“Creo en la teología como literatura
fantástica. Es la perfección del género”. Borges El Papa Francisco también cree en la teología, pero no cree o, al menos, no menciona en sus discursos ni en sus sermones a los autores de la teología fantástica, la teología de las palabras sabias que más que esclarecer el misterio lo ocultan con su tinta de calamares de las profundidades. No apocatástasis, no hipóstasis, no frases como “la escatología situación intermedia en la que nos encontramos”, no laberintos sin principio ni final. Cuando recito el Credo,-engendrado no creado de la misma naturaleza del Padre-, siento escalofríos ante esas afirmaciones tan perfectas y pronunciadas con tan seria solemnidad que me resultan incomprensibles. Tanta perfección me marea. “No se hacen cristianos en el laboratorio” dice Francisco y mucho menos con un lenguaje de laboratorio. Dios, descrito y manipulado por los teólogos, los expertos de laboratorio, es el objeto de esa literatura fantástica que entretiene, aburre, irrita, pero que no satisface ni a la inteligencia ni al corazón. A mí no me sorprende nada que miles y miles de católicos, aburridos de los discursos eclesiásticos, sobretodo de los episcopales, emigren a otras iglesias menos teológicas, menos contaminadas con el lingo de los expertos, fuga teológica, para abrazar y dejarse abrazar por asambleas cálidas que hablan su lenguaje y viajan por la misma autopista espiritual. El Papa Francisco tiene tantas revoluciones que hacer que no sabe por donde empezar. Todo está esbozado, pero nada realizado. El Vaticano es un museo de cera, pero los personajes hablan, hacen trampas, conspiran, un museo siempre en celo, en ebullición. El Jefe les pide que lloren, que entonen el mea culpa, pero los funcionarios, profesionales sin alma, ni escuchan ni se inmutan. El Papa Francisco es la reina en esa colmena llena de zánganos, siempre vigilado para que la ortodoxia no corra ningún peligro. Pero la palabra no está encadenada y la primera revolución que Francisco ha llevado a cabo es la revolución de la palabra. Todos los que lo escuchan dicen: ¡Qué maravilla! A este cura lo entiendo yo y hasta tiene sarcasmo y humor. Algunos piadosos andan desorientados y echan en falta discursos eclesiásticos, esos que hay que oír pero no entender, esos que hay que pronunciar con el cuello muy estirado y con citas en latín. Como Jesús que no citaba a los sabios de su tiempo, Francisco no necesita citar a los grandes teólogos, la vida cotidiana nos ofrece metáforas y situaciones tan ricas y cercanas que hacen innecesarias las citas de los sabios. El Libro de los insultos de Francisco es la obra de un coleccionista que ha recogido todos los piropos que el Papa ha dirigido a todos los estamentos eclesiásticos: obispos, curas, fieles, teólogos, curia… A los deportistas les habla del fair play, a los inmigrantes los llama “los nuevos europeos”, a los novios les dice que “hay que tener valor para casarse hoy”, para los cristianos, los conoce bien, tiene una larga letanía de insultos cariñosos: cristianos rígidos, líquidos, caras avinagradas, loros recitadores del credo, anestesiados y tristes; a los teólogos: el teólogo que no ora y que no adora a Dios acaba ahogado en el narcisismo más asqueroso, especialistas del logos, ideólogos de lo abstracto; a los curas les anima a “oler a oveja; a los obispos aeropuerto y ricos los envía a la austeridad del monasterio y a los cardenales, príncipes del renacimiento, los tilda de “cortesanos leprosos”. Es más fácil ser obispo que párroco, siempre se puede esconder uno detrás de “su excelencia”. El pueblo de Dios no necesita altas teologías, steaks de una charcutería selecta, necesita una dieta sana y sencilla, como los niños, mucha pizza y mucho ketchup y esto es lo que Francisco en sus homilías sin papeles intenta ofrecer a los feligreses del mundo. La revolución de la palabra es tan grande y la fuga de la teología de laboratorio es tan llamativa que muchos se preguntan si Francisco no es un anti-intelectual. Como jesuita habrá leído las obras completas de Rahner y las de los teólogos “conocedores de las profundidades de Dios” en el silencio de su escritorio, pero ha caído en la cuenta de que Dios no está ahí. Más importante aún sabe que el pueblo de Dios necesita ser despertado con música, metáforas, cuentos, es decir, con una teología popular, nueva, que evoque a Dios y abra las puertas de la Madre Iglesia a todos, incluso a los que viven en pecado y se bautizan y celebran sus bodas en el mismísimo Vaticano. “Si un marciano llamara a la puerta del Vaticano y pidiera el bautismo, yo lo bautizaría”, dice Francisco. Los grandes profesores de la Gregoriana y de otras muchas universidades tienen que estar pasmados. Menos mal que el gran profesor, el ex-papa, no habla y, de momento, no escribe.
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Jesús, a quien acusaban de “comer con pecadores y publicanos” –es decir, de comportamientos inadecuados para una persona religiosa-, pasa de la provocación a la denuncia de la religiosidad de sus acusadores.
El texto indica que sus interlocutores son “los sumos sacerdotes y los ancianos (o senadores)”, la elite religiosa y máxima autoridad del judaísmo. Presumen de ser “justos” y se reconocen como jueces de la ortodoxia, aprobando o condenando los comportamientos de la gente. Asumiendo una función de “intermediarios” de Dios, han terminado absolutizándola hasta convertirla en la instancia más poderosa de aquella sociedad. Sabemos que Jesús no se llevaba bien con el poder ni con la religión. Al primero, le contraponía siempre el servicio (“Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros. Al contrario, el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para dar su vida en rescate por muchos”: Mt 20,25-28); a la segunda, la gratuidad (“Todo lo mío es tuyo. Tenemos que alegrarnos y hacer fiesta, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado”: Lc 15,31-32). No es casual que servicio (compasión) y gratuidad constituyan los ejes básicos de su mensaje. Y tampoco parece casual que ambos rasgos no sean precisamente apreciados por parte de la autoridad. Aunque sea de un modo inconsciente, la autoridad busca mantener el poder. Para ello, se reviste de un aire de solemnidad, a la vez que reclama sumisión y cumplimiento de las normas. De ese modo, y aun proclamando lo contrario, en la práctica, da la vuelta al mensaje: los “súbditos” captan automáticamente que todo se ventila en la observancia y en el mérito. Se seguirá haciendo un discurso “religioso” y se continuará nombrando a Dios y a Jesús, pero realmente se ha desactivado el mensaje original. Frente a ese modo de funcionar por parte de la autoridad religiosa, la palabra de Jesús no puede ser más fuerte: “Los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de los cielos”. Para sus interlocutores, habría de resultar una paradoja hiriente: aquellas personas que ellos consideraban nada menos que “pecadores públicos”, alejados y malditos de Dios, resultaban preferidos a ellos. No es la única vez que Jesús subvierte el “orden religioso”. Ya en las parábolas del “buen samaritano” (Lc 10,25-37) o del “juicio universal (Mt 25,31-46) se transmite el mismo contenido. Y de un modo taxativamente claro, en el propio evangelio de Mateo se lee: “No todo el que me dice «Señor, Señor» entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo” (Mt 7,21). Tras todas estas palabras de Jesús, no parece difícil apreciar aquello que para él era lo más importante: • la afirmación de la Gratuidad; en lenguaje teísta se expresaría de este modo: "Dios es Gracia"; • los "últimos" –por el simple hecho de serlo- son los preferidos; • la preeminencia del amor sobre las creencias: no importa tanto lo que se cree mentalmente cuanto lo que se vive y, más aún, lo que se ama. De Jesús también se dijo que “pasó por la vida haciendo el bien” (Hech 10,38). Esta es la clave definitiva: el test de la vida espiritual no tiene que ver con las creencias, sino con la vida cotidiana y, específicamente, con la actitud de bondad hacia los otros. Jesús acaba de realizar la “purificación del templo”. En el episodio inmediatamente anterior, los sumos sacerdotes y los senadores, preguntan a Jesús con qué autoridad actúa así. Él les responde con otra pregunta: ¿El bautismo de Juan era cosa de Dios o cosa humana? No se atreven a contestar, y Jesús les cuenta esta parábola. Mateo trata de justificar que la comunidad cristiana se apartara del organigrama religioso judío, pero quiere advertir también a la nueva comunidad, que no debe caer en el mismo error.
En este capítulo, siguen las advertencias a la comunidad. Es muy peligroso creerse perfecto. Lo importante es descubrir los fallos y rectificar lo que has hecho mal. La pura teoría no sirve para nada, solo la vida salva. Lo que digamos o lo que proclamemos son palabras vacías, mientras no vayan acompañadas por una actitud vital, que inevitablemente se manifestará en las obras. En el evangelio de Juan, Jesús pone como instancia definitiva sus obras. “Si no me creéis a mí, creed a las obras”. El domingo pasado nos hablaba de jornaleros mandados a la viña. Hoy nos habla de hijos. Esta diferencia es muy importante. En el AT, el pueblo, en su conjunto, se consideraba hijo de Dios. Jesús distingue ahora dos hijos: los que se consideran verdaderos israelitas y los que los jefes religiosos consideran pecadores. Tenemos que recordar que ser hijo significaba hacer en todo la voluntad del padre. Un buen hijo era el que salía al padre, el que imitaba perfectamente la figura del progenitor. Como consecuencia el que dejaba de hacer la voluntad del padre, dejaba de ser hijo. El preguntar: ¿Quién hizo la voluntad del padre? Es lo mismo que decir: ¿Quién de los dos es verdadero hijo? Jesús se enfrenta a los jefes religiosos, como respuesta a la radical oposición que ellos le han manifestado. Todos los evangelios dejan clara esa lucha a muerte de las instancias religiosas contra Jesús. Sin embargo, no podemos sacar de estas parábolas argumentos antisemitas. Las prostitutas y los recaudadores de impuestos, que Jesús pone por delante de los jefes religiosos, eran también judíos; y los primeros cristianos eran todos judíos. Los fariseos no tenían nada de qué arrepentirse, eran perfectos, porque decían “sí” a todas los mandamientos. Consideraban que tenían derecho al favor de Dios, por eso rechazan de plano el cambio que les exige Jesús. Como los de primera hora del domingo pasado exigen la paga justa por su trabajo. Para ellos es intolerable que Dios pague lo mismo al que no ha trabajado. No se dan cuenta de que su respuesta es solamente formal, literal, sin compromiso vital alguno. El espíritu de la Ley les importaba un pito. El escándalo está servido: Para Jesús no hay duda, los que se consideran buenos son los malos, y los malos son los buenos. Los primeros eran lo estrictos cumplidores de la Ley, los segundos ni la conocían ni podían cumplirla. Los primeros ponían su empeño en el cumplimiento externo de las normas. Los otros buscaban una posibilidad de hacerse más humanos, porque se sabían pecadores. Jesús deja claro cuál es la voluntad de Dios, y quién la cumple. Pero Jesús da a entender que tanto los unos como los otros, son hijos. Los recaudadores y las prostitutas os llevan la delantera en el Reino. Es una de las frases más hirientes que pudo decir Jesús a los jerifaltes religiosos. Eran las dos clases de personas más denigradas y odiadas por las instancias religiosas. Pero Jesús sabía muy bien lo que decía. El organigrama religioso-social de su tiempo era represivo e injusto. Que esa situación se mantuviera en nombre de Dios no podía aguantarlo quien había descubierto un Dios que lo único que quiere es el bien del hombre. Utilizar a Dios para esclavizar al hombre es lo más contrario al Dios de Jesús. No se alude en el relato a las otras dos situaciones que se pueden dar: El hijo que dice sí y va a trabajar a la viña; y el hijo que dice no, y no va. En estos dos casos no hay posibilidad de equivocarse ni cabe la pregunta de quién cumple la voluntad del padre. Lo que pretende el relato es advertir sobre el engaño en que puede caer el que interprete superficialmente la situación del que dice “sí” y no va; y del que dice “no” pero va. No debemos engañarnos. La simplicidad del relato esconde una enseñanza fundamental. Como conclusión general, tenemos que decir que los hechos son lo importante, y que las palabras sirven de muy poco. La praxis prevalece siempre sobre la teoría. Pero el evangelio no nos invita a decir primero no y después sí. El ideal sería decir sí y hacer; pero lo maravilloso del mensaje está precisamente ahí: Dios comprende nuestra limitación y admite la posibilidad de rectificación, después de “recapacitar”, dice el texto. Nuestras actitudes religiosas son incoherentes. Llevamos muchos siglos haciendo una religión de ritos, doctrinas y preceptos. Desde el bautismo decimos “sí voy” pero nos quedamos siempre en donde estamos. No hay más que ver lo que se entiende por “practicante” para darse cuenta de que no tiene nada que ver con la vida real, sino solo con una serie de obligaciones formales con relación a Dios y a la institución. Nos estamos yendo cada vez más por las ramas y alejándonos de la raíz del evangelio. Se nos llena la boca proclamando pomposamente que somos cristianos, pero hay muchos que sin serlo, cumplen el evangelio mucho mejor que nosotros. El fariseísmo se ha convertido en moneda corriente entre nosotros, y damos por hecho que basta hablar del evangelio u oír hablar de él para tranquilizar nuestra conciencia. Hay un refrán que lo expresa muy bien: “Una cosa es predicar y otra dar trigo”. En la primera lectura ya se nos dice que ni siquiera los mayores fallos son definitivos. El ser humano es libre en cada momento y esa actitud es la que vale en última instancia. Podemos en cualquier momento rectificar la trayectoria equivocada. Los errores cometidos pueden ayudarnos a encontrar el camino verdadero. Somos limitados y tenemos que aceptar esta condición porque es parte de nuestra naturaleza. No podemos pretender, ni para nosotros ni para los demás, la perfección. Cuando exigimos a un ser humano ser pluscuamperfecto estamos exigiéndole que deje de ser humano. Todo lo que somos lo hemos conseguido a base de corregir errores. Solo la experiencia me dice qué es lo que me deteriora como ser humano y qué es lo que me enriquece. Cuando damos por absoluta una norma nos anclamos en el pasado y nos negamos a progresar. El gran peligro para esta fijación es creer que Dios nos ha dado directamente esa norma. Desde esa perspectiva se han cometido y se siguen cometiendo hoy verdaderas barbaridades en contra del ser humano. El Dios de Jesús nunca puede ir en contra del hombre; las normas que hemos promulgado en su nombre, sí. Entender la religión como verdades, normas y ritos absolutos, es fundamentalismo puro. Ser hijo de Dios significa imitarle en la búsqueda del bien del hombre. También hoy podemos ir un poco más allá de la parábola. Ni siquiera las obras tienen valor absoluto. Las obras pueden ser la manifestación de una actitud vital, pero pueden ser reacciones automáticas desconectadas de nuestro verdadero ser, y conectadas solo al interés egoísta. Los fariseos cumplían escrupulosamente todas las normas, pero lo hacían mecánicamente, sin ninguna sinceridad de corazón. No pierdas el tiempo tratando de situarte en una de las partes. Todos estamos diciendo “no” cada tres por cuatro, y todos estamos diciendo “sí” con una pasmosa ligereza. La vida es una constante rectificación. Lo importante es tomar conciencia de que hay que trabajar por los demás. Meditación-contemplación “Dijo: no quiero; pero después, recapacitó y fue”. El verdadero amor espera sin límites, como decía Pablo. Si a la primera no somos capaces de decir sí, Dios acepta siempre nuestra rectificación. ……………… Casi siempre acertamos a costa de rectificaciones. No estamos capacitados para descubrir la meta a la primera. Descubrir lo que es bueno para nosotros es una tarea ardua. Se nos da la posibilidad de aprender de los errores. ………………… No deben preocuparnos las equivocaciones. Pero me debe preocupar que sea incapaz de rectificar. Dios demuestra conocernos muy bien cuando perdona. Aprender a perdonarse y seguir a delante, es de sabios. Lucha a muerte en el recinto del templo
La liturgia, saltándose numerosos relatos evangélicos, nos traslada de repente a la inmensa explanada del templo de Jerusalén, en el día que nosotros conocemos como lunes santo. El día antes, Jesús ha entrado triunfalmente en Jerusalén, ha purificado el templo, expulsando a vendedores de animales y cambistas de monedas, y ha curado en el recinto sacro a cojos y ciegos, personas a las que les estaba absolutamente prohibida la entrada en el templo. Es fácil imaginar la indignación de los sacerdotes y de los escribas (representantes de moralistas, canonistas y teólogos). Ese día, domingo de ramos, se limitan a protestar. Pero al día siguiente, cuando Jesús vuelve a Jerusalén y al templo, todos los grupos con poder religioso y político se irán turnando para ponerlo en aprieto con las preguntas más comprometidas y poder condenarlo. La primera pregunta, la más directa, la formulan los sacerdotes y los senadores (representantes del poder político), pensando en lo ocurrido el día antes: «¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado esa autoridad?» Jesús se encuentra ante una disyuntiva. Si responde: «De Dios», lo pueden acusar de blasfemo. Si dice: «de mí mismo», lo considerarán un loco o un vulgar revolucionario. Evita la respuesta directa y les tiende una trampa. Ya que ellos son los jueces religiosos de Israel, y como tales lo interrogan, que den su opinión sobre otro personaje famoso: Juan Bautista. «El bautismo de Juan, ¿de dónde venía, de Dios o de los hombres?» Ellos, viendo el peligro de comprometerse en un sentido o en otro, responden: «No lo sabemos». Y Jesús termina con un escueto: «Pues yo tampoco os digo con qué autoridad hago esto». E inmediatamente pasa al contrataque, con una parábola que sólo transmite el evangelio de Mateo: la de los dos hijos (21,28-32). Obras son amores, y no buenas razones La historieta que propone Jesús es tan fácil de entender que sus enemigos caen en la trampa. Un padre y dos hijos. ¿Quién cumple la voluntad del padre? ¿El hijo protestón y maleducado que termina haciendo lo que le piden, o el hijo amable y sonriente que hace lo que le da la gana? La respuesta es fácil: el primero. Lo importante no es decir palabras bonitas; tampoco importa protestar mucho. Lo importante es hacer lo que el padre desea. «Obras son amores, y no buenas razones». Pero Jesús saca de aquí una consecuencia asombrosa. Es preferible vivir de mala manera, si al final haces lo que Dios quiere, que vivir de forma aparentemente piadosa y negarse a cumplir la voluntad de Dios. Dicho con las palabras hirientes del evangelio: es preferible ser prostituta o ladrón, si al final te conviertes, que pertenecer a cualquier organización o institución religiosa y ser incapaz de convertirse. ¿En qué consiste la conversión? Nueva sorpresa. No se trata de aceptar a Jesús y su mensaje, sino a Juan Bautista, que mostraba el camino de la justicia, de la fidelidad a Dios, como primer paso hacia el evangelio. Con ello, Jesús responde indirectamente a la pregunta que no habían querido responder las autoridades: «¿de dónde procedía el bautismo de Juan, de Dios o de los hombres?» El bautismo de Juan era cosa de Dios, su predicación marcaba el camino recto. Las prostitutas y los recaudadores, representados por el hijo protestón, pero obediente, creyeron en él. Las autoridades religiosas, representadas por el hijo tan amable como falso, no le creyeron. ¿Tirando piedras contra el propio tejado? Lo curioso de esta interpretación de la parábola es que parece volverse contra Juan y contra Jesús. Los que dan testimonio a su favor son gente indigna de crédito, prostitutas y explotadores; quienes lo rechazan o se abstienen, personalidades religiosas de buena fama, los sacerdotes. Puestos a elegir, ninguna persona piadosa aceptaría la opinión de unos cuantos drogatas y unas pocas prostitutas en contra de lo que decida una Conferencia Episcopal. Además, el judío piadoso de tiempos de Jesús (como muchos cristianos piadosos de nuestro tiempo) está convencido de que no necesita convertirse. Y si en algo tiene que cambiar, el camino no deben indicárselo personas tan extrañas y discutibles como Juan Bautista, Martin Lutero King, Oscar Romero, Pedro Casaldáliga o el Papa Francisco. Así adquieren pleno sentido las palabras de Jesús: «los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios». Para entrar en ese reino, hay que abrirse a una nueva forma de vida, aunque suponga un corte drástico y doloroso con la vida anterior. La institución religiosa seguirá firme en sus trece, incluso utilizará el argumento de la parábola para rechazar a Juan y a Jesús. Pero el Reino se irá incrementando con esas personas indignas de crédito, pero que creen en quien les muestra el camino de una nueva forma de fidelidad a Dios. Esas personas que, como dice el profeta Ezequiel en la primera lectura, son capaces de recapacitar y convertirse. Nota final Para explicar el evangelio de este domingo he tenido que remontarme a diversos episodios anteriores. Por desgracia, la liturgia usa la técnica del zapping, saltando de un episodio a otro sin la menor lógica. Espero que dentro de dos o tres siglos se realice una mejor selección de los textos litúrgicos. Que así sea. Ya llegamos a las verdaderas opciones que permiten aclarar en que realmente creemos. No siempre hacemos la diferencia entre lo de la religión y lo de la fe.
En mi entendimiento, las religiones se reconocen ante todo por los cultos que llamamos sus practicas religiosas y por las doctrinas que determinan sus contenidos de fe. En cuanto a la religión católica, uno se dice practicante si cada domingo va a la misa, hace de los sacramentos la referencia principal de su vida de fe. La Iglesia se identifica ante todo por sus sacerdotes, obispos, cardenales y el papa. Estos personajes aseguran el buen funcionamiento de la práctica religiosa en referencia a la ley fundamental del derecho canónico que determina lo que se puede hacer de lo que no se puede hacer. Determina en la practica lo que es bueno y lo que es malo. En lo bueno corresponden las virtudes y las bendiciones de Dios. En lo malo, corresponden los vicios y las sanciones que les corresponden. El perdón y la misericordia se actualizan à través del sacramento de la confesión. Al no cumplir con este ritual, las condenas se hacen irrevocables. Al respecto, me permito referirles a una reflexión sobre el juicio final según las leyes de la Iglesia. Por otra parte, la fe puede entenderse no como una religión, con unos cultos y doctrinas, sino como una vida nueva surgida del testimonio mismo de Jesús y de su acción en el corazón de cada uno . Vista así, la fe es más un don gratuito de Dios que el resultado de una enseñanza doctrinal o de la acción del culto. La fe que nace de los Evangelios y del testimonio de Jesús es la que abre el camino hacia la justicia, la verdad, la compasión, la solidaridad, el amor gratuito del prójimo y que da la fuerza para que esos valores sean realidades para todos los humanos de la tierra. Esta fe nos coloca en el corazón de la historia de estas mujeres y hombres de todos los tiempos que aspiraron y aspiran a una humanidad en que se reconozca la verdadera imagen de Dios, Jesús, el primero nacido de esta humanidad nueva, nos enseño, tanto por su vida que por su enseñanza, el camino para alcanzar la gran meta de una humanidad liberada de la mentira, de las manipulaciones, de las injusticias, del odio, de la crueldad, de los juicios sin compasión y de las condenas sin misericordia. La Iglesia de la fe se reconoce por su actuar y sus compromisos en los que luchan para que la humanidad sea cada vez más humana y semejante a Dios que la creó para que así sea. Si los cultos religiosos, los sacramentos, las celebraciones y fiestas no conducen a estos compromisos al servicio de una Humanidad siempre más a la imagen de Jesús, no sirven para nada. Tampoco pueden presentarse como una alternativa a los compromisos por la justicia, la verdad, la solidaridad, la compasión, etc. La Iglesia, la de la fe, está plenamente radicada en la historia de los hombres y mujeres, y su actuar debe encontrarse con el actuar de todos los que obran y luchan en la misma dirección. En este sentido, la Iglesia llevada por la fe viva y el Espíritu prosigue la encarnación de Jesús en la historia de los tiempos que vivimos. Al decir que no creo en el código canónico no significa que no reconozca la importancia de tener reglas que encuadran las practicas religiosas relacionadas con la fe. Sin embargo, esas reglas deben resaltar de una voluntad que viene de todos los miembros de la Iglesia y que no se substituyen a los evangelios y aun menos al Espíritu que actúa como bueno lo entiende en cada de los miembros del Cuerpo de la gran Iglesia. En este sentido, la cúpula que encabeza la Iglesia debe bajar a la base del pueblo al cual el Señor a dado los mismos poderes (Mt.18,18) que a Pedro (Mt,16,19). En esta Iglesia de la cual nos habla el apóstol Pablo, no hay espacio para monopolio de un grupo sobre el otro. Todos estamos bajo la dirección del Resucitado y de su Espíritu. La fe nos hace a todos y todas libres en Cristo. He escrito mucho sobre un asunto, el del comedimiento y la moderación, que siempre me pareció importante desde el punto de vista vital, quizá porque entronca con mi personalidad y mi carácter aunque no tanto con mi temperamento. Pero nunca se es bastante reiterativo en ciertas materias cuando lo son los discursos políticos y sociales, las tertulias y los debates al hacer constante alusión a las palabras bienestar y austeridad…
El caso es que por una pedagogía en parte religiosa, en otra parte castrense, en otra filosófica llevada a sus últimos extremos y en otra represora impartida durante cuatro décadas de dictadura política, social y moral, mi generación se forjó en la moderación de grado o por fuerza. Aunque naturalmente eso no quiera decir que, ni mucho menos, abundasen más los virtuosos que los libertinos y disolutos sino todo lo contrario. Pero la pedagogía tenía que hacer en general sus efectos a lo largo de la vida en buena parte de sus aspectos, aunque sólo fuese como referencia… Por eso mi generación no ha tenido especiales problemas. Vivió bien en lo fundamental el presente, sin perder de vista el futuro basado en la previsión del ahorro y la solidez de la austeridad de fondo inculcada. Ahora bien, una vez rotas las ligaduras que unían a la población española a la tiranía, las siguientes generaciones percibieron la nueva realidad de puertas abiertas a la libertad sin freno como un pistoletazo de salida para hacer todo lo que no hicieron o no pudieron hacer las anteriores. Así, a la escasa responsabilidad o culpa de estas debida a la tutela forzosa que los dirigentes políticos y religiosos imponían como una fatwa a la población, sucedió otra suerte de irresponsabilidad colectiva que afectó a quienes estaban hastiados de la represión psicológica transmitida por vía educacional, en cuya virtud confundieron entusiasmo por la vida libre con la despreocupación por el futuro: el propio y el de las generaciones siguientes. Y las instituciones y la banca la alentaron. Los políticos neófitos, en una mezcla entre azarosa, dramática y ridícula empezaron a representar una farsa, en parte involuntaria, para pasar rápidamente de un régimen oprobioso a otro presuntamente decoroso bajo la vigilancia de un ejército que mantenía intactos y vivos los típicos “valores” del franquismo. Así, la Transición consistió simplemente en dar cobertura a la voluntad del dictador fallecido a través de una Constitución que incluía, por un lado, la monarquía como forma de Estado y, por otro, el personaje preparado al efecto para representarla. Y el pueblo, sintiendo sobre sus nucas el aliento o los fusiles de ese ejército, se apresuró a aprobarlo todo, Constitución y monarquía, la mejor manera de salir cuanto antes de los peligros de un golpe de Estado. Todo lo que ha llegado después es consecuencia de estas maquinaciones y trampas en origen, de una Transición trucada y de una educación sin austeridad. Todo lo dicho explica, de principio a fin, la desmesura que, tras la opresión política y moral, ha vivido este país durante veinte años. Así, Bancos, Cajas de Ahorro, Banco de España y sucesivos gobiernos, hijos todos de la libertad en ciertos aspectos sin control, propulsaron el lujo como estilo de vida, siendo lujo todo lo que excede con creces lo razonable para vivir con dignidad y trasciende el bienestar austero. Todo, bajo la atenta mirada de los prestamistas europeos que, pese a prever lo que habría de suceder sobre el uso del dinero transferido a España no podían, como un Dios no providente, intervenir en el uso nefasto que se le estaba dando. Tenían que esperar sencillamente, al momento oportuno de exigir el pago de intereses cuyo término ha llegado hace poco. En tales condiciones el grueso de la sociedad, que ya había perdido tanto el sentido del ahorro que aconseja la prudencia como la sobriedad que recomienda la previsión, se topa súbitamente con la realidad brutal para muchos: la crisis. Tan poco acostumbrada, esa gran porción de la sociedad, a la penuria y tan inclinada por otro lado al consumo (un consumo atizado por el mercado, por la publicidad y hasta por la propia banca que también había perdido sus principios, y por las Cajas de ahorro públicas entregadas a aficionados apadrinados por los políticos), cae de bruces en depresión económica y de consuno patológica. Los consultorios psicológicos se saturan y la escasez se enseñorea del país. Al principio es una escasez de bienes superfluos al caer bruscamente el consumo nefasto, pero luego sobreviene otra escasez más dramática para infinidad de familias que se quedaron de repente sin empleo: la de bienes esenciales, alimentos y techo. El caso es que, esa crisis golpea atrozmente en buenas partes del cuerpo social del este país y las empobrece severamente, poniendo al mismo tiempo al descubierto un proceso soterrado de saqueo y de abusos sostenidos durante décadas que pasará a la historia de la infamia de los poderosos y de los políticos de nuevo cuño. El trance agrava considerablemente la desigualdad que ha existido siempre, y la palabra austeridad se enseñorea del discurso político no como llamamiento para avenirnos a ella todos por igual, sino para imponérsela los poderes al pueblo en la medida que ellos se enriquecen más y más. Sea como fuere, tras los 37 años posteriores a la caída (relativa) del régimen anterior nos encontramos en España en una fase de completa decadencia. La culpa es ante todo de todos los poderes, político, económico, empresarial, bancario y financiero, y luego, pero sólo luego, de la ingenua población media que sucumbió a las tentaciones de vivir a lo grande que los poderes le ofrecieron. Y lo que ahora le incumbe a ésta no es tanto tomarse venganza por ello, más allá de los cauces judiciales, como seguir combatiendo los abusos, enfrentarse a ellos e impedirlos ya. Pero esa lucha es compatible con la profilaxis de una vida austera saludable y por eso mismo deseable, tanto individual como colectivamente. Porque una sociedad inteligente, responsable y lúcida, tal como están las cosas en el mundo y en Europa, no puede ya concebir otra política que no consista en modular el decrecimiento económico; un decrecimiento armónico que propicie el bienestar austero al alcance de todo el pueblo. Ese, y no otro, podrá ser el único fin posible de todos los Estados del sistema capitalista, y principalmente de este Estado que amenaza fracturarse, en un planeta de recursos finitos que se agota. A eso y no a otros fines sólo podrán aspirar los futuros gobernantes y a eso y sólo a eso deberán destinar los presupuestos… Prometen, cuando reciben la púrpura entregar, si fuese, necesario "su sangre" por el Papa. A algunos cardenales parece habérseles olvidado su sagrado juramento. Y se acaban de rebelar contra Francisco. En total son 7. Por ahora. 5 lo han hecho de forma abierta y solemne por medio de la publicación de un libro. Los otros 2, con declaraciones a la prensa. Los cinco primeros son: Muller, Burke, Caffarra, Brandmuller, De Paolis. Los 2 restantes:Scola y Pell.
Todos ellos representantes de la vieja guardia, que se resiste al cambio y prefiere morir matando. Entre los 7, hay de todo. Unos más y otros menos famosos e importantes. Caffarra, Brandmuller y De Paolis, ya ancianos, están de retirada, pero tuvieron su peso y siguen contando. Los auténticos pesos pesados, los nombres que relucen y llaman la atención en negativo son los de los otros tres purpurados: Müller, Pell y Scola. Lo del arzobispo de Milán es grave por haber sido papable preconizado y por regentar nada menos que la emblemática sede de Milán (otrora de Martini y de Tettamanzi). Más grave me parece, si cabe, el pronunciamiento de Müller y de Pell. Simplemente, porque, en estos momentos, son prelados de la Curia, forman parte del gobierno central de la Iglesia y se supone que, por todo ello, son dos purpurados de la máxima confianza papal. A Müller, el prefecto de Doctrina de la Fe, el Papa no sólo lo confirmó en su puesto (en contra de lo que muchos le aconsejaban), sino que, además, lo creó cardenal. Que Müller se haya atrevido a proclamarse en rebeldía contra el Papa es un escándalo de proporciones mayúsculas. Porque lo hace nada menos que el "guardián de la ortodoxia". El nuevo Ottaviani. A Pell (un cardenal con techo de cristal, al que persiguen desde hace años los fantasmas de la pederastia encubierta en su archidiócesis australiana), Francisco lo trajo a Roma (aún sabiendo que es un conservador de tomo y lomo y con muy malas pulgas) y le confió nada menos que la "bolsa" de Pedro. Lo puso al frente de la Secretaría de Economía, con poderes excepcionales en este ámbito tan delicado de la gestión de la Curia y con tantas repercusiones mediáticas. Me cuesta compararlo con Judas, pero, por su frutos los conoceréis. Y los frutos de Pell, colocándose en el bando de los "rebeldes" son malos, malísimos. Gesto feo el de estos cardenales. ¿Hará algo el Papa contra ellos? No lo creo. No es su estilo. Al contrario. Lo que hizo, por ahora, es invitar a un cupo muy importante de cardenales y prelados conservadores al próximo Sínodo de la Familia. Por otro lado, quizás se lo esperase. Quizás lo viese venir. Es la dinámica y la estrategia que siempre ha seguido la "derecha" eclesial o el sector más conservador que, cuando hay algo que no les gusta, cuando el Papa no va en su carro a misa, entonces dejan de ser papistas. Jamás la llamada "izquierda" eclesial o el sector moderado hicieron algo así en los pontificados de Juan Pablo II y de Benedicto XVI. Y miran que tuvieron motivos. Y de los gordos. Pero aguantaron en silencio, sin publicitar jamás sus discrepancias. Quizás, por eso, los cismas siempre vienen por la derecha eclesial. El segundo paso de la estrategia de los neocon consiste en oponerse férreamente al cambio más mínimo, con lo cual taponan la salida no sólo para lo mínimo, sino también para lo máximo. Si se han rebelado por la simple cuestión (con su importancia, pero que no deja de ser secundaria comparada con otras) de la posibilidad de que los divorciados vueltos a casar puedan comulgar en algonus casos, ¿qué no estarán dispuestos a hacer en otras cuestiones más mollares? Con la revisión del celibato de los curas, se rasgarían las vestiduras y con el acceso de la mujer al sacerdocio, intentarían quemar al propio Papa. Al Papa de la ternura y de la misericordia se le rebelan los halcones. Pero el pueblo de Dios (vox populi, vox Dei) sigue con él a muerte. Ése es el mejor aval de Francisco. “De los cuatro vientos ven, espíritu y sopla sobre estos muertos para que vivan” : Profeta Ezequiel
Según la mitología que se acumula alrededor de la vida de Jesús la copa que éste usó para la última cena sería el santo grial algo asociado a una serie de poderes mágicos alrededor de lo cual se han elucubrado una serie de leyendas hasta una película del personaje Indiana Jon. En aquellas hermosas playas de Coyolito en Honduras se localiza esta mansión de descanso, paseo o negocio pienso que todo mezclado produce un coctel de mafia e impunidad. Ubicada estratégicamente en una de las colinas que colindan la playa con un helipuerto a media colina, desde la playa subía sinuoso un camino que conectaba la mansión en lo alto con el helipuerto y un embarcadero a la orilla de la playa donde un lujoso yate esperaba para pasear, desde la cumbre en la casa estaba la espléndida vista de la bahía de San Lorenzo con sus olas. Según dicen los pobres vecinos pescadores la arena de este pedazo de playa luce más blanca que el resto de la obscura arena porque el estrafalario magnate dueño de la mansión del sur de Honduras en uno de sus excéntricos gustos de su mujer ordenó traerla en volquetas desde las norteñas playas de Tela. Sentados en aquel lugar un grupo de empresarios y políticos ya no se sabe si rojos o azules porque para ellos el color no importa los une la más atroz ambición. Discuten o señalan la repartición de aquel paradisíaco lugar escogido para los ricos y famosos o podríamos decir mafiosos de aquella empobrecida nación Hondureña. En aquel lugar calculan y fijan los más enredados ardides para legislar y servirse del desmantelado estado o dizque gobierno de Honduras para repartirse a sus anchas los recursos naturales e ingresos de la nación. Para ellos el ostentar o en el mejor de los casos manipular el gobierno es el mejor Santo Grial que convierte cualquier empresa de maletín o sus propios negocios en super rentables inversiones, de nada porque ponen muy poco a cambio de mucho. Para Margarita una humilde campesina toda su vida ha sido una desinteresada labor desde muy niña conoció de sus padres la lucha por la tierra y comprendió que la tierra es sinónimo de vida, de compartir y de recrear. Se complacía en organizar y capacitar a pesar de no ser estudiada pero con un liderazgo que le venía de su humildad y acompañamiento de sus hermanas/as campesinos, esto la llevó a canjearse el respeto de muchos, pero también la antipatía de no pocos tanto de los de izquierda oportunista como desde luego de los terratenientes. Aquella mañana temprano con un espíritu a todo terreno a pesar de los achaques de la edad y de una vida marcada por las torturas en su cuerpo como consecuencias de su tiempo detenida ilegalmente por los paramilitares; pero decidida salió a trabajar su tierra ganada a pulso limpio de la lucha. Más tarde cuando el sol empezaba a calentar su sangre también calentó y cayó sobre aquella cansada tierra, tan cansada como su misma obrera pero siempre dispuesta a dar el todo por la vida y dar los retoños que alimentan a la humanidad. Ella fue otra víctima de la impunidad y del violento escenario del campo hondureño que con unas amañadas leyes y violento estado oprime y asesina a cientos de campesinos/as que luchan por la tierra. Jesús en su última cena nos decía que la vida vivida para el egoísmo, el individualismo y la más hipócrita y falsa prudencia es una vida perdida pero que en cambio el milagro de la vida está en perderse y darse sin miramientos por los demás cuando se hace sin teatrismo sino porque se ama ese milagro es el que da al final la vida. Juancito se complacía de las estadísticas de su genio y maestro de la computación, la violencia disminuye “es que no lo ven”, yo si lo siento muy claro sobre todo detrás de mis numerosos vehículos y guarda espaldas, mientras la empresa privada y la misma propiedad privada tenga más derecho a la vida que el ser humano caminaremos a la paz. ¡Vaya pensamiento humanista de Juancito! A veces, las religiones se han movido entre la utilidad y el temor. Es fácil comprenderlo, si tenemos en cuenta que el ser humano se percibe como necesidad y debilidad. Desde la necesidad, Dios es visto como quien puede llenar los propios vacíos: nace así la religión de lo útil. Desde la debilidad, Dios es visto como poder y, fácilmente, nace la religión del temor.
No es difícil constatar que ambas características –necesidad y debilidad- resaltan en la vivencia del niño frente a sus padres. Ambas hacen que el niño sienta un doble impulso: a “tener-que-agradar” para no ser abandonado, y a “utilizarlos” para obtener lo que necesita. El “salto” de esta experiencia infantil a una formulación religiosa que repita aquellos mismos esquemas, fuertemente grabados en el inconsciente del niño, es prácticamente espontáneo. Si unimos ambas características, el resultado será una religión basada en la idea del mérito, que generará una religiosidad mercantilista: “Te doy para que me des”. Gracias al mérito, el sujeto busca –como el niño ante sus padres- agradar a Dios; pero, al mismo tiempo, se cree con ciertos “derechos” ante él (como los jornaleros de la primera hora). ¿Dónde se esconde la trampa de este planteamiento? En concebir a Dios como un “patrón” separado, que premia o castiga según nuestros méritos o nuestros pecados. De hecho, esa idea de Dios salta por los aires en el mensaje de Jesús. Lo que este revela de Dios supone un giro de ciento ochenta grados con respecto a lo que enseña la formación “religiosa” habitual. Para Jesús, Dios es Gracia, Amor gratuito que es solo bondad (“¿Vas a tener envidia porque yo soy bueno?”). Cuando vemos a Dios como un Ente separado, no podemos sino pensarlo como un “señor” que “controla” nuestros actos y que nos recompensará de acuerdo con ellos. Por eso, es normal que la persona religiosa trate de obtener de él un beneficio, aunque sea a costa de un comportamiento alienante. Ello podría explicar que, con frecuencia, cuando la persona crece en autonomía y en seguridad, aquella imagen de Dios se venga abajo. Es decir, cuando la persona se encuentra en profundidad, la religión se pierde. En realidad, aquel dios nunca había existido sino en la mente de quien así lo proyectaba. Todo ello parece que nos invita a pasar de la “religión” –entendida como una construcción humana- a la “espiritualidad” –en cuanto dimensión básica del ser humano-. Aun asumidas conscientemente la necesidad y la debilidad (fragilidad, vulnerabilidad) del yo, la espiritualidad –la inteligencia espiritual- nos hace caer en la cuenta de que nuestra identidad no es ese yo carenciado, sino la Consciencia plena, el sustrato común y compartido con todo lo que es. La religión había sido un “mapa” que quería traernos hasta aquí; la espiritualidad es el “territorio” en el que siempre –aun sin saberlo- habíamos estado. En ese Territorio ya no buscamos que nos paguen un “denario” –o algo más, si nos creemos ser de la “primera hora”-, porque hemos descubierto que toda la “viña” es nuestra y que ahí radica precisamente nuestro Gozo. Por ello, lo que estamos deseando es que todos los seres puedan descubrirlo. También hoy el evangelio va dirigido a la comunidad. Cuando se escribió este evangelio, las comunidades llevaban ya muchos años de rodaje pero seguían incorporando nuevos miembros. Los más veteranos seguramente reclamaban privilegios, porque en un ambiente de inminente final de la historia, los que se incorporaban no iban a tener la oportunidad de trabajar como lo habían hecho ellos. La parábola advierte a los cristianos que no es mérito suyo haber accedido a la fe antes, sería ridículo esperar mayor paga.
El contexto inmediato es muy interesante. Jesús acaba de decir al joven rico que venda todo lo que tiene y le siga. A continuación, Pedro se destaca y dice a Jesús: “Pues nosotros lo hemos dejado todo. ¿Qué tendremos?” Jesús le promete cien veces más, pero termina con esa frase enigmática: “Hay primeros que serán últimos, y últimos que serán primeros”. A continuación viene el relato de hoy, que repite, al final, la misma frase pero invirtiendo los términos; dando a entender que la frase de marras se ha hecho realidad. Las lecturas de los tres últimos domingos han desarrollado el mismo tema, pero en una progresión de ideas interesante: el domingo 23 nos hablaba de la corrección fraterna, es decir, del perdón al hermano que ha fallado. El 24 nos habló de la necesidad de perdonar las deudas sin tener en cuenta la cantidad. Hoy nos habla de la necesidad de compartir con los demás sin límites, no con un sentido de justicia humana, sino desde el amor. Todo un proceso de aproximación al amor que Dios manifiesta con cada uno de nosotros. Hoy tenemos una mezcla de alegoría y parábola. Esto hace más difícil una interpretación adecuada. Sabéis que en la alegoría, cada uno de los elementos del relato significa otra realidad en el plano trascendente. En la parábola, es el conjunto, el que nos lanza a otro nivel de realidad a través de una quiebra en el proceso lógico de la historia narrada. Está claro que la viña hace referencia al pueblo elegido, y que el propietario es Dios mismo. Pero también es cierto que en el relato, hay un punto de inflexión cuando dice: “Al llegar los primeros pensaron que recibirían más, pero también ellos recibieron un denario”. Desde la lógica humana, no hay ninguna razón para que el dueño de la viña trate con esa deferencia a los de última hora. Por otra parte, el propietario de la viña actúa desde el amor absoluto, cosa que solo Dios puede hacer. Lo que nos quiere decir la parábola es que una relación de toma y daca con Dios no tiene sentido. El trabajo en la comunidad de los seguidores de Jesús, tiene que imitar a ese Dios y ser totalmente desinteresado. Si tomásemos en serio esta advertencia, ¿qué quedaría de nuestra religiosidad? Con esta parábola, Jesús no pretende dar una lección de relaciones laborales. Cualquier referencia a ese campo en la homilía de hoy no tiene sentido. Jesús habla de la manera de comportarse Dios con nosotros, que está más allá de toda justicia humana. Que nosotros podamos imitarle es otro cantar. Desde los valores de justicia que manejamos en nuestra sociedad, será imposible entender la parábola. Hoy todo el mundo trabaja para lograr desigualdades; es decir para tener más que el otro, estar por encima y así diferenciarse de él. Esto es cierto, no solo respecto a cada individuo, sino también a nivel de pueblos y naciones. Incluso en el ámbito religioso se nos ha inculcado que tenemos que ser mejores que los demás para recibir un premio mayor. Ésta ha sido la filosofía que ha movido la espiritualidad cristiana de todos los tiempos. Lo que propone la parábola es algo completamente distinto. Se trata de romper los esquemas en los que está basada la sociedad que se mueve únicamente por el interés. Como dirigida a la comunidad, la parábola pretende unas relaciones humanas que estén más allá de todo interés egoísta de individuo o de grupo. Los Hechos de los Apóstoles nos dan la pista cuando nos dicen: “lo poseían todo en común y se distribuía a cada uno según su necesidad”. Hay una segunda parte que es tan interesante como la misma parábola. Los de primera hora se quejan del trato que reciben los de la última. Se muestra aquí la incapacidad de comprensión de la actitud del dueño. No tienen derecho a exigir, pero les sienta mal que los últimos reciban el mismo trato que ellos. El relato demuestra un conocimiento muy profundo de la psicología humana. La envidia envenena las relaciones humanas hasta tal punto, que a veces prefiero perjudicarme con tal de que el otro se perjudique aún más. En realidad lo que está en juego es una manera de entender a Dios completamente original. Tan desconcertante es ese Dios de Jesús, que después de veinte siglos, aún no lo hemos asimilado. Seguimos pensando en un Dios que retribuye a cada uno según sus obras (el dios del AT). Una de las trabas más fuertes que impiden nuestra vida espiritual es creer que podemos y tenemos que merecer la salvación. El don total de Dios es siempre el punto de partida, no algo a conseguir gracias a nuestro esfuerzo. Hoy podemos ir incluso más allá de la parábola. No existe retribución que valga. Dios da a todos los seres humanos lo mismo, porque Dios se da a sí mismo y no puede partirse. Dios nos paga antes de que trabajemos. Es una manera equivocada de hablar, decir que Dios nos concede esto o aquello. Dios está totalmente disponible a todos. Lo que tome cada uno dependerá solamente de él. Si Dios pudiera darme más de lo que me ha dado y no me lo diera, dejaría de ser Dios. Lo que Dios es no puede depender de mí. La obra salvadora de Jesús no está encaminada a cambiar la actitud de Dios para con nosotros; como si antes de él, estuviésemos condenados por Dios, y después estuviésemos salvados. La salvación de Jesús consistió en manifestarnos el verdadero rostro de Dios y cómo podemos responder a su don total. Jesús no vino para hacer cambiar a Dios, sino para que nosotros cambiemos con relación a Dios, aceptando su salvación. No sigamos empeñándonos en meter a Dios por nuestros caminos. Con estas parábolas el evangelio pretende hacer saltar por los aires la idea de un Dios que reparte sus favores según el grado de fidelidad a sus leyes, o peor aún, según su capricho. Por desgracia hemos seguido dando culto a ese dios interesado y que nos interesaba mantener. En realidad, nada tenemos que “esperar” de Dios; ya nos lo ha dado todo desde el principio. Intentemos darnos cuenta de que no hay nada que esperar y abrámonos a su don total, que es ya una realidad, aunque no lo hayamos descubierto. El mensaje de la parábola es evangelio, buena noticia: Dios es para todos igual: amor, don infinito. Queremos decir para todos sin excepción. Los que nos creemos buenos y cumplimos todo lo que Dios quiere, lo veremos como una injusticia; seguimos con la pretensión de aplicar a Dios nuestra manera de hacer justicia. Cómo vamos a aceptar que Dios ame a los malos igual que a nosotros. Debe cambiar nuestra religiosidad que se basa en ser buenos para que Dios nos premie o, por lo menos, para que no nos castigue. El evangelio propone cómo tiene que funcionar la comunidad (el Reino). ¿Sería posible trasladar esta manera de actuar a todas las instancias civiles? Si se pretende esa relación imponiéndola desde el poder, no tendría ningún valor salvífico. Si todos los miembros de una comunidad, sea del tipo que sea, lo asumieran voluntariamente, sería una riqueza humana increíble, aunque no partiera de un sentido de trascendencia. Meditación-contemplación No es fácil comprender desde nuestra lógica humana las razones que tiene el amor para actuar sin motivación aparente. Debemos descubrir que el amor que Dios me tiene nunca puede tener su fundamento en mí, sino solo en Él. ………………… Esa actitud de amor que Dios manifiesta conmigo, es la que tengo que imitar yo para con los demás. No tenemos que amar para que Dios nos ame, sino amor como Dios nos ama y porque Él ya nos ama. ………………… “Quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor”. Para poder imitar a Dios, primero debemos conocerlo. Lo que Jesús intenta una y otra vez en el evangelio, es llevarnos al descubrimiento del verdadero Dios. |
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