Todos los evangelios proponen la subida de Jesús a Jerusalén como un marco teológico, pero Lc le da un énfasis especial. Comienza con las frases programáticas que hemos leído hoy, y termina con la expulsión de los vendedores del templo. En trayectoria geográfica, se esconde la trayectoria espiritual: Subida al Padre a través de la muerte. “Cuando iba llegando el tiempo de que se lo llevaran a lo alto, también él resolvió ponerse en camino para encararse con Jerusalén”. La frase es un resumen de la vida y muerte de Jesús. Deja claro lo que va a pasar. Por desagradable que pueda parecer, es aceptado por Jesús.
Los samaritanos eran considerados herejes por los judíos, que no perdían la ocasión de humillarlos y despreciarlos. No es de extrañar que ellos a su vez, tomaran la revancha cuando podían. Si los enviados hubieran propuesto bien el mensaje de Jesús y hubieran comunicado las verdaderas intenciones de Jesús al subir a Jerusalén, les hubieran aceptado con los brazos abiertos. Nada más de acuerdo con sus intereses podían esperar los samaritanos. Alguien que fuera capaz de criticar tan duramente lo que se cocía en el templo, tenía que tener toda su aprobación. Pero seguramente les hicieron pensar en una subida “para hacerse cargo del reino”, que eran lo que los discípulos esperaban. Los Zebedeo piensan en un nuevo Elías, que había mandado bajar fuego del cielo que consumió a los emisarios del rey. Pretenden que Jesús haga honor a su condición de profeta poderoso. Otra tentación constante del hombre, poner a Dios de su parte contra todo aquel que le lleve la contraria. Jesús les “increpó” (el mismo verbo que emplea para expulsar demonios). A través de la historia, nos hemos comportado como Santiago y Juan. Siempre que ha tenido el poder suficiente, la Iglesia ha respondido con violencia contra todo el que no aceptara sus normas. Ni siquiera ha aceptado la libertad religiosa, que es un derecho básico de todo ser humano, hasta que ha perdido la capacidad de imponer su absolutismo. Como el domingo pasado, se trata de responder a la pregunta: ¿Quién es Jesús? Si de verdad aceptásemos el espíritu de Jesús, la primera consecuencia sería la tolerancia. Jesús no impone nada, simplemente propone la buena noticia del Reino y deja en libertad para aceptarla o rechazarla. Su mensaje entraña una oferta de verdadera liberación, pero como tal, solo puede interesar a los que sienten que están oprimidos por realidades que no les dejan ser ellos mismos. Toda falta de identificación con el otro, supone una falta de identificación con el Dios de Jesús. Lo que nos separa de los demás, nos separa de Dios. A continuación, presenta Lc tres candidatos a seguirle. No olvidemos que se encuentran en Samaría, tierra hostil al judaísmo oficial. A pesar de ello, algunos manifiestan la intención de seguir a Jesús. Naturalmente se trata de un montaje literario para incrustar tres máximas claves en el pensamiento de Jesús. Por lo tanto lo importante son las respuestas que, a cada una de las propuestas, da Jesús. Con frases cortas y tajantes se intenta aclarar una actitud vital sin miramientos de ninguna clase. Se quiere resaltar la radicalidad del mensaje y por lo tanto del seguimiento. Esa exigencia es una oferta, no una imposición (en contra de lo que acaban de manifestar los discípulos). Cada uno es libre de aceptarla o no. Esa exigencia no es un capricho de Dios, sino que la pide la misma naturaleza de la oferta de salvación que nos hace Jesús. Nuestra condición de criaturas, y por lo tanto limitados, es la que nos obliga, una vez tomado un camino, a tener que abandonar todos los demás. La renuncia a aquello que me gusta, dejará de ser renuncia si lo hago con conocimiento y libertad, para convertirse en elección de lo mejor. No siempre, lo que me causa más placer, lo que menos me cuesta, lo que más me agrada, lo que me pide el ADN, es lo mejor para alcanzar la plenitud del ser humano. La vida es por naturaleza lucha y superación. Si desaparece la tensión interna es que ha llegado la muerte. Nuestra religión nos ha presentado el seguimiento de Jesús como una renuncia. La utilización de este concepto es la mejor señal de que no hemos entendido nada. No se trata de renunciar, sino de elegir lo que de verdad es bueno para mi auténtico ser. Dios quiere nuestra plenitud, Tenemos que superar la idea de un Dios, que para ser Él más, tiene que humillar al hombre. No, la causa de Dios es la causa del hombre. Dios está identificado con su criatura; por lo tanto la mayor gloria de Dios es que la criatura llegue a su plenitud. No tenemos que amar a Dios sobre todas las cosas; tenemos que amar a Dios en todas las cosas. Pero si las cosas ocupan el lugar de Dios, me estoy apartando de mi verdadera meta. La 1ª máxima: “Las zorras tienen madrigueras, los pájaros nido, pero el Hijo de Hombre no tiene donde reclinar la cabeza”. En el ambiente de itinerancia en el que se desarrolla esta parte del evangelista, no se hace hincapié en la pobreza, sino en la disponibilidad. El que quiera seguir a Jesús tiene que estar completamente libre de trabas. Ni siquiera la seguridad de un hogar debe impedirle estar dispuesto siempre para la marcha. No son las posesiones o las relaciones sociales lo que impiden el seguimiento sino el estar apegado a cualquier cosa que te impida ser realmente tú mismo. La 2ª: “Deja que los muertos entierren a sus propios muertos”. Es también radical, pero no debemos entenderla en sentido literal. Lo que le pide a Jesús el aspirante, no es no enterrar a su padre que había muerto, sino que le dejara cumplir con el precepto de atender a su padre anciano hasta que muriera. Jesús antepone las exigencias del Reino a la obligación prescrita por la Ley de atender a los padres en su ancianidad. La Ley debe ser superada por una total disponibilidad hacia todos, no solo hacia los seres queridos. La enigmática respuesta de Jesús da a entender que él había pasado a la vida, pero que los que se quedaban en casa de su familia, permanecían en la muerte espiritual. La 3ª: “El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios”. Despedirse de su familia no debemos entenderlo como “decirles adiós”. En aquella sociedad despedirse significaba dedicar días o semanas a celebrar la separación. El significado es muy parecido a la anterior, pero aquí se quiere resaltar la apertura integral a todos los seres humanos. Ya no hay particularismos, ni siquiera existe “mi familia”. Ahora toda la humanidad es mi familia. El círculo familiar suele ser la excusa donde camuflo un egoísmo amplificado que me impide darme a todos. El mal uso que se ha hecho de esta frase, sobre todo en ambientes de vocación religiosa, nos obliga a repensarla bien. Las exigencias radicales, que propone Jesús en el evangelio, debemos interpretarlas desde la perspectiva del Reino. No se refiere tanto a la materialidad de las realidades que hay que abandonar, cuanto al despego de toda seguridad, que es la verdadera exigencia del seguimiento. Se trata de vivir una escala de valores de acuerdo con el Reino, pero no quiere decir que haya que renunciar a todo lo humano para llevar una vida desencarnada. Decíamos el domingo pasado que todo lo humano debe de ser incorporado a la vida. La familia, la amistad, el compromiso social,… son valores que pueden ser incorporados al mensaje de Jesús, siempre que no les demos un valor exagerado y confiemos solo en ellos. Meditación ¡No sabéis de qué espíritu sois! La mayoría de los cristianos no nos hemos enterado. Si te preocupa que alguien te rechace, es que no has entendido lo que realmente eres. Si aún somos capaces de rechazar al otro, es que seguimos sin confiar en lo que somos.
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El próximo mes de octubre (del 6 al 27), el Sínodo sobre la Amazonia estudiará la posibilidad de ordenar como sacerdotes a personas casadas, «preferentemente indígenas, respetadas y aceptadas por su comunidad». Esperemos que la respuesta sea positiva, y que se aplique a otras partes del mundo, porque el problema de las vocaciones sacerdotales es acuciante. El tema de la vocación es el principal de las lecturas de hoy, con la contrapartida del posible rechazo.
La vocación de Eliseo (1ª lectura) Todo empieza con una orden de Dios a Elías: ungir como profeta a Eliseo. La unción, que se hacía derramando aceite sobre la cabeza, era típica de los reyes, y este es el único caso que recuerdo de la unción de un profeta. En la mentalidad mediterránea antigua, el aceite no solo era bueno para la comida; también se le atribuían cualidades curativas (por eso se ungía a los enfermos) y religiosas (la unción simboliza una relación especial con Dios). Elías cumple la orden, pero sin cumplirla. Va en busca de Eliseo, que debía de ser hijo de un multimillonario porque está arando con doce yuntas de bueyes. En vez de ungirlo, le echa su manto por encima. Es la única vez que menciona la Biblia este gesto, pero debía ser conocido, porque Eliseo, después de un momento de desconcierto (que no se cuenta, pero se supone), sale corriendo detrás de Elías y se muestra dispuesto a seguirle. Sólo pone una condición: despedirse de sus padres. A Eliseo le parece una petición lógica, y se la concede. Pero la despedida no consiste en dar un beso a los padres. Es algo más solemne e incluye a toda la familia: mata la yunta de bueyes y organiza un asado para toda su gente. Sin prisas, porque unos bueyes no se matan en cinco minutos, ni la carne se prepara en un cuarto de hora, ni se come todo en un rato. Cuando termina la despedida, que pudo durar uno o varios días, Eliseo marcha con Elías y se pone a su servicio. Rechazo y seguimiento (evangelio) El fragmento elegido para este domingo consta de cuatro escenas muy breves. Las tres últimas están relacionadas por el tema del seguimiento de Jesús; la primera habla de lo contrario: el rechazo. Escena 1: el rechazo de los samaritanos Samaritanos y judíos se odiaban desde el siglo X a.C., cuando el norte se separó del sur después de la muerte de Salomón. Pero el dinero es el dinero. Y los samaritanos actuaban del modo siguiente: a los galileos que atravesaban su territorio camino de Jerusalén no les vendían nada; pero en el viaje de vuelta a Galilea ya no había problema en venderles lo que necesitaran, pagándolo adecuadamente (es lo que ocurre en el evangelio de Juan, cuando los discípulos van a comprar pan al pueblo mientras Jesús habla con la samaritana). Como Jesús y los discípulos se dirigen a Jerusalén, es normal que no los reciban. Santiago y Juan, que debían pasarse el día tronando (Jesús les puso de mote “los hijos del trueno”), le proponen vengarse haciendo que caiga un rayo del cielo y los consuma. Esta reacción, que nos resulta tan desproporcionada y extraña, se comprende recordando una tradición del profeta Elías. Una vez, el rey de Israel mandó un capitán con cincuenta soldados para que le dijese: “Profeta, el rey te manda que vayas a verlo”. Elías respondió: “Si soy profeta, que caiga un rayo y te mate a ti con tus hombres”. Y así ocurrió. El rey repite la orden con otro capitán y otros cincuenta soldados, que quedan tan chamuscados como los primeros. En el tercer intento, el capitán no ordena nada; se arrodilla ante el profeta y le suplica que perdone su vida y la de sus acompañantes. Elías accede y va a visitar al rey. La moraleja de este relato es que el profeta merece el máximo respeto; y quien no lo respete merece que lo mate un rayo caído del cielo. Así piensan Santiago y Juan. Jesús, el gran profeta, merece todo respeto; si los samaritanos no lo reciben, que caiga un rayo y los parta. Jesús, que supera a Elías en poder, lo supera también en bondad y ve las cosas de manera muy distinta. Lucas termina diciendo: Él se volvió y les regañó. ¿Cómo les regañó? ¿Qué les dijo? Algunos textos posteriores ponen en boca de Jesús estas palabras: “No sabéis a qué espíritu pertenecéis”, es decir, “no tenéis ni idea de cuál es mi forma de pensar y de sentir”. Y se marcharon a otra aldea. Es una pena que este texto, exclusivo de Lucas (no se encuentra en Marcos ni Mateo), no lo tuvieran en cuenta los que instituyeron la Inquisición, que es una forma de defender a Jesús mediante el fuego. Escena 2ª: uno se ofrece a seguir a Jesús La iniciativa parte del individuo, no de Jesús. Éste parece desanimar, subrayando su pobreza y vida dura. No imagine que el seguimiento será fácil y coronado por el éxito humano. Escena 3ª: Jesús invita a otro a seguirlo En este caso la iniciativa parte de Jesús. Se trata de una orden escueta y tajante, más de que una invitación: “Sígueme”. El otro pide permiso, como Eliseo, no para despedirse de sus padres, sino para enterrar a su padre. La respuesta de Jesús parece inhumana: “deja que los muertos entierren a sus muertos”. La costumbre judía era enterrar al difunto inmediatamente después de muerto (Hechos de los Apóstoles 5,6.7; 8,2). Por consiguiente, no se trata de que el protagonista de la escena esté velando a su padre y Jesús le ordene abandonar al difunto para seguirlo. Lo que pide es que le permita seguir viviendo con su padre hasta que muera; luego lo seguirá. Incluso así, las palabras de Jesús siguen siendo terriblemente exigentes. El que quiera seguirlo tiene que cortar radicalmente con la familia, como si todos hubieran muerto, para ir a anunciar el reino de Dios. Es posible que los evangelios estén reflejando en esta escena lo que le ocurrió al mismo Jesús. Su familia pensaba que estaba loco (Marcos 3,21), y una vez fueron todos a Cafarnaúm con intención de llevárselo a Nazaret a descansar. El evangelio de Juan (7,5) dice expresamente que “sus hermanos no creían en él” (aunque sabemos por el libro de los Hechos y las cartas de Pablo que, más tarde, sí lo aceptaron). En Jesús se cumplió plenamente la necesidad de considerar muerta a la familia para dedicarse a anunciar el evangelio. Escena 4ª: otro se ofrece con condiciones Este es el episodio que empalma mejor con la vocación de Eliseo. Las cosas importantes de la vida diaria, como despedirse de los padres, son compatibles con el seguimiento de Elías. No hay prisa de ningún tipo. Pero aquí está en juego algo mucho más importante y urgente. A veces se comenta que estas personas no siguieron a Jesús. Lucas no dice nada. Por otra parte, esa cuestión es secundaria. Lo importante de los relatos de vocación y de seguimiento es que son relatos de “revelación” de Jesús, nos ayudan a conocerlo mejor. Algo queda claro: la dureza de su vida, desprovisto incluso de casa y familia. Volviendo a la primera escena, el rechazo de los samaritanos, podemos encontrar cierta relación con las tres siguientes. Jesús, que renuncia a todo por predicar el Reino de Dios, no recibe a cambio el agradecimiento y la aceptación de todos. Hay gente que lo rechaza. Pero eso no es motivo para desear su castigo. Reflexión final Aparte del Padrenuestro, Jesús no insistió mucho a sus discípulos en qué debían pedir. Pero el evangelio de Juan pone en su boca una petición muy importante: “La mies es mucha, los obreros pocos. Pedid al Señor de la mies que mande operarios a su mies”. Este domingo es muy adecuado para recordar la necesidad de pedir por las vocaciones y ponerla en práctica. En la escena de Lc 9, 57-72 no es Jesús el que llama en su seguimiento, sino que son tres "aspirantes" a discípulos los que manifiestan el deseo de ir con él. Las respuestas que reciben son coincidentes: el camino de seguimiento no es fácil y más vale que se lo piensen antes de decidirse. El texto queda abierto y se presta a hacerse preguntas: ¿se decidió alguno de los tres a seguir a Jesús? ¿dedicaron un tiempo para calcular y sopesar pros y contras de la opción?
Vamos a seguir este segundo rastro, imaginando que somos nosotros los invitados a esa “jornada de reflexión” y que acudimos en busca de asesoría al grupo de discípulos que antes que nosotros, dieron el paso que ahora se nos propone. Se trata de un colectivo al que podríamos calificar como de “afectados por el seguimiento” y este podría ser su informe: “Como aviso previo, os aconsejamos que calculéis las consecuencias que pueden derivarse de ese “ir con él”, porque van a alcanzaros en el corazón mismo de vuestra autonomía y de vuestra consistencia personal, en vuestra vida relacional y profesional. De entrada, ya podéis prepararos para enfrentar las extrañas paradojas que él propone: os va a sacudir con propuestas insólitas, os va a empujar más allá de donde estéis situados, va a poner en cuestión todos los principios y valores que rigen vuestra existencia y tendréis que consentir que vuestras costumbres se desquicien, se remuevan y cambien de lugar. Disponeos a convivir con alguien que será siempre el más joven de todos vosotros, el menos prudente, el más atrevido y jovial, el más convencido de que es posible cambiar las cosas y los corazones. Nada le parece imposible, como si sus 30 años no hubieran conseguido dejar en él esa huella de recelo y escepticismo que caracterizan la edad adulta. Cuando reaccionéis con asombro al oír sus afirmaciones y su manera de ver la vida, se meterá con vosotros y os comparará con viejos pellejos de cuero que temen al vino joven, o con túnicas gastadas que amenazan romperse cuando se les añade un lienzo nuevo. También es que verdad que aunque es radical en sus planteamientos, posee una capacidad infinita de perdón y de acogida. Uno de nosotros le dijo en un primer arrebato de generosidad: -“Te seguiré a donde vayas”, pero cuando cayó en la cuenta de lo que suponía vivir itinerante y no contar ni con un lugar donde reclinar la cabeza, se echó atrás. Más tarde se arrepintió y decidió volver, pensando que le rechazaría por su actitud cobarde, pero él le puso la mano sobre el hombro y le dijo sonriendo: -“Ahora eres como un pájaro sin nido pero no tengas miedo, estás conmigo”… Otro aviso: ya podéis iros despidiendo de vuestros títulos y méritos y de todo eso por lo que creéis merecer consideración, dignidad o reconocimiento. No soporta la suficiencia y en cambio hay en él una inclinación espontánea y descarada hacia todos los desprovistos de pretensiones de superioridad, poder o apoyo en su propia valía. No oculta nunca su preferencia por toda esa gente que camina por la vida despojada de cualquier máscara, sin ocultar su desvalimiento, su vacío o sus carencias. A todos ellos les comunica con su mirada, sus gestos o sus palabras una seguridad que parece habitarle: la de que, sea el que sea el peso que los mantiene encorvados o agobiados, él está ahí para compartir su carga y para darles la buena noticia de que esa pobreza que les cierra todas las posibilidades, es precisamente la llave que abre para ellos, de par en par, las puertas de la casa y del corazón del Padre. Dejad atrás vuestros antiguos saberes porque él va por la vida sin doctrinas ni ideas adquiridas y toda su sabiduría la va extrayendo de la vida misma, del comportamiento, gestos o actitudes de las personas con las que se va encontrando. Para él son la naturaleza y las conductas humanas más triviales las que le revelan lo que el Padre quiere decir a través de ellas. La realidad es que nosotros le seguimos porque no existía ningún otro lugar en el mundo en el que pudiéramos vivir, y lo supimos con el mismo instinto que enseña a las golondrinas a seguir al verano. Encontrarle nos trajo la alegría de descubrir inesperadamente un tesoro, el deslumbramiento de encontrar en nuestras manos la perla más bella y valiosa que siempre habíamos buscado. En una ocasión, al ver que muchos discípulos se estaban marchando, él nos preguntó si también nosotros queríamos irnos de su lado, pero nosotros decidimos quedarnos con él, aunque éramos conscientes de que volverían a asaltarnos el desconcierto y las dudas y de que seguiríamos sintiéndonos incapaces de saltar de alegría si llegaban las persecuciones, de entrar por la puerta estrecha, o de amar hasta dar la vida. La verdad es que lo que vivimos junto a él era todo menos una existencia plácida y tranquila… Pero ni uno solo de nosotros la hubiera cambiado por ninguna otra en el mundo”. Cuenta Paulo Coelho en uno de sus libros que una rosa soñaba día y noche con la compañía de las abejas, pero ninguna iba a posarse en sus pétalos. La flor, sin embargo, seguía soñando: durante sus largas noches, imaginaba un cielo donde volaban muchas abejas que se acercaban cariñosamente a besarla. Así aguantaba hasta el día siguiente, cuando volvía a abrirse con la luz del sol. Una noche, la luna, sabiendo de su soledad, le preguntó a la rosa:
-¿No estás cansada de esperar? -Tal vez. Pero hay que seguir luchando. -¿Por qué? -Porque si no me abro, me marchito. Y Coelho concluye con esta reflexión de su cosecha: “En los momentos en que la soledad parece aplastar toda la belleza, la única forma de resistir es continuar abiertos.” Resistir es la actitud, pero no de cualquier manera: abiertos a lo positivo, esperanzados, sensibles a los demás. La manera cristiana de afrontar cada día. La gente alegre de corazón no lo es porque le van las cosas bien sino por un determinado estado de ánimo con el que encara la existencia. Sin celebraciones festivas a la vista ni un ambiente de alegría exterior, muchas personas tienen dificultades para ensanchar el corazón. Buscan con afán estímulos con los que contagiarse participando de bullicios festivos de donde sacar chispas de alegría. Al menos tenemos la suerte de vivir en un país con múltiples diversiones populares y manifestaciones sociales de todo tipo para sentir una alegría contagiosa. Pero bien sabemos las veces que depositamos en un evento la ilusión de alegrarnos sin que logremos soltar la tristeza interior aun participando activamente del jolgorio. La alegría es mucho más que un sentimiento tan efímero y, sobre todo, tan condicionado por lo que sucede a nuestro alrededor. La pregunta de fondo es si la alegría es posible sin estímulos externos de por medio. ¿Solo cabe sentirnos alegres puntualmente, sobre todo a través del consumismo? La alegría interior es posible como un vivo sentimiento de ánimo que tiende siempre a salir fuera, a manifestarse contagiando a su alrededor sin estar sujeta necesariamente a hechos externos. Depende mucho de cada persona, no es algo pasivo como la alegría del aficionado al fútbol que debe esperar a la victoria de su equipo. Se trata, en palabras de Erich Fromm, del esfuerzo interno necesario por desplegar nuestras mejores capacidades humanas, hasta que logramos activarla como expresión de nuestra vitalidad en marcha: cuando descubro algo nuevo, cuando supero una dificultad, al aprender a convivir con ella, cuando ayudo a otra persona, al extasiarme ante un bello amanecer… entonces experimento la alegría profunda, la del corazón. Los problemas, las dificultades y los sinsabores agudizan la ansiedad y a veces nos empujan hacia conductas negativas contra nosotros mismos y contra los demás. Mediante la fuerza de voluntad somos bien capaces de superar la morbosa autocompasión y su influencia sobre nuestros sentimientos, que tanto daño hace en nosotros y en los demás al proyectarlos hacia fuera. Requiere esfuerzo, como todo lo que vale la pena. Decía el compositor F. Liszt que si dejaba de tocar el piano un día, lo noto yo. Si dejaba de tocarlo tres días, lo notaba el público. Es las cosas pequeñas es donde yace la fortaleza y se gestan muchas alegrías y tristezas. La alegría puede brotar en medio de dolores. Ella no depende de las contrariedades sino de la actitud personal ante la vida. Pensemos un instante en la cantidad de personas ricas, guapas, exitosas que desconocen la alegría necesitando de todo tipo de estimulantes para hacer soportable la existencia. Podemos atrincherarnos en el dolor o podemos luchar para cambiarlo cuando exista alguna posibilidad o aceptar cuanto antes lo que no puede cambiarse para no perpetuar el sufrimiento. En nosotros está la capacidad de resistir relativizando, aceptándonos, queriéndonos. Y tomar la decisión de sonreír. Es lo que siempre hacen las grandes personas en la adversidad, quizá porque los que aman mucho sonríen con más facilidad. Para disfrutar de la calidad de vida que proporciona la alegría que hace tan hermosa la existencia, es preciso trabajar el interior de cada persona, un día tras otro, como Liszt. Creo que nos ayudaría mucho leer el Evangelio, no como un tratado de limitaciones, sino como una escuela de aprendizaje de alegría y plenitud caminando esperanzados tras Jesús. Estamos en misión diocesana. Hemos celebrado con una eucaristía multitudinaria el envío. Pero no sé en qué va consistir propiamente la misión. Una persona me hacía esta pregunta ante tal muchedumbre ¿Cuántas personas de las que hay aquí, pueden hablar sobre Jesucristo y su Palabra?
Siento la necesidad de conocer el Evangelio. Citar el evangelio profundizando en el contenido y con una interpretación de hoy día. Son minoría las personas que pueden anunciar la Buena Noticia de Jesús de manera consciente y calando el sentido. Incluso entre los que diariamente participan en las eucaristías. Una exégesis actual, llegando al contenido por encima de los géneros literarios de cada pasaje. Hago mi plan y lo ofrezco. Un año dedicado intensamente a conocer uno de los cuatro Evangelios. Hay muchos libros de distintas editoriales comentando la palabra de cada día, pero se quedan muy cortos. No hay una visión globalizante. Hay muchos textos que se repiten, el orden es aleatorio… No dan una visión de conjunto. Cuando ya conozcamos el Mensaje de Jesús, será momento de contemplarlo y caminar hacia la acción. Es preciso que exista en la diócesis un grupo de personas preparadas para ayudar a comentar el evangelio en los grupos, parroquias. Y que no se dé por sabido. Intentar que en cada parroquia surjan varios grupos semanales en torno al evangelio de la semana (con explicación) reforzando ese comentario los domingos con el mismo texto y la posibilidad de intervenir los seglares con su aportación y comentario. Ir leyendo cada domingo medio capítulo y seguir ese proceso, dejando las lecturas correspondientes a la liturgia romana. (Con excepción de tres o cuatro domingos: pascua, navidad) Montar alguna emisora en la tele o en la radio que dedique horas a esta labor. Hasta se puede ir creando grupos de wasap e ir enviando un texto cada día. Preparación de esas personas animadoras de la comunidad, catequesis enfocadas desde la Palabra,... Convencidos de que escuchamos el Mensaje de Jesús a través de las palabras humanas. Empapado en la lectura, escucha, acogida y vivencia de la Buena Noticia. Podemos anunciarla al mundo, sabiendo integrarla en la misma realidad y en los acontecimientos. No de memoria, sino leyendo la vida desde ahí. En nuestra diócesis celebramos el “día de la Palabra de Dios”. Que no se quede en un día, sino que sea el alimento de nuestras vidas a lo largo de todo el curso ¿Puede ser un plan interesante para toda la Iglesia? El Espíritu de todo ser humano, de todo hombre y mujer, es patrimonio de toda la humanidad. No pertenece en exclusiva a ninguna religión, a ninguna ideología. Es la fuerza de su dignidad, la energía de los Derechos humanos que anida en el interior de cada persona. Hemos de invocar su presencia humanizadora al mundo entero tan necesitado de humanización.
En este mundo no hay paz. Los hombres y mujeres se matan de manera ciega y cruel. No sabemos resolver nuestros conflictos sin acudir a la fuerza destructora de las armas. Nos hemos acostumbrado a vivir en un mundo ensangrentado por las guerras. Que este espíritu, esta fuerza del ser humano, despierte en nosotros el respeto a toda persona. Debemos hacernos constructores de paz. No nos abandonemos al poder del mal. Muchos de nosotros y nosotras vivimos esclavos del dinero. Atrapados por un sistema que nos impide caminar juntos hacia un mundo más humano. Los poderosos son cada vez más ricos, los débiles cada vez más pobres. Este espíritu humano liberará en nosotros la fuerza para trabajar por un mundo menos injusto, más solidario. Ojalá nos hagamos más responsables y solidarios. No caigamos en manos de nuestro egoísmo. La humanidad está rota y fragmentada. Una minoría de hombres y mujeres disfrutamos de un bienestar que nos está deshumanizando cada vez más. Una mayoría inmensa muere de hambre, miseria y desnutrición. Entre nosotros crece la desigualdad y la exclusión social. La fuerza del espíritu humano despertará en nosotros la compasión que lucha por la justicia. Nos enseñará a defender siempre a los últimos. No nos dejará vivir con un corazón enfermo. Muchos viven sin conocer el amor, el hogar o la amistad. Otros caminan perdidos y sin esperanza. No conocen una vida digna, sólo la incertidumbre, el miedo o la depresión. Esperamos que el espíritu humano reavive en nosotros la atención a los que viven sufriendo. Que nos enseñe a estar más cerca de quienes están más solos. Que nos cure de la indiferencia. Muchos de nosotros y nosotras no conocen el amor ni la misericordia. Se alejan de la humanidad porque tienen miedo. Nuestros jóvenes ya no saben hablar otro lenguaje. Los valores éticos se van borrando de las conciencias. Queremos despertar en todos y todas, la fe y la confianza en la humanidad. La mayoría de nosotros, hombres y mujeres del mundo no sabemos cuidar de la vida. No acertamos a progresar sin destruir, no sabemos crecer sin acaparar. Estamos haciendo de este mundo un lugar cada vez más inseguro y peligroso. En muchos va creciendo el miedo y se va apagando la esperanza. No sabemos hacia dónde nos dirigimos. Esperamos que este espíritu humano nos. haga caminar hacia una vida más sana, más justa y solidaria. Después de la resurrección del Señor Jesús, los apóstoles esperaban que Él restaurara el reino de Israel. Pero Jesús les dice que no son esos planes los que Él va a realizar, sino que les enviará el Espíritu Santo para que ellos sean sus testigos en Jerusalén, Judea, Samaria, y hasta los confines de la tierra. Así lo relata el libro de Hechos de los Apóstoles. Más aún, continúa diciendo el texto, que después Jesús sube al cielo y los apóstoles se quedan mirando hacia arriba. Entonces, se aparecen unos ángeles que les dicen ¿qué hacen mirando al cielo? El mismo Jesús que ha subido al cielo, volverá. En realidad, lo que querían decir era que, de una vez por todas, vivieran como resucitados, es decir, se dedicaran al anuncio del reino hasta que Jesús volviera.
Por eso, celebrar la resurrección y alegrarnos porque la vida ha vencido la muerte, solo tiene sentido cuando lo testimoniamos con nuestra propia vida. Jesús resucitado ha de vivir a través nuestro. Ahora nos toca la tarea hasta que él vuelva. Y ¿cuál es la tarea de los que nos sentimos discípulos de Jesús resucitado? Seguir anunciando el reino de Dios con todo lo que este conlleva. El reino de Dios es justicia social, es fraternidad, es inclusión de todos, es paz, es generosidad, es reconciliación, es amor. Todo eso es lo que estamos llamados a vivir para hacer posible la resurrección en nuestra realidad. Cada uno debe pensar cómo puede hacerlo posible en su vida. Y no dudar en dedicarse a hacerlo real. La gracia del espíritu de Jesús no nos faltará para realizar esta tarea. En tiempos como estos, donde hay tanta necesidad de personas dispuestas a transformar la realidad para que el reino de Dios se haga presente, ojalá, Jesús pueda contar con nosotros plenamente. Si seguimos el relato del libro de Hechos, vemos que después de la ascensión del Señor a los cielos, Jesús cumple su promesa de enviar al Espíritu Santo. Todos estaban reunidos y de repente se oyó un estruendo como de un viento recio que soplaba y llenó toda la casa donde estaban. Se aparecieron, entonces, unas lenguas parecidas al fuego, y se asentaron en la cabeza de los que estaban allí reunidos. De esa manera quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les inspiraba que hablaran. Muchos otros que estaban allí presentes, los escucharon hablar en su propia lengua y se quedaban asombrados. Pero otros se burlaban, creyendo que estaban borrachos. La experiencia de Pentecostés puede considerarse el impulso definitivo para la expansión de la iglesia. Desde los inicios se constata que es una invitación libre que muchos pueden acoger pero que también muchos otros pueden rechazar. La fe no se impone, sino que se comunica y ha de aceptarse libremente. Gracias a ese momento inicial, hoy podemos palpar como, siglo tras siglo, en medio de muchas luces y sombras, el empuje evangelizador no cesa y la experiencia de ser movido por el Espíritu de Jesús continúa en muchas personas. Es interesante el dato de que cada uno oía a los discípulos hablar en su propia lengua. Significa sin duda, la necesidad de inculturar el mensaje en los diferentes contextos y abrirse a los nuevos desafíos. No es que en el mundo haya menos fe. Tal vez es que no sabemos hablar en el lenguaje actual. Dejemos entonces que el Espíritu nos ayude a reconocer cómo anunciar hoy a Jesucristo confiados en que, así como abrió los corazones de los primeros, hoy también lo sigue haciendo con todos aquellos a los que llega el mensaje que anunciamos. Es muy difícil no caer en la tentación de decir sobre la eucaristía lo políticamente correcto y dispensarnos de un verdadero análisis del sacramento más importante de nuestra fe. Son tantos los aspectos que habría que analizar, y tantas las desviaciones que hay que corregir, que solo el tener que planteármelo me asusta. Hemos tergiversado hasta tal punto el mensaje original del evangelio, que lo hemos convertido en algo totalmente ineficaz para llevarnos a una vida espiritual. Para recuperar el sacramento debemos volver a la tradición.
Lo último que se le hubiera ocurrido a Jesús, es pedir que los demás seres humanos se pusieran de rodillas ante él. Él sí se arrodilló ante sus discípulos para lavarles los pies; y al terminar esa tarea de esclavos, les dijo: “vosotros me llamáis el Maestro y el Señor. Pues si yo, el Maestro y el Señor os he lavado los pies, vosotros tenéis que hacer lo mismo”. Esa lección nunca nos ha interesado. Es más cómodo convertirle en objeto de adoración que imitarle en el servicio y la disponibilidad para con todos los hombres. Hemos convertido la eucaristía en un rito cultual. En la mayoría de los casos no es más que una pesada obligación que, si pudiéramos, nos quitaríamos de encima. Se ha convertido en una ceremonia rutinaria, carente de convicción y compromiso. La eucaristía fue para las primeras comunidades el acto más subversivo imaginable. Los cristianos que la celebraban se sentían comprometidos a vivir lo que el sacramento significaba, conscientes de que recordaban lo que Jesús había sido y comprometiéndose a vivir como él vivió. El problema de este sacramento, es que se ha desorbitado la importancia de aspectos secundarios (sacrificio, presencia, adoración) y se ha olvidado totalmente su esencia, que es su aspecto sacramental. Con la palabreja “transustanciación” no decimos nada, porque la “sustancia” aristotélica es solo un concepto que no tiene correspondencia alguna en la realidad física. La eucaristía es un sacramento. Los sacramentos ni son ritos mágicos ni son milagros. Los sacramentos son la unión de un signo con una realidad significada. Lo que es un signo lo sabemos muy bien, porque toda la capacidad de comunicación, que los seres humanos hemos desplegado, se realiza a través de signos. Todas las formas de lenguaje no son más que una intrincada maraña de signos. Con esta estratagema hacemos presentes mentalmente las realidades que no están al alcance de nuestros sentidos. Ahora bien, todos los sonidos, todos los gestos, todos los grafismos, que sirven para comunicarnos son convencionales, no se pueden inventar a capricho. Si me invento un signo que no dice nada a los demás, será solo un garabato. El primer signo es el Pan partido y preparado para ser comido, es el signo de lo que fue Jesús toda su vida. La clave del signo no está en el pan como cosa, sino en el hecho de que está partido. El pan se parte para comerlo, es decir, el signo está en la disponibilidad de poder ser comido. Jesús estuvo siempre preparado para que todo el que se acercara a él pudiera hacer suyo todo lo que él era. Se dejó partir, se dejó comer, se dejó asimilar; aunque esa actitud tuvo como consecuencia que fuera aniquilado por los jefes de su religión. La posibilidad de morir por ser como era, fue asumida con la mayor naturalidad. El segundo signo es la sangre derramada. Es muy importante tomar conciencia de que para los judíos, la sangre era la vida misma. Si no tenemos esto en cuenta, se pierde el significado. Tenían prohibido tomar la sangre de los animales, porque como era la vida, pertenecía solo a Dios. La sangre está haciendo alusión a la vida de Jesús que estuvo siempre a disposición de los demás. No es la muerte la que nos salva, sino su vida humana que estuvo siempre disponible para todo el que lo necesitaba. El valor sacrificial que se le ha dado al sacramento no pertenece a lo esencial y nos despista de su verdadero valor. La realidad significada es una realidad trascendente, que está fuera del alcance de los sentidos. Si queremos hacerla presente, tenemos que utilizar los signos. Por eso tenemos necesidad de los sacramentos. Dios no los necesita, pero nosotros sí, porque no tenemos otra manera de acceder a esas realidades. Esas realidades son eternas y no se pueden ni crear ni destruir; ni traer ni llevar; ni poner ni quitar. Están siempre ahí. En lo que fue Jesús durante su vida, podemos descubrir esa realidad, la presencia de Dios como don. El principal objetivo de este sacramento, es tomar conciencia de la presencia divina en nosotros. Pero esa toma de conciencia tiene que llevarnos a vivir esa misma realidad como la vivió Jesús. Toda celebración que no alcance, aunque sea mínimamente, este objetivo, se convierte en completamente inútil. Celebrar la eucaristía pensando que me añadirá algo automáticamente, sin exigirme la entrega al servicio de los demás, es un autoengaño. Si nos conformamos con realizar el signo sin alcanzar lo significado, solo será un garabato. En la eucaristía se concentra todo el mensaje de Jesús, que es el AMOR. El Amor que es Dios manifestado en el don de sí mismo que hizo Jesús durante su vida. Esto soy yo: Don total, Amor total, sin límites. Al comer el pan y beber el vino consagrados, lo que quiere decir es que hago mía su vida y me comprometo a identificarme con lo que fue e hizo Jesús. El pan que me da la Vida no es el pan que como, sino el pan en que me convierto cuando me doy. Soy cristiano, no cuando como sino cuando me dejo comer, como hizo él. El ser humano no tiene que liberar o salvar su "ego", a partir de ejercicios de piedad, que consigan de Dios mayor reconocimiento, sino liberarse del "ego" y tomar conciencia de que todo lo que cree ser, es artificial y anecdótico y que su verdadero ser está en lo que hay de Dios en él. Intentar potenciar el “yo”, aunque sea a través de ejercicios de devoción, es precisamente el camino opuesto al evangelio. Solo cuando hayamos descubierto nuestro verdadero ser, descubriremos la falsedad de nuestra religiosidad que solo pretende acrecentar el yo, y no solo aquí y ahora sino para siempre. La comunión no tiene ningún valor si la desligamos de signo sacramental. El gesto de comer el pan y beber el vino consagrados es el signo de nuestra aceptación de lo que significa el sacramento. Comulgar significa el compromiso de hacer nuestro todo lo que Es Jesús. Significa que, como él, soy capaz de entregar mi vida por los demás, no muriendo, sino estando siempre disponible para todo aquel que me necesite. Es una pena que sigamos oyendo misa sin pensar en la importancia que tiene celebrar una eucaristía. Todas las muestras de respeto hacia las especies consagradas están muy bien. Pero arrodillarse ante el Santísimo y seguir menospreciando o ignorando al prójimo es un sarcasmo. Si en nuestra vida no reflejamos la actitud de Jesús, la celebración de la eucaristía seguirá siendo magia barata para tranquilizar nuestra conciencia. A Jesús hay que descubrirlo en todo aquel que espera algo de nosotros, en todo aquél a quien puedo ayudar a ser él mismo, sabiendo que esa es la única manera de llegar a ser yo mismo. Meditación La Única Realidad es el Amor (Dios) que está en ti, los signos son solo medios para descubrirla y vivirla. En cada eucaristía que celebre, debo sentir dentro de mí, lo que significa el rito. Al comulgar, manifiesto y fortalezco la intención de ser como Jesús, pan que se deja comer. La institución de la Eucaristía se celebra el Jueves Santo. ¿Qué sentido tiene dedicar otra fiesta al mismo misterio? Podríamos decir que, en el Jueves Santo, el protagonismo es de Jesús, que se entrega. En la fiesta del Corpus, el protagonismo es de la comunidad cristiana, que reconoce y agradece públicamente ese regalo. Esta fiesta comenzó a celebrarse en Bélgica en 1246, y adquirió su mayor difusión pública dos siglos más tarde, en 1447, cuando el Papa Nicolás V recorrió procesionalmente con la Sagrada Forma las calles de Roma. Dos cosas pretende: fomentar la devoción a la Eucaristía y confesar públicamente la presencia real de Jesucristo en el pan y el vino.
En el ciclo C, las lecturas centran la atención en el compromiso del cristiano con Jesús, al que debe recordar continuamente con gratitud (2ª lectura), porque él lo sigue alimentando igual que alimentó a la multitud (evangelio). 1ª lectura. ¿El primer anuncio de la Eucaristía? (Gn 14,18-20) El c.14 del Génesis cuenta una batalla casi mítica de cinco reyes contra cuatro, en la que termina tomando parte Abrán (no es una errata, el nombre se lo cambió más tarde Dios en el de Abrahán). Al volver victorioso, devuelve al rey de Salén (Jerusalén) los prisioneros que le habían hecho. Y su rey, Melquisedec, «le sacó pan y vino» y lo bendijo. A nosotros puede parecernos traído por los pelos el que se elige esta lectura por el simple hecho de mencionar al pan y el vino, pero los Padres de la Iglesia y los artistas han visto siempre en esta escena un anuncio de la eucaristía, como la mejor ofrenda que se nos puede hacer. 2ª lectura. “En recuerdo mío” (1 Corintios 11,23-26) De la institución de la Eucaristía tenemos cuatro versiones: las de Mateo, Marcos, Lucas y Pablo (Juan no la cuenta). Las dos más parecidas son las de Lucas y Pablo. Quien lee los relatos de Mt y Mc tiene la impresión de que Jesús bendice el pan y el vino uno después del otro, como hacemos nosotros en la misa. En cambio, Lucas y Pablo distinguen dos momentos: el pan, al comienzo de la cena; el vino, cuando ha terminado (ateniéndose a la forma de celebrar la Pascua los judíos). Es más interesante lo que añaden Lucas y Pablo a propósito del pan: «esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía. Lucas repite a propósito de la sangre que se derrama por vosotros. Pablo omite este detalle, pero añade después de la copa: cada vez que hagáis esto, hacedlo en memoria mía. Y termina con una reflexión personal: «Por consiguiente, cada vez que coméis este pan o bebéis de este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que vuelva.» Dos veces insiste Pablo en que esto hay que realizarlo «en memoria mía». Me evoca la imagen de un padre o una madre que, antes de morir, entrega un foto suya a los hijos diciéndoles: «acuérdate de mí». En mi opinión, lo que pide Jesús es que lo recordemos en todo lo que hizo por nosotros a lo largo de su vida. La eucaristía nos obliga a echar una mirada al pasado y agradecer todo lo que hemos recibido de Jesús. Pablo no omite la mirada al pasado, pero la limita a la muerte de Jesús, su acto supremo de entrega; y la proyecta luego al futuro, «hasta que vuelva». Pablo escribe estas palabras por los desórdenes que se habían introducido en la celebración de la Eucaristía en Corinto, donde algunos se emborrachaban o hartaban de comer mientras otros pasaban hambre. Por eso les advierte seriamente: cuando celebráis la cena del Señor, no celebráis una comida normal y corriente; estáis recordando el momento último de la vida de Jesús, su entrega a la muerte por nosotros. Celebrar la eucaristía es recordar el mayor acto de generosidad y de amor, incompatible con una actitud egoísta. Evangelio. Segundo anuncio de la Eucaristía (Lc, 9,11b-17) Si la lectura del Génesis ha sido considerada el primer anuncio de la Eucaristía, la multiplicación de los panes es el segundo. Lucas, siguiendo a Marcos con pequeños cambios, describe una escena muy viva, en la que la iniciativa la toman los discípulos. Le indican a Jesús lo que conviene hacer y, cuando él ofrece otra alternativa, objetan que tienen poquísima comida. La orden de recostarse en grupos de cincuenta simplifica lo que dice Marcos, que divide a la gente en grupos de cien y de cincuenta. Esta orden tan extraña se comprende recordando la organización del pueblo de Israel durante la marcha por el desierto en grupos de mil, cien, cincuenta y veinte (Éx 18,21.25; Dt 1,15). También en Qumrán se organiza al pueblo por millares, centenas, cincuentenas y decenas (1QS 2,21; CD 13,1). Es una forma de indicar que la multitud que sigue a Jesús equivale al nuevo pueblo de Israel y a la comunidad definitiva de los esenios. Jesús realiza los gestos típicos de la eucaristía: alza la mirada al cielo, bendice los panes, los parte y los reparte. Al final, las sobras se recogen en doce cestos. ¿Cómo hay que interpretar la multiplicación de los panes? Podría entenderse como el recuerdo de un hecho histórico que nos enseña sobre el poder de Jesús, su preocupación no sólo por la formación espiritual de la gente, sino también por sus necesidades materiales. Esta interpretación histórica encuentra grandes dificultades cuando intentamos imaginar la escena. Se trata de una multitud enorme, cinco mil personas, sin tener en cuenta que Lucas no habla de mujeres y niños, como hace Mateo. En aquella época, la “ciudad” más grande de Galilea era Cafarnaúm, con unos mil habitantes. Para reunir esa multitud tendrían que haberse quedados vacíos varios pueblos de aquella zona. Incluso la propuesta de los discípulos de ir a los pueblos cercanos a comprar comida resulta difícil de cumplir: harían falta varios Hipercor y Alcampo para alimentar de pronto a tanta gente. Aun admitiendo que Jesús multiplicase los panes y peces, su reparto entre esa multitud, llevado a cabo por solo doce personas (a unas mil por camarero, si incluimos mujeres y niños) plantea grandes problemas. Además, ¿cómo se multiplican los panes? ¿En manos de Jesús, o en manos de Jesús y de cada apóstol? ¿Tienen que ir dando viajes de ida y vuelta para recibir nuevos trozos cada vez que se acaban? Después de repartir la comida a una multitud tan grande, ya casi de noche, ¿a quién se le ocurre ir a recoger las sobras en mitad del campo? ¿No resulta mucha casualidad que recojan precisamente doce cestos, uno por apóstol? ¿Y cómo es que los apóstoles no se extrañan lo más mínimo de lo sucedido? Estas preguntas, que parecen ridículas, y que a algunos pueden molestar, son importantes para valorar rectamente lo que cuenta el evangelio. ¿Se basa el relato en un hecho histórico, y quiere recordarlo para dejar claro el poder y la misericordia de Jesús? ¿Se trata de algo puramente inventado por los evangelistas para transmitir una enseñanza? El trasfondo del Antiguo Testamento Lucas, muy buen conocedor del Antiguo Testamento vería en el relato la referencia clarísima a dos episodios bíblicos. En primer lugar, la imagen de una gran multitud en el desierto, sin posibilidad de alimentarse, evoca la del antiguo Israel, en su marcha desde Egipto a Canaán, cuando es alimentado por Dios con el maná y las codornices gracias a la intercesión de Moisés. Pero hay también otro relato sobre Eliseo que le vendría espontáneo a la memoria. Este profeta, uno de los más famosos de los primeros tiempos, estaba rodeado de un grupo abundante de discípulos de origen bastante humilde y pobre. Un día ocurrió lo siguiente: «Uno de Baal Salisá vino a traer al profeta el pan de las primicias, veinte panes de cebada y grano reciente en la alforja. Eliseo dijo: ― Dáselos a la gente, que coman. El criado replicó: ― ¿Qué hago yo con esto para cien personas? Eliseo insistió: ― Dáselos a la gente, que coman. Porque así dice el Señor: Comerán y sobrará. Entonces el criado se los sirvió, comieron y sobró, como había dicho el Señor» (2 Re 4,42-44). Lucas podía extraer fácilmente una conclusión: Jesús se preocupa por las personas que le siguen, las alimenta en medio de las dificultades, igual que hicieron Moisés y Eliseo antiguamente. Al mismo tiempo, quedan claras ciertas diferencias. En comparación con Moisés, Jesús no tiene que pedirle a Dios que resuelva el problema, él mismo tiene capacidad de hacerlo. En comparación con Eliseo, su poder es mucho mayor: no alimenta a cien personas con veinte panes, sino a varios miles con solo cinco, y sobran doce cestos. La misericordia y el poder de Jesús quedan subrayados de forma absoluta. ¿Sigue saciando Jesús nuestra hambre? Aquí entra en juego un aspecto del relato que parece evidente: su relación con la celebración eucarística en las primeras comunidades cristianas. Jesús la instituye antes de morir con el sentido expreso de alimento: “Tomad y comed... tomad y bebed”. Los cristianos saben que con ese alimento no se sacia el hambre física; pero también saben que ese alimento es esencial para sobrevivir espiritualmente. De la eucaristía, donde recuerdan la muerte y resurrección de Jesús, sacan fuerzas para amar a Dios y al prójimo, para superar las dificultades, para resistir en medio de las persecuciones e incluso entregarse a la muerte. Lucas volverá sobre este tema al final de su evangelio, en el episodio de los discípulos de Emaús, cuando reconocen a Jesús “al partir el pan” y recobran todo el entusiasmo que habían perdido. Hace años, bastantes… pero ¿qué importa el tiempo para lo que quiero contar? Siendo una joven estudiante, asistía asiduamente al catecumenado de jóvenes de mi parroquia. Lo llevaba un cura de esos que por muchos que años que pasen, no se olvidan; esos que dejan pistas gravadas a fuego, que fijo era el fuego del Espíritu Santo, porque siguen dentro en perfecto estado.
Se llamaba Francisco Caballero, y coloquialmente Paco o D. Paco. Eran catecumenados a los que asistíamos, cada viernes por la tarde-noche, más de cien jóvenes, animados por los entonces nuevos vientos de Concilio Vaticano II. En una de esas reuniones escuché algo que me llegó profundo, era de un tal Teilhard de Chardin y hablaba de “La Misa sobre el Mundo”. Debí tomar nota al voleo e imagino que no se ajustaría exactamente al apellido del mencionado autor. D. Paco se explayó intensa y espiritualmente sobre el concepto la misa sobre el mundo, y a mí me lo dejó prendido para siempre. Unos días después, muy resuelta, me fui a la librería San Pablo y le di el papel donde tome nota de los datos. Salí con el único libro del autor que tenían, titulado “El medio divino”. En cuanto llegué a casa, ansiosamente, me puse a buscar algo que tratara de la misa sobre el mundo. Nada. Atravesé página tras página en lectura diagonal. Nada. Eso sí, concluí: “Esto no hay quien se lo lea… teología pura y dura”. Lo subí a la estantería, y resistió dos mudanzas. Pero el concepto enigmático de la misa sobre el mundo quedó sembrado acompañándome en tantas misas: unas vivas y musicales, recién adaptadas a las nuevas libertades de la liturgia. Otras no tanto, farragosas liturgias que despistaban de la esencia. Imaginaba la misa sobre el mundo, en espacio abierto, en maravillosos paisajes de montaña donde una gran piedra delante de mí sería el altar para celebrar la Eucaristía frente a los valles y montes que contemplarían mis ojos bajo el cielo. También en lo alto de un vertical acantilado ante una espectacular puesta de sol… la misa sobre el mundo, ara de ofrenda y alabanza, Eucaristía ante la inmensidad del océano. Ambos paisajes de extendía sin fronteras, conteniendo las gentes del mundo, las alegrías, el sufrimiento, la bondad, los errores, los deseos, la oración, el silencio, el trabajo, la creatividad, la dicha y la desdicha, todo lo que acompañan a la humanidad desde el instante primero; todo lo que vive en la naturaleza: árboles, plantas, flores, insectos, pájaros, peces… la misa sobre el mundo conteniéndolo todo y a todos. En la vida espiritual la búsqueda y el deseo de encontrar, van moldeando aún sin pretenderlo. Lecturas, experiencias, personas, oración, silencio y Mesa Compartida (Eucaristía)… una gracia y muchos tesoros para el camino de la vida. Hoy, Jesús, te veo, ante todos aquellos que te seguían con hambre (Lc 9, 11b-17) y que los Doce no sabían qué hacer con ellos, creyendo que no eran de su incumbencia. Y sigo mirando cómo actúas y cómo nos enseñas que para Ti, todos somos tuyos, nadie se queda fuera y hay que organizarse. “Haced que se sienten en grupos de unos cincuenta cada uno”. Creo no confundirme, entendiendo que nos dices que nos juntemos en pequeñas comunidades, nos cuidemos, comamos y celebremos, pero sin olvidar que la Comunidad total eres Tú y todos y todo; que la Iglesia somos todos porque Tú eres el que unificas y nos enseñas la Unidad. Te imagino mirando a aquella multitud, desde algún montículo, cuando “el día comenzaba a declinar”, atento y compasivo a las necesidades de la gente y enseñando que el milagro de la Comunidad, cuando se vive desde la verdad, da para repartir y hasta sobra. Pasados los años, pude leer el texto completo de “La Misa sobre el mundo” y vuelvo a hacerlo cuando noto el peligro interior de cerrar compuertas, las de mi corazón y, también, las de mi Iglesia. Aquí quedo ahora “escuchando” a Teilhard de Chardin, en La Ofrenda con la que empieza “La Misa sobre el Mundo”: “…Una vez más, Señor, ahora ya no en los bosques del Aisne, sino en las estepas de Asia, no tengo ni pan, ni vino, ni altar, me elevaré por encima de los símbolos hasta la pura majestad de lo Real, y te ofreceré, yo, tu sacerdote, sobre el altar de la Tierra entera, el trabajo y el dolor del Mundo”. Sólo te reconoceremos, Cristo, cuando veamos a toda la humanidad y a toda la creación en Ti. Sólo desde el Amor se transparenta esta Realidad. Sí, un día, veinte años después, tomé de la estantería “El medio divino”, lo leí con pasión y me ayudó a comprender que estamos llamados a zambullirnos en el medio divino, sin miedo y con la confianza de que Tú nos convocas a todos. |
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