Si algo resulta meridianamente claro en los evangelios, es la preferencia de Jesús por los excluidos y las personas "religiosamente incorrectas". Esto es algo esencial en Jesús porque priorizaba la necesidad más acuciante de las personas y la honestidad del corazón por encima de la ortodoxia. Una de esas personas que vivió en la periferia es Iris Murdoch, filósofa y escritora, que ahora traigo a colación en el centenario de su nacimiento.
Su familia era irlandesa anglicana de clase media, aunque su existencia se desenvolvió en el ateísmo y en Inglaterra. Lo importante es que no todas las personas ateas son equiparables. Según sus propias palabras, "Es indudable que somos criaturas espirituales, sometidas a la atracción de la perfección y hechas para el Bien". Lo cual le conecta con la multitud de personas que no siendo cristianas ni siquiera teístas, actúan con coherencia, en este caso intentando recuperar una comprensión platónica de la vida buena en su orientación radical hacia el bien desde su central preocupación ética: “Hacer filosofía es descubrir la verdad”, recordando que Jesús fue claro cuando dijo que el que no está contra nosotros, está a nuestro favor (Mc 9,40) aunque nuestra historia recoge gran cantidad de personas condenadas por no seguir los cánones de la ortodoxia sin atender a su corazón honesto que busca y trabaja por la Verdad sin sentirse partícipe de la Buena Noticia. Es preciso aquí recordar a Mateo 25,41 cuando se dice: En verdad os digo que, cuanto hicisteis a uno de estos hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis. Ella y tantísimas más, mujeres y hombres, son las cunetas de Dios pero a la escucha y abiertos de corazón a la Verdad a pesar del desprecio a su coherencia. En los evangelios son muchos los ejemplos: la cananea, la sirofenicia, el centurión romano, el recaudador de impuestos, la prostituta, el samaritano, el publicano frente al fariseo… No son por ello mejores que nadie, pero de todos ellos debemos aprender, al ser los ejemplos de Jesús. Es cierto que Iris Murdoch no creía en Dios pero sí en el bien. En su etapa de filósofa, fue una humanista convencida de que la ética y la moral debían tener unos patrones universales: “Somos agentes morales antes que científicos”, llegó a escribir. Y luego profundizó en ello a través de la literatura. Desde su búsqueda puso la idea del Bien -con mayúscula- a contracorriente de los filósofos de su tiempo, interesada como estaba en la idea moral del ser humano y de las posibilidades reales que tiene de hacerse mejor persona, mientras sus compañeros pensadores de la Inglaterra intelectual de entonces estaban a otras cosas. “Hay pocos lugares -escribe-, donde la virtud resplandece: por ejemplo, en la gente humilde que sirve a otros; ¿y podemos ver esto sin mejorar nosotros mismos?”, se preguntaba. Para ella, la filosofía consiste en explorar la verdad porque “necesitamos una filosofía moral en la que el concepto de amor, tan raramente mencionado hoy por los filósofos, debe ocupar un lugar central. Preguntas sobre si podemos hacernos moralmente mejores, es algo que los filósofos deberían intentar responder para encauzar el natural egoísta del ser humano”. Hasta llegó a escribir en su conocido libro sobre la soberanía del bien que el deseo de Dios tiene por seguro recibir una respuesta, desde su convencimiento que el ser humano bueno ve la manera en que las virtudes se relacionan entre ellas. Este tipo de personas heterodoxas pero comprometidas con la esencia evangélica son las capaces de construir un mundo mejor desde su sensibilidad por los más desfavorecidos allá donde quiera que les haya tocado vivir. Estamos hartos de gentes dogmáticas y excluyentes que pontifican cual fariseos hipócritas sin dar ejemplo. Al menos este otro tipo de personas, al ser amantes de la verdad, se convierten en semilla con su coherencia honesta al entender lo Bueno desde la búsqueda, que es como nos enseñó Jesús, y no desde la certeza, a veces tan soberbia, a la que nada ni nadie puede enseñar. ¿No es el común amor humano una evidencia palmaria de un principio trascendente del bien? Ella trató de profundizar en esto desde la ética y también desde el arte. Dios ha elevado grandes templos humanos de la Verdad salidos de las cunetas de la historia y de la misma religión. Cristo se manifestó en muchos excluidos, no lo olvidemos. Jesús mismo fue un excluido. Hoy es el día en que algunas de esas personas denostadas son buena noticia porque al menos intentaron buscar honestamente, sin percatarse de que una de las esencias más cristianas, que los de casa valoramos poco, es que la persona buscadora humilde es la que, de entre todas, tiene mayores posibilidades de volverse buena de verdad y encontrar lo que busca. Murdoch no fue perfecta, sin duda, pero fue una pensadora honesta, algo que muchos especialistas en la fe no pueden decir lo mismo.
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La petición brota de la carencia. Mientras persista la identificación con el yo separado, absolutizaremos nuestra vulnerabilidad y, con ella, nuestro sentimiento de indigencia. Llevado al campo religioso, no es de extrañar que, en la oración, haya ocupado siempre un lugar predominante la petición.
Es indudable que la persona en la que nos experimentamos se caracteriza por la debilidad, la fragilidad y la vulnerabilidad. Negar tal hecho nos instala en la mentira y hace que tratemos de acorazarnos, sin mucho éxito, en los más variados mecanismos de defensa, para aparentar una fortaleza y seguridad que nos eluden. Si somos honestos, habremos de reconocer que mientras nos identificamos con el yo separado, la percepción de nosotros mismos aparece siempre coloreada por la carencia –el yo es un manojo de miedos y necesidades–, de la cual brota la petición e incluso la búsqueda, más o menos compulsiva, de “algo” (“Alguien”) que nos colme. Todo se modifica cuando comprendemos que somos Plenitud, no porque el ego se infle y se atribuya una cualidad ilimitada. No, el sujeto de la Plenitud no es el yo separado –de hecho, mientras nos identifiquemos con él, no podremos percibir nuestra realidad profunda–, sino Eso que es consciente, el Fondo común que compartimos con todo lo que es. “Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre”. Ya se nos ha dado todo y todas las puertas se hallan abiertas ante nosotros. Se trata solo de caer en la cuenta, saliendo del estado hipnótico que nos mantiene encerrados en la creencia que nos identifica con el yo separado. Y ahí es justamente donde necesitamos “insistir”. Pero no para conseguir los favores de un Dios aparentemente poco generoso, sino para romper la inercia que arrastramos y que erróneamente nos reduce al yo separado. Una tal inercia solo puede superarse gracias a un trabajo constante de reeducación. Porque, aunque hayamos comprendido –o simplemente atisbado– que nuestra identidad es Eso que es consciente –una realidad ilimitada y transcendente, que se halla siempre a salvo–, nos veremos llevados, una y otra vez, de modo insistente, a percibirnos y comportarnos como si fuéramos el yo separado. El único modo de superar la inercia pasa por detenernos, tomar distancia de la mente y re-situarnos, una y mil veces, en la comprensión de lo que realmente somos. En esta tarea, cualquier malestar repetitivo así como todo sufrimiento mental constituyen un aliado valioso, al hacernos ver que nos atrapan cuando –y porque– hemos desconectado de nuestra verdadera identidad y nos mantenemos apegados a la antigua creencia que nos reducía al yo vulnerable. La persona en la que nos experimentamos seguirá siendo extremadamente vulnerable y su horizonte será la muerte pero, gracias a la comprensión, podremos acogerla con serenidad. Porque habremos comprendido que, tras la forma transitoria de la persona, somos Plenitud de presencia. Hemos encontrado el tesoro y la puerta se halla siempre abierta. ¿Me reconozco como Plenitud? ¿Cómo vivo la sensación de carencia? Enséñanos porque necesitamos aprender a orar como tú. Jesús enseña desde su ejemplo. Jesús es un modelo y un maestro de oración. A lo largo de su vida, Jesús fue un hombre de asidua oración. Sus seguidores aprendemos de él y queremos ser como él.
Los textos litúrgicos de hoy hablan de la cercanía, compasión y misericordia de Dios con los hombres y de la posibilidad y necesidad que los hombres sienten de la relación, búsqueda y encuentro con Dios. El diálogo de Abrahán con Dios sobre Sodoma y Gomorra (Gén 18, 20-32) es un ejemplo: Abrahán “regatea” con Dios acerca del posible castigo sobre esas ciudades. Vemos a Abrahán ganando terreno a Dios y a Dios dejándose ganar. El Salmo 68 ratifica la gratitud y confianza en el Señor: “Cuando te invoqué, Señor, me escuchaste” y en Lucas 11, 1-13 tenemos la enseñanza práctica que Jesús nos da para aprender a relacionarnos con Dios como él se relacionaba. Lucas en varias ocasiones nos presenta a Jesús retirándose en la noche o en la madrugada, a la montaña, a la soledad, al silencio para orar: bautismo en el Jordán, elección de los doce, confesión de Felipe en Cesarea, Transfiguración, Padrenuestro... En el Evangelio de hoy, cuando Jesús está orando, los discípulos perciben que Jesús se transforma y expresan su deseo de aprender a orar como Jesús. “Enséñanos a orar”. Jesús aprovecha la ocasión para dar una catequesis sobre el papel de la oración en la vida e identidad de sus discípulos y utiliza como ejemplo de su enseñanza la oración del Padrenuestro. Jesús utiliza la oración del Padrenuestro para enseñarnos cómo tiene que ser nuestra oración. En el Padrenuestro podemos ver el modelo de oración según la entendía Jesús: Comunicación en profundidad con Dios. Jesús es un creyente que necesita orar. Pertenece a un pueblo creyente y orante. Pero también en esto, Jesús es la novedad con respecto a la oración judía. Para Jesús la oración es el vehículo de comunión con Dios, de encuentro con Él. Para Jesús la oración es una necesidad, de ella saca la fuerza necesaria para cumplir la misión a la que se siente enviado. La practica con frecuencia porque encuentra en ella el alimento de su fidelidad y obediencia a la misión que sabe tiene que cumplir. Su ejemplo mueve a los discípulos a pedirle que les enseñe a orar como él. La originalidad de Jesús expresada en la oración del Padrenuestro tiene dos aspectos principales. En primer lugar la oración se dirige al Abbá. Sabemos que Dios es para Jesús 'Abbá'. Su oración no es al Poderoso, al Juez, al Amo, es a Abbá. La nuestra tampoco. Los que oramos no somos los esclavos, los temerosos, los asalariados... sino los hijos. Esto supone un giro de 180 grados en la imagen de Dios en el Padrenuestro, de cómo entender a Dios y, consecuentemente de cómo debemos relacionarnos con Él. Nuestra oración es una relación de un hijo con su padre. Esto trae como consecuencia primera que el planteamiento esencial es la seguridad de ser escuchado y atendido. No tenemos que ablandar a Dios. La segunda novedad del Padrenuestro es “nuestro”, de todos. Nos dirigimos al Abbá de todos los creyentes. El Padrenuestro es una oración desde la filiación divina y la fraternidad humana. Es la oración de los hijos, de los hermanos. Sentido personal y comunitario del Padrenuestro. A partir de este modelo, en cristiano, no vale el yo en singular sino el nosotros. Primera persona en plural. Y lo que le pedimos a nuestro Padre es principalmente “que venga tu reino”. Todo lo demás es relativo a este deseo y anhelo principal. Danos cada día nuestro pan de mañana, que tiene poco que ver con la subsistencia material y mucho con la confianza en Dios y la petición del alimento espiritual. Pedimos perdón presentando nuestra propia actitud de perdonar. En realidad, nosotros perdonamos porque nos sentimos perdonados. En esta "petición" manifestamos por tanto que vivimos en el perdón, en la reconciliación, hacia Dios y entre nosotros. Y al final se manifiesta nuestra desconfianza en nuestras propias fuerzas, rogando a Dios que no nos ponga a prueba, porque sabemos de nuestra debilidad. Al hilo de la catequesis del Padrenuestro y como conclusiones a sacar: El Padrenuestro resume el sentido que la oración tiene para Jesús y para nosotros. Nuestra limitación y el anhelo de Dios, su búsqueda. La oración como búsqueda de Dios, deseo, anhelo de Dios. Encuentro con lo más profundo de nuestra interioridad o ser verdadero y encuentro con la Presencia que nos habita. Dios es nuestro Padre y nosotros hermanos. Es la oración de los hijos que se dirigen al Padre común para hablarle de las cosas que todos comparten, el amor y el perdón. La oración es un diálogo íntimo con Dios. Trato de amistad con Dios que transforma la vida del orante. La oración no es un quehacer reservado para algunos tiempos y lugares. En la oración de Jesús descubrimos que la oración es un ambiente vital en el que respira, crece y se desarrolla la vida del discípulo. La oración es un quehacer de todos los días, en todos los lugares y en todas las situaciones. Si es un diálogo íntimo con el amigo, con el Padre y con el Huésped del alma, es posible realizarla siempre y en todo lugar. La metáfora que puede resumir todo lo dicho sobre el sentido de la oración cristiana es la fragua. La oración se parece a los trabajos sobre el hierro, al fuego ardiente, que facilita la transformación de la rigidez del metal en docilidad. El fuego unifica carbón y metal, “ignifica el hierro” y así se moldea con facilidad. Para el cristiano la oración es una actitud y una práctica indispensables. Hasta convertirse en hábito de oración. La oración como experiencia humana de encuentro con Dios es la experiencia más transformadora que le cabe al hombre. Poder orar a Dios es un privilegio, es un don del Espíritu que Jesús nos facilitó. Si vivimos así nuestra actitud orante surgirá la necesidad de orar, en las alegrías y en las tristezas propias y ajenas. Si experimentamos esa necesidad de la oración y la ponemos en práctica continuada hasta constituirse en hábito, en modo de vida, en estilo personal, nuestra oración será una constante, no vinculada a un espacio y un tiempo, sino una actitud orante que impregnará toda nuestra existencia. Esta debería ser nuestra aspiración como imitadores del estilo de vida de Jesús. Necesitamos orar para mantener nuestro compromiso creyente. Para profundizar nuestra fe y entrega a las tareas del Reinado de Dios. Para mantener y mejorar nuestros compromisos como seguidores de Jesús. Para alimentar la vida interior, en el Espíritu. Para mejorar nuestro autoconocimiento. Para renovarnos cada día y volver a empezar de nuevo. Sin oración no hay resistencia ni perseverancia. Por necesidad de nutrirse para nutrir. De la abundancia del corazón habla la vida, el comportamiento. El evangelio de hoy insiste: ¡¡Pedid, buscad y llamad!! Dios no deja de dar su Espíritu a quien lo pide, busca y llama. Este es el fundamento de la actitud de confianza y seguridad en la vida de un cristiano. Actitud de confianza en nuestro Padre Dios que no nos falla. Actitud proactiva, con iniciativas, con impulso y persistencia. Nosotros queremos y a veces no podemos (limitación, finitud) pero contando con Dios podemos mucho más de lo que imaginamos. Arriesgamos y estiramos nuestros límites y a veces los superamos. Por todo esto y mucho más: ¡¡Señor, enséñanos a orar como tú!! El Padrenuestro es mucho más que una oración de petición. Es un resumen de las relaciones de un ser humano con el absoluto, consigo mismo y con los demás. Es muy probable que el núcleo de esta oración se remonte al mismo Jesús, lo cual nos pone en contacto directo con su manera de entender a Dios. El Padrenuestro nos trasmite, en el lenguaje religioso de la época, toda la novedad de la experiencia de Jesús. La base de ese mensaje fue una vivencia única de Dios, que no tuvo más remedio que expresar en el paradigma de su cultura.
Esto no quiere decir que Jesús se sacó el Padrenuestro de la manga. Todas y cada una de las expresiones que encontramos en él se encuentran también en el AT. No es probable que lo haya redactado Jesús tal como nos ha llegado, pero está claro que tiene una profunda inspiración judía. Tanto Jesús como los primeros cristianos eran judíos sin fisuras. No nos debe extrañar que la experiencia de Jesús se exprese o se interprete desde la milenaria religión judía. Esto no anula la originalidad de la nueva visión de Dios y de la religión. La originalidad no está en la letra sino en la nueva relación del hombre con Dios que destila. Entendido literalmente, el Padrenuestro no tiene sentido. Ni Dios es padre en sentido literal; ni está en ningún lugar; ni podemos santificar su nombre, porque no lo tiene; ni tiene que venir su Reino de ninguna parte, porque está siempre en todos y en todo; Ni su voluntad tiene que cumplirse, porque no tiene voluntad alguna. Ni tiene nada que perdonar, mucho menos, puede tomar ejemplo de nosotros para hacerlo; ni podemos imaginar que sea Él el que nos induzca a pecar; ni puede librarnos del mal, porque eso depende solo de nosotros. Es imposible abarcar todo el padrenuestro en una homilía. Cuentan de Sta. Teresa, que al ponerse a rezar el padrenuestro, era incapaz de pasar de la primera palabra. En cuanto decía “Padre” caía en éxtasis... ¡Qué maravilla! Efectivamente, esa palabra es la clave para adentrarnos en lo que Jesús vivió de Dios. Comentar esa sola palabra nos podía llevar varias horas de meditación. De todas formas, vamos a repasar brevemente el de Lc. Padre. En el AT se llama innumerables veces a Dios padre. Sin embargo, el “Abba” es la piedra angular de todo el evangelio. Se pone una sola vez en labios de Jesús, pero lo hace con tal rotundidad, que se ha convertido en clave de su mensaje. El llamar a Dios Papásupone sentirse niño pequeño, que ni siquiera sabe lo que debe pedir. Esta actitud es muy distinta de la nuestra que nos comportamos como personas mayores que podemos decir a Dios lo que nos debe dar. La aparente oración debe convertirse en confianza absoluta en aquel que sabe mejor que yo mismo lo que necesito y está siempre dándomelo. Dios es Padre en el sentido de origen y fundamento de nuestro ser, no en el sentido de dependencia biológica. Queremos decir mucho más de lo que esas palabras significan, pero no tenemos el concepto adecuado; por eso tenemos que intentar ir más allá de las palabras. Procedemos de Él sin perder nunca esa dependencia, que no limita mis posibilidades de ser, sino que las fundamenta absolutamente. El padre natural, da en un momento determinado la vida biológica. Dios nos está dando constantemente todo lo que somos y tenemos. Por aplicar a Dios una falsa idea de padre, le hemos aplicado también la idea de dominador y represor. Esto nos ha llevado a proyectar sobre Él los complejos que con frecuencia sufrimos con relación al padre natural. Por eso es liberador atrevernos a llamarle Madre. No se trata de un superficial progresismo. Se trata de superar la literalidad de las palabras y de tomar conciencia de que Dios es más de lo que podemos decir y pensar de Él. Uniendo el concepto de padre y el de madre, superamos la dificultad de dejar cojo el concepto de Dios, pero además nos obligamos a ampliar el abanico de los atributos que le podemos aplicar. No hay padre ni madre si no hay hijo; y no puede haber hijo si no hay padre y madre. Para la cultura semita, Padre era, sobre todo, el modelo a imitar por el hijo. Este es el verdadero sentido que da Jesús a su advocación de Dios como Padre. “Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre” Cuando Jesús dice que no llaméis a nadie padre, quiere decir que el único modelo a imitar por el seguidor de Jesús es únicamente el mismo Dios. Si todos somos hijos, todos somos hermanos y debemos comportarnos como tales. Ser hermano supone el sentimiento de pertenencia a una familia y de compartir todo lo que se tiene y lo que se es. Santificado sea tu nombre. Aquí “nombre” significa persona, ser. En el AT se manifiesta, en numerosas ocasiones, que la tarea fundamental del buen judío es dar gloria a dios. Nada ni nadie puede añadir algo a Dios. Está siempre colmado su ser y no se puede añadir ni una gota más. Lo que quiere decir es que nosotros debemos descubrir esa presencia en nosotros y en los demás. Debemos vivir esa realidad y debemos darla a conocer a los demás tal como es a través de nuestra propia existencia. Santificamos su nombre cuando somos lo que tenemos que ser, respondiendo a las exigencias más profundas de nuestra naturaleza. Venga tu reino. El Reino es la idea central del mensaje evangélico. Pero el mismo Jesús nos dijo que no tiene que venir de ninguna parte, ni está aquí ni está allí, está dentro de vosotros. Nuestra tarea consiste en descubrirlo y manifestarlo en la vida con nuestras obras. Debemos contribuir a que ese proyecto de Dios, que es el Reino, se lleve a cabo en nuestro mundo de hoy. Todo lo que tiene que hacer Dios para que su Reino llegue, ya está hecho. Al expresar este deseo, nos comprometemos a luchar para que se haga patente. Danos cada día nuestro pan de mañana. Encontramos aquí una clara alusión al maná, que había que recogerlo cada mañana. Dios no puede dejar de darnos todo lo que necesitamos para ser nosotros mismos. Sería ridículo un dios que se preocupara de dar solo al que le pide y se olvidara del que no le pide nada. No se trata solo del pan o del alimento en general, sino de todo lo que el ser humano necesita, tanto lo necesario material como lo espiritual. Jesús dijo: “Yo soy el pan de Vida”. Al pedir que nos dé el pan de mañana, estamos manifestando la confianza en un futuro que se puede adelantar. Perdónanos, porque también nosotros perdonamos. En la biblia hay muchas referencias a que Dios solo perdona cuando nosotros hemos perdonado. Sería ridículo (Abrahán en la primera lectura) que nosotros pudiéramos ser ejemplo de perdón para Dios. Más bien deberíamos aprender de Él a perdonar. Dios no perdona, en Él los verbos no se conjugan, porque no tiene tiempos ni modos. Dios es perdón. El descubrir que Dios me sigue amando sin merecerlo es la clave de toda relación con Él y con los demás. No nos dejes ceder en tentación. Encontramos en el AT muchos pasajes en los que se pide a Dios que no tiente a los que rezan. Se creía efectivamente, que Dios podía empujar a un hombre a pecar. De ahí que tanto el griego como el latín apuntan a que “no nos induzcaa pecar” el mismo Dios, lo cual no tiene para nosotros ni pies ni cabeza. Los intentos que se hacen al traducirlo no terminan de aclarar los conceptos. Pensar que Dios puede dejarnos caer o puede hacer que no caigamos es ridículo. La única manera de no caer es precisamente la oración, es decir, la toma de conciencia, de lo que soy y de lo que es Dios. Meditación Como Padre, es fundamento de todo lo que yo soy. Mi existencia depende totalmente de Él en todo momento. Como Padre es el único modelo al que debo imitar. Cuando experimente que yo y el Padre somos uno, habrá terminado mi camino de perfección. El domingo pasado, el evangelio nos animaba a escuchar a Jesús, como María. Hoy nos anima a hablarle a Dios. Ante una persona importante es fácil quedarse sin palabras, no saber qué decir. Mucho más ante Dios. Quizá por eso, los discípulos no rezan. Pero les suscita curiosidad ver a Jesús rezando. ¿Qué dice? ¿Por qué no les enseña a hablarle a Dios? Este será el tema del evangelio. La primera lectura ofrece un tipo de oración muy curioso: la intercesión a través del regateo.
Primera lectura: Un regateo inútil (Génesis 18, 20-32) Titulo este episodio “Un regateo inútil” porque, en definitiva, no sirve de nada. Sodoma y Gomorra desaparecen irremisiblemente porque no se encuentran en ella ni siquiera diez personas inocentes. En realidad, el mensaje fundamental de este episodio no es la oración de intercesión sino la dificultad de compaginar las desgracias que ocurren en la historia con la justicia y la bondad de Dios. Este tema preocupó enormemente a los teólogos de Israel, sobre todo después de la dura experiencia de la destrucción de Jerusalén y del destierro a Babilonia en el siglo VI a.C. En una religión monoteísta, como la de Israel, el problema del mal y de la justicia divina se vuelve especialmente agudo. No se le puede echar la culpa a ningún dios malo, o a un dios secundario. Todo, la vida y la muerte, la bendición y la maldición, dependen directamente del Señor. Cuando ocurre una desgracia tan terrible como la conquista de Jerusalén y la deportación, ¿dónde queda la justicia divina? El autor de este pasaje del Génesis lo tiene claro: la culpa no es de Dios, que está dispuesto a perdonar a todos si encuentra un número mínimo de inocentes. La culpa es de la ausencia total de inocentes. El lector moderno no está de acuerdo con esta mentalidad. Tiene otros recursos para evitar el problema. El más frecuente, no pensar en él. Si piensa, decide que Dios no es el responsable de invasiones, destrucciones y deportaciones. De eso nos encargamos los hombres, que sabemos hacerlo muy bien. Con este planteamiento salvamos la bondad y la justicia divina. Los antiguos teólogos judíos veían la acción de Dios de forma más misteriosa y profunda. No eran tan tontos como a veces pensamos. Evangelio: la oración modelo y la importancia de insistir (Lucas 11,1-13) El evangelio recoge dos cuestiones muy distintas: la oración típica del cristiano, la que distingue a sus discípulos, y la importancia de ser insistentes y pesados en nuestra oración, hasta conseguir que Dios se harte y nos conceda… ¿Qué nos concederá Dios? Demasiada materia para un solo domingo. Comentaré los dos temas por separado. Aprendiendo a rezar (Lucas 11, 1-4) Nota previa: En Lucas faltan dos peticiones que conocemos por Mateo: “hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”, y “líbranos del mal”. La liturgia traduce “nuestro pan del mañana”; debería traducir, como en la misa, “nuestro pan de cada día”, ya que la fórmula griega es la misma en Mateo y Lucas (to.n a;rton h`mw/n to.n evpiou,sion). Pero existe una discusión muy antigua sobre si epiousion se debe interpretar del alimento cotidiano o como referencia a la eucaristía. Parece que la liturgia se ha inclinado en este caso por la interpretación eucarística. El “Padre nuestro” es la síntesis de todo lo que Jesús vivió y sintió a propósito de Dios, del mundo y de sus discípulos. En torno a estos temas giran las peticiones (sean siete como en Mateo o cinco como en Lucas). Frente a un mundo que prescinde de Dios, lo ignora o incluso lo ofende, Jesús propone como primera petición, como ideal supremo del discípulo, el deseo de la gloria de Dios: “santificado sea tu Nombre”; dicho con palabras más claras: “proclámese que Tú eres santo”. Es la vuelta a la experiencia originaria de Isaías en el momento de su vocación, cuando escucha a los serafines proclamar: “Santo, santo, santo, el Señor, Dios del universo” (Is 6). La primera petición se orienta en esa línea profética que sitúa a Dios por encima de todo, exalta su majestad y desea que se proclame su gloria. Ante un mundo donde con frecuencia predominan el odio, la violencia, la crueldad, que a menudo nos desencanta con sus injusticias, Jesús pide que se instaure el Reinado de Dios, el Reino de la justicia, el amor y la paz. Recoge en esta petición el tema clave de su mensaje (“está cerca el Reinado de Dios”), en el que tantos contemporáneos concentraban la suma felicidad y todas sus esperanzas. Como tercer centro de interés aparece la comunidad. Ese pequeño grupo de seguidores de Jesús, que necesita día tras día el pan, el perdón, la ayuda de Dios para mantenerse firme. Peticiones que podemos hacer con sentido individual, pero que están concebidas por Jesús de forma comunitaria, y así es como adquieren toda su riqueza. Cuando uno imagina a ese pequeño grupo en torno a Jesús recorriendo zonas poco pobladas y pobres, comprende sin dificultad esa petición al Padre de que le dé “el pan nuestro de cada día”. Cuando se recuerdan los fallos de los discípulos, su incapacidad de comprender a Jesús, sus envidias y recelos, adquiere todo sentido la petición: “perdona nuestras ofensas”. Y pensando en ese grupo que debió soportar el gran escándalo de la muerte y el rechazo del Mesías, la oposición de las autoridades religiosas, se entiende que pida “no caer en la tentación”. El Padre nuestro nos enseña que la oración cristiana debe ser: Amplia, porque no podemos limitarnos a nuestros problemas; el primer centro de interés debe ser el triunfo de Dios; Profunda, porque al presentar nuestros problemas no podemos quedarnos en lo superficial y urgente: el pan es importante, pero también el perdón, la fuerza para vivir cristianamente, el vernos libres de toda esclavitud. Íntima, en un ambiente confiado y filial, ya que nos dirigimos a Dios como “Padre”. Comunitaria. “Padre nuestro", danos, perdónanos, etc. En disposición de perdón. Necesidad de ser insistentes en la oración (Lucas 11,5-13) El ejemplo del amigo importuno En las casas del tiempo de Jesús los niños no duermen en su habitación. De la entrada de la casa a la cocina no se va por un pasillo. No existe luz eléctrica ni linterna. Un solo espacio sirve de todo: cocina y comedor durante el día, dormitorio por la noche. Moverse en la oscuridad supone correr el riesgo de pisar a más de uno y tener que soportar sus quejas y maldiciones. El “amigo” trae a la memoria un simpático proverbio bíblico: “El que saluda al vecino a voces y de madrugada es como si lo maldijera”. Este amigo no saluda, pide. Y consigue lo que quiere. Este individuo merecería que le dirigiesen toda la rica gama de improperios que reserva la lengua castellana para personas como él. Sin embargo, Jesús lo pone como modelo. Igual que más tarde, también en el evangelio de Lucas, pondrá como modelo a una viuda que insiste para que un juez inicuo le haga justicia. La bondad paternal de Dios y un regalo inesperado En realidad, no haría falta ser tan insistentes, porque Dios, como padre, está siempre dispuesto a dar cosas buenas a sus hijos. Aquí es donde Lucas introduce un detalle esencial. Las palabras tan conocidas “Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá…” se prestan a ser mal entendidas. Como si Dios estuviera dispuesto a dar cualquier cosa que se le pida, desde un puesto de trabajo hasta la salud, pasando por aprobar un examen. Esta interpretación ha provocada muchas crisis de fe y la conciencia diluida de que la oración no sirve para nada. El evangelio de Mateo, que recoge las mismas palabras, termina diciendo que Dios “dará cosas buenas a los que se las pidan”. La oración de Jesús en el huerto de los olivos demuestra que Dios tiene una idea muy distinta de nosotros, incluso de Jesús, de lo que es bueno y lo que más nos conviene. Pero las palabras del evangelio de Mateo a Lucas le resultan poco claras y ofrece una versión distinta: “vuestro Padre celestial dará Espíritu Santo a los que se lo piden”. Para Lucas, tanto en el evangelio como en el libro de los Hechos, el Espíritu Santo es el gran motor de la vida de la iglesia. En medio de las dificultades, incluso en los momentos más duros de la vida, la oración insistente conseguirá que Dios nos dé la fuerza, la luz y la alegría de su Espíritu. Enséñanos porque necesitamos aprender a orar como tú. Jesús enseña desde su ejemplo. Jesús es un modelo y un maestro de oración. A lo largo de su vida, Jesús fue un hombre de asidua oración. Sus seguidores aprendemos de él y queremos ser como él.
Los textos litúrgicos de hoy hablan de la cercanía, compasión y misericordia de Dios con los hombres y de la posibilidad y necesidad que los hombres sienten de la relación, búsqueda y encuentro con Dios. El diálogo de Abrahán con Dios sobre Sodoma y Gomorra (Gén 18, 20-32) es un ejemplo: Abrahán “regatea” con Dios acerca del posible castigo sobre esas ciudades. Vemos a Abrahán ganando terreno a Dios y a Dios dejándose ganar. El Salmo 68 ratifica la gratitud y confianza en el Señor: “Cuando te invoqué, Señor, me escuchaste” y en Lucas 11, 1-13 tenemos la enseñanza práctica que Jesús nos da para aprender a relacionarnos con Dios como él se relacionaba. Lucas en varias ocasiones nos presenta a Jesús retirándose en la noche o en la madrugada, a la montaña, a la soledad, al silencio para orar: bautismo en el Jordán, elección de los doce, confesión de Felipe en Cesarea, Transfiguración, Padrenuestro... En el Evangelio de hoy, cuando Jesús está orando, los discípulos perciben que Jesús se transforma y expresan su deseo de aprender a orar como Jesús. “Enséñanos a orar”. Jesús aprovecha la ocasión para dar una catequesis sobre el papel de la oración en la vida e identidad de sus discípulos y utiliza como ejemplo de su enseñanza la oración del Padrenuestro. Jesús utiliza la oración del Padrenuestro para enseñarnos cómo tiene que ser nuestra oración. En el Padrenuestro podemos ver el modelo de oración según la entendía Jesús: Comunicación en profundidad con Dios. Jesús es un creyente que necesita orar. Pertenece a un pueblo creyente y orante. Pero también en esto, Jesús es la novedad con respecto a la oración judía. Para Jesús la oración es el vehículo de comunión con Dios, de encuentro con Él. Para Jesús la oración es una necesidad, de ella saca la fuerza necesaria para cumplir la misión a la que se siente enviado. La practica con frecuencia porque encuentra en ella el alimento de su fidelidad y obediencia a la misión que sabe tiene que cumplir. Su ejemplo mueve a los discípulos a pedirle que les enseñe a orar como él. La originalidad de Jesús expresada en la oración del Padrenuestro tiene dos aspectos principales. En primer lugar la oración se dirige al Abbá. Sabemos que Dios es para Jesús 'Abbá'. Su oración no es al Poderoso, al Juez, al Amo, es a Abbá. La nuestra tampoco. Los que oramos no somos los esclavos, los temerosos, los asalariados... sino los hijos. Esto supone un giro de 180 grados en la imagen de Dios en el Padrenuestro, de cómo entender a Dios y, consecuentemente de cómo debemos relacionarnos con Él. Nuestra oración es una relación de un hijo con su padre. Esto trae como consecuencia primera que el planteamiento esencial es la seguridad de ser escuchado y atendido. No tenemos que ablandar a Dios. La segunda novedad del Padrenuestro es “nuestro”, de todos. Nos dirigimos al Abbá de todos los creyentes. El Padrenuestro es una oración desde la filiación divina y la fraternidad humana. Es la oración de los hijos, de los hermanos. Sentido personal y comunitario del Padrenuestro. A partir de este modelo, en cristiano, no vale el yo en singular sino el nosotros. Primera persona en plural. Y lo que le pedimos a nuestro Padre es principalmente “que venga tu reino”. Todo lo demás es relativo a este deseo y anhelo principal. Danos cada día nuestro pan de mañana, que tiene poco que ver con la subsistencia material y mucho con la confianza en Dios y la petición del alimento espiritual. Pedimos perdón presentando nuestra propia actitud de perdonar. En realidad, nosotros perdonamos porque nos sentimos perdonados. En esta "petición" manifestamos por tanto que vivimos en el perdón, en la reconciliación, hacia Dios y entre nosotros. Y al final se manifiesta nuestra desconfianza en nuestras propias fuerzas, rogando a Dios que no nos ponga a prueba, porque sabemos de nuestra debilidad. Al hilo de la catequesis del Padrenuestro y como conclusiones a sacar: El Padrenuestro resume el sentido que la oración tiene para Jesús y para nosotros. Nuestra limitación y el anhelo de Dios, su búsqueda. La oración como búsqueda de Dios, deseo, anhelo de Dios. Encuentro con lo más profundo de nuestra interioridad o ser verdadero y encuentro con la Presencia que nos habita. Dios es nuestro Padre y nosotros hermanos. Es la oración de los hijos que se dirigen al Padre común para hablarle de las cosas que todos comparten, el amor y el perdón. La oración es un diálogo íntimo con Dios. Trato de amistad con Dios que transforma la vida del orante. La oración no es un quehacer reservado para algunos tiempos y lugares. En la oración de Jesús descubrimos que la oración es un ambiente vital en el que respira, crece y se desarrolla la vida del discípulo. La oración es un quehacer de todos los días, en todos los lugares y en todas las situaciones. Si es un diálogo íntimo con el amigo, con el Padre y con el Huésped del alma, es posible realizarla siempre y en todo lugar. La metáfora que puede resumir todo lo dicho sobre el sentido de la oración cristiana es la fragua. La oración se parece a los trabajos sobre el hierro, al fuego ardiente, que facilita la transformación de la rigidez del metal en docilidad. El fuego unifica carbón y metal, “ignifica el hierro” y así se moldea con facilidad. Para el cristiano la oración es una actitud y una práctica indispensables. Hasta convertirse en hábito de oración. La oración como experiencia humana de encuentro con Dios es la experiencia más transformadora que le cabe al hombre. Poder orar a Dios es un privilegio, es un don del Espíritu que Jesús nos facilitó. Si vivimos así nuestra actitud orante surgirá la necesidad de orar, en las alegrías y en las tristezas propias y ajenas. Si experimentamos esa necesidad de la oración y la ponemos en práctica continuada hasta constituirse en hábito, en modo de vida, en estilo personal, nuestra oración será una constante, no vinculada a un espacio y un tiempo, sino una actitud orante que impregnará toda nuestra existencia. Esta debería ser nuestra aspiración como imitadores del estilo de vida de Jesús. Necesitamos orar para mantener nuestro compromiso creyente. Para profundizar nuestra fe y entrega a las tareas del Reinado de Dios. Para mantener y mejorar nuestros compromisos como seguidores de Jesús. Para alimentar la vida interior, en el Espíritu. Para mejorar nuestro autoconocimiento. Para renovarnos cada día y volver a empezar de nuevo. Sin oración no hay resistencia ni perseverancia. Por necesidad de nutrirse para nutrir. De la abundancia del corazón habla la vida, el comportamiento. El evangelio de hoy insiste: ¡¡Pedid, buscad y llamad!! Dios no deja de dar su Espíritu a quien lo pide, busca y llama. Este es el fundamento de la actitud de confianza y seguridad en la vida de un cristiano. Actitud de confianza en nuestro Padre Dios que no nos falla. Actitud proactiva, con iniciativas, con impulso y persistencia. Nosotros queremos y a veces no podemos (limitación, finitud) pero contando con Dios podemos mucho más de lo que imaginamos. Arriesgamos y estiramos nuestros límites y a veces los superamos. Por todo esto y mucho más: ¡¡Señor, enséñanos a orar como tú!! El debate migratorio, al menos en Europa y en nuestro país, es uno de los grandes temas de nuestro tiempo. No solo nos encaminamos hacia un profundo invierno demográfico, donde la inmigración será insuficiente para hacer frente a la falta de nacimientos, su estudio y debate es necesario para desmantelar las propuestas de la extrema derecha que carga sus discursos contra los inmigrantes. Nos recordaba Adela Cortina, que es imposible no comparar la acogida entusiasta y hospitalaria con que se recibe a los extranjeros que vienen como turistas con el rechazo inmisericorde a la oleada de extranjeros pobres. Se les cierra las puertas, se levantan alambradas y murallas, se impide el traspaso de las fronteras.
Ayer se recordaba la migración con dignidad en el Día Internacional del Migrante, una semana después de la ratificación en Marrakech por parte de más de 150 países del primer Pacto Mundial para la Migración, donde se propuso una migración segura, ordenada y regular. Un documento relevante que, sin ser vinculante, establece los principios y enfoques que se deberán utilizar para gestionar los flujos migratorios a nivel internacional durante las siguientes décadas. Todos los países están involucrados en el desplazamiento de personas, bien como países de origen, de transito o de destino. Según datos de las Naciones Unidas, existen unos 250 millones de migrantes en todo el mundo, aumentando un 60% en los últimos 25 años. El 50% de ese total reside en diez países industrializados: Australia, Canadá, Estados Unidos, Francia, Alemania, España, Reino Unido, Federación Rusa, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos. Es un fenómeno que afecta a todo el planeta y que es propio de las sociedades globalizadas, donde la mundialización económica implica la movilidad y flexibilidad de todos los factores productivos, incluida la mano de obra, lo que ha dado origen a una generalización de las migraciones internacionales. La globalización de las comunicaciones y el abaratamiento de los transportes, así como la actuación de una manera cada vez más generalizada de mafias que trafican con personas, ha supuesto una movilidad cada vez más generalizada de la población. España ha tenido un protagonismo en este proceso, ha pasado de ser un país tradicionalmente de emigración a un país de inmigración. Muchos españoles marcharon a finales del siglo XIX, huyendo de la pobreza o de las persecuciones políticas, instalándose principalmente en América del Sur. Tampoco podemos olvidar la llamada “migración golondrina”, buscando una oportunidad de trabajo en el Norte de África, principalmente en Marruecos. Por último, más reciente tenemos la emigración a Europa en la postguerra, donde muchos de nuestros familiares han sido protagonistas de estos movimientos poblacionales, buscando salir de la pobreza enquistada como un cáncer en la sociedad española de la primera mitad del siglo XX. En los últimos 25 años España se ha convertido en un país de acogida de inmigrantes, aunque la población extranjera en nuestro país de una forma significativa hunde sus raíces en los años sesenta del siglo pasado. Desde “finales de los noventa”, es el periodo que se ha producido un mayor incremento y una mayor diversificación de la población extranjera en España. Desde el 2006 al 2016, la población inmigrante ha registrado uno de sus mayores aumentos, pasando de 3 millones a 5 millones, a la vez que se ha diversificado los orígenes de procedencia. La acogida y la hospitalidad no ha supuesto un gran problema, ya que todavía no hemos olvidado nuestra historia y de donde venimos, muchos españoles tuvieron que hacer el mismo camino que muchos inmigrantes en la actualidad. La hospitalidad, la acogida del otro, ha formado parte de la esencia y de nuestra historia como españoles. Es patrimonio de nuestra cultura, de nuestro propio ser en la cultura europea. Por estas tierras han pasado muchos pueblos desde la época prerromana que han dejado su impronta y su visión del mundo que han ido configurando lo que somos. Acoger al otro, sobre todo en apuros, ha sido algo consustancial a las relaciones de las personas y de los pueblos, configurándose como un elemento esencial del progreso humano. Vemos en la actualidad, que la acogida y la hospitalidad, es un sueño inalcanzable en las fronteras de nuestro país, al menos en la frontera sur. Personas que huyen de la miseria y del infierno de la pobreza, multiplican sus sufrimientos al cruzar las fronteras, en una humanidad extenuada por los obstáculos, donde son “más prójimos” de la muerte que de la solidaridad. Cerramos nuestras fronteras con alambradas y cuchillas para romper los sueños de una vida mejor de los que nada tienen y apaciguar los miedos de nuestras sociedades privilegiadas. Cientos de muertos en el mediterráneo con sus sueños abandonados en el mar, negándoles incluso, la ayuda humanitaria como el alimento y el agua. Muchos son deportados en “caliente”, por no hablar de las cárceles CIEs (Centro de internamiento para Inmigrantes) sin las condiciones mínimas de habitabilidad. Sorprende que, en un país como el nuestro, envejecido y con tasas de crecimiento que podían ser negativas, esté calando en la sociedad el discurso del miedo a los inmigrantes. Muchos no se sonrojan, incluso creyentes católicos, al afirmar que los inmigrantes son delincuentes, que están quitando el trabajo o que se están aprovechando del Estado y la Seguridad Social. Un discurso que está siendo aprovechado por los partidos extremistas y que está calando en la derecha, proyectan la idea que la inmigración es una amenaza. Se olvidan, como dice Francisco, que la Iglesia se extendió a todos los continentes gracias a la migración de misioneros convencidos por la universalidad del mensaje de salvación en Jesucristo, destinado a hombres y mujeres de todas las culturas. No son aceptables los discursos políticos que tienden a culpabilizar a los migrantes de todos los males y a privar a los pobres de la esperanza. La buena política está al servicio de la paz, respeta y promueve los derechos humanos fundamentales. El aumento de la población activa produce un aumento del PIB, ya que hay más genta a mano para trabajar y más en un país envejecido. Por otro lado, un inmigrante además también aumenta la demanda, necesita vivienda, alimentarse, vestirse, ir de compras, pagar impuestos, sostener las pensiones. Su mera existencia hace que haya más consumo y ese consumo, a su vez, aumentará la demanda de empleo. La realidad es la inmigración tiene siempre efectos positivos y los costes sociales son mínimos. Nuestro país tiene un modelo de integración de la inmigración. La primera fase es de acogida a las personas migrantes, cubriendo las necesidades básicas y después de nueve meses, se supone que esas personas ya pueden encontrar un trabajo, ahorrar algo de dinero durante otros nueve meses y después tener algo de autonomía. A pesar de lo positivo del modelo, tiene sus déficits, posiblemente esos nueve meses son insuficientes, además el programa es deficitario en los aspectos educativos, no siendo fácil la obtención de la ciudadanía española. Es necesario, como se ha anunciado en Marrakech, un fondo de integración coordinado entre el Estado, las Autonomías y los Ayuntamientos. Más allá de las actuaciones concretas, debemos recuperar la solidaridad si queremos construir una sociedad más justa y habitable. Educar en la solidaridad es mirar desde el corazón la realidad del otro que sufre y está herido en su dignidad de persona y, que se nos manifiesta como no-persona desde el momento en que es tratado como cosa. Este principio de solidaridad es un imperativo categórico del corazón humano, también de la ética y la política si queremos tomarnos en serio los derechos de todos. No se trata de saber quién es mi prójimo; eso lo sabemos, el mundo es pequeño, y más con FB, TV y demás “media”, sino de hacernos prójimos, cercanos en presencia y ayuda, unos a los otros.
No se trata ni siquiera de saber qué dice el Credo sobre el prójimo, eso lo sabe hasta el escriba (amar a “dios” y amar al prójimo). El tema es hacernos prójimos a los otros. Hemos aprendido a subir a la luz y a bajar al fondo de los océanos; sabemos enriquecer uranio, pero lo queremos saber para nosotros, no que otros prójimos (como los iranios) lo sepan, no sea que utilicen mal el invento. Sabemos casi todo lo sabible, pero no queremos hacernos prójimos. Baste leer la prensa española o británica estos días, lo que dicen los de Voz/Vox y los llamados Ciudadanos del mundo, los Populares de pueblo o los Sociales de socio. El tema de hacerse o no hacerse prójimos de todos, en especial de los caídos del camino, como en la parábola de hoy, de los heridos por mafias‒bandidos, o los encerrados/expulsados por grandes “estados”. El tema no es si podemos, sino si queremos y lo hacemos, como le dijo Jesús al escriba‒político de turno, tras contarle la parábola del Samaritano: Vete y haz tú lo mismo. Éste es quizá el tema (dos amores) y la parábola (sacerdote+levita+publicano, con ladrones y heridos de la vida…) quizá más importante de la historia, tal como se cuenta en Lc 10, 30‒37. Quien quiera conocerla bien, vaya al libro de J. P. Meier, Un Judío Marginal V, el tomo dedicado a las parábolas (o al libro que escribimos J. A.Pagola y un servidor) y descubrirá cosas sorprendentes, que pueden resumirse así: INTRODUCCIÓN. DIEZ “TESIS PREVIAS” Jesús no contó esta parábola al pie de la letra, tal como está en Lc 10, pero ella ofrece quizá el mejor retrato de Jesús, el resumen más certero de su pensamiento y de su vida: No se trata de saber en teoría quién es mi (nuestro) prójimo, sino de hacerme (hacernos) prójimos de los demás, como aquel samaritano. Entonces ¿Quién inventó esta parábola…? (Lc 10, 30‒37). Inventarla nadie; estaba ahí, estaba ahí, en el “aire”, como la estatua de Moisés en el mármol de Carrara, con todos sus elementos. Pero fue posiblemente Lucas quien la formuló de esta manera, como explicación y aplicación del texto anterior (Lc 10, 25‒29), que sí parece haber sido formulada por Jesús, uniendo en uno los dos “mandamientos”: amar a Dios y amar al prójimo. ¿Pero esta parábola no habla de Dios? No habla, no. De Dios habla el texto anterior, con los dos mandamientos: amar a Dios y amar al prójimo, y parece que la gente ya sabía (creía que sabía) lo que es amar a Dios. El tema es “quién es mi prójimo” para así poder amarle. Así pregunta el “escriba”, una especie de abogado de la iglesia. El evangelio de Lucas responde poniendo en la boca de Jesús la parábola del Buen Samaritano, que muy posiblemente no la dijo Jesús, pero que refleja a maravilla su enseñanza y movimiento mesiánico‒social, para acabar de forma paradójica, diciendo no importa la teoría (quién es mi prójimo), sino la práctica: cómo hacerte prójimo. Ciertamente, como prueba J. P. Meier, Jesús enseñó en parábolas (y los evangelios le atribuyen por lo menos unas 40), aunque de forma estricta sólo cuatro parecen seguramente suyas: Grano de mostaza, invitados al banquete, viñadores homicidas y talentos… (como indicaré un próximo día). La mayoría de las parábolas (¡las más famosas! Hijo pródigo, ovejas y cabras, diez novias…) han sido “inventados” por cristianos, en la línea de Jesús, pero eso que parece “pérdida” es quizá la mejor ganancia: Jesús fue un hombre que no sólo enseñó, sino que enseño a enseñar, contando parábolas, y así, en su línea, para precisar su mensaje y movimiento, la iglesia primitiva fue una exuberancia de parábolas, creadas, recreadas y contadas por gentes cuyo nombre ignoramos. Pablo, que sabía otras cosas interesantes, era un poco negado para contar parábolas, otros le ganaban. Lo mismo pasa con Juan, que era un místico, pero que apenas cuenta parábolas. Las parábolas de los evangelios sinópticos fueran formuladas por cristianos imaginativos y valientes, entre el 30 y 100 d.C. Pero después, la iglesia posterior en su conjunto ha dejado de contar parábolas, y ha escrito sobre cosas mucho menos importantes: Ha formulado una teología muy seria, ha creado una jerarquía muy vistosa, ha organizado el derecho canónico… pero de parábolas casi nada. Esa es la desgracia: La primera iglesia, cuya memoria recogen Marcos, Mateo y Lucas inventó muy pronto has casi 50 parábolas, que nos siguen sosteniendo hasta el día de hoy… Después prácticamente ninguna. ¡Así nos va! No, no puedo echar la culpa a la iglesia. Yo me dedico a cosas de estas cosas de Iglesia, y he escrito quizá hasta casi 50 libros de gorda teología, pero parábolas ninguna… ¡Me da mucha vergüenza! Tendría que haber sido al revés: ¡Unos cuatro libros de teología, pero 5 parábolas! Así nos va, hemos hecho una iglesia sin parábolas. Pienso que Jesús y sus “evangelistas” Lucas y Mateo (tejedores de parábolas) se avergonzarían de nosotros… APUNTES PARA UN COMENTARIO A LA PARÁBOLA DEL BUEN SAMARITANO Y con esto dejo el pórtico del libro de J. P. Meier, y paso a al texto y parábola, Lc 10, 25‒37, que consta de dos partes, con el debate entre Jesús y el buen escriba sobre la buena ley (los mandamientos) y la parábola siguiente. Empiece el lector, si le parece, leyendo por sí mismo el texto. Empezará viendo que el “credo” cristiano incluye en principio dos mandamientos de amor (amar a Dios y amar al prójimo), ninguno de doctrina (un tipo de dogmas teológico), ni de prácticas sagradas (ir a mira o celebrar determinadas ceremonias). Este doble mandamiento recoge la experiencia más profunda de la teología israelita, que se funda en el Shema, que trata del amor a Dios, es decir, al principio de la vida (a partir de Dt 6, 4-9; cf. también Dt 11, 13-21 y Num 15, 37-41) y se amplía en la llamada al amor al prójimo, (tomada de Lev 19, 10). Así empieza el texto: En aquel tiempo, se presentó un Maestro de la Ley y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna? Él le dijo: ¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella? "Él contestó: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo. Él le dijo: Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida (Lc 10, 29‒29) Dos mandamientos. Fe común para judíos y cristianos El Maestro de la ley, hombre del Libro, interpreta a Dios como alguien que tiene poder para mandar, es decir, para imponer unos preceptos a sus criaturas, en este caso a los judíos. Ciertamente, su pregunta es buena y veremos que Jesús la admite, pero está sesgada al suponer que en el principio se halla la entolê, es decir, aquello que Dios ha mandado cumplir a los hombres. El problema no está en que los mandatos sean numerosos (más tarde se recopilan 248 positivos y 365 negativos, en total 613), pues muchos de ellos resultan obvios para los que viven dentro de una sociedad organizada en esa base. Por eso, situados en su propio contexto, los judíos del tiempo de Jesús y sus sucesores no se pueden tomar como legalistas en el sentido peyorativo del término. No son legalistas, pero piensan que su vida se encuentra fundada sobre leyes de Escritura/Tradición que se presentan como voluntad de Dios. De todas maneras, es importante discernir: saber dónde se encuentra el centro y clave de los mandamientos, como hace nuestro escriba. No los discute; quiere organizarlos de forma que puedan integrarse como un todo armonioso. Esta es la función de los escribas: traducir una Escritura histórica/narrativa en formas de código legal. Por eso, en el fondo de los mandamientos buscan el mandamiento, como si los 613 preceptos se pudieran condensar en una misma y única raíz. Pues bien, este escriba sabe, es un buen judío: sabe que todos los mandamientos se resumen en dos. Es un amor en dos amores, dos artículos del “credo” cristiano Este credo es un credo fácil y en principio pueden aceptarlo no sólo los cristianos, sino también los judíos, y otros creyentes (budistas, hindúes) e incluso no creyentes, siempre que 'Dios' sea símbolo de aquello que define y sustenta en plenitud a los humanos, sabiendo que ha llegado el 'tiempo' de la plenitud. Pero es un credo exigente, pues implica descubrir al prójimo y amarle (es 'como yo'). Teóricamente parece más fácil creer en la Trinidad y otros 'dogmas' cristianos, judíos o musulmanes, pues lo que ellos piden puede aceptarse básicamente, sin cambiar vida de los fieles. Pero, de hecho, este mandato de amor al prójimo, unido al del amor de Dios, es más exigente y define toda la vida y acción de los fieles. Este es un credo de racionalidad comunicativa y supone que los hombres pueden y deben comunicarse, pues se encuentran fundados en una Gracia antecedente de Amor que es Dios, a quien conciben como principio de toda unión de amor. Este es un credo de comunión inter-humana: el creyente encuentra a Dios como Amor en las raíces de su vida (en su corazón y en su mente), descubriendo que puede y debe amar a los demás como 'otro yo', aceptarles como diferentes. El tema es entender el sentido del prójimo Hay una tendencia a entender el prójimo en línea de grupo nacional, familiar, social, distinguiendo así los de “cerca” (los nuestros) y los otros. Prójimo sería ante todo el cercano, aquel que forma parte de mi grupo social y religioso, del buen sistema. Con él me debo vincular, a él he de amar de modo peculiar, al menos mientras dura el tiempo de prueba y división de nuestra historia. De esa forma, el shemá (escucha...) puede encerrar a quien lo afirma en los muros de un grupo (Israel), de manera que el amor a Dios confirme y ratifique la identidad de los elegidos de la alianza (los judíos). El amor se interpreta así en sentido restrictivo y se aplica conforme al talión: "Habéis oído que se ha dicho: amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo" (Mt 5, 43). Prójimo es el hermano israelita: es 'como yo', es de mi pueblo. El mandato del amor ratifica, según eso, la propia distinción y justicia de los 'justos', construyendo una muralla en torno a la Ley de Israel (o al Evangelio de Jesús). En esa línea se puede hablar de un amor de sistema: de hermanos a hermanos, de buenos a buenos, dentro del “buen Estado” o del buen grupo, conforme a una circularidad sagrada o conveniencia de conjunto. Ese amor vale para triunfar y puede interpretarse como inversión económica (amar para que te amen, dar para que te den, como un en banco: cf. Mt 5, 43-48 par; Lc 14, 7-14) y calcularse según ley, pero deja fuera de su círculo a los otros, los caídos a la vera del camino, como el que bajaba de Jerusalén a Jericó (cf. Lc 10, 30) y los hambrientos, exilados, enfermos y encarcelados de Mt 25, 31-46, que no caben en el buen sistema. Un amor abierto hacia los distintos. Jesús ha expandido el alcance de prójimo, abriéndolo a todos los hombres y mujeres y de un modo especial a los excluidos de la 'alianza pura': publicanos y pecadores, enfermos y excluidos. En esa línea sigue el texto: "Yo, en cambio, os digo: amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial que hace brillar el sol sobre malos y buenos..."(Mt 5, 45 par). Sólo es universal el amor ofrecido al enemigo, es decir, al otro, al que está fuera de mi círculo, favoreciendo así, de un modo gratuito y desinteresado, a los expulsados del propio pueblo, iglesia o conjunto social. Esta es la interpretación mesiánica del shemá: ha llegado el tiempo. Jesús y sus seguidores aman y ayudan en concreto a los expulsados, superando así la amistad o solidaridad de grupo. Amar a los demás 'como a uno mismo' supone buscar el bien de ellos, en cuanto distintos, con su propia identidad individual o de grupo (como musulmanes o paganos...), no para obligarles a ser como yo, integrarles en mi grupo. Este amor rompe todo sistema de ley, todo sistema de “ortodoxia cerrada”. Por eso, el cristiano es un israelita que traduce la experiencia del amor de Dios como amor a los impuros, que parecen y son un peligro para el sistema. La confesión cristiana supera la identidad anterior de la Ley y los grupos de sacralidad cerrada, desde una experiencia superior de gratuidad, que es fuente de comunión entre todos los hombres. Novedad de Jesús, la parábola: Da la impresión de que los buenos escribas saben quién es Dios y el modo de amarle rectamente, pero no saben quién es el prójimo y amarle. La respuesta de Jesús introduce aquí la revolución cristiana de Dios, con la parábola del buen samaritano, que da un sentido nuevo a todo lo anterior; quien entienda esa parábola y la practique entiende y “practica” al Dios cristiano, respondiendo a la pregunta del escriba “¿quién es mi prójimo: Pero el maestro de la Ley, queriendo justificarse, preguntó a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo? Jesús dijo: "Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje, llegó a donde estaba él, y, al verlo, le dio lástima, se le acercó, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo: "Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta. ¿Cuál de estos tres te parece que se hizo prójimo del que cayó en manos de los bandidos? Él contestó: "El que practicó la misericordia con él. Díjole Jesús: "Anda, haz tú lo mismo (Lc 10, 30‒37). Como he dicho, esta parábola parece que no viene de Jesús en su forma externa, al menos tal como aquí se cuenta (los argumentos que desarrolla J. P. Meier me parece pertinentes). De todas formas, esta parábola recoge el sentido más profundo de la vida y mensaje de Jesús, y sólo ha podido formular alguien que conoce por dentro la doctrina y movimiento de Jesús, su forma de romper fronteras y de hacerse prójimo de los demás. Éstas son algunas de las “novedades” de la parábola: Jesús Samaritano. El evangelio de Juan recoge el insulto de algunos “judíos ortodoxos” (en la línea de los buenos escribas y sacerdotes) que acusan a Jesús de “samaritano” (Jn 8, 48). Jesús no aparece aquí como sacerdote ni levita, sino como un samaritano, es decir, como un hombre que se hace prójimo de los demás El sacerdote y el levita no se hacen prójimos, quizá por su misma identidad sagrada: son funcionarios de un templo, representantes de una sanidad y sacralidad organizada en torno al santuario de Israel, con sus sacrificios. No se les puede echar nada en cara, van a lo suyo, tienen sus prioridades, para eso han sido “ordenados” Por el contrario, el samaritano no está “maleado” por ninguna religiosidad sagrada de tipo grupal, de manera que puede hacerse prójimo concreto del hombre que está necesitado Pero el herido sigue al borde del camino, en patera o en frontera, en barrio marginal o en selva saqueada por los ricos. Esta parábola de Jesús nos sitúa ante esos heridos concretos, por encima de un tipo de razón clasista e impositiva que actúa por talión o ley y quiere que amemos sólo a los demás en cuanto sirven o valen para nuestros intereses. Este Jesús de la parábola (un Jesús samaritano) afirma de hecho que cada prójimo es presencia de Dios y fuente de identidad para el creyente (¡ves al herido, ves a Dios, decía San Juan Crisóstomo!). Éste es el Jesús que se ha hecho prójimo de enfermos, expulsados, condenados. Hay un tipo de amor al prójimo que no es amor samaritano. Es un amor que vale para mantener los propios privilegios, nuestra estructural social, económica o religiosa, un amor que puede interpretarse como inversión económica (amar para que te amen, dar para que te den, como un en banco: cf. Mt 5, 43-48 par; Lc 14, 7-14). Éste es un amor que puede calcularse según ley, pero deja fuera de su círculo a los otros, los caídos a la vera del camino, como el que bajaba de Jerusalén a Jericó (cf. Lc 10, 30) y los hambrientos, exilados, enfermos y encarcelados de Mt 25, 31-46, que no caben en el buen sistema. Pero, en contra de eso, el samaritano de Jesús expresa la importancia y la exigencia del amor sobre el sistema. En contra de una iglesia no samaritana. Hay un tipo de Iglesia que quiere cerrarse en su buen sistema de ley y de ortodoxia, diciendo a todos los que tienen que hacer, lo que tienen que ser, en la línea del levita y del sacerdote de Jerusalén. Es una Iglesia muy buena, pero deja poco lugar para “samaritanos auténticos”. Ciertamente, esa Iglesia admite y valora mucho a los “samaritanos controlados” dentro del buen sistema, pero tiene miedo de los samaritanos libres, que van por ahí, sin entrar después en su redil (con el samaritano de Jesús). EXCURSO. EL TEMA DEL HOMBRE DESNUDO El sacerdote y el levita parecen estar más interesados en el “prepucio” del robado y herido que en su necesidad. El texto dice que miraron y vieron y dieron un rodeo… ¿Qué vieron ellos? ¿Qué miró y qué vio el samaritano? Hay que fijarse bien en las palabras. La parábola dice que los “bandidos” desnudaron y robaron al hombre del camino No se dice que tuviera cartera, pero tenía vestidos y podían ser buenos, porque probablemente venía del templo, de la fiesta religiosa. Le dejan desnudo, que significa aquí impotente…, sin posible defensa. En un sentido, todos los desnudos son iguales, sobre todo si están heridos, con sangre, de manera que no puede distinguirse al rey del mendigo, al millonario del pobre diablo de la calle. Nos hallamos ante un hombre desnudo sin más signos que su humanidad doliente….Es un desnudo golpeado, de aquellos de quienes decía Jesús: “estuve desnudo y me vestisteis o no me vetasteis… (Mt 25, 31-46). Pero aún los desnudos tienen ciertos signos, como saben los forenses: son blancos o negros, hombres o mujeres, con bala o sin bala… Pero éste desnudo de la parábola tiene que ser un varón, porque es importante que tenga o no prepucio. El texto dice que le han desnudo y golpeado, sobre la carne viva, quizá por sadismo, quizá para que no pueda protestar y seguirle…Así le dejan, desnudo y medio muerto, probablemente al borde del camino. Le dejan semi-muerto, lo que significa que no se sabe si está muerto o no…, que hay que mirar bien para saberlo (acercarse, escuchar si respira, tomarle el pulso. Pero sigamos Bajaba por allí un sacerdote, iba por allí de igual modo un levita… Se dice que el sacerdote “bajaba" (también katebainen) y lo mismo el levita. La precisión es muy importante. Si estuvieran subiendo tendrían quizá prisa para llegar al templo y, sobre todo, tenían que estar “puros” para hacer los sacrificios. Por eso tenían que “mirar al herido”. Si era un muerto con prepucio resultaba complicado ayudarle, porque era en principio impuro (no era judío, los judíos se conocían bien, mirándoles al prepucio). Si era un pagano (con prepucio) había que dejarle allí, pues manchaba (¡un prepucio es obsceno para algunos), no les dejaba rezar bien…El texto no dice lo que era, pero le deja allí desnudo, a la mirada de hombres de templo… Si el herido estaba de hecho muerto las cosas resultaban aún más complicadas, porque los muertos manchan a los sacerdotes (no les dejan celebrar con pureza…). Aquí un Dios de templo y levita no ayuda. Muchos dicen que lo que importa es conocer a Dios, que llevemos al mundo la experiencia de Dios… más que la pura curación física. Eso está muy bien, pero hay casos como éste en los que “el Dios de sacerdotes y levitas” (¡Dios de templo!) no ayuda nada, sino todo lo contrario. Hubiera sido mejor que levita y sacerdote no creyeran en Dios, ni tuvieran templo, sino que simplemente “se compadecieran”. Además hay otro detalle: Se dice que bajaban, es decir, que ya habían hecho los rezos; por eso, no tenían problema de marcharse por unas horas (pasada la noche podrían limpiarse ritualmente de nuevo… Bajaban y, sin embargo, parece que iban “de oficio”, bien puestos… Tenían cosas de Dios de las que tratar, iban llenos de templo… Por eso (¡tenían mucho Dios, pero un Dios del malo!) dieron un rodeo ante el hombre herido, con prepucio o sin prepucio, muerto o vivo y se fueron con su Dios (pero sin humanidad). El samaritano no subía ni bajaba (al menos no se dice), sino que iba por allí (odeuôn). No se dice su oficio (pastor o traficante, kohen del Garizim o curioso…). Ciertamente, era un hombre de valor, pues, siendo samaritano se atrevía a pasar por un camino cercano a Jerusalén (aunque no se dice que entrara). Era un hombre sin más prejuicios que la humanidad y mirando tuvo compasión… Esta palabra es la central, la que recoge todo el mensaje del Antiguo Testamento donde Dios se dice que Dios es “compasivo”, ser de entrañas… Pues bien, este samaritano es como Dios (esplagnisthê): simplemente, tiene compasión. Este samaritano conoce a Dios (actúa como Dios, con compasión) a diferencia del levita y del sacerdote, preocupados al parecer por prepucios. Mirando… (idôn). Ésta es la palabra central. Sacerdote y levita también han mirado: de los dos se dice lo mismo (idôn)… Pero sólo el samaritano ha mirado bien y ha tenido compasión. También en este gesto el samaritano es “como Dios”, al que se define como aquel que mira a los heridos y oprimidos (Ex 3, 7-8). ¿Ha mirado el prepucio? ¡Lo más seguro que no le importaban los prepucios, las purezas judías, sagradas, de templo…! Le importaba el hombre… ¿Ha mirado si estaba muerto? ¡Ciertamente! Ha mirado, ha tocado y ha visto que estaba vivo. Ha tocado, está es la palabra. Sacerdote y levita no podían “tocar” cuerpos con prepucio, para no mancharse, pues acababan de tocar los vasos sagrados… El samaritano, en cambio, toca… Trae aceite, que es buena medicina, y limpia y cura las heridas… Trae una cabalgadura, que es buena ayuda para caminantes, y monta al herido… ¿Le ha vestido? ¿Dónde le lleva? No se dice si el samaritano vistió al herido… aunque ahora ese detalle es secundario… De todas formas, parece seguro que le vistió, para ponerle en su cabalgadura (¿burro, caballo?), pero eso no importa… De esa manera, podemos decir que el herido va “vestido” con el amor de un hombre, con el amor que siendo amor es “gracia”. Desde ese fondo han hablado los teólogos del hombres herido y desnudo (spoliatus, vulneratus…) al que hay que vestir y acoger y curar… Nos gustaría pensar que le llevó al templo, para que le curen los sacerdotes. Pero no, no se dice. Quizá no era un buen sitio el templo, porque los sacerdotes podrían seguirle robando (el evangelio dice que el templo era una cueva de bandidos). El texto dice sólo que le montó en su mula o cabalgadura y que le llevó a un lugar donde podían acogerle y curarle. Quizá lo llevo a la posada de la esquina de los publicanos (que allí los había, como bien sabe Lucas: 19, 5-8). Simplemente le lleva a un lugar donde puedan curarla, sin tener en cuenta si tiene o no tiene prepucio, como a un hombre. Conclusión. Un prodigio de parábola “sin Dios”. Dios es importante, es lo central, como saben muchos comentaristas de mi blog. Pero esta parábola es una parábola sin Dios, es decir, sin un Dios explícito. Es una parábola que va en contra de los profesionales de Dios (¿de aquellos? ¿de los de ahora?). Es un prodigio, no cita a Dios y sin embargo todo en ella es de Dios, todo es Dios. No cita a Dios, ni siquiera al final, para decirle al buen escriba (nomikos) que ha hecho las preguntas: “¡Vete con Dios"! Ni eso le dice. Lo que importa aquí es la “misericordia” (eleos) y el que hace misericordia ése es como Dios, ése es Dios en la tierra, aunque no hable de Dios y sea un samaritano, aunque eso significa (¡y significa!) que dejemos a un lado el tema de los buenos o malos prepucios, el tema de muchas impurezas legales. La única impureza es no tener misericordia. A una casa de pueblo puedo subir por algún medio extraordinario como por ejemplo una grúa. Pero lo normal es subir por la escalera. Se trata de subir poco a poco, peldaño a peldaño.
Así pasa con la fe cristiana. Partimos muchas veces de pensar que las personas ya son cristianas. Y puede ocurrir que sí, tienen un barniz, unas costumbres religiosas, un lenguaje eclesiástico, unas costumbres piadosas. Pero falta lo fundamental: conocer a Jesús, enamorarse de Él, dejarse poseer por Él; Realizar sus obras, escucharle, conocerle, acogerle; Que el Evangelio nos cautive. Hay Pablos que viven una conversión de repente al descubrir a Jesús y tienen una experiencia creyente fuerte. Pero lo más normal es ir subiendo poco a poco las escaleras de la fe. No soy psicólogo ni cosa por el estilo. Pero vivo la experiencia de que hay un Camino que recorrer. Primero es preciso encontrarse con las personas: su vida, sentimientos, alegrías, penas… A la vez, profundizar en la propia vida, vivir en intensidad mi realidad con sus logros, fracasos, miedos… Y preguntarnos muy hondo los porqué de nuestra existencia. Luego creo que es preciso de alguna forma escuchar la Palabra de Dios. A través de la Biblia, a través de testigos de Dios, a través de acontecimientos religiosos, celebraciones, lecturas… Un papel muy importante lo desempeñan en este proceso los Testigos: personas que me reflejan a Jesús con sus obras, palabras y testimonios. Caminamos con el valor muy importante del grupo o comunidad. Entre varios es más fácil captar a Jesús. Las palabras trasmitidas por otras personas calan profundamente en mi interior. Necesitamos conocer, acoger, el Evangelio: el Mensaje de Jesús; su Persona, su anuncio, su Reino, su vida, su muerte y Resurrección. Dejarme enganchar por Él. No se trata de amarle a Él, sino sobre todo, dejarme amar por Él. Y no puede faltar la oración. Mejor la contemplación; escuchar, acoger, meditar, vivir la Presencia y la acción de Jesús. Todo este proceso me lleva a las obras, a realizar el Reino de Dios, a hacer un mundo nuevo en justicia y amor. Un proceso señalado muy por encima pero que es preciso. Muchas veces cuando estoy en una misa dominical, me pregunto cuántas personas han vivido este proceso y cuántas viven el barniz religioso pero sin haberlo profundizado. Creo que este es el gran problema que tenemos en la comunidad eclesial: personas que participan, algunas muy a menudo, otras circunstancialmente, pero ¿cuántas son capaces de dar razón de su fe? ¿Cuántas viven con una fe personal, consciente, significativa? ¿Hemos dado los pasos? ¿Hemos ido -vamos caminando- por las escaleras de le fe? La catequesis infantil nos deja con cuatro ideas colgadas de un hilo. Es necesario seguir profundizando, viviendo, creciendo en la comunidad. Pero ¿existe en la realidad esa comunidad de creyentes en Jesús…? Para otro día. Las vacaciones son un cuchillo de doble filo. Por un lado traen un paréntesis, un relax largo tiempo apetecido: la posibilidad de romper con el trabajo, con la tensión de la ciudad y los problemas cotidianos. Por otro, precisamente esa ruptura nos enfrenta con nosotros mismos. El estrés, el ritmo frenético de la vida cotidiana, su ruido, sus incitaciones informativas, publicitarias y consumistas, se han convertido en una poderosa droga que nos tiene atrapados.
Vacaciones significa silencio, puestas de sol en el mar, largos horizontes en el campo o la montaña. O en todo caso una parada en la misma ciudad, donde baja la densidad del tráfico, donde las tiendas se cierran y el tiempo parece transcurrir más lentamente. Bien es verdad que algunos huyen despavoridos a emborracharse de otro ritmo ensordecedor en los resortes playeros o en los viajes turísticos en los que capturan frenéticamente diapositivas que no calan en el interior. Pero en toda hipótesis la gente se resiente de mayor soledad cuando llegan estas fechas. Un amigo me dice que literalmente “odia” las vacaciones, porque se descabala más. No es extraño. Las vacaciones son como un catalizador, un tubo de ensayo en el que se aprecian más los contrastes y se aprende que uno es algo más que lo que hace, uno es lo que es. Un día me encontré en una lejana a playa a un hombre llorando. Se hospedaba en un lujoso hotel, tenía dinero, simpatía y ligaba con facilidad. Pero en aquel momento, sentado en una roca frente al mar, se preguntaba qué había hecho con su vida: No tenía a nadie. Se había separado de su mujer y nunca podía ver a sus hijos. “Ahora sé que he vivido con una careta, vestido de un personaje que no soy yo. Ahora sé que estoy desnudo frente al mar”, decía. Las vacaciones son un tiempo estupendo para escuchar el silencio. El silencio es como un estilete que hace un agujero en nuestra superficialidad. Por eso, la gente huye del silencio y de la contemplación de la verdad, la mirada original a la naturaleza. Es un tiempo privilegiado para separar las telarañas que hemos acumulado durante el año. Al hacerlo, podemos toparnos de pronto con la soledad. Pero la soledad no es tal. Hay una secreta compañía en el universo que te dice “eres amor”, aunque no la veas. Entonces, si perseveras en ese silencio, puedes volver a empuñar las riendas de tu vida y volver a casa tonificado disfrutando de una alegría que no está fuera, sino dentro de nosotros. Incluso aunque no hayas salido de casa. Porque nada importa el qué, sino el cómo; porque nada importa dónde nos vayamos de vacaciones. Lo que importa es quién se va de vacaciones. El problema es que nuestra sociedad se ha inventado la manera perfecta de impedir, con su atronadora nube de ruidos que nos acompañan a todas partes, que gocemos del silencio, en una palabra, que disfrutemos de vacaciones. |
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