Entrevista de Víctor M. Amela
a Sonia Fernández-Vidal Sonia Fernández-Vidal, física cuántica, ha trabajado en el acelerador de partículas del CERN, artefacto que hace aflorar las primeras partículas del universo. También ha trabajado en Los Álamos en experimentos para desentrañar la esencia de la materia... "De allí salió la bomba atómica: reflexioné sobre la responsabilidad del científico...", comenta. Sus investigaciones son teóricas, pero ayudarán a intuir cómo funciona el cosmos, hecho en un 5% de materia... "y el resto, de energía y materia oscuras". Hablar hoy con un científico puntero es como tratar con un mago delirante. Para digerir esos arcanos, Fernández-Vidal publica el ameno relato "La puerta de los tres cerrojos" (Narrativa Singular, en catalán en La Galera). ¿De qué está hecho todo? De quarks y electrones. ¿Todo? Todo. ¿Y de dónde vienen? Del big bang. ¿Y dónde estaban antes? No hay antes: tiempo y espacio comienzan ahí. Cuesta pensarlo. Podemos teorizar una sístole-diástole de universos, o constantes big bangs en múltiples dimensiones... ¿Qué es un quark? ¿Y un electrón? Las partículas más elementales de la materia: el núcleo del átomo está hecho de protones, y los protones están hechos de quarks. ¿Y los quarks? Son partículas vibrantes. Las hay de diversos tipos, algunas muy raras, siendo dos las más comunes: Up y Down. ¿Y los electrones? Partículas que son corpúsculo y onda: orbitan en torno al núcleo. Si el núcleo del átomo fuese una canica en el centro de un estadio de fútbol, ¡el electrón sería la cabeza de un alfiler orbitando por las gradas! ¡Buf, qué distancias! Sí, el átomo es casi vacío. La materia es una suerte de vacío, una tensión energética. Así, la materia es casi una ilusión... Y las propiedades de las partículas subatómicas desafían la lógica de la física clásica. ¿Qué propiedades son esas? Una partícula está aquí y allí ¡a la vez! Todas están... en todas partes a la vez. Entrelazadas con todas. Y una partícula se teleporta: su estructura puede pasar instantáneamente a otra. Como estar vivo y muerto a la vez. ¿Perdón? Las partículas elementales ignoran el espacio- tiempo. Es un desafío para la lógica racional... Pero nuestro cerebro puede pensar también con lógica cuántica: la fantasía, la imaginación, la intuición, los sueños, la magia... ¡son también funciones neuronales nuestras! ¿La física cuántica explicará un día fenómenos extrasensoriales, la telepatía...? Inspirará vías de comprensión, propondrá algunas explicaciones desde otra lógica no mecanicista. Entretanto, la ciencia ya estudia la neurología de las emociones, cómo se transmite la información cerebral... ¿Y? Los microtúbulos neuronales y su entramado en malla pueden ser mecanismos cuánticos en nuestro cerebro. ¡Tu cerebro, máquina cuántica! Quizá llevemos sobre los hombros un ordenador cuántico sin saberlo. ¿Estamos ante un salto científico? Ante un cambio de paradigma. La física clásica escrutaba la realidad como si fuera algo externo y objetivo, buscándole una explicación mecanicista y determinista... ¿Cómo ve la realidad la física cuántica? ¡Como un continuo del que nuestra conciencia no está separada! Así, en el momento en que te pones a observar esa realidad subatómica... ¡la estás ya modificando! ¿Cómo es eso? La conciencia del observador interfiere en el comportamiento de las partículas elementales, que reaccionan a la observación. Así, si esperas que una partícula subatómica se comporte como onda, ¡lo hace! Y si esperas que lo haga como corpúsculo, ¡lo hace! ¿Conclusión? Que la ciencia no puede ya afirmar: "La realidad es tal verdad objetiva". Hoy debe decir: "La realidad no es tal verdad fija y objetivable, es voluble y cambiante al observarla". Pero sólo a escala subatómica, no a escala macroscópica... Por eso, un gran desafío de la ciencia actual consiste en conectar ambos ámbitos de la física, unificarlos. ¿Con qué implicaciones? Habrá que aceptar que la lógica racional no va a poder explicarlo todo. Habrá que aceptar la maravilla de la contradicción... que responde a otra lógica. ¿Cuándo nació la física cuántica? Hace ya un siglo, con Einstein, y luego Planck, Böhr, Schrödinger y su gato... ¿A qué gato se refiere? Planteó un experimento especulativo: metes un gato vivo en una caja opaca con dos agujeritos, a los que lanzas un electrón. Si pasa por el de la derecha, libera un veneno y el gato muere. Si pasa por el de la izquierda, no hay nada y el gato vive. ¿Y qué hace el electrón? ¡Pues pasa por los dos a la vez! Así, ese gato... ¡está vivo y muerto a la vez! ¿Y de qué sirve todo esto? Está empezando a aplicarse como técnica de encriptación. En cuanto intentes descifrar un código, este se modificará: ¡será imposible de desencriptar! ¿Podría la física cuántica, por ejemplo, explicar la virtualidad de la homeopatía? Sugerirá, al menos, caminos nuevos que explorar. Ser científica y física cuántica, ¿afecta a su manera cotidiana de ser? Sí, en tres aspectos: uno, me induce a pensar de modo más creativo, lateral; dos, me impulsa a actuar sin victimizarme, a construir mi realidad; y tres, me ayuda a sentir que estamos todos entrelazados. ¿Comprenderemos mejor el funcionamiento del universo con todo esto? Es lo que anhelan los artistas, los místicos y los científicos: anhelamos lo mismo... Y cada día nos parecemos más. ¿Demostrará la física cuántica la existencia de Dios? Defíname Dios y entonces hablamos.
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En Pentecostés, tercera fiesta en importancia de la liturgia católica, se pone la primera piedra de una comunidad universal, a la que se encomienda la trascendental misión de la construcción y desarrollo del reino celestial en este mundo. Una Ciudad de Dios, en expresión de San Agustín, que rebosa la del de Hipona por su carácter de espacio terrenal donde lo divino acaba fundiéndose en lo humano.
La escudería cristiana arranca del Cenáculo con sus depósitos repletos de energía espiritual de todos los octanos, dispuesta a cumplir sin desaliento la tarea encomendada: predicar la Buena Nueva de Jesús. Benedicto XVI lo ha querido recordar convocando un Año de fe -12 de octubre de 2012, cincuenta aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, al 24 de noviembre de 2013- en su Carta Apostólica PORTA FIDEI. La evangelización es también un hecho vivo esposado con el tiempo -y los tiempos- y, en consecuencia, sujeto a perenne evolución. Cristalizarlo dogmáticamente en un período de su historia es traicionarlo y condenarlo a una parálisis espiritual, con pérdida de la función, en todo o parte, del organismo que lo sustenta. Sus manifestaciones más evidentes: dificultades en la cognición de nuevas ideas y aprendizajes, posiciones fundamentalistas, problemas de percepción, sentimientos y comunicación, inadaptación al medio...etc. etc. Pero tan erróneo es querer aplicarlo hoy ignorando su contexto socio-político de hace dos mil años, como pretender interpretar el acaecido entonces a la luz del contexto siglo XXI. Todo ser humano, toda comunidad –también las de fe- son el resultado de la interacción con la cultura que les configura, del diálogo productivo que mantienen con ella. Así lo demuestra el hecho de la evolución de las especies, sean cuales sean las hipótesis que hoy se mantengan sobre el hecho. Aplicable igualmente a cualquier ser, o comunidad de seres, de cualesquiera de los tres reinos de la Naturaleza: animal, vegetal o mineral. En consecuencia, que no se trata de una vuelta nostálgica a los orígenes del cristianismo, como algunos pretenden: carecería de todo sentido. Pero sí de un avistar cómo se desenvolvió el cristianismo primitivo (siglos I al V) en un mundo fundamentalmente grecorromano, con cuyo pensamiento y cultura mantuvieron permanente diálogo. Y aunque cuestionaban muchos de los valores de aquella sociedad de su tiempo, fue la suya una visión inteligente y práctica, más de complementariedad y tolerancia que de derribo. Tarea que acometieron con brillantez desde mediados del siglo II muchos de los grandes obispos de la época (Gregorio de Nacianzo, Basilio de Cesarea...) y, de modo particular, apologistas como Justino y la denominada "escuela de Alejandría" con Clemente y Orígenes a la cabeza, que mantuvieron una gran apertura a la sociedad a la que se dirigen. Su comportamiento no es reactivo sino proactivo: asumen como propios y positivos los elementos culturales considerados más interesantes, y actúan como fermento de crecimiento y desarrollo de los mismos: no los destruyen, los transforman. Lo que ocurrió posteriormente cuando la Iglesia oficial se jerarquizó y abandonó su carácter esencial de comunidad de base –la auténtica ekklesia- es que acabó constituyéndose en un Estado Confesional poniéndole puertas al viento, al Espíritu vivificador del Cenáculo. A partir de ahí lo más importante es el uso de las tácticas (cómo hacer lo que se hace) frente a las estrategias (qué cosas hay que hacer) que es lo fundamental tratándose de espiritualidad. Lo más fundamental es de nuevo la Ley y su inviolabilidad a ultranza: mandamientos y sacramentos impuestos, dogmas definidos, pronunciamientos de excomunión y condena, pomposas escenografías litúrgicas y de ritos. Todo lo anteriormente expuesto tiene que ver con la forma de evangelizar, y no deja de ser importante. Pero lo más trascendental en ese "Id y predicad a todo el mundo" es, sin duda, su contenido -el mandato recibido en Pentecostés, plenamente vigente en nuestros días- avanzar del Jesús conceptualizado al Jesús vivenciado y plenamente vivo en la comunidad "invisible" Sería interesante que la orientación del evento Año de la fe –aunque los vislumbres no parecen muy prometedores- fuera hacia nortes de lo que, en último término, debe constituir el corazón de toda vida cristiana. Un camino de huellas, delineadas en nuevas formas de pensar, de sentir y, sobre todo, de actuar: una manera de vivir la vida, sea esta encuadernada en rústica, piel o cartoné, siempre acompasada con el devenir biográfico de cada persona. Pero también siempre –sintiendo el legado de la comunidad de vida pentecostal- orientada a fomentar una fe adulta solvente y desarrolladora en el entorno, capaz de soldar tantas brechas –cada día más profundas- hoy abiertas en nuestra sociedad, de dar sentido a la existencia. Una catequética sin acción es pura ideología: ortodoxia sin ortopraxis, melodía momificada en la tumba de una fría partitura. Afortunadamente ha existido siempre la comunidad invisible, la alejada de las candilejas, la más próxima a la realidad del Jesús histórico, la que con San Ambrosio podría como él replicar hoy con datos las imputaciones de tanto Símaco indignado contra ella: "Los paganos deben contar por una vez cuántos presos han liberado sus templos, cuántos alimentos han proporcionado a los necesitados y a cuántos desterrados han procurado refugio para sus vidas". Una comunidad de vida que no cesa en su misión de hacer un mundo más habitable y humano. Espíritu resucitador: terapia, política y mística
Seísmo, viento, lenguas de fuego y pologlotismo inexplicable ¿Qué es resucitar? ¿Revivir o sobrevivir? No, sino renacer transformado, transfigurado y recreado para vivir definitivamente. ¿Qué es morir? Nacer transformado (Vita mutatur, non tollitur; la vida no es arrebatada, sino transformada). ¿Qué es resucitar? Respirar en Espíritu para vivir eternamente. ¿Quién resucitó a Jesús? El Espíritu de Vida. ¿Cómo resucitó Jesús? Por obra de Espíritu santo, inhalando, al morir, Espíritu de Vida. ¿Cómo nos da vida Jesús? Exhalando al morir, el Espíritu de Vida para transformarnos como Él fue transformado. Ha sido lamentablemente olvidado uno de los textos principales sobre la resurrección en las cartas paulinas: “Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de la muerte habita en vosotros, el mismo que le resucitó dará vida también a vuestro ser mortal, por medio de ese Espíritu suyo que habita en vosotros” (Rom 8, 11). Es decir, el mismo dinamismo de la Ruah o energía divina que transformó la última expiración humana de Jesús en inhalación de Espíritu resucitador de Cristo y la convirtió en exhalación de Espíritu vivificador del mundo, esa misma energía vivificará nuestra vida y transformará nuestra muerte en vida definitiva en el seno de la Vida de la vida. Tomada en serio esta fe, debería tener fuertes repercusiones místicas, psicológicas y políticas, para la liberación y transformación de las personas y de la sociedad. Esta fe en el Espíritu resucitador debería desencadenar fuertes consecuencias terapéuticas, políticas y espirituales. Esta intuición paulina, muy olvidada en muchas comunidades, se mantuvo viva en la tradición de comunidades que se remontan al discípulo Juan. La comunidad que transmitió la tradición de Juan, llamado portavoz del amor, debía respirar “Espíritu de Vida”, a juzgar por sus capacidades terapéuticas, políticas y místicas reflejadas en el cuarto evangelio. Expresaban su fe diciendo: “Soplo vital es Dios” (Pneuma ho Theós, Jn 4,24). No necesitaban reunirse en el templo de un “dios nacional”, ni en los templos de “otros dioses extranjeros”, porque sabían que el templo (es decir, el lugar de adoración y celebración, de gratuidad y comensalidad, de misericordia en vez de sacrificio) eran todos ellos y ellas cuando se reunían “trans-religionalmente”en “verdadero espíritu” (en pneumati kai aletheia, Jn 4,24). Comunicaban entre sí y transmitían la tradición de la buena noticia de Jesús, heredada a través de Juan y Malena, que contaron infinidad de veces y de mil maneras lo de Jesús El Que Vive, para animarnos a tener fe en el soplo de vida que da vida (Jn 20, 31). El mensaje no necesitaba exponerse en un diccionario grueso o en un curso complicado de teología, consistía en decir decir simplemente: Que hay Vida, hay Vida desde siempre, Vida que no muere; que Jesús, rostro de esa Vida, la manifestó; que esa vida nos reune como comunidad de personas llamadas a darse vida mutuamente con alegría (1 Jn 1,1-4). Palabras y gestos, vida y muerte de Jesús fueron desvelación de esa Vida. Se siguen contando de generación en generación para que vivifiquen a quienes, al escucharlas, crean (Jn 20, 31). Creer en el Espíritu y ser vivificada por el Espíritu da a la comunidad creyente capacidad terapéutica, política y mística. La comunidad que recibe el soplo de vida de Jesús (Jn 20, 21-22) es enviada al mundo con la misma misión de Jesús: curar, liberar y contemplar. La comunidad recibe del Espíritu capacidad para realizar esa misión terapéutica, política y mística. “Os envío, dice Jesús, con la misma misión con que fui enviado. Recibid soplo de vida y capacidad de curar, liberar y desvelar; ayudad a que haya sanación en lugar de enfermedad; liberación en lugar de opresión; reunificación y reconciliación, en lugar de ruptura y desintegración; desengaño y lucidez en lugar de ilusión; conciencia en lugar de manipulación… A quienes anunciéis la liberación, que se liberen, y a quienes denunciéis como opresores, que se conviertan (Jn 20,23). “Yo he venido para una crisis de discernimiento, es decir, para que quienes no ven vean y quienes presumen de ver, a pesar de no ver, reconozcan su ceguera y se conviertan” ( Jn 9, 39). Para que la personas oprimidas se liberen y las opresoras, que no se alegran de la liberación o la impiden, se conviertan y dejen de oprimir (cf. Jn 5, 14-18 y 9, 1-41). La celebración principal, la mejor fiesta del año para esta comunidad, es la del Espíritu de Vida. Pentecostés es revivir el corazón del misterio pascual: el éxodo o tránsito de muerte a vida, el momento decisivo de la Muerte-Resurrección-Comunicación del Espíritu de Vida (Jn 19, 30-35: “entregó su espíritu… una lanza le traspasó el costado). Para la catequesis popular han resultado casi siempre utilizadas las imágenes y narraciones del evangelista Lucas: ascensión de Jesús al cielo cuarenta días después y envío del Espíritu desde las alturas en la mañana de Pentecostés, seísmo, viento, lenguas de fuego y poliglotismo inexplicable. Pero la profundiad de Juan alimenta mejor la fe adulta. La presentación simultánea de muerte, glorificación y envío del Espíritu concentra el tránsito pascual y la efusión pentecostal en el crucificado con el pecho traspasado, como en el Apocalipsis la imagen de un cordero “degollado” y, al mismo tiempo, “en pie”, vivo y victorioso (cf. Ap. 5, 69). Jesús, al morir, pone en manos de Abba su espíritu y recibe el Espíritu resucitador que envía a la iglesia, nacida de su costado traspasado, sin necesidad de tener que esperar hasta unas semanas más tarde. Ese Espíritu resucitador actúa resucitándonos ya ahora y aquí. Y actúa resucitando continuamente a su iglesia y suscitando nuevos Pentecostés en ella, purificando continuamente todo ambiente irrespirable para convertirlo en lugar habitable de vida. En este relato de aparición, el autor del cuarto evangelio quiere “visibilizar” el momento en que Jesús comunica su Espíritu a los discípulos.
Responde así a la promesa que el mismo autor había recogido en el llamado “testamento espiritual” de Jesús: “Yo rogaré al Padre para que os envíe otro Paráclito, para que esté siempre con vosotros” (Jn 14,16; 14,26); “el Espíritu de la verdad que yo os enviaré y que procede del Padre” (15,26; 16,7; 16,13). En realidad, Juan había hecho coincidir la efusión del Espíritu con la muerte de Jesús, quien “inclinando la cabeza, entregó el espíritu” (19,30). Por tanto, lo que se dice ahora en este relato no sería sino una confirmación: la comunidad se sabe habitada y sostenida por el mismo Espíritu de Jesús. La tendencia a separar los acontecimientos pascuales es manifiesta ya en Lucas, quien introduce una curiosa periodización, que habría de marcar el ritmo de las celebraciones litúrgicas durante siglos. Sin importarle demasiado la concordancia de sus afirmaciones –en el evangelio (24,50) sitúa la ascensión en el mismo domingo de la resurrección; en Hechos (1,3), sin embargo, cuarenta días después-, establece una cronología que se ha mantenido hasta la actualidad: resurrección, al tercer día de la muerte; ascensión, a los cuarenta días de la resurrección; pentecostés o efusión del Espíritu, a los cincuenta días. Su nulo interés por evitar la contradicción en la que incurre, hace pensar que se trata simplemente de un artificio literario, desde una motivación simbólica. En realidad, todo el acontecimiento pascual es uno y ocurre a la vez: muerte-resurrección-ascensión-pentecostés. Más aún: lo que los cristianos decimos de la muerte/resurrección de Jesús es lo que ha ocurrido siempre y que ahí se desvela. No es que el Espíritu estuviera “al margen” de la vida del mundo y de los seres humanos hasta el día de Pentecostés. En cuanto Dinamismo de Vida, el Espíritu, no solo acompaña permanentemente el proceso de la historia, sino que él mismo es el alma de todo ese despliegue. En ese sentido, desde una perspectiva no-dual, podemos decir que la historia no es otra cosa que el desplegarse o manifestarse del Espíritu en formas materiales. Hay que evitar entenderlo, tanto de una manera dualista –como haría nuestra mente que, forzosamente, piensa al Espíritu como una realidad “aparte” del resto-, como de una manera panteísta, obra también de la mente que, en el otro extremo, piensa todo como unidad indiferenciada. Superados ambos extremos, la dos caras polares del modo como la mente puede acercarse a la realidad, somos invitados a trascender la mente para abrirnos a una sabiduría superior, que hace justicia a lo real, sin separar nada y sin confundirlo. Es la perspectiva no-dual, que han experimentado y en la que se han expresado desde siempre los místicos. Santa Teresa de Jesús, probablemente una de las mayores representantes de lo que, dentro del camino espiritual, podríamos llamar la “vía relacional o afectiva”, y por tanto, nada sospechosa de “veleidades panteístas”, en su obra de madurez “Las Moradas”, escribe: “Es un secreto tan grande y una merced tan subida lo que comunica Dios allí al alma en un instante, y el grandísimo deleite que siente el alma, que no sé a qué compararlo, sino a que quiere el Señor manifestarle por aquel momento la gloria que hay en el cielo por más subida manera que por ninguna visión ni gusto espiritual. No se puede decir más de que, a cuanto se puede entender, queda el alma, digo el espíritu de esta alma, hecho una cosa con Dios… “En estotra merced del Señor [lo que la santa llama el “desposorio espiritual”], siempre queda el alma con su Dios en aquel centro. Digamos que sea la unión, como si dos velas de cera se juntasen tan en extremo, que toda la luz fuese una, o que el pábilo y la luz y la cera es todo uno… Acá es como si cayendo agua del cielo en un río o fuente, adonde queda hecho todo agua, que no podrán ya dividir ni apartar cual es el agua, del río, o lo que cayó del cielo; o como si un arroyico pequeño entra en la mar, no habrá remedio de apartarse; o como si en una pieza estuviesen dos ventanas por donde entrase gran luz; aunque entra dividida se hace todo una luz” (Las Moradas VII,2.3-4). Por su parte, san Juan de la Cruz expresa lo mismo con no menos fuerza: “Dios le comunica [al alma] su ser sobrenatural de tal manera, que parece el mismo Dios y tiene lo que tiene el mismo Dios. Y se hace tal unión cuando Dios hace al alma esta sobrenatural merced, que todas las cosas de Dios y el alma son una en transformación participante. Y el alma más parece Dios que alma, y aun es Dios por participación” (Subida del Monte Carmelo II,5.7). Me parece que no podemos leer esas experiencias que nos transmiten los místicos como si se tratara de “dones” especiales que Dios otorgara arbitrariamente, o como si fueran la excepción de lo que es la realidad. Ocurre justamente al revés. Lo que los místicos ven –como lo que vio Jesús de Nazaret- es lo que se da siempre, la Realidad como es. El hecho de que la mayor parte de las personas no la perciban hace que se vean esas descripciones como excepcionales. Los místicos pueden ser todavía “excepciones” con respecto a quienes no ven, pero lo que ellos nos transmiten –dentro, siempre, de la pobreza de los conceptos y de las palabras para expresar una realidad que trasciende la mente, así como usando esquemas mentales propios de su época y cultura- no es nada “excepcional”, sino una descripción más ajustada de lo Real. Lo que ocurre es que la identificación con la mente hace que se vea lo falso como si fuera real, y lo que es verdadero como si fuera falso. En la experiencia mística –desde una perspectiva no dual-, el Espíritu no es “Alguien” que hace “algo” sobre “alguien”, por más que nuestra mente, en cuanto quiera dar razón de ello, no pueda expresarlo de otro modo. El término “espíritu”, en las tradiciones antiguas, aparece vinculado al viento, a la respiración y a la energía. Ruaj, en hebreo; pneuma, en griego; spiritus, en latín; qi (o chi), en chino; prana, en sánscrito… Todos ellos son términos que hacen referencia a “aliento vital”, “soplo de vida”, “energía”..., y guardan una estrecha relación con la propia respiración. A partir del simbolismo que nos regalan las etimologías, podemos hablar del Espíritu como del Aliento último de todo lo que es, pero un Aliento no-separado de lo que es, sino haciendo posible que sea yconstituyéndolo en su núcleo más íntimo; como de la Energía primeraque todo lo mueve y de la que están hechas todas las cosas; como delDinamismo vital que hace posible la vida y el despliegue de la misma en infinitas formas; como del Vacío primordial –atemporal e ilimitado- de cuyo interior está brotando todo lo manifiesto… Desde esta perspectiva también, en todo lo que vemos, estamos “viendo” al Espíritu en acción, al que reconocemos, además, como nuestro núcleo más íntimo, la Identidad más profunda. Y nos vienen a la memoria las sabias palabras de Pierre Teilhard de Chardin: “No somos seres humanos viviendo una aventura espiritual, sino seres espirituales viviendo una aventura humana”. Solo así puede captarse adecuadamente lo que es la evolución en toda su profundidad: El Espíritu duerme en los minerales, despierta en los vegetales, siente en los animales y ama en los humanos. O, dicho de otra manera: El Espíritu duerme en la piedra, sueña en la flor, despierta en el animal y sabe que está despierto en el ser humano. Me quedé sorprendido al constatar que, al presentarlo de este modo a alumnos de Bachillerato, dijeron “entender” lo que es la Trascendencia y la Unidad de todo. Sin duda, los niños y los jóvenes se hallan capacitados para percibir la dimensión espiritual de todo lo real. Lástima que la educación académica siga siendo tan chata y materialista, porque les está privando de cuidar su mayor riqueza: la inteligencia espiritual. Esa inteligencia es la capacidad de tomar distancia de la mente separadora, dejar de identificarnos con ella y tomar conciencia de nuestra verdadera identidad. Entonces caeremos en la cuenta de que el Espíritu vive en nosotros, impulsando nuestra consciencia… hasta que reconozcamos en él nuestro verdadero rostro. La fiesta de Pentecostés está encuadrada en la pascua, más aún, es la culminación de todo el tiempo pascual. Las primeras comunidades tenían claro que todo lo que estaba pasando en ellas era obra del Espíritu. Todo lo que había realizado el Espíritu en Jesús, lo estaba realizando ahora en cada uno de ellos. Todo esto queda reflejado en la idea de Pentecostés. Es el símbolo de la acción espectacular de Espíritu a través de Jesús.
También para cada uno de nosotros, celebrar la Pascua significa descubrir la presencia en nosotros del Espíritu, que debe llevar a cabo la misma obra que en Jesús y en los primeros cristianos. Ninguno de los aspectos pascuales debemos considerarlos como aconteci¬mientos históricos ocurridos en Jesús. Todos ellos expresan realidades que no pueden ser objeto de historia, sino solo de fe. No son fenómenos constatables por los sentidos; son realidades de otro plano y por lo tanto no pueden ser percibidas por nuestros sentidos. Si las descubrimos y vivimos, sus efectos sí son históricos en nosotros. Cuando empleamos conceptos y palabras, únicamente adecuadas para expresar realidades terrenas, empieza el conflicto. Ni podemos expresarlas bien ni pueden ser objeto de nuestro conocimiento racional. A estas verdades solo se puede acceder por la experiencia interior. Creo que todos admitiréis la extrema dificultad que supone ponernos a hablar del Espíritu Santo. Es como querer sujetar el viento o congelar la vida en una imagen. ¡No hay manera! De todas formas, siempre que hablamos de Dios, hablamos del Espíritu, porque Dios es Espíritu. Pentecostés era una fiesta judía que conmemoraba la alianza del Sinaí (Ley), y que se celebraba a los cincuenta días de la Pascua. Nosotros celebramos hoy la venida del Espíritu, también a los cincuenta días de la Pascua. Queremos significar con ello que el fundamento de la nueva comunidad no es la "Ley" sino el "Espíritu". Tanto el "ruah" hebreo como el "pneuma" griego, significan, en primer lugar, viento. La raíz de esta palabra en todas las lenguas semíticas es rwh que significa el espacio atmosférico existente entre el cielo y la tierra, que puede estar en calma o en movimiento. Significaría el ambiente vi¬tal del que los seres vivos beben la vida. En estas culturas el signo de vida era la respiración. Ruah vino a significar soplo vital. Cuando Dios modela al hombre de barro, le sopla en la nariz el hálito de vida. En el evangelio que hemos leído hoy, Jesús exhala su aliento para comunicar el Espíritu. Para ellos todos los seres participaban de la vida. La misma tierra era concebida como un ser vivo, el viento era su respiración. Su comparación con la vida, sigue siendo el mejor camino para intentar comprender lo que significa "Espíritu"; No sabemos qué es la vida, pero vivimos. No es tan corriente como suele creerse el uso específicamente teológico del término "ruah" (espíritu). Solamente en 20 pasajes de las 389 veces que aparece en el AT, podemos encontrar este sentido. En los textos más antiguos se habla del espíritu de Dios que capacita puntualmente a alguna persona, para llevar a cabo una misión concreta que salva al pueblo de algún peligro. Con la monarquía el Espíritu se convierte en un don permanente para el monarca (ungido). De aquí se pasa a hablar del Mesías como portador del Espíritu. Solo después del exilio, se habla también del don del espíritu a todo el pueblo. En el NT, "espíritu" tiene un significado fluctuante, hasta cierto punto, todavía judío. El mismo término "ruah" se presta a asumir un significado figurado o simbólico. Solamente en algunos textos de Juan parece tener el significado de una persona distinta de Dios o de Jesús. "Os mandaré otro consolador." El NT no determina con precisión la relación de la obra salvífica de Jesús con la obra del Espíritu Santo No está claro si el Pneuma es una entidad personal o no. Jesús nace del Espíritu Santo, baja sobre él en el bautismo, es conducido por él al desierto, etc. A pesar de todo, no podemos pensar en un Jesús teledirigido por otra entidad desde fuera de él. Según el NT, Cristo y el Espíritu desempeñan evidentemente la misma función. Dios es llamado Pneuma; y el mismo Cristo en algunas ocasiones. En unos relatos lo promete, en otros lo comunica. Unas veces les dice que la fuerza del Espíritu Santo está siempre con ellos, en otros dice que no les dejará desamparados, que él mismo estará siempre con ellos. Hoy sabemos que el Espíritu Santo no es más que el mismo Dios bajo el aspecto de energía, fuerza, motor de toda Vida. Por lo tanto, forma parte de nosotros mismos y no tiene que venir de ninguna parte. Está en mí, antes de que yo mismo empezara a existir. Es el fundamento de mi ser y la causa de todas mis posibilidades de crecer en el orden espiritual. Nada puedo hacer sin él y nunca estaré privado de su presencia. Ni siquiera es necesario el calificativo de Santo, porque eso supone que hay espíritus malignos, y esto para nosotros no tiene mucho sentido. Todas las oraciones encaminadas a pedir la venida del Espíritu, nacen de una ignorancia de lo que queremos significar con ese término. Lo que tenemos que hacer es tomar conciencia de su presencia y dejarle actuar en nosotros. Está siempre en nosotros, pero no somos conscientes de ello y como Dios no puede violentar ninguna naturaleza, en realidad es como si no existiera para nosotros. Un ejemplo puede ilustrar esta idea. En una semilla, hay vida, pero en estado latente. Si no coloco la bellota en unas condiciones adecuadas, nunca se convertirá en un roble. Para que la vida que hay en ella se desarrolle, necesita una tierra, una humedad y una temperatura adecuada. Pero una vez que se encuentra en las condiciones adecuadas, es ella la que germina; es ella la que, desde dentro, desarrolla el árbol que llevaba en potencia. Dios (Espíritu) es el mismo en todos y tiene que empujar hacia la misma meta. Pero como cada uno está en un "lugar" diferente, y a veces muy diverso, el camino que nos obliga a recorrer, será siempre distinto. Son pues los caminos los que distinguen a los que se dejan mover por el Espíritu, y no la meta hacia la que se dirigen. El labrador, el médico, el sacerdote tienen que tener el mismo objetivo vital si están movidos por el mismo Espíritu. Pero su tarea es completamente diferente. ¿Cuál es la meta a la que empuja el Espíritu? Este es el nudo gordiano de la cuestión. Una mayor humanidad es la manifestación de esa presencia del Espíritu. La mayor preocupación por los demás, es la mejor muestra de que uno se está dejando llevar por él. En cualquier persona que manifieste amor está el Espíritu. Si Dios está en cada uno de nosotros a través del ser, está total y absolutamente como lo que es, simple y a la vez, absoluto. No hay manera de imaginar que pueda estar más en uno que en otro. En toda criatura se ha derramado todo el Espíritu. En la posesión del Espíritu, no hay diferencia entre el campesino, el maestro, el sacerdote o el obispo. Esgrimir el Espíritu como garantía de autoridad, es la mejor prueba de que uno no se ha enterado de lo que tiene dentro. Porque tiene la fuerza del Espíritu, el campesino será responsable y solícito en su trabajo y con su familia. En nombre del mismo Espíritu, el obispo desempeñará las tareas propias de su cargo. Siempre que queremos imponernos a los demás con cualquier clase de violencia, incluida la pretensión de hablar en nombre de Dios, estamos dejándonos llevar, no del Espíritu, sino de nuestro espíritu raquítico. La presencia de Dios en nosotros, nos mueve a parecernos a Él. Pero si tenemos una falsa idea de Dios, nos metemos por un callejón sin salida. Con una idea de Dios que es poder, señorío y mando, que premia y castiga, intentaremos repetir esas cualidades en nosotros en nombre de Dios. El intento de ser como Dios en el relato de la torre de Babel, queda contrarrestado en este relato que nos habla de reunir y unificar lo que era diverso. El único lenguaje que todo el mundo entiende es el amor. Si descubrimos el Dios de Jesús que es amor y don total, intentaremos repetir en nosotros ese Dios, amando, reconciliando y sirviendo a los demás. Esta es la diferencia abismal entre seguir al Espíritu del que nos habla el evangelio, o seguir lo que nos dicta nuestro propio espíritu en nombre de un falso dios. Todas las religiones han caído en esta trampa. Dios llega a nosotros desde lo hondo del ser, y acomodándose totalmente a la manera de ser de cada uno. Por eso la presencia del Espíritu nunca lleva a la uniformidad, sino que potencia la pluralidad. Pablo lo vio con claridad meridiana: formamos un solo cuerpo, pero cada uno es un miembro con una función diferente e igualmente útil para el todo. Si no tenemos esto en cuenta, caeremos en la trampa de hacer clones en vez de personas. Esa uniformidad pretendida por los superiores en nombre del Espíritu, no tiene nada de evangélica, porque, lo que se intenta es que todos piensen y actúen como el superior. Si todos tocaran el mismo instrumento y la misma nota, no habría nunca sinfonía. Sólo la armonía de muchos sonidos diferentes nos lleva a disfrutar de la música. El Espíritu es la clave de la VIDA. Mi verdadero se es lo que hay de Dios en mí. Dios en mí está como Espíritu que se me da. Es el único y total Don de Dios a cada criatura. ............. Desde nuestro ser aparente (lo que creemos ser), debemos dar el salto a nuestra verdadera realidad. Desde la parte reflejada del espejo, tenemos que dar el salto al ser reflejado. ................ Mi verdadero ser y el ser de Dios no son dos realidades separadas aunque yo sigo siendo yo y Dios sigue siendo Dios. Para la razón es algo incomprensible. Para el místico es la cosa más simple del mundo. ¡Inténtalo! Profundiza en la misma noción de Espíritu. Es el espíritu de Jesús, el que viene del padre, el Espíritu de Dios que actúa en el mundo través de Jesús y a través de todos nosotros. Este texto nos sirve para hacer un acto de fe en la iglesia, en todos nosotros que formamos la iglesia.
No vivimos solamente del recuerdo de Jesús, de la meditación de sus palabras. Vivimos de la presencia alentadora del Espíritu en nosotros. Ese espíritu de Jesús se está manifestando continuamente en la Iglesia entera, manteniendo viva a la iglesia, haciéndonos vivir como testigos. Es la acción creadora de Dios, la que saca al mundo del caos desde el principio, la que lleva el mundo a su consumación, la fuerza de Dios que sopló como un huracán en Jesús y sigue soplando en la iglesia y en todas las personas de buena voluntad, para llevar al mundo a su plenitud. Por otra parte, la redacción del texto es confusa, mezcla imágenes y conceptos distintos e incuso aporta interpretaciones propias de aquellas comunidades que no tuvieron más tarde prolongación en la doctrina de la Iglesia. Estos textos ofrecen la oportunidad de reflexionar sobre "nuestro espíritu". ¿Qué espíritu nos empuja? ¿Cuál es el viento que nos lleva, de dónde y a dónde sopla? ¿Es el viento de Dios, es el viento de Jesús? ¿Somos capaces de reconocer los diversos vientos que agitan nuestra alma? Vamos a dedicar la oración de hoy a la meditación sobre el texto de Pablo, intentando profundizar y hacer más nuestro el sentido de la palabra "EL ESPÍRITU DE JESÚS" El mismo Pablo lo expresa estupendamente en la carta a los romanos: En efecto, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y, si hijos, también herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo, ya que sufrimos con él, para ser también con él glorificados. Porque estimo que los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros. Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios. ... Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo. (Romanos 7 y 8) Dios es por tanto "el Viento Creador, Salvador, Consumador". No un Señor exterior y lejano, sino la fuerza más íntima de mi ser, la fuerza que me hace vivir, la fuerza salvadora de mi vida. Espíritu. Una hermosa imagen. Espíritu es palabra griega; podemos –debemos- traducirla. Significa "viento". En sentido más amplio que el que tiene entre nosotros: viento, aliento vital... Desde pequeños decíamos: "¿qué es el viento? – el aire en movimiento". Y ahora decimos: "¿Qué es el Espíritu? – el Padre en movimiento". El aire está ahí, en él vivimos, nos movemos y existimos (Hechos 17,28), pero ni siquiera nos damos cuenta de que lo respiramos, de que es "el aliento de nuestra vida" ... hasta que se mueve, hasta que sopla. Entonces nos damos cuenta de que es una de las fuerzas vitales más definitivas. La luz, el agua, el viento, tres preciosos símbolos de Dios, de Dios para nosotros. Dios no es líquido, ni emite resplandores, ni levanta polvaredas; pero sin Dios mi vida es estéril, no sé distinguir caminos de zarzales, me siento varado y pasivo. Imágenes de Dios y de mi vida, hablar de Dios con imágenes, deslumbrante secreto de la Escritura. Hablamos de Dios sensible, hablamos de que las cosas hablan de Dios, de que podemos levantar el corazón a Dios desde el agua, desde la luz, desde el viento, como hacia Jesús, el mejor contemplativo, cuando veía a Dios en todas las cosas y con todas las cosas hablaba de Dios. 1.- MI VIDA Y EL VIENTO La lectura de San Pablo es difícil sólo aparentemente. Una vez introducidos en su manera de hablar, es un universo luminoso, y vemos que él sí había entendido y estaba lleno del Espíritu de Jesús. La carne y el espíritu, la tierra y el viento, lo pesado y la fuerza, lo estéril y lo fecundo... Leer nuestra vida a la luz de esta preciosa imagen. El Viento arrastra, empuja. Nuestra vida es navegar, pero no sólo por nuestro esfuerzo: contamos con la fuerza del Viento. Es así, precisamente, como describe y explican los evangelistas al mismo Jesús: "arrastrado por el Espíritu", es decir, arrastrado por el Viento. Como un velero que ha sido capaz de tender las velas dejándose arrastrar por el Viento de Dios. Por eso le llamamos "el hombre lleno del Espíritu". La carne vuelve a la tierra, su destino es la muerte; el Viento se levanta, hace volar. Nuestros tesoros no están en la tierra, ni nuestro destino es el destino de toda carne. Llenar de Espíritu cada minuto de la vida, poner sal en cada momento, para que cada una de las situaciones de la vida cotidiana, a menudo tan intragables, se hagan gustosas; regar cada situación, cada actuación, para que el desierto de lo cotidiano y lo vulgar se haga fecundo para que reverdezca el desierto. 2.- DISCERNIR ESPÍRITUS EN NUESTRA VIDA Pablo ha dividido fuertemente nuestras actuaciones y nuestros deseos: proceden del Espíritu de Jesús o "de la carne", lo perecedero, lo que nos pesa y nos carga. Leer nuestra vida, ver qué espíritu nos guía. Mejor hacerlo de lo concreto a lo general, empezando por leer ante Dios el día de hoy, mirando qué espíritu nos ha guiado. Ignacio de Loyola se convirtió a Dios reflexionando sobre los distintos "vientos" que recorrían su alma, y diferenciándolos: el viento de las hazañas caballerescas, de mujeres, batallas, honores, parecía entusiasmarle en el momento, pero le dejaba inquieto y descontento. El Viento que le empujaba a dejarlo todo para imitar la vida de Jesús y de sus santos le inquietaba y le preocupaba, pero le producía paz, le dejaba contento y animado... Y se dejó arrastrar por El Viento. Ignacio daba mucha importancia al examen de conciencia: ¿Qué Viento me ha arrastrado hoy? ¿Un viento "terral", que ha puesto mis ilusiones en lo que perece, en lo que no crea humanidad, en lo que no me realiza sino que solamente me satisface un poco?. ¿Un viento que me ha hecho más o menos persona? ¿Un viento que ha creado algo de humanidad o que ha hecho crecer el dolor del mundo? ... 3.- ¿DÓNDE ALIMENTO EL ESPÍRITU? Podemos pedir a Dios "¡Oh Señor, envía tu Espíritu!", pero debemos buscarlo, alimentarlo. Para esto es nuestra oración, la lectura frecuente del Evangelio, la participación activa en la Eucaristía y el compromiso en servicios concretos que mantengan vivo nuestro espíritu de servicio. Examinar ante Dios si cultivo esa planta o espero que crezca sola, o me conformo con que no crezca... Ven, Espíritu Creador, visita el corazón de tus hijos. Llénalos de tu fuerza, Tú que los has creado. Tú que eres el Salvador, regalo del mismo Dios, fuente viva, fuego, amor, dulzura y fuerza de Dios. Da luz a nuestros sentidos, pon amor en los espíritus, llena de tu fortaleza la debilidad de nuestras vidas. Aleja nuestros temores, concédenos la paz, haz que, guiados por Ti, nos liberemos del mal. Haz que conozcamos al Padre, que comprendamos a Jesús, y que siempre creamos en Ti, Espíritu de la vida. Demos gracias a Dios Padre y al Hijo, Jesús resucitado, y al Espíritu vivificador, por los siglos de los siglos. Tras largos meses de silencio, el cardenal Rouco se fue a Cádiz a pronunciar una conferencia. Allí, presionado por los periodistas, no tuvo más remedio que pronunciarse sobre el IBI. Y lo hizo con un par de aseveraciones que, cuando menos se prestan a una doble interpretación. Porque el cardenal aseguró que, si el gobierno cambia la ley (de mecenazgo y de haciendas públicas), la Iglesia pagará el IBI. Pero advirtió que, si se la obliga a pagar el IBI, el pago repercutirá en la labor social de Cáritas.
La afirmación de Rouco puede interpretarse al menos de dos formas. Una: la Iglesia no tiene una máquina de hacer billetes y, por lo tanto, si detrae recursos para pagar el IBI, tendrá menos dinero disponible para su labor social y, por lo tanto, para los pobres. Pero también se puede entender lo dicho por el cardenal como una amenaza, como un chantaje: ¡Cuidado, si nos obligáis a pagar el IBI, tendremos menos dinero para darle a Cáritas y a los pobres! Y el purpurado madrileño tiene tan mala imagen pública que casi nadie le concede el beneficio de la duda. Y ésta interpretación (tan justa o más que la primera) está levantando ampollas en la opinión pública. Y digo tan justa o más que la primera interpretación, porque Rocuo sabe que la extraordinaria labor de Cáritas apenas depende de la Iglesia. Para ser exactos, en dinero contante y sonante lo que a Cáritas llega de la Iglesia son sólo 5 millones de euros, es decir el 2% del presupuesto de la institución. Cáritas se financia mayoritariamente con donativos privados, ayudas oficiales y voluntariado. Ahora bien, si la Iglesia contabiliza los más de 60.000 voluntarios de Cáritas y los cientos de locales que dependen de las parroquias y de las diócesis, entonces el porcentaje de ayudas directas eclesiales a su brazo solidario es mucho mayor. En cualquier caso, no me parece que haya estado fino el cardenal. Porque la caridad y los pobers deben estar, para la Iglesia, por encima de cualquier avatar. Y si por el pago del IBI tiene que desembolsar un dinero, debe recortárselo en cualquier otra cosa, incluido el gasto litúrgico, por atender a los pobres. No en vano nuestro primer mandamiento es el amor. Y no en vano se nos juzgará no por las veces que vamos a misa, sino por los pobres, hambrientos, necesitados y enfermos a los que hemos atendido. "Tuve hambre y me dísteis de comer..." En el fondo, Rouco es un pragmático realista, a la vieja usanza. Primero, se resiste como gato panza arriba a ofrecer el pago del IBI como gesto de solidaridad en estos momentos. ¿Por qué vamos a renunciar a lo que es nuestro por ley?, suele decir en privado. Y sólo lo hará, si le obligan a hacerlo. Con lo que se está ganando la animadversión de la gente y el cada vez mayor descrédito social de la institución. Porque lo que él dice y hace llega a todas partes, mientras que lo que hacen a pié de obra los voluntarios de Cáritas sólo lo conocen los necesitados. La presión de los ayuntamientos es tan fuerte que Rajoy no tendrá más remedio que cambiar la ley. Y, entonces, la Iglesia tendrá que pagar como todo hijo de vecino. Pero volverá a quedar ante la gente como una institución avara y sin entrañas de misericordia. ¡Cuándo aprenderemos, Don Antonio, que la avaricia rompe el saco y que nuestra Iglesia o es samaritana (sin condiciones) o no es Iglesia de Cristo! Además, a Cáritas no le conviene verse mezclada en estos fregados. Y, a la Iglesia, tampoco. Sobre todo, en plena campaña de marketing para que la gente marca su casilla en la declaración de la renta. ¿Nadie en la CEE hizo el cálculo de cuántas más cruces se marcarían, si la Iglesia se ofreciese a pagar el IBI, como gesto solidario? Parece que no. Es más necesario que nunca recordar que el vínculo de las primeras comunidades cristianas se fraguaba en la fraternidad y en practicar (no solo predicar) la misma fe en todas partes. Los que tenían responsabilidades no se consideraban una autoridad sobre nadie, sino servidores. Solo cuando la Iglesia se va institucionalizando a causa de su crecimiento es cuando se acrecientan los conflictos; cosa muy humana, pero que en el caso de la mayoría de las comunidades católicas occidentales la cosa ha desbarrado hasta convertir a sus cúpulas en organismos alejados del mandato principal del Señor, como le gustaba a Lucas llamar a Jesucristo.
Aquella Iglesia primitiva tan cercana en el tiempo a la vida de Jesús tenía atractivo, y su estilo de vida parecía una Buena Noticia. Sus rectores -y rectoras- procuraron una iglesia con una vivencia comunitaria por encima de las dificultades propias de la diversidad cultural y de las sensibilidades teológicas diferentes e inevitables. Igual que entonces, muchas comunidades tratan de repetir semejante experiencia desde el coraje de su fe pero desde la incomprensión de la jerarquía, por decirlo suavemente. Los incipientes pasos cristianos a partir de la Pascua de Resurrección fueron recogidos en los Hechos de los Apóstoles (parece que Lucas escribió su evangelio incluidos los Hechos, como un todo) cuyo protagonista es el Espíritu Santo. En este libro, más que en ningún otro, se detallan las vivencias y los primeros testimonios cristianos que nos indican el modelo a seguir y la experiencia en la que todos deberíamos mirarnos como misioneros en su sentido más puro de continuadores de la misión de Cristo, marcada por el amor al prójimo. Jesús acogió, perdonó, denunció pero no impuso nada como lo atestigua su muerte en la cruz. Sin embargo, a veces sus principales representantes son los que borran la mejor cara de Dios en lugar de ser los instrumentos, las manos de Dios. Frente a la abundancia de quejas y autocompasiones por la persecución encubierta que los católicos decimos sufrir por amor a Cristo, que puede ser cierta en América Latina y en el Tercer Mundo en general, no vale para nuestro mundo opulento. Aquí viven muy bien los mismos que en tiempos de Cristo se sintieron molestos y furiosos con su mensaje y con su ejemplo. Los católicos de los países ricos damos la impresión de no desear cambios sino la prolongación de lo que tenemos. Los cristianos del bienestar no paramos de hablar de los pobres y actuar a favor de los ricos, aunque nadie va a cambiar la situación si no cambiamos nosotros primero desde una fe regalada que hace preguntas y reclama respuestas. Y en el caso de las jerarquías esto se percibe con mayor claridad al mostrarse como representantes de todos los demás y, lo que es peor, del propio Cristo. No son los medios de comunicación, ni los poderes fácticos, ni los "malos oficiales" los principales culpables del descrédito de los cristianos ni de la constante sangría de creyentes, sobre todo entre nosotros. Nos bastamos nosotros solos para ponérselo 'a güevo' a los que pretenden vaciar el Mensaje y a quienes se sienten defraudados por nuestra falta de esperanza, humildad y misericordia. Si algo brilla en las azoteas curiales es la falta de valor y humildad para mantener lo esencial: el corazón dispuesto a seguir amando a Dios a través del hermano, con hechos. Sin acogida y misericordia, sin ofrecernos a aliviar ¡y no poner! cruces a los demás, mostramos una inconsecuencia que a tantos empuja a abrazar mil placebos, como el de la codicia y el desear los bienes ajenos. Sin la denuncia de las injusticias ni la implicación con los excluidos (Bienaventuranzas), no esperemos cambios, porque nunca seremos creíbles. Ese "ved como se aman" es el único reclamo eficaz para remover las conciencias. Esto también va para la jerarquía, que debería mirarse más en la gran enseñanza de los Hechos de los Apóstoles cuyos protagonistas tuvieron que conjugar desde el principio su "contemplación en la acción" con el conformismo de la dictadura de los preceptos y las condenas del judaísmo y el paganismo heleno y romano. Pero aquellos tuvieron muy claro el objetivo de su fe, y las "armas" para combatir sus debilidades: servicio, coraje, amor y ejemplo. Supieron darse a pesar de las consecuencias. Siempre ha sido así la obra de Jesucristo, desde que empezó, en medio de un gran dilema: cuando interpelan desde el ejemplo de la verdad, viene la persecución; y cuando se hacen fuertes desde el poder mundano, se prostituyen y hay que recomenzar. Ante semejante dilema en medio de los profundos cambios actuales, nuestros jerarcas deberían repetir como un mantra lo que dijo el Maestro: a vino nuevo, no valen odres viejos; y en ello se afanaron aquellas incipientes comunidades cristianas, que son el ejemplo a seguir en su manera de vivir "en medio de lobos". Un pequeño científico, que lleva gruesos anteojos y mira mucho la tele, le dice un día a un anciano ya encorvado, que había dedicado su vida a la investigación científica:
- Hoy en día, profesor, gracias a la ciencia y a la tecnología, nada es imposible. Ya el hombre exploró la luna, ¡seguro que pronto va a caminar sobre el sol! El viejo profesor se endereza ligeramente, se limpia un poco la garganta, fija sus ojos sobre el pequeño y le responde en forma bonachona: - No creas, joven amigo, que sería una hazaña muy grande, pues ya estás caminando sobre el sol. - ¿Yo?, replica el niño asombrado. Señor profesor, yo no estoy sobre el sol sino sobre la tierra. La tierra está a 150 millones de kilómetros del sol, y el sol es un horno tremendamente caliente. Enarbolando la más suave sonrisa, el anciano le responde: - Estar sobre la tierra, muchacho, ya es tener los dos pies sobre el sol, porque has de saber que la tierra no es más que un gran pedazo de sol. Fíjate en el fuego que escupen las chimeneas de los volcanes; este fuego revela la verdadera naturaleza de la tierra. Muchos creen que la tierra es sólo una masa de suelo, piedras y agua e ignoran que antes que nada es una masa de fuego. Esta masa de fuego se separó del sol hace muchísimo tiempo. Con el tiempo su superficie se enfrió y endureció, pero, en su centro, sigue ardiendo con extrema violencia al mismo tiempo que va girando en torno al sol como un bebé panda en torno a su mamá. Vivimos sobre una estrella, mi querido niño. - ¡Vivo sobre una estrella, y no lo sabía!..., exclama el niño abriendo unos ojos inmensos detrás de sus anteojos. - ¡Eso mismo, mi querido niño! Estás viviendo sobre una estrella, repite el profesor acariciando la cabeza del muchacho. Y puesto que no podrías existir sin el sol y sin la tierra, yo añadiría que tú eres un hijo del sol y de la tierra y una estrella como ellos. - ¿Yo, una estrella? exclama el niño más asombrado aún. - ¡Oh sí, una pura estrella! ¡Y mucho más que una estrella! Le retruca el profesor cargando las tintas. El día en que descubras que la realidad siempre sobrepasa en gran medida todo lo que tu cerebro puede percibir, ese día, comenzarás a quedar deslumbrado por la maravilla que tú eres. Ciertamente, la ciencia y la tecnología están descubriendo grandes cosas sobre las estrellas, pueden explorar el interior del cuerpo humano y con una sola de sus partículas clonar otro cuerpo humano, sin embargo, ellas nunca podrán inventar un solo átomo de vida, o la menor parcela de amor. Nunca podrán penetrar el secreto que tienes escondido en lo más profundo de tu ser, allí donde brilla el maravilloso sol que eres. Por ello, ante los más grandes prodigios de nuestros laboratorios e industrias, siempre se podrá lamentar, junto con Confucio, el tener ojos y no ver el monte Tai. El profesor hubiera podido cerrar la conversación con esa sentencia altisonante, pero no puede frenar su deseo de añadirle esta otra: - La ciencia, mi joven amigo, dará pasos agigantados de progreso para el bien de la humanidad sólo cuando se acuerde de que no son los ojos los que crean la luz, sino la luz la que crea los ojos. Dicho esto, el profesor se retira, dejando a nuestro pequeño científico completamente aturrullado. Que el ser humano sea más grande que la ciencia y la tecnología es una novedad absoluta para él. Y por primera vez de su vida, se pone a pensar que nadie debería aspirar a llegar a ser un gran científico si, al mismo tiempo, no busca sinceramente convertirse en un sabio. En su pequeña cabeza chispeante de inteligencia, ya puede prever que a fuerza de exaltar la ciencia a costa de la sabiduría, los humanos de nuestro tiempo corren el gran riesgo de transformarse, sin darse demasiada cuenta, en robots de su ciencia y de su tecnología, y quizá incluso en esclavos de los que ya dejaron sobre la luna el rastro de sus pasos. Soñar con caminar sobre el sol no es tan tonto después de todo, piensa nuestro pequeño científico ahora vuelto sabio en ciernes, basta saber que es necesario comenzar inmediatamente a tomar un mayor cuidado de nuestra tierra, que es como la niña de los ojos del sol, y a preocuparse seriamente de la miserable suerte de los innumerables terráqueos que no tienen todavía su propio espacio para vivir contentos bajo ese mismo sol. Nuestros nueve principios
1. Queremos una iglesia donde Dios nunca deje de ser un misterio, el Inefable; donde nadie pretenda tenerlo encerrado dentro de ningún dogma o concepto humano; donde todos puedan acercarse a él con auténtica libertad compartiendo sus experiencias sin miedo a ser ridiculizados ni menospreciados, por muy diferentes que estas puedan resultar. 2. Queremos una iglesia donde Dios pueda ser identificado como una Presencia de Amor, de Compasión, de Libertad, de Justicia y de Verdad. 3. Queremos una iglesia donde cada uno pueda sentirse plenamente aceptado como persona; y donde todos anhelen aceptar plenamente a los demás como personas. 4. Queremos una iglesia donde Jesús de Nazaret sea el principal criterio de fe y de pensamiento, el referente indiscutible de vida, el modelo a seguir; una iglesia donde se respiren y compartan los valores del Maestro y su compromiso por una nueva humanidad; una iglesia donde se encarne este Evangelio en medio de nuestra sociedad. 5. Queremos una iglesia donde todos puedan tener su lugar de encuentro, su rincón de reflexión, su espacio de solidaridad, su terreno de aceptación; donde cada uno pueda compartir con libertad las experiencias de su fe y las conclusiones de sus pensamientos; y donde todos puedan participar en un intento conjunto de discernir la Voz de Jesús. 6. Queremos una iglesia donde todos sus miembros abran sus brazos en actitud de bienvenida a todo aquel que desee formar parte de la comunidad, sin discriminación alguna de sexo, estado, etnia, inclinación o cultura. 7. Queremos una iglesia donde cualquier dogmatismo estricto e impositivo se vea desplazado hacia la pluralidad y aceptación que pueden encontrarse en el testimonio de Jesús. 8. Queremos una iglesia que les pueda ser de estímulo a hombres y mujeres de nuestro siglo y en nuestra cultura; que nos traduzca con fidelidad aquello que fundamentó la fe en los tiempos y en la cultura de los apóstoles, para que sirva también de fundamento en nuestros tiempos y en nuestras culturas. 9. Queremos una iglesia que fomente la hermandad con todas aquellas personas u organizaciones que caminen tras los pasos de Jesús, o que luchen con medios pacíficos por un mundo mejor, más justo y más igualitario. |
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