Leí hace algún tiempo a González Faus una reflexión sobre que los obispos del s. XXI deberán ser hombres de frontera y no hombres de barreras. Esta es la actitud que ha tomado el obispo de Roma, a la sazón papa Francisco, al escribir su primera encíclica centrada en el problema ecológico que le hemos creado a nuestro planeta y sobre el cuidado de lo que él llama "la casa común".
En una primera lectura, me quedo con su escritura diáfana y clara, alejada de otro tiempo en el que las encíclicas eran para iniciados en teología y que además estuvieran familiarizados con el lenguaje formalista y curial; el texto que nos ocupa es accesible a cualquier laico -incluido el precio, que no llega a tres euros- por lo directo y de difícil doble interpretación. En su llamada de atención, el papa recuerda textos de los papas anteriores denunciando este problema estructural, a los que desborda por cantidad y claridad hasta el punto de haber incomodado ya a algunos que se dicen cristianos. Francisco nos señala que muchos de los esfuerzos por buscar soluciones a la crisis medioambiental y al agotamiento de los recursos naturales se frustran no solo por el rechazo egoísta de los poderosos sino, atención, "por la falta de interés de los demás"; es decir, de los cardenales, obispos y de todos nosotros. Francisco analiza una realidad incómoda para quienes vivimos en el Primer Mundo abusando de una huella ecológica varias veces superior a la que nos podemos permitir, al tiempo que señala a los que más pierden, que son los desheredados de la Tierra como un sinónimo de los predilectos del Maestro; y les hemos apartado de una vida digna por nuestras prácticas del consumismo extremo y selectivo de una minoría consumista que entre otras cosas nos permitimos desperdiciar casi un tercio de los alimentos. Por eso afirma que frente al cambio climático, hay responsabilidades diversificadas (sic) donde los pueblos más vulnerables deben ser objeto de atención prioritaria. Recuerda con valentía el sometimiento de la política ante la tecnología y las finanzas que logran que el interés económico prevalezca sobre el bien común. Escribe desde la esperanza -"el amor social"-, la necesidad de diálogo en serio y la educación porque lo cierto es que el actual sistema mundial es insostenible desde diversos puntos de vista. Dedica un capítulo entero a "la raíz humana de la crisis ecológica" donde la ciencia y la tecnología no son neutrales en nuestra cultura del relativismo. Él lo resume en una idea troncal muy clarificadora de que no hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental que incluye también a la ecología de la vida cotidiana. El papa echa en falta con urgencia la presencia de otra globalización que tenga una visión de futuro en la que emerja una verdadera autoridad política mundial sin recetas uniformes y no, añado yo, el poder omnímodo de la codicia que todo lo envenena. Reitera lo contrario de lo que hoy es la hoja de ruta bendecida por no pocos católicos: la política no debe someterse a la economía y ésta no debe someterse a los dictámenes de la tecnocracia. Llega a proponer que tenemos que convencernos de que desacelerar un determinado ritmo de producción y de consumo puede dar lugar a otro modo de progreso y desarrollo. Exactamente lo contrario al modelo de globalización materialista que llevan con mano de hierro el Banco Mundial, el FMI, la troika, los mercados, los actuales dirigentes de la UE, de Estados Unidos, de España... Naturalmente que también nos habla de Dios y de Francisco de Asís (el título de la encíclica es una alabanza que cantaba el santo) afirmando que la espiritualidad cristiana propone un modo alternativo de entender la calidad de vida capaz de gozar profundamente sin obsesionarse por el consumo, convertido en el modelo omnipresente y obsesivo actual. Nos habla del amor social como fuente del verdadero desarrollo más humano, más digno, en suma más cristiano. Acaba la encíclica con dos bellas oraciones acordes con la sensibilidad ecológica. En definitiva, estamos ante un análisis en clave de denuncia profética pero que no ha querido cargar sobre los posibles culpables o responsables (en alguna medida todos lo somos) sino en la urgencia de mirar el mundo con una mirada diferente, responsable y madura, sintiéndonos amados por el amor del Dios de la vida y por el sufrimiento de la mayoría de los seres humanos como sufridores que son del grave atentado estructural a nuestra ecología. A quien le piquen las palabras del papa, lo mejor es que se rasque la conciencia.
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Hoy buscaré tu verdadero nombre, no el que te colgaron en la noche oscura; no el apodo de fuego, sino de brasas junto al silencio. No eres doctrina muerta, eres mediodía, esperanza viva. No eres nombre de batalla, no sumes un nuevo "ista". Tú eres más que vasquista, feminista, comunista o malabarista... Más elocuente que unas sigla es tu sonrisa callada, tu mirada tierna. No me interesa tanto si eres socialista o de "Podemos" si constitucionalista o nacionalista, monárquico o republicano..., sino si sales a la ventana cuando la luna posa entera, si saludas a los árboles cuando penetras sus bosques, si te enamora la vida cuando hollas su hojarasca.
No somos en función de lo que sugiere la ideología, sino de lo que impregna el alma. La primera es pasajera, circunstancial, la segunda es eterna. La ideología apenas aporta una pincelada superficial, el alma nos significa. Más que tiempo de declararnos esto o lo otro, es hora de mirarnos a los ojos y contemplarnos en la desnudez del alma. Llevamos toda la historia cargando a la espalda etiquetas y banderas, religión e ideología... Hoy nos permitimos descargar su fardo, olvidar las batallas en las que nos enredaron. No me interesa el sobre que metiste en la última urna de cristal, sino tu saludo al policía, a los interventores que la custodiaban, tu saludo a la vida al abrir aquel domingo tu persiana. No somos nuestras etiquetas. Éstas a lo sumo sólo nos acompañan un rato, hasta esa urna hoy aún imprescindible. No cabemos en unas siglas, en unas marcas. No somos ideología, menos aún ideología que fragmenta, en todo caso somos valores que unen y vinculan. La etiqueta es barrera, que nos priva de compañías. No somos un color, somos arcoriris, siempre dispuesto a escalar los cielos. No somos sólo un pueblo, somos todos los pueblos y todos sus cantos y todas sus risas y todas sus brisas. No somos una religión, venimos de arrodillarnos en todos los altares. No somos una ideología, venimos de morir en todas las trincheras. La ideología es confrontación, pero no nos queda piel para nuevas heridas. Somos infinitamente más de lo que pueda expresar una marca, una sigla. La ideología va pegada a un tiempo y lugar siempre pasajeros, los valores los desbordan. La ideología es desfile uniforme, los valores son círculo variado. Los valores nos comprenden, nos acercan, nos incluyen, la ideología nos separa. Con los valores gano amigos, con la ideología enemigos. La ideología sólo pide militancia, los valores exigen la vida. La ideología es particular y crea partido, facción; los valores son universales y crean red. Sólo nos falta ensanchar esa red, compartir un poco más esa fe, sólo nos resta terminar de construir aquella tierra de hermanos/as. No nos pongamos etiquetas, no nos alejemos de quien usa otro nombre y hoy viste otra camiseta. No somos homologables, etiquetables. "Ahyah asher ahyah" "Yo soy el que yo soy". Cada uno es quien es, solo único, genial, irrepetible... ¡Bendito el Origen de todos esos elevados valores, el Pintor de infinita paleta; bendito el Misterio que nos otorgó eterna, colorida, maravillosa vida! Del final del c. 4 de Mc, pasamos al final de c. 5. En este capítulo, antes del relato que vamos a leer, narra un episodio muy raro: Jesús cura a un endemoniado y permite que los espíritus inmundos se metan en una piara de cerdo, que, acto seguido, se precipita en el mar. Jesús vuelve a atravesar el lago en dirección a Galilea, y allí encuentra de nuevo a la multitud que le busca. Tomando un poco de perspectiva descubrimos que el domingo pasado nos hablaba del "poder"de Jesússobre la naturaleza (la tempestad calmada). Continúa el evangelio con la manifestación de "poder"sobre los espíritus inmundos (curación del endemoniado en Gerasa), que no hemos leído. Hoy damos dos pasos más: "Poder"sobre la enfermedad (la hemorroísa); Y "poder"sobre la muerte (la hija de Jairo). No cabe una síntesis más clara, ordenada y progresiva de la actividad salvadorade Jesús.
En el doble relato de hoy, descubrimos un mensaje muy profundo. Por una parte, la niña y su padre son imagen de los sometidos a la institución. Jairo es un cargo público, aunque no estrictamente religioso. La mujer enferma representa a los marginados y excluidos por una interpretación demasiado legalista de la Ley. Este simbolismo se hace más claro por el anonimato de las dos mujeres, y los doce años de enfermedad de la mujer y los doce años de vida de la niña. El número doce es símbolo de Israel. Jairo (símbolo de la institución) no encuentra salida en la religión y busca la salvación en Jesús, que ya había sido rechazado por sus jefes. La decisión es tan difícil que espera hasta el último momento para ir en busca de Jesús. La mujer enferma, también se había gastado toda su fortuna en buscar salvación, sin hallarla. Tampoco le quedaba otra salida. La religión no sólo no le daba solución, sino que la marginaba y la excluía hasta límites inimaginables hoy. Uno viola formalmente la Ley acudiendo a un proscrito. La otra viola literalmente la Ley tocando a Jesús. Es muy interesante constatar que en los dos casos, Jesús apela a la fe-confianza como motor de puesta en marcha de la curación-salvación. Para descubrir la importancia del relato hay que tener en cuenta las leyes de pureza que afectaban a la mujer. El Levítico dice: "La mujer permanecerá impura cuando tenga su menstruación o tenga hemorragias; todo lo que ella toque quedará impuro, así como también quien entre en contacto con ella". Es muy difícil hacernos una idea de como quedaban limitadas las posibilidades de relaciones sociales y religiosas con esta ley. La mujer era considerada impura y causante de impureza. Podemos imaginar la tara psicológica que dejaba en la mujer esta consideración de impura. La hemorroísa tenía prohibido, por imperativo social y religioso, tocar y ser tocada. Ella sabe que el acto que puede salvarle, está expresamente prohibido por la Ley. Sin embargo, doce años de sufrimiento la empujan. Esta valentía no está exenta de temor, se acerca por detrás. Tocar a Jesús no solo manifiesta la confianza en él, sino en sí misma. Su valentía la devuelve la salud. Con una aguda sensibilidad más que humana, percibe que le han tocado (todos le están apretujando). Cuando Jesús pregunta "¿Quién me ha tocado?", está dando a entender que alguien ha llegado hasta él buscando una respuesta a su opresión. Aceptando ser tocado, más allá de la norma, entra en la dinámica que la mujer había iniciado. Se abre a la comunicación profunda y sanadora a través del cuerpo. Los dos están expresando lo mejor de sí mismos. El cuerpo "impuro" de la mujer, es reconocido y aceptado como normal. Dejándose tocar Jesús se coloca por encima de los códigos sociales y religiosos. Los cuerpos son instrumentos de encuentro liberador. El tabú de la impureza queda roto. Se da una complicidad total entre dos seres humanos que se relacionan desde lo más hondo de su ser. Una relación que abarca todos los aspectos del ser, el físico, el psíquico y el religioso. La mujer obra saltándose la Ley, pero Jesús va aún más allá, y reacciona como si la Ley no existiera. Se seca la fuente de su hemorragia. Subjetivamente, nota que había sido curada. El milagro se produce sin que intervenga la voluntad expresa de Jesús. Es la fe-confianza de la mujer la que desencadena los acontecimientos. También es interesante la alusión a una fuerza especial que sale de Jesús. Este relato es una mina para tratar de descubrir qué es lo que sucedía de verdad cuando el evangelio habla de "milagros". No significa una acción que va en contra de las leyes de la naturaleza. Todo lo contrario, es dejar libre la naturaleza para que pueda desarrollar su ley sin las trabas que le pone la racionalidad humana.Porque estar en armonía con la naturaleza no es lo normal, llegamos a llamar milagro los procesos que serían los más naturales del mundo cuando no hay obstrucción a esas fuerzas que están siempre a nuestro favor. Claro que se produce un milagro, una verdadera maravilla. Mucho más grande que convertir una piedra en pan. Un ser humano liberado de sus complejos, de sus miedos, de una religión opresora e inhumana. Un ser humano que puede empezar a ser él mismo, que empieza a valorarse porque se siente apreciado. Se reanuda el relato de la hija de Jairo con la llegada de los emisarios, que traen noticias de muerte. Jesús es portador de vida y le dice a Jairo: basta que tengas fe. La multitud se pone de parte de los emisarios de muerte y se pone a llorar; pero Jesús no hace ningún caso y sigue adelante. Cogió de la mano a la muchacha, pero a diferencia de la suegra de Pedro, no la levanta, sino que le dice: ¡levántate!, el mismo verbo Mc emplea para hablar de resurrección. En contra de lo que dice expresamente la Ley, toca a un muerto, y en vez de quedar el contaminado de muerte, comunica la vida al cadáver. No nos engañemos, la importancia de estos relatos no está en el hecho de curar o de resucitar, sino en el simbolismo que encierran. Pensar que la obra de Jesús se puede encerrar en tres resurrecciones y en una docena de curaciones, es ridiculizar la figura de Jesús. Objetivamente, los curados volverán a enfermar y entonces no estará allí Jesús para curarlos. Los resucitados volverán a morir sin remedio. Sabemos que Jesús no puso el objetivo de su misión en una solución de los problemas puntuales de aquí abajo. La salvación de Jesús es para todos y en cualquier circunstancia. También para los enfermos, marginados y explotados. Si no tenemos esto en cuenta, puedo pensar que la salvación de Jesús no es para mí. Ya en el AT queda muy claro que Dios no hizo la muerte. Jesús va más allá y nos dice que Dios no quiere nada negativo para el hombre. Aunque las limitaciones son inherentes a nuestra condición de criaturas, la salvación de Dios es siempre de un plano superior y más pleno que cualquier limitación; por eso se puede dar en plenitud, a pesar de cualquier limitación, incluida la muerte. La verdadera salvación, la que propone Jesús, libera siempre. No se trata de un premio para unos pocos privilegiados, sino de una oferta absoluta de Dios desde lo hondo de cada ser. Esa fuerza, que Jesús era capaz de poner en marcha, está disponible para todos, lo único que tenemos que hacer, es dejar que actúe en nosotros. No se trata de magia sino de conocimiento de las posibilidades que el ser humano tiene de utilizar las leyes de la naturaleza a su favor. De la misma manera que tiene poder para bloquear los procesos naturales y causar así un daño a su propio ser o/y a los demás. En los dos casos, la multitud queda al margen de los acontecimientos y de la salvación que representan. Para Jesús, los entes de razón (multitud, pueblo, iglesia) no pueden ser objetos de salvación. Lo único que le importa es la persona, porque es lo único real. Esto lo hemos olvidado, y hemos cometido y seguimos cometiendo, el disparate de sacrificar a la persona en aras de la institución. Nada hay más antievangélico que este atropello. También hoy tendría que ser nuestra principal tarea el liberar a tantas personas atrapadas por las interpretaciones aberrantes de Dios. La religión, mal entendida, seguirá oprimiendo y esclavizando mientras seguimos dando más importancia a la institución que a la persona. Meditación-contemplación "Tu fe te ha curado". "Basta que tengas fe". En el orden espiritual, es imprescindible la fe. Aunque sería cómodo, las seguridades son imposibles. Sin confianza en el OTRO no daremos un paso. ........................ ¡Despierta! ¡Resucita! No permanezcas inerte en el cálido capullo, que tú mimo has tejido. Atrévete a volar. Si no afrontas el riesgo, no encontrarás la Vida. ....................... No te quejes de que estés apagado. La culpa es tuya porque no acabas de conectarte. Tu lámpara está capacitada para iluminarse. Toda la energía está a tú disposición. Solo tienes que tocar la fuente de energía. La muñeca rusa
En los evangelios, los relatos de milagros son como contenedores bien cerrados, unos juntos a otros, sin que se mezcle su contenido. El pasaje de Marcos que leemos hoy recuerda, en cambio, a las muñecas rusas: un milagro dentro de otro. Jesús va a curar a una niña y se cuela por medio una enferma con flujo de sangre. Esa mezcla da gran dramatismo e interés al conjunto. La medicina tradicional: imposición de manos El comienzo parece normal: un padre preocupado por su hija gravemente enferma. Lo que no es normal es su convencimiento de que Jesús puede curarla con sólo ponerle la mano encima. En nuestra cultura, el enfermo agradece que el médico no le hable a distancia; que lo ausculte y lo palpe si es preciso. En la cultura antigua, el hombre santo y el curandero ejerce su poder mediante el contacto físico. Jesús cura a la suegra de Pedro tomándola de la mano; imponiendo las manos cura a diversos enfermos (Mc 6,5; Lc 4,40), a un sordomudo (Mc 7,32), a un ciego (Mc 8,23.25), a la mujer tullida (Lc 13,13); poniendo barro en los ojos del ciego de nacimiento le devuelve la vista (Jn 9,15); y a los discípulos les concede el poder de curar enfermos imponiendo las manos (Mc 16,18). Quien se haya fijado en las citas, habrá visto que casi todas son del evangelio de Marcos. Parece que a Mateo y Juan no les entusiasmaba el procedimiento, podría causar la impresión de un poder mágico. Una nueva receta: tocar el manto Si Jairo está convencido de que la imposición de manos de Jesús basta para salvar a su hija, la mujer con flujo de sangre va mucho más lejos: le bastaría tocar su manto. El relato acentúa la gravedad y persistencia de la enfermedad (¡doce años!), el fracaso de los médicos y el dineral gastado en buscarle solución. De repente, a la mujer le basta oír hablar de Jesús para depositar en él toda su confianza; ni siquiera en él, en su manto. ¿Fe o desesperación? Algunos de los primeros cristianos, amantes de aplicarse los relatos evangélicos, podrían identificarse fácilmente con la mujer. «Yo también estaba desesperado, oí hablar de Jesús, y todo cambió.» La verdadera medicina: la fe La mujer se cura al punto. Pero el relato toma un sesgo dramático. Jesús nota que una fuerza especial ha salido de él y quiere saber quién la ha provocado. Pregunta, rechaza la excusa de los discípulos, mira con atención a su alrededor, hasta que la mujer se presenta temblorosa y asustada. (Marcos describe a Jesús de forma tan humana, tan poco ortodoxa, que a Mateo por poco le dio un infarto y suprimió toda esa parte de su evangelio: Jesús sabe perfectamente lo que ha pasado.) El lector termina poniéndose en contra de Jesús y a favor de la mujer. ¿Por qué le está haciendo pasar un rato tan malo? Es un recurso genial de Marcos, el mismo que utiliza en la curación de la hija de la mujer cananea: poner al lector en contra de Jesús y a favor del quien le suplica. ¿Para qué? Para que Jesús ofrezca al final la verdadera enseñanza. Imaginemos que la mujer se cura y Jesús no pregunta nada. El lector se dice: «Llevaba razón la mujer. Bastaba con tocarle el manto.» Quizá añadiría: «En realidad, quien cura es Jesús, no el manto.» Pero todo el teatro montado por Jesús sirve para llegar a una conclusión muy distinta: «Hija, tu fe te ha curado.» Ni Jesús ni el manto, «tu fe». Esta afirmación podrá parecer atrevida, casi herética, a algunos teólogos. Pero, en este caso, Mateo y Lucas coincidieron con Marcos al pie de la letra: «Hija, tu fe te ha curado.» Una medicina que, además de curar, resucita La acción vuelve a su origen, pero de forma trágica: la niña ha muerto. No hay que molestar al Maestro. Pero Jesús le recomienda al padre la medicina usada por la hemorroisa: «No tengas miedo; tú ten fe, y basta». Siguen hasta la casa y se sumergen en un mundo de llantos y lamentos. La gente es lista, no se deja engañar por Jesús Cuando yo era joven, me indignaba leer que la gente se ríe de Jesús cuando dice que la niña no está muerta, sino dormida. Me parecía una tremenda falta de respeto. Pero estaba equivocado. La risa de la gente demuestra que Jesús no puede engañarlos. Él quiere pasar desapercibido, presentar lo que hace como algo normal, sin importancia; pero la gente sabe muy bien que la niña ha muerto, que Jesús ha realizado un gran milagro. El detalle final de darle a la niña de comer sirve para demostrar la realidad de la resurrección. Resurrecciones en esta vida y fe en la vida futura La resurrección de la hija de Jairo (contada por Marcos, Mateo y Lucas) trae a la memoria otros relatos parecidos, pero peculiares: la resurrección del hijo de la viuda de Naín, que sólo cuenta Lucas; y la resurrección de Lázaro, que sólo cuenta Juan. ¿Cómo es posible que estos dos hechos tan famosos no se encuentren en los cuatro evangelios? Es cierto que la tradición oral olvida a menudo cosas y detalles. Pero resulta extraño que un evangelista no los conozca. Como un biógrafo de Beethoven que no ha oído hablar de la 9ª Sinfonía. A los evangelistas no les preocupaba, como a nosotros, el hecho histórico en cuanto tal, sino la realidad de lo que contaban. Lo importante no es que Jesús resucitara a Lázaro (que al cabo de los años volvería a morirse), sino que nos resucitará a todos a una vida sin fin. «Yo soy la resurrección y la vida» es también el gran mensaje de la resurrección de la hija de Jairo. Marcos construye un relato doble –conocido como la curación de la hemorroísa y la resurrección de la hija de Jairo-, tan peculiar como cargado de simbolismo. Para empezar, es interesante destacar los elementos que ambos episodios tienen en común: se trata de dos mujeres, enfermas de gravedad –una terminará en la muerte-, que se curan al contacto con Jesús. Pero quizás lo más significativo es que, en ambos casos, se repite una cifra: doce. Un dato innecesario que invita al lector a leer el relato en clave simbólica.
En efecto, el número doce es símbolo del pueblo judío. Ambas mujeres representan a Israel, que no encuentra solución en sus instituciones ni en su religión –la sinagoga-, sino que se va extinguiendo, después de haber hecho lo indecible –"se había gastado en eso toda su fortuna; pero en vez de mejorar, se había puesto peor"-, hasta morir. Más allá de la narración, el lector puede reconocerse a sí mismo como la mujer que siente estar perdiendo su vida, o como la niña que escucha la palabra que le dice: "levántate". Y, a esa luz, es invitado a preguntarse: ¿por dónde se me escapa la vida?, ¿qué es lo que me tiene postrado?, ¿estoy decidido a levantarme, a vivir y favorecer la vida? Y es muy probable que, creyente o no, en la respuesta a esos interrogantes, se reconozca a sí mismo en la persona, la vida y el mensaje del Maestro de Nazaret. En los relatos recogidos en este capítulo, tal como ha llegado hasta nosotros, aparece Jesús como liberador de aquello que más nos asusta y esclaviza: la opresión –interna y externa-, la enfermedad, la marginación y la muerte. Realidades todas ellas que quedan iluminadas desde la Vida que se manifiesta en Jesús. La identificación con el yo nos obliga a mirar toda la realidad desde una perspectiva radicalmente limitada y, por ello, equivocada. Desde ella, será bueno lo que agrade al yo, y malo lo que lo frustre. De hecho, el primer movimiento del yo ante cualquier acontecimiento o situación es el de catalogarlo como "agradable" o "desagradable", "positivo" o "negativo". A partir de esas etiquetas, actuará aferrándose a aquello que le reporta bienestar y, en último término, pervivencia. Ocurre, sin embargo, que todo aquello a lo que el yo puede aferrarse es impermanente, como él mismo. Todo pasa; y mal se puede poner la seguridad y estabilidad en lo que es pasajero. Aunque siempre le queda un último asidero: la creencia de que, después de la muerte, será un yo perdurable. La verdad, sin embargo, parece que va en otra dirección. El problema básico que nos lleva a la confusión y al sufrimiento, y que nos hace debatirnos entre lo que llamamos "bueno" o "malo", es la ignorancia: no sabemos quiénes somos realmente, desconocemos nuestra verdadera identidad. A causa de ella, estamos habitualmente como hipnotizados, dando por ciertas y definitivas las conclusiones a las que cree llegar nuestra mente. La sabiduría espiritual –también la del evangelio- viene a decirnos que, a nivel profundo, no somos ese "yo" con el que hemos estado identificados, sino el "Yo Soy" universal que se expresa en tantas formas. Eso que realmente somos no muere jamás; lo único que acaba es la forma histórica que lo expresaba. Tiene razón el texto evangélico cuando dice: "La niña no ha muerto; está dormida". Por eso, la pregunta crucial no es: ¿qué ocurre después de la muerte?, sino: ¿quiénes somos? Hasta que no lo respondamos adecuadamente, no saldremos del dilema que plantea Fidel Delgado: "Tenemos una buena noticia: nadie muere; y una mala: nadie se lo cree". "La psicología y la espiritualidad se complementan".
Mariana Caplan es doctora en Filosofía, Psicología y Antropología; colaboradora habitual en radio y televisión, escritora y consejera. Nacida en Washington, ha estudiado y vivido en varias comunidades de Centroamérica, Estados Unidos, la India y Europa. Profesora universitaria, imparte clases en el Instituto de Estudios Integrales de California. Es autora de "¿Necesitas un gurú?" (Hara press) y "A medio camino" (Kairós), entre otros. Su página web es www.realspirituality.com "Solemos entrar en alguna práctica espiritual porque queremos ser más felices, sufrir menos, tener más poder o ser especiales. Pero la práctica en sí misma es inteligente y acaba mostrándote las verdaderas razones. Y te acaba transformando. A ti y al mundo en el que vives". ¿Qué es eso de "la iluminación"? ¿De qué hablamos cuando hablamos de maestros, maestras, gurús o personas iluminadas? ¿Existe ese estado que en la literatura espiritual o filosófica se da en llamar el "despertar" o la "iluminación"? Si haces una pequeña encuesta por la calle, la mayoría de personas se imaginan a una especie de buda, una santo o santa, tal vez un "pirado" que vive en la Inopia, en otro mundo, medio dormido (o dormido entero) a las emociones, a las sensaciones, lo cual comúnmente se considera un auténtico desperdicio de la experiencia y la magnífica oportunidad de vivir. Y sin embargo, por definición, se trata de un estado de "despertar" del sueño de la ignorancia, de "iluminación" de una vida sombría. Sabiduría, pues, luz e intensidad. ¿En qué consiste la iluminación? Es un término que se ha utilizado demasiado y supongo que ha acabado perdiendo su sentido. Mucha gente imagina algo transcendental, aparte o fuera del mundo. Pero, en realidad, las personas iluminadas (y no hay muchas que yo haya conocido) son gente de gran compasión, dedicación y servicio, que utilizan su vida para ayudar a las demás. Aunque no necesariamente ayudarlas en sus objetivos más materialistas, sino a ser más felices. Pero son personas que continúan enfrentando los desafíos humanos (enfados, dolor, tristeza), solo que han aprendido a afrontarlos de una manera especial. Con madurez espiritual, que no es lo mismo que madurez humana. ¿Cuál es la diferencia? En la madurez humana (el crecimiento personal), yo tengo aspiraciones de ser una buena persona, de superarme. En el crecimiento espiritual, podemos llegar a percibir aspectos del espíritu muy profundos. Son realidades que no se pueden entender completamente solo a través de la mente, si no tienes una experiencia personal. Por ejemplo, comprendes que nuestra percepción de lo que es un ser humano está muy limitada, que la realidad humana es mucho más grande y profunda. Te conecta con un cierto tipo de sabiduría (no mental ni intelectual) que te permite no solo disfrutar de la vida a un nivel más intenso sino también hacer un trabajo interno de transformación. ¿Disfrutar más, dices? La imagen de la persona iluminada que no siente ni padece ¿es entonces un tópico? Pues sí: no es que dejes de sentir sino que desarrollas una capacidad de sentir más cosas; tus percepciones son muchas más, más diversas y más intensas. El mundo que te envuelve se transforma por el mero hecho de que ha tenido lugar una transformación en ti. ¿Cómo se traduce esto en la práctica? ¿Qué le aporta a la vida cotidiana? Uno de los retos más importantes a los que se enfrenta el ser humano a lo largo de su vida consiste en cómo manejar las emociones. Aplicándote en las prácticas espirituales, poco a poco aprendes a manejar esta realidad; a percibir más y, al mismo tiempo, a manejar el mundo emocional que normalmente te domina. A mi manera de ver, esta es la aportación más valiosa, mucho más que experimentar "viajes místicos", que suele tener lugar al principio, pero cuidado, porque se puede convertir en una trampa. Yo creo que los frutos del camino espiritual tienen mucho más que ver con la capacidad de servir al mundo de una manera efectiva que con cualquier estado de alteración de la conciencia, por atractivo y placentero que resulte. ¿Cuál debería ser, pues, la motivación para iniciarse en la práctica espiritual? ¿Existen motivaciones egoístas o equivocadas? Normalmente, al principio las motivaciones no son muy puras, pero no importa. Solemos entrar en alguna práctica espiritual, la que sea, porque queremos ser más felices, sufrir menos, tener más poder o ser especiales. Sobre todo, porque queremos salir del sufrimiento. Lo bonito del camino es que la práctica en sí misma es inteligente y acaba mostrándote las verdaderas razones. Solo tienes que meterte, con cualquier motivación, quedarte en una práctica concreta (rechazando la tentación de ir de aquí allá, picoteando en una escuela y en otra) y la práctica en sí misma te acaba transformando. Pero atención, el proceso puede requerir años. Incluso la mejor motivación, de servicio a las demás personas, puede esconder algo de vanidad, de deseo de poder. ¿Cómo detectarlo? Es bastante probable. Si una persona es vanidosa, aparecerá la vanidad en cualquier cosa que haga, incluida la práctica espiritual; si es insegura, lo mismo. Y lo mismo si es egocéntrica, feliz, depresiva, etc. Pero no pasa nada, el camino te enseñará a detectarlo y a trabajarlo. En general, casi siempre empezamos de una forma ingenua, insegura y arrogante. Escuchamos esos conceptos de humildad, servicio, desapego, etc. y nos parece que los entendemos, al menos intelectualmente. Pero en la práctica nos salen mezclados con todas nuestras tendencias personales. ¿Cómo detectarlas, trabajarlas? En primer lugar, con valentía, honestidad y humildad, porque si no, no vamos a poder verlas. Y, no menos importante, ojalá que cuentes con buenos amigos y amigas espirituales que te ayuden, lo que en budismo se conoce como la Sangha. Siempre recordaré que en los primeros años de mi práctica (debía tener unos 26 años) compartía una habitación con una monja de 65 años, que llevaba años de experiencias y retiros; para mí era una maestra. Al final de la semana me preguntó qué de negativo había visto en ella durante la convivencia. Me impactó: con su edad y su experiencia aún estaba abierta a las percepciones de una chica de 26 años, prácticamente recién llegada. Para hacer una pregunta así hay que ser valiente y arriesgarse a oír cosas que no te van a gustar. Pero es la única manera de afrontarlas y trabajarlas. ¿Tan importante es la atención y la autoindagación? ¿No corres el peligro de deprimirte? Seguro. En el camino espiritual hay mucho espacio y ocasiones para la autodecepción, porque somos seres inseguros e inflados a la vez. Pero hacerse las preguntas adecuadas y vivir con ellas es muy conveniente. El autoconocimiento es imprescindible, y para ello se requiere mucha humildad y la voluntad de pedir la opinión de quienes te rodean. Eso es lo que te ayuda a mantenerte centrada, porque si no, hay muchos riesgos de perderse en el camino. A mí me interesa mucho la psicología y nunca he abandonado ese campo de estudio, que fue con el que empecé. Creo que la psicología y la espiritualidad se complementan. ¿Qué diferencia hay entre las experiencias místicas y la iluminación? Las experiencias místicas son una especie de estados alterados de la conciencia, una experiencia de conexión con una realidad no material y que interpretamos como sagrada, de conexión con Dios o la Unidad o como quieras llamarlo. La iluminación es un estado de comprensión de las cosas más allá de su apariencia, un tipo de comprensión que te transforma. ¿Qué le aportan las experiencias místicas a la vida cotidiana? Nos despiertan a una realidad más amplia. Este tipo de experiencias es lo que normalmente conduce a la gente al camino espiritual, ya sea por una tragedia personal, la muerte de un ser querido, una pérdida importante o cualquier cosa que resulte tan dolorosa que acabas traspasando la barrera del dolor y conectando con algo más profundo. Pero hay otras formas de alcanzar experiencias místicas: a través del sexo, las drogas, etc. Lo importante es no engancharte con esto, como quiera que haya llegado a tu vida. La conciencia se abre y está bien, puede servir de inspiración, de motivación. Pero lo importante es si esa experiencia te ha transformado o no. Si te sirve para funcionar mejor en tu vida cotidiana; para amar mejor y servir mejor. La práctica, el crecimiento o la inteligencia espiritual, ¿sirven de algo si no sirven para funcionar mejor en nuestra vida cotidiana? ¿Cómo puede una persona "iluminada" o "despierta" enfadarse, frustrarse o deprimirse cuando las cosas o personas que le rodean no son "como deberían ser"? Porque esa persona no está "iluminada" completamente, es muy raro que esto ocurra. Es más fácil que se haya "iluminado" una parte; por ejemplo, que comprenda la realidad de que las cosas son como son y las emociones no son más que tus preferencias (la alegría de que sean como quieres o la tristeza de que no lo sean), o la no-dualidad, o la vacuidad del ego, etc. Pueden haber tenido una realización o iluminación, pero otras partes de su comprensión siguen oscuras, lo que les permite enfadarse, o hacer uso y abuso de poder, etc. Un gran maestro como Claudio Naranjo me explicó una vez que se mantuvo en un estado de iluminación durante tres años y de repente desapareció durante diez años. Hasta que comprendió que esa "luz" tenía que ser sacrificada para percibir todo lo que todavía estaba a oscuras. No se desmotivó, supo seguir en el camino. Y eso le puede pasar a cualquiera... Por supuesto. También a tu maestro, a tu maestra. Suele ocurrir que si tu guía cae en depresión o enferma, o se separa de su pareja, te desilusiona. Te dices: "¡Pero si es un guía espiritual!". ¿Y qué? También es un ser humano en proceso. Hay que vivir con esa paradoja. Quédate con lo que te transmite, con lo que aprendes y creces a su lado. Lo demás forma parte de su propio proceso de crecimiento espiritual. Y quizás tú puedes usarlo también para el tuyo propio, si lo miras con sabiduría y compasión. Recuerda: el camino espiritual es un trabajo de toda una vida; no solo para ti, también para tu guía. En este trabajo de toda una vida, ¿cómo nos ayuda la disciplina moral? ¿Y cómo nos obstaculiza? ¿Cómo utilizarla? Efectivamente, tiene sus ventajas y sus riesgos. Pero, sobre todo al principio, es muy necesaria. La disciplina moral consiste en unas normas básicas de comportamiento, y al principio, cuando la persona está perdida y a merced de la tiranía de sus emociones, es muy conveniente contar con unas herramientas que nos permitan desarrollar la energía del sacrificio y el esfuerzo, por ejemplo, para no correr detrás de cualquier deseo, emoción, etc. La disciplina moral nos ayuda a mantener unos hábitos que previamente hemos adoptado y, a través de ellos, desarrollar la conciencia. ¿Cuáles son sus riesgos? Caer en la rigidez, por ejemplo, en la excesiva autoexigencia, en la autodecepción; o bien creernos especiales y superiores porque nuestra conducta moral es "superior" a la del ser humano común y corriente. En este caso, también es muy importante la humildad. Por ejemplo, si te comprometes a "no mentir", ya vale con que te preocupes de mentir menos, o que seas consciente de cuándo lo estás haciendo, o cuándo no estás diciendo la verdad aun cuando aparentemente no dices mentiras. Y lo mismo con "no matar", etc. Sé consciente de las formas sutiles en que traicionas tus compromisos, pero sigue utilizándolos para alumbrar tu camino. ¿Hay algún momento en que ya no necesitas hacer uso de la disciplina moral? Solo cuando esos valores ya están tan interiorizados que no necesitas recurrir a ellos porque forman parte de ti y actúan de manera natural. Mientras no ocurra así, hay que recurrir a la ayuda de la disciplina moral. Pero hazlo de una forma generosa y amable contigo misma y con las demás personas. Sin caer en la autoindulgencia. Como en todo, siempre hay dos lados (o trampas) en los que puedes caer: por una parte y por su opuesta. LAS TRAMPAS DEL CAMINO ESPIRITUAL Hay muchas trampas cada día y prácticamente en cada situación. El supermercado espiritual Es una tentación andar de sitio en sitio, de escuela en escuela, de grupo en grupo, buscando experiencias fuertes y sin establecer un compromiso de autoinvestigación y práctica profunda en una disciplina concreta. Usarlo como hobby. Un entretenimiento placentero o intelectual, con escasa implicación personal. Como decía la antropóloga y maestra zen Joan Halifax, "hay aficiones peores" (y sabía bien lo que decía, ella que trabajaba en las cárceles). Pero si te lo tomas como un mero entretenimiento, no es fácil que se dé la transformación personal profunda. Autodecepción Leemos libros y escuchamos a maestros y maestras que nos transmiten conceptos como el desapego, la compasión, la humildad. Por un momento nos engañamos pensando que hemos alcanzado una comprensión de esas cosas, pero más adelante observamos en nuestra experiencia que no, que no está integrado, que cuesta. Puede que te desmotives por un momento, pero tienes que aprender a aceptarlo (aceptarte) y seguir avanzando. La adicción a las experiencias místicas Durante la meditación puedes llegar a experimentar estados alterados de conciencia de gran gozo, intensidad y felicidad profunda. No te obsesiones con volver a alcanzar esos estados porque es impredecible. Ábrete a ellos pero no los persigas demasiado porque podría ser causa de decepción y desmotivación, especialmente porque cuanto más los persigues más te rehúyen. La inflación del ego Incluso puede parecerte que has alcanzado la realización (comprensión profunda) del sentido de la vida y cosas así. Puede que hasta te creas que has alcanzado la iluminación o el despertar. No te entusiasmes demasiado y sigue practicando. Lo que importa es cómo aplicas todo eso a tu vida cotidiana y a tus relaciones con las demás personas. Abandonar tus responsabilidades Aveces, ciertas experiencias místicas o "realizaciones" (como la experiencia de la vacuidad o que la realidad no existe tal como interpretas) pueden conducirte a observar el mundo de una manera "pasota", como si no fuera contigo, como si tú ya estuvieras más allá, y abandonar tus responsabilidades. Te equivocas, eso no te acerca más al camino espiritual sino que te aleja de él. Practicar la sabiduría en los conflictos cotidianos muchas veces es más difícil que retirarse a una cueva a meditar, fuera del mundanal ruido. El 3 de abril de 1.968, víspera de su asesinato, el Premio Noble de la Paz y activista de los derechos civiles, reverendo Martin Luther King ,declaró a su seguidores “ …He visto la tierra prometida. Quizá no pueda llegar con vosotros pero deseo que sepáis que nosotros, como pueblo, conseguiremos la tierra prometida”, con lo que se adelantaría casi medio siglo a la elección de un Presidente afroamericano. Así, por primera vez en la Historia de EEUU, en 2008 es elegido como Presidente de la Nación un negro debido al voto de las minorías latina y afroamericana, con lo que los partidos tradicionales del establishment habrían cambiado su estrategia electoral para captar un voto que en el horizonte del 2050 será mayoritario.
Así, según la Oficina del Censo de EEUU, hacia el 2043 los blancos dejarán de ser la mayoría de la población estadounidense y serán desplazados por la suma de la población hispana que aumentaría de 53,3 millones en la actualidad a 128,8 millones en 2060 y la afroamericana, que pasaría los 41,2 millones actuales a los 61,8 millones previstos por las proyecciones. Sin embargo, según un artículo de la publicación canadiense Global Research, 47,8 millones de estadounidenses vivirían bajo el umbral de la pobreza y deberían utilizar los cupones de alimentación (SNAP por sus siglas en inglés), para satisfacer sus necesidades alimenticias, lo que se traduce en un aumento del 70 por ciento desde 2008 debido a la elevada tasa de desempleo y pobreza que se habría ensañado con las minorías latina y afroamericana. Así, desde el inicio de la recesión en 2008, 28,2 millones de personas se inscribieron en el SNAP y unos 10 millones de niños vivirían en la pobreza extrema, según dicha publicación. Por otra parte, la reducción en el Presupuesto del 2015 de cerca de 85.000 millones de dólares, ha obligado al Programa Especial de Nutrición Suplementaria para Mujeres, Infantes y Niños (WIC) a eliminar beneficios a casi 600.000 madres, lactantes y niños, según la publicación canadiense. Además, la tasa de paro de EEUU en el mes de Mayo subió hasta el 5,5 % y continúa el endemismo crónico de altas tasas de desempleo en la población afroamericana (17%), cifra que se triplicaría en cuanto atañe a la población joven negra (51%), con los consiguientes efectos colaterales de marginalidad, economía sumergida e incremento de los índices de delincuencia. que se elevaría hasta cifras ionosféricas en lo que respecta a la población joven pues seguiríamos hablando de 8,7 millones de desempleados (superior a la población de Chicago), a lo que habría que sumar los 6,7 millones que trabajan a tiempo parcial por las condiciones de sus empresas o por motivos económicos (comparable al total de vecinos de Detroit y Baltimore) y los 2,2 millones que no buscan empleo (equivalente a Baltimore), con lo que la frase icónica de Luther King “I have a dream” (Tengo un sueño) continúa como una utopía inalcanzable en la distópica sociedad estadounidense del siglo XXI. La distopía afroamericana y la vigencia de las ideas de Jeremiah Wright Una distopía sería “ una utopía negativa donde la realidad transcurre en términos antagónicos a los de una sociedad ideal” y se ubican en ambientes cerrados o claustrofóbicos. Así, Detroit sería un escenario distópico de naturaleza real (no ficitica) y el paradigma del mayor éxodo masivo de población sufrido por una ciudad moderna durante los los últimos 70 años , éxodo motivado por la conjunción de razones económicas (la corrupción generalizada de las autoridades municipales y el hecho de que los altos impuestos por vivir dentro del área metropolitana se reducían drásticamente en el extrarradio) y raciales. Así, Detroit habría pasado de tener en el área metropolitana 1, 8 millones de habitantes en 1960 ( 90 % de raza blanca) a 700.000 en el 2012 (84% de raza afroamericana), movimiento migratorio centrífugo conocido coloquialmente como “white fligt “ (vuelo blanco) ya que la mayoría de la población que emigraba a los extrarradios era de raza blanca y de clase media y alta, quedando la población de color confinada al este de la ciudad en una zona irónicamente denominada “Paradise Valley” (Valle paraíso). Nos encontraríamos pues ante un escenario distópico, donde el 36% de la población viviría por debajo del umbral de la pobreza y con la tasa de delincuencia más alta de todo EEUU, favorecido por la lacerante falta de inversiones en los servicios públicos y la existencia de miles de solares y viviendas abandonados vacíos que deberán ser derruidos por el Ayuntamiento. Además, la drástica recaudación de impuestos obligará a recortar todavía más los programas de asistencia social, subir los impuestos y privatizar la mayoría de servicios públicos debido al déficit acumulado y al nivel de los bonos emitidos ya que no pueden imprimir dinero para financiar sus déficits como lo hace la nación, situación extrapolable a otras muchas ciudades de mayoría afroamericana. Así, la ciudad de Camden, en Nueva Jersey, la segunda ciudad con mayor tasa de criminalidad de Estados Unidos, se vio abocada a despedir al 45% de sus fuerzas del orden, con lo que la conjunción de tasas de paro estratosféricas ( superiores al 15 %), drástica reducción de los programas de asistencia social para una población de facto subsidiada y la actuación desmesurada y con claros tintes racistas de las fuerzas de orden público, El reverendo Wright en un sermón pronunciado en el 2001 en la parroquia de la United Church of Christ de Chicago expresó la necesidad de una metanoia colectiva de la sociedad estadounidense “que transforme las guerras militares imperiales en guerras políticas internas contra el racismo y las injusticias de clase”, para lo que propuso una redistribución fundamental de la riqueza a través de la reasignación del presupuesto público. Citando el “regalo de la Administración de George W. Bush de 1.300 billones de dólares en exenciones de impuestos para los ricos”, replicó con una propuesta de financiación pública de asistencia médica universal y de reconstrucción del sistema educativo para ponerlo al servicio de los pobres. Asimismo, en una conferencia pronunciada en la Universidad Howard (Washington) en el 2006 afirmó: “Este país se fundó y está dirigido según un principio racista (…) Creemos en la superioridad blanca y en la inferioridad negra (…) más que en el propio Dios”, según un extracto publicado por The Wall Street Journal. Obama, hijo espiritual del Reverendo Wright y deudor del título de su libro “La Audacia de la Esperanza,”, se vio forzado a renegar de su paternidad ideológica y no dudó en desmarcarse de la influencia de su mentor religioso ante los ataques recibidos siendo todavía senador, pero en su libro “Los Sueños de mi padre” , habla sobre la actitud vital de la población afroamericana , marcada por el estigma generacional de “una segregación racial que ha caracterizado el devenir norteamericano” según sus palabras, herida sin cicatrizar que posiblemente vuelva a abrirse y estallar en el final de su segundo mandato. El racismo policial y el papel de las Fraternidades Tras la muerte del adolescente afroamericano Trayvon Martin por el vigilante George Zimmerman ( absuelto de los cargos de asesinato), el profesor de Estudios Culturales y Negros en la Universidad Duke, Mark Anthony Neal afirmó:”Lo primero que aprendimos es que no hemos superado el asunto de la raza. En la elección de 2008 se tenía la esperanza de que haber elegido a Obama nos permitiría trascender las cuestiones de raza”, pero la deriva totalitaria sufrida por EEUU durante el mandato de George W. Bush provocó que en nombre de la sacro-santa seguridad del Estado se llegara en la práctica a anular el principio de inviolabilidad ( habeas corpus) de las personas, instaurando de facto el principio de “presunción de culpabilidad” en lugar del primigenio de “presunción de inocencia”, lo que habría quedado como estigma imborrable en las fuerzas de seguridad de los EEUU y tendría su reflejo en la prepotencia, brutalidad y el desprecio racial que destilan las intervenciones policiales en las grandes ciudades de EEUU, elementos constituyentes de la llamada “perfección negativa”, término empleado por el novelista Martín Amis para designar “la obscena justificación del uso de la crueldad extrema, masiva y premeditada por un supuesto Estado ideal”. Así, tras la muerte todavía sin aclarar del joven afroamericano de 18 años Mike Brown por disparos de un policía blanco en Ferguson (Missouri) , la población afroamericana volvió a rememorar la década de los 60 y la lucha por las libertades civiles encabezada por el reverendo Martin Luther King, Premio Nobel de la Paz (“Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces, pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos”). Según elinformador.com.mx, casi la totalidad de las nueve hermandades históricamente negras, (conocidas como ”Las Nueve Divinas”), nacieron del conflicto racial en el país y fueron fundadas en los campus universitarios a principios de la década de 1900 cuando los estudiantes negros se enfrentaban a prejuicios raciales y a la exclusión. Así, según Gregory Parques, profesor asistente en la Escuela de Derecho de la Universidad Wake Forest y miembro de la fraternidad Alpha Phi Alpha. “hubo un momento en que las fraternidades negras estaban en la vanguardia de la lucha por los derechos civiles, pero esos días se han perdido en la memoria” pues la mayoría de sus dirigentes estarían sedados y adormecidos debido a las cuantiosas aportaciones que reciben de los fondos federales. Sin embargo, la persistencia de la violencia policial contra la población afroamericana y la práctica impunidad de la policía (cuyo penúltimo exponente sería el asesinato de 9 personas en la iglesia metodista afroamericana de Charleston (Carolina del Sur) entre los que se incluye el senador demócrata Pinckney), hará oscilar en sus valores la otrora monolítica actitud de las Fraternidades de permanecer al margen de las protestas violentas. Así, fraternidades negras como Omega Psi Phi, Alpha Phi Alpha y Beta Phi Sigma y las hermandades Zeta Phi Beta y Gamma Sigma Rho han hecho un llamamiento a sus miembros para que se unan a las protestas contra las actuaciones policiales, con lo que podríamos asistir al agigantamiento mediático del líder activista pro-derechos civiles Jesse Jackson y a una nueva gran marcha pacífica sobre Washington (Martin Luther King, 1.963), no siendo descartable una posterior reedición de los violentos disturbios raciales del verano de 1963 que podría hacer que las áreas metropolitanas con altas tasas de población afroamericana ( New Orleans, Washington, St-Louis, Los Ángeles, Atlanta, Cleveland y Chicago) estallen en violentos disturbios callejeros donde se entremezclarán las demandas sociales con las de segregación racial, olvidando las enseñanzas de Martin Luther King (“La violencia crea más problemas sociales que los que resuelve”) y quedando postergado “sine die” su sueño utópico de ver sentados en la misma mesa a los hijos de blancos y negros en las praderas de Georgia. Sin pretender erudición en la materia, me atrevo solamente a preguntar: ¿Qué pasaría si, en vez eludirlo, fomentamos más el diálogo, que incluya e integre la política y la religión? Desde luego, no al estilo violento del convencimiento y la crispación ante la diferencia, que termina en la temida bronca y el rompimiento. La intención de la pregunta va más en la línea de motivar el estilo cristiano de diálogo; el de amar, al amigo y al enemigo, el de escuchar y desear sinceramente, no tanto tener la razón y con-vencer, sino encontrar la verdad y caminar juntos el camino de vida plena.
Es verdad que muchas personas se sienten prevenidas y predispuestas contra esta asociación de ideas: Política y religión Cristiana. Ciertamente, la historia nos recuerda muchas desagradables y penosas consecuencias de haber mezclado equivocadamente la religión con el poder que corrompe, el enriquecimiento que empobrece y la violencia que excluye. La Iglesia aún pagamos factura, por pactos y alianzas con gobiernos e intereses particulares, que nos han distanciado del camino, la verdad y la vida que ofrece el Evangelio. Pero, no por haber pecado y cometido errores, hay que desistir: Más política desde la fe cristiana, y más fe cristiana desde la política cotidiana. Ojo, primero necesitaríamos purificar un poco (por así decirlo) la palabra «política», de manera que no la asociemos tanto con los apasionamientos partidistas, que buscan atraer votos para ganar poder, ni con las ideologías exasperadas, que nos tienen en esta espiral de violencia, aparentemente imparable. La pretensión es que política vuelva a significar la dimensión pública de la vida humana, el nosotros ciudadano y mundial, del que somos parte. Por otra parte, al hablar de «fe cristiana», sería bueno también liberarnos de la predisposición a las normativas rígidas, que sofocan la libertad de creer y la libertad mientras se creer. Aquí hay que recuperar el significado de la religión, como la espiritualidad, iluminada por la sabiduría de la tradición; y la tradición, iluminada por la vitalidad de la espiritualidad, la que ahora mismo se está haciendo presente por medio de diferentes signos y manifestaciones en todo el planeta. Eso implica fomentar que la motivación central no sea aspirar al poder. Si no nos permitimos coquetear con aquello que sí nos complace o más nos convenga del sistema actual, pero tampoco nos permitimos quedarnos en la anomia y la apatía, sino que intentamos participar, sumando nuestra voz; y fomentando la motivación de la ayuda y el bien común, quizá entonces podamos dar más auténtico sentido político a la vida de fe y, parafraseando a Luis Guitarra, consigamos juntos que todo sea de todos. Quizá si hubiera más fe cristiana en la política y más política en lo cotidiana de nuestra vida espiritual, entonces los indicios esperanzadores serían más visibles y contundentes. Quizá podríamos diseñar más caminos, que nos alejen del modelo voraz y destructivo que impera en el mundo, y nos acerquen más a la lógica del Reinado del Dios de Jesucristo. Quizá haríamos más probable que ya no fueran unos pocos intereses particulares, embrutecidos de avaricia, los que impusieran las leyes y las penas en el planeta... Una política con más conciencia cristiana, sería (desde mi humilde punto de vista), eficaz para administrar los recursos a favor del bien común (OJO: ¡Común!) Una política más de proponer que de imponer. Una política más de dar cauces que de reprimir. Una política más de expresar sin atacar. Una política más de diferir sin excluir. Una política en la que el disenso no provoque paranoia. Una política en la que el consenso sea una habilidad más común. Una política en la que los que representan, representen; y los representados sepamos hacernos presentes. Una política transparente, en la que la honestidad no sea una fantástica idea. Una política cuyos modelos estén permeados por los valores del evangelio, en la que haya cuyas consignas públicas como: No es más feliz quien más tiene, sino quien menos necesita; no tanto vencer y convencer, sino darse y amar; no es feliz quien se sacia sino quien comparte; los fuertes, al servicio de los débiles... etc Para eso, la fe cristiana no ofrece el modelo específico de ciudad, sino que ayuda a educar las motivaciones y a formar la conciencia de quienes proponen y llevan a cabo esos modelos. La fe cristiana ayuda a que las personas, en vez de aspirar al poder, para obtener más beneficios individuales, seamos capaces de vivir con visiones más integrales y sanas. La fe cristiana libera de la compulsiva necesidad del crecimiento ilimitado y el beneficio piramidal, para apostar por el altruismo y el bien común (pienso en lo que Enrique LLuch nos está aportando a la reflexión). La fe cristiana claramente dice «no» a la violencia, en cualquiera de sus muchas y variadas formas y matices (mucho ojo con esto) y, desde el espíritu de Jesús de Nazaret, busca primero, en todo y ante todo, el Reino de Dios y su justicia, aprendiendo del que es manso y humilde de corazón. Que la política tenga más conciencia, y quienes la ejercen, más decencia. Que la espiritualidad cristiana tenga más presencia, y quienes queremos vivirla, más consistencia. ¿Podemos visualizar un modelo político con base en la misericordia y la solidaridad? ¿Podemos visualizar propuestas políticas en las que se incluyan valores como la fraternidad, la rectitud, el amor al prójimo, la reconciliación, la mesura, la sobriedad y la paz, fruto de la equidad y la dignidad? ¿Podemos impulsar más, en todos los ámbitos (familiar, académico, laboral, cultural, pastoral) una educación que integre los valores del evangelio con la dimensión política? ¿Podemos las personas adultas cristianas, formar conciencias más ciudadanas; críticas, honestas y sensatas? ¿Podemos promover liderazgos, individuales y colectivos,cuya identidad cristiana, en vez de chirriar, armonice y ayude a armonizar nuestra compleja pluralidad? Confío que en esta sintonía estamos cada vez más personas en el mundo, y que a esta sencilla reflexión se pueden sumar muchas ideas lúcidas y más concretas, que nutran nuestra inteligencia política, y nos devuelvan el derecho de vivir, integralmente, la dimensión política y la fe cristiana. Pueden sobrar los hábitos y sotanas, pero nunca estarán demás las auténticas, las sinceras renuncias. El celibato no ha perdido razón de ser, pero está llamado seguramente a actualizarse. El celibato 2.0 está llamado seguramente a un desapego de marcas y doctrinas, a ser vivido en la plena libertad que ha de caracterizar nuestros días. El obispo emérito de San Sebastián y Bilbao, Juan María Uriarte, acaba de publicar una nueva obra por nombre "El Celibato" en la que apuesta por "la nobleza" de ese estado. El autor explica en profundidad su propuesta de "una pedagogía necesaria para garantizar un celibato "sano y logrado". Saludamos el coraje del siempre bien recordado obispo al reflexionar sobre este tema controvertido. Ser célibes por y para una razón superior, la razón de nuestros semejantes, no debiera ser una opción destinada a pasar de moda. Quizás la pedagogía más garantista del celibato sea abrazar humanidad, amar profundamente al prójimo hasta el punto del olvido de uno mismo.
Ahora ya sabemos que inconscientemente íbamos tras esos seres que con todos sus fuegos habían hecho un solo fuego de entrega y servicio. Ahora que se quiere incluir la palabra "renuncia" en el listado de arcaísmos, siempre admiraremos a esos hombre y mujeres capaces de tamañas renuncias en aras de los demás. Reconozco que a menudo nos alimentamos de esos recuerdos, de cuando tuvimos en suerte estar junto a esos seres extraordinarios. Los viajes por unos y otros continentes explorando proyectos solidarios, tenían en realidad una principal y oculta motivación: encontrar a esa rara clase de servidores que se entregan por entero. Cuántas veces no nos ha reconfortado sólo el recuerdo de esas personas que viven por y para el prójimo en un diario olvido de sí. En India, Nepal, Etiopía, Marruecos, Colombia, República Dominicana... hemos tenido en privilegio tratar con esa categoría de humanos excepcionales, las más de las veces con crucifijo en el pecho. Íbamos detrás de ese brillo en las sonrisas que denotaban a las claras una suerte de interna victoria, de considerable dominio de su condición inferior en aras del prójimo. Al atardecer, rotos de cansancio, quiero creer que no echan en falta compañía en su espacio más íntimo. En realidad ellos/ellas, la mayoría de las veces misioneros y hermanas de diferentes órdenes, ya han sacralizado sus nupcias con una ancha porción de humanidad. Su trabajo les llena por entero, seguramente no se conceden oportunidad para suspiros de este mundo. Su energía interior está reciclada en aras de un alto ideal. Sólo en el supremo y generoso ideal se pueden ofrendar nuestros fuegos y pasiones del mundo. Quiero pensar que encontrar y abrazar ese alto ideal, antes de que por dentro se desborden los fuegos humanos, es quizás la clave de esa castidad "sana y lograda" que persigue en su libro Monseñor Uriarte. Cuando el fuego del amor se expande sin fronteras, ni búsqueda de particular rostro, la energía sexual reorientada hacia lo alto, proporciona más ardor a ese fuego. El problema es cuando esa poderosa energía, portadora de nueva vida, que en oriente denominan "kundalini", no remonta y se queda abajo quemando y ardiendo y el prójimo no alcanza a llamar con suficiente fuerza a la puerta del casto. El problema es cuando no hemos acumulado todo lo que nos sobra, toda nuestra madera apolillada, todos nuestros egoísmos... en la pira del amor fraterno y universal. La castidad no es siquiera logro, siquiera conquista para quien ha alcanzado la dicha de vivir por y para el prójimo en olvido de sí. Sin embargo no estamos hablando de una opción generalizada, más bien reservada a los corazones más virtuosos y puros. El fuego que no se recicla en obras de amor, acaba quemando, no sólo dentro sino que también incluso fuera. Esto último puede ser terrible. Ahí puede arrancar la desviación, ahí puede comenzar el intentar buscarse la vida, a veces con tamaños estragos para el prójimo. ¿Y si a la postre los casos de escándalos sexuales que sacuden a la Iglesia no eran sino muestra de batallas fracasadas en medio de las brasas incandescentes de ese fuego? ¿Tiene sentido intentar apagar la llama rabiosa? Incontenible es siempre esa arrolladora energía de Dios, si desde la primera hora del alba no se alberga un alto, un pleno, un generoso ideal al que entregarse. ¿La castidad debiera ser regla, debiera ser voto? ¿Cuándo sabe uno que estará siempre en condiciones de domeñar esa hoguera? Cada quien ha de saber medir sus fuegos, el ascenso de su mercurio por el cristal de la columna. Reciclado, transmutado ese fuego, es capaz de crear y recrear arte y obras, capaz de acometer las más fecundas iniciativas, pero si, evaporado el ideal, gana la hoguera y su furor, la destrucción puede ser desoladora. No siempre la causa altruista es más fuerte que la pulsión, que el anhelo también loable de compartir vida y crear hogar. De ser así, mejor salir al paso del compañero o compañera y santificar ese lecho más ancho. La vida ha de multiplicarse, las cunas no han de vaciarse. Hay nobleza en el celibato, hay nobleza en el matrimonio. Ambas opciones son válidas siempre y cuando se asuman con convencimiento y responsabilidad. Sin pretender erudición en la materia, me atrevo solamente a preguntar: ¿Qué pasaría si, en vez eludirlo, fomentamos más el diálogo, que incluya e integre la política y la religión? Desde luego, no al estilo violento del convencimiento y la crispación ante la diferencia, que termina en la temida bronca y el rompimiento. La intención de la pregunta va más en la línea de motivar el estilo cristiano de diálogo; el de amar, al amigo y al enemigo, el de escuchar y desear sinceramente, no tanto tener la razón y con-vencer, sino encontrar la verdad y caminar juntos el camino de vida plena.
Es verdad que muchas personas se sienten prevenidas y predispuestas contra esta asociación de ideas: Política y religión Cristiana. Ciertamente, la historia nos recuerda muchas desagradables y penosas consecuencias de haber mezclado equivocadamente la religión con el poder que corrompe, el enriquecimiento que empobrece y la violencia que excluye. La Iglesia aún pagamos factura, por pactos y alianzas con gobiernos e intereses particulares, que nos han distanciado del camino, la verdad y la vida que ofrece el Evangelio. Pero, no por haber pecado y cometido errores, hay que desistir: Más política desde la fe cristiana, y más fe cristiana desde la política cotidiana. Ojo, primero necesitaríamos purificar un poco (por así decirlo) la palabra «política», de manera que no la asociemos tanto con los apasionamientos partidistas, que buscan atraer votos para ganar poder, ni con las ideologías exasperadas, que nos tienen en esta espiral de violencia, aparentemente imparable. La pretensión es que política vuelva a significar la dimensión pública de la vida humana, el nosotros ciudadano y mundial, del que somos parte. Por otra parte, al hablar de «fe cristiana», sería bueno también liberarnos de la predisposición a las normativas rígidas, que sofocan la libertad de creer y la libertad mientras se creer. Aquí hay que recuperar el significado de la religión, como la espiritualidad, iluminada por la sabiduría de la tradición; y la tradición, iluminada por la vitalidad de la espiritualidad, la que ahora mismo se está haciendo presente por medio de diferentes signos y manifestaciones en todo el planeta. Eso implica fomentar que la motivación central no sea aspirar al poder. Si no nos permitimos coquetear con aquello que sí nos complace o más nos convenga del sistema actual, pero tampoco nos permitimos quedarnos en la anomia y la apatía, sino que intentamos participar, sumando nuestra voz; y fomentando la motivación de la ayuda y el bien común, quizá entonces podamos dar más auténtico sentido político a la vida de fe y, parafraseando a Luis Guitarra, consigamos juntos que todo sea de todos. Quizá si hubiera más fe cristiana en la política y más política en lo cotidiana de nuestra vida espiritual, entonces los indicios esperanzadores serían más visibles y contundentes. Quizá podríamos diseñar más caminos, que nos alejen del modelo voraz y destructivo que impera en el mundo, y nos acerquen más a la lógica del Reinado del Dios de Jesucristo. Quizá haríamos más probable que ya no fueran unos pocos intereses particulares, embrutecidos de avaricia, los que impusieran las leyes y las penas en el planeta... Una política con más conciencia cristiana, sería (desde mi humilde punto de vista), eficaz para administrar los recursos a favor del bien común (OJO: ¡Común!) Una política más de proponer que de imponer. Una política más de dar cauces que de reprimir. Una política más de expresar sin atacar. Una política más de diferir sin excluir. Una política en la que el disenso no provoque paranoia. Una política en la que el consenso sea una habilidad más común. Una política en la que los que representan, representen; y los representados sepamos hacernos presentes. Una política transparente, en la que la honestidad no sea una fantástica idea. Una política cuyos modelos estén permeados por los valores del evangelio, en la que haya cuyas consignas públicas como: No es más feliz quien más tiene, sino quien menos necesita; no tanto vencer y convencer, sino darse y amar; no es feliz quien se sacia sino quien comparte; los fuertes, al servicio de los débiles... etc Para eso, la fe cristiana no ofrece el modelo específico de ciudad, sino que ayuda a educar las motivaciones y a formar la conciencia de quienes proponen y llevan a cabo esos modelos. La fe cristiana ayuda a que las personas, en vez de aspirar al poder, para obtener más beneficios individuales, seamos capaces de vivir con visiones más integrales y sanas. La fe cristiana libera de la compulsiva necesidad del crecimiento ilimitado y el beneficio piramidal, para apostar por el altruismo y el bien común (pienso en lo que Enrique LLuch nos está aportando a la reflexión). La fe cristiana claramente dice «no» a la violencia, en cualquiera de sus muchas y variadas formas y matices (mucho ojo con esto) y, desde el espíritu de Jesús de Nazaret, busca primero, en todo y ante todo, el Reino de Dios y su justicia, aprendiendo del que es manso y humilde de corazón. Que la política tenga más conciencia, y quienes la ejercen, más decencia. Que la espiritualidad cristiana tenga más presencia, y quienes queremos vivirla, más consistencia. ¿Podemos visualizar un modelo político con base en la misericordia y la solidaridad? ¿Podemos visualizar propuestas políticas en las que se incluyan valores como la fraternidad, la rectitud, el amor al prójimo, la reconciliación, la mesura, la sobriedad y la paz, fruto de la equidad y la dignidad? ¿Podemos impulsar más, en todos los ámbitos (familiar, académico, laboral, cultural, pastoral) una educación que integre los valores del evangelio con la dimensión política? ¿Podemos las personas adultas cristianas, formar conciencias más ciudadanas; críticas, honestas y sensatas? ¿Podemos promover liderazgos, individuales y colectivos,cuya identidad cristiana, en vez de chirriar, armonice y ayude a armonizar nuestra compleja pluralidad? Confío que en esta sintonía estamos cada vez más personas en el mundo, y que a esta sencilla reflexión se pueden sumar muchas ideas lúcidas y más concretas, que nutran nuestra inteligencia política, y nos devuelvan el derecho de vivir, integralmente, la dimensión política y la fe cristiana. |
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