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La mujer no podía enderezarse. Hacía dieciocho años, dieciocho siglos, milenios que andaba doblada, agachada, encerrada en sí misma, amarrada.
Era obra del mandinga, decía la gente, pues no era un secreto que las mujeres tenían inclinación hacia él. Pactaban con él para hacer cosas raras. Curaciones, por ejemplo, dar a luz, ver cosas... Primero hemos tapado a las mujeres de pies a cabeza y las enclaustramos. Muchas fueron apedreadas porque se creía que eran pocas las que no tenían algo de putas. Imputarles los defectos y pecados de los hombres era lo común. Si un hombre violaba, estrangulaba, destrozaba, mataba, enseguida se decía: "busquen a la mujer"... Luego las hemos quemado vivas. ¿Caía una desgracia sobre el pueblo? Era culpa de alguna bruja. Se lanzaba entonces una caza de brujas hasta dar con una. Si una mujer tenía demasiado cariño a algún gato, si salía a recoger hongos extraños por los bosques, si iba mucho a misa o iba demasiado poco, si tenía los ojos enrojecidos (¿cómo no, si las pasaba cocinando encima de las llamas del hogar? Pero no se pensaba así tan lejos...); si tenía una verruga o alguna mancha rara sobre el cuerpo, esa mujer, con toda seguridad, era bruja. Se la quemaba viva en la plaza del mercado. Muerto el perro, se acababa la rabia... No más granizo, no más gripe, no más incendios, no más males de dientes en el pueblo. Por un momento al menos. Todo el mundo estaba contento. Durante dieciocho siglos, o milenios, a las mujeres se les ha obligado a vivir dobladas, replegadas sobre sí mismas, atadas. Se las sometía a tareas repugnantes y a trabajos muy duros. E incluso a la mutilación, como sucede en algunas culturas. O a la violación, a la esclavitud sexual y a los crímenes de honor, como sucede aún todos los días. Cientos de millones de mujeres no han podido nacer, o fueron matadas al nacer, por el único "error" de no ser varones. Porque no ser varón y ser mujer nomás, para muchos aún, es una tara, un accidente de la naturaleza o, en el mejor de los casos, un mal necesario. Las mujeres tenían el derecho de ser sirvientas, juguetes, muñecas o trofeos del varón. Tenían el deber de hacer gozar al varón y darle descendientes, pero ellas mismas no debían gozar. Por cierto, los varones querían a las mujeres, pero en esas condiciones. Ellas podían bordar y tocar piano, pero los grandes estudios les estaban prohibidos; no podían hacer cheques ni firmar contratos, ni votar. Para entrar en una iglesia debían envolverse en miles de trapos. Puesto que esa era la triste suerte de las mujeres, no extraña el que, hasta hoy en día, el buen judío ortodoxo, al salir de la cama, haga esta oración a Dios, cada mañana: "Te doy gracias, Señor, por no haberme hecho mujer." En nuestras sociedades menos tradicionales, las cosas han cambiado. Tras luchas épicas, llevadas sin armas y sin derramar una gota de sangre, las mujeres lograron por sí solas conquistar el reconocimiento de su dignidad y de sus derechos esenciales. Pero mucho camino queda aún por recorrer para que las mujeres de todas partes sobre el planeta sean felices de ser mujeres. En América Latina, en donde se encuentra la mayor concentración de católicos del mundo, las mujeres llenan las iglesias. Sin ellas, la Iglesia se habría muerto. Pero allí, como en otras partes del mundo, la alta jerarquía ha decretado que, cuando la mujer fue creada por Dios, él la hizo irremediablemente incapaz de celebrar una pobre misa. Eso estaría inscrito para la eternidad en el genoma femenino... Esta misma jerarquía está actualmente movilizando todas las fuerzas de la Iglesia para largar una "Nueva evangelización" a escala mundial. Pues bien, mal que les pese a estos señores, aquí va una Buena Noticia de parte de Jesús que no vendría mal que la inscriban para la eternidad en el genoma de la Iglesia: Una mujer estaba allí. No pedía nada. Hacía dieciocho años que vivía doblada en dos, encerrada en sí misma, amarrada. "Estaba tan encorvada que no podía enderezarse de ninguna manera" Jesús la vio y se conmovió hasta las tripas. Extendió sobre ella su mano fraternal y le dijo: ¡"Mujer, quedas liberada! " Al instante la mujer se incorporó y quedó derecha como un árbol. (Lucas 13, 10-14). La alta jerarquía arremetió enseguida contra Jesús por haber curado a alguien justo un día sábado. Aquello estaba terminantemente prohibido en virtud de la alta sacralidad de ese día. Con los obsesionados de lo sagrado y guardianes de lo "inmutable" es siempre lo mismo: una mujer vale menos que un burra o una vaca (por favor, leer bien el texto), y todo lo que no está controlado por ellos es obra del diablo. Irónicamente, fue por amarrarse a leyes o creencias "inmutables" como nuestra pobre Iglesia (que por otra parte hizo cosas muy buenas en su historia) logró convertirse a sí misma en una vieja mujer completamente encorvada. Esperemos que la Buena noticia de Jesús con relación a ese problema le dé ganas de enderezarse y ponerse de nuevo a crecer derecha como un árbol. Y que, al nombre de Jesús, en todas las iglesias del mundo y fuera de ellas, las mujeres de la Tierra gocen de la entera libertad de andar sin miedo y con la frente en alto. Y que puedan dar misas si a Dios le gusta. Seguro que a Dios le ha de gustar puesto que a la mujer, al igual que el varón, él mismo la creó a "su imagen y semejanza" (Génesis 1, 26-27). Nos encontramos ante el último relato de Marcos antes de la entrada mesiánica en Jerusalén, que marcará el principio de la última semana de la vida de Jesús. (Mateo repite en este momento la misma secuencia de hechos de Marcos). Para los tres sinópticos, Jesús llega a Jerusalén desde Jericó, y su último milagro es el del ciego (dos ciegos en Mateo) de esta ciudad.
El episodio es una sanación y una sanación de un ciego, pero además sirve a Marcos de "bisagra" entre dos secciones diferentes de su libro. Los diez capítulos anteriores se han dedicado a los "hechos y dichos" de Jesús, partiendo de Galilea. Los capítulos once a trece se sitúan en Jerusalén: Jesús no hace milagros; su actividad es una fuerte polémica con los jefes religiosos de Israel y supone la ruptura definitiva. Desde aquí, los capítulos catorce a dieciséis se dedican a la pasión y resurrección. Por tanto, estos seis versos del capítulo diez sirven de final de una época e introducen la siguiente: son, a su modo, un pregón mesiánico, más sutil pero más profundo que la misma entrada de Jesús en Jerusalén. En este último milagro de la vida pública de Jesús (según Marcos) el protagonista es un mendigo ciego, que es ignorado y silenciado por todos menos por Jesús. Entre tanta muchedumbre y tanto entusiasmo, él es el único capaz de invocar a Jesús con su verdadero nombre "Hijo de David" y su más importante cualidad, "la compasión". Y Jesús corresponde a esa proclamación con lo mejor que tiene: la curación de la vista material y la proclamación de que lo mejor del curado es su fe en el mismo Jesús. Marcos se muestra por tanto tan sutil como siempre: sus narraciones, con tanto aspecto de documentos fiables, de crónica de testigo presencial, son, sin perder nada de lo anterior, profesiones de fe y retratos no sólo de lo que sucedió sino de lo que sucede en los seres humanos en su relación con Jesús y en su misma relación con Dios, su religiosidad. Lo hemos venido viendo así durante varios domingos anteriores. Llama sin duda la atención el paralelo existente entre esta narración y la del tercer milagro de Jesús según la narración de Marcos, la del leproso. En ambas se da la diferenciación clara entre la postura de la gente, que no acoge al enfermo, y la de Jesús, compasivo. En ambas Jesús se acerca, se interesa por la persona y habla con él. En ambas resalta la fe del que va a ser curado. En ambas el curado se convierte en pregonero de la salvación de la que ha sido objeto. Jesús es el mismo, y los recursos de los evangelistas también. El necesitado - la multitud indiferente - Jesús compasivo - la fe - Jesús se acerca – Jesús cura – los curados le siguen y le proclaman. La curación es, precisamente, de un ciego. En el contexto de la ceguera de los jefes de Israel que ya desde el capítulo siguiente va a ser el gran enemigo de Jesús, este milagro cobra carácter de símbolo y no puede menos de hacernos evocar el final que el cuarto evangelio pone al milagro de la curación del ciego de nacimiento: "He venido a este mundo para un juicio: para que los ciegos vean y los que ven se queden ciegos. A lo que contestaron los fariseos: ¿es que nosotros estamos ciegos?. Y les dijo Jesús: si estuvierais ciegos, no seríais culpables; pero como decís que veis, vuestro pecado permanece". Todo este conjunto nos lleva a asomarnos al sistema de recursos simbólicos de que hacen uso los evangelistas para preparar el relato de la Pasión. Como siempre los hechos tienen sobre todo importancia por su significado. Recordemos que el relato de la Pasión va siendo preparado con varios anuncios de Jesús y con la escena de la Transfiguración. A los evangelistas les importa mucho narrar la Pasión a un lector que sepa ya bien quién es el que la sufre y cuál es su significado. Jesús-Luz del Padre va a sufrir la Pasión, es decir, el rechazo de los ciegos. Este es el simbolismo que Marcos quiere dar a ésta última curación de Jesús, cerca ya de Jerusalén. Se está tratando ya de Jesús el Enviado, Jesús Luz, luz que será rechazada por los que dicen que ven y aceptada por los mendigos ciegos. Todo un riquísimo contenido. R E F L E X I Ó N En una curación tan "mesiánica" como esta, no podemos menos de sentir la evocación de la misma manifestación mesiánica de Jesús al responder a la embajada del Bautista. Juan Bautista, desde la cárcel, envía a sus discípulos a preguntar a Jesús: - ¿Eres tú el que ha de venir o esperamos a otro? Jesús responde: - Id y decid a Juan lo que habéis visto: los ciegos recobran la vista, los cojos caminan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y son los pobres lo que reciben la Buena Noticia: dichosos los que no tropiezan por mi causa.(Mateo 11, Lucas 7) Jesús, por tanto, se hace heredero del mesianismo más puro de Isaías. Reciben la Buena Noticia los pobres, los ciegos, los enfermos. Pero otros tropezarán. Serán los ricos, los que ven, los sanos. Es una estremecedora línea, en la que se confunde, hasta no poder separarse, lo sucedido a Jesús, lo sucedido a lo largo de la historia y nuestra propia trayectoria espiritual. Creyeron en Jesús los que se sentían necesitados de salvación, especialmente los más necesitados, los pecadores. Y los que no se sentían pecadores, no creyeron en Él, más bien tropezaron en Él porque atendía a los pecadores. Jesús ironizó sobre ellos diciendo que "los sanos no tienen necesidad de médico" (Mt.9, Mc.12, Lc.5). Y los ricos tampoco se atrevieron a irse con él, tenían demasiado bienestar para sentir necesidad de Jesús (Lo vimos hace dos domingos leyendo Marcos 10, el joven rico). En el pasaje de hoy, el ciego mendigo encuentra a Jesús porque necesita de él y cree en él. La muchedumbre le sigue con aspavientos externos, pero nada más. En el mismo contexto situacional ubicará Lucas el episodio de Zaqueo, que resulta brillantemente paralelo con la vocación de Leví (Mt.9, Mc.2, Lc,5). Y resulta bastante sintomático que en el principio de la vida pública Jesús se define llamando a los pecadores y comiendo con ellos y al final de la misma (último episodio de Lucas antes de la entrada en Jerusalén) se repite la escena, con el mismo escándalo y la misma reiteración del mensaje de Jesús. Los evangelistas por tanto acumulan signos sobre el mensaje fundamental: Jesús Salvador, Libertador del pecado, Luz para los humanos, es recibido por los pecadores, que alcanzan la luz de la fe, y rechazado por los "sanos y ricos", que quedan ciegos aunque parezcan sanos, videntes, poderosos. Todo esto nos da pie a largas consideraciones que resumiremos brevemente. Fundamentalmente, sobre la religiosidad. Jesús se coloca en las antípodas de toda religiosidad de apariencia, de identificación con los poderes de la tierra, de equiparación de fe con esplendor externo, de religión como aceptación de "personas oficialmente santas".... cosas todas ellas tan presentes en las religiones. Los sacerdotes como personas santas, el alto clero con poder, ocupando un lugar social cercano al poder político, los grandes sabios entendidos en las ciencias sagradas... y la masa de gente sin importancia ni voz, que solamente por medio de los altos eclesiásticos tendrán acceso a Dios. Es una situación real, históricamente repetida en la mayor parte (¿en todas?) las religiones, y espiritualmente aceptada incluso ahora entre nosotros. Jesús es al revés: el mendigo ciego tiene acceso directo por necesitado y por creyente. Los demás, menos. Y los altos eclesiásticos, los que menos de todos. Aun teniendo acceso como todo el mundo, lo rechazarán explícitamente. Es significativo comparar esos dos extremos. Mirar la historia de las religiones, tan llenas de acepción de personas, de personajes sagrados con poder, de multitudes de necesitados marginados por la estructura religiosa... Es más impactante aún mirar la historia triunfal de la religión cristiana en Occidente, la estructura física de una catedral gótica, la jerarquizada disposición de la gente en una gran celebración actual. Mucho más aún, contemplar la historia de las naciones cristianas, el protagonismo religioso de los poderosos, la pobreza y desatención crónica de la gente del pueblo. Mucho más aún mirar las naciones del mundo, las cristianas y las no cristianas, mirar que es el primer mundo el que se dice cristiano y el miserable tercer mundo el que es evangelizado por el primer mundo poderoso... Mirar la esclavitud, cometida por los cristianos y los musulmanes poderosos contra los miserables paganos de los que se llegó a decir que no tenían alma... Contemplar así la historia religiosa del mundo estremece, porque es exactamente lo contrario de lo que Jesús hacía y decía. A nivel personal, no puedo menos que recordar la sabiduría del planteamiento de le Ejercicios de San Ignacio: parten del reconocimiento de los pecados. Si no me siento necesitado de Dios, no hay manera de llegar a Jesús. No pocas veces la Primera Semana de ejercicios se considera como un momento ascético de purificación, examen de conciencia y confesión de los pecados, para poder luego conocer a Jesús. No es correcto. Se trata de sentir necesidad del Salvador. Solamente desde este profundo sentimiento de necesidad, de pobreza y ceguera, se puede acceder a Jesús Salvador. PARA NUESTRA ORACIÓN Sería útil hacer un ejercicio imaginación e identificación. Imaginar la escena de Jericó y reconocernos en alguno(s) de los personajes. Jesús está rodeado de la multitud entusiasta. La multitud entusiasta ignora al mendigo ciego. La multitud entusiasta no estará al pie de la cruz. Entre la multitud hay sin duda (siempre están) fariseos y doctores, y quizá algún sacerdote. Están, como siempre, al acecho para intentar cazar a Jesús en algún desliz. Jesús les ofrece materia abundante de crítica. Se va a ir a comer a casa del pecador más aborrecido de la ciudad, Zaqueo. Ellos ya saben que "este hombre no es de Dios, porque no cumple el Sábado". Ellos son los sabios y los santos. Ellos le matarán. Junto a Jesús están los discípulos. Incondicionales y a medio convertir. En la escena anterior a la de hoy les hemos visto competir entre sí por los puestos de honor en el reino. En la Pasión abandonarán a Jesús. Sólo uno se atreverá a seguirle, y renegará de Él. Sólo uno estará al pie de la cruz. Pero lo han dejado todo para seguir a Jesús. Llegarán a creer en Él y acabarán dando la vida por Él. No son perfectos, pero creen en Él y le quieren.Está el mendigo ciego. Pura encarnación de la necesidad. Lo tiene fácil para acudir a Jesús, porque no tiene otra cosa a donde acudir. Si nos metemos en la escena, estaría bien pensar en dónde entramos, cuál es nuestra situación ante Dios, nuestra relación con Jesús, la profunda, la que nadie más que cada uno sabemos. En resumen. una historia de ciegos ignorantes que ven y de sabios respetables que se quedan ciegos. Una radiografía de la humanidad y de la Iglesia. Y un desafío: ver con los ojos de Jesús o preferir otros ojos. Dejarse iluminar o preferir las propias luces. Como los Zebedeos del domingo pasado, como el joven rico de hace dos domingos... como la historia entera de la Iglesia. Pero hoy estábamos hablando de éxito, del éxito de Jesús en Jericó, fracaso a los ojos de los verdaderos ciegos. Y podríamos hablar de éxito y fracaso de la Iglesia. Quizá volvemos hoy los ojos con añoranza a tiempos en que la Iglesia era más triunfante, sus templos estaban más llenos, sus jerarcas eran más ricos y poderosos, los monasterios rebosaban, se podían desplegar banderas sacras en concurridos desfiles públicos, se erigían imágenes de Cristo que presidieran las ciudades, incluso bendiciendo sus playas, sus casinos, sus negocios ... Quizá quedamos hoy satisfechos y consolados de los éxitos públicos de personajes sacros, de las multitudes que aclaman, de los magníficos actos religiosos desarrollados con toda pompa y retransmitidos al mundo entero. Quizá todo eso esté muy bien, quizá sea necesario, o conveniente, quizá... Pero los criterios de Jesús en Jericó me parecen disonar de todo eso. Éxito, el éxito de Jesús, el éxito de la Iglesia. Y mi propio éxito personal, vital... ¿Es un éxito de la Iglesia que los templos rebosen de fieles, cuando estos fieles son creadores de injusticia y de opresión? ¿Es un éxito mío que los negocios me salgan bien y pueda vivir aquí como si ésta de aquí fuera la vida eterna? Los ciegos ven, los cojos andan, y es a los pobres a los que se anuncia la Buena Noticia, dijo un día Jesús; y me parece que lo dijo muy satisfecho, porque ésas son, precisamente ésas, las señales del éxito del Reino. ORACIÓN Creo, Señor, ayuda mi poca fe. Creo en Ti, el Padre con quien puedo contar siempre, Creo en Jesús, Camino estrecho, Verdad segura, Vida verdadera, Creo en el Espíritu, que me libera de la tierra. Creo en la Iglesia, que dice sí a Jesús y camina desde sus pecados construyendo el Reino. Creo en la bondad y en la limpieza de corazón, creo en la exigencia y en la pobreza, creo que el perdón es mejor que la justicia, creo que es mejor dar que recibir, creo que servirte es servir a los hombres, creo que mi vida tiene valor y sentido creo que me quieres y me ayudas, creo en Ti Señor, ayuda mi poca fe. Seguimos en la misma dinámica. Sale Jesús de Jericó, camino de Jerusalén. Hoy no hay enseñanza añadida, el mimos relato entraña la lección. Es la última jornada hacia Jerusalén (Jericó está a unos 30 kms. y era la última parada y fonda). Estamos en la última escena, antes de entrar en Jerusalén. Después, el evangelio de Marcos da un profundo quiebro. Lo que acontece en Jerusalén está más cerca de la pasión que de lo narrado hasta ahora de su vida pública.
Los detalles del relato de hoy tienen poco que ver con los que Marcos ha utilizado hasta ahora. Jesús le llama. Le pregunta qué es lo que quiere. Admite el título de Hijo de David. No lo aparta de la gente. La curación no va acompañada de ningún gesto. No le manda guardar silencio sobre lo sucedido... Una vez que Marcos ha dejado claro que el camino hacia el Reino es la renuncia y la entrega hasta la muerte, ya no hay lugar para los malentendidos. No tiene sentido mandar callar ni rechazar el título de Mesías. Como vamos a ver, todo son símbolos. EXPLICACIÓN Al borde del camino. Bartimeo es el símbolo de la marginación, está fuera del camino, tirado en la cuneta, sin poder moverse, viendo cómo los demás pasan, dependiendo de ellos. El ciego tenía ya asignado su papel, (la exclusión), pero no se resigna. Sigue intentando superar su situación a pesar de la oposición de la gente. "Hijo de David" era un título mesiánico equivocado; suponía un Mesías rey poderoso, que se impondría con la fuerza. A Marcos ya no le importa, no le manda callar. En el relato siguiente (la entrada de Jesús en Jerusalén) vuelve a poner "Hijo de David" en boca de la multitud. Le regañaban para que se callara. Los que acompañan a Jesús no quieren saber nada de los problemas del ciego. En la situación en que te encuentras no tienes derecho a protestar ni a gritar. Aguanta y cállate. Era el sentir del pueblo judío, tan religioso él. "La gente" significa, para nosotros hoy, la inmensa mayoría de los cristianos que siguen a Jesús, pero no descubren la necesidad de ver más allá de sus narices y emprender un nuevo camino. Una vez más aparece la sutil ironía de Marcos: los que seguían a Jesús eran un obstáculo para que el ciego se acercara a él. Llamadlo. Se advierte claramente la carga simbólica del relato. En menos de una línea se repite por tres veces el verbo llamar. La llamada antecede siempre al seguimiento. Soltó el manto, dio un salto y se acerco a Jesús. Jesús valora la situación de muy distinta manera que sus acompañantes. Al menor síntoma de acogida, el ciego tira el manto y da un salto. Un ciego debía andar a tientas y con cuidado. Ahora confía, aunque no ve. El manto representa lo que había sido hasta el momento. Lo que era su refugio, se convierte en un estorbo. Todas sus esperanzas están ahora en Jesús. Este es el verdadero milagro, que el mismo ciego realiza. ¿Qué quieres que haga por ti? Desde el punto de vista narrativo, la pregunta no tiene ningún sentido. ¡Qué va a querer un ciego! La pregunta que le hace Jesús, es la misma que, el domingo pasado, hacía a Santiago y Juan. La pregunta es idéntica, pero la respuesta es completamente distinta. Los dos hermanos quieren "sentarse" en la gloria con Jesús. El ciego quiere ver para "caminar" con él. La diferencia no puede ser más abismal. ¡Que pueda ver! Jesús provoca, con su pregunta un poco absurda, este grito. En toda la Biblia, el "ver" tiene casi siempre connotaciones cognitivas. Ver significa la plena comprensión de aquello que es importante para la vida espiritual. Este grito es el centro del relato, siempre que descubramos que no se trata de una visión física. Se trata de ver el camino que conduce a Jerusalén para poder seguirlo. El camino de la renuncia que conduce hacia el Reino. De ahí la respuesta de Jesús: ¡Anda! El objetivo final no es la visión, sino la adhesión a Jesús y el seguimiento. Una lección para los discípulos que no terminan de ver. Siguen a Jesús por el camino material, pero no por el de la renuncia hacia la cruz. Tu fe te ha curado. Una vez más, la fe-confianza es la que libera. Solo él ve a Jesús. Solo él le sigue por el camino... el camino que lleva a la entrega total en la cruz. Marcos deja bien claro que una respuesta auténtica a la llamada de Jesús, será siempre cosa de minorías. La multitud que seguía a Jesús sigue ciega. Todos estos domingos venimos viendo la falta total de comprensión de los discípulos. No habían ni siquiera atisbado la propuesta de Jesús. Solo después de la experiencia pascual ven a Jesús y le siguen. Y lo seguía por el camino. El ciego, una vez que descubrió a Jesús le sigue en el camino. Antes estaba al borde, es decir fuera del camino. El relato de una ceguera material es el soporte de un mensaje teológico: Jesús es capaz de iluminar el corazón de los hombres que están ciegos y a oscuras. Los discípulos demuestran una y otra vez, su ceguera. Un hombre tirado en el camino, ve. Antes de ver, espera el falso "Mesías davídico". Después sigue al auténtico Jesús, que va hacia la entrega total en la cruz, y le sigue. Ya en la primera lectura de Jeremías encontramos un anuncio de este mensaje: Dios salva un resto de su pueblo. No salva a los poderosos, ni a los sabios, ni a los perfectos, (no sienten ninguna necesidad de ser salvados) sino a los ciegos y cojos, preñadas y paridas. Es decir a los pobres. No es el ciego el que está hundido en la miseria. La verdadera miseria humana está en los que, aun siguiendo a Jesús, mandan al ciego que se calle. Lo estamos repitiendo todos los días. ¡Que se callen todos los miserables que molestan! ¡Que eliminen los mendigos de las calles! No nos dejan vivir en paz. No oír, no ver la miseria que hay a nuestro alrededor, mirar hacia otro lado, es la única manera de vivir tranquilos... APLICACIÓN La evolución ha sido posible gracias a que la vida ha sido despiadada con el débil. El evangelio establece un cambio sustancial en la marcha de la evolución. Jesús trastoca esa escala de valores, que aún prevalecía entre los hombres de su tiempo. Se daba por supuesto que Dios estaba en esa dinámica, y que todo lo defectuoso era rechazado por Él. Esto es lo que no podía soportar Nietzsche, porque creía que el evangelio exaltaba la mezquindad. Nunca fue capaz de descubrir el valor de un ser humano a pesar de sus radicales limitaciones. La esencia de lo humano no está en la perfección ni física ni síquica ni mental ni moral sino en la misma persona, independientemente de sus circunstancias. La actitud de Jesús fue un escándalo para los judíos de su tiempo y sigue siendo escandalosa para nosotros hoy. Creemos ingenuamente que hemos superado esa dinámica. Tal vez hemos avanzado con relación a las limitaciones físicas, pero ¿qué pasa con los fallos morales? Jesús no solo se acercó a los ciegos, cojos y tullidos; también se acercó a los pecadores públicos, a las prostitutas, a las adúlteras. Lucas, inmediatamente después de este relato, inserta el de Zaqueo (publicano-pecador) que expresa lo mismo que este del ciego, pero con relación a los excluidos por impuros. Nosotros aún seguimos hoy creyendo que los pecadores que nosotros rechazamos, son también rechazados por Dios. Ellos nos preceden en el Reino de los Cielos, porque seguimos estando ciegos a la manifestación de Dios en Jesús. La escala de valores que nos propone el evangelio, no solo es distinta, sino radicalmente opuesta a la que los humanos manejamos todavía hoy. Entendemos al revés el evangelio cuando pensamos: 'Qué grande es Jesús, que de una persona despreciable, ha hecho una persona respetable'. Desde nuestra perspectiva, primero hay que cambiarla, después hablaremos. El evangelio dice lo contrario, esa persona ciega, coja, manca, sorda, pobre, andrajosa, marginada, pecadora; esa que consideramos un desecho humano, es preciosa para Dios. ¡Nos queda aún mucho por andar! Meditación-contemplación ¿Qué quieres que haga por ti? –Maestro, que pueda ver. Grita desde lo hondo de tu ser una y otra vez: ¡Que pueda ver! ¡Que pueda ver!... Y pronto te responderán: ¡Pero si puedes ver! Solo tienes que abrir los ojos. ................... Nos han convencido de que para ver, Necesitamos que alguien me coloque unas gafas. Absolutamente falso. El ojo interior está hecho para ver, y tu verdadero ser está siempre iluminado. .................. Descubre la causa de tu ceguera. Abre bien los ojos y si hay algo que no te deja ver, apártalo. Nade tiene que traerte un candil o prestarte prismáticos. Tu e-mail puede estar lleno de basura y no cabe el verdadero mensaje. El engaño que nos impide ver
En un texto central en su evangelio, Marcos presenta a un ciego como prototipo del verdadero discípulo. Quienes acompañaban a Jesús –ha repetido el evangelista en capítulos anteriores- oyen su palabra, pero no entienden; creen ver, pero en realidad están ciegos. Por eso, en la práctica, toman un camino diferente al del propio maestro. El ciego Bartimeo, por el contrario, es consciente de que no ve y, a diferencia de los discípulos que reclamaban "los primeros puestos", pide únicamente "ver". Y en el momento mismo en que ve, sigue a Jesús por el camino: un camino que no es topográfico, sino teológico, el que propone el propio Jesús. Empezamos a vivir cuando, decididamente, queremos ver. A falta de esta determinación, sobrevivimos en la ignorancia de quienes somos, en la creencia de estar separados de los otros y del mundo y en la búsqueda, más o menos compulsiva, de "distracciones" y compensaciones. Tendemos a oír solo la voz de nuestra mente, en la creencia ilusoria de que ella nos mostrará el camino de la vida. Pero la mente tiene una visión corta y estrecha. Nos hace girar en torno al yo, como si se tratase de nuestra verdadera identidad. Y, dando eso por supuesto, nos hace deudores de lo que le ocurra a ese yo. Soledad, miedo, ansiedad y, en definitiva, existencia egocentrada: esas son las características que acompañan a tal identificación. Al vivir con la creencia de que somos el yo, no podemos hacer sino preocuparnos por él. Ahora bien, preocuparnos por algo que no tiene consistencia propia conduce directamente a la ansiedad. Ese es el motivo por el que la identificación con la mente nos encierra en una prisión, hecha de ignorancia y de sufrimiento, en la que nos reducimos a circunstancias impermanentes, viviendo desconectados de nuestra verdadera identidad. Estamos ciegos, con el agravante de que creemos ver. ¿Cómo salir del engaño y poder ver? La salida de la prisión de la ignorancia y del sufrimiento, en la que nos encierra nuestra reducción a la mente, pasa por desenmascarar el engaño de la identificación. La excesiva preocupación por el yo es indicio seguro de ceguera y fuente cierta de cansancio estéril. Quizás solo cuando ese cansancio se nos hace insoportable empezamos a replantearnos nuestro modo de vivir. El desencanto o la hartura nos urgen a buscar una salida, porque nos hemos dado cuenta de que la raíz del problema se halla en nuestro modo de ver. Solo hay un modo de salir de esa trampa: dejar de reducirnos a la mente (pensamientos, sentimientos, emociones...), dejar de identificarnos con el yo. No te preocupes demasiado por cómo estás, qué sientes, qué te ha ocurrido o qué temes que te pueda ocurrir... Ven al momento presente y entrégate a él. Toma distancia del yo y ríndete a la realidad de lo que es, deja que las cosas sean, entrégate a la Sabiduría mayor que habita todo lo real..., hasta que tú mismo seas también instrumento o cauce a través del cual esa misma Sabiduría se exprese. Acepta lo que es y deja que todo sea. Toma conciencia de que no eres la mente, sino Eso que queda cuando la mente se calla: la plenitud del "Yo Soy" universal. Y reconoce que Eso que eres es perfecto y se halla siempre a salvo. Cuando sueltes la preocupación por el yo, empezarás a ver y podrás seguir el camino adecuado. En estos últimos días, los políticos en este país (normalmente conservadores pero que muy conservadores) vienen a refrendar y a reafirmar con sus declaraciones distintos axiomas (premisa que, por considerarse evidente –por ellos– se acepta –por sus seguidores– sin demostración) de tipo doctrinal que tienen su origen en un antiguo y determinado entorno educativo. Son tantas las veces que se repiten que, consciente o inconscientemente, llega un momento en que son transmitidos a todo el conjunto de la ciudadanía por parte de presidentes de gobierno, ministros, senadores, etc.; alumnos, a su vez, de profesores y doctores especializados.
No hace falta ser un erudito en historia para saber que la Iglesia Católica, Apostólica y Romana ha sido a lo largo de los siglos principal protagonista, ya no solo en su ámbito concreto, sino también en el manejo y manipulación de los distintos gobiernos, muy especialmente en este continente europeo, para inculcar su doctrina, su magisterio y su catecismo como la auténtica panacea o el “non plus ultra” a costa de lo que sea. Para demostrarlo, y como primer ejemplo, existe aquel muy conocido que dice: “Extra Ecclesiam nulla salus” (Fuera de la Iglesia no hay salvación). Es decir, aquel que quiera o desee estar fuera o no conozca dicha institución o doctrina no se salvará, o lo que es lo mismo, se condenará. Lo que queda en el aire es el objeto último de esa salvación o condenación. Por de pronto me quedo con el de esta vida, que no es poco. Curiosa y paradójicamente, por ello y para nuestra satisfacción como personas, estando “fuera de…” podemos pensar por nosotros mismos, podemos discrepar, debatir y discutir, tener libertad de conciencia, leer y publicar lo que nos plazca y no estar sometidos de por vida a una sola idea o pensamiento. Incluso podemos hasta creer en nosotros mismos y amar como y a quien queramos. Estamos salvados porque somos ciudadanos de este mundo. Es, como dice Hans Küng, vivir la libertad conquistada. Hacía tiempo que había superado tamaño disparate papal y ya como que me lo tomaba a cachondeo cuando lo oía, pero hace pocos días me quedé perplejo cuando de repente escuché al señor Rajoy una singular versión de esa cita-frase-axioma-dogma: “Fuera de España y de Europa se está condenado a la nada”. O lo que es lo mismo: no hay salvación. Desde ese mismo instante se ganó a pulso el nombramiento de segundo nuncio apostólico de este país. ¡¡Qué cosas, don Mariano!! ¡¡Qué similitud en el enunciado de los axiomas!! Desgraciadamente, en este país y en esta Europa (por mucho Premio Nobel que reciba de forma escandalosa), si siguen gobernando como hasta ahora (no creo que sepan hacerlo de otra forma) y agachando la cabeza y algo más, tengo la absoluta certeza de que vamos a estar dentro –y no fuera– más condenados a la nada porque, por poner algunos ejemplos, este sistema educativo está más acorde con el pasado que con los tiempos que corren y la religión católica se sigue impartiendo obligatoriamente en el ámbito de lo público; estamos condenados a soportar el favoritismo hacia una institución que ha sido la única que sí que se ha salvado de los infames recortes; el sistema sanitario no es ni eficaz ni solidario; la casta política es cada día más deshonesta y menos trabajadora y el servicio al ciudadano está más que devaluado. Estamos condenados aquí dentro, en este país y en este viejo continente, a leer en los periódicos o escuchar en la radio declaraciones provocadoras y llenas de soberbia y chulería propias de una gran hermandad que se ha creído siempre poseedora de la verdad absoluta. Y no sigo porque a la vista tenemos una larga lista de despropósitos y mentiras que solo nos da la posibilidad esperanzadora de mirar hacia afuera y mandarnos a mudar muy lejos. Eso por un lado. Por otro, esas frases casi dogmáticas son producto de la manía enfermiza que tienen los gobernantes y eclesiásticos de corte ancestral y retrógrado de someternos bajo su yugo. Con sus teorías, basadas en la indisolubilidad, nos conducen a ser un solo cuerpo, una sola alma, grande y nada más y nada menos que libre. Libertad, sobre todo. De risa. ¿Es tan difícil reconocer en estos tiempos la pluralidad? En referencia a esto que digo, se me ocurre poner un ejemplo de lo más simple y cotidiano: el de una familia normal (se incluyen primos quintos y lejanos, así como sus vecinos y conocidos, que no tienen nada que ver excepto hacer bulto para tener supuestamente más peso) en la que un buen día uno de sus miembros decide pedir el divorcio de su pareja o simplemente independizarse. Cónclaves y reuniones a todos los niveles con el intento de convencer al susodicho bajo todo tipo de métodos: lícitos, aduladores, interesados, etc. Resumiendo, aquel sigue en sus trece y se quiere divorciar, emanciparse y/o dejar de pertenecer a dicha familia por convicción o por el simple hecho de estar hasta las mismas narices. Con la Iglesia y el Estado pasa lo mismo: por un lado, curas, obispos, monjas o simples bautizados que, ejerciendo el derecho de su libertad, renuncian al bautismo impuesto y, por tanto, no quieren seguir perteneciendo a un sistema eclesiástico corrupto. Por otro, gente que emigra a otros países (según últimos datos, más de 100.000 personas), multitud de ciudadanos que parten del Estado patrio, como antaño, hacia otras tierras lejanas buscando una vida más digna. Según noticias que tengo de gente que se ha ido fuera, están felices. O sea, salvados. Personalmente ya está rondando por mi cabeza esa idea, con lo que supone: dejar familia, amigos y conocidos. Finalmente, es de rabiosa actualidad el peliagudo asunto de las comunidades autónomas que quieren ser independientes. En relación con este asunto, me pregunto por qué esa obsesión en no dejarles ejercer ese derecho y ni siquiera permitirles que lo decidan en referéndum. Mientras asuman esa independencia con todas las consecuencias (no hace falta que aclare que aquí no vale mirar de reojo a quien se abandona), a mí, que soy canario (ojalá tuviéramos la fuerza que otros), ni me quita ni me pone que un catalán, un gallego o un vasco se quiera desligar de este país aunque el insigne alumno aventajado diga (su credibilidad está muy en entredicho) que se van a condenar a la nada. Nada más gratificante que conquistar la libertad, repito. Termino con otro ejemplo. Otras declaraciones, fruto también de esa educación archiconocida y recibida en ese continuo y repugnante hermanamiento: Diciembre de 2009. Javier Martínez, arzobispo de Granada. Entre tanto disparate y dislate soltó la siguiente frase hablando del aborto: “Matar a un niño indefenso, ¡y que lo haga su propia madre! Eso les da a los varones la licencia absoluta, sin límites, de abusar del cuerpo de la mujer, porque la tragedia se la traga ella”. Octubre de 2012. José Manuel Castelao Bragaña, presidente del Consejo General de la Ciudadanía Española en el Exterior: “Las leyes son como las mujeres, están para violarlas”. A diferencia de lo que ocurre con el maestro y el alumno, mientras este dimite después de darse cuenta de un error tan inadmisible, aquel sigue teniendo licencia para predicar en nombre de una moral trasnochada y falaz porque se tienen creído que están por encima del bien y del mal, de lo humano y de lo divino. Por eso, no hay quien les tosa ni tienen la suficiente honestidad para reconocer semejantes barbaridades. Hasta que no haya una efectiva y práctica separación entre Iglesia y Estado, como existe en muchos países, seguiremos asistiendo, lamentablemente, a esta confraternización. Seguiremos oyendo frases y citas idénticas aunque hayan pasado entre ellas meses, años o siglos. No nos queda nada. El 'Jesus Seminar' es un proyecto de unos ciento cuarenta estudiosos del Nuevo Testamento que se proponen investigar la autenticidad histórica de los dichos y los hechos de Jesús. Su trabajo y su sistema de votación ha recibido numerosas críticas por parte de otros expertos, pero no cabe duda de que se trata de un grupo influyente.
No hace tanto aparecían en un diario español las declaraciones de John Selby Spong, obispo episcopaliano de EE UU, que colabora en el 'Jesus Seminar' y que afirmaba que "solo el 16 por ciento del Nuevo Testamento fue pronunciado verdaderamente por Jesús". Afirmaciones de este tipo pueden producir por lo menos desconcierto: si eso es así ¿cómo sabremos a qué atenernos?; el restante 84 por ciento ¿es sólo un invento de la comunidad y por tanto no vinculante? No quisiera yo -ni probablemente tenga capacidad- entrar aquí en este debate. Estoy convencido en todo caso de que la fe y la adhesión del creyente se apoya sin duda en las palabras de Jesús, pero va más allá de ellas para tratar de incorporar su espíritu que fue también el de las comunidades del Nuevo Testamento. La Iglesia oficial ha tratado siempre de fijar una ortodoxia y luchar contra una dispersión de pensamientos y conductas que le resulta temible pero eso no ha impedido que los verdaderos adoradores, en espíritu y en verdad, sigan buscando y encontrando caminos nuevos y antiguos. Sin duda es una búsqueda que no descarta la posibilidad del autoengaño. En mi opinión el antídoto es la confrontación con la comunidad. Alguna vez he contado lo sucedido en la visita del cardenal Rouco a una residencia de sacerdotes. Aludiendo a la lectura del día, uno de los presentes le preguntó: "¿No siente usted vergüenza cuando proclama ese pasaje contra las largas vestiduras, los primeros puestos en los banquetes...? La siento yo, que no hago esas cosas..." La respuesta del cardenal fue como sigue: "No, porque ese es un lenguaje simbólico". No sé yo lo que el 'Jesus Seminar' dirá sobre esas palabras de Jesús pero ahí queda bien clara la capacidad de engañarse de las personas cuando llega el momento de defender sus intereses. Todo esto viene a cuento de dos reflexiones que he hecho al hilo de unos acontecimientos que me han sido cercanos. El primero sucede en un pueblo de La Mancha. Como si fuera la oficina del DNI, el grupo de Cáritas da cita a quienes llegan "para la semana siguiente". Pero muchos de los solicitantes son transeúntes y una mujer del pueblo ha empezado a atenderles por su cuenta: les da comida, les acompaña a hacer gestiones, les encamina a albergues. Yo pensaba en la palabra de Jesús: "No tienen necesidad de médico los sanos sino los enfermos". Es una frase que parece obvia pero que no lo es tanto. En realidad, en la propia Iglesia se suele atender a los sanos, a los que vienen puntuales a la cita, a quienes rellenan la ficha, a los que atienden los consejos... pero no a los que no son rentables, a los que olvidan acudir a tiempo, a los que piden a deshora y de mala manera. La segunda historia tiene que ver con la parábola del buen samaritano. Nunca me había fijado suficientemente en las palabras al posadero: "Cuídalo y lo que gastes de más te lo reembolsaré a la vuelta". El samaritano no es solo alguien movido a compasión que atiende al herido sino alguien que va más allá, alguien que "toma a cargo". ¿Qué dirá el 'Jesus Seminar' sobre esas palabras de Jesús? ¿las dará o no por auténticas? Ciertamente no tengo ni idea pero tampoco me importa demasiado. Creo que en ellas como en todas se expresa un espíritu que nos reta al seguimiento, a cada uno según su capacidad. Porque la letra mata muchas veces pero el espíritu siempre da vida. El Vaticano II puso en evidencia la estrecha relación de los prelados españoles con la dictadura, con gran desprestigio para los protagonistas
“Cuando los obispos españoles intervenían en el aula conciliar, los padres conciliares aprovechaban para salir al baño”, escribió el dominico francés Yves Congar, uno de los grandes artífices intelectuales del Vaticano II por encargo del papa Juan XXIII. Creado cardenal a los 91 años (en 1994) por Juan Pablo II, podría pensarse que apreciación tan dura de Congar estuvo guiada por su proverbial dureza de trato, cargada de razones contra todo totalitarismo fascista por los cinco años que estuvo prisionero en un campo de concentración nazi. Que gran parte de los prelados españoles “vendiesen la figura de un dictador como el gran salvador del Cristianismo” (así escribió), le parecía execrable. Europa, librada sangrientamente de la infamia nazi-fascista y en plena guerra fría contra el totalitarismo comunista soviético, llevaba dos décadas en la dirección opuesta. Los obispos españoles vivieron el Concilio Vaticano II ( 1962 a 1965) perplejos o avergonzados. Sin comprender gran parte de los documentos del concilio. Resistentes, la inmensa mayoría, a los cambios ordenados por el Vaticano. Preocupados por la reacción del jefe del Estado, el dictador Francisco Franco, al que debían, muchos de ellos, el rango episcopal. Comprometidos a cumplir lo mandado por el Papa, pero sin idea de cómo compaginarlo con el patriotismo católico (nacionalcatólico) surgido de un golpe de Estado criminal que seguían bendiciendo como una gloriosa cruzada cristiana. Si la convocatoria del Vaticano II supuso una sorpresa para la mayoría de los 2.540 obispos de todo el mundo con derecho a ser padres conciliares (hoy son casi el doble), fue, en cambio, un mazazo para los jerarcas del catolicismo español. Su papel en Roma, entre 1962 y 1965, no iba ser muy brillante, sentados con mucha improvisación y mucha ignorancia teológica en los escaños del graderío central de la basílica de San Pedro. Ante los ojos del mundo, por primera vez mediante la televisión, allí oyeron hablar en positivo de libertad religiosa como uno de los derechos humanos, de tolerancia, de misericordia ante el error y de la iglesia del pueblo. Era justo lo contrario de lo que predicaban en sus diócesis, bien por convicción personal, bien forzados por el régimen militar que les había aupado y los trataba como a príncipes, colmándoles de privilegios a cambio de fidelidad. Salvo muy contadas excepciones, su papel en el Vaticano fue irrelevante, a veces incluso extravagante. Eran seis cardenales, un patriarca, 10 arzobispos y 69 obispos, muchos por encima de los 80 años de edad y con un gran complejo de inferioridad pese a llegar cargados de un mesianismo nacionalcatólico. Muchos creían tener una misión nacional, como sus antecesores en Trento, y estaban dispuestos a cumplirla sin contemplaciones. Pronto bebieron del cáliz de la amargura, cuando toparon con el desprecio de muchos de sus colegas o, como mucho, con la curiosidad infantil del resto, que creía que la España de Franco era como “la Rusia de Stalin pero con muchos curas”. La aportación de la delegación española fue una condena del comunismo El famoso obispo de Chiapas, Samuel Ruiz, que llegó al concilio con apenas 35 años, contó cómo impresionó en el aula conciliar un documento sin firma en el que se denunciaba que en España había curas en las cárceles por hablar vasco y catalán, y torturas terribles, y persecuciones y fusilamientos por razones puramente políticas. “Pensamos que era una calumnia. Franco se nos presentaba como una especie de libertador ante el comunismo. Pero supimos que algunos obispos habían suspendido su estancia en Roma para volver a España, se dijo que para ver a Franco antes de actuar”. Muchos vinieron a ver a Franco, efectivamente: los arzobispos Casimiro Morcillo (Madrid) o Pedro Cantero Cuadrado (Zaragoza), ex capellán de Caballería y procurador en Cortes por designación de Franco en el momento del concilio, entre los principales. El dictador les advirtió sobre las “calamidades” que ocasionaría a España la inminente proclamación conciliar de la dignidad humana y la libertad religiosa como derechos humanos irrenunciable. En la España nacionalcatólica se había fusilado a protestantes, judíos y masones, y muchas personas seguían encarceladas por sus creencias religiosas. Franco también les dijo que era inasumible la anunciada separación Estado-Iglesia. Cuando ellos hablaban los demás aprovechaban para ir al baño Cuenta en sus memorias el fallecido arzobispo de Pamplona, José María Cirarda, que cuando los padres conciliares entraban en la basílica de San Pedro para votar la declaración Dignitatis Humanae se encontró al obispo de Canarias, Antonio Pildain y Zapiain. Estaba pálido. Rezaba “para que Dios intervenga para impedir la aprobación de dicha declaración”. ¿Cómo podrá hacer Dios tal cosa? Pildain contestó a Cirarda: “Utinam ruat cuppula Santi Petri super nos”, haciendo caer sobre los presentes la cúpula de San Pedro. Eran tiempos en los que los obispos sabían latín. Cirarda había sido antes obispo de Bilbao y Santander, y fue objeto del insólito y brutal anticlericalismo de derechas de la época. Fue también el prelado encargado por la Curia vaticana de comparecer ante la prensa en español para contar cómo iba el concilio. Desprestigios o irrelevancias aparte, es un lugar común que el Vaticano II fue un amargo trago para buena parte del episcopado español. Esto escribió otro gran teólogo en aquel concilio, el jesuita alemán Karl Ranher: “La mayoría de los obispos españoles piensan que solo venimos a abolir el Vaticano I. Son una suerte de monofisitas papales que nos consideran a nosotros (los partidarios de una reforma) como nestorianos episcopalistas”. Fraga abrió una oficina en Roma para lucimiento de los purpurados También son críticos algunos protagonistas españoles. Esto dijo el cardenal Vicente Enrique y Tarancón, que tenía entonces 55 años y reconoció más tarde que en las dos primeras sesiones conciliares estuvo “un poco desconcertado”. “En el episcopado había un grupo que era claramente carca. Estaban en contra de todo lo que oliese a novedad. Creían que todo aquello desautorizaba al Estado español. Cuando en la primera sesión del concilio (1962), alguien, no se supo quién, distribuyó en el aula una especie de panfleto antifranquista, se molestaron mucho e incluso llegaron a preparar un documento de réplica en el que se defendía a Franco. No llegó a prosperar. Entonces era Fraga ministro de Información y esperaba aquel documento para difundirlo a todo tambor. Hubiera sido tremendo que la impresión de nuestro pueblo fuera la de que los obispos habíamos ido al concilio para defender a Franco”. Tarancón remacha la idea incluyéndose a sí mismo. “La unidad católica era para nosotros como la base de la realidad de España. Era casi un dogma católico-patriótico. Confundíamos el régimen con España. Criticar a Franco era criticar a España”. Habían aprendido la consigna por boca del responsable de propaganda del régimen en aquel momento, Manuel Fraga Iribarne, que, para que lucieran como se merecía España en la Roma del concilio, les abrió a los obispos una lujosa oficina de dos pisos en la avenida Gregorio VII, a tiro piedra del Vaticano. Incluso les recomendó un director de oficina, el sacerdote Jesús Iribarren. Duró poco en el cardo. Cuenta en sus memorias el arzobispo Cirarda: “Todo marchó bien el año 62, pero en la primavera del 63, don Jesús publicó en Ecclesia (la revista de los obispos) un artículo que molestó al ministro. Informaba sobre un congreso de periodistas católicos en Paría, en el que se denunció abiertamente la falta de libertad de la prensa en España”. Fraga se juró entonces que el tal Iribarren nunca llegaría a obispos. En realidad, el temperamental ministro de Información y Turismo de Franco se jactaba con frecuencia de dar o quitar él mismo tan preciado rango eclesiástico. Iribarren, por tanto, nunca fue obispo. Pero Fraga no pudo cortarle las alas. Al contrario, en 1968 fue elegido secretario general de la Unión Católica Internacional de la Prensa y vivió en París, sede del organismo, hasta que en 1972 los obispos lo eligieron secretario general de la Conferencia Episcopal Española, a instancias del cardenal Tarancón, su presidente. Ocupó ese cargo hasta 1982. En aquella reunión se extendió que el régimen tenía curas en las cárceles Quien peor lo pasó en Roma los tres años del Vaticano II fue el cardenal primado de Toledo, Enrique Pla i Deniel (Barcelona, 1876 – Toledo, 1968). Franquista empedernido, inmisericorde con los vencidos, fue el primero que bendijo el criminal golpe militar de 1936 como una cruzada de “los hijos de Dios contra la España de los sin Dios, de los hijos de Caín, contra la no España”. Lo hizo bien temprano, el 30 de septiembre de 1936, en Salamanca, de donde era obispo diocesano, con una pastoral de título agustiniano: ‘Las dos ciudades’. Fue en su palacio episcopal donde el golpista general Franco instaló el cuartel general en los primeros meses de la guerra, hasta su traslado a Burgos. Pla i Deniel volvió a la carga con una interpretación teológica y moral del resultado de una guerra ganada por los suyos con la inestimable ayuda de la Alemania de Hitler (nazismo), la Italia de Mussolini (fascismo) y miles de soldados moro-musulmanes. ‘El triunfo de la ciudad de Dios y la resurrección de España”, tituló en 1939 la nueva pastoral. Aprovechaba sin pudor para pasar la cuenta al nuevo régimen, con exigencias nada baratas: sostenimiento del culto y el clero mediante el Presupuesto del Estado, la pronta recristianización de España y la inmediata restauración del fuero eclesiástico. No hizo un gesto de disgusto cuando Franco prohibió publicar en España la encíclica ‘Mit brennender Sorge’ (en alemán ‘Con ardiente inquietud’), de Pío XI contra el nazismo. Quien peor lo pasó en Roma fue el muy franquista Enrique Pla Solo incumplió la orden el obispo de Calahorra-Logroño, Fidel García, y lo pagaría bien caro. Fue uno de los pocos prelados españoles que lucieron en el concilio, al que llegó desde su retiro con los jesuitas en la Universidad de Deusto (Bilbao). Por enfrentarse a Franco, la policía secreta le montó un simulacro de pendencia, con un doble del prelado que, con sotana episcopal, recorría los prostíbulo de Barcelona e, incluso, los de París. Asqueado por la falta de apoyo de sus colegas (el arzobispo Modrego, de Barcelona, llegó a creer la patraña policial), abandonó su cargo y se recluyó en Deusto. La revancha la tomó en el concilio, donde brilló muy por encima de sus hermanos antiguos colegas, sobre todo en defensa de la libertad de conciencia y contra la persecución de las otras religiones. Sobre los calvarios del obispo Fidel García con el régimen franquista hay ya varios libros, entre otros el escrito por un magistrado del Tribunal Superior de Madrid, Antonio Arizmendi, junto al historiador Patricio de Blas. Se titula Conspiración contra el obispo de Calahorra. Denuncia y crónica de una canallada (Editorial Edaf). Arizmendi es hijo del abogado de la diócesis de Calahorra cuando Fidel García decidió dimitir. Su queja principal es que los obispos actuales tampoco están interesados en la verdad ni en rehabilitar el buen nombre de su ilustre predecesor. Franco, remordido años después, ordenó a su ministro de Justicia que ofreciese una reparación moral al prelado. Pero las disculpas tenían que quedarse en privado. El obispo rechazó el insólito ofrecimiento, de nuevo asqueado. Quien peor se portó fue el cardenal Tarancón, “un amigo fiel de Franco”, según Arizmendi. En carta de 14 de febrero de 1982, el cardenal le dice a éste: “Monseñor Fidel García fue un gran obispo, pero la verdad es que no sé cómo se pueden encauzar las cosas para reivindicar su memoria”. El futuro Pablo VI le reprochó su afán de acabar con los “hijos de Caín” Tampoco se solidarizó Pla con el cardenal Isidro Gomá, primado de Toledo, censurado también por el dictador cuando, en un gesto de arrepentimiento, quiso publicar en enero de 1940 la pastoral ‘Lecciones de la guerra y deberes de la paz’. “La guerra civil ha sido un castigo; ahora es indispensable llegar a una reconciliación si queremos evitar los daños que el odio ha producido”, escribía Gomá. Murió meses después, completamente abatido, y Franco firmó su esquela a media página en el Boletín Oficial del Estado del 24 de agosto ordenando que se le tributasen “los honores fúnebres que las ordenanzas señalan para el Capital General que muere en plaza donde tiene mando en jefe”. Su sustituto en la primatura episcopal fue Pla i Deniel. Se supone la cara de pasmo que debió poner Pla cuando en visita al Vaticano, siendo ya primado de Toledo y cardenal, el arzobispo Giovanni Battista Montini, la mano derecha de Pío XII en política exterior y futuro papa Pablo VI, le dijo que su petición de acabar en España “con los hijos de Caín” (según Pla, la otra España que partía en mitades), era “poco cristiana” y debía ser “rectificada de inmediato”. Pla se defendió. Según él, Franco salvó a la Iglesia; Franco paga la reconstrucción de templos y nos construye seminarios (5.106 millones en ese apartado, ofrece el dato); Franco paga salarios, Franco ha entregado a los obispos la enseñanza primaria y secundaria… Un doble del obispo de Calahorra iba por los prostíbulos para deshonrarle El futuro Papa corta: “Bien, entiendo. Pero la cizaña no puede extirparse. La cizaña ha de convivir con el trigo para que la bondad de este sobresalga”. El Vaticano aspiraba a la reconciliación de los españoles y está suficientemente demostrado que el objetivo del franquismo y de la jerarquía de la Iglesia católica del momento fue impedir esa reconciliación. Es a partir de esa visita de Pla al Vaticano, cree Tarancón, cuando Juan XXIII y su cardenal preferido, Montini, al que ya ve como su sucesor en la silla de Pedro, deciden que hay que preparar un golpe de mano en el episcopado español, poniendo al frente a personas que, poco a poco, vayan separando a la Iglesia católica de dictadura tan poco cristiana. El liderazgo lo asumirá Tarancón, que cumplirá en encargo con habilidad vaticana. “Franco no tiene futuro. La Iglesia española, si quiere sobrevivir a su régimen y a su muerte, deberá irse separando poco a poco, pero completamente”, le dice Montini, textualmente. Cuando el régimen franquista percibe la operación, hay un debate en presencia de Franco sobre cómo reaccionar. Franco se desespera por lo que escucha. Le dice más tarde a su ministro de información y propaganda, Manuel Fraga: “¿Cree que no me doy cuenta de lo que pasa? ¿Acaso cree que soy un payaso de circo?” Pronto el régimen abrirá una cárcel en Zamora solo para curas, condenados por predicar en euskera, catalán o gallego, por homilías contra la tortura, o por que exigir libertades para sus fieles. Había otro factor que explica la proverbial incompetencia intelectual de buena parte del episcopado español. Es que no formaron equipo ni se prepararon para tan especial acontecimiento eclesial. Lo subraya Martín Descalzo. “Cada cual presenta el voto que Dios le inspira, sin tratarlo con nadie, mirando no sólo al bien de la Iglesia, sino también al efecto psicológico en la propia Diócesis. No tienen contacto. No planifican las tareas, ni hacen la distribución de temas”. “¿Acaso cree que soy un payaso?”, se quejaba Franco de Juan XXIII Era un episcopado sin cabeza. Escribe en sus Memorias uno de los obispos asistentes, Jacinto Argaya, prelado de Mondoñedo-Ferrol. “Hemos venido sin dirección, especialmente porque, siguiendo una costumbre jerárquica inveterada se suponía que el líder tenía que ser el obispo más anciano y, en este caso, su situación era casi senil”. Se refiere al cardenal Pla y Deniel, de 88 años. Añade el obispo Argaya: “El Episcopado español, colectivamente, no se mueve ni se prepara. Falta dirección, está prácticamente acéfalo por la extrema ancianidad del Primado. Habremos de actuar en francotiradores. Pla está decrépito. Me ha dado pena ver que cargo de tanta responsabilidad esté en manos tan débiles y en tan envejecida cabeza. Realmente, entre cardenales de curia, arzobispos y obispos, con cargos de altísima responsabilidad, hay algunos decrépitos y casi acabados por los años -dignos por otra parte, de toda veneración- a quienes en el mundo civil, político o económico, no se les confiarían, ciertamente, cargos de dirección o de mando. Es evidente que hay que rejuvenecer y hacer más vigorosa la dirección de grandes diócesis y congregaciones romanas. No debe estar la Iglesia posconciliar regida por una gerontocracia”. Antes de abrirse el concilio, el episcopado español ya había presentado sus credenciales de recelo al proyecto de aggiornamento’de Juan XXIII. El Vaticano, por orden del Papa, les había consultado (como a todos los obispos del mundo) sobre qué temas debería tratar el Concilio. Casi todos se limitaron a pedir la condena solemne del comunismo y la intensificación de la devoción a la Virgen. Los obispos españoles llegaron también a Roma muy huérfanos de asesores y peritos en teología. Escribe Argaya: “Regreso del Vaticano con el eclesíologo padre Salaverri, S.J. Reunión vespertina de los obispos españoles, bajo la presidencia de los cardenales. No he observado en la deliberación ni criterio único ni peso en la dirección. Los consultores Jiménez Urresti y Peinador han leído dos estudios, contradictorios entre si. En general, hemos vivido físicamente aislados del Episcopado mundial. Este alejamiento ha sido debido a que, ordinariamente, no poseemos más idiomas fuera del patrio y del latín… Hay que atribuir este relativo aislamiento al complejo de inferioridad que los españoles, incluidos los obispos, llevamos en la masa de la sangre”. Enfrente, se alzaban los episcopados de la Europa católica de los años 60, rodeados de teólogos de alto renombre: Rahner, Schilleebec, Von Baltasar, Yves Congar, De Lubac, Chenou, incluso los más jóvenes Hans Küng y Joseph Ratzinger, que llegaban juntos (jerarquía y pensadores) curtidos ya en palabras como renovación y aggiornamento, decididos a hacer la Reforma de la Contrarreforma. Una madre al ver el negativo comportamiento de su hijo, se coloca muy triste y musita: “¿Qué habré hecho mal? Sin tener esta dolida madre culpa alguna… obviamente esto queda más para un estudio psicológico sobre maltrato, violencia, etc. Pero, esto mismo, me hace sentir a mí al ver cómo la gente se reúne a raíz de las diferentes celebraciones de los 50 años del Concilio; congresos de Teología en el Vaticano y también en Brasil…: este último, además, celebrando los 40 años de la Teología de la Liberación, lo que obviamente en el Vaticano no se tocó… ¡No!, mejor digo: ¡Quedó pendiente!
Las celebraciones por este hecho ha sido también en diferentes comunidades, donde los laicos, en su mayoría conformado por mujeres, han sido los protagonistas. Cincuenta años… cincuenta años, medio siglo a la espera de ver resultados tangibles de este cónclave… “… quien, no perseverando en la caridad, permanece en el seno de la Iglesia «en cuerpo», mas no «en corazón” (LG 14). Nosotras hemos puesto el cuerpo y corazón en bien de nuestra querida Iglesia… se ha realizado un verdadero servicio diario por tantas mujeres que seguimos a este Señor de la Vida y de la fe. En todas las reuniones que he participado, en su mayoría conformada por mujeres nos seguimos mirando… nos seguimos preguntando… ¿Y nosotras? “No hay, de consiguiente, en Cristo y en la Iglesia ninguna desigualdad por razón de la raza o de la nacionalidad, de la condición social o del sexo, porque «no hay judío ni griego, no hay siervo o libre, no hay varón ni mujer. Pues todos vosotros sois “uno” en Cristo Jesús» (Ga 3,28 gr.; cf. Col 3,11). (LG 32).” Entonces, cómo podríamos entender el párrafo anterior… “…ninguna desigualdad por razón de la raza o de la nacionalidad, de la condición social o del sexo…”. Si este texto es de la Lumen gentium, documento de constitución dogmática de la Iglesia, aprobado, firmado, divulgado “a la grey”… por qué nos hacen sentir a nosotras a la orilla del camino… (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia). Con cariño desde Chile, Carmen Los autores del evangelio –y Marcos en particular- insisten en mostrar el contraste radical entre Jesús y sus discípulos, en lo que se refiere a la actitud básica ante la vida.
Para el maestro, la vida es ofrenda que se expresa como servicio; los discípulos, por el contrario, parecen reducir la existencia a una cuestión de autoafirmación del propio yo, por lo que suelen verse enfrascados en apetencias de poder. En cierta manera, ambas actitudes manifiestan los dos estilos en que podemos situarnos ante la existencia: en clave de ofrenda o en clave de voracidad. En el primero, la persona –es el caso de Jesús- se percibe como "canal" o "cauce", a través del cual fluye la Vida misma, lo Real que se expresa y que, al mismo tiempo, constituye nuestra identidad más profunda. Jesús vive en la consciencia clara del "Yo Soy" universal, y es esa Realidad última la que se manifiesta a través de su personalidad concreta. Ese fluir es posible cuando no hay apropiación, es decir, cuando el ego no se autoafirma como si constituyera nuestra verdadera identidad. Cada vez que esto ocurre, el ego se convierte, en la práctica, en un "nudo" que bloquea la circulación de la Vida: de ser cauce pasa a ser vacío sin fondo que devora todo lo que se halla a su alcance. La voracidad no es sino expresión de aquel mismo vacío que la persona, de una forma tan inconsciente como compulsiva, trata de compensar, como modo de aliviar la ansiedad que le resulta insoportable. Pasar de la voracidad a la ofrenda, del narcisismo a la gratuidad, de la ignorancia a la comprensión, del sufrimiento a la liberación..., requiere un doble trabajo: psicológico y espiritual. Por un lado, parece inexcusable un trabajo psicológico sobre el propio vacío afectivo o emocional, de manera que podamos crecer en libertad interior. A menor intensidad de vacío, menos ansiedad y menos necesidad de vivir de un modo egocentrado, que busca compensar la carencia de base. Pero, por otro, y más de fondo, es necesario un trabajo espiritual, que nos permita acceder y vivirnos en conexión con nuestra identidad más profunda, que no es el yo, siempre carenciado, que vive girando en torno a sí mismo, a sus miedos y a sus necesidades. Con ello, volvemos a la pregunta de siempre, la única pregunta en cuya respuesta se juega toda nuestra vida: "¿quién soy yo?". El místico cristiano del siglo XVII Angelus Silesius decía: "No sé quién soy. No soy lo que sé". Para responder adecuadamente a esa cuestión, necesitamos "dejar caer" todo aquello que podemos observar ("lo que sé"), pues todo ello no son sino "objetos", pero nunca nuestra identidad última. Al "soltar" todo ello, lo que queda es lo que soy. Y lo que queda es Quietud, Consciencia, Presencia, Sujeto Puro, Yo Soy, "Nada" que nuestra mente pueda pensar o "saber"... Eso que soy es ilimitado, atemporal. Y me libera de la esclavitud del yo. Puedo dejar de vivir para ese yo con el que estaba identificado y, sencillamente, permitir que la Vida se exprese a través de mí, tal como vemos que ocurría en Jesús. Liberarnos de la identificación con el yo es la condición para escapar de su tiranía y situarnos en la libertad y la ecuanimidad. Porque, por debajo de cualquier "oleaje" mental o emocional, lo que soy está siempre a salvo. Se acaba el egocentrismo y el sufrimiento. Porque desaparece la identificación con el yo y sus exigencias protagónicas. De pronto, descubro que no soy "alguien" separado para quien deba vivir. Me doy cuenta de que, en realidad, no hay "nadie" en casa. Es lo que escribía, también en el siglo XVII, el místico español Miguel de Molinos: "El camino para llegar al sumo bien, a nuestro primer origen y suma paz, es la nada... Nos buscamos a nosotros mismos siempre que salimos de la nada, y por eso no llegamos jamás a la quieta y perfecta contemplación. Éntrate en la verdad de tu nada y de nada te inquietarás... ¡Oh, qué tesoro descubrirás si haces de la nada tu morada!... Si estás encerrado en la nada, adonde no llegan los golpes de las adversidades, nada te dará pena, nada te inquietará. Por aquí has de llegar al señorío de ti mismo, porque solo en la nada reina el perfecto y verdadero dominio". Nuestra identidad es Nada: nada que sea objeto mental; Nada, que es Plenitud. Algo que no se puede pensar, sino únicamente ser. Solo en la medida en que vivimos en conexión con ella, aparece la comprensión y la libertad. Imagina que, en un río caudaloso, van navegando dos pequeños barcos. En un momento dado, debido a la fuerza de la propia corriente del agua, se produce un choque entre ellos. Sigue imaginando ahora tres escenarios posibles: en el primero, los dos barcos están vacíos; en el segundo, solo uno de ellos lleva un barquero; en el tercero, los dos son tripulados por sendos dueños. ¿Qué ocurriría en cada uno de los tres casos? Indudablemente, en el primero, habría solo un choque: todo acabaría ahí. En el segundo, es probable que el único barquero se autorreprochara o culpabilizara por lo ocurrido, y que lo atribuyera a su impericia o despiste, con lo cual generaría sufrimiento y confusión. En el tercero, finalmente, no sería extraño que se produjera una pelea, acompañada de reproches y descalificaciones, en la que cada uno acusara al otro de lo sucedido. Esto último es lo que ocurre cuando creemos ser "alguien" separado. La realidad, sin embargo, es que la barca está "vacía". No somos nada que se pueda percibir como separado del resto. La nuestra es una Identidad compartida, que se halla a salvo de "choques" y oleajes. |
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Febrero 2023
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