1. ¿Cuál es el tema?
Se trata de dar con la diana, de modo que nadie se quede sin entenderlo. Y el tema va de sabernos atrapados por un sistema de vida inompatible con el Evangelio: el sistema capitalista neoliberal. El obstáculo mayor lo representa el mismo sistema, que erige en propietarios a una minoría de productores, los consagra dueños y crean su máquina mediática para interiorizar ese sistema en el yo de la gente y lo sanciona como derivado de la voluntad de Dios. Muchas de las limitaciones y sufrimientos que nos rodean, no son efecto del fatalismo o de la voluntad de los dioses, sino de ese sistema que canoniza el egoismo, la avaricia y la ley del más fuerte. El problema se plantea con fuerza cuando dicho sistema lo confrontamos con el proyecto de Jesús, antítesis del egoismo, de la desigualdad , de la injusticia y de la enemistad de unos con otros. La realidad del cristianismo se inicia en Jesús, se desarrolla con su vida y culmina en el duelo sostenido con el imperio de Roma y el sanedrín de Jerusalén. Ambos, por distintas razones, se unieron para descalificarlo, perserguirlo y crucificarlo. Conviene pues convenir: ¿Hablamos del cristianismo originario o del cristianismo histórico? ¿De cuál partimos para analizar el momeno presente? Creo estar en esto la clave para entrar a hacer luz sobre lo que pasó en el desarrollo posterior del cristianismo:un caminar fiel a su origen fundacional y otro en alianza con el poder político. Historia ésta de ayer y de hoy, en la que no es difícil reconocer a seguidores y traidores. 2. El proyecto de Jesús La vida pública de Jesús comienza con el bautismo en el Jordán . El compromiso que ahí toma es el de crear una sociedad nueva , basada en unas relaciones de justicia y amor, una sociedad alternativa, consciente de que tendrá intereses y poderes que intentarán impedírselo. Jesús cuenta con esa oposición, pero sabrá superarla: nunca separará su fidelidad a Dios de su entrega a los hombres y de vencer el afán de dominar a los demás. La causa que Jesús predica y para la que vive, es el reino de Dios, que hace posible una sociedad nueva, basada en la justicia y el amor, digna del hombre. La sincronía perfecta entre Dios y Jesús, permite la comunicación definitiva entre lo humano y lo divino, en El encuentra su lugar natural el amor de Dios por la humanidad. Quien quiera conocer de verdad a Dios, no tiene sino conocer a Jesús y hacer lo que él hizo. Nadie como él puede contarnos quién y cómo es Dios. El resto debiéramos saberlo: Jesús anuncia su Buena Nueva en su sociedad, en medio de la política existente y dentro de las instituciones judías. Y en un tiempo en que era enorme la expectativa de la llegada del reino de Dios, que sería inaugurado por el Mesías. Todos esperaban ese reinado desde diversas visiones y actitudes. Todos coincidían en lo mismo: el reinado de Dios sería el régimen teocrático de Israel, con eliminación del poder romano y con su posterior dominio a través de las instituciones tradicionales: Monarquía, Rey, Templo. 3. Amar a Dios y al prójimo como a uno mismo es estar dentro del reino de Dios. El evangelista Marcos dice que cuando Jesús se va a Galilea lo hace “para pregonar de parte de Dios la Buena Noticia. Se ha cumplido el plazo, ya llega el reinado de Dios. Enmendáos y creed en la Buena Noticia” (Mr 1, 14). Y Mateo añade: “Quien esto hace –amar a Dios con todo el corazón y al prójimo como a uno mismo- está dentro del reino de Dios” (Mt 12, 29-34). Y Marcos lo confirma : “El que pierda su vida por mi y la Buena Noticia, la salvará” (8,34-38) Y a los discípulos, que discutían sobre quién sería el más grande en ese reino, Jesús les dijo avergonzados: “El que entre vosotros quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos” (Marcos 9,33-35); “Os aseguro que cualquiera se haga tan poca cosa como este chiquillo, ése es el más grande en el reino de Dios; y el que acoge a un chiquillo como éste por causa mía, me acoge a mí” (18, 3-5); Y Lucas: “El que es de hecho el más pequeño de todos vosotros , ése es grande (9,48). 4. Jesús de Nazaret traicionado y condenado ¿A quién puede extrañar que Jesús acabara siendo crucificado? Justo en la capital de Jerusalén, a la vista de los más altos dirigentes religiosos, enseña y actúa como un hombre libre y enseña a ser libre y liberarse de todas las opresiones creadas por los hombres. Esa libertad le lleva a revolucionar la magen que de Dios poyectaban los guias religiosos de Israel. El conflicto era inevitable, pues criticaba de arriba abajo su sistema, el sistema que ellos habían montado y que controlaban: docrina, prácticas, ritos. Jesús anunciaba una nueva imagen y relación con Dios de la que brotaba una sociedad más igualitaria, más justa y más pacífica. En realidad, removía los cimientos de la sociedad judía. Lógicamente , el conflicto era ineludible, los dirigentes no lo toleraban e iban a calumniarlo, juzgarlo y condenarlo. Ante ese conflicto, Jesús se empeña en ir a adelante, y sabe muy bien que Dios no le va a ayudar milagrosamente, sino que le a va a dejar solo, como le pasa a cualquier otro ajusticiado; a su Dios no le corresponde intervenir en un mundo que ha creado libre, y que va a respetar al máximo, lo cual le desposee de la grandeza y omnipotencia que la teología helénica y hebrea le habían otorgado. El Dios de Jesús es otro, tan respetuoso con lo que El ha creado, que aparecerá como anonado, limitado, vulnerable, pobre, derrotado y no como el Dios ligado a la fuerza y el poder. ¡Un escándalo! Y unos y otros, ante la ausencia de ese Dios omnipotente y justiciero, la aducirán como prueba de que Dios no estaba con él y su mensaje era falso. Por otra parte, se negará lo evidente y se enseñará que su muerte ignominiosa fue exigida por Dios mismo, como pago a la ofensa recibida y que requería para ser debidamente saldada la sangre y muerte de una víctima de valor infinito: Dios lo habría sacrificado por nuestro pecados. La verdad es otra: la muerte de Jesús tiene causa en su modo de vida, que subvierte el poder político y religioso de Roma y de Jerusalén y que le dan sentencia de muerte, no en la voluntad de Dios. 5. Un retrato de la vida y comportamiento de Jesús En tiempos de Jesús , lo normal era vivir conforme al grupo. Sin embargo él comenzó por no dejarse impresionar por la erudición de los Escribas, discrepaba de ellos, cuestionaba la Tradición, la autoridad, todo supuesto inamovible. Jesús aparece como un hombre que tiene el valor que le dan sus convicciones, sin rastro de miedo,sin temor a originar escándalo, o a perder su reputación e incluso la propia vida. Se mezcla con los pecadores y parece disfrutar de su compañía, se mostraba tolerante respecto a las leyes, no parecía sublevarse ante lo que los dirigentes de su pueblo consideraban la gravedad del pecado. Y era naural su trato con Dios. No poseía buena reputación, se le clasificaba como a un pecador más, era amigable su trato con las mujeres y también con las prostitutas, le importaba un comino el prestigio a los ojos de los demás, no buscaba la aprobación de nadie. Sus adversarios le reconocían ser honrado y audaz (“Sabemos que eres sincero y que no te importa de nadie, porque no miras la condición de las personas, sino que enseñas con franqueza el camino de Dios” ( Luc 12,14). Nunca pudieron acusarle de hipocresía o miedo, pero al mismo tiempo le acusaban de estar poseido por el demonio, de ser un borracho, un glotón, un pecador y un blasfemo. Jesús no recabó para sí otra cosa que designarse y ser designado como el “hijo del hombre”, sinónimo de humano y lo hacía así en lugar de decir yo. Simplemente pretendía afirmar su identificación con el hombre en cuanto hombre. Sorprende a los dirigentes cuando dice que el “hijo del hombre” es dueño del sábado, tiene poder de perdonar los pecados y padecerá violencia a manos de los hombres. Las señas de la identidad de Jesús son su hmanidad, sin que necesite ningún título, función o dignidad. Encomienda a sus discípulos que nadie debe dejarse llamar Rabbí, Padre, Preceptor, pues lo definidor de todos es la hermandad: “Todos vosotros sois hermanos”. Y actuó con una autoridad ajena por completo a la ejercida por los grandes de este mundo: “Sabéis que los jefes de las naciones las dominan y que los grande les imponen su autoridad. No será así entre vosotros; al contrario, el que quiera hacerse grande, sea servidor vuestro y el quiera ser primero, sea siervo vuestro” (Mt 2º0, 25-27). Jesús alaba a todo aquel que realiza la liberación, no le importa quién sea, con tal que la gente sea liberada (Cfr. Albert Nolan, “¿Quién es este hombre”, ST, 1981, pp. 192-204). 6. El programa de Jesús A Jesús es fácil reconocerlo por su programa: . Hay que amar incluso al enemigo. . Hay que perdonar y ser misericordioso. . Hay que practicar la justicia y esta limpio de corazón. . Hay que ser sinceros, ecuánimes y veraces. . No se debe tolerar la exclusión y humillación de nadie. . Hay que aborrecer el orgullo y la dureza de corazón. . Hay que tener preferencia por los más pobres yolvidados. . No hay que apetecer mandar sino servir. . Hay que trocar la avaricia por el compartir. . Es detestable el dinero obtenido a base de explotar a los demás. . No hay divisoria entre el amor a Dios y a los hombres, pues ambos son una misma cosa. . No se puede contraponer el acá al allá, la muerte a la resurrección, pues si Dios es el principio de todo lo creado, es también su fin. 7. El estilo de vida que define a los discípulos El estilo de vida del Nazareno –no unos ritos o unas prácticas ocasionales- es lo que define a los verdaderos discípulos. Y el estilo es una unidad de vida coherente, no una cosa de horas o de días, de espacios privados o públicos, para cuando las cosas van bien o van mal, sino para todo momento y lugar. Si Jesús no hubiera vivido como vivió, si no hubiera defendido los valores que defendió, si se hubiera dejado comprar por la fama, el dinero o el placer, si no hubiera sido coherente, no hubiera tenido que afrontar la pasión y crucifixión y seguramente habría llegado a viejo, habría muerto pacíficamente en la cama y no violentamente en la cruz. La causa de Jesús fue, pues, simple: crear con todos una familia nueva, sin exclusión ni discriminación de nadie, en igualdad, viviendo y tratándose como hermanos y, en todo caso, sabiendo que la grandeza de sus seguidores está en el servir, en ser los últimos en el beneficio y no en el mandar. El lo resume todo en el amor a Dios y al prójimo como a uno mismo. Su máxima utopía es ser buenos como Dios, amar como Dios, dar la vida por las personas que amamos.
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Se estima que nació unos 6 años a.C., cuando Israel era colonia romana. Desde su niñez residió en Nazaret de Galilea. Fue un humilde trabajador judío dedicado a labores artesanas como su padre José. Con “una fe que mueve montañas”, al llegar a la madurez fue discípulo del profeta Juan el Bautista. Al recibir el bautismo de Juan como un pecador más entre otros, Jesús debió sentir una iluminación interior, por la que tomó conciencia de ser hijo amado de Dios para cumplir una misión: anunciar que Dios es Padre de los seres humanos y que estaba cerca de irrumpir su reinado de paz y justicia en la Tierra.
Jesús no tuvo pretensiones de fundar ninguna religión ni iglesia, sino la de renovar la religión judía que se había corrompido y estaba en manos de “guías ciegos”, conforme a los orígenes profundos del Yahvismo. Estimaba que, haciendo suyas las palabras del profeta Isaías, el Padre le enviaba a “liberar a los oprimidos y a dar buenas noticias a los pobres”; destacando en su excelente mensaje de liberación: las Bienaventuranzas, el Padre Nuestro y el juicio final (o fundamental). Aunque actuó localmente sus pretensiones sobre el Reino de Dios eran universales. Si los israelitas se amaran –pensaba Jesús–, acabarían los pueblos alabando a su amado Dios-Padre. Es decir, el Reinado de Dios que comenzaba en Israel, se extendería por la Tierra como “levadura en la masa”. Desde que el tetrarca Herodes Antipas apresó a Juan, decapitándolo después, Jesús se fue a Galilea a anunciar la irrupción del Reinado de Dios-Padre que consideraba inminente, con signos de misericordia, curaciones de enfermos y comidas fraternales. Durante unos dos años (o uno, según algunos teólogos), la misión por el Reino de Dios la ejerció, acompañado de discípulos y discípulas, de forma itinerante en aldeas y poblados de campesinos y de pescadores alrededor del lago Tiberiades pertenecientes a la región de Galilea; siendo el poblado de Cafarnaúm como su centro de operaciones. Eso sí, dado que en las ciudades de Galilea (Séforis y Tiberiades) residían los explotadores, los terratenientes y las opresoras autoridades, nunca fue en misión a ninguna gran ciudad excepto a Jerusalén, por ser ésta el centro espiritual de Israel. Más tarde, fue a las poblaciones de Judea para anunciarles el Reino de Dios. Por último, anunció el Reino en el Templo de Jerusalén, asombrando a los creyentes y escandalizando a las élites religiosas, por sus maravillosos mensajes sobre el amor de Dios a los pobres y valientes denuncias a las élites; pero, sobre todo, por su acción profética al tumbar las mesas de los cambistas y vendedores de palomas como signos de la sustitución del templo judío corrompido por el nuevo templo de la comunidad del Reino. Anunciar un reino de forma pacifista, aunque sea de Dios y no de un hombre, sin el permiso del César ni la autorización de Herodes Antipas, ni del Sumo Sacerdote Caifás, era peligroso en aquel tiempo tan convulso del siglo I d.C.; máxime, cuando las multitudes que le admiraban aumentaban continuamente. Varios líderes judíos que se arrogaron ser el Mesías, fueron ajusticiados por rebeldes al pretender establecer el reino soberano de Israel mediante las armas. Si últimamente andaba Jesús escondiéndose de la persecución de Herodes Antipas, con esa acción profética ‘no violenta’ de denuncia a las autoridades judías por haber “convertido el templo de oración al Padre en cueva de ladrones” echando a los mercaderes fuera del templo, le acarreó la sentencia de muerte. Después que se despidió de sus discípulos en una última cena cargada de tensión emocional, los romanos, por instigación de las autoridades del Sanedrín, lo crucificaron entre dos rebeldes (se supone un día antes de la Pascua). Ya lo enterraran en una tumba nueva de José de Arimatea, ya, lo echaran en una fosa común (lo más probable), lo cierto es que las discípulas y los discípulos pronto le sintieron vivo, presente entre ellas y ellos, de una manera nueva y misteriosa, pero real. ¡Jesús ha resucitado!, esa es la fe de los amigos de Jesús y de las Iglesias de fieles que fueron apareciendo en los más de veinte siglos posteriores. Si el proyecto del Reinado de Dios, quedó interrumpido con la crucifixión que padeció Jesús, continúa manifestándose entre los seres humanos y las colectividades a partir de su resurrección. Progresivamente los discípulos integrados en el movimiento cristiano, motivados por su fe, le fueron asignando títulos a Jesús: En vida le llamaron maestro, profeta y Mesías. Pero es a partir de la fe en la resurrección cuando le van añadiendo otros atributos: Señor, Salvador e Hijo de Dios; para terminar por considerarle Dios-Hijo, Dios de Dios y Segunda persona de la Trinidad, que con el Padre y el Espíritu forman el único Dios verdadero. Varios teólogos entre los que destaca Bultmann, desde la primera mitad del siglo XX y en el marco de una cultura secularizada, van desarrollando el método de la crítica histórica de carácter científico aplicada a la investigación sobre Jesús. En el profeta de Nazaret se distingue “el Cristo de la fe del Jesús de la historia”. Actualmente hay creyentes que les fascina el hijo de María y José como hombre lleno de Dios y no tanto como Dios-Hijo. Jesús es admirable para humanistas, ya sean cristianos y/o agnósticos. Visión de Jesucristo actualizada Para muchos bautizados, las relaciones con Jesús son, desde la fe, en su existencia de resucitado y de acuerdo con el testimonio que nos dio como personaje histórico. Los Evangelios transmitieron su gran figura excepcional, profética, reveladora de Dios-Padre, impulsor del Reinado de Dios, animador de fraternidad entre personas y pueblos, pero sobre todo por su misericordia liberadora de los oprimidos. Muchos cristianos sentimos como Jesús nos ha motivado para tratar de vivir en pobreza (si se quiere en austera generosidad, evitando el consumismo y la acumulación de bienes materiales). Ello, no es óbice para gozar alegre y prudentemente de los inmensos recursos que Dios nos ha dejado en la naturaleza y a través de la creatividad y laboriosidad humana. Si la pobreza evangélica (que comprende la solidaridad), se cumpliera en la Tierra, tendríamos repúblicas democráticas fraternales sin hambrientos, ni marginados, ni víctimas de la violencia. Muchos religiosos, estiman que el celibato es un don de Dios, como igualmente lo es el matrimonio; siempre que ambos sean asumidos libremente por cada persona y los empleemos al servicio del Reinado de Dios, de la paz, de la justicia y de la fraternidad. Innumerables creyentes estimamos que debemos colaborar con la Comunidad Eclesial para anunciar a personas y pueblos, al propio Jesucristo histórico y resucitado que vive entre nosotros. Él es la revelación plena de Dios-Padre. Viendo a Jesús vemos al Padre. Expandir el Reino de Dios, conforme a los signos de los tiempos, que él trajo a la humanidad, es colaborar para hacer posible la vida y la paz, la justicia y la libertad, la dignidad personal y los derechos humanos, así como la fraternidad y el bien común. Si la Iglesia no evangeliza, es decir no libera y fraterniza, no es Iglesia. Tan humano como lo fue Jesús, solamente pudiera serlo Dios mismo. Gracias a Jesús, sabemos que Dios es amor, es Padre y Madre, es el liberador de los oprimidos y de los pobres. Siendo hijo de la humilde pareja israelita María y José, Jesús destacó entre sus conciudadanos por su inmensa misericordia para con los que sufren; puso las bases para reformar los sistemas opresores ya fueran políticos e imperiales, económicos y comerciales, culturales y artísticos, religiosos y espirituales. Por el Magníficat de María sabemos que Jesús con su mensaje y su testimonio, sigue animando a los creyentes a creer en el Dios de los marginados. El Padre sigue desterrando a los poderosos y elevando a los humildes, despidiendo vacíos a los ricos y colmando de bienes a los pobres. En la fe y por la fe, muchos experimentan a Jesús como el amigo que nos ayuda en nuestros problemas, el Profeta que nos anima al compromiso por otro mundo mejor. Jesús es un ejemplo de espiritualidad humanista; es el más humano entre los humanos, es el modelo a seguir en la liberación de los pueblos y clases oprimidas conforme a los signos de los tiempos. En la Iglesia, a pesar del “pensamiento único’ que tratan de imponer determinadas jerarquías eclesiásticas, innumerables creyentes viven conforme a una nueva cosmovisión cristiana que comprende: transformar la estructura vertical de la propia Iglesia en una nueva estructura horizontal e igualitaria; la proclamación del Padre-Dios que se manifiesta en toda religión junto a la necesidad de la unidad interreligiosa de las distintas confesiones para colaborar a la paz; la unidad en Cristo desde la diversidad de visiones y compromisos; la separación de Iglesia y Estado para que vivamos libremente los creyentes en el seguimiento de Cristo; impulsar en la Iglesia la pobreza evangélica y la solidaridad con los marginados capaz de frenar la acumulación de los enriquecidos; un estilo de vida humilde y servicial que supere las ansias de poder de las élites; el compromiso por la justicia y la fraternidad como base para superar el capitalismo neoliberal; la teología de la liberación como motor para construir la gran comunidad igualitaria universal; el discernimiento teológico y bíblico mediante el método crítico-histórico basado en la ciencia, que supere las interpretaciones literales, mágicas y espiritualistas de la Biblia; la acción pacifista como estilo político y social para construir un mundo mejor que acabe con la violencia de los fuertes contra los débiles; la prioridad del sacerdocio común de los creyentes y las creyentes por encima del sacerdocio ministerial; la lucha por superar el patriarcado imperante para lograr la igualdad entre hombres y mujeres en la Iglesia y en la sociedad; y por último, el esfuerzo común cristiano para promover el profetismo por encima de liturgias y ritos. El seguimiento de Jesús nos exige el esfuerzo de amar a Dios amando al prójimo, tanto a amigos como a diferentes y contrarios, incluso a enemigos, fundamentado todo en el amor a los pobres. Basado en la humildad, tratemos de ver junto a las limitaciones y defectos, las cualidades y virtudes de los demás, así como ser conscientes de nuestros defectos e impotencias y nuestras cualidades y carismas. Todo ello sin dejar el compromiso por la justicia, la liberación de los pobres y la denuncia profética como medio de amar a las élites opresoras. Perdonando de corazón, y solicitando perdón cuando las circunstancias lo requieran busquemos amar y orar por todos. En definitiva, ser cristiano nos exige, la conciencia de que somos limitados, asumiendo el esfuerzo humilde de amar hasta que llegue un día de que seamos capaces de dar la vida por los demás. Mejor servir que ser servido, admirando las capacidades de servicios que superan a las mías en otros cristianos y cristianas, de otros grupos y movimientos. Por mucha piedad calificadora que se tenga, resultan demasiadamente tímidos los pasos que se están dando en la Iglesia respecto a la reivindicación de la mujeres para ser y actuar en la misma, en plenitud de derechos y deberes, como el hombre. Lo del diaconado femenino y la constitución de una comisión para el estudio de la veracidad y proporciones en la historia de la Iglesia, con lejanas posibilidades de su reinvención en la actualidad, a muchos, y a muchas, se les antoja una concesión ritual puramente estética. La Iglesia-institución, es oficialmente misógina por naturaleza, sin que a Jesús –doctrina y ejemplos de vida-, se le pueda achacar la más lejana responsabilidad en ello, sino todo lo contrario.
Calificar y proclamar como avance, adelanto o progreso en la tarea de la equiparación hombre-mujer, con argumentos como el de la hipotética influencia que el diaconado femenino le supondría, es fantasiosa y arriesgada maña y astucia para distraer, o acallar, las actuales reivindicaciones del “otro”, y hoy “ex -devoto” sexo, con sobradas razones para ello. Son muchas las respuestas a tan sorprendentes, y para muchos, escandalosas preguntas, del por qué no sean ya sacerdotes las mujeres hoy en la Iglesia católica. “Ya” y “hoy” son términos a tener en cuenta con todo rigor, y de cuyos capítulos principales de la historia tiene referencias personales el “vaticanólogo” Celso Alcaina, “integrado en Roma durante doce años, de los que ocho formó parte de la Curia del Vaticano, excepcional testigo y protagonista, que tan directa y personalmente conoció la Curia, el Cónclave, el Colegio Cardenalicio, el celibato eclesiástico, el ecumenismo, los seminarios, las canonizaciones y el matrimonio canónico”. Fruto de tales y tantos conocimientos y experiencias, es su reciente libro “Roma Veduta-Monseñor se desnuda”, cuyo tema concreto de “El sacerdocio femenino y la imposibilidad de su imposición, permisión y ejercicio en la actualidad”, le dedica varios e importantes párrafos y consideraciones relacionadas con el Opus. El autor del libro, en sus páginas 250 y ss., cuenta lo siguiente: “Estoy en el renacentista “Palazzo del Sant´Uffizio”. Dan Álvaro Portillo, llamado “del Portillo” desde su incorporación al Opus, con un gran manojo de papeles en mano, me saluda en castellano. Desde hace unos cinco años nos encontramos en el “Coetus Consultorum” –“La Consulta”- con otros veinte clérigos. Don Álvaro, Secretario General del Opus Dei, y mano derecha del “Padre”, no era teólogo. Era ingeniero de caminos, y había estudiado lo más elemental de teología en un cursillo cuando iba a ser ordenado sacerdote en 1944, y posteriormente obtendría la licenciatura en Derecho Canónico en el “Angélicum”. “El papa Pablo VI había pedido a la “Consulta” del Santo Oficio un estudio sobre el sacerdocio de las mujeres. Don Álvaro estaba siempre dispuesto. Sus ponencias solían superar a veces las 100 páginas, mientras que las de los demás oscilaban entre cinco y veinte. Su fundamentación se reducía a un elenco de textos bíblicos, de Santos Padres, de concilios y de autores escolásticos. Todo acrítico. Lo que hubieran dicho los Santos Padres, o un filósofo, por anacrónico que fuera, eso iba a misa. Si un concilio definió algo en base a un texto bíblico tendencioso o erróneo, nadie debería discutirlo. Sus ponencias rezumaban “Denzinger” y “Concordancias de la Biblia” (Antiguo y Nuevo Testamento), y con ellos llenaba páginas y páginas... Los demás consultores no se atrevían a pronunciarse y, si alguno discrepaba, don Álvaro se presentaba como el verdadero defensor de la ortodoxia y la Tradición, y tachaba a los demás de herejes. En sus dictámenes e intervenciones jamás estaba el Concilio Vaticano II, como si este aún no hubiera sucedido. “En el tema concreto del sacerdocio femenino, se remontaba al Génesis, al Levítico, a los patriarcas y a los sacerdotes de Israel, y concluía que las féminas están excluidas del sacerdocio, y que Jesús escogió a doce hombres, y no a mujeres, para constituir y continuar su Iglesia, afirmando que la jerarquía no tiene poder para cambiar el plan de Jesús. Todo esto envuelto en una nube machista de afirmaciones, frases, razonamientos, humillaciones e insultos hacia la mitad del género humano. Repetidamente citaba a san Pablo y a su pretensión de silenciar a la mujer, dedicándoles a las madres, hermanas, hijas y aún monjas, un florilegio de frases tomadas de los Santos Padres de la Iglesia, hasta “ofensivas para oídos piadosos”, como las siguientes: “Las mujeres fueron creadas esencialmente para satisfacer la lujuria de los hombres”.”No permito a la mujer enseñar, ni tomar autoridad frente al marido, sino estar en silencio”. (San Juan Crisóstomo) “Las mujeres no deben ser ilustradas ni educadas en forma alguna. De hecho, deberán ser segregadas, ya que son causa de insidiosas e involuntarias erecciones (¡¡) en los santos varones”. “La mujer es un ser inferior y no está creada a imagen y semejanza de Dios. Corresponde, pues, a la justicia, así como al orden natural de la humanidad, que las mujeres sirvan a los hombres. El orden justo solo se da cuando el hombre manda y la mujer obedece” (San Agustín) “Si la mujer no se somete al hombre, que es su cabeza, se hace culpable del mismo pecado que un hombre que no se somete a Cristo”. ”Nada más impuro que una mujer en el periodo. Todo lo que toca lo convierte en impuro” (San Jerónimo) “La mujer es inferior al hombre en virtud y en dignidad“. “En todo lo que se refiere al individuo es defectuosa y mal nacida, porque el poder activo de la semilla masculina tiende a la producción de un perfecto parecido en el sexo masculino, mientras que la producción de una mujer roviene de una falta de poder activo” (Santo Tomás de Aquino) “Como es obvio, prosigue el autor de “Roma Veduta”, la negación del sacerdocio femenino no es achacable al Opus. Mi testimonio no va más allá de una anécdota curial. Como en otros temas doctrinales o disciplinares, el Opus ha dejado su impronta en este nada intrascendente. Puede que Pablo VI abrigara alguna esperanza de cambio en la materia, al proponer su estudio al Santo Oficio. La conclusión del “Coetus consultorum”, confirmada por los cardenales, sirvió al papa Wojtyla para reafirmar y zanjar el asunto y en su “Ordinatio Sacerdotalis” de 1944, se atreve a afirmar que “la Iglesia carece de facultad para conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser definitivo para todos los fieles”. Es cuanto concluía Álvaro del Portillo. Y el ex Santo Oficio en 1995 aclaró que “la imposibilidad del sacerdocio femenino ha sido “propuesto infaliblemente por el magisterio ordinario y universal y exige asentimiento incondicional”. Y aquí, y ahora, a nuestros teólogos y teólogas, les formulo, entre otras, preguntas como estas: ¿”Roma locuta, causa finita”? Con tan profundos, extensos y previsibles cambios socioculturales que en relación con la mujer nos desvelan felizmente la historia y la sociología, ¿no es ya concluyente que se oponga la Iglesia tan radicalmente, sin la mínima humildad, para la aceptación, inspiración y urgencia de los mismos, y aún de otros? ¿Dejarán de ser hijos, e hijas de la Iglesia, quienes no comulgan con las interpretaciones anexas al Opus, aun cuando estas se hayan convertido oficialmente en “palabra de Dios”? ¿Qué límites tiene la aseveración pontifical de que la imposibilidad del sacerdocio femenino ha sido propuesta infaliblemente por el magisterio ordinario y universal y exige total asentimiento? ¿Qué argumentos de la teología-ficción pueden hoy aportarse para su demostración y prueba? ¿Qué consecuencias, en esta vida y en la otra, les reportará a los católicos la no aceptación, o duda, de esta “doctrina”? ¿Se supeditará también la salvación eterna de tantos miembros de la Iglesia a la creencia, o increencia, de tan pontificales aseveraciones? En el caso, por demás frecuente, en la historia eclesiástica, de que un día se cambie de opinión, y otros “pontífices” corrijan tal desaguisado y descomedimiento, ¿se pedirá públicamente perdón a la humanidad, y de qué forma se intentarán corregir tan graves perjuicios ocasionados tantas veces, aún en el orden social y familiar, y no solamente “religioso”? ¿En qué proporción y medida queda herida la fiabilidad de una institución como la Iglesia, -dogmática e intolerante de por sí-, expuesta a irresponsables insensibilidades de consultores y “expertos” interesadamente elegidos, “en conformidad con la voluntad del Señor y al servicio del pueblo fiel”(¡¡)? El tema es relevante, y por demás, y a estas alturas, sobre la viabilidad histórica del diaconado femenino y su posible reactivación, sacramentaria o no, no será jamás la solución que se precisa y se urge. La “metanoia” -reconversión, cambio y penitencia- de todo cuanto se relaciona con la mujer y la Iglesia-institución, es quehacer decisivo y perentorio. Es y hace verdadera Iglesia a la Iglesia, que se dice “nuestra, santa, madre, católica y apostólica”. De la salvadora y pastoral mano pontificia, que mece y remece la Amazonía y tantas otras comarcas y países de la Iglesia católica, se alienta la esperanza de que lo antes posible cuanto se relaciona con la mujer- sacerdote y el celibato opcional pase a ser un capítulo más reciente de la historia del Opus. Siempre una imagen ha valido más que mil palabras, especialmente en estos tiempos de redes sociales en los que en la pantalla de nuestros celulares van pasando fotos que nos provocan reacciones, que expresamos con un simple clic. Esta mañana ha aparecido una imagen que es un paso a más, seguro que no todo el mundo lo ve así, de que Francisco quiere a las mujeres cada vez más cerca de él.
Cuentan desde dentro de la sala sinodal que cuando una mujer habla Francisco presta especial atención a la pantalla que está en frente de él. No sólo quiere escuchar, quiere ver sus rostros, sus reacciones, pues como ya les ha dicho a algunas de ellas en esos pequeños círculos que se forman en los momentos de pausa, quiere que hablen, y que lo hagan sin miedo. De hecho, en alguna ocasión el Papa ha dicho que cuando plantea un problema a hombres y a mujeres, las reacciones son diferentes, ellas tienen visiones que enriquecen decisivamente a la hora de ofrecer soluciones. En el aula sinodal están presentes, según informaciones, 38 mujeres, representantes de los pueblos originarios, religiosas, agentes de las pastorales sociales, mujeres de Iglesia, que ya hablan sin miedo de la necesidad de nuevos caminos, que seguro ya se los han hecho ver a Francisco, pues como ya he escuchado a alguna mujer, inclusive algunas de las que participan de la asamblea, “las mujeres sabemos aprovechar las brechas”. Se van dando pasos, los nuevos caminos se van construyendo, es tiempo de esperanza, de kairós, tiempo de Dios, que también tiene rostro femenino y que a través de las mujeres nos está diciendo que cambiemos y que hagamos realidad una Iglesia más acorde, no con los tiempos modernos, sino con el Reino, que es lo que está en el origen y fundamenta todo. Si hay un asunto relacionado con la regulación de la vida de la sociedad que sea exasperante, ése es el de la eutanasia. Pues es tan enervante como el empeño de hacer entrar en razón el humanista a un ideólogo del mercantilismo, del capitalismo o del neoliberalismo…
Y es desasosegaste razonar sobre la eutanasia, porque la argumentación sólo puede interesar como recreo discursivo personal, para poner en orden uno mismo sus ideas, o para compartir el razonamiento con el lector eventual que apenas lo necesita pues ya está convencido de la “lógica” de la eutanasia aunque sólo sea por instinto. Porque frente a quienes se oponen desde sus escaños a la eutanasia, de nada sirve argüir. Se oponen porque sí. No hay ni un solo alegato mínimamente sólido capaz de justificar el disparate. El único que pretenden hacer valer es el del riesgo de abusos criminales. Y a eso sólo les puede responder que preocúpense los poderes públicos de hacer atractiva la vida de los vivos, y déjense de preocuparse tanto por los riesgos que pueda conllevar la eutanasia de los moribundos que sufren y de los que están hartos de vivir porque la vida se les hace insoportable. Ayuden a vivir a quienes por culpa de esos poderes viven mal, y dejen morir con su ayuda a los que quieren abandonar esta vida. Hay tantos riesgos de abusos en una sociedad donde se proscribe la eutanasia, como en donde está instituida. Pues, si optar por la muerte propia, suicidarse, es un derecho personal, siempre que no se involucre a otra persona, elegir la muerte indolora y bella, que no otra cosa significa eutanasia, habida cuenta las sustancias con las que cuentala sociedad, debe ser un precepto. Los impedimentos o las trabas a la eutanasia de esos otros que sólo por formar parte del poder los interponen, sólo se explican por el capricho o por una deformación cultural que hunde sus raíces en creencias religiosas irracionales o en ideas arcaicas que ya quedan configuradas como prejuicio. Resulta así cuando eso sucede, que reclamar la muerte bella o digna frente a quienes ordinariamente están en el poder médico, religioso, político y judicial es, como en otras muchas cosas, enfrontarse a la insensatez, a la impostación del pensamiento y al absurdo. Pues son gentes engreídas y obtusas que niegan la eutanasia al común de los mortales pero se la reservan para sí mismos y eventualmente para sus allegados. Así es que no voy a esforzarme en razonar lo obvio, que es lo más difícil de explicar. Pues quien se opone a la eutanasia, al igual que quien pone el interés de la persona física por encima del interés de la persona jurídica, el mismo que subordina el bienestar del individuo al beneficio de la empresa y de las corporaciones, es porque es un necio o un depravado que desde su posición prominente siente placer negando la eutanasia a quien desprecia porque considera socialmente inferior bajo la excusa de garantías. Lo mismo que quien detentando el poder negase un alimento suculento a unos, pero se lo dispensa a otros. Por otra parte, en este asunto de la eutanasia ocurre algo similar a lo que sucede en materia del aborto. Quienes legislan sobre el aborto -los hombres- no son quienes debieran. Habida cuenta su cómoda e irrisoria aportación a la vida, debieran legislar sobre el aborto en exclusiva las mujeres. Del mismo modo, aunque en este caso no sean ellos sólo los puntualmente concernidos pues la situación extrema se da a cualquier edad, legislar sobre eutanasia debiera ser competencia exclusiva de ancianos. El argumento es simple: quienes mayoritariamente hacen las leyes, y ésta sobre la eutanasia es otra de ellas, son individuos de edades intermedias que, conscientemente o no, se comportan, piensan y viven como si fuesen a ser eternos. Por ello se permiten legislar en contra. Y cuando en la vejez o en la disyuntiva que les obliga a determinarse sobre sí mismos o sobre otra persona de su entorno familiar, o lo resuelven fácilmente porque pertenecen al club de los privilegiados, o ya es tarde para corregir lo que un día decidió su estupidez o su nula voluntad… Cuando mis hermanos y yo éramos pequeños, solíamos cometer travesuras, como es natural. Y cuando nuestros padres nos interrogaban para descubrir al culpable, siempre nos gustaba echarnos la culpa unos a otros acusando al inmediato inferior hasta llegar al más pequeño. De modo que, cuando llegaba el interrogatorio al benjamín, este terminaba echándole la culpa al gato; y era así que, mis sufridos padres, casi siempre se quedaban sin descubrir al culpable.
Lamentablemente, nuestros inmaduros e irresponsables políticos, así parecen actuar cuando, de forma pueril, se echan la culpa unos a otros de no ser capaces de formar gobierno y de tener que repetir elecciones. Aunque, en este caso, todos sabemos que no hay un culpable, sino culpables. Cuando Lillanna Kopp se preguntó durante las sesiones del Concilio Vaticano II, ¿a dónde van?, ¿por qué se van?, en su corazón de profeta estábamos nosotras y nosotros. Ella escuchó a la Ruah, como mujer no le era permitido hablar durante el Concilio, pero sí escuchar, rezar, pensar, estudiar, crear.
Había que actualizar todo. Era una obra gigantesca. Sin amedrentarse, asumió su responsabilidad. Y puso su persona: mente, corazón y fuerzas, al servicio de aquel momento histórico, bisagra entre el pasado oscuro ya, y, la emergente: nueva comunidad cristiana. Se van, se iban, nos vamos, porque el vino nuevo es para gente nueva, para comunidades nuevas. Corría el año 1970, era la vida religiosa, sobre todo la femenina, en USA y Canadá -donde ella se movía y facilitaba “una puesta al día”- según palabras de los Padres Conciliares, la que sufría una hemorragia de gente joven y preparada. ¿A dónde van? Se saben llamadas a vivir en profundidad los consejos evangélicos, pero están buscando algo que todavía no tiene forma, estaba en gestación en el corazón de diferentes mujeres y hombres del momento. Y con la humildad de quien se sabe hija de Dios y empoderada hasta los dientes de una fuerza creativa, dadora de vida, -eso es lo que el celibato es-, Lillana lanza una iniciativa, y un grupo de unas 30 mujeres dan a luz, desde su búsqueda e insatisfacción con lo existente, a una forma nueva de vida consagrada, que se abrirá también, en igualdad al laicado. Tendrá que ser no canónica: dentro de las iglesias, pero libre del control directo de las jerarquías, para que pueda crecer con libertad y creatividad, para que pueda dar respuesta, sobre todo, a la demanda de cientos de mujeres preparadas, entregadas, que se sentían languidecer en estructuras cargadas de polvo de siglos. Así nace Las Hermanas Para la Comunidad Cristiana. Comunidad abierta, no canónica por ser ecuménica: abierta a personas de otras iglesias cristianas, colegial, profética, respuesta del Espíritu a un momento histórico. Mujeres, hombres, consagrados, casadas, viudas, solteros, separados, jóvenes, menos jóvenes… en los cinco continentes, unas 3.000 personas nos llamamos Hermanas Para la Comunidad Cristiana (S/BFCC: Sisters/Brothers For Christian Community). Personas con varios doctorados, jueces, empresarias, profesores, educadoras, teólogas, médicos, cajeras, obispos, ordenadas, barrenderos… de todas las razas. Llegó a España el año pasado a través de nosotras, Carmen y Magdalena y queremos compartir la experiencia con vosotras y vosotros. Es con “temor y temblor” y mucho gozo, que hoy, en mi oración del amanecer, sentía que la Ruah, a través de las palabras de nuestra hermana y fundadora Lillanna Kopp, me decía lo mismo: ¿A dónde van? Veo multitudes asistiendo a retiros, encuentros, espacios de silencio, tantos, que nuestros obispos se ponen nerviosos porque no pillan, como jerarquía, que la gente se mueva hacia dónde se mueve la vida. La iglesia nos dio algo de doctrina… pero no espiritualidad profunda. Es otro paradigma. Los pioneros de la historia saben que éste es el vino nuevo del Espíritu para este momento histórico: una espiritualidad nueva, personalizada, impregnada de palabra y de vida y de justicia y de igualdad. Pero, sobre todo, una espiritualidad sin gurús. No podemos sustituir la figura del cura por un maestro espiritual, por buenísimo que sea. Sustituir el “oír misa” por “oír a otros y otras”. El paradigma actual nos indica un camino de colegialidad e igualdad. Claro que la formación que estas personas proporcionan es un regalo de Dios. El peligro está en hacernos consumidores de, sin encontrar cómo nosotros y nosotras, pueblo llano, podemos desarrollar todas nuestras capacidades y talentos para la humanidad. Esa formación nos da la fuerza para escuchar a Dios directamente. Nos quita las inseguridades y nos abre al Espíritu que nos habla desde ese silencio habitado. Desde ahí, tenemos fuerza y motivación para abrir caminos desandados, como peregrinas y peregrinos; ligeros de mochila y llenas de esperanza. Al descubrir, “on line”, a través de un artículo, la comunidad S/BFCC, nosotras iniciamos un proceso de verificar que no era un sueño. Las dos hemos cumplido los 60. Somos soñadoras con los pies en el suelo. Ha sido año y medio de conocimiento mutuo y de estudio orante de su ideología. Este verano, después de dejar la comunidad a la que habíamos pertenecido 40 años, hicimos nuestro compromiso final con esta nueva comunidad. Reconocemos que España nos resulta difícil. Después de vivir años en Australia, y sobre todo en USA… aquí la unión iglesia-estado nos ha dejado un panorama bastante desolador si lo comparamos con otros países. En USA hemos hecho pastoral universitaria seria, entre otras pastorales, y sin éxitos superficiales, hemos experimentado sobre todo menos agresividad e indiferencia. Pero estamos aquí, aquí aceptamos ser enviadas. Y posiblemente portadoras de esa Vida Nueva que experimentamos a través de una comunidad que no tiene jerarquía de ningún tipo, todo se decide colegialmente después de orar y estudiar los temas a tratar. No tenemos propiedades en común como desnudez evangélica. Cada persona trabaja para su sustento y cada persona es apoyada al máximo en que desarrolle los talentos recibidos para la humanidad. Es por todo ello que sentimos la responsabilidad de compartir tanta riqueza, y proponemos hacerlo, además de desde un estilo de vida… de forma estructurada en 4 fines de semana a lo largo del año, para que podáis participar. También ofrecemos mucho contenido “on line”; incluso la Pascua de este año 2019, con más de 3.000 entradas gracias a la publicación del enlace por Eclesalia y Fe Adulta, además de nuestro blog y página web. El objetivo es presentar una comunidad alternativa, con humildad y generosidad. Regalo de la Ruah para el siglo XXI. Iniciada por una mujer que falleció hace muy poco, que como tú y como yo era una buscadora, enamorada de Jesús y peligrosamente abierta al Espíritu. El contenido es tan liberador, tanto, que aunque no te interese lo más mínimo conocer otra comunidad, simplemente por abrirte a algo con sabor a madurez evangélica, merece la pena. En España y Latinoamérica, en la lengua de Cervantes, nos sentimos invitadas a salir al encuentro de tantas y tantos que “somos buscadores de caminos y respuestas para nosotros y para nuestros hijas y nietos”. Educadores, familias, personas sensibles a la vida, a la naturaleza: es para vosotros. Cuatro fechas:
Las personas que lo deseéis y podáis, todos los meses una mañana de Sábado en Vizcaya. Y para todos y todas, tenemos salud y fuerza, podemos viajar y ofrecer estos programas y esta vida que nos desborda, en otros lugares (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia). Los cristianos estamos desconcertados, no importa la manera tengamos de entender e interpretar el evangelio. Hubo un tiempo en el que los más piadosos y ortodoxos parecía que tomaban ventaja en saber lo que Dios quería decirnos. Sentían la seguridad en sus rezos, ritos y costumbres por encima de la realidad que les rodeaba, creyendo de buena fe que la perseverancia en lo tradicional prevalecería sobre tanto desatino, flor de un día, y que el catolicismo tradicional volvería a imponerse en la sociedad.
En paralelo, las posturas más beligerantes con lo “políticamente correcto” en la Iglesia, arriesgaron de lo lindo tratando de compaginar la solidaridad social con la audacia que Jesús mostró en los evangelios. La pena es que minimizaron la ternura compasiva y amorosa que implica la falta de éxito a corto plazo, tal como la vivió Jesús. Y entremedio, los indiferentes que en su día no lo fueron, han tratado de ponerse de perfil para no tener que pasar tantas zozobras, pero tampoco han encontrado la luz ni la paz que su prudencia -o cobardía- creyeron les iba a reportar. Los cristianos del primer mundo estamos desconcertados. En realidad, esto es un eufemismo porque lo que sentimos es que Dios se ha dormido como Jesús en la barca de Tiberiades mientras nos estamos hundiendo como seguidores suyos en medio de la tempestad. La realidad desde mi fe es bastante diferente. Me viene muy bien para lo que quiero expresar una reflexión que encuentro entre algunos papeles: Hay quien defiende seguir caminando hacia delante, hacia el precipicio. Hay quien defiende caminar hacia atrás, hacia las cavernas. Pero hay quien defiende caminar en círculo para caminar indefinidamente. La tercera opción es la más difícil pero es la única verdaderamente evangélica. ¿Y qué es lo que realmente quiero expresar? Pues que si Dios es amor, y en esto creo que estamos todos de acuerdo, sus seguidores debemos seguir esta senda. Por tanto, solo la atención a los más sufrientes facilita el olvido del ego y minimiza la desesperanza existencial consiguiente que nos desazonar igual que a los que no tienen fe. La actitud de “amor al prójimo”, al próximo, tiene una gran cantidad de interpretaciones que contrasta con la realidad cotidiana, donde con frecuencia se manifiesta la indiferencia, la intolerancia y la incoherencia en la aplicación concreta del “amor al prójimo” (1Jn 4, 20). Es algo que nos permite evidenciar que de la prédica a la práctica hay una distancia enorme en nuestra sociedad por exceso de prédica y falta de práctica. Si alguno dice: “Yo amo a Dios”, y odia a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. No admite interpretaciones. Las buenas intenciones por sí solas no tienen base cristiana. Solo cuando abrimos el corazón desde las obras, es decir, desde el cambio de actitudes tan difícil como necesario, sentimos el corazón de Dios como Buena Noticia. Lo dijo Jesús, pero nosotros no queremos vivirlo así y por nuestra inmadurez vemos comunistas por todas partes ante cualquier intento serio y honesto por cambiar la realidad. Superar las injusticias, superar las desigualdades, superar la fragilidad extrema… La entrega confiada al plan de Cristo de las primeras comunidades desembocó en un éxito del cristianismo. Lo que me parece es que la desesperanza y la falta de éxito aparente es por nuestra falta de fe. Mejor dicho, por nuestra actitud de falta de fe, que ni siembra por falta de suficiente ejemplo ni genera esperanza por lo estéril de nuestra actitud, más pendiente de buscar seguridades con poco esfuerzo que ser las manos de Dios para implantar el Reino. Falta de ejemplo, egoísmo, demasiadas seguridades y una fe a la medida dejan poco espacio a la esperanza. Todo ello nos ha llevado directamente al desconcierto. Y si tuviera que decir cuál ha sido -sigue siendo- la mecha principal de todo esto, me atrevería a decir que la falta de oración (cantidad) y la calidad de la misma, que impiden la acción rompedora del Espíritu Santo. Cualquier madurez exige sacrificio que no estamos dispuestos en forma de verdadero servicio evangélico en esta sociedad hedonista. Dios salva integralmente y de ahí surge la alegría de la esperanza. Pero necesitamos confiar en Él, conversión, no aferrarnos a la ortodoxia formal y demás seguridades que impiden el compromiso capaz de evaporar este desconcierto. Entonces la esperanza volverá, y la alegría con ella. Los cristianos estamos desconcertados, no importa la manera tengamos de entender e interpretar el evangelio. Hubo un tiempo en el que los más piadosos y ortodoxos parecía que tomaban ventaja en saber lo que Dios quería decirnos. Sentían la seguridad en sus rezos, ritos y costumbres por encima de la realidad que les rodeaba, creyendo de buena fe que la perseverancia en lo tradicional prevalecería sobre tanto desatino, flor de un día, y que el catolicismo tradicional volvería a imponerse en la sociedad.
En paralelo, las posturas más beligerantes con lo “políticamente correcto” en la Iglesia, arriesgaron de lo lindo tratando de compaginar la solidaridad social con la audacia que Jesús mostró en los evangelios. La pena es que minimizaron la ternura compasiva y amorosa que implica la falta de éxito a corto plazo, tal como la vivió Jesús. Y entremedio, los indiferentes que en su día no lo fueron, han tratado de ponerse de perfil para no tener que pasar tantas zozobras, pero tampoco han encontrado la luz ni la paz que su prudencia -o cobardía- creyeron les iba a reportar. Los cristianos del primer mundo estamos desconcertados. En realidad, esto es un eufemismo porque lo que sentimos es que Dios se ha dormido como Jesús en la barca de Tiberiades mientras nos estamos hundiendo como seguidores suyos en medio de la tempestad. La realidad desde mi fe es bastante diferente. Me viene muy bien para lo que quiero expresar una reflexión que encuentro entre algunos papeles: Hay quien defiende seguir caminando hacia delante, hacia el precipicio. Hay quien defiende caminar hacia atrás, hacia las cavernas. Pero hay quien defiende caminar en círculo para caminar indefinidamente. La tercera opción es la más difícil pero es la única verdaderamente evangélica. ¿Y qué es lo que realmente quiero expresar? Pues que si Dios es amor, y en esto creo que estamos todos de acuerdo, sus seguidores debemos seguir esta senda. Por tanto, solo la atención a los más sufrientes facilita el olvido del ego y minimiza la desesperanza existencial consiguiente que nos desazonar igual que a los que no tienen fe. La actitud de “amor al prójimo”, al próximo, tiene una gran cantidad de interpretaciones que contrasta con la realidad cotidiana, donde con frecuencia se manifiesta la indiferencia, la intolerancia y la incoherencia en la aplicación concreta del “amor al prójimo” (1Jn 4, 20). Es algo que nos permite evidenciar que de la prédica a la práctica hay una distancia enorme en nuestra sociedad por exceso de prédica y falta de práctica. Si alguno dice: “Yo amo a Dios”, y odia a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. No admite interpretaciones. Las buenas intenciones por sí solas no tienen base cristiana. Solo cuando abrimos el corazón desde las obras, es decir, desde el cambio de actitudes tan difícil como necesario, sentimos el corazón de Dios como Buena Noticia. Lo dijo Jesús, pero nosotros no queremos vivirlo así y por nuestra inmadurez vemos comunistas por todas partes ante cualquier intento serio y honesto por cambiar la realidad. Superar las injusticias, superar las desigualdades, superar la fragilidad extrema… La entrega confiada al plan de Cristo de las primeras comunidades desembocó en un éxito del cristianismo. Lo que me parece es que la desesperanza y la falta de éxito aparente es por nuestra falta de fe. Mejor dicho, por nuestra actitud de falta de fe, que ni siembra por falta de suficiente ejemplo ni genera esperanza por lo estéril de nuestra actitud, más pendiente de buscar seguridades con poco esfuerzo que ser las manos de Dios para implantar el Reino. Falta de ejemplo, egoísmo, demasiadas seguridades y una fe a la medida dejan poco espacio a la esperanza. Todo ello nos ha llevado directamente al desconcierto. Y si tuviera que decir cuál ha sido -sigue siendo- la mecha principal de todo esto, me atrevería a decir que la falta de oración (cantidad) y la calidad de la misma, que impiden la acción rompedora del Espíritu Santo. Cualquier madurez exige sacrificio que no estamos dispuestos en forma de verdadero servicio evangélico en esta sociedad hedonista. Dios salva integralmente y de ahí surge la alegría de la esperanza. Pero necesitamos confiar en Él, conversión, no aferrarnos a la ortodoxia formal y demás seguridades que impiden el compromiso capaz de evaporar este desconcierto. Entonces la esperanza volverá, y la alegría con ella. Haz clic aquí para editar.
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