No discuto su santidad, en modo alguno, sino la oportunidad de su canonización, como iré diciendo, con respeto y franqueza, en lo que sigue (perdonen los que ven las cosas de otra forma).
Tras el brevísimo pontificado de Juan Pablo I (33 días: 26.8 al 28.9 de 1978), fue elegido papa el cardenal polaco Karol Wojtyla (* 1920), que tomó el nombre de Juan Pablo II y gobernó la Iglesia durante más de veintiséis años (1978-2005), en tiempos de gran cambio. Su pontificado sigue marcando de manera intensa la vida actual de la Iglesia católica (2014), de forma que resulta difícil ofrecer un juicio imparcial sobre sus grandes valores y sus posibles deficiencias. Punto de partida 1. Ha tenido una enorme personalidad, potenciada por su experiencia anterior, bajo la ocupación nazi (1939-1945) y el comunismo soviético (1945-1978), y ha estado convencido de la misión carismática de la Iglesia, que él ha dirigido de forma incansable, ante el aplauso de muchos, el recelo de otros muchos y la admiración (y el miedo) de los restantes. 2. Ciertamente, admitió el Concilio Vaticano II, pero pensó de hecho que había salido de “cauce”, dejando en libertad algunas fuerzas (demonios) que podían destruir el orden y la verdad de la Iglesia, entendida de una forma monolítica, como estructura de Poder Sagrado al servicio de un tipo de verdad objetiva, bien establecida. 3. Así se puede afirmar que admiró a Juan XXIII, pero pensó en el fondo que había sido un ingenuo al poner en marcha el Vaticano II sin tener la garantía de poderlo dirigir y encauzar conforme a una verdad mantenida y sabida de antemano. No confió en la libertad, no quiso abrir las puertas, sino todo lo contrario: Organizar de nuevo las tareas de la Iglesia, pero en línea de poder eclesial establecido. 4. Aceptó a Pablo VI (no podía ser de otra manera); pero fortaleció la línea del Pablo VI vacilante (del que mantuvo el celibato, prohibió el “sacerdocio” femenino, condenó los medios de control de la natalidad…y quiso replegar las alas de la libertad creadora de la Iglesia). Quiso en el fondo la restauración, admitiendo en lo externo el Vaticano II, pero yendo en contra de sus principios 5. Fue un hombre de grandes contrastes. Por un lado, como buen anti-comunista,buscó la libertad y la justicia (su doctrina social sigue siendo ejemplar…). Pero de hecho quedó hipotecado en manos del neocapitalismo liberal que triunfó a finales de los años setenta, de los ochenta y los noventa del siglo pasado. No supo ver los cambios de muerte que estaban en marcha con los Reagan y los Bush, con M. Thatcher y con la economía neo-liberal, de manera que de hecho su restauración eclesial pudo verse como una parte del gran repliegue triunfal del capitalismo que se ha extendido sobre el mundo tras la caída del Muro (1989). 6. No supo o no pudo entender la libertad cristiana, que no es simple democracía sino comunión de espíritus, al servicio de la verdad de Cristo, y se creyó enviado para unificar y fortalecer la Iglesia en una línea que era la suya, pero no la de otros muchos creyentes sinceros. No fue Papa "con" sino "sobre" gran parte de la iglesia. Ha sido uno de los personajes sociales y religiosos más significativos de la segunda mitad del siglo XX, y su pensamiento y acción ha definido de manera poderosa la vida de la iglesia católica y del mundo, impulsando la caída de los gobiernos comunistas vinculados al eje soviético. Sus aportaciones pastorales y sociales aparecen reflejadas en una obra escrita muy extensa, con discursos, encíclicas, exhortaciones, cartas y otros textos más ocasionales que ocupan cien mil páginas. Un resumen de su magisterio y ministerio. A pesar de sus escritos, Juan Pablo II ha sido más pastor que pensador, más hombre de acción que teólogo, aunque ha tenido un enorme interés por la cultura, dejando los temas teológicos en manos de J. Ratzinger (futuro Benedicto XVI), a quien puso al frente de la Congregación para la Doctrina de la fe (1981), encargado de defender la ortodoxia en la Iglesia. Su pontificado ha sido generoso en el diálogo con las diversas tendencias políticas y sociales, pero ha implicado un tipo de repliegue hacia posturas de más seguridad intelectual y eclesial. Ofreceré un esquema seguramente sesgado de su papado, insistiendo más en las sombras. ‒ Encíclicas doctrinales. Es el papa que más documentos ha escrito y promulgado en la historia de la iglesia, de forma que su magisterio abarca prácticamente todos los temas de la teología, elaborados de un modo básicamente trinitario, desde Redemptor Hominis (Redentor del hombre, 1979), donde desarrolla el misterio de Cristo, hasta Dominum el Vivificantem (Señor y Vivificador, 1986), que se ocupa del Espíritu Santo, pasando por Dives in Misericordia (Rico en Misericordia, 1980), que trata de Dios Padre. Su teología ha sido en principio muy tradicional, aún queriendo abrirse al pensamiento de la modernidad. Ha conocido, al menos externamente, el pensamiento occidental moderno, pero en sentido estricto él ha seguido siendo un anti-comunista pre-ilustrado, con los valores y los riesgos que eso implica. No ha valorado en su radicalidad la libertad del hombre, su capacidad creadora. En el fondo ha seguido pensando de alguna forma que la autonomía radical del hombre va en contra de Dios. ‒ Magisterio social. Ha sido el campo más fecundo de su pontificado, como muestran Sollicitudo Rei Socialis (Preocupación por la realidad social, 1987) y Centesimus Annus (A los cien años, 1991), donde retoma y recrea algunos motivos básicos de la Rerum Novarum (En los tiempos nuevos, 1891) de León XIII. El Papa se opone no sólo al marxismo, sino también, y de un modo especial, al neocapitalismo, insistiendo en el valor primordial de la persona y en la prioridad del trabajo sobre el capital. Sus palabras han sido escuchadas con respeto por políticos y pensadores de varias tendencias, pero no han sido aplicadas todavía de un modo consecuente por la política y la economía internacional. En este campo se encuentra lo más importante de su magisterio, que ha sido no sólo un poderoso un poderoso rechazo del marxismo, sino también del capitalismo. Sus exigencias de justicia social no han sido aceptadas por economistas y políticos que, por otra parte, le han aplaudido, pues aparecía en el fondo como defensor del orden establecido. Han sido doctrinas en parte espléndidas, que deberán ser resituadas en un nuevo contacto intelectual y social. Pero han quedado inoperantes en la iglesia, pues él no ha creído en la libertad de la Iglesia. ‒ Compromiso y misión cultural. Su encíclica Redemptoris Missio (La misión del Redentor, 1990) ofrece un programa muy audaz de misión cristiana, vinculando la lucha contra la pobreza (en los cuartos mundos, dominados por el hambre y la injusticia) con la presencia de la iglesia en el nivel del pensamiento, abriendo nuevos areópagos (espacios de diálogo) para que el cristianismo dialogue con la modernidad (en la línea de Hech 17): El primer areópago del tiempo moderno es el mundo de la comunicación, que está unificando a la humanidad y transformándola —como suele decirse— en una aldea global. Los medios de comunicación social han alcanzado tal importancia que para muchos son el principal instrumento informativo y formativo, de orientación e inspiración para los comportamientos individuales, familiares y sociales… Existen otros muchos areópagos hacia los cuales debe orientarse la actividad misionera de la Iglesia. Por ejemplo, el compromiso por la paz, el desarrollo y la liberación de los pueblos; los derechos del hombre y de los pueblos, sobre todo los de las minorías; la promoción de la mujer y del niño; la salvaguardia de la creación, son otros tantos sectores que han de ser iluminados con la luz del Evangelio. Hay que recordar, además, el vastísimo areópago de la cultura, de la investigación científica, de las relaciones internacionales que favorecen el diálogo y conducen a nuevos proyectos de vida. Conviene estar atentos y comprometidos con estas instancias modernas… (R. Missio 37). De todas formas, como he dicho, no supo o no quiso valorar la libertad del hombre con toda su ambigüedad, pero también con su inmensa capacidad creadora. En el fondo era un dictador “teológico”; pensó que había que “imponer un orden doctrinal” y eclesial, para mantener a los hombres (a los creyentes) sometidos… para dejarles ser libres, pero a su manera (a la manera papal). Ha sido un gran papa, pero de fuera de tiempo, viniendo de una Polonia eclesialmente impositiva, que no había hecho ninguna de las grandes reformas de la modernidad ‒ Encuentro de religiones. Ha tendido puentes entre las diversas religiones, dialogando con el monoteísmo abrahámico (judaísmo, Islam) y con otras tradiciones espirituales, como muestran los encuentros que ha promocionado en Asís, bajo patrocinio de San Francisco, al servicio de la comunión y la paz. Ningún Papa había mostrado antes su capacidad de diálogo y respeto y, sin embargo, son muchos los cristianos y los fieles de otras religiones que no respaldan la declaración Dominus Iesus (El Señor Jesús), de la Congregación para la Doctrina de la fe, dirigida entonces por el Cardenal Ratzinger (2000), en la que ha insistido en la superioridad formal de la Iglesia católica. Ciertamente, apeló al diálogo, pero quizá más como estrategia que como verdadero convencimiento, pues apenas dejó dialogar dentro de la Iglesia católica… No dejó que las iglesias se expresaran libremente, buscando y trazando caminos. No sé si creía de verdad en el Espíritu Santo vinculado a la comunión de las iglesias, o si quería dirigir en una línea la obra del Espíritu. En ese sentido fue un verdadero “dictador” dentro de la Iglesia, es decir, alguien que se creía con autoridad para dictar lo era bueno y malo para el conjunto de las iglesias. ‒ Teología de la Liberación. No fue de su agrado, como indican los documentos que la Congregación de la Doctrina de la fe preparó bajo su mandato (Libertatis nuntius y Libertatis Conscientia, Mensajero de libertad y Conciencia de libertad: 1984, 1986), para mostrar los errores doctrinales y eclesiales de esa teología, que, a su juicio, sería dependiente del marxismo y destruiría la autonomía de la iglesia, queriendo convertirla en una simple instancia social, sin base en la revelación. Muchos cristianos de América Latina y de otros continentes piensan que esas condenas no responden en realidad a lo que quiso y quiere la Teología de la Liberación, de manera que ellas deberán ser revisadas. Ciertamente, creyó en la libertad de la Iglesia, pero en su línea, imponiendo sobre el mundo un tipo de obispos obedientes a su doctrina, sin verdadera creatividad (evidentemente, con algunas excepciones significativas). ‒ Moral, vida cristiana. En este campo se sitúan muchos de los problemas vinculados al papado de Juan Pablo II. Son grandes sus aportaciones, muchos sus logros, pero aquí quiero poder de relieve sus posibles limitaciones, que hoy, a los casi diez años de su muerte, puede verse más claras: a) El origen de la vida, anticonceptivos. Juan Pablo II ha ratificado la doctrina de Pablo VI (Humanae Vitae, Sobre la Vida humana, 1968), profundizando en ella, de un modo más sistemática y exigente, en su encíclica Evangelium Vitae (Evangelio de vida, 1995). Resulta ejemplar su defensa de la vida pero en algunos casos (como en el rechazo global de los anticonceptivos) resulta quizá muy poco matizada. No ha sabido captar la libertad personal de los esposos, ni el carácter personal (no biológico) del amor. Su antropología es pre-moderna (¡no ha pasado por la ilustración!), su visión de la persona es quizá más “ontológica” que bíblica. Lo cierto es que no ha sabido potenciar el carácter de libertad personal y creadora de la vida. b) Contrario a la “ordenación” de las mujeres. Ciertamente, Juan Pablo II ha sido un papa muy interesado por la mujer en la iglesia, como muestra la carta Mulieris dignitatem (La dignidad de la mujer, 1988), donde ha defendido un feminismo de la diferencia. Pero, en esa línea, y fundándose en una visión jerárquica del Cristo Varón, el Papa ha rechazado el acceso de la mujer a los ministerios eclesiales (siguiendo a Pablo VI). Son muchas las mujeres y los hombres que no están de acuerdo con la visión antropológica, bíblica, teológica que está en el fondo de ese rechazo. También en este campo, Juan Pablo II ha sido un papa preilustrado, no ha llegado a la raíz del evangelio. c) Celibato del clero. También aquí ha seguido a Pablo VI, pero en el aspecto más negativo de su pontificado. No ha sabido entender la gran “crisis” de los ministerios actuales, con la visión del celibato obligatorio vinculado a un tipo de poder de la Iglesia. El tema es complejo, no es fácil de resolver, pero es evidente que Juan Pablo II ha terminado cayendo “preso” en manos de sus propias contradicciones, que son las contradicciones de un celibato que ha estado bajo la sospecho de potenciar la “pederastia” de una parte muy pequeña pero significativa del clero. No hace falta acudir al caso de M. Maciel (que puede ser anecdótico). Pero es evidente que Juan Pablo II no fue capaz de ver el problema, d) Una iglesia dirigida de un modo “dictatorial”. La palabra “dictar” es muy ambigua, pero quiero mantenerla. Ciertamente, el Papa Juan Pablo II tenía todo el derecho para ser dictador, pues ese poder se lo daba el mismo CIC. Todos los papas anteriores lo fueron, pero, en general, dieron más juego, dejaron que se fueran expresando las diversas tendencias eclesiales… Pues bien, en contra de eso, Juan Pablo II ha querido imponer sobre toda la Iglesia una visión unificada, un mismo tipo de episcopado, nombrado desde arriba con directrices claras. Es evidente que lo ha querido hacer con buenísima intención, pero ha terminado logrando una iglesia monolítica, que ha perdido la variedad y riqueza del múltiple evangelios. Una canonización “discutida”. Las dudas y discusiones sobre su canonización comenzaron el mismo día del entierro (4-5 abril 2005), cuando aparecieron en la Plaza del Vaticano, de forma espontánea o dirigida por ciertas instituciones de poder, las pancartas del Santo Subito (Santo ya, inmediatamente). No fue canonizado “inmediatamente” (subito), como pedían las pancartas, pero casi (a los 9 años). No he dudado nunca de la santidad del papa Wojtyla (en sentido interior), no he dudado de su sacrificio y de su entrega al servicio de la Iglesia. Pero tengo mis dudas sobre la conveniencia “inmediata” de su canonización (a los nueve años) por algunas razones básicas: (a) Porque su figura sigue marcando una escisión en la Iglesia actual. Juan Pablo II no es una figura de todos, sino que marca grandes divisiones en la iglesia. Son muchos los buenos católicos que no se siente vinculados a su forma de dirigir la Iglesia, ni a su herencia cristiana. Por eso, presento mis “reparos” sobre la conveniencia de beatificarle en este momento (cuando no se han curado las heridas que él pudo causar). (b) Porque ésta es una canonización protagonizada, buscada y jaleada por algunos, que más que la “glorificación” de Juan Pablo II como persona piden y defienden su tipo de política eclesial, su forma de ejercer el poder. Estoy convencido de que eso es malo… Eso es manipular la vida del Papa al servicio de una ideología de poder. No todos los que se alegran de su canonización van en esa línea, pero sí muchos que corean su nombre… para mantenerse en la línea de un tipo de iglesia, en contra de otros que siguen otra línea. (c) Porque la forma de ratificar su santidad con un presunto milagro... , que los cardenales de la comisión de canonizaciones ya han aprobado me parece menos “evangélica”. Ceo que la santidad de un hombre no se demuestra con presuntos milagros (que hay que dejar siempre en las manos de Dios. (d) Riesgo de endogamia. Son muchos los que piensan que, con esta canonización se quiere aprobar un tipo de jerarquía de la Iglesia. Muchos siguen pensando que al obrar de esta manera la iglesia tiende a fortalecerse a sí misma como jerarquía: Los que canonizan a este Papa son aquellos mismos que él había colocado en la cumbre de la jerarquía vaticana, de manera que puede pensarse que lo hacen básicamente en un gesto de agradecimiento “endogámico”, para ratificarse a sí mismos (para decir así que ellos tienen razón, que su forma de actuar está bendecida desde el cielo, por el nuevo "santo"). (e) Además, su pontificado no ha sido todavía esclarecido. Juan Pablo II parece haber sido un santo por dentro, hombre de oración y sacrificio. Pero su pontificado ha sido poco trasparente, poco abierto a la concordia de todos los grupos en la Iglesia. Por todas partes se cuentan las anécdotas sobre su “dureza” en el trato con muchas figuras de la Iglesia. Sin duda, la santidad puede incluir un tipo de “dureza” al servicio del ideal cristiano. Pero muchos tienen la impresión de que la “dureza” de Juan Pablo II se mostró sólo en una línea, y se dirigió en contra de un tipo de Iglesia que él no aprobaba. (f) Mayor claridad queremos en la cúpula de la Iglesia. Mientras no quede claro lo que está en el fondo de la dureza de Juan Pablo II, mientras sigan sin resolver los problemas que suscitó su pontificado, resulta poco prudente canonizarle, a no ser que se quiere hacerlo para olvidarle después (promoveatur ut amoveatur: Se le canoniza para sacarle de la circulación). Canonizarle sin más es como canonizar a una parte de la Iglesia, a un tipo de pastoral y de misión que está siendo todavía discutida. Puede pensarse que esta canonización es un intento de ratificar un tipo de política eclesial que resulta, por lo menos, discutible. No es bueno (querer) resolver los problemas de la Iglesia "canonizando" a los que van en una línea. En este momento, la canonización de Juan Pablo II puede tomarse como triunfo de un tipo de iglesia que posiblemente deberá cambiar muy pronto, cuando cambie de verdad la "política" eclesial del Vaticano (con el Papa Francisco). Podían haber esperado unos años, cuarenta o cincuenta, quizá hasta cien… para ver lo que queda de poso en la vida y figura de Juan Pablo II, para "canonizarle" a él como persona, no a un tipo de Iglesia.
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El 27 de abril el papa Francisco elevó a los altares a dos papas con una visión de Iglesia diferente: a Juan XXIII, el papa anciano, fallecido hace 50 años, que sorprendió al mundo convocando, por sorpresa, el Concilio Vaticano II: para renovar la Iglesia, volviendo a la sencillez de los orígenes (Hechos de los Apóstoles: la primera comunidad cristiana); y a Juan Pablo II, fallecido hace tan sólo nueve años y que frenó la renovación emprendida por el primero: para volver a la Iglesia triunfalista de cristiandad; y bajo cuyo pontificado fueron inhabilitados y marginados una buena parte de los teólogos más comprometidos con la renovación impulsada por el “Papa bueno”, siendo especialmente implacable con la Teología de la Liberación, que defendía “la opción preferencial por los pobres”.
La de Juan Pablo II era una canonización previsible. Imparable. La sorpresa ha sido la decisión del papa Francisco de canonizarlo junto a Juan XXIII (a quien eximió de un segundo “milagro”). Se dice que es una jugada maestra de Francisco para hacer de contrapeso y rebajar el excesivo culto a la personalidad hacia Juan Pablo II, el ‘papa viajero’ (104 viajes a 29 países). Y como una forma de solapar los escándalos surgidos bajo su pontificado, especialmente la pederastia por parte de miembros de la Iglesia. Es una paradoja que el papa Francisco, que parece decidido a afrontar algunos de los escándalos que vivió la Iglesia durante el papado de Juan Pablo II (pederastia, IOR,…) le haya tocado canonizar a quien -según denuncian quienes los sufrieron- los encubrió. El vaticano ha desmentido esas denuncias, aduciendo que Juan Pablo II “no estaba al corriente”. Sin embargo, en julio de 2013, tras conocerse las intenciones de Francisco de canonizarlo, organizaciones de víctimas de abusos sexuales de México (el país donde Juan Pablo II cosechó mayores fervores) elevaron la voz exigiéndole a Francisco que paralizara el proceso mientras la ONU no se pronunciara sobre la investigación de los casos de abusos sexuales de la Iglesia. Entre los denunciantes está el exsacerdote mexicano Alberto Athié que abandonó el sacerdocio después de que sus denuncias sobre los abusos del fundador de los Legionarios de Cristo, el padre Marcial Maciel (a quien Juan Pablo II propuesto como “modelo y guía de la juventud”) no fueran escuchadas ni en México ni en Roma. “Juan Pablo II se enteró de los casos y nunca quiso hacer nada, prefirió no mover un dedo”, denuncia a su vez Joaquín Aguilar, director de la Red de Sobrevivientes de Abusos del Clero (El País Internacional, 24/07/13). El proceso de beatificación y canonización de Juan Pablo II (el más rápido de la historia moderna), ya estaba cantado desde antes de morir. Su agonía, tan televisiva, y el tsunami de pancartas proclamándolo ‘Santo subito’ el día de su funeral, preludiaban su canonización: era como un hecho casi consumado. El entonces secretario de Estado, Angelo Sodano (gran defensor de M. Maciel) lo proclamó como Juan Pablo II El Magno: calificativo que la iglesia medieval daba a los santos por aclamación. Un título que no desentona, pues Juan Pablo II (“un papa preconizado en los EE.UU.”) se encontraba cómodo en su papel de jefe de Estado, con honores y agasajos ante los grandes de la tierra: “por eso llegó a decir que, de los viajes, lo más importante para él era su encuentro con los poderosos. Así robustecía el prestigio de la Iglesia” (Juan Arias, periodista). Según Richard Allen, que fue consejero de seguridad del presidente norteamericano, Juan Pablo II fraguó con Reagan “una de las más grandes alianzas secretas de todos los tiempos”. Con él, el estado vaticano estableció relaciones diplomáticas con EE.UU. (1984). Juan Pablo II sufrió desde niño los totalitarismos de los países del Este. Como Papa contribuyó a la caída del comunismo, aunque su apoyo económico al sindicato Solidaridad está lleno de sombras: parte de ese dinero, según diversas investigaciones de la procuraduría italiana, provenía del IOR (el banco vaticano), de depósitos realizados por organizaciones criminales de la mafia. Mijail Gorbachov manifestó que “Sin Juan Pablo II no se puede entender lo sucedido en Europa a finales de los 80”. Sin embargo, la actitud de Juan Pablo II con los totalitarismos de los dictadores latinoamericanas de derechas, que alardeaban de muy católicos, fue más complaciente. Ellos ordenaron miles de asesinatos y de desaparecidos. Una buena parte de las víctimas eran catequistas, sacerdotes, religiosos y religiosas, entre ellos Monseñor Romero, un obispo de perfil muy conservador que fue un paradigma de conversión: arriesgó su vida, y fue asesinado, por ser ‘la voz de los sin voz’. También es una paradoja que el papa Francisco, que parece decidido a dotar de mecanismos de transparencia al opaco y polémico IOR (Banco Vaticano) tenga que canonizar a un papa que protegió, dándole más poder al frente del IOR, al polémico obispo Paul C. Marzincus (‘el banquero de Dios’) a quien Juan Pablo I (muerto en circunstancias extrañas a los 33 días de ser elegido), pensaba destituir. Cobra de nuevo actualidad el libro del sacerdote abulense Jesús López Sáez, “El Día de la Cuenta” (The Day of Reckoning) que lleva como subtítulo: “Juan Pablo II a examen”, libro que salió a las librerías (en la edición pública, ampliada y actualizada) en 2005 coincidiendo con el anuncio de la beatificación de Juan Pablo II: “Al final de su largo pontificado y ante el insólito proceso de beatificación, al papa Wojtyla se le pide cuenta de la causa de Juan Pablo I y de otros asuntos también importantes”. Es decir, “Se canoniza a uno y no se dice absolutamente nada del otro”. Recientemente, el escritor colombiano Evelio Rosero ha vuelto a poner en el candelero la extraña muerte de Juan Pablo I, en una novela: “Plegaria por un Papa envenenado” (Tusquets, 2014). El Papa Wojtyla, “en lugar de ordenar clarificar la muerte de un Papa que gozaba de una salud de hierro, se encargó de cerrar los ojos”. Otro test para valorar la canonización de Juan Pablo II es su relación con monseñor Romero. Durante su largo pontificado, Juan Pablo II hizo del Vaticano una ‘fábrica de santos’: beatificó a 1340 personas y canonizó a 483 (más que la suma de sus predecesores en los últimos 500 años). Pero no mostró ninguna prisa ni mucho entusiasmo por hacer lo mismo con monseñor Romero; un santo no oficial, canonizado por el pueblo como ‘San Romero de América’; y honrado como tal (fuera de la Iglesia Católica) por otras denominaciones religiosas de la cristiandad, incluyendo a la Iglesia Anglicana que lo incluyó en su santoral: es uno de los diez mártires del siglo XX representados en las estatuas de la Abadía de Westminster de Londres. Monseñor Romero no tenía muchos apoyos en los palacios vaticanos. Roma le enviaba ‘visitadores apostólicos’. Él decidió ir a Roma, para defenderse de las calumnias de algunos compañeros. En su primer encuentro con Juan Pablo II (mayo de 1979) monseñor Romero le llevó un Dossier con las flagrantes violaciones de derechos humanos en El Salvador. Se cuenta que, cuando iba a entregarle al Papa el Dossier, Juan Pablo II le dijo: “no me traiga muchas hojas que no tengo tiempo de leerlas. Y procure estar de acuerdo con su Gobierno”. Fue un encuentro desolador. Monseñor Romero salió llorando. “El Papa no me ha entendido, no puede entender, porque El Salvador no es Polonia. Romero palpó la incompatibilidad de la diplomacia con la verdad evangélica: “las curias no podían entenderte: ninguna sinagoga bien montada puede entender a Cristo” escribe el obispo P. Casaldáliga en su Poema “San Romero de América, Pastor y Mártir nuestro” (servicioskoinonia.org/romero/poesia). En su último encuentro con Juan Pablo II, enero de 1980, monseñor Romero encontró más acogida. Juan Pablo II le felicitó por su defensa de la justicia social, pero advirtiéndole de los peligros del marxismo incrustado en el pueblo cristiano; a lo que monseñor Romero, con su habitual espíritu de obediencia, respondió que “el anticomunismo de derechas no defendía a la religión, sino al capitalismo”. Ya lo había denunciado el 15 de septiembre de 1978: “hay un ateísmo más cercano y más peligroso para nuestra iglesia: el ateísmo del capitalismo cuando los bienes materiales se erigen en ídolos y sustituyen a Dios”. Cuenta el periodista Juan Arias que en el primer viaje de Juan Pablo II a América latina, cuando le mencionó el martirio de monseñor Romero, Juan Pablo II se irritó con él: “Eso aún había que probarlo”. Tras el asesinato de monseñor Romero (24 marzo 1980) Juan Pablo II lo definió como “celoso pastor”. Pero nunca lo elogiaba como mártir. Según Robert E. White, embajador norteamericano en El Salvador (destituido por el presidente Reagan en 1981), Reagan ocultó las pruebas del asesinato de monseñor Romero (Ya, 4-2-1984; El día de la cuenta, pág. 387). En la capital del país más poderoso de la tierra, a Juan Pablo II ya le han erigido un Santuario Nacional (“Culto papal y culto imperial” de Jesús López). (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia). 1.-No hay ningún hecho conocido en la historia que se pueda comparar con la resurrección de Jesús, como tampoco hay nadie que lo haya visto resucitar, porque pertenece a una esfera del mundo totalmente nueva.
Durante muchos siglos nos hemos preocupado mucho de Jesucristo como Dios, pero nos hemos olvidado demasiado de Jesucristo como Hombre. Esto nos llevó a una religiosidad verticalista y ritual, centrada mucho más en Dios que en el hombre. Nos llevó a una fe atea, casi exclusivamente centrada en ritos, ceremonias, templos, catedrales, basílicas, santuarios, cámaras "santas", museos, relicarios, asimetrías jerárquicas, procesiones, etc., pero nos hemos olvidado del hombre, del ser humano y de la misma naturaleza. Pronto vamos a tener un ejemplo escandaloso en las Primeras Comuniones (que para la mayoría será la última): niños y niñas vestidos lujosamente y luego el banquete correspondiente, mientras Jesús está muriendo al mismo tiempo de hambre y frío en millones de niños que no tienen qué comer ni vestir: ¿qué clase de comunión es esa sin el más mínimo compromiso con la construcción del Reino de Dios para este mundo? Así nos pasa que tenemos un mundo lleno de problemas: injusticias asombrosas, inmoralidades políticas y económicas, ambiciones insaciables de dinero y poder, con guerras recurrentes una y otra vez, genocidios crueles y sanguinarios como el de Ruanda hace 20 años, que en unos meses se llevó por delante a 800.000 personas. Casi 50 genocidios, algunos enormes, se contabilizan solo en el siglo XX. Pero el genocidio más grande son los 25 millones muertos por hambre que tenemos cada año, sobre todo en el Tercer Mundo. Estamos en un mundo muy convulso, tenso, lleno de sufrimientos. Este no es el mundo del Reino de Dios que Jesucristo nos enseñó y por el que El dio la vida. En España estamos asistiendo a una ola impresionante de asistencialismo imprescindible, provocado por una crisis y unos gobernantes al servicio exclusivo de los grandes bancos y las grandes empresas, a quienes se entregaron miles de millones, usurpados y robados al pueblo inicuamente, al que al mismo tiempo se le recortan los más elementales derechos a educación, sanidad, asistencia social, trabajo, vivienda, etc. El mundo no puede seguir así. Hay que romper con un sistema autosuicida que de tanto explotar al hombre y a la naturaleza los está conduciendo aceleradamente a su ocaso. Afortunadamente la ciencia está avanzando a gran velocidad: pronto va a ser posible potabilizar el agua del mar de forma que quedará exenta de sal e incluso de virus, las placas solares que hoy rinden solo un 30% van a hacerlo casi al 100 por 100 y colocadas en nuestras ventanas podrán generar energía para nuestra casa o mover nuestros coches, cargar nuestros móviles, etc. Pero esto solo será una realidad si la sociedad despierta y se moviliza, pues de la contrario los intereses de las petroleras, de las eléctricas y otras multinacionales, serán capaces de bloquear no solo estos avances sino otros que van a surgir, como pasó con algunos modelos de coche muy eficientes en EE.UU. Otro ejemplo son los medicamentos, pues sin duda se pueden elaborar medicamentos más eficaces, con menos efectos secundarios que sanen de verdad, pero que no interesan a las multinacionales farmacéuticas, porque son más rentables los que cronifican que los que curan. Por todo eso decimos que la ética va muy por detrás de la ciencia, e incluso está retrocediendo como pudimos comprobar con la crisis y sus enormes desfalcos bancarios y desahucios, las corrupciones políticas, etc. Volvamos a creer en el mensaje de Jesús aplicado a la realidad de la vida, o sea, inexorablemente vinculado a la justicia, la igualdad, la unidad del género humano, la solidaridad, el compromiso con todo ser humano y la Madre Naturaleza, el amor de todos a todos y a toda la Creación, porque eso es Jesús hecho Hombre hoy, es resucitarlo hoy en cada ser humano. Eso es fe, lo demás es otra cosa. Si superamos la interpretación de la resurrección como la reanimación de un cadáver, se complica mucho la comprensión de la Pascua. La experiencia pascual es una vivencia que afectó vitalmente a los seguidores de Jesús, y por tanto cambió su manera de ver a Jesús y a Dios.
Es una falta de perspectiva exegética el creer que la fe de los discípulos se basó en las apariciones o en el sepulcro vacío. Los evangelios nos dicen más bien, que para "ver" a Jesús después de su muerte, hay que tener fe. El sepulcro vacío, sin fe, solo lleva a la conclusión de que alguien se lo ha llevado y las apariciones, a pensar en un fantasma. La resurrección es el concepto con el que los primeros cristianos quisieron trasmitir la manera de ver a Jesús después de su muerte. Esa experiencia de que seguía vivo, y además les estaba comunicando a ellos mismos Vida, no era fácil de comunicar. Antes de hablar de resurrección, en las comunidades primitivas, se habló de exaltación y glorificación. Primero se interpretó a Jesús como el juez escatológico, que vendría al fin de los tiempos a salvar definitivamente sin hacer ninguna referencia a la resurrección. Otra cristología que se puede percibir en algunas comunidades primitivas, es la de Jesús como taumaturgo que manifestó con su poder, que Dios estaba con él. Para ellos los milagros eran la clave de la comprensión de Jesús. Esta cristología es muy criticada ya en los mismos evangelios, lo cual quiere decir que se quería contrarrestar su influjo. Otra manera de explicar la experiencia pascual, que no habla de resurrección, es la que considera a Jesús como la Sabiduría de Dios. Sería el Maestro que conectando con laSabiduría preexistente del AT, nos enseña lo necesario para llegar a Dios. Estas maneras de entender a Jesús después de su muerte, fueron condensándose en la cristología pascual, que encontró en la idea de resurrección el marco más adecuado para explicar la vivencia de los seguidores de Jesús. En ninguna parte de los escritos canónicos del NT se narra el hecho de la resurrección. La resurrección no puede ser un fenómeno constatable empíricamente; no puede ser objeto de nuestra percepción sensorial. Todos los intentos por demostrar la resurrección como un fenómeno constatable por los sentidos, están de antemano abocados al fracaso. La experiencia pascual sí fue un hecho histórico. En los relatos pascuales se manifiesta el intento de comunicar a los demás una vivencia íntima, que es intransferible. Desde su universo conceptual fueron elaborando unos relatos que intentan convencer a los demás de lo que ellos estaban viviendo. Desde el nuevo paradigma en el que nos encontramos hoy, no podemos entender el mensaje que quieren trasmitir. Al entenderlo literalmente, tomamos los relatos por crónicas de sucesos y perdemos el verdadero mensaje. Cómo llegaron los discípulos a esta convicción, no lo sabemos. tenemos que descubrirlo a través de nuestra propia vivencia de resurrección. Es imposible conocer lo que pudo suceder en el interior de cada uno de ellos. Pero es muy importante que lo planteemos, porque ese mismo proceso tiene que realizarse en nosotros, para entender la resurrección. El relato que hemos leído hoy, fue escrito hacia el año cien, es decir 70 años después de morir Jesús. Como todos los relatos de apariciones, se ajusta al esquema teológico que es común a todos: una situación dada; aparición repentina; saludo; reconocimiento después de dudar; la misión. El querer entenderlo literalmente, nos priva del verdadero contenido. Es curioso que el relato de hoy no tenga en cuenta para nada el inmediato anterior del evangelio que leímos el domingo pasado. (Magdalena, Pedro y Juan en el sepulcro) Reunidos el primer día de la semana. La creación del mundo había durado seis días. El séptimo descansó Dios. Jesús comienza la nueva creación el primer día de una nueva semana, es decir, el tiempo de otra creación, esta vez definitiva. Esta interpretación teológica vino después de la práctica que muy pronto se hizo común entre los cristianos. Los que seguían a Jesús, todos judíos, empezaron a reunirse después de terminar la celebración del Sábado. Al reunirse en la noche, era ya para ellos el domingo. En el texto se ve que en las comunidades, estaba ya consolidado el ritmo de las reuniones litúrgicas. Se hizo presente en medio sin recorrer ningún espacio. Jesús había dicho: "Donde dos o más estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos". Él es para la comunicad fuente de vida, referencia y factor de unidad. La comunidad cristiana está centrada en Jesús y solamente en él. Jesús se manifiesta, se pone en medio y les saluda. No son ellos los que buscan la experiencia sino que se les impone. Los signos de su amor (las manos y el costado) evidencian que es el mismo que murió en la cruz. No hay lugar para el miedo a la muerte. La verdadera vida nadie puede quitársela a Jesús ni se la quitará a ellos. La permanencia de las señales, indica la permanencia de su amor. La comunidad tiene la experiencia de que Jesús comunica vida. "Sopló" es el verbo usado por los LXX en Gn 2,7. Con aquel soplo se convirtió el hombre barro en ser viviente. Ahora Jesús les comunica el Espíritu que da verdadera Vida. Termina así la creación del hombre. "Del Espíritu nace espíritu" (3,6). Esto significa nacer de Dios. Se ha hecho realidad la capacidad para ser hijos de Dios. La condición de hombre-carne queda transformada en hombre-espíritu. La aclaración de que Tomás no estaba con ellos, prepara una lección para todos los cristianos. Separado de la comunidad no tiene la experiencia de Jesús vivo; está en peligro de perderse. Solo cuando se está unido a la comunidad se puede ver a Jesús. Cuando los otros le decían que habían visto al Señor, le están comunicando la experiencia de la presencia de Jesús, que les ha trasformado. Les sigue comunicando la Vida, de la que tantas veces les ha hablado. Les ha comunicado el Espíritu y les ha colmado del amor que ahora brilla en la comunidad. Jesús no es un recuerdo del pasado, sino que está vivo y activo entre los suyos. Tenemos aquí otra enseñanza clave. Los testimonios nunca son suficientes, no pueden suplir la experiencia personal de la nueva Vida. A los ocho días, es decir, en la siguiente ocasión en que la comunidad se vuelve a reunir. Jesús se hace presente en cada celebración comunitaria. El día octavo es el día primero de la creación definitiva. La creación que Jesús ha realizado durante su vida, el día sexto, y que tiene su máxima expresión en la cruz, llega a su plenitud en la Pascua. Tomás se ha reintegrado a la comunidad, allí puede experimentar el Amor. ¡Señor mío y Dios mío! La respuesta de Tomás es tan extrema como su incredulidad. Se negó a creer si no tocaba sus manos traspasadas. Ahora renuncia a la certeza física y va mucho más allá de lo que ve. Al llamarle Señor y Dios, reconoce la grandeza, y al decir mío, el amor de Jesús y lo acepta dándole su adhesión. Dichosos los que crean sin haber visto. Todos tienen que creer sin haber visto, porque lo que se ve, no se cree. El reproche de Jesús se refiere a la negativa a creer el testimonio de la comunidad. Tomás quería tener un contacto con Jesús como el que tenía antes de su muerte. Pero la adhesión no se da al Jesús del pasado, sino al presente. Solo el marco de la comunidad hace posible la experiencia de Jesús vivo, resucitado. Meditación-contemplación Ya no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí. (Pablo) Métete esto bien en la cabeza: sin experiencia pascual, no hay cristiano posible. Es necesario un proceso de interiorización de lo aprendido sobre Jesús. ......................... El difícil paso que dieron los discípulos de Jesús, del conocimiento externo y sensorial a la experiencia viva, es el paso que tengo que dar yo, del conocimiento teórico de Jesús, a la vivencia interna de que me está comunicando su misma VIDA. ................... El Espíritu es el que da vida, la carne no sirve de nada. El mismo Espíritu que descendió sobre él, me está invadiendo a mí en cada momento. Si dejo que él tome las riendas de mi ser, me hará vivir su misma Vida. En la medida en que se conoce más el proceso como fueron redactados los evangelios, es posible distinguir en ellos diferentes estadios, correspondientes también a diferentes tiempos en la vida de la comunidad.
Así, el motivo por el que se dice que estaban "cerradas las puertas" parece haber variado en el tiempo: si en la redacción última, el hecho se atribuye al "miedo a los judíos", parece que, originalmente, ese detalle quería señalar la próxima venida de Jesús como un hecho tan portentoso como inesperado. Por otro lado, los exegetas coinciden en que el "episodio de Tomás" es un añadido posterior que tiene una intencionalidad clara: subrayar la igualdad de la fe de la comunidad actual (del año 100, en que pudo haberse redactado ese añadido) con la de la comunidad primera. El objetivo del relato original quiere poner de relieve que la "identidad" del resucitado es la misma que la del crucificado (señales de los clavos), asegurando la presencia del maestro en medio de la comunidad. Y esa presencia se traduce en alegría, en paz y en misión. Aunque en algún momento la misión se entendió en clave proselitista –para una consciencia mítica, era inevitable-, hoy nos queda claro que la misión solo es una, por más que se exprese en cada persona de una manera "peculiar". La misión consiste en ser canal o cauce por donde la Vida fluya. Esto es lo que vivió Jesús de Nazaret, y esta es la misión a la que somos convocados. La misión, por tanto, no nace del voluntarismo, sino de la comprensión de quienes somos. No nace de la mente y, por tanto, no es el ego quien ha de protagonizarla. Brota de la sabiduría profunda en la que saboreamos nuestra verdadera identidad. Por eso, aunque requiera desapropiación, desapego e incluso esfuerzo, no es en ningún caso tiránica, ni algo añadido a lo que ya somos. Si fuera algo "añadido" a nuestra vida, habríamos caído en un dualismo erróneo y perjudicial. Del mismo modo que la luz ilumina por sí misma, la persona que está anclada en su verdadera identidad –la persona sabia, que "saborea" lo que es- está siendo ya luz para los demás. Porque justo entonces, cuando estamos en conexión con nuestra verdadera identidad, sale de nosotros lo adecuado: se manifiesta la Vida que somos. Así entendida, es claro que el yo no puede apropiarse de la misión. Esta desaparecería en el mismo intento, para convertirse, sencillamente, en un proyecto del ego. Esto explica por qué, a lo largo de la historia, incluso las "misiones" mejor intencionadas, con frecuencia, se han convertido en experiencias negativas, de consecuencias desastrosas. Lo que nace del ego –por más que sea un ego "bienintencionado" o religioso- no construye, porque los criterios egoicos son inexorablemente estrechos y reductores. La "misión" no tiene sujeto ni es susceptible de ser apropiada por nadie. Sencillamente, es. Se trata de una desapropiación exquisita en la que se cumple aquella palabra sabia de Jesús:"que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha" (Mt 6,3). Una vez más, se trata de soltar las falsas identificaciones para reconocer nuestra identidad en la Vida, única y compartida, que a través de todo se expresa. Todas las apariciones de Jesús resucitado son peculiares. Incluso cuando se cuenta la misma, los evangelistas difieren: mientras en Marcos son tres las mujeres que van al sepulcro (María Magdalena, María la de Cleofás y Salomé), y también tres en Lucas, pero distintas (María Magdalena, Juana y María la de Santiago), en Mateo son dos (las dos Marías) y en Juan una (María Magdalena, aunque luego habla en plural: «no sabemos dónde lo han puesto»).
En Marcos ven a un muchacho vestido de blanco sentado dentro del sepulcro; en Mateo, a un ángel de aspecto deslumbrante junto a la tumba; en Lucas, al cabo de un rato, se les aparecen dos hombres con vestidos refulgentes. En Mateo, a diferencia de Marcos y Lucas, se les aparece también Jesús. Podríamos indicar otras muchas diferencias en los demás relatos. Como si los evangelistas quisieran acentuarlas para que no nos quedemos en lo externo, lo anecdótico. Las peculiaridades de este relato de Juan 1. El miedo de los discípulos. Es el único caso en el que se destaca algo tan lógico, y se ofrece el detalle tan visivo de la puerta cerrada. Acaban de matar a Jesús, lo han condenado por blasfemo y por rebelde contra Roma. Sus partidarios corren el peligro de terminar igual. Además, casi todos son galileos, mal vistos en Jerusalén. No será fácil encontrar alguien que los defienda si salen a la calle. 2. El saludo de Jesús: «paz a vosotros». Tras la referencia inicial al miedo a los judíos, el saludo más lógico, con honda raigambre bíblica, sería: «no temáis». Sin embargo, tres veces repite Jesús «paz a vosotros». Algún listillo podría presumir: «Normal; los judíos saludan shalom alekem, igual que los árabes saludan salam aleikun». Pero no es tan fácil como piensa. Este saludo, «paz a vosotros» sólo se encuentra también en la aparición a los discípulos en Lucas (24,36). Lo más frecuente es que Jesús no salude: ni a los once cuando se les aparece en Galilea (Mc y Mt), ni a los dos que marchan a Emaús (Lc 24), ni a los siete a los que se aparece en el lago (Jn 21). Y a las mujeres las saluda en Mt con una fórmula distinta: «alegraos». ¿Por qué repite tres veces «paz a vosotros» en este pasaje? Vienen a la mente las palabras pronunciadas por Jesús en la última cena: «La paz os dejo, os doy mi paz, y no como la da el mundo. No os turbéis ni os acobardéis» (Jn 14,27). En estos momentos tan duros para los discípulos, el saludo de Jesús les desea y comunica esa paz que él mantuvo durante toda su vida y especialmente durante su pasión. 3. Las manos, el costado, las pruebas y la fe. Los relatos de apariciones pretenden demostrar la realidad física de Jesús resucitado, y para ello usan recursos muy distintos. Las mujeres le abrazan los pies (Mt), María Magdalena intenta abrazarlo (Jn); los de Emaús caminan, charlan con él y lo ven partir el pan; según Lucas, cuando se aparece a los discípulos les muestra las manos y los pies, les ofrece la posibilidad de palparlo para dejar claro que no es un fantasma, y come delante de ellos un trozo de pescado. En la misma línea, aquí muestra las manos y el costado, y a Tomás le dice que meta en ellos el dedo y la mano. Es el argumento supremo para demostrar la realidad física de la resurrección. Curiosamente se encuentra en el evangelio de Jn, que es el mayor enemigo de las pruebas física y de los milagros para fundamentar la fe. Como si Juan se hubiera puesto al nivel de los evangelios sinópticos para terminar diciendo: «Dichosos los que crean sin haber visto». 4. La alegría de los discípulos. Es interesante el contraste con lo que cuenta Lucas: en este evangelio, cuando Jesús se aparece, los discípulos «se asustaron y, despavoridos, pensaban que era un fantasma»; más tarde, la alegría va acompañada de asombro. Son reacciones muy lógicas. En cambio, Juan sólo habla de alegría. Así se cumple la promesa de Jesús durante la última cena: «Vosotros ahora estáis tristes; pero os volveré a visitar y os llenaréis de alegría, y nadie os la quitará» (Jn 16,22). Todos los otros sentimientos no cuentan. 5. La misión. Con diferentes fórmulas, todos los evangelios hablan de la misión que Jesús resucitado encomienda a los discípulos. En este caso tiene una connotación especial: «Como el Padre me ha enviado, así os envío yo». No se trata simplemente de continuar la tarea. Lo que continúa es una cadena que se remonta hasta el Padre. 6. El don de Espíritu Santo y el perdón. Marcos y Mateo no dicen nada de este don y Lucas lo reserva para el día de Pentecostés. El cuarto evangelio lo sitúa en este momento, vinculándolo con el poder de perdonar o retener los pecados. ¿Cómo debemos interpretar este poder? No parece que se refiera a la confesión sacramental, que es una práctica posterior. En todos los otros evangelios, la misión de los discípulos está estrechamente relacionada con el bautismo. Parece que en Juan el perdonar o retener los pecados tiene el sentido de admitir o no admitir al bautismo, dependiendo de la preparación y disposición del que lo solicita. Dos lecturas contra Tomás Las dos primeras lecturas le quitan la razón a Tomás cuando piensa que para creer hace falta una demostración personal y científica. Las dos hablan de personas que creen en Jesús resucitado y viven de acuerdo con esta fe sin pruebas de ningún tipo. La primera, de Hechos, ofrece un cuadro espléndido, quizá demasiado idílico, de la primitiva comunidad cristiana. Que en medio de numerosas críticas y persecuciones un grupo de gente sencilla desee formarse en la enseñanza de los apóstoles, comparta la oración, los sentimientos y los bienes, es algo que supera todo expectativa. Estas personas creen, sin necesidad de prueba alguna, que Jesús ha resucitado y las salva. La segunda ofrece el mejor comentario a lo que dice Jesús a Tomas: «No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación.» La canonización de los papas Juan XXIII y Juan Pablo II nos lleva a reflexionar sobre tan inusitado evento.
La palabra 'santidad' aparece hoy sujeta a muchas interpretaciones. En la Iglesia católica está cargada de prejuicios que impiden ver el concepto teológico en toda su profundidad. Se identifica santidad con religiosidad, fenómenos extraordinarios y milagros. Se habla de canonizaciones interesadas e incluso discutidas. La Biblia y la tradición teológica de los primeros siglos han dejado bien claro que solo Dios es santo. Solo Jesucristo fue reconocido como el santo de Dios. A partir de ahí la santidad tiene que ser concebida como un estilo de vida propuesto a todo ser humano: el estilo de vida de Jesús, el hombre apasionado por Dios y apasionado por las víctimas, que hizo avanzar el proyecto de Reino de Dios. Para un amplio sector de la Iglesia las canonizaciones han perdido interés. Por muchas razones. Una de ellas puede ser la nueva imagen de Dios. Hasta hace pocas décadas el concepto de Dios como juez implacable, castigador, exigente y lejano, hacía que la gente se acercara más a la Virgen y a los santos. Los veíamos como más cercanos, más comprensivos e indulgentes. Pero al extenderse la fe en un Dios cercano, padre- madre, tierno, comprensivo y lleno de infinito amor, ya los intermediarios han perdido relevancia. Por otra parte, la inflación de los últimos papas que han beatificado a más de mil personas y han canonizado a cerca de cincuenta, ha hecho que estas declaraciones pierdan relevancia. Pensemos que la Iglesia no pretende presentarnos a superhombres o a súper mujeres, dotados de poderes extraordinarios. Más bien lo que la Iglesia pretende decirnos al canonizar a una persona es que en la ambigüedad de una vida humana, con sus fallos y contradicciones, y con sus aspectos evangélicos y humanos, se manifiesta la gracia de Dios. Sin duda que en Juan XXIII, testigo de la bondad y de la compasión activa, y en Juan Pablo II, testigo de una tenaz ortodoxia, se han hecho presentes la bondad y la misericordia del Dios de Jesús. Han sido dos personas muy distintas, incluso con un concepto de Iglesia bastante divergente, pero han sido capaces de tender puentes y derribar muros para una mayor humanización de nuestro mundo. El largo pontificado de Juan Pablo II marcó a la Iglesia. Pero mucho más la marcó el pontificado relámpago de Juan XXIII a través de su concilio. Estaríamos ahora ante un cambio verdaderamente evangélico y relevante de la Iglesia, si el papa Francisco logra desatar el concilio de las hermenéuticas conservadoras y restauradoras y llevarlo adelante por canales apenas esbozados u obstruidos: la Iglesia pobre de los pobres, la colegialidad en todos los ámbitos, la reforma en profundidad de la curia, la profecía, el protagonismo de la mujer, etc. Es lo que formuló en su documento programático "La alegría del Evangelio". Falta que nuestros pastores se decidan a aplicarlo "sin prohibiciones ni miedos" (EG 33) en sus diócesis. Sería triste que ahora que tenemos un papa como Dios manda, nuestros obispos no le obedezcan. Con esto no pretendo insinuar que los otros papas hayan sido mediocres. Ni mucho menos. Todos los papas del siglo XX han sido personas de una valía fuera de lo común. Pero han tenido una limitación: se han dejado llevar demasiado por los dictados de los tres mil componentes de la curia romana, lo que les ha dado un talante, en algunos aspectos, poco valiente y renovador. Es célebre la anécdota de Pablo VI cuando le rogó a un obispo: "Dígale Vd. al mundo lo que yo no puedo decirle porque no me dejan hablar". Todos han sido un poco rehenes de la curia menos Juan XXIII y el papa Francisco. Esperamos que ahora que tenemos un papa abierto, creativo y sin miedos, nuestros obispos comprendan que el Señor "no nos quiere príncipes que se esconden ante los problemas y se encierran en su comodidad. Porque la comodidad –escribe Francisco con asombrosa claridad- no es más que un lento suicidio" (EG 271 y 272). Confiamos en que san Juan XXIII y san Juan Pablo II hagan el milagro que necesitamos. Y que nos enseñen a obispos, cardenales, curas y laicos a vivir abiertos a la novedad de Jesús luchando sin miedo por hacer un mundo más humano y fraterno, donde todas las personas tengan trabajo, pan, techo y dignidad. Le rogamos a los dos nuevos santos nos concedan obispos y curas a los que nos les preocupe presidir, ni guiar, ni preservar la verdad, sino acompañar, comprender y descubrir la buena noticia de Jesús junto a los humillados de la tierra. Que no "caigan en la tentación de mantenerse a una prudente distancia de las llagas del Señor; porque Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás", como bellamente escribe el papa Francisco (EG 270). Voy creyendo en el amor que permanece, que se implica y comparte complicidades. Y es bella desde allí la hesitación de lo desconocido, que habla más del asombro que del vacío.
Quedarme sin aliento para que puedas soplar sobre mí tu novedad. Llenarme de viento, no dejarlo salir por un rato, apropiármelo para que me recorra íntegra, me atraviese todas las dimensiones y se cuele por mis rincones. En el cuerpo mismo la respiración entrecortada, el sofoco del 'aire de sobra', el espíritu apurando mis capacidades. ...Ahogarme un rato en la inmensidad, para que la conciencia de tu amor se ensanche y me conecte desde las tripas con la abundancia. Descubrir que todavía cabe un poco más y forzar la inspiración amplificadora. Exhalar en suspiro conmovido tu regalo; saber que sigue siendo mío aun al soltarlo, que sus efectos en mí no tienen retorno, que lo que trastornaste en mí se abrió y sigue su curso, indeclinable. Llenarme del todo para volver a vaciarme y dejar el espacio para la nueva fecundación. Gozar de la amplitud y también del despojo que prepara la nueva venida. Acariciar todo lo que renovaste de mí, disfrutar de tus huellas en mi carne cuando te hayas ido, porque quedan grabadas para siempre, porque estás vivo en esas marcas profundas en mis huesos... Dejarte ir, para tenerte más cerca, parte ya de mi humanidad, hueso de mis huesos y sangre de mi sangre. Frente a la cruz, momento de 'versos desorbitados', de un único trago que vacía y llena a la vez. Lo que vuelve pascual el instante es su capacidad para condensar la experiencia de toda una vida; atraviesa el tiempo y el espacio, y rompe toda frontera. Sólo lo que está absolutamente presente, lo que no mezquina ni una sola migaja y lo entrega todo, 'pasa' al otro lado, resucita. Sólo lo que estalla a pura plenitud recogiendo la totalidad, atraviesa la barrera de la muerte. Estar 'completos', íntegramente allí, nos permite jugarlo todo... morir del todo, hasta la gota final, para que la vida fluya, complete su rueda, vuelva al inicio. En tu desborde absoluto de pasión, te haces pascua. Tu Vaso entregado se hace borrachera; quiero beberme tu sangre embriagadora, sumergirme en tu río de sangre para hacer fiesta de pasión, de derrame amoroso. Quiero sumergirme en ti, hermano mío, señor mío, misterio inabarcable, mano en mi espalda. Quiero zambulirme en tu Presencia; que mis poros se dejen conquistar por tu fluidez y renueven mi fecundidad. Salto a tu océano y me dejo mecer por las olas subterráneas de tu amor loco, de tu desmesura. Me dejo empapar y respiro tu espíritu mojado rojo pasión, y tu sangre despierta la mía, la arrebata, sube a mis mejillas y baja por mi vientre. Tu sangre hecha fuego me incendia y allí voy, 'contagiando un calor' que espero no se apague. Tu sangre y mi sangre de fiesta, juntas, derramándose para quien quiera beberla, mezclándose; abrazadas tu sustancia con la mía. Y es el espíritu el que me recorre, el que brota en mis palabras y en mis gestos; no soy yo, y soy yo, la que pronuncia tu belleza. Así, al desnudo, expuesta, te agradezco tu caricia pascual. Querido hermano Francisco, obispo de la iglesia que debe "presidir en el amor": me digo que son demasiadas las cartas que se te escriben, que no puedes leerlas todas y que nuestra tarea hoy no debería ser dictarte lo que has de hacer, sino ayudarte en lo que has propuesto. Pero hay un punto que me parece muy importante, muy olvidado, urgente y relativamente fácil. Tiene además que ver con tu ilusión de "una iglesia pobre y para los pobres". Y es el que me impulsa a ponerte estas líneas.
Todos hemos leído cómo David, ante el hambre ocasional de sus soldados consideró legítimo comer los panes de la proposición, y cómo Jesús aludió a ese episodio para justificar que sus discípulos quebrantasen el reposo del día santo. Ambos episodios vienen a decirnos que ante una verdadera necesidad humana, nada hay tan sagrado que resulte intocable, si puede remediarla. No sé si Juan Pablo II pensaba en esos episodios cuando escribió que "ante los casos de necesidad no se debe dar preferencia a los adornos superfluos de los templos y a los objetos preciosos de culto divino; al contrario, podría ser obligatorio enajenar esos bienes para dar pan, bebida, vestido y casa a quien carece de ello" (SRS 31). Wojtila habla de obligación y, en las líneas anteriores, señalaba que esa es la enseñanza y la praxis de la iglesia primitiva. Me pregunto si no hay un amplio sector eclesial que esgrime con furia determinados preceptos de la Iglesia, mientras que otros que no le gustan no los contradice ni los discute con argumentos, sino simplemente los olvida, los mete en el congelador o los envuelve con el plástico de un silencio absoluto. Temo que eso mismo hemos hecho con la enseñanza citada de la SRS: en momentos tan duros y tan trágicos como los actuales, para tantas gentes, no puedo menos de pensar en algunos "objetos preciosos de culto divino" de mi país:la custodia de la catedral de Toledo, las joyas de la corona de la Virgen del Pilar, la Sagrada Familia de Barcelona, el cáliz de la cena de Valencia (que además tiene mínimas posibilidades de ser auténtico) y otros que yo desconozco ¿no deberían haber sido "enajenados" hace tiempo, para ver cómo pueden remediar el hambre y las lágrimas de tanta gente sencilla que son los verdaderos paganos de nuestra crisis económica? Todas esas riquezas no le dan ningún culto a Dios; en cambio, ponerlas al servicio de las víctimas de nuestra crisis sería un gran acto de culto divino, con tal que no se haga alocada y precipitadamente, sino estudiando el modo de que resulten lo más eficaces posible. Temo que los católicos de mi país seamos responsables de un pecado grave en este punto y me duele que ninguna voz autorizada de la iglesia española se haya levantado para evitarlo. Cuento con que decirte esto me puede costar más de dos bofetadas porque herirá sentimientos patrióticos. No deseo herirlos; pero pienso que el Reino de Dios es nuestra patria más verdadera, mucho más que todos nuestros localismos fatuos. Y esa enajenación de los objetos del culto divino pertenece al reino de Dios; mientras que negarse a ella sólo obedece a orgullos o miedos demasiado humanos. Sé que hay mucha gente sincera dispuesta a seguirte y ayudarte por la autoridad que te has ganado en estos meses. Y que una palabra o indicación tuya en este sentido podría ser un gran acto de culto divino válido, para toda la Iglesia. Perdóname si por ello te doy la lata. Esta charla, pronunciada el pasado Jueves Santo, se refiere a la oración de Jesús. En efecto, Jesús dedica mucho tiempo en este día a la oración. Según el ritual judío de la celebración de la Pascua, aparte de las bendiciones sobre el pan y el vino, se recitaban los Salmos 112-118, y a esto añadió Jesús, según cuentan los evangelios, la oración sacerdotal al final de la última cena y tres largas horas de oración en el huerto de los Olivos...
1. LA ORACIÓN DEL JUDÍO PIADOSO EN TIEMPOS DE JESÚS Los judíos, como todos los pueblos semitas, estaban acostumbrados a rezar, sobre todo con tres tipos de oraciones: los himnos, para alabar a los dioses por su grandeza; las bendiciones, para alabarlos por sus acciones benéficas; y las peticiones, para impetrar su favor en momentos difíciles de la vida, enfermedad, persecución de los enemigos, adversidades, etc. Para esto los judíos contaban desde siglos antes de diversas colecciones de salmos que terminaron agrupadas en un solo libro. Pero en tiempos de Jesús la oración del judío piadoso no se limitaba a recitar algún que otro salmo. Estaba mucho más regulada. 1.1. La recitación del Shemá El judío piadoso comenzaba y terminaba el día recitando el Shemá, que no es propiamente una oración, sino una confesión de fe. Se trata de tres textos tomados del Pentateuco. Cuando uno los escucha por primera vez, parecen muy distintos y sin relación entre ellos. Pero están muy relacionados. El primero recuerda el mandamiento principal: amar a Dios. «Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es solamente uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas. Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria, se las inculcarás a tus hijos y hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado; las atarás a tu muñeca como un signo, serán en tu frente una señal; las escribirás en las jambas de tu casa y en tus portales.» El segundo habla de los beneficios que esto trae y del grave peligro que supone la idolatría. «Si escuchas y obedeces los preceptos que yo te mando hoy, amando al Señor, vuestro Dios, y sirviéndole con todo el corazón y con toda el alma, yo mandaré a vuestra tierra la lluvia a sus tiempos: la lluvia temprana y la tardía; cosecharás tu trigo, tu mosto y tu aceite; yo pondré hierba en tus campos para tu ganado, y comerás hasta hartarte. Pero, cuidado, no os dejéis seducir ni os desviéis sirviendo a dioses extranjeros y postrándoos ante ellos; porque se encenderá la ira del Señor contra vosotros, cerrará el cielo y no habrá más lluvia, el campo no dará sus cosechas y desapareceréis enseguida de esa tierra buena que os va a dar el Señor. Meteos estas palabras mías en el corazón y en el alma, atadlas a la muñeca como un signo, ponedlas de señal en vuestra frente, enseñádselas a vuestros hijos, habladles de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado, escríbelas en las jambas de tu casa y en tus portales, para que dures tú y duren tus hijos en la tierra que el Señor juró dar a tus padres, cuanto dure el cielo sobre la tierra.» El tercer texto habla de otro peligro, pero esta vez no viene de fuera, de los dioses paganos, sino del interior de nosotros mismos: de los caprichos de nuestro corazón y de nuestros ojos. «El Señor dijo a Moisés: Di a los israelitas: Haceos borlas y cosedlas con hilo violeta a la franja de vuestros vestidos. Cuando las veáis, os recordarán los mandamientos del Señor y os ayudarán a cumplirlos sin ceder a los caprichos del corazón y de los ojos, que os suelen seducir. Así recordaréis y cumpliréis todos mis mandatos y viviréis consagrados a vuestro Dios. Yo soy el Señor, vuestro Dios, que os sacó de Egipto para ser vuestro Dios. Yo soy el Señor, vuestro Dios.» La práctica de recitar el Shemá al comienzo y al final del día está atestiguada ya en el siglo II a.C., y se observa tanto en Palestina como en la Diáspora. No es preciso recitarla en hebreo; puede hacerse en cualquier idioma. Todos los varones israelitas adultos, y los jóvenes a partir de los 13 años, estaban obligados a recitar el Shemá. Las mujeres, los niños y los esclavos estaban exentos, ya que no tenían tiempo disponible. A los niños se les enseñaba la oración desde que eran capaces de hablar. La recitación del Shemá era considerada el mínimo de la práctica religiosa. Quien no la hacía se apartaba de la comunidad. «¿Quién es un 'am ha'ares [impío]? El que no recita por la mañana y por la noche el Shemá» (Rabí Eliezer, hacia el año 90). 1.2. Las Dieciocho bendiciones (Tefilá o 'Amidá) A la práctica de recitar el Shemá se unió otra completamente distinta: la de los tres tiempos de oración durante el día (mañana, tarde y noche), atestiguada por primera vez a mediados del siglo II a.C. en el libro de Daniel (6,11.14). Por la mañana, inmediatamente después del Shemá, se rezaba la Tefilá. Por la tarde, sólo la Tefilá. Al ponerse el sol, Shemá y Tefilá, igual que por la mañana, aunque esta práctica tardó más en imponerse. A esta oración estaban obligados todos, incluso mujeres y niños. A diferencia del Shemá, que es una profesión de fe, lo típico de estos momentos es la bendición de Dios y la petición. Para ello se pronuncian dieciocho bendiciones. Al ser la oración por excelencia se la conoce como "la oración" (Tefilá). Por recitarse de pie, se la conoce también como 'Amidá ('amad significa en hebreo "estar de pie"). Y por su número se la llama también "las Dieciocho" (shemone esré). Según J. J. Hertz, "esta oración no es producto de una sola mente ni de un solo período"; en su opinión, comenzó a formarse el siglo IV a.C. y terminó de redactarse hacia el año 100 de nuestra era. En la época del Segundo Templo (la de Jesús) existían como mínimo las tres primeras bendiciones y las tres últimas, conocidas ya por las escuelas de Shammai y de Hillel. La primera bendición celebra a Dios como anfitrión del universo, que alimenta a todas sus criaturas. Dice así: «Bendito seas tú, Señor Dios nuestro, rey del universo, que en tu bondad nutres al mundo entero con favor, con gracia y con misericordia, que das alimento a toda criatura porque tu gracia es eterna. Por tu gran bondad, nunca nos ha faltado el alimento y nunca nos faltará. Por tu gran nombre tú nutres y sostienes toda cosa, concedes tus beneficios a todos y preparas el alimento a todas las criaturas que has creado. Bendito seas tú, Señor, que nutres a todos los seres.» La segunda bendición da gracias por los grandes beneficios que el pueblo de Israel recibió de Dios, especialmente por la tierra. «Te damos gracias, Señor Dios nuestro, por haber dado a nuestros padres un país delicioso, hermoso y amplio; por habernos hecho salir, Señor Dios nuestro, del país de Egipto y habernos liberado de la casa de esclavitud; por la alianza que has sellado en nuestra carne, por la ley que nos has entregado, por los preceptos que nos has dado a conocer, por la vida, la piedad y la clemencia que nos has concedido, y por el alimento que nos procuras constantemente, cada día, siempre y en todo lugar. Señor Dios nuestro, te damos gracias y te bendecimos por todo. Que tu nombre sea bendecido por boca de todos los vivientes, siempre y por la eternidad, según está escrito: 'Cuando comas y te sacies, bendecirás al Señor tu Dios por la tierra que te ha dado'. Bendito seas tú, Señor, por la tierra y por el alimento.» En la tercera bendición se pide a Dios que reconstruya Jerusalén. Es una bendición muy antigua, de una época en la que Jerusalén era todavía una ciudad pequeña, pobre, sin las murallas ni los edificios que construyó Herodes. Dice así: «Señor, Dios nuestro, ten piedad de Israel, tu pueblo, de Jerusalén, tu ciudad, tabernáculo de tu gloria, del reino de la casa de David tu ungido, de la casa santa y grande sobre la que se ha proclamado tu nombre. Dios nuestro, Padre nuestro, sé nuestro pastor, nútrenos, sostennos, provee a nuestras necesidades, redímenos y libéranos pronto de todas las tribulaciones, Señor Dios nuestro. No permitas que tengamos necesidad de la ayuda de los hombres ni de sus préstamos, sino sólo de tu mano, llena, abierta, santa y generosa... Y reconstruye pronto, hoy mismo, a Jerusalén, tu ciudad santa. Bendito seas tú, Señor, que en tu misericordia reconstruyes a Jerusalén.» 1.3. Bendiciones para distintos momentos del día Los textos anteriores son los que el israelita piadoso recita obligatoriamente al comienzo, mitad y final del día. Pero el espíritu de alabanza impulsa a bendecir a Dios a lo largo de todo el día. Al levantarse Hay una larga oración para los quince actos que realiza el israelita piadoso cuando se levanta. Al despertarse, diga: Dios mío, el alma que tú me has dado es pura. Tú la has creado, tú la has formado y tú me la has insuflado. Tú la conservas en mí, tú me la tomarás (cuando muera) y tú me la devolverás el día de la resurrección. Mientras esta alma anime mi cuerpo, yo te daré gracias, Eterno, Dios mío y Dios de mis padres, Señor de todas las cosas, soberano de todas las almas. Seas bendito, Eterno, que devuelves las almas a los difuntos. Al escuchar el canto del gallo, diga: Bendito el que dio al gallo inteligencia para distinguir el día de la noche. Cuando abre los ojos, diga: Bendito el que da vista a los ciegos. Cuando se sienta en la cama, diga: Bendito el que libera a los prisioneros. Cuando se viste, diga: Bendito el que viste al desnudo. Cuando se endereza, diga: Bendito el que levanta a los encorvados. Cuando toca el suelo, diga: Bendito el que extendió la tierra sobre las aguas. Cuando se pone de pie, diga: Bendito el que dispone los pasos del hombre. Cuando se pone los zapatos, diga: Bendito el que satisface mis necesidades. Cuando se aprieta el cinturón, diga: Bendito el que ciñe a Israel de fuerza. Cuando se pone el turbante, diga: Bendito el que corona a Israel de majestad. Cuando se pone el vestido con las borlas, diga: Bendito el que nos ha santificado con sus preceptos y nos ha ordenado cubrirnos con vestidos provistos de borlas. Cuando se pone las filacterias en el brazo, diga: Bendito el que nos ha santificado con sus preceptos y nos ha mandado ponernos las filacterias. Cuando se pone las filacterias en la cabeza: Bendito el que nos ha santificado con sus preceptos y nos ha dado el precepto de las filacterias. Cuando se lava las manos, diga: Bendito el que nos ha santificado con sus preceptos y nos ha mandado lavarnos las manos. Cuando se lava la cara, diga: Bendito el que arranca el sueño de mis ojos y la somnolencia de mis párpados; que sea tu voluntad, Señor Dios mío, habituarme a tu Ley y estar unido a tus preceptos; no permitas que caiga en poder del pecado, del mal, de la tentación y de la vergüenza, y doblega mi carácter para que te esté sometido; aléjame del hombre malo, del mal compañero, y úneme a la gente buena, al buen compañero, en tu mundo, y haz que hoy y siempre encuentre gracia, caridad y misericordia a tus ojos y a los ojos de todos los que me ven; y realiza obras buenas en mi favor. Bendito tú, Señor, que haces obras buenas en favor del pueblo de Israel. Durante el día En la carta a los Romanos escribe Pablo que «Dios interviene en todas las cosas para bien de quienes lo aman» (Rom 8,28). A propósito del famoso rabí Aquiba se contaba una historia que confirma esta idea. «Una vez que Aquiba se encontraba de viaje, llegó a una ciudad, pidió hospitalidad, y no se la concedieron. Y dijo: 'Todo lo que Dios hace, lo hace para nuestro bien'. Y se fue a pasar la noche en descampado. Tenía con él un gallo, un asno y una linterna; vino el viento y apagó la linterna; vino un gato y se comió al gallo; vino un león y se comió al asno. Y dijo: 'Todo lo que Dios hace, lo hace para nuestro bien'. Durante la noche, vinieron las tropas de los invasores, cogieron presos a los ciudadanos, y él les dijo: 'Ya os dije que todo lo que Dios hace lo hace para nuestro bien'» (b. Ber 60b). Esta anécdota le sirve a Di Sante para justificar la abundancia de bendiciones, ya que se da gracias a Dios no sólo por las cosas buenas, sino también por las aparentemente malas. Incluso las necesidades fisiológicas puede ser objeto de una bendición. «Bendito seas tú, Señor Dios nuestro, rey del mundo, que formaste al hombre con sabiduría y has creado en él orificios y canales. Tu gloriosa majestad sabe que si uno de ellos se cierra o se rompe de algún modo, ninguna criatura puede sobrevivir. Bendito seas tú, Señor, que concedes la salud a toda criatura y actúas de forma maravillosa.» 1.4. Oraciones para ocasiones particulares Existen también fórmulas para los casos de viaje, enfermedad, cercanía de la muerte, aniversario, un acontecimiento importante, verse libre de un peligro, etc. 2. LA ORACIÓN DE JESÚS 2.1. Su práctica de oración Jesús, como miembro de una familia piadosa, practicaba las tres horas de oración y asistía al culto sinagogal el sábado («según su costumbre», dice Lc 4,16). Además, indirectamente también sabemos que conocía la Tefilá, ya que utiliza expresiones tomadas de las dos primeras bendiciones: «Bendito seas Señor, Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob» (Mc 12,26) y «Señor del cielo y de la tierra» (Mt 11,25). Por otra parte, la comunidad cristiana seguía practicando la costumbre de rezar a las tres de la tarde (Hech 3,1), lo que demuestra que Jesús debió practicarla. Por consiguiente, podemos afirmar que Jesús no pasó ningún día de su vida sin respetar los tres momentos de oración. Pero hay algo mucho más importante que la observancia de esta costumbre piadosa. La oración no es para Jesús una norma que hay que cumplir sino algo absolutamente necesario, lo más importante en esta vida. El evangelio de Marcos, al comienzo de la actividad pública de Jesús, cuenta cómo era un día suyo normal. Y empieza levantándose muy temprano para irse al campo y allí rezar largamente a solas con Dios (Mc 1,35). Esta práctica de la oración solitaria la consigna Marcos en otro momento, después de la multiplicación de los panes, tras despedir a la gente, «subió al monte a orar» (Mc 6,45). Y Lucas afirma que esta era su costumbre: «se retiraba a lugares solitarios a orar» (Lc 5,16), «oraba a solas» (Lc 9,18). Además presenta a Jesús rezando en cuatro momentos fundamentales de su vida: durante el bautismo (Lc 3,21), antes de elegir a los doce apóstoles, cuando «se pasó la noche orando a Dios» (Lc 6,12), antes de la transfiguración, y en el huerto de los olivos. 2.2. Las oraciones de Jesús Los evangelios recogen seis oraciones de Jesús pronunciadas en momentos muy distintos. La única que aparece en los tres evangelios sinópticos, con ligeras variantes, es la oración del huerto. Mateo y Lucas ofrecen otras dos oraciones: el Padre nuestro y un grito de alabanza. Las otras tres oraciones se encuentran en el evangelio de Juan. Son muy distintas entre sí. La primera es una bendición antes de la resurrección de Lázaro: «Te doy gracias, Padre, porque me has escuchado. Yo sé que siempre me escuchas, pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me enviaste» (Jn 11,41-42). La segunda una breve petición en la explanada del templo: «Padre glorifica tu nombre» (Jn 12,27-28). La tercera es la extensa oración pronunciada al final de la última cena que se conoce generalmente como la oración sacerdotal. Cuando se comparan estas oraciones con las otras oraciones judías se advierte una interesante diferencia en el uso de la lengua. ElShemá y la Tefilá son oraciones hebreas. El Padrenuestro, en cambio, es una oración aramea, como lo demuestra el juego de palabras "deuda/deudores", que son aramaísmos típicos, y también es arameo la invocación Abba y el grito de Jesús en la cruz (Eloí, Eloí...). De esta forma, Jesús saca la oración del marco litúrgico de la lengua sagrada para insertarla en el ambiente cotidiano. Más interesante todavía es la diferencia en el contenido. Mañana hablaré de la oración del huerto y de otra oración parecida que se encuentra en el evangelio de Juan. Hoy me centraré en el grito de júbilo, el Padre nuestro y la oración sacerdotal. El grito de júbilo Se trata de una breve acción de gracias y alabanza que sólo se encuentra en los evangelios de Mateo y Lucas. «¡Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra! Porque has ocultado estas cosas a los entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, ésa ha sido tu elección» (Mt 11,25-26). Estas palabras adquieren pleno sentido cuando las situamos en su contexto. Jesús tiene ya una experiencia suficientemente larga sobre cómo reacciona la gente ante su predicación. Están los «sabios y entendidos», los escribas y fariseos, que se aferran a sus conocimientos religiosos y teológicos, y se escandalizan de Jesús o lo rechazan. Y está la «gente sencilla», sin prejuicios, a la que Dios puede revelarle algo nuevo porque no creen saberlo todo. Esta gente acepta que Jesús es el Mesías aunque no imponga la religión a sangre y fuego; acepta que es el enviado de Dios aunque coma, beba y trate con gente de mala fama; se deja interpelar por su palabra y enmienda su conducta. Esto, como la futura confesión de Pedro, es un don de Dios. La capacidad de ver lo bueno, lo positivo, lo que construye. Los sabios y entendidos se quedan en disquisiciones, matices, análisis, y terminan sin aceptar a Jesús. Y Jesús alaba al Padre por este prodigio que realiza en los pequeños. El Padre nuestro El Padre nuestro también se encuentra solamente en los evangelios de Mateo y Lucas, con la notable diferencia de que en Mateo tiene siete peticiones y en Lucas sólo cuatro (faltan «hágase tu voluntad...», «no nos dejes caer...», «líbranos del mal»). El Padre nuestro no es una simple oración; es la síntesis de todo lo que Jesús vivió y sintió a propósito de Dios, del mundo y de sus discípulos. En torno a estos temas giran las siete peticiones de Mateo. Frente a un mundo que prescinde de Dios, lo ignora o incluso lo ofende, Jesús propone como primera petición, como ideal supremo del discípulo, el deseo de la gloria de Dios: «santificado sea tu Nombre»; dicho con palabras más claras: «proclámese que Tú eres santo». Es la vuelta a la experiencia originaria de Isaías en el momento de su vocación, cuando escucha a los serafines proclamar: «Santo, santo, santo, el Señor, Dios del universo» (Is 6). La primera petición se orienta en esa línea claramente profética que sitúa a Dios por encima de todo, exalta su majestad y desea que se proclame su gloria. Ante un mundo donde con frecuencia predominan el odio, la violencia, la crueldad, que a menudo nos desencanta con sus injusticias, Jesús pide que se instaure el Reinado de Dios, el Reino de la justicia, el amor y la paz. Recoge en esta petición el tema clave de su mensaje («está cerca el Reinado de Dios»), en el que tantos contemporáneos concentraban la suma felicidad y todas sus esperanzas. Como síntesis de la preocupación por Dios y por el mundo, se pide que la voluntad de Dios, su proyecto de salvación, se realice de forma tan manifiesta en la tierra como en el cielo. El tercer centro de interés de la oración lo constituye la comunidad. Ese pequeño grupo de seguidores de Jesús, que necesita día tras día el pan, el perdón, la ayuda de Dios para mantenerse firme. Peticiones que podemos hacer con sentido individual, pero que están concebidas por Jesús de forma comunitaria, y así es como adquieren toda su riqueza. Cuando uno imagina a ese pequeño grupo en torno a Jesús recorriendo zonas poco pobladas y pobres comprende sin dificultad esa petición al Padre de que le dé «el pan nuestro de cada día». Cuando se recuerdan los fallos de los discípulos, su incapacidad de comprender a Jesús, sus envidias y recelos, adquiere todo sentido la petición: «perdona nuestras ofensas». Y, sobre todo, pensando en ese grupo que debió soportar el gran escándalo de la muerte y el rechazo del Mesías, la oposición de las autoridades religiosas, se entiende que pida «no caer en la tentación» y «ser librado del Maligno». Por consiguiente, el Padre nuestro nos enseña cómo era la oración de Jesús y como debe ser la oración cristiana: Amplia, porque no podemos limitarnos a nuestros problemas; el primer centro de interés debe ser el triunfo de Dios y de su plan para el mundo. Profunda, porque al presentar nuestros problemas no podemos quedarnos en lo superficial y urgente: el pan es importante, pero también el perdón, la fuerza para vivir cristianamente, el vernos libres de toda esclavitud. Íntima, en un ambiente confiado y filial, ya que nos dirigimos a Dios como Padre. Comunitaria. «Padre nuestro», danos, perdónanos, etc. En disposición de perdón. Mateo añade inmediatamente después del Padre nuestro, empalmando con la petición del perdón: «Pues si perdonáis sus culpas a los demás, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas.» La oración sacerdotal Se encuentra sólo en el evangelio de san Juan, y es muy probable que sea creación del evangelista, siguiendo una práctica común de la antigüedad, cuando los historiadores inventaban discursos que ponían en boca de sus protagonistas. Pero es interesante cómo concebía el autor del cuarto evangelio la oración de Jesús. Ante todo, Jesús no se contenta con un discurso de despedida, como es frecuente entre los personajes del Antiguo Testamento (Abrahán, Jacob, Moisés, Josué, Samuel, David...). Añade una verdadera oración. En una primera lectura resulta recargada y confusa, como todos los discursos de Jesús en el cuarto evangelio. Es preciso leerla muchas veces y desde distintos puntos de vista para captar su contenido. A grandes rasgos, en esta oración Jesús resume toda su existencia, desde que fue enviado a este mundo por el Padre, hasta el momento presente, cuando se despide de sus discípulos, pero también tiene en cuenta lo que ocurrirá en el futuro, cuando ya no esté entre nosotros. En esta historia pasada, presente y futura de Jesús aparecen cuatro protagonistas: el Padre, Jesús, los suyos (las personas que han creído en él y las que creerán en el futuro) y el mundo (al que Dios ha amado y enviado a su hijo, pero que se ha negado a creer en él). 1ª parte: Jesús y el Padre (vv. 1-5) Padre, ha llegado la hora: glorifica a tu Hijo. Yo te he glorificado en la tierra cumpliendo la tarea que me encargaste hacer. Ahora, Padre, glorifícame tú a tu lado dándome la gloria que tenía junto a ti antes que existiera el mundo. Jesús empieza, elevando los ojos al cielo y dirigiéndose a Dios con la palabra Padre: «Padre, ha llegado la hora». Humanamente hablando, es la hora de la traición de Judas, de la pasión y la muerte. Una hora que puede poner en crisis la idea de la bondad de Dios y de la providencia divina. Pero Jesús contempla esa hora desde el punto de vista de la fe, como la hora en que Dios lo glorifica a través de la muerte y resurrección. Por eso, su fe en Dios no se quebranta lo más mínimo y puede llamar a Dios Padre. 2ª parte: Jesús, el Padre y las personas que le confió (vv. 6-8) Te he manifestado a los hombres que me confiaste sacándolos del mundo: eran tuyos, tú me los confiaste y han hecho caso de tu mensaje. Ahora saben que todo lo que yo tengo lo he recibido de ti. Porque las palabras que tú me comunicaste yo se las comuniqué; ellos las han aceptado y están convencidos de que vine de tu parte, y han creído que tú me enviaste. Leyendo los evangelios parece que las personas siguen a Jesús porque él les sale al encuentro. Los llama junto al lago, como a los cuatro primeros discípulos; o cuando está en el mostrador de la recaudación de impuestos, como a Leví; o curándola como a María Magdalena. Y eso es cierto, porque, usando una imagen bíblica, Jesús es el buen pastor que va en busca de sus ovejas. Pero en esta oración se ofrece un punto de vista complementario. Todas esas personas que han seguido y continuamos siguiendo a Jesús lo hacemos por acción directa de Dios Padre. No somos "de Jesús", somos propiedad del Padre, y él nos encomienda a Jesús para que nos lo dé a conocer. Y eso es lo que Jesús ha hecho durante su vida: transmitir una nueva imagen de Dios, de un Dios que ama tanto al mundo que le entrega a su único hijo. Pero no es fácil aceptar que Jesús es el Hijo de Dios y el enviado de Dios. Si sólo se tratara de cumplir un código moral o unas normas de conducta, no sería demasiado difícil. Muchos ateos tienen una conducta intachable. Por eso, lo que distingue a los seguidores de Jesús no es ante todo la conducta moral sino aceptar y estar convencidos de que Jesús procede de Dios y ha sido enviado por él. 3ª parte: lo que Jesús pide al Padre y lo que Jesús desea (vv. 9-19) Después de esta parte introductoria, de recuerdo de todo lo ocurrido, Jesús pasa a formular al Padre tres peticiones a favor de sus discípulos: que sean uno, que los libre del Maligno y que los consagre con la verdad. En medio, no como petición al Padre, sino como formulación de un propio deseo quiere que a los discípulos les inunde su alegría. La petición de la unidad tiene presente al peligro que puede surgir dentro del mismo grupo de sus seguidores. Padre Santo, guárdalos para que sean uno como nosotros. Mientras estaba con ellos, yo los guardaba con tu nombre a los que me diste; los custodié y no se perdió ninguno de ellos, excepto el destinado a la perdición, para que se cumpliese la Escritura. La segunda petición tiene en cuenta el peligro que viene de fuera de la comunidad, del mundo y del maligno. Yo les comuniqué tu palabra, y el mundo los odió, porque no son del mundo, igual que yo no soy del mundo. No pido que los saques del mundo, sino que los libres del Maligno. En el evangelio de Juan, el mundo puede significar tres cosas muy distintas: 1) el universo creado por Dios; 2) toda la humanidad, a la que Dios ama y le envía a su hijo para salvarla; 3) las personas que se oponen a Dios; que, cuando la Palabra llega al mundo, la ignora o se opone decididamente a ella; los hombres que, cuando la luz llega al mundo, prefieren las tinieblas a la luz (Jn 3,19). En este caso, Jesús tiene presente el odio y la oposición que él ha despertado en mucha gente y que sus discípulos seguirán provocando. Pero no le pide al Padre que los saque del mundo, sino que los libre del maligno. La tercera petición, la más densa y abstracta, está muy relacionada con la anterior. Conságralos con la verdad: tu palabra es verdad. Consagrar significa convertir en sagrado algo profano. Por ejemplo, un edificio normal y corriente es consagrado por el obispo y se convierte en iglesia o capilla. Una copa, al consagrarla, se convierte en cáliz. Lo mismo se aplica a las personas. Mediante un ritual determinado se consagra a un sacerdote, o una persona se consagra a Dios. Jesús acaba de pedir al Padre que no saque a los suyos del mundo. Pero ahora pide que los consagre, que no sigan siendo seres profanos, "mundanos", que vivan plenamente para Dios dentro del mundo. Y esa consagración se consigue mediante la palabra de Dios, que es la verdad. 4ª parte: los futuros seguidores de Jesús (vv. 20-23) No sólo ruego por ellos, sino también por los que han de creer en mí por medio de sus palabras. Que todos sean uno; como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste y los amaste como me amaste a mí. Para los seguidores futuros sólo hace Jesús una petición: que sean uno. Pero destaca algo que no había dicho antes: esa unidad será la prueba para el mundo de que el Padre envió a Jesús y de que los ama igual que a él. Final: La oración termina uniendo a los seguidores presentes y a los futuros. Padre, quiero que los que me confiaste estén conmigo, donde yo estoy; para que contemplen mi gloria; la que me diste, porque me amaste antes de la creación del mundo. Padre justo, les di a conocer tu nombre y se lo daré a conocer, para que el amor con que tú me amaste esté en ellos, y yo en ellos. 3. LA ORACIÓN DE JESÚS, EJEMPLO PARA NOSOTROS Frecuencia. Intensidad. Variedad. |
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