El Papa ha anunciado la celebración a partir de octubre de 2012 del Año de la Fe.
De entrada podría uno preguntarse si esas motivaciones para un año y para toda la Iglesia tienen alguna efectividad. ¿Alguno puede constatar algún efecto especial de la celebración, por ejemplo, del Año Sacerdotal convocado en 2010? Pero el hecho es que al comienzo de curso diócesis y parroquias anunciarán este evento y pondrán en marcha actividades para llevarlo a cabo. El papa ha hecho esta convocatoria con el Motu Propio Porta Fidei. Es un documento un tanto largo y, como era de esperar en un buen teólogo, bastante matizado. Pero por desgracia destaca al Catecismo de la Iglesia Católica como un instrumento central para esa celebración y, con tal motivo, la Congregación para la Doctrina de la Fe, en sus recomendaciones a las conferencias episcopales, pone el acento en la formación: "una ocasión privilegiada para promover el conocimiento y la difusión de los contenidos". Desgraciadamente va a ser una ocasión privilegiada perdida porque las iniciativas que se tomen van a girar sobre la doctrina. Ya se ve que se traza un marco en el que fe es fundamentalmente creer unas verdades y no ante todo seguir a Jesucristo. Vistas las cosas así, las diócesis, las parroquias, los creyentes tendrán a lo largo del año diversas iniciativas y actividades pero la Iglesia jerárquica no tendrá ninguna. Puesto que el acento en la doctrina, ella ya sabe todo lo que hay que saber. Precisamente es la guardiana de esa doctrina. Pero si el Año de la Fe se tomase en serio y la fe se considerase en primer lugar como el seguimiento de Jesús, sería inevitable que la jerarquía tomase una serie de decisiones. Señalaré algunas: Como sólo Dios es santo, el Papa debe dejar de llamarse Santo Padre, el Vaticano no puede ser la Santa Sede ni las visitas pastorales santas visitas pastorales... Como Jesús dijo que el mayor debe ser como el menor y el que manda como el que sirve, los obispos deben quemar todos sus atributos de mando, todos sus dorados y púrpuras, todas sus mitras y báculos, todos los anillos y escudos... Puesto que no hay que llamar padre a nadie y uno sólo es nuestro Padre y uno nuestro Señor, el Año de la Fe sería el momento de acabar con todos los títulos cortesanos; monseñor, excelentísimo, reverendísimo, eminencia... Jesús advirtió que no había nada que buscar en los palacios. Por tanto los obispos que aun viven en ellos deben abandonarlos. Jesús dijo que no había que imitar el proceder de los fariseos. Así pues, fuera las largas vestiduras, los besamanos y las reverencias por las calles, los primeros puestos en los banquetes... Puesto que san Pablo trabajó con sus manos para no ser gravoso a las comunidades y lo dio como un ejemplo a imitar (2 Tes 3,9), que se fomente y se facilite el trabajo civil de los curas. El mismo san Pablo aseguró que para la libertad nos liberó Cristo (Gal 5,1) que hemos sido llamados a la libertad (5,13) y que donde está el Espíritu de Dios, allí hay libertad (2 Cor 3,17). Por tanto hay que sustituir la persecución, las condenas y los boicots por la cercanía y el diálogo. Y para que no sigamos como hijos de la esclava sino de la libre hay que dar libertad en las celebraciones litúrgicas. Que, por cierto, deben ser gratuitas: "gratis lo recibistes, dadlo gratis" Ya no hay judío ni griego, varón ni mujer (Gal 3,28) Pues ya es hora de acabar con las diferencias en la Iglesia entre hombres y mujeres. Jesús repitió varias veces un dicho ya antiguo: "misericordia quiero y no sacrificios" (Mt 9,15). Por tanto que el Año de la Fe acabe con los sacrificios y haga un esfuerzo de misericordia y de acompañamiento a los que sufren, especialmente con la crisis económica. Pero nada de todo esto se va a hacer y, por el contrario, todo va a girar en torno a la doctrina (la del Catecismo Católico). No hay más que ver el folleto ad hoc de la Archidiócesis de Madrid. Así pues, el Año de la Fe no será "una ocasión privilegiada" sino una ocasión perdida. Lástima grande.
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Así como hay Maestros de Ley y Maestros de Vida hay, consecuentemente, discípulos de unos y de otros. Pero ninguno de ellos –maestros y discípulos- lo serán en plenitud si no entrañan simultáneamente ley y vida: doctrina sin práctica es música sin sonido, y práctica sin doctrina es sonido sin música.
Los de Ley son cartas de navegación necesarias para una singladura correcta, y los de Vida son rutas navegadas. Todo navío cargado de espiritualidad precisa de unas y de otras –rutas y cartas- para alcanzar con éxito el sentido de su existencia. De modo particular cuando sabemos que lo único de que disponemos mientras existimos es el viaje. La vida ha sido de siempre relacionada de forma arquetípica con el concepto de viaje: la mitología, el arte, la mística...etc, así lo testimonian. Referidas a nuestro "existir-en Dios" ley y vida son complementarias y, en consecuencia, ambas necesarias. Si, en cambio, nos referimos a "ser-en-Dios" toda ley sobra. Willigis Jäger es concluyente a este respecto cuando afirma en Sabiduría eterna que "la realización concreta de la vida es la verdadera religión. Dios quiere ser vivido, no venerado". En Mt 5, 16 Jesús dijo: "Así brille vuestra luz delante de los hombres para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos". El Evangelio repite con relativa frecuencia el dicho "por sus obras los conoceréis", proporcionándonos con ello un criterio para distinguir los verdaderos profetas -y también los verdaderos cristianos- de los falsos: "¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos?" Cristiano de vida es aquel que en las Olimpiadas de la Existencia despliega con habilidad y empeño todo lo que de Jesús lleva consigo. Y con tanto compromiso con el mundo, que la distinción entre aquél y éste se desvanece hasta hacerse uno con todas las cosas: un "inter-siendo" con cuanto en el universo existe. El monje budista místico de nuestros días, muy afecto al cristianismo, alude a la leyenda donde se cuenta que san Francisco le grita a un almendro en lo más crudo del invierno: "¡Háblame de Dios!", y el almendro florece de repente, se torna vivo. La postdata del místico es contundente: "No hay otra forma de ser testimonio de Dios si no es en lo viviente". Lo evidencia igualmente este otro relato biográfico de quien es considerado en la tradición cristiana el más fiel discípulo de Jesús porque, como él, toda su misión consistió en enseñar con la vida. Un día el Poverello d'Assisi invitó a uno de sus frailecillos a que le acompañara a predicar a la ciudad. Recorrieron sus calles saludando afectuosamente a cuantos encontraban. De vez en cuando se detenían para acariciar a un niño, prestar ayuda a una señora que venía del mercado, confortar a un anciano. Después de un par de horas, Francesco le indicó a su acompañante que era el momento de volver al convento. -¿Pero no vinimos a predicar?, preguntó el fraile extrañado. -Lo hemos estado haciendo desde que llegamos, le respondió el de Asís con su habitual dulzura. ¿Acaso no te percataste cómo la gente observaba nuestra alegría y se sentía feliz y consolada con nuestros saludos y sonrisas? Los cristianos de vida, aparte de vivir lo que predican, son como una rosa de los vientos desde cuyo centro de sí mismos irradian posibilidades de desarrollo en todas direcciones. Su principal tarea es lo que en el mundo empresarial se ha llamado empowerment –empoderamiento o apoderamiento- que se refiere al proceso por el cual los individuos y las comunidades incrementan sus capacidades para impulsar cambios positivos de las situaciones en que viven. El Perpetuum Mobile de esta energía vital que impulsa y transforma es el bíblico Espíritu Santo: versión teológica de "espíritu, hálito, respiración...VIDA", eternamente presente en cuanto es y existe. Y todo esto sin olvidar jamás que nadie es dueño del Espíritu. PARÁBOLA DEL REINO DE DIOS Estaba Jesús sentado en las orillas del siglo XXI y todas las naciones reunidas en su presencia ansiosas de conocer los criterios que facilitaban la entrada en el Reino de los Cielos. Para que lo entendieran bien se lo explicó en parábola diciendo que el Hijo del Hombre, sentado en su trono, dirá a los que están a su derecha: Venid benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros (...) porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, peregriné y me acogisteis, estaba desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, preso y me vinisteis a ver. Y al preguntarle extrañados cuándo habían hecho eso con él, el Hijo del Hombre les respondió: Cuando toda mi familia estaba en paro y repartisteis conmigo vuestros bienes, emigrante de patera en desamparo me acogisteis en vuestros albergues y comedores de auxilio, tenía sida y me visitasteis, preso y vinisteis a verme, me acerqué a vuestra mesa eucarística y compartisteis con todos el pan sagrado sin discriminación de nadie por razones de fe, sexo o estado. Cuando os hicisteis emprendedores y creasteis puestos de trabajo, me visteis hurgando en los contenedores de las Grandes Superficies y me dirigisteis una mirada compasiva, me sentía económicamente oprimido y me concedisteis una hipoteca sin usura. Cuando ya jubilados, en lugar de darme la vara con vuestros achaques, me acompañabais en los de los otros; cuando iba yo renqueando por la acera y desacelerasteis vuestro paso para no ofender el mío; cuando prestasteis auxilio en carretera al joven que estrelló su moto contra las vallas y llamasteis al 112 para que le socorrieran. Cuando decidisteis alumbrar a vuestro hijo diagnosticado con síndrome de Down, a mi me alumbrasteis. En verdad os digo que cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis. Si me propongo seguir los consejos de centenares de pequeños libracos que en todas las librerías venden felicidad, creo que me voy a volver más loco de lo que soy. De creerles, todo estaría mal. No sabemos comer, no sabemos trabajar, no sabemos beber, no sabemos descansar, no sabemos cuidarnos, no sabemos pensar, no sabemos escuchar, no sabemos hablar, no sabemos amar ni hasta respirar. En una palabra, no sabemos vivir.
Lo más enloquecedor es que en verdad tienen razón. ¿Pero estaremos a tal punto mal que tendríamos que poner en práctica todo lo que nos dicen? ¡Ojala pueda! Pero algo en mí se rebela. Pienso en la buena ama de casa con su delantal blanco y su nariz enharinada metiendo en el horno las cuatro tartas de frutilla que muy pronto perfumarán la casa y que por la noche alegrarán a su insaciable prole. Esa mujer será feliz viendo a sus niños devorar como ogros las hermosas tartas. Pienso también en su marido, algo barrigón y de brazos fornidos que parte silbando hacia su trabajo todas las mañanas y que de regreso por la noche engullirá con beatitud un buen plato de sopa, un monumental bife a la pimienta con pan fresco y una pila de papas, tal vez una ensalada de verduras y, por último, un gran pedazo de tarta con dos bolas de helado y una cucharada de caramelo encima. Pienso en ellos y me digo: "¡Desdichados éstos que con los dientes cavan su tumba sin darse cuenta!" No obstante, ellos se sienten felices. Y como ellos, millones. Toda esa gente que no tiene tiempo, ganas o ambiente para sentarse en forma de loto, sumirse en el silencio y meditar sobre la nada, toda esa gente que respira sin tomar conciencia de que está respirando, toda esa gente que no corre al consultorio médico y a la farmacia cada vez que se siente enferma, toda esa gente que todavía piensa que muchas cosas se resuelven por sí solas si no se les lleva demasiado el apunte, toda esa gente que no pierde tiempo contemplándose el ombligo, o que, cuando no hay forma de remediar ciertas cosas, se las aguanta sin hacer drama, y de tanto en tanto se sacrifica por los demás y hace del simple sentido común, del trabajo y de la conciencia limpia una receta para la felicidad, ¿toda esa gente, acaso, lo tendrá todo equivocado? "Miren las flores del campo cómo crecen; ni hilan, ni tejen. En verdad les digo que ni Salomón mismo en la cumbre de su gloria estuvo vestido como ellas." (Mt 6,28) La Virgen María es la madre de Jesús: se trata de una aspecto esencial e histórico del cristianismo, de ahí la importancia de la figura de María y su maternidad en nuestra religiosidad popular. Pero he aquí que en esta religiosidad popular la Virgen Madre aparece bajo el aspecto de múltiples Vírgenes en diferentes lugares, de diferentes modos y con diversos nombres.
El monoteísmo o unitarismo cristiano parece expresarse popularmente a través de una especie de politeísmo o pluralismo pagano, a través de múltiples imágenes de la misma Virgen bajo advocaciones diversas, todas convergentes empero en la compresencia benéfica de la maternidad divina de María y su influjo positivo, curativo o sanativo, milagroso. En este aspecto religioso, el catolicismo ha sido más asuntor del paganismo que el protestantismo, que recela de toda superstición pagana y de toda contaminación mágica. En efecto, la Iglesia católica ha sido en esto más abierta y tolerante cultural y cultualmente, menos crítica o iconoclasta, bautizando o cristianizando antiguas tradiciones paganas, como ha mostrado el Círculo Eranos. Entre estas tradiciones paganas sobresale el culto tradicional a la Diosa Madre en sus diferentes advocaciones precristianas, que sin duda ha servido de trasfondo simbólico para la posterior veneración popular de la Virgen María. No se olvide que tanto en la Iglesia ortodoxa como en la católica, aunque no en el protestantismo, la Virgen María es la madre de Dios, por cuanto es la madre de Jesucristo. Así que la Virgen María, como madre de Dios, se sobrepone al culto pagano a la Diosa Madre de los dioses, un culto matriarcal, matrial o matricial que se extiende por todo el mundo antiguo, como ha mostrado la arqueóloga Marija Gimbutas entre otros. Por eso no extraña que su título de Madre de Dios (Theotokos) provenga de Éfeso, el ámbito cultual de la vieja diosa Artemisa, la Virgen Fértil, y desde allí se propague a tantos centros marianos o mariológicos. Hay así cierta continuidad intrigante y positiva entre la antigua religiosidad cósmica (pagana) y la nueva religión espiritual (cristiana), ya que el auténtico cristianismo no destruye la naturaleza sino que la espiritualiza. Podríamos hablar de un proceso de sublimación de la maternidad natural, así como de su trasfiguración espiritual en el catolicismo. La maternidad natural es el pilar o columna vertebral de la propia naturaleza en su sentido pro-creador, y por tanto el arquetipo fundamental de la antigua cosmovisión pagana de la vida. Por su parte, la maternidad natural espiritualizada es el pilar o columna vertebral de la religión católica. No extrañará entonces que el fundamento matricial del mundo se asocie en el paganismo al símbolo del árbol, la columna o el pilar, como en Creta y el mediterráneo, lo mismo que lo hace nuestra Señora del Pilar en un contexto cristiano. El Pilar de la Virgen Madre junto a las aguas madres del Ebro, es una especie de árbol de la vida mineralizado, como diría Arthur Evans, un símbolo que condensa la energía cósmica a modo de protección ritual y vital, ya que representa el basamento de la vida, la fundación y fundamento del ser, la matriz de la existencia, el origen matrial del universo y su carácter arquetípico de ónfalo u ombligo del mundo. A partir de estas consideraciones generales, podemos observar en la Virgen del Pilar una especie de versión ecuménica o dialógica entre la religiosidad cósmica (pagana) y la religión espiritual (cristiana). El Pilar simboliza la base o basamento natural, con su simbología de piedra cuasi mágica de jaspe, mientras que sobre el pilar natural se yergue la Virgen símbolo de la sobrenaturaleza y la espiritualización cristiana. El Pilar se convierte así en una Piedra simbólica de encuentro cordial (petra cordis) entre paganos y cristianos, naturalistas y sobrenaturalistas, hombres y mujeres de buena fe, abiertos a cierta trascendencia. Por otra parte, no hay que olvidar que la propia Virgen del Pilar es la patrona de la Hispanidad, una hispanidad entrecruzada tanto por motivos paganos como cristianos. De esta manera, ecuménicamente, la Virgen del Pilar puede/podría representar la concordia de las religiones y de las culturas, un símbolo de la paz religiosa, cultual y cultural. Pues no en vano es visitada tanto por los peregrinos cristianos como por los turistas cada vez más diversos y dispersos o disipados. A partir de aquí, unos y otros podemos contemplar en el templo, templete o cueva de la Virgen sobre el Pilar en Zaragoza, la figura de la Gran Madre (Magna Mater) cristianizada sobre el árbol mineralizado de la vida, la piedra sagrada que condensa la energía cósmica espiritualizada, el eje del mundo evocado por Mircea Eliade como mediación de tierra y cielo, naturaleza y sobrenaturaleza, materia y espíritu, inculturación o cultivo del alma. Una tal mediación de inculturación o cultivo del alma, se realiza precisamente en el medio o médium simbólico del ánima o alma matrial del universo, representada por la Virgen Madre y su totemismo matricial (Matrix mundi). En este contexto, la Piedra sagrada es la piedra de toque de una religiosidad pagana y cristiana, la piedra como materia condensada o embarazada de energía espiritual, la materia que proviene del latín “mater”: la madre nutricia o sustentadora, radical y omnipariente, origen y fin. Soy Junia apóstol. Quizás te sorprenda hasta mi nombre, pues durante siglos he estado oculta bajo un nombre masculino: Junias. Aún hay hoy traducciones de la Biblia que ocultan mi identidad.
¿Cuál es el motivo por el que me la han negado? Pablo, en su carta a los Romanos, me nombra junto a mi compañero Andrónico y dice de nosotros: "Parientes y compañeros de prisión, ilustres entre los apóstoles, que se entregaron a Cristo antes que yo" (Rom16, 7). El título de apóstol que Pablo nos reconoce, ahí en los orígenes del cristianismo, era inconcebible aplicado a una mujer, por tanto decidieron añadir una "s" y transformar mi nombre latino Junia, nombre femenino muy frecuente y atestiguado como tal, en un nombre masculino Junias o incluso convertir mi nombre en un diminutivo del nombre de varón "Junianus". Hasta hace muy poco nadie ha denunciado éste robo de mi identidad y de la proclamación del título de apóstol a mi, una mujer muy próxima a Jesús. No te olvides que, situarme creyente en Jesús antes que Pablo, es remontarse a la comunidad de Palestina en los años 30-32, tal como el famoso exégeta Lohfink nos reconoce . "Apóstoles", para Pablo, eran los que habían sido enviados oficialmente por una comunidad (2Co 8,23; Flp 2,25) o por el mismo Resucitado (2Co 9, 1; 15,7). Pablo recuerda que Jesús resucitado se apareció no solo a los amigos y amigas más íntimas y a los "apóstoles oficiales" sino a "más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales la mayoría de ellos viven" (1Co 15,6). Ya son varios los/as exégetas que hoy nos reconocen perteneciendo al grupo de apóstoles enviados por el mismo Resucitado y formando parte de los y las misioneros/as judeo-cristianos/as del círculo de los apóstoles de Jerusalén. A esa comunidad primitiva pertenecimos. Huimos de Jerusalén después del martirio de Esteban, como otros hermanos y parejas cristianas. Así nos convertimos en misioneros/as ambulantes, apóstoles, profetas... Andrónico y yo sufrimos persecución y cárcel por nuestra fe en Jesús y allí coincidimos con Pablo. Fue entonces cuando nos conocimos y, después de salir de ella, tuvimos un lugar importante en la iglesia de Roma junto a otras parejas como la de Prisca y Aquila e innumerables mujeres. Esta historia nuestra, en especial esta historia mía, es desestabilizadora y pone en cuestión muchas de las afirmaciones que se han venido haciendo sobre nosotras las mujeres y nuestro papel en la Iglesia primitiva. Como ya has sabido y seguirás descubriendo, por las comunicaciones de mis compañeras de fatigas cristianas, hemos sido: fundadoras de Iglesias domésticas, predicadoras y misioneras, diáconos, patronas, ministros y apóstoles como Pablo y Bernabé. Si hoy la Iglesia institucional es honesta con la realidad tiene que reconocer que estos datos rompen con la "tradición" de que sólo los hombres podían tener estos títulos. Un matrimonio, Andrónico y yo Junia, somos reconocidos como "ilustres entre los apóstoles" en los orígenes mismos del cristianismo. Ser nombrados apóstoles por Pablo supone el reconocimiento de nuestro papel de liderazgo en momentos muy cercanos a Jesús de Nazaret. Empleamos toda nuestra inteligencia para acoger y comprender su mensaje y trasmitirlo con la máxima fidelidad posible. Ese ser testigo de Jesús y su Reino es lo esencial de nuestra misión de apóstoles. Ser apóstol es llamada vinculada al bautismo, requiere capacidad de acoger la palabra de Jesús en la cabeza, en el corazón, en las entrañas y dejar que se haga verdad en nuestra vida. Sólo así podremos testificar con nuestro cuerpo el seguimiento de Jesús. ¿Vives tú así tu vocación bautismal? A vivir así vuestro bautismo os animamos a todos/as, pero de un modo especial a las mujeres: a abrir vuestras mentes a la novedad desconcertante del mensaje de Jesús, a asumir el trastrueque profundo de valores y modos de ver y situarse en la realidad que él proponía a sus seguidores/as para que también vosotras podáis seguir viviendo en la Iglesia de Jesús como apóstoles en vuestro mundo, tal como nosotros/as lo fuimos en el nuestro. Por eso ¡no os desaniméis ante las constantes negativas a permitiros ejercer funciones de liderazgo en la Iglesia actual y ante las negaciones de la realidad! ¡La verdad termina triunfando antes o después! Ya van siendo muchos los investigadores femeninos y masculinos que van desescombrando la Biblia de los escombros patriarcales, para que pueda relucir la palabra revelada de Dios, a través de Jesús, para quién nunca hubo "esclavos ni libres, hombres ni mujeres" sino hijos e hijas, hermanos y hermanas de un único Dios Madre-Padre. ¡No perdáis la esperanza! ¡Seguid luchando! Y, sobre todo, seguid siendo apóstoles de la Buena Noticia de Jesús, una Noticia que vuestro mundo necesita y anhela. Junia, apóstol de la Iglesia de Jesús. Estamos en el final del cap. 6 del evangelio de Juan. Llega la hora del desenlace. La alternativa está clara: o acceder a la verdadera Vida, o permanecer enredados en la pura materialidad. Recordar lo que decíamos el primer día: no tomar ninguna decisión es mantener el camino fácil del hedonismo, en el que estamos. ¿Qué resultado tuvo la oferta?
Este modo de hablar es inaceptable. ¿Quién puede hacerle caso? Claro que son inaceptables estas palabras, para ellos y para nosotros. Van en contra de toda lógica. Quieren llevarnos más alláde lo razonable. Todo aquel que se deje guiar por el sentido común, se "escandalizará". Lo que nos pide Jesús es salir del ego y entregarse a los demás. ¡Qué disparate! Desde el punto de vista religioso, se trata de sustituir a Dios por el hombre. ¿Cómo podemos dejar de servir a Dios para dedicarnos a los demás? ¿No es el primer deber de todo ser humano dar "gloria" a Dios? La incapacidad de comprender es consecuencia del afán de entender desde la carne. Y ojo, que no se trata de despreciar y machacar la carne. Entendido de esa manera maniquea, tampoco tiene ninguna salida el mensaje de Jesús. Se trata de descubrir que el verdadero sentido de la vida fisiológica y terrena, para un ser humano, el verdadero sentido de la carne, está en la trascen¬dencia; es decir, desplegar las posibilidades más sublimes que el ser humano tiene de crecer y ser más que simple biología. La vida terrena, caduca, transitoria, no puede ser meta para el hombre. La meta es deshacerse en la entrega total. El espíritu es el que da vida, la carne no sirve para nada.Este versículo es clave para entender todo el capítulo. Aquí, carne y espíritu no se refieren a dos realidades concretas y opuestas, sino a dos maneras de afrontar la existencia humana. Solo una actitud espiritual puede dar pleno sentido a una vida humana. Vivir desde las exigencias de la carne sola, lleva consigo una limitación radical, y por lo tanto cercena la verdadera meta del ser humano. En teoría se entiende muy bien y es aceptable, pero en la práctica, ¿quién de nosotros se cree, de verdad, que la carne no vale para nada? ¿Por qué luchamos? ¿Por qué nos esforzamos? ¿Cuál es nuestra verdadera preocupación? Después de remachar por activa y por pasiva que había que comer su carne, ahora nos dice que la carne no vale para nada; que lo único que vale es el espíritu. Estas palabras nos obligan a hacer un esfuerzo sobrehumano para poder comprender lo que nos quiere decir Jesús. No es ninguna contradicción. Se trata de descubrir que el valor de la "carne" le viene de estar informada por el espíritu. Con el espíritu, la carne lo es todo. Sin el espíritu, la carne no es nada. De nuevo queda claro el profundo sentido que da Juan a la encarnación. Las palabras (exigencias) que os he dicho son espíritu y son vida. Las palabras no tienen valor por sí mismas. Debemos ir más allá de las palabras y descubrir el espíritu al que ellas hacen referencia. Como en el discurso de Nicodemo y el de la Samaritana, la referencia al espíritu es clave para entender el mensaje de Jesús. "Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del espíritu es espíritu". "Dios es espíritu, y hay que acercarse a Él en espíritu y en verdad". Todo el capítulo viene diciendo que él es el pan... Ahora nos dice que son sus palabras las que dan la Vida. Para un ser humano la única propuesta que le puede llevar a la plenitud es la que hace Jesús, con su Vida y con sus palabras. Por eso os he estado diciendo que nadie puede llegar hasta mí si el Padre no se lo concede. El proyecto creador es del Padre que ofrecer al hombre la plenitud de Vida. Jesús no hace más que ejecutarlo. Quién rechaza el proyecto de Dios, no aceptará nunca a Jesús. El espíritu es indispensable para entrar en la dinámica de la entrega/amor. Sin una experiencia de Dios, las palabras más sublimes se quedan en palabrería vacía. Ya decía Plotino: "Hablar de Dios sin una auténtica virtud, es pura palabrería". Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. En este proceso de alejamiento entre Jesús y los que le escuchan, se da el último paso, el abandono. Fijaros bien que hasta ahora los que le criticaban y murmuraban eran "los judíos", ahora son "los discípulos" los que deciden abandonar a Jesús. Tal vez la mayoría de los oyentes ya le habían abandonado antes. Recordemos que todo el capítulo se ha planteado como un proceso de iniciación. Terminado el proceso, hay que tomar una decisión. ¿También vosotros queréis marcharos? Qué lejos está Jesús de la búsqueda, por todos los medios, de la aprobación general. Tanto los políticos como los medios lo condicionan todo a la audiencia. Lo importante es vender, a cualquier precio. Jesús acepta el reto que su doctrina provoca. Está dispuesto a quedarse completamente solo, antes que ceder un ápice en la radicalidad de su mensaje. La pregunta manifiesta un deje de profunda amargura. Pero también deja muy clara la convicción que tiene en lo que está proponiendo. ¿Con quién no vamos a ir? Tus exigencias comunican Vida definitiva. Pedro, da la única respuesta que puede darse a las palabras de Jesús: "Nosotros creemos". La inmensa mayoría de los que escuchan a Jesús, se sienten más seguros con el cumplimiento de la Ley, que con las promesas de nueva Vida que les hace. En la multiplicación de los panes, eran cinco mil. Quedan doce. Más tarde, demostrarían que ellos tampoco lo entendieron. Para entenderlo tuvieron que pasar por la experiencia pascual. Antes de esa experiencia ni la gente, ni los discípulos, ni los doce entendieron nada. Juan deja claro que el fundamento de la Iglesia que se empieza a organizar, son los doce, y que Pedro es la cabeza que la dirige. Debemos recordar que este mismo esquema de progresivo alejamiento se advierte en los sinópticos. En todos, Jesús empieza siendo aclamado con entusiasmo por la multitud, pero termina siendo abandonado por todos, incluido sus discípulos. "Todos le abandonaron y huyeron". Si hoy en día nos declaramos cristianos dos mil millones de personas, se debe a que no se exige la radicalidad de su mensaje y estamos en el engaño de lo que nos puede dar, no en la conciencia de lo que nos exige. Si descubriéramos que la médula del mensaje de Jesús es que tenemos que dejarnos comer, ¿cuántos quedarían? Eso es precisamente lo que nos pide Jesús. Antes que morder a otro hay que dejarse comer. En este discurso, Juan intenta aclarar las condiciones de pertenencia a la comunidad de Jesús: la adhesión a Jesús y la asimilación de su propuesta de amor. Su 'exigencia' es una dedicación al bien del hombre a través de la entrega personal. El mesianismo triunfal queda definitivamente excluido. En contra de lo que se nos sigue diciendo, Jesús ni busca gloria humana o divina ni la promete a los que le sigan. Seguirlo significa renunciar a toda ambición, y aceptar la entrega total de sí mismo en beneficio de los demás. Hoy seguimos ignorando la propuesta de Jesús. En nombre del evangelio seguimos ofreciendo unas seguridades derivadas del cumplimiento de unas normas. No se invita a los fieles a hacer una elección de la oferta de Jesús, porque no se les presenta dicha oferta. Hemos manipulado el evangelio para salir con la nuestra. No nos interesa el mensaje de Jesús, sino nuestros propios anhelos de salvación que no van más allá de la sola carne. Hasta la eucaristía, que es el símbolo (sacramento) de la entrega, la hemos convertido en objeto de adoración, para evitar el compromiso de dejarnos comer. No queremos ni oír hablar de la realidad significada: el don de sí mismo. Es descorazonador, seguir pensando que Dios está más presente en un trozo de pan, que en el ser humano que sufre y espera nuestra comprensión y ayuda. Es decepcionante que la celebración de la eucaristía, no tenga ninguna repercusión en nuestra vida real ni me exija cambiar nada. Meditación-contemplación "Tú tienes palabras de Vida eterna". Tú manifiestas en tu vida, esa Vida plena y definitiva. La experiencia pascual les llevó a hacer suya esa Vida. No fue fácil superar el apego a las seguridades de su religión. .................... Nosotros, con una religión tan anclada en la Ley como la judía, no lo vamos a Tener más fácil que ellos. También tenemos que arriesgarnos y perder el miedo a lo desconocido que nos desborda. ................... La oferta es absoluta: Vida definitiva. No me debe extrañar que la exigencia sea también absoluta. Conozco bien la oferta. Solo falta elegir... Si no tomo una decisión, seguiré el camino de la nada. En una reciente tertulia radiofónica, tres participantes autoproclamados "científicos" abominaban de todo aquello que, viniera de donde viniera, no estuviera "científicamente demostrado". Uno de ellos llegó a afirmar que "el psicoanálisis es una patraña" y que, en cualquier caso, "se hace urgente rechazar de plano todo lo que no pase el filtro científico".
Es indudable que existen embaucadores que, con el fin de obtener un beneficio económico, y gracias a la credulidad de la gente, intentan colar como verdad lo que no es sino un camelo. Es cierto, igualmente, que ya no podemos renunciar a la razón crítica, si no queremos caer en la irracionalidad. Pero de ahí a establecer la ciencia como criterio último de verdad hay un salto, no solo inaceptable, sino profundamente nocivo. Cuando ese salto se ha dado, se ha caído en el cientificismo, el racionalismo, el positivismo, el materialismo... Y la ciencia se ha convertido en una pseudo-religión, con sus dogmas, sus ritos, sus altares y sus gurús. Y, como ocurre en las religiones, todo ello quedaba a salvo de cualquier cuestionamiento, porque aparecía revestido de la aureola sagrada de la verdad: "lo dice la ciencia" había sustituido a "es palabra de Dios". Los dogmas de esta nueva religión son muy simples y, como ocurre con todo dogma, se creen a priori, sin someterlos a ningún tipo de crítica. Los más básicos son los siguientes: · La ciencia es la única verdad, y fuera de la ciencia no hay verdad (salvación). · El modo supremo (o incluso único) de conocimiento es la razón. · Solo existe aquello que la ciencia puede verificar; todo lo demás son supersticiones. Para los "fieles" de esta nueva religión, se trata de "evidencias", y miran con desdén a quien se atreva a ponerlas en duda. Para quienes son capaces de tomar distancia, es claro que tales afirmaciones no son científicas, sino postulados metafísicos, es decir, creencias imposibles de falsar (y, por tanto, demostrar). Son, sencillamente, creencias pseudocientíficas sostenidas –en una paradójica ironía- por aquellos mismos tertulianos que abominaban de todo lo que fuera pseudocientífico. Los postulados básicos del materialismo (y del cientificismo) son creencias metafísicas absolutamente indemostrables y peligrosamente reductoras. ¿En nombre de qué se puede sostener que no existe sino lo que puede ser comprobado "científicamente"? ¿Quién decide los límites de lo real? ¿Qué fundamento tiene la afirmación de que la razón es el modo supremo de conocimiento? ¿Dónde se apoya la arrogancia de que fuera de la ciencia no hay verdad?... Es llamativo, además, que el cientificismo (o materialismo científico) ha sido ya cuestionado desde la misma ciencia: los descubrimientos incontestables de la física cuántica –que muchos "científicos" parecen desconocer- han hecho saltar por los aires los antiguos dogmas positivistas, abriéndonos a una percepción radicalmente diferente y "abierta" de la realidad. El modelo racional de cognición (mental, dual, cartesiano) funciona admirablemente en el mundo de los objetos, pero es incapaz de ir más allá; cuando lo intenta, no hace sino objetivar toda la realidad, reduciendo y empobreciendo nuestra percepción. Existe otro modo de conocer (no-dual), que nos pone directamente en contacto con aquella dimensión de lo real que escapa a la razón y la ciencia. Este es el terreno de la espiritualidad; y a la capacidad para adentrarse en él se le está empezando a llamar "inteligencia espiritual". (Para quien esté interesado en esta cuestión, sugiero la lectura de lo que he escrito en un libro que acaba de publicar la editorial PPC: "Vida en plenitud. Apuntes para una espiritualidad transreligiosa"). Cuando esta dimensión se olvida, se produce una amputación grave del ser humano, con consecuencias sumamente empobrecedoras para la vida de las personas, que son condenadas a una sensación de vacío y nihilismo. Es lo que ha ocurrido, en parte, en nuestro ámbito cultural: si bien la ciencia ha propiciado un desarrollo material inimaginable, el cientificismo ha empobrecido la experiencia humana hasta límites insostenibles. Toda esta introducción puede servir para contextualizar el relato evangélico que hoy leemos. Jesús es el hombre sabio, que "ha visto" más allá de la mente. Desde esa experiencia, se percibe como no-separado de Dios, de los otros y de toda la realidad. Tal como hemos ido analizando en los comentarios de las semanas precedentes, Jesús sabe que "el Padre y yo somos uno" y que, por tanto, "esto (todo) soy yo". Y sabe también que esa comprensión es vida, alimento, plenitud: el "Reino de Dios". Pero sus discípulos no "ven". Y desde la estrecha lectura mental, hacen cábalas sobre cómo puede ser que "este nos dé a comer su carne". Se han quedado en la materialidad de las palabras y son incapaces de captar el sentido profundo de las mismas. En efecto, para la mente, Jesús puede ser incluso un "Dios" venido "de fuera"; se le puede convertir en "objeto de culto" e incluso creer que su cuerpo está físicamente presente en el pan consagrado... Sin embargo, todas esas "creencias" todavía no han captado la verdad profunda de sus palabras, que señalan a la Unidad de lo Real, tal como él lo percibe y lo vive. El relato se cierra con las palabras de Pedro: "Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos. Y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios". Pedro (el creyente) todavía no ha "visto". Pero, frente al abandono de otros discípulos desconcertados, que consideraban "inaceptable" el mensaje de Jesús, se siente "tocado" por la persona y la palabra de su maestro. Una y otra encuentran "eco" en su interior. Y lo que hace es fiarse de esa "resonancia" interna. De ese modo, muestra una actitud que parece la adecuada. Incluso cuando todavía no se ha "visto", si somos capaces de acallar nuestras ideas y creencias –sean del tipo que sean-, nos iremos capacitando para escuchar "otra voz", que seguramente nos abrirá camino hacia la verdad. Es la voz de nuestro "maestro interior", que tiene "palabras de vida eterna". Porque ese "maestro" no es otro que el Espíritu o la Sabiduría que nos constituye como nuestra identidad última, y que se expresa en todo. Es la Sabiduría que habla por la boca de Jesús de Nazaret, y que despierta la atención y el interés de Pedro. Y todo ello no será resultado de nuestro esfuerzo voluntarista, sino que lo percibiremos como Regalo o Gracia: "Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede". El "Padre" –la Fuente de la Sabiduría o la Sabiduría misma- no lo niega a nadie –es puro Darse y expresarse-, pero se requiere una actitud abierta, receptiva, acogedora... Llegamos al final del suceso y del capítulo. El auditorio de Jesús se ve enfrentado a una opción drástica: aceptar a Jesús o prescindir de él. Parece como si Jesús mismo les hubiera puesto en la alternativa, sin medias tintas. No es demasiado probable que en vida de Jesús se produjera una situación tan explícita, pero sí es verosímil lo siguiente:
· que en vida de Jesús se produjo una recesión del entusiasmo popular hacia él, y que su mesianismo fue rechazado: esperaban a otro. Lo hemos comentado ya en domingos anteriores. · que las comunidades de seguidores de Jesús tuvieron que optar por seguir dentro del judaísmo o segregarse de él, y que esta situación fue iluminada con los sucesos de la vida misma de Jesús. Por otra parte, es bastante evidente que el redactor ha arreglado el suceso, incorporando expresiones que corresponden a la fe pascual, tanto en las palabras de Jesús como en las de los discípulos. En este sentido, Pedro aparece como portavoz (es su rol para los evangelistas) y la frase que se pone en sus labios expresa muy bien la esencia del relato: es Jesús el que tiene palabras de vida eterna, Jesús es La Palabra hecha carne, mentalidad tan típica del cuarto evangelio. Nos asomamos al gran drama de los contemporáneos de Jesús. A los fariseos, devotísimos observantes de todos y cada uno de los preceptos de la Ley, Jesús no les gustó: comía con pecadores, no observaba estrictamente los preceptos: para ellos Jesús es unpecador. A los escribas, teólogos expertos en la Escritura, Jesús les escandalizó muchas veces: no era eso lo que ellos interpretaban: para ellos, Jesús fue un hereje. A los sacerdotes, Jesús les gustó mucho menos: vieron en él un peligro público: su status, la importancia del Templo, la connivencia con el poder romano... todo podía venirse abajo. Para ellos Jesús era peligroso. Todos estos rechazaron a Jesús. Y muchos otros, especialmente del mundo de los ricos, los políticos, los reyes... a los que Jesús no les interesó lo más mínimo. A aquel puñado de gente sencilla que le habían seguido desde el Jordán, desde el lago, Jesús les gustó. Le vieron curar por compasión, le escucharon hablar de un Dios "distinto" como nadie había hablado jamás. Pusieron en él sus esperanzas. Tuvieron que atravesar el desierto, renunciar a sus aspiraciones mesiánicas, convertirse al Reino... y algunos lo hicieron. Cuando Jesús ya no estaba en medio de ellos, tuvieron que aceptar ser expulsados de su Pueblo, ser tenidos por herejes, sufrir toda clase de persecuciones, incluso tuvieron que dar la vida, en el mismo Jerusalén, como Esteban, como Santiago el Zebedeo, como muchos otros. Y lo hicieron. Habían creído en él hasta el punto de que todo eso fue menos fuerte que su fe en Jesús. Éste es el dramático argumento de Los Hechos de los Apóstoles, la lucha interior de Pedro, de Santiago el hermano del Señor, del mismo Pablo. Y es también una línea temática que recorre todo el cuarto evangelio y las cartas de Juan. Eran muchas las atracciones que se ofrecían a aquellas primeras comunidades: el mundo judío, con su tradicional seguridad, su fidelidad a la Alianza, las leyes y costumbres que venían desde Moisés, la atracción fascinante del Templo: por otro lado, el mundo griego, resplandeciente de sabiduría, de filosofía, de autores famosos, de elevadísima cultura... Y en medio, como barquichuelas diminutas agitadas por tan poderoso vientos, atraídas por señuelos tan brillantes, las comunidades de seguidores de Jesús, que no ofrecen nada de lo esplendoroso de los demás, sino su fe en el carpintero crucificado. La profesión de fe de Pedro, que leemos en las últimas líneas del evangelio de hoy, es emocionante. "Nosotros creemos en ti". Y se acabó. Todos los demás tienen sabiduría, argumentos, sistemas filosóficos, razones históricas, poder... nosotros creemos en ti. No podemos menos que reconocer aquí la fuerza del Espíritu. La reconocemos en Jesús, pero también, ¿me atreveré a decir que más aún?, en la fe de las primeras comunidades. Por encima del Templo, de Moisés, de Platón, por encima de todos... el hijo de José y María, el carpintero crucificado. PARA NUESTRA ORACIÓN No pocas veces envidiamos a los que vieron a Jesús con sus ojos, los que pudieron oír en directo sus mismas palabras. Pensamos que lo tuvieron más fácil que nosotros. Me parece que esto es muy dudoso. Nosotros, de alguna manera "hemos heredado" la fe, y me atrevería a decir que una fe "domesticada". Creer en Jesús no nos ha disonado nunca, más bien nos ha resultado "lo normal", mientras que ellos tuvieron que hacer una desgarradora renuncia. Sin embargo, esto mismo nos ofrece una buena vara de medir la intensidad y la sinceridad de nuestra fe, porque, si es fe en Jesús, nos estará pidiendo siempre abandonar lo viejo, aceptar su Buena Noticia. Lo de Jesús es Novedad, noticia, no sólo porque lo fue históricamente, sino porque cada creyente recorre un camino en el que siempre se está haciendo descubrimientos que llevan a abandonar pasadas seguridades. Más aún cuando en la iglesia entera y en cada uno de nosotros, una de nuestras tentaciones es regresar al mesianismo ortodoxo fácil, externo, satisfactorio, que produce seguridad. Seguir a Jesús es siempre caminar, dejar atrás instalaciones, aunque esas instalaciones sean el ambiente general de la misma Iglesia. Finalmente, es necesario meditar hoy en nuestra propia fe en Jesús, como un regalo recibido. Entre tantas personas inteligentes, entre tanta sabiduría, entre tanto poder... ¿quiénes somos nosotros para anunciar nada, qué tenemos más otros y por qué y para qué lo tenemos? Finalmente, ¿por qué creemos precisamente en el crucificado, porqué sentimos desde lo más profundo de nosotros mismos esa fe que es más poderosa que todo lo demás? Quizá encontremos la respuesta en las palabras del cuarto evangelio: "No me elegisteis vosotros a mí: Yo soy el que os elijo a vosotros". Y volveremos a entender el Reino como un Tesoro regalado, como una invitación, como un gozoso compromiso a estar en las cosas del Padre. En la década de los 90 del siglo pasado, el presidente de Irán Muhammad Jatamí sorprendía al mundo con una iniciativa esperanzadora tras la guerra fría: el Diálogo de civilizaciones como alternativa a la teoría del choque de civilizaciones de Samuel P. Huntington, que le horrorizaba. De hecho, afirmaba, las civilizaciones no han tenido guerras entre ellas. Estrictamente hablando, las guerras del pasado no eran conflictos entre civilizaciones, sino entre imperios, y sus causas están no en las creencias religiosas, sino en los fanatismos, los intereses ilegítimos, el recurso a la violencia para garantizar esos intereses, y la marginación de los que carecen de poder político, económico. “La civilización islámica –afirma– ha heredado mucho de las civilizaciones persa, romana, griega, hindú, china-, y luego la civilización occidental también se ha dejado influir por la civilización islámica”.
El 21 de septiembre de 2004, en la 59 Asamblea General de las Naciones Unidas, José Luis Rodríguez Zapatero hizo una propuesta novedosa en la esfera internacional: la Alianza de civilizaciones, copatrocinada posteriormente por Recep Tayyip Erdogan, primer ministro de Turquía, y respaldada por decenas de países, entre ellos China, la Liga Arabe y la Organización de la Conferencia Islámica. Pero quizá muy pocos saben que el primero que hizo esta propuesta fue el intelectual francés Roger Garaudy (1913-2012) en la década de los setenta del siglo pasado en su emblemática obra Diálogo de civilizaciones (Cuadernos para el Diálogo, Madrid, 1977). La historia de la humanidad en el futuro, afirma Garaudy, no puede centrarse en Occidente, al que califica de “accidente” y considera que nunca ha demostrado una superioridad cultural, sino que se ha caracterizado por una utilización militar y agresiva de las técnicas de las armas y del mar. Cree necesario recuperar las dimensiones emancipatorias que se han desarrollado en las culturas y civilizaciones no occidentales. Para llevar a cabo un proyecto planetario de cara al futuro, que sea realmente un futuro para todos y diseñado por todos, el cauce adecuado es el Diálogo de civilizaciones, que define en los siguientes términos: – Es la “lucha contra el aislamiento pretencioso del ‘pequeño yo’ y la afirmación de “la verdadera realidad del yo”, relación con el otro y con el todo. – Es la toma de conciencia de que el trabajo no es la única matriz de todos los valores y que, además de él, están la fiesta, el juego, la danza como símbolo del acto de vivir. – Es interrogación sobre los fines, el valor y el sentido de nuestras vidas y de nuestras sociedades que permita una transformación humana y de las estructuras. — Es poner en tela de juicio un modelo de crecimiento ciego, sin finalidad humana, un crecimiento cuyo único criterio es el incesante aumento cuantitativo de la producción y del consumo. El Diálogo de civilizaciones: – Enseña a concebir el futuro no como plácida creencia en el ‘progreso’, ni como simple extrapolación tecnológica de nuestros proyectos, sino como la aparición de algo radicalmente nuevo. – Ayuda a los seres humanos, en el plano de la cultura, a abrirse a horizontes infinitos. – Exige, en consecuencia, una política que no sea solamente del orden de los medios, sino del orden de los fines, que tenga por objeto, criterio y fundamento, una reflexión sobre los fines de la sociedad global y una participación de cada cual, sin alienación de poder, en la búsqueda y realización de esos fines. – Requiere descubrir una nueva dimensión de la política y de la cultura y activar una libertad que sea participación de cada cual en el acto creador. El Diálogo de civilizaciones no puede tener una perspectiva individualista, sino comunitaria y asociativa, y ha de crear un nuevo tejido social. No puede construirse desde una concepción tecnocrática de la democracia, sino activando una democracia participativa basada en iniciativas nacidas de asociaciones de la base. No puede llevarse a cabo siguiendo el guión de una teoría de la política entendida como instrumento del poder. En su obra El diálogo entre Oriente y Occidente. Las religiones y la fe en el siglo XXI (El Almendro, Córdoba, 2005) incorpora una nueva categoría para llevar a cabo el Diálogo de civilizaciones: la espiritualidad, que define como el esfuerzo por encontrar el sentido y la finalidad de nuestras vidas y que puede vivirse en las sabidurías sin Dios. Sólo así la humanidad puede liberarse de lo que Garaudy llama “suicidio planetario”, al que nos conducen el crecimiento de la desigualdad entre Norte y Sur y dentro de los países “desarrollados” entre quienes tienen y quienes no tienen; la naturaleza en vías de extinción por la contaminación y el agotamiento de los recursos. Sirva este recuerdo de su aportación al Diálogo de civilizaciones como homenaje al filósofo e intelectual Roger Garaudy recientemente fallecido y tan vinculado a Córdoba, que nos deja un importante legado cultural, político y religioso. En la cultura marcada por la agresividad de las fiestas taurinas, no satisfacen triunfos sin veredicto de ensañamiento. Solo en contadas ocasiones se devuelve vivo a los corrales a un noble Miura, a la vez que se aplaude la faena del diestro. Por el contrario, la disyuntiva de “matar o ser matado” solo deja lugar para dos clases de desfiles triunfantes: la salida en hombros por la puerta grande o la salida en camilla hacia la capilla ardiente.
La tendencia de esta cultura a juzgar y condenar se ha manifestado, a lo largo de la historia política, a través de represalias de vencedores sobre vencidos; en la historia ética y religiosa, desencadenó el fanatismo inquisitorial, controlador de la moral con la ley. Décadas después de la transición política en nuestro país, consagrada en la presente Constitución del Estado español, sigue sin realizarse la transición cultural desde el exclusivismo a la tolerancia y desde el fanatismo ortodoxo a la convivencia de laicidad y religiones. Un ejemplo patente: los comentarios inmisericordes que hemos leído recientemente con motivo del debate en torno a la protección del feto y a las decisiones conflictivas de interrupción o prosecución de un embarazo afectado de malformaciones incompatibles con la vida personal. Intenté recientemente terciar en dicha controversia desde la postura de quien tiene que atender a las personas en el ministerio espiritual. Según la mejor tradición de la práctica penitencial, el ministerio del confesionario debe ser obra de médico y abogado, más que de juez y fiscal. Al reflejar esa experiencia en un artículo sobre aborto y malformaciones (en El País, 2 de agosto, 2012), me ví expuesto a las críticas por parte del pensamiento inquisitorial, incapaz de conjugar el respeto hacia los valores con la comprensión de las excepciones. Lo paradójico es la doble ráfaga de disparos desde los dos frentes más opuestos: desde un lado llaman pro-abortista a quien se niega a enviar a la cárcel a la madre y, desde el otro lado, llaman moralista anti-feminista a quien proponga cerciorarse de que no se abusa de los supuestos o de los plazos para justificar fácilmente excepciones. El intento de una postura responsable hacia los valores y, a la vez, flexible ante las circunstancias, tropieza inevitablemente con la intolerancia de los dos extremos: unos fomentando permisividad y otros pidiendo condenación. En ambos extremos de la opinión pública persiste la confusión entre legalidad y moralidad o entre delito y pecado. Cuesta mucho esfuerzo aclarar la confusión y deshacer los malentendidos. Al menos, me parecen elementales las aclaraciones siguientes. No es de recibo transformar en delito lo que una determinada perspectiva religiosa considere pecado. Tampoco es correcto que algunas personas creyentes tengan una idea de pecado como delito, y que incluso algunas instancias eclesiásticas intenten imponer a la sociedad una idea de delito como pecado. Y conste que no son estas ideas especialmente novedosas o progresistas, sino bien tradicionales, herederas de nuestros clásicos de la ética. Recordemos el razonamiento de Francisco de Vitoria para respetar la dignidad en el morir y renunciar a la prolongación sin sentido de la vida; o la flexibilidad de Tomás de Aquino para admitir excepciones hasta en los principios más sagrados, con tal de respetar las circunstancias de las personas; o la lucidez de Suárez para no confundir el delito con el pecado y no usar la ley penal para controlar la moralidad. Como ya precisaba santo Tomás en su teología, ni todo lo que es moralmente reprobable ha de ser, por esa razón, penalizado como delito, ni el hecho de que algo no esté penalizado por la ley excluye que sea moralmente reprobable. Un parlamentario creyente puede mantener su convicción en favor de la protección total de la vida naciente y, al mismo tiempo, apoyar una legislación despenalizadora en determinados supuestos de opciones autónomas de la madre acerca de la interrupción de su embarazo. En el episodio narrado en el capítulo 8 del evangelio de San Juan, la sociedad acusadora e intolerante pretendía castigar con lapidación a una mujer sorprendida en adulterio. Estaban tratando el pecado como delito. Jesús no la condenó, la libró de que la lapidaran. Pero tampoco le dijo a la ligera que estaba muy bien lo que había hecho. Al despedirla le desea que no se vuelva a encontrar en semejante situación. Ni condenación ni complicidad, sino comprensión y misericordia. Rechazo al mal y acogida a quien, al cometerlo, se convirte en su propia víctima. Como decía Juan Pablo II, en cada aborto hay dos víctimas: el feto y la madre. Jesús enseñó y practicó el criterio que tantas veces repitió con la frase del profeta. “Compasión quiero, más que sacrificios rituales”. juan-masia-clavel-blogger |
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