempo se ha cumplido y ha comenzado lo que todos esperábamos, enmendad y creed en la Buena Noticia, “El Espíritu del Señor me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres” (Lc 4,14). (Cfr. Mr 1,14;Mt 4,1 y 18, 19-20). Dentro de su sociedad, Jesús habla de un reino que los judíos esperaban terminase con los poderes extranjeros. Pero él introduce novedades radicales: no habrá desigualdades, se cambiarán las relaciones sociales, la situación de los pobres y oprimidos cambiarán, serán ellos los dichosos. Tal reino es el reino de Dios, que quiere implantarlo en la tierra . En ese Reino no hay lugar para los ídolos del dinero, del poder, del dominio, ni para la represión de instituciones religiosas o de otras normas y leyes. Va a la raíz: comienza por cada uno, por hacer nuevo su corazón y proyectarlo luego en prácticas y relaciones nuevas. Para Jesús, no pueden ser servidores de Dios quienes hacen del dinero el centro de su vida (ídolo) e instrumento de dominación: “No podéis servir a Dios al dinero” (Lc 16,13; Mt 6,24). “La lógica de Jesús es aplastante. Dios no puede ser Padre de todos sin reclamar justicia para aquellos que son excluidos de una vida digna . Por eso no pueden servirle quienes, dominados por el Dinero, hunden injustamente a sus hijos en la miseria y el hambre” (José Antonio Pagola, XXXII Congreso de Teología, Madrid 2012). Con toda razón, el imperio del capitalismo neoliberal es hoy el poder más radicalmente enfrentado al proyecto de Jesús. 3 – La dinámica transformadora de Jesús. 10-PRINCIPIOS ACTIVOS PRIMORDIALES Primero:“Sed compasivos como vuestro Padre celestial es compasivo” (Lc 6,36). Jesús da un vuelco a las relaciones de los humanos entre sí, porque la da a la imagen de Dios. “La compasión, no el poder, es el modo de ser de Dios” (J.A. Pagola). Por la compasión reaccionamos ante los que sufren y abrimos camino para construir un mundo mejor Segundo: Lo hecho a los más necesitados e indefensos, a mí me lo hiciste. Hasta tal punto es esto verdad que, el veredicto final de la historia, Dios lo da a base de haber cumplido o no la norma de la ayuda a los que sufren. Esa norma es la única: “Cuando no atendisteis a estos hermanos míos más pequeños: hambrientos, sedientos, forasteros, desnudos, enfermos, encarcelados… a mí no me atendisteis” (Mt 25, 31- 46). Tercero: Mi prójimo es quien, ante mí, se presenta como necesitado. Las categorías de nación, religión, lengua, color, sexo o condición social no sirven para decidir quién es mi prójimo. Hay una condición previa. Jesús se lo ilustró muy bien al magistrado que le interrogaba: Vamos a ver, le dice: “Después de comprobar que el sacerdote, el levita y el samaritano pasaron ante el viajero robado , golpeado y maltrecho, ¿quién crees tú que se comportó como prójimo? – El que actuó con él con misericordia. –Pues vete, y haz tú lo mismo. Cuarto: Los últimos serán los primeros La compasión demanda hacer justicia y esta debe comenzar por los últimos. Para hacer real y visible la vida, hemos de comenzar para quienes la vida no es vida. Son precisamente los que no interesan a nadie, los que sobran en los imperios, los que no cuentan en los cálculos der la economía oficial, los que ocupan un lugar preferente en el corazón de Dios, tan preferente que serán los primeros. La justicia evangélica, más que dar a cada uno lo suyo, consiste en dar primacía a la satisfacción de las necesidades de los últimos. Jesús tiene claro que la igualdad es fruto de la justicia y alcanza a las personas y sectores sociales más empobrecidos. Por ello, anuncia que “Los primeros serán los últimos y los últimos serán los primeros”. Para hacer realidad su proyecto ( el reino) hay que abolir que haya primeros y últimos. Tarea ésta imprescindible para los que quieren construir una sociedad más fraterna e igualitaria. El camino para llegar a esta igualdad y fraternidad consiste en que “si uno quiere ser primero, ha de ser el último de todos y servidor” (Mr 9,35). “El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser el primero entre vosotros, que sea esclavo” (Mr 10, 43-44). ¡El primero, esclavo; el esclavo, el primero! Una inversión de valores, para aquella situación judía interclasista y de esclavismo manifiesto del imperio romano. Esta primacía de los últimos plantea retos radicales a una política humana con justicia para todos: en nuestra sociedad sobran los bienes producidos y, sin embargo, en los países del Sur aumenta la pobreza extrema y aumenta el número de hambrientos (840 millones según datos de la ONU) y aumentan inconmensurablemente los gastos militares (más de cuatro mil millones de euros diarios). No se aplican ni quieren aplicarse políticas de redistribución de la riqueza y pervive, casi como una fatalidad, la pobreza. Nuestra opción por los más necesitados requiere crear un bloque fuerte en recursos, energías y estrategias a su favor, lo cual no es posible a nivel nacional ni internacional sin poner en primer plano la solidaridad, única capaz de cambiar la situación actual . ¿A quién debe servir la economía mundial: al bienestar y seguridad del 20 % de los seres humanos o la totalidad de las personas y pueblos? Por más que nos pese, nuestras democracias muestran una gran ausencia de solidaridad, que se esconde bajo la creación de un darwinismo social y que se coloca en las antípodas del cristianismo originario. Jesús se encara a los más fuertes opositores de este proyecto: “Ay de vosotros, los ricos, los satisfechos, los que reís” (Lc 6, 24-25). “Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el Reino de Dios” (Lc 16,19-31). 11-Compromisos del seguimiento de Jesús pobre y libre Todo lo dicho, nos indica por dónde puede venir una solución a la crisis. No ciertamente de las decisiones y medidas del sistema financiero internacional, que se muestra ajeno a orientar la economía desde la realidad de los más necesitados e indefensos, y que administra el dinero injustamente repartiendo más a quienes menos lo necesitan y golpeando a quienes más carecen: inmigrantes, dependientes, asalariados, etc. Vacíos de compasión, pasan con indiferencia ante los que sufren. Seguir al Nazareno significa, primero de todo, que nada de lo humano nos es indiferente ni queda fuera de nuestra acción liberadora. Serían éstas nuestras actitudes básicas: 1.No serviremos al dinero. Liberados del dinero nos comprometemos a una justa redistribución, a una justicia fraterna, a revisar nuestro tipo de consumo, cuestionar nuestro bienestar y aspirar a no tener ni una sola cosa superflua. De esta manera, estamos en disposición de abrir caminos al reino de Dios y a su justicia, a ser críticos y solidarios, a trabajar para que la comunidad eclesial encuentre su lugar social junto a las víctimas de la crisis. 2. Estaremos más unidos a los que más sufren. La cercanía nos permitirá conocerlos mejor, establecer lazos de amistad, apoyarlos en la búsqueda de trabajo, ayudarlos en sus necesidades, incorporarlos a colectivos y protegerlos socialmente. 3. Defenderemos lo común. Esta defensa asegura la igualdad e integración de todos. Y el camino que lleva a ello es el mantener un modelo de servicios públicos gratuitos para todos, como condición y medio para que todos puedan tener garantizado el logro de sus necesidades básicas. Puede que a otros les posea otro tipo de verdad. La de Jesús consiste en eliminar toda injusticia y sufrimiento: “Yo he venido para dar testimonio de la verdad”, para ayudar a que nadie se equivoque , para ser testigo de lo que a Dios le interesa por encima de todo, es decir, la justicia y la felicidad de todos. Tal determinación apunta a cuantos con mayor responsabilidad están ocultando las causas de la crisis y ocultan a la par el sufrimiento que en tantos está produciendo. Una sociedad democrática, justa y libre, requiere primero de todo la verdad, que salgan a luz pública las decisiones e intereses ocultos de los que gobiernan y dirigen. 4.-Actuaremos con compasión y ternura Informar y actuar con libertad, cerca y en unión con los sin voz. Y, primero de todo, introducir la compasión en nuestra vida y en nuestra convivencia. No sabemos cuál sería el resultado en esta nuestra sociedad desigual, dividida y atormentada, si llevarámos a la práctica, individual y colectiva, el principio de la compasión. Siendo, como es, el cimiento, motor y garantía de una nueva convivencia, ¿Qué pasaría si todos hiciéramos ese experimento? 12- Juntos todos, podemos ¡Todo ser humano debe recibir un trato humano! ¡Todos debemos hacer a los demás, lo que queremos que nos hagan a nosotros! El desafío está en cómo logramos implantar en cada uno y en la sociedad está mentalidad. Muchas cosas hemos hecho avanzar, en muchas hemos mejorado. Nos falta la principal, que nadie se exima de responsabilidad en cuanto hace u omite. Todos los creyentes, compartiendo esta ética universal, deben también contribuir a profundizarla y concretarla desde la perspectiva específica de su fe. La actual situación no está perdida. Desde un sentido ético propio y universal, todos juntos, podemos revertir esa situación, podemos hacer efectiva una ética mundial común, un mejor entendimiento mutuo, unas formas de vida socialmente conciliadoras, que aseguren un mínimo de justicia, de bienes y derechos, a la luz de la ética, del derecho internacional, del mensaje primordial de las religiones y del evangelio. Estalló de noche, en la celebración.
Un llanto incontenible. En mí, desusado; suelo decir que "no sé llorar delante de otros". Tan fuerte que varios compañeros/as se acercaron a ver si estaba bien. El contexto: la Eucaristía, en la noche del tercer día del VIII Encuentro Nacional de Comunidades Eclesiales de Base, en la Argentina. Más de 1200 hermanos y hermanas de las CEBs de todo el país, de Uruguay, Paraguay, Bolivia, Chile y Brasil. Campesinos, obispos, personas de barrios periféricos, religiosas, religiosos, gente de barrios de clase media, obreros, humildes entre los humildes, curas: codo a codo, nutriéndonos de la riqueza de lo diverso, intentando ponerle carne al sueño de la fraternidad a nuestro modo. Soy parte de una de las 17 CEBs de la Parroquia Santa Cruz, de las más nuevas, con el desafío y la originalidad de ser pequeñas comunidades en el contexto de la gran ciudad. Una experiencia particular en la que venimos caminando con continuidad: la CEB Ana María Borda está celebrando sus 20 años de vida. Venía con el corazón caldeado por el encuentro con Angelito, Lito, un riojano con el que nos conectamos instantáneamente. Con sus frescos 71 años, apenas necesité decirle "Ah, entonces conociste al Pelado..." para que la voz le temblara de emoción y me contara la belleza descarada con la que su obispo mártir Angelelli se iba de la Catedral para celebrar la Misa de Pascua en un barrio marginal, "sacaban unos tablones a la calle y ahí nomás empezaba la misa... lo venían a buscar, lo criticaban, pero a él no le importaba". María, unos 70 largos también, de Jujuy, miranda honda, diciendo "Yo no sé hablar, no sé ni leer mucho". Poder empujarla, "sabes qué es un árbol, sabes de tu experiencia de CEB, así que tienes mucho para contarnos...". Rosa, también jujeña, rosadita de vergüenza: "recién estoy empezando, no sé nada, yo escucho...". Las dos subiendo al escenario. María leyendo nuestra parábola recién inventada, "Las CEBs se parecen a un árbol", sin trabarse, con unas 800 miradas puestas en ella. La sonrisa radiante de Rosa que me buscó para celebrar juntas con los ojos, todo lo que sí pudieron y supieron hacer. Don Juan, campesino de Salta, compartiéndonos cómo el árbol se nutre en el invierno con la riqueza de la tierra que proviene de la caída de las hojas otoñales. "Toma fuerza con su savia", se empodera, a partir de la muerte y el dolor de lo caído. Celebro hondamente la recirpocidad genuina que pudimos gestar. Poder proclamar juntos que Jesús nos invita al encuentro circular sin jerarquías; que las pequeñas comunidades eclesiales que nos reunimos en torno a la Palabra, nos vinculamos de igual a igual, y buscamos la transformación efectiva de las estructuras desde nuestros "lugares pequeños", que intentamos "entrar en el Reino",somos iglesia en sentido pleno, somos iglesia en las casas. Poder decirnos unos a otros que "el que está fuera del proyecto de Jesús es el modelo piramidal de iglesia" y que "el que está 'fuera de la ley' es el obispo, si quiere impedir que las CEBs se desplieguen en su diócesis", porque iría en contra del Concilio y de los Documentos del Episcopado Latinoamericano... Vuelvo a mi llanto. Se anunció en la procesión de la memoria de "la nube de testigos" que siguen alentando la fraternidad. Cantar "mira mis manos, llenas de hermanos: que tu sangre cante en el viento como bandera de libertad", mientras portaba los nombres de los testigos no mártires de la Santa Cruz. Poder tomar conciencia de la herencia que llevamos en las manos los que hoy somos iglesia, los que queremos seguir a Jesús de Nazaret: tanto sudor, tanta vida y cuerpo entregado, tantos sueños se encarnan en nosotros. Tanto espíritu atraviesa nuestro cuerpo, y se sigue expresando con nuestra voz y nuestros gestos, con nuestros modos particulares de ir haciéndonos hermanos. Empezaron a asomar las lágrimas tímidas, con el testimonio de tantos que se nutrieron con la vida de Jorge Novak, otro pastor a quien el pueblo proclama santo, de quien "se acercaban a tomar gracia" como de una imagen sagrada. Su palabra que no calló en los años nefastos; su acogida y aliento, su acompañamiento concreto a las Madres de Plaza de Mayo. Su apuesta por los barrios, la organización popular, las CEBs, las capillas "llevadas adelante por laicos bien formados". Sus sueños y sus hechos misioneros; los pies bien metidos en el barro. El diálogo ecuménico que se hizo encuentro y fraternidad reales. Brotó mi catarata, con 1200 pañuelos de colores danzando en el estribillo de "El profeta": "Tengo que gritar, tengo que arriesgar, ¡ay de mí si no lo hago! Cómo escapar de Ti, cómo no hablar, si tu voz me quema dentro..." Tantos y tantas jugándose en cuerpo y alma a una vincularidad distinta, a la abundancia multiplicada que "crece desde el pie", a tu Sueño que es el sueño de todos. Tanta diversidad entramándose, para gestar un tejido social nuevo. Tantos relatos de amor y dolor, que van encontrando potencia, que van tomando a cargo su propia historia y la de todos, que van provocando cambios reales con el solo milagro del encuentro, con "el escándalo de compartir". En el encuentro con tu Fuego, estalla la pregunta, cuál es hoy la palabra profética que necesitamos seguir pronunciando. Dónde poner la energía, para que gane potencia transformadora. Se hizo tierno el llanto, con las "Coplas de Yaraví": que puedas llenar con tu música nuestras quenas, que tu viento atraviese nuestra humanidad una y otra vez para hacerse belleza y aliento, cobijo y consuelo. Que tus manos nos sigan modelando, nos den otra forma, más cercana a los sencillos. Que nuestras semillas se dejen arrebatar por el viento, para sembrarse en toda periferia. Queremos hacernos "leñita humilde y siempre seca", para el fuego de la ronda de los iguales; que nuestro fuego sea decididamente parte del tuyo, hasta las últimas llamas. Que podamos hacer fiesta, con el fogón a punto. Amén. El Señor está cerca... Dios siempre está aquí; junto, dentro, cerca...
Dios nos abraza y nos habita. Está cerca de quienes aman y anhelan, de quienes luchan y se entregan, de quienes lloran y más lo necesitan. Está cerca de quienes padecen las consecuencias de cualquier forma de violencia. Dios está cerca de los empobrecidos y los abatidos, de las personas a las que nadie se acerca, aquellas que no tienen ni tendrán posibilidades de un empleo digno y justamente remunerado, de vivienda higiénica y segura, de acceso a la enseñanza, de vestido, de alimentación adecuada y de ocio sano. Dios está cerca de los que lloran amargamente por la guerra, las adicciones, el abandono y el rechazo... Ahora mismo, sea que te des cuenta o no, Dios está muy cerca de ti... Seamos entonces, a su imagen y semejanza, Iglesia cercana. Salgamos al encuentro de la historia, del mundo, de quienes piensan diferente. Abramos las puertas, no solamente para acoger y dar una cordial bienvenida, también para salir y acercarnos... Tengamos gestos, sencillos pero concretos, de cercanía, cariño y buen humor y dejemos todo signo de autosuficiencia y poderío. Cristiana no es la persona que se aleja con el pretexto de orar, sino aquella cuya oración le acerca más a Dios y a los demás. Así que, cuando me acerco conscientemente a Dios por medio de la oración, ¿me siento más cerca de Dios y de mi pueblo...? ¿A quién acerco a Dios en mi oración? ¿De quién me siento más cerca? ¿Quién necesita más de nuestra cercanía? ¿Me siento Iglesia, enviada por Jesús para hacerlo presente y acercarse a la gente en su vida cotidiana y en sus dolores y esfuerzos diarios? ¿Me acerco a escuchar y comprender a los demás para amarles, o me acerco para hacerme oír e intentar imponer mi perspectiva? Dime cómo oras... y te diré quién eres... Dios bueno, que estás siempre cerca; Que tu Iglesia, seamos pueblo cerca de quienes sufren. Que sepamos acercar tu cariño a quienes se sientan lejos. Que sepamos ser puentes que acerquen a los distanciados. Hoy concédenos tu Espíritu Santo de comunión, que nos libere de quedarnos en nuestro falso y limitado yo. Que nos sintamos pueblo sacerdotal y oremos siempre en plural: invocando tu amor poderoso en toda circunstancia, para los demás. Dios bueno, creemos que estás siempre cerca... Nos duele y conmueve el dolor de las víctimas en el planeta... estás cerca... Nos indigna y enojan las consecuencias del egoísmo y la voracidad insaciable... estás cerca... Nos lastima el llanto de los inocentes... estás cerca... Cuando miramos la realidad, tan enferma de violencia y soñamos con un mundo más humano y más equitativo y en paz... estás cerca... Cuando sentimos desde las entrañas el impulso de ponernos de pie, salir de nuestras seguridades, al encuentro de la vida y esforzarnos para que reine la vida... estás cerca... Cuando la risa y la sonrisa nos inunda, cuando la ilusión y el cariño nos alienta, cuando la esperanza nos hace respirar hondo, cuando la amistad nos acerca... ¡Tú estás cerca! Espíritu Santo, movidos por ti, nos ofrecemos en comunión con Jesús para que en el mundo reine tu pasión por la vida y reine la cercanía y la fraternidad. Hoy el contexto literario no tiene importancia. En cambio es vital el contexto social y religioso en que se desarrolla la parábola.
Fariseo, para nosotros tiene, de entrada, una connotación muy negativa; sería una persona falsa, artificial e hipócrita, que lo único que busca es que los demás lo tengan por bueno, sin importarle nada serlo o no. Con esta idea es imposible entender el evangelio de hoy. No, el fariseo del tiempo de Jesús era un hombre piadoso y muy religioso. En realidad era el grupo más religioso y más fiel a la Ley. Hacía mucho más de lo que la Ley exigía, precisamente para garantizar su cumplimiento. Solo si tenemos en cuenta esto, podemos descubrir el profundo alcance de la parábola. Publicano era en tiempo de Jesús, un judío que se dedicaba a cobrar los impuestos que la potencia ocupante exigía. Parece que la palabra telwnhs (telonés) hacía referencia a los que tenían su puesto en las entradas de las ciudades o en las fronteras para cobrar las tasas establecidas. No era un "moscamuerta" como parece indicar el evangelio. Eran considerados pecadores públicos por dos razones. Primero, porque colaboraban con el imperio romano, y ningún judío podía reconocer otra autoridad que no fuera la de Dios. Segundo, porque se veían obligadas a cobrar más de lo establecido porque no tenían otra retribución. La introducción a la parábola es esclarecedora: "...por algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de si mismos y despreciaban a los demás". Habría muchos fariseos que, siendo cumplidores de la Ley, ni se creían seguros ni despreciaban a los demás. Y habría publicanos que ni se sentían pecadores ni pedían perdón por sus culpas. La elección de un fariseo y un publicano, sin matizaciones, no es inocente. Como en el caso del buen samaritano, tiene la intención de herir donde más les duele a los fariseos. Seguramente este matiz se debe a la comunidad cristiana una vez rotos los lazos con el judaísmo oficial. La parábola no necesita explicación alguna. Se entiende perfectamente. El mensaje es revolucionario donde los haya. Trastoca toda la religiosidad de cualquier época. El bueno, el santo es rechazado por Dios. El pecador es aceptado. Esto será siempre un escándalo para los piadosos. Ningún cristiano de hoy sería capaz de presentar una hoja de servicios como la del fariseo del evangelio. Y sin embargo, no le sirve de nada. Ni siquiera en teoría hemos aceptado esta enseñanza. Un "buen" fariseo cumplidor sigue siendo el modelo. Naturalmente, el fariseo no es rechazado por cumplir la Ley, sino a pesar de cumplirla escrupulosamente. Es rechazado por su actitud más profunda que se manifiesta en tres puntos: 1.- Se cree bueno. 2.- Desprecia a los demás porque no lo son. 3.- Pasa factura a Dios. Tampoco el publicano es aceptado por obrar mal, sino por su actitud ante Dios: 1.- Reconoce su pecado. 2.- Pide perdón. 3.- Descubre la necesidad de un Dios que tenga compasión. 4.- Confía en ese Dios. El mensaje es claro. Todas las buenas obras del mundo no sirven de nada si me llevan a una actitud de soberbia o simplemente me hace sentirme mejor que los demás. Esta segunda actitud nos afecta a todos. Lo verdaderamente importante es descubrir lo que cada uno de nosotros tenemos de fariseo y de publicano. Las dos figuras conviven siempre. De entrada, no hay nadie absolutamente bueno ni absolutamente malo. Pero la mayoría no descubrimos lo que tenemos de malo y nos creemos por encima de los demás. En cambio el que descubre lo malo en sí mismo, está en mejores condiciones para adoptar la postura del publicano que le llevó a ser aceptado por Dios. Lo más importante no es que consigamos ser perfectos cumplidores sino una actitud de humildad ante Dios y ante los demás. Esto no es nada fácil. Como individuos estamos todos los días repitiendo la oración del fariseo explícita o implícitamente. Nos creemos con derecho a señalar con el dedo a los demás. Lo más mezquino de esta actitud es precisa¬mente que involucra al mismo Dios en ella: "Te doy gracias..." En realidad, lo que queremos decir es que es el mismo Dios el que tiene que estar agradecido. No es en primera instancia orgullo ni hipocresía, sino falta absoluta de fe-confianza en Dios. No necesitamos confiar en Dios porque nuestras obras merecen más de lo que Dios nos puede dar. En el fondo, somos ateos porque no necesitamos a Dios para nada. Como grupo, nunca ha habido tantas sectas en la Iglesia. La tendencia al capillismo de todo pelaje no es más que consecuencia de nuestro fariseísmo. Creemos que nuestra visión del cristianismo es la única auténtica y rechazamos a todo el que no la acepta. Podemos despreciar a los demás porque son demasiado conservadores y siguen viviendo la religión como en la Edad Media. Pero también rechazamos a otros grupos porque se han embarcado en experimentos novedosos que considero contrarios a la norma. De la misma manera que el fariseo rechaza a Dios cuando desprecia al publicano, el publicano rechaza al Dios de Jesús cuando desprecia al fariseo. Los dos peligros nos acechan constantemente. Como iglesia, nos sentimos en posesión de la verdad, y despreciamos a los que no piensan o no actúan como nosotros. Hemos sido a través de la histeria los más intransi-gentes, los más acusadores, los más fanáticos, los más inquisidores, los más fariseos. Nos hemos sentido con derecho a juzgar a todo el mundo y a condenar a todo el que no es de los nuestros. Ninguna otra religión se sintió nunca más segura de sí misma, y ninguna ha despreciado más a las demás. Llegamos a decir (y muchos aún lo mantienen): "fuera de la Iglesia no hay salvación". Ninguna otra frase puede resumir mejor nuestro talante. Estamos en una situación muy parecida a la que dio origen al fariseísmo allá por el sigo III y II antes de Cristo. El profetismo terminó con un fracaso estrepitoso y había que buscar otra manera de dar confianza a la gente. La utopía fue imposible, hay que volver a la ley. La garantía de la salvación está en el cumplimiento escrupuloso de la Ley. La década de los sesenta y setenta fue una época de profetismo. Gandi, Lutero King, Oscar Romero, Ellacuría, la teología de la liberación, Juan XXIII, el concilio Vaticano II. Todas las expectativas se estrellaron contra la cruda realidad. El ser humano ha perdido la esperanza en la posibilidad de un mundo mejor. Es el mejor caldo de cultivo del fariseísmo. Nada de aventuras; volvamos al cumplimiento estricto de la Ley. No te preocupes del otro. Sálvate a ti mismo. Lo importante es cumplir la "voluntad de Dios". Despreciar a los demás que no cumplen esta voluntad es también la voluntad de Dios. La causa de esta actitud no es más que un desconocimiento del hombre y un desconocimiento de Dios. O mejor, sacar las últimas conclusiones de un conocimiento demasiado racional de Dios y del hombre. Tenemos que descubrir y denunciar con valentía que seguimos vendiendo como evangelio lo que no es más que el ideal griego de perfección, que los padres griegos identificaron con el evangelio. Para aquellos filósofos, la perfección consistía en que la parte superior de hombre, la razón llevara las riendas de la persona. Que nada escapara al control racional. Que apetitos, pasiones, sentidos, fueran regidos y controlados por la mente. Dejarse llevar del instinto era la mejor señal de embrutecimiento. Solo los que conseguían este objetivo podían considerarse plenamente humanos. El gran peligro de este planteamiento es que en la medida que uno consigue ese objetivo, se siente superior a los demás y los desprecia. Pero hay ago todavía peor: que no se alcance, a pesar de tenerlo como objetivo; entonces llega la necesidad de simulación. Hacer ver a los demás que lo has alcanzado, se convierte en el objetivo fundamental (fariseísmo de hoy). Lo que nos dice Jesús está en la antípoda de este planteamiento. El seguidor de Jesús no es el "perfecto", sino el que necesita a un Dios que le ame sin merecerlo. "Las prostitutas, los pecadores os llevan la delantera en el Reino de Dios". No por ser pecadores, sino por reconocerlo humildemente y no despreciar a nadie. Meditación-contemplación "Ten compasión de este pecador". Ninguna otra actitud puede alcanzar el favor de Dios. Todo lo que soy depende del amor gratuito de Dios. Este es el mayor de los consuelos. .......... No tengo que preocuparme de méritos y virtudes. Simplemente tengo que responder a un amor incondicional y eterno. Lo que verdaderamente importa, nada ni nadie me lo puede arrebatar. Los fallos se humanizan al reconocerlos. .................. Si llegas a descubrir por experiencia (no de oídas) ese amor de Dios, responderás amando como Dios te ama. No sólo a Dios, sino a todos aquellos a quienes Él ama. Este es el único mandamiento. Recordemos para empezar el significado exacto de algunas expresiones de la parábola:
§ Fariseo, en sí, no tiene ninguna connotación negativa. Más bien se puede afirmar que eran una clase muy respetada por su escrupuloso cumplimiento de la Ley, aun en sus más mínimos detalles, aunque caían ya en cumplimientos muy literales y "se tenían por santos". El fariseo de la parábola no exagera su cumplimiento, aunque se ve que está satisfecho de sí mismo. § Publicano: Recaudador de impuestos. Se comprometía a pagar un tanto al Estado (romano o de Herodes que viene a ser lo mismo). Lo que sacara de más, se lo embolsaba. Se las arreglaban (con ayuda de los soldados) para explotar a la gente y enriquecerse. Clase social absolutamente despreciada, considerada como pecador público, al mismo nivel que las prostitutas. Aparecen dos en el evangelio: Zaqueo y Leví (Mateo), llamado por Jesús a ser uno de los doce, con gran escándalo. El publicano de la parábola se siente abrumado por su situación, no puede salir de ella, y no hace más que pedir a Dios que se apiade de él. § La postura normal de oración entre los judíos era de pie, levantando las manos al cielo. En momentos concretos, se postran con el rostro en el suelo como señal de adoración o sumisión absoluta. § El fariseo dice que cumple la ley "de sobra". No era obligatorio ayunar dos veces por semana, sino sólo una al año, el día de la Expiación. Tampoco era obligatorio pagar diezmo de todo, sino del grano, el mosto y el aceite. § Justificado: Es un término "anterior" a la noción, más jurídica, que se desarrolla luego en la Iglesia a partir sobre todo de Trento. Aquí nos basta con señalar que es sinónimo a "hallar gracia a los ojos de Dios", "quedar a bien con Dios". No se trata por lo tanto del tema de "la justificación por la fe o por las obras". El autor ni lo tiene en la mente. La parábola es escandalosa. Jesús se atreve a ridiculizar a la gente más respetable, a los más piadosos, a los más cumplidores de la Ley. A nadie le parecería mal la oración del Fariseo, pensarían que tenía razón. Y no era así; su acción de gracias muestra que está satisfecho de sí mismo y que no se tiene por pecador. Es exactamente lo contrario de lo que anuncia Jesús. Tradicionalmente hemos exagerado la hipocresía de los fariseos, para apartarnos del mensaje profundo. Jesús no rechaza simplemente la hipocresía del fariseo, sino su mismo planteamiento religioso. Este planteamiento consiste en observar rigurosamente todos los preceptos de la Ley de manera que se siente uno justo ante Dios y por tanto mejor que otros que no lo cumplen todo tan bien como yo. Soy santo porque obro bien, por tanto soy mejor que otros. Dar gracias a Dios por todo esto es un sarcasmo. Todos somos pecadores. Apenas podemos evitar "sentirnos justos", con "pequeños" defectos. De eso nos solemos confesar: me distraigo en la oración, he murmurado de mi vecina, pierdo la paciencia... Pero no nos acusamos de algo más importante: he recibido millones y sólo rento céntimos. Porque todo lo que soy me lo ha dado Dios para que trabaje por el Reino... Y a otros no les ha dado casi nada. Y yo, el rico, estoy satisfecho de lo que tengo y doy gracias a Dios. Esta es la misma línea de la parábola de los Talentos. Paralelamente, seguimos viendo el pecado como culpa. Vemos drogadicción, prostitución, sexualidad desenfrenada, corrupción pública... Y probablemente nos produce horror, y lo condenamos. Condenamos a las acciones y quizá también a las personas. Vemos el pecado cometido. Pero no vemos el pecado padecido. Y no nos preguntamos "por qué ellos sí y yo no". Si nos lo preguntáramos, acabaríamos gritando de corazón a Dios "no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal", porque, en sus mismas circunstancias, nosotros seríamos como esos que nos producen tanto rechazo. No es primero nuestra virtud, por la que Dios nos recibe: es primero Dios salvador, que nos hace tener esas virtudes. Éste es el error del fariseo. Se cree bueno, y que por eso, Dios le mira con buenos ojos. No sabe que Dios le ha mirado y por eso es bueno. Se ha apropiado del regalo de Dios. Es sorprendente en el Evangelio la reiteración del tema de que Jesús acoge a los pecadores, los busca, come con ellos, se rodea de ellos, es bien recibido. Sorprendente, reiterativo, escandaloso. La mujer adúltera, la pecadora en casa de Simón, la Magdalena, Zaqueo, Leví, los leprosos... "Éste acoge a los pecadores y come con ellos". Y Jesús: - "No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores". ¿Por qué? Por dos razones: - porque todos somos pecadores. - porque Dios es el Médico. El mensaje de esta Parábola es la mayor revolución religiosa. Dios no es el premio de los buenos y el castigo de los malos: es el médico de los enfermos y el sembrador. Ha sembrado mucho en mí, y cura mis enfermedades... para que yo siembre mucho y cure muchas enfermedades. Mientras no cambiemos de Dios seguiremos sin entender nada. Por eso a Jesús le recibían con entusiasmo los pecadores: este Dios soluciona la vida, no la carga aún más. Este Dios exige a los ricos y cura a los pobres. No hemos entendido nada de la justicia y la misericordia de Dios. Dice la teología que en Dios todas las cualidades son la misma, que la justicia y la misericordia son lo mismo. Y lo solemos entender así: Dios es justo, retribuye a cada uno según sus obras, pero es un juez benigno, no es severo, está inclinado a la bondad. Todo esto es mentira. Dios es justo perdonando, porque sabe que lo que llamamos culpa es cruz. Si fuéramos culpables, Dios no sería justo perdonando. Si perdona es porque proclama que no hay culpa. Esto proclama la Palabra ya desde el Libro del Génesis: Eva no peca por maldad, sino por error, porque no puede aguantarse las ganas de comer el apetitoso fruto. Esto no significa que el pecado no importa, que es indiferente pecar. Al revés. El pecado nos destruye, es la peor de las enfermedades, el antagonista de Dios en toda la Biblia, porque es el antagonista del hombre. El que lleva a Jesús hasta la muerte, como puede llevar a todos los hombres hasta la muerte total. Pero Dios es para resucitar, Dios es para vivir, Dios es para curar, para regar, para iluminar. Hemos convertido el pecado en una cuestión jurídica. El malo es culpable y debe ser castigado: el bueno tiene mérito y debe ser premiado. La Palabra de Jesús va mucho más adentro: estás enfermo y Dios te cura: estás sano porque Dios te ha curado porque te necesita para trabajar. Este es un tema profundo de toda la Sagrada Escritura, una de las desviaciones más peligrosas de Israel. Israel siempre se ha tenido por "el pueblo elegido" y ha dado gracias a Dios por ello. Y se equivocaba al entenderlo mal. Se ha creído preferido por Dios, privilegiado por Dios libre y caprichosamente en detrimento de otros pueblos. Se ha creído superior porque conoce la Palabra, conoce la Ley y la practica, y el Señor pelea por él contra sus enemigos. Este es un mensaje equivocado de toda la Biblia: es el pecado básico de Israel: creer que "Dios es para mí". Cuando la realidad es que Dios le ha elegido para ser luz de las naciones, exigiéndole mucho más que a todos los demás, responsabilizándole mucho más que a todos los demás. Israel ha sido elegido y dotado como instrumento de Dios Salvador, y se ha apropiado de la salvación para presumir de ser "el pueblo de Dios". Y Dios es de todos y para todos, madre de todos, que ama más al más enfermo, porque le necesita más. Israel, llamado a ser médico y luz, se vanagloria de su luz y de su salud, sin saber que las ha recibido para que cure e ilumine, sin mérito propio alguno. Es el pecado del Antiguo Testamento, el pecado del Pueblo, el que hará que sea rechazado por Dios, porque no es un instrumento válido. Y ése es, también, uno de los mensajes básicos del Evangelio. La Iglesia, nosotros, somos el Pueblo Elegido... elegido para trabajar más que los demás. Y seguiremos siendo el Pueblo Elegido mientras respondamos bien. Y si no lo hacemos, Dios se buscará otro pueblo, como sucede en Israel. Esto se muestra también en una desviada concepción del Sacramento de la Penitencia, convertido en un juicio. Llevamos nuestros pecados al tribunal, y el juez, que es blando como un padrazo, nos perdona, siempre que estemos arrepentidos y prometamos no hacerlo más. ¡Triste parodia! Vamos al Sacramento a reconocer que somos pecadores y lo seguiremos siendo, porque no podemos librarnos de nuestra enfermedad así como así, por un acto de voluntad. Vamos a reconocer ante Él que seguimos estando enfermos, y a celebrar, con enorme alegría, que sigue contado con nosotros, que seguimos contando con Él para curarnos. ¡Curioso juez, el sacerdote, que no tiene facultades más que para perdonar! La cumbre de todo esto es el final de la Parábola del Hijo Pródigo. El hermano mayor es justo, y se indigna de la injusticia que hace su padre al recibir al pródigo. El padre es más que justo, se ha llevado un alegrón "porque estaba perdido y lo hemos encontrado". Lo aplicamos a la eucaristía. En la eucaristía "subimos al Templo a orar". Y nos encontramos, para empezar, con un rito de acogida en que se anuncia el perdón de los pecados. Buen principio: estamos ahí porque "Éste acoge a los pecadores y come con ellos". Estamos en la Eucaristía porque contamos con Él para sanar, para responder, para trabajar. No vamos a la Eucaristía porque seamos justos, sino porque Él invita a los pecadores. Y allí estamos, agradecidos y deseando comprometernos con Él. Llevamos a la Eucaristía lo que somos, lo bueno y lo malo, sin temor, lo traemos ante Dios. Y recibimos Palabra, conocimiento de nosotros mismos y de Dios, ánimo para seguir... La Eucaristía es nuestro gran medio de conversión, para convertirnos cada vez más en Hijos. El evangelio desenmascara dos actitudes que, aun siendo profundamente egoístas, pueden pasarnos desapercibidas: la indiferencia y la religiosidad basada en el mérito.
En realidad, no podía ser de otro modo, si tenemos en cuenta que el mensaje de Jesús se asienta precisamente en la Compasión y en la Gracia. Y así es como muestra a Dios: Compasión gratuita y Gracia compasiva. Frente a las llamadas "parábolas de la misericordia" (Lc 15), hay otras tres en las que se denuncia con fuerza inusitada la indiferencia del rico que no ve (Lc 16, 19-31), de las personas religiosas (sacerdote y levita) que "dan un rodeo" (Lc 10, 25-37) y de quienes son incapaces de reconocer a Jesús en cualquier persona que sufre (Mt 25, 31-46). Y frente a un mensaje de gracia que descoloca nuestros esquemas y jerarquías, nuestros ideales de perfección y exigencia, nuestra idea de las recompensas y retribuciones, se denuncia la religiosidad –típicamente farisea, pero presente en todas las religiones- basada en el mérito y en la recompensa. Una parábola que desmonta ese tipo de religiosidad en la que, paradójicamente, fuimos formados durante años, es la que se conoce como la de "los obreros de la viña" (Mt 20,1-16). Los trabajadores de "última hora" reciben exactamente lo mismo que los primeros, que"han aguantado el peso del día y del calor". No solo eso: cuando estos van a quejarse al dueño, reciben una respuesta desconcertante para nuestros esquemas: "¿Vas a tener envidia porque yo soy bueno?". Tanto la indiferencia como el mérito son signos distintivos del ego en su modo de situarse en la vida y en la religión. El ego es incapaz de compasión y de empatía: vive encerrado en su caparazón de necesidades y de miedos, tratando de conseguir una existencia agradable para sí, al margen de cualquier otro criterio. Del mismo modo, es incapaz de gratuidad: necesita apropiarse de todo lo que hace y, en su vida calculada, ha de obtener rédito a todas sus acciones. Si esto lo trasladamos a la religión, se entiende fácilmente que la viva también como medio para lograr respuesta a cualquiera de sus necesidades: sentirse seguro, merecedor, salvado, por encima de otros... Y que espere que Dios le "recompense" adecuadamente todos sus esfuerzos. Eso es exactamente lo que vemos en la figura del hermano mayor de la parábola del "hijo pródigo" ("toda mi vida sirviéndote, y ni siquiera me has dado un cabrito"), y la de los trabajadores de la "primera hora", que reclaman más recompensa que los que habían llegado al terminar la jornada. El ego reclama el "cabrito" y el "denario". Pero, en cuanto ve que al otro, que supuestamente no ha tenido un comportamiento similar al suyo, le dan lo mismo que a él, se rebela y exige más. La denuncia de la religiosidad basada en la idea del mérito aparece también magníficamente plasmada en la parábola que leemos hoy. De hecho, Jesús la cuenta "por algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos, y despreciaban a los demás". Se trata de una religiosidad "autosatisfecha", que coloca a la persona en un pedestal de orgullo y complacencia, desde el que se permite juzgar a todos los demás. Sin embargo, su misma oración le delata porque se le ve condenar lo que, en su inconsciente, desearía hacer. Con todo lo más grave de ese tipo de religiosidad no es solo que genera una actitud de comparación e incluso de desprecio hacia el diferente, sino que la propia persona vive "no reconciliada" consigo misma. Aquello que condenamos en los demás, porque nos crispa, reside en nosotros oculto y reprimido. Por eso, cuando juzgamos y descalificamos a otros, sin darnos cuenta, estamos mostrándonos a nosotros mismos. Y hasta que no lo reconozcamos como propio, viviremos fracturados, desechando elementos que forman parte de nuestra persona. Esa misma fractura interior es la que provoca un resentimiento más o menos larvado hacia los demás. Dicho en positivo: al reconocer y aceptar nuestra propia sombra –todo aquello que en algún momento tuvimos que negar, ocultar, disociar, reprimir...-, crecemos en unificación y armonía. Desaparecen los juicios y descalificaciones y entramos en un camino de humildad y de gracia. La aceptación de la sombra nos baja del falso pedestal al que nos había subido el ego neurótico y nos permite crecer en humildad y, en último término, en humanidad. He escrito varias veces sobre el origen, historia y sentido del Papado, y voy a hacerlo una vez más, de un modo “crítico”, es decir, constructivo, porque admiro al Papado, porque me confieso “católico” (cristiano con Papa), y porque quiero que el Papado vuelva a la raíz del Evangelio, para ofrecer su servicio a los católicos (y también a otros hombres y mujeres que no son cristianos).
Algunos me han dicho que mis “postales” son largas, que son casi “tratado”, que resuma el argumento en algunas afirmaciones centrales. Así lo hago, como solía en mis tiempos de profesor, presentando diez tesis sobre el Papa, que pueden servir de base para una posible discusión o diálogo. Quien tenga tiempo lea todo… Quien quiere quedarse en lo esencial lea sólo lo que en negritas, al principio y fin de cada tesis. Seguiré hablando del tema en los próximos días, desarrollando alguna de las diez tesis que ahora presento en esquema, si los lectores (muy numerosos, pero poco dados estos días a los comentarios) me siguen apoyando. Buen día a todos, sobre todo a los Cardenales de la Iglesia de Roma. Diez tesis sobre el Papado 1. La Biblia no exige que haya Papa, pero abre un camino que lleva al Papa (especialmente desde Mt 16). El Nuevo Testamento habla de Pedro, y le concede una función especial en el despliegue del evangelio, pero lo que dice sobre Pedro, el primero de los apóstoles de Jesús, no exige que su figura y función permanezca para siempre en la Iglesia, es decir, que haya siempre papas sucesores de Pedro, que sean obispos y “sumos sacerdotes” y primados. La mayoría de los protestantes dicen que la función de Pedro acabó en el tiempo del Nuevo Testamento, que no necesita sucesores. Los ortodoxos añaden que la función de Pedro puede continuar, pero no en la forma actual del Papa. Además, muchas funciones que después se han atribuido al Papa van en la línea del Sumo Sacerdote del judaísmo del Segundo Templo, al que Jesús se opuso, no en la línea de Pedro. Por eso, si el Papa quiere ser Papa y la Iglesia y la Iglesia católica quiere mantenerlo deberá ir a las bases del mensaje de Jesús, recuperando no sólo a Pedro, sino a Pablo y a Juan, y a Santiago y a Magdalena… desde el Sermón de la Montaña. Sólo como “despertador” de Evangelio (en la línea del gallo de Pedro en la noche) tiene sentido el Papa. Sólo un estudio a fondo (histórico y ecuménico) del Nuevo testamento y del sentido de la Iglesia y una vuelta a los principios del mensaje y vida de Jesús dará sentido al Papa. 2. En los primeros tiempos (por lo menos hasta finales del siglo II d.C.) no hubo Papa en Roma, ni Roma fue centro de todas las iglesias, que formaban como un abanico de colores, un arco iris de brillos y tareas. Ciertamente, muchos reconocieron la importancia de la iglesia romana, pero no la vincularon con la función especial de un Obispo (que apareció tarde, en la segunda mitad del siglo II d. C.), y que además no tenía poder sobre los otros obispos e iglesias del mundo. Las iglesias se consolidaron en forma presbiteral y episcopal, y eso fue bueno y necesario, en contra del riesgo de los grupúsculos gnósticos, pero no forma parte de su esencia. Por eso, para situar al papado en su lugar habrá que rehacer los caminos del origen de la Iglesia, retomando quizá su estructura episcopal, pero en un sentido nuevo, dentro de comunidades autónomas y autosuficientes, que viven la fe encarnándose en el mundo. Sólo como signo y tarea de encarnación social, real, en el mundo tienen sentido los obispos (como supo y dijo Ireneo a finales del siglo II d. C.); actualmente, gran parte de ellos son todo lo contrario. Sin un estudio profundo y una actualización de la función episcopal en la Iglesia no podrá hablarse de actualización ni reforma del Papado 3. El Papa no forma parte de los principios de la fe, ni de la organización cristiana, tal como ha sido “definida” en los Credos y Concilio. Pero a partir del siglo III d. C. hubo obispos en Roma, que se sintieron herederos de Pedro y Pablo, y realizaron una función muy importante en las iglesias, al servicio de su unidad, de su misión universal, a partir del evangelio, pero casi siempre como “instancia de diálogo”, no como impulsores de la fe y de la misión cristiana. Los obispos de Roma fueron importantes, y actuaron como árbitros de la cristiandad. Más que impulsores y guías de las iglesias fueron “moderadores”, garantes de continuidad y comunión. En esa línea, el Primado actual, con la Suma Potestad del papado posterior, va en contra de la función primera de los obispos de Roma. Por eso, si los obispos de Roma quieren ser Papa (cosa que me parece buena) deberán retomar su función primera, para recrearla, desde el evangelio, en gesto ecuménico de comunión. Para ello, para ser signo de Jesús, ellos deben renunciar inmediatamente al tipo de primado actual (que aparece en el CIC núm. 331)… o explicar lo que significa el primado en términos de evangelio: “Quien quiera ser primero entre vosotros…”. 4. Papa poderoso, Estados Pontificios (siglos IV-VIII). En este contexto, paulatinamente (a partir del siglo IV d.C.), el Obispo de Roma vino a presentarse como sucesor de Pedro y Pablo (especialmente de Pedro), realizando una función importante en comunión con otras iglesias, que también se sentían sucesoras de los apóstoles (sobre todo los patriarcados de Oriente). Más aún, como sucesor fáctico del Emperador Romano de Occidente (año 474), el Papado realizó una gran labor cultural y religiosa entre el siglo V y el IX d. C., viniendo a presentarse durante siglos como suprema autoridad moral e incluso política (en contra de lo que sucedió en Oriente, que siguió otros caminos), terminando por convertirse en Jefes de los Estados Pontificios, desde mediados del siglo VIII, año 754, con Pipino el Breve y después con el imperio Carolingio… Por eso debemos estarle agradecidos. El Papa no era necesario, pero ha sido y puede ser importante en la actualidad, al servicio del evangelio y de la humanidad, sirviendo de contrapeso a la tendencia más cesaropapista de los bizantinos. Curiosamente, el papa fue durante siglos defensor de la libertad de las iglesias, en contra de los emperadores de Bizancio que quisieron controlarlas. En esa línea, el Papado ofreció y puede ofrecer un servicio en la línea del mensaje de Jesús y de la primera tradición de la iglesia. Pero tiene que renunciar totalmente, sin medias tintas, al poder político que aún conserva sobre el Vaticano. Un Papa “rey” (monarca de un estado que quiere ser espiritual, pero es muy material) va en contra del Evangelio. 5. Un Papa excluyente, poder sin comunión (siglo XI-XII). A la gloria del papado “carolingio”, con los primeros Estados Pontificios, sucedió una larga crisis que llevó casi a la destrucción del Papado, en manos de la pequeña oligarquía romana y latina, ansiosa de poder (siglos IX y X). Sólo los nuevos emperadores Germanos (en principio los otones) restablecieron el Papado, a mediados del siglo XI, y convirtieron al Papa en Autoridad Suprema (al lado del propio emperador) y como Primado de la Iglesia universal, que fue de hecho sólo la iglesia latina, con la Reforma Gregoriana (que culminó con Gregorio VII: 1073-1085). Esta “iglesia imperial” quiso imponer su autoridad sobre las iglesias de Oriente, rompiendo una tradición anterior de colegialidad y comunión entre las Iglesias. Surgió de esa forma el gran cisma (año 1054), con posibles culpas por ambas partes (tampoco el desarrollo de las iglesias bizantinas fue ejemplar, y llevo a las rupturas monofisitas y nestorianas). Los nuevos Papado de León IX a Gregorio VII (con grandes valores de organización) no supieron o quisieron asumir los principios de conciliaridad y diálogo de las iglesias orientales, abriendo así hasta hoy una herida en las iglesias. Sin una conversión radical en este campo, sin una vuelta creadora (no repetitiva) a la experiencia de los primeros concilios, el Papado carece de sentido. 6. Un Papa que ahoga la pluralidad, siglo XIII-XV. Las iglesias anteriores vivían en constante Concilio (mejor o peor, pero Concilio). Tras la ruptura con Oriente (1085) ya no ha habido en la iglesia verdaderos Concilios Ecuménicos, sino Sínodos papales (que es otra cosa). Eso fueron los llamados “concilios de Letrán”… hasta Trento y el Vaticano I: Sínodos del Papa, sometidos a él, no concilios verdaderos. Por otra parte, el Papado se convirtió en “laboratorio” de las grandes disputas de poder de Europa. El Papa fue enemigo constante de los emperadores germanos y luego de los reyes de Francia, tanto en el tiempo de las Investiduras como en las largas crisis de los cismas de occidente (siglo XIV-XV: Aviñón, conciliarismo…). El problema del cisma (y de la dependencia del Papa, sometido de hecho al Rey de Francia) se solucionó externamente, a lo largo de largos concilios, en la primera mitad del siglo XV (de Constanza a Florencia)…, pero se cerró en falso, en contra de todas las tendencias conciliares cristianas que estaban surgiendo también en occidente. El Oriente cayó en manos del Islam, ya separado de Occidente. El Occidente quedó en manos de un Papa envuelto en luchas de poder, sin diálogo real con los obispos, rechazando todos los intentos conciliares que había buscado el Concilio de Constanza (1414-1418). Perdieron las iglesias, ganó el Papado, que pudo así presentarse como signo de Unidad cristiana, pero de una Unidad Absoluta, sin verdadero diálogo entre las comunidades. 7. Un Papa sin libertad, siglo XVI. En el momento clave del gran “estallido europeo” (comienzo de la modernidad, humanismo…) los papas se presentaron como dirigentes supremos de la Cristiandad occidental, queriendo imponer un tipo de orden sobre el conjunto de las iglesias, pero ya no fueron creadores, sino conservadores de lo que tenían, buscando más su poder que la expansión real del evangelio. En ese contexto surgió la escisión evangélica (protestante, reformada) del siglo XVI, con posibles errores por ambas partes. Los acontecimientos pueden valorarse de diversas formas, pero el nuevo Papado no supo valorar y dirigir los deseos de libertad de la nueva conciencia europea, no supo aceptar lo que el “protestantismo” implicaba de evangelio, convirtiéndose en signo de imposición religiosa, abriendo así otra herida cristiana, que dura hasta el día de hoy. El Concilio de Trento (1546-1564) fue bueno (incluso muy bueno), pero no fue un concilio de todas las iglesias, sino un sínodo papal (sin los ortodoxos de Oriente, sin los protestantes). Ciertamente, las iglesias “católicas” vivieron un tiempo rico de contra-reforma, en un plano místico, misionero, vital… pero perdieron la libertad esencial de la comunión cristiana. La Iglesia occidental se hizo un poder fuerte, en torno al Papado, pero dejó fuera amplios espacios de evangelio (y de cristianismo). 8. Un Papa sin Ilustración, sin arraigo en el mundo (siglos XVII-XVIII). Tras la inmensa crisis de las guerras de religión (especialmente la de los 30 años: 1618-1648), la Iglesia del Papado se convirtió en una potencia espiritual y social de tipo Absolutista (en la línea de los reinos de su tiempo), realizando una función intensa de expansión misionera y incluso de concordia entre los pueblos católicos, pero se fue desligando de los grandes retos de la nueva humanidad, que se expresaban en la Ilustración. Fue una Iglesia cerrada en sí misma, tras haber “perdido” la guerra de la religión, mientras avanzaba la ciencia y el poder se iba centrando sobre todo en manos de las potencias protestantes. De esa forma, el Papado, lleno de valores y virtudes, se aisló del mundo, dejando de ser la conciencia viva de la libertad y conocimiento, de sanación y esperanza del evangelio, en una historia abierta al saqueo y a la imposición desde una perspectiva occidental. Sin duda, la Iglesia mantuvo y desarrolló elementos fuertes de evangelio, pero lo hizo a la defensiva, como instancia de poder, un Castillo Sitiado, imponiendo sobre el mundo católico un sistema religioso con rasgos de evangelio, pero poco evangélico en su fondo. Sin una vuelta a la creatividad evangélica, el Papado, centrado en los Estados Pontificios, pierde su sentido cristiano. 9. Sistema Vaticano: Un Papa que se llama infalible porque se siente y sabe muy falible (siglo XIX-XX). El Papado no supo comprender la novedad de la revoluciones burguesas (en Gran Bretaña, USA, Francia…), replegándose hacia posturas absolutistas, que no eran cristianas. En esa línea, a partir de la Revolución Francesa y la restauración postnapoléonica (finales del XVIII y principios del XIX), el Papado se fue convirtiendo en una poderosa maquinaria administrativa con funciones de organización y unificación religiosa cada vez más refinadas sobre los cristianos católicos. Así se ha convertido en la primera gran potencia “globalizadora” del mundo. Pero su función ha chocado con los riesgos que implica una administración unificada desde arriba, con medios dictatoriales y con poca transparencia, de manera que son muchos los que piensan que en estos momentos (año 2013) tras la renuncia de Benedicto XVI, en vez de ser ayuda para la cristiandad el Papado se ha convertido en obstáculo para el evangelio. En ese contexto, en un Sínodo Romano preparado para ello (el llamado Concilio Vaticano I: 1869-1870), el Papa se atrevió a presentarse como “potestad suprema y universal, llamándose “infalible” (como representante de la Iglesia universal), en declaración que objetivamente es impecable y responde a la dinámica del evangelio… Pero, entendida en clave de poder, la doctrina de la Potestad Suprema y la Infalibilidad papal vino a convertirse en una especie de gran rémora para el diálogo entre las iglesias, para la libertad creadora de los cristianos y para la expansión del evangelio. A no ser que precise de otra manera (en comunión, en libertad y en evangelio…) el sentido de su potestad y de su infalibilidad, el papado perderá pronto su sentido y función entre las iglesias. Son muchos los que aplican aquí a la iglesia aquel dicho popular: Dime de qué te glorías y te diré de qué careces. 10. El Papado ante los retos actuales del evangelio, un tema de evangelio (siglo XXI). El problema no es elegir un nuevo Papa entre los “buenos papables” del momento actual, sino la reforma radical del Papado, para que pueda ser lo que quiso en su principio: Un servicio de evangelio, y no una potestad sobre el conjunto de las iglesias. Si quiere realizar un servicio cristiano (¡y mostrar que su función deriva del evangelio!) el papado tiene que demostrarlo en la práctica, dejando de presentarse como algo que no es, ni puede ser: Una potestad suprema, inmediata, universal sobre las iglesias (CIC 331). El papado quiere ser signo de evangelio y de comunión universal cristiana, pero ha creado un tipo de unidad que se funda en su pretensión de potestad y de infalibilidad, lo cual no sólo es humanamente peligroso sino evangélicamente sospechoso… Sólo en el momento en que ella vuelva a ser signo de conciliaridad y libertad, de comunión y encarnación en el mundo, el Papa podrá cumplir la tarea de Pedro. Para ello, el Papa tiene que re-definir el sentido de la Infalibilidad y tiene que superar su visión de Potestad suprema. Es evidente que para ello no basta “reformar” el Estado Vaticano, sino suprimir el Vaticano como Estado (para que pueda convertirse quizá en signo cristiano)- Precisamente por amor a Pedro y al Evangelio (a la iglesia) queremos que el Papado cambie. Éste es tiempo de decisiones audaces. No es probable que las tomen los cardenales del Cónclave. Pero es bueno que se las recordemos, en un lugar humilde como es este, en RD. [Con perdón de mis profesores de teología y de tanto especialista que anda por ahí suelto, me permito compartir ‘desde el deseo y la pasión’ como siento este ‘oficio’ de la teología después del paso por la UCA de El Salvador]
Nos han enseñado que burlarse es de mala educación. En realidad burlarse es una necesidad para descubrir en esta historia plagada de cadáveres, un horizonte de esperanza y un camino que lo valga… La fe nos regala los lentes de la esperanza ‘contra toda esperanza’. El amor, ese inmenso poder que hace que el universo tienda a la vida, es la débil fuerza que posibilita que nos burlemos de la realidad, de la historia, de todas las negatividades que pesan sobre los hombros de las mayorías. Pero para burlarme, primero debo acercarme con honradez a la realidad: mirarla, preguntarme, cuestionarme y, sobre todo, que me duela esta historia. La honradez frente a este mundo y lo más sagrado que en el habita (el dolor humano), son condiciones indispensables para construir la utopía desde la burla… Con esto ya nos quitamos de encima a todos los que se burlan desde la siempre ‘otra vereda’, a los que miran ‘desde lejos’ y ‘desde arriba’. Su burla genera victimas, porque no cargan con los sentires de este mundo… su burla se construye en una burbuja (pero lo bueno es que las burbujas siempre estallan). ‘Ellos’ no son más que el 1%… ‘Los muchos’ son los sujetos de teología. La nuestra quiere ser una ‘burla honrada de esta realidad’: con la mirada en los ojos de los demás (por eso los ‘de arriba’ ya la regaron), con los pies en el barro (por eso los que están al margen ‘la kantiaron’), con las manos estrechadas (por eso los que escriben desde el escritorio solo se inmortalizaran en libros que nadie entenderá) y puestos de rodillas (porque el viejo Rahner tenía razón, hay que ponerse de rodillas frente al misterio del dolor y del amor en este mundo para hacer teología). La teología es una disciplina vieja: todos los pueblos han hablado de Dios, han reflexionado sobre ello, han construido su imaginario y su vida en torno a esa experiencia de lo trascendente. Pero hoy, en tiempos de compra/venta, de altares al ídolo del dinero, de los dioses del mercado, resulta imperioso volver a hacer teología al ‘modito’ de Jesús. Y que mejor manera de ‘volver a Él’ (el hombre-comunidad), que por medio de un cuento: Los seres humanos crean oficios para no morir del aburrimiento. Hombres y mujeres a los largo de la historia han aprendido a jugar, a cantar, a pintar, a construir, a facebukear… y han hecho de eso su oficio. Uno de los oficios mas honrados de todos los tiempos es definido por los abuelos como “el contar historias de amor en este mundo jodido”. Los que mucho han vivido saben de sufrimiento, pero más que eso saben de la capacidad del amor para transformar ‘mágicamente’ ese dolor. Cuentan los que cuentan cuentos, que uno de estos “contadores de amores”, nació en una media luna que era fértil y que él puso a producir: un carpintero, que supo ser albañil, pero decidió que prefería vivir contando el amor de Dios y de los hombres… Ese amor lo deletreó con palabras sencillas, a pescadores y desde las lógicas propias de la tierra: el encanto se condensaba de manera especial en el grano muerto en la tierra para dar vida, en la masa que leudaba en las manos de una madre, en los lirios del campo vestidos de fiesta, en las panza llenas en torno a la mesa compartida… Y este buen hombre, de tanto contar el amor, se hizo amor: fue asesinado por los malos de todos los tiempos, murió en absoluta desnudez y con los brazos más abiertos de la historia. El amor brilló en el madero y hasta un tal ‘Dios’ gritó de desesperación… y desde aquella hora todos los cuentos de amor hablan, aunque de modos insospechados, de aquel loco. Chin Pum En esta bella tarea, de contar las historias de amor que en este mundo irrumpen, los niños nos llevan la delantera: se burlan de nuestras leyes, de nuestros códigos, de ‘lo serio’ de la vida; se extrañan de nuestras convenciones y poco sanas costumbres (como la de golpear, la de odiar, la de matar); se ríen mucho y saben que jugando es como se cambia el mundo. Los pequeños, cercanos al misterio, nos marcan el rumbo cuando sonríen sentados en el regazo de su abuela, mientras ella les narra una fascinante historia de los tiempos más antiguos, de los dioses más primeros, de las luchan que nacieron este mundo, del amor que nos salva en cada lucha por la vida… Quizás porque desde que ‘el-que-no-tiene-nombre’ puso su champita en medio nuestro, desde aquel casamiento entre el cielo y la tierra, la teología se ha dedicado a jugar con ‘círculos cuadrados’: un Dios trascendente sufriendo ‘en carne’ propia; el Eterno metido en los tejidos escabrosas de nuestra historia; el Totalmente Otro identificado hasta el fondo con la fragilidad de nuestra especie; el Omnipotente arropado con la pobreza del pesebre; el Dios de los cielos muriendo en la tierra, como un maldito que cuelga del madero mientras grita desesperado frente al silencio de Dios… Los laberintos de estas antinomias, que muestran a Dios como la gran paradoja (‘el crucificado es el resucitado’), son la clave para entender a la teología como esta burla honrada de la realidad, que nos desafía a rezar en comunidad nuestra camino de hermanos y nos lanza a consolar nuestros dolores abrazando la vida. Y será cada pueblo el que deliñe el rostro de Dios y cuente las historias de como Él (Ella) los cuida… Esa teología, pasada de boca en boca, de chisme en chisme, de historieta en historieta es la que se descifra las carcajadas de las comunidades que siguen haciendo fiesta en medio de las cruces que niegan la vida y la dignidad. Solo allí es posible hablar de la resurrección… Que el amanecer nos encuentre juntos y contando historias de amor… que nos encuentre cambiando el mundo con el abrazo valiente de la fe. UNA DE ESPERANZA Y al caer en las llagas del mundo, te miro llegando… Te miro de pie y coloreada, te miro coqueta y picara, te miro haciendo tu champa entre nosotros… Porque en las arrugas de tu cara vemos todos los pliegos de la historia… En lo hondo de tus ojos vemos la pureza de los sueños… En tus manos gastadas vemos a los que te han parido… Y en tu camino… vemos la marcha de los que muriendo mataron la muerte. Porque serás un regalo conquistado, la inocencia que se lucha, el amanecer que construimos, la lluvia que besa las milpas, el viento que acaricia en la espera, el grano sagrado que quita nuestro hambre, los ojos brillantes del niño jugando, el abrazo inmenso del que vuelve, el baile que sostiene la vida del cosmos, la luna que enamora en cuarto menguante, el rayo de luz que espanta fantasmas… Serás todos los miedos vencidos. Y serás lo que hemos sido: el nacer cuidado, el crecer mimado, el morir golpeado. Las Comunidades Cristianas de Base arrancan del pueblo y son la base de la Iglesia. Nosotros decimos en Brasil que se trata de un nuevo modo de ser Iglesia: comunitario, fiel, uniendo la fe a la vida, con la Biblia en las manos del pueblo, con capacidad de diálogo, teniendo en cuenta el ecumenismo. Ahora el gran desafío es la convivencia en todos los campos: en la familia, en el vecindario, en el trabajo, en la comunidad eclesial.
Los indios Minky dicen que "vivir es convivir". La convivencia supone que nos situemos en la Iglesia en una actitud de igualdad; de igual a igual con las otras Iglesias, con las otras religiones, con las otras espiritualidades, con la humanidad. Hemos de partir de esa visión macroecuménica, en vez de partir de una actitud replegada sobre sí misma; partir de una visión abierta en comunión con todos los otros movimientos, espiritualidades y religiones. Hemos de explicitar nuestra fe no como imponiendo una superioridad sino contribuyendo con la concreta historia de Jesús de Nazaret. La parroquia debería ser toda ella comunidad. Yo digo que no se trata de discutir si son tantas o cuantas las comunidades de base; se trata de que todo sea comunidad; me gusta hablar de comunitariedad, que todo sea comunitario desde el Papa, que todo sea participativo, que, desde la propia situación de cada uno, todo sea contribución al conjunto. Las parroquias como parroquia no tienen futuro. Estos días la Conferencia Episcopal de Brasil (CNBB) está discutiendo sobre "Comunidad de Comunidades, una nueva Parroquia". Está comprobado que la parroquia como tal se transforma en burocracia y no estimula la participación real. Se entiende, por otra parte, que sea necesaria una referencia jurídica, diríamos canónica. Que sean grupos pequeños forma parte de la condición de semilla, fermento, sal. Yo creo que se ha superado ya la fase más rabiosa de relación entre comunidades de base y obispos; hemos aprendido bastante a convivir; todavía falta mucho, pero ya hay menos episcopalitis aguda. Si el obispo o el cura no nos acepta, pues muy bien, no nos vamos a perder por eso. La indignación ha de ser una indignación esperanzada, de lo contrario estamos vomitando bilis por todas partes y no tenemos nada de buena noticia. El cristianismo es algo más, no se trata de vivir la vida amargada, fiscalizada. Participar en la vida parroquial. Por lo que respecta a los nuevos movimientos yo he vivido un detalle interesante en Honduras. Estábamos en Cuaresma, la cocinera de los claretianos nos dijo que era neocatecumenal y añadió: "nosotros celebramos la Eucaristía, ustedes celebran la Misa"; si se niegan a participar de la vida de la parroquia en ciertos momentos, en ciertas cosas; ahí también dejarían de ser Iglesia. Yo digo a los amigos y amigas que hay que participar de la misa del cura al menos una vez por mes; es la contribución a los ancianos y ancianas que participan todas las semanas, levantarles el ánimo; negarse me parece que es una actitud anticristiana. La fe sin política no es fe cristiana. No puede haber fe cristiana sin encarnación. Todo es político, aunque la política no lo sea todo. Jesús dijo que había venido para que todos tuvieran vida, y la tuvieran en abundancia. Si no me preocupo de la tierra, de la salud, de la educación, de las comunicaciones, incluso de las vacaciones para descansar, no me estoy preocupando de la vida humana. La vida en el otro mundo es un asunto de Dios, que Él resolverá muy bien. A nosotros nos toca mejorar la vida y universalizar la vida aquí, en este mundo. Y si la Iglesia, el Papa, los obispos, los sacerdotes, las monjas y todos aquellos que queremos ser seguidores de Jesús no hacemos política, no impulsamos las consecuencias sociales, políticas y económicas que tiene la fe, ¿qué testimonio de amor damos? Distinguir entre comunitariedad y comunidad. Es una actitud de participación, de corresponsabilidad, que el Papa sea el Obispo de Roma, que los obispos participen realmente de la colegialidad que ahora no existe, corresponsabilidad de todos y todas. Una actitud comunitaria en la propia familia, en el trabajo; un párroco no debería decidir nada por sí sólo y un padre de familia tampoco. Los Consejos y Sínodos suelen ser solamente consultivos. El propio cardenal Arns, que fue arzobispo de Sâo Paulo, nos dijo en una asamblea de los obispos de Brasil que el Sínodo es un fracaso por ser sólo consultivo; los obispos hablan y a continuación la Curia lo amaña a su modo y aparece, después de dos o tres años, un documento firmado por el Papa que ni lo leemos. No fue participativo y está fuera de hora y de lugar. Cuando se está pidiendo estos días la reforma de la Curia muchos insisten en este aspecto: que los sínodos sean de participación, de colegialidad, de corresponsabilidad. Los jóvenes y las comunidades. Se trata de ser comprensivos con ellos, hay que reconocer que están viviendo un proceso personal y de grupo que antes no se imaginaba; toda la problemática sexual antes se vivía clandestinamente, ahora con la puerta abierta; la autoridad paterna se discute hoy. Que participen en todo lo que sea justicia y paz. Se les puede pedir, también, un poco de comprensión, porque a veces una actitud radicalmente negativa casi puede llegar a ser infantil. No se trata de hacer iglesias paralelas; pero se trata de poder vivir la fe paralelamente con celebraciones, con gestos de solidaridad, con actitud de respeto. Jesús les sigue atrayendo y hay que partir de ahí; pero tienen que vivirlo en comunidad. Hay que convencerlos de que sin comunidad ninguna actividad humana funciona. No se trata de someterse a la parroquia. Se puede vivir paralelamente y de vez en cuando dar una contribución y un tiempo a la comunidad cristiana donde viven o se sienten cercanos. Que no den excesiva importancia al sacerdote, que intenten vivir su fe comunitariamente entre iguales. La organización eclesial no debe ser un impedimento insalvable para vivir la fe en Jesús comunitariamente. Los ministerios son solo servicios. Hay que revisar todo este asunto de los ministerios, desde el Papa hasta el último cristiano, el sacerdocio célibe ha de ser una opción, la mujer ha de tener todo el derecho. Resulta dramático y ridículo que se quiera argumentar con el Evangelio para impedir a la mujer la participación plena. No fue Jesús quien dijo que debían de ser doce hombres, hay situaciones culturales que afectan hoy a la Iglesia. La humanidad ha sido muy machista y así continúa, casi todas las culturas son machistas. Se ha hecho del ministerio la esencia de la ley cristiana cuando el ministerio es sólo un servicio. Cambiará todo lo que ahora estamos reclamando y que parece imposible realizarse; cambiará con respecto a la mujer, con respecto a la división sacerdote-laico, con respecto a la visión de la sexualidad, con respecto al diálogo ecuménico. Ya está cambiando en parte. No va a ser fácil, no nos podemos hacer la ilusión de que el nuevo Papa desmonte toda la curia, pero está introduciendo cuñas. Lo que dificulta es que tenemos una Iglesia que es Estado y el Papa es jefe de Estado y eso, de entrada, ya provoca unos tropiezos insuperables; la reforma de la Curia debería tener, como primer paso, la automática desaparición del Estado Vaticano y el Papa dejar de ser Jefe de Estado. Esto debería ser elemental, basta pensar un poco en las otras religiones. El diálogo interreligioso. Es necesario hacer la transición de una época integrista, autoritaria, de tener toda la verdad, a una época de diálogo; hoy día, para muchos, es fundamental que se equiparen todas las religiones. El mundo es plural, Dios es mayor que todas las religiones. Es evidente que hay que saber conjugar una actitud de dialogo abierto y una actitud de libertad en la propia identidad; no se trata de ser católicos vergonzantes sino de vivir con naturalidad y elegancia la propia fe. Sólo hay diálogo con una actitud adulta contribuyendo con tu identidad a la identidad de los demás. Hemos de reconocer abiertamente los fallos de la Iglesia, las inconsecuencias de la Iglesia, no podemos justificar lo injustificable; pero se trata de decir, también, que hay mucha Iglesia que es honesta y es consecuente. Hoy estamos mejor que ayer. Hay que evitar el espíritu triunfalista, pero hay que evitar, también, el espíritu derrotista y volver a Jesús de Nazaret. El seguimiento es la mejor definición de la espiritualidad cristiana, el seguimiento de Jesús con la opción por los pobres, el diálogo abierto, la solidaridad... La oración. Se ha ganado en el mundo en personalismo y ese personalismo auténtico exige interioridad, contemplación. Se debe hacer comunitariamente, por eso hay que estimular las celebraciones en grupos pequeños. En el fondo, el problema no es creer en Jesús, sino creer como creyó Jesús; me parece que no entramos por ahí. Para creer como creyó Jesús es importante el tema de la oración, porque Jesús creía pensando en los demás, oraba pensando en los demás. Subía al monte sólo, dejaba a los apóstoles, se pasaba la noche entera, pero volvía a estar con la gente, a anunciar el Reino de Dios, es decir, colocaba la oración en el horizonte de la praxis, y eso me parece que nos está faltando. La gente joven cree en Jesús, pero mi pregunta es para ellos y para nosotros, los viejos. ¿Estamos creyendo como Jesús, no sólo en Jesús? |
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