El neurocirujano infantil Javier Esparza, uno de los directores médicos de su especialidad más reconocidos de España, alerta sobre las terribles consecuencias humanas de prohibir el aborto en casos de malformación grave del feto. Esparza expone desde su experiencia los sufrimientos que padecen los niños afectados por malformaciones congénitas del sistema nervioso, como la hidrocefalia congénita o la espina bífida abierta.
He sido neurocirujano durante 40 años en diversos hospitales públicos españoles, hasta hace dos años, cuando me jubilé. En 1982, creé el Servicio de Neurocirugía Infantil del Hospital Infantil 12 de Octubre de Madrid, del que he sido jefe hasta hace dos años, además de haber desempeñado otros puestos de responsabilidad: director del Hospital del Niño Jesús en Madrid, director médico del Hospital 12 de Octubre, secretario de la Sociedad Española de Neurocirugía, secretario de la Comisión Nacional de Neurocirugía y profesor asociado de la Universidad Complutense. Durante estos últimos 28 años de mi vida profesional, dedicados exclusivamente a la neurocirugía infantil, he tenido que tratar a muchos cientos de niños que padecían malformaciones congénitas del sistema nervioso, como la hidrocefalia congénita o espina bífida abierta. Desgraciadamente, he sido testigo y he tenido que enfrentarme al tremendo sufrimiento que causan estas anomalías a las familias, pero sobre todo a los propios niños. Quiero suponer, pues no puedo entenderlo de otra manera, que la intención del ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón, es producto del desconocimiento de esta realidad y de estas enfermedades. Una de ellas, la espina bífida abierta (o mielomeningocele), consiste en la ausencia completa del necesario cierre de la médula espinal en el feto. Por esta razón, el tejido nervioso normal de la médula no se desarrollará. En este proceso también participan las ausencias de cierre de la columna vertebral, grupos musculares e incluso de la piel en las áreas en las que la malformación se localiza, generalmente la región lumbar, pero también la dorsal. Así, un niño que nazca con esta patología puede sufrir toda su vida de los siguientes problemas. » Parálisis de ambas piernas. En los casos más graves, que desgraciadamente podrían ser la mayoría si la ley se modificase, el grado de parálisis será completo. » Atrofia en estos casos de los músculos de los dos miembros inferiores con grandes deformaciones en los pies, piernas y también en la espalda, con desviaciones muy graves de la columna vertebral. “Estas anomalías causan un enorme sufrimiento a los propios niños” » Incontinencia completa de orina y de heces. » Impotencia sexual completa. » Hidrocefalia: crecimiento exagerado de la cabeza en el 90% de los niños. » Malformación de Chiari II: malformación en el cerebelo. » Siringomielia frecuente: desarrollo de cavidades anormales en el resto del interior de la médula espinal, que pueden causar parálisis de ambos brazos. » Deficiencia mental en el 55% de los niños aproximadamente. Eso si las medidas aplicadas han sido las correctas durante toda la vida. El tratamiento de estas patologías es muy complejo, y se requieren unidades multidisciplinarias altamente especializadas. Precisarán numerosas operaciones realizadas por muy variados especialistas y en diferentes etapas de la vida: neurocirujanos, traumatólogos, urólogos, cirujanos pediátricos, cirujanos plásticos, etc. Además de necesitar rehabilitación permanente, vigilancia pediátrica y antibioterapia muy frecuente, añadiéndose además todo tipo de aparatos ortopédicos, sondajes vesicales permanentemente, sillas de ruedas y un largo etcétera. Naturalmente, todas estas intervenciones quirúrgicas, la mayoría de ellas muy complicadas, conllevan un número no despreciable de complicaciones, lo que ensombrece todavía más los problemas. Finalmente, resumiré el pronóstico vital y la calidad de vida de estos niños. Como resultado de tantas intervenciones, su estancia en los hospitales puede ser muy prolongada, incluso en algunos casos hasta años de hospitalización. Es por lo tanto imposible una escolarización correcta. Pero el colmo es que todos estos esfuerzos sanitarios, sociales, familiares y del propio niño terminarán antes de las dos primeras décadas, pues la mayoría de estos niños habrán fallecido, dado que esta malformación presenta numerosas complicaciones muy tardías y difíciles de solucionar. Que las malformaciones congénitas del sistema nervioso son las más frecuentes entre todas las malformaciones fetales graves es un hecho ya muy conocido. Por ejemplo, la anencefalia (falta completa de desarrollo de los hemisferios cerebrales) se cifra, según la prestigiosa revista JAMA (año 2000), en seis por cada 1.000 recién nacidos vivos o muertos. No se tienen datos exactos de la incidencia de la espina bífida abierta en la población española antes de las actuales medidas preventivas y de la implantación de la ley de interrupción voluntaria del embarazo, pero se pueden citar las estadísticas del Reino Unido (entre uno y dos por cada 1.000) o de Irlanda (tres por cada 1.000). En Argentina, país en el que la interrupción del embarazo solo se permite en casos de violación, pero en el que se realiza como en España la prevención con ácido fólico durante la gestación, la cifra publicada en al año 2000 es de 2,7 por cada 1.000 recién nacidos vivos. En España se ha practicado durante muchos años un excelente programa de prevención de la espina bífida, y desde la implantación de la ley del aborto, la prevención con ácido fólico durante la gestación y el diagnóstico prenatal de estas lesiones, la prevalencia es solo de ocho casos por cada 10.000 recién nacidos vivos; es decir, uno por cada 1.000 en recién nacidos vivos. En sectores profesionales implicados en estos problemas esto siempre se ha considerado como un gran avance de la sanidad española, en comparación con periodos históricos anteriores, y también con otros países. Desgraciadamente, si se suprime el supuesto de interrupción del embarazo, mucho me temo que volveremos de nuevo a cifras terribles, dado que se trata de malformaciones frecuentes. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), la natalidad española es de 10 nacimientos por cada 1.000 habitantes. Es decir, de 486.000 en el año 2010 y de 468.000 en 2011. Extrapolando datos, podríamos asumir que España se colocaría en una situación similar a la de Argentina, con 2,7 por cada 1.000 casos, o a la de Irlanda —que permite solo el aborto por riesgo para la salud de la mujer—, que con terapia de ácido fólico tiene un porcentaje de tres por cada 1.000 casos en recién nacidos vivos. Así, en el caso español y continuando el tratamiento preventivo con ácido fólico, nos colocaríamos en una cifra aproximada de 1.200 a 1.400 casos de niños con espina bífida al año. ¿Es el Gobierno consciente de ello? ¿Cómo piensa gestionar este problema? ¿Qué se les puede explicar a las familias e incluso a los futuros niños? ¿Que por la decisión de un político que fue ministro de Justicia no han podido valorar otras opciones? No creo que ninguna sociedad tenga el derecho, y menos pudiendo evitarlo, de cargar a ningún ser humano con sufrimientos más allá de lo imaginable. Por otra parte, siempre he creído que los Gobiernos y las leyes deben estar al servicio de los seres humanos para ayudarlos, pero no para castigarlos; y mucho menos por intereses posiblemente espurios.
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El día 10 de noviembre de 2012, o sea, hace unos seis meses aproximadamente, escribí ESTE ARTÍCULO en mi blog a raíz de la decisión tomada por el Tribunal Constitucional en ese mismo mes, concretamente, el 6 de noviembre del mismo año.
Cayó aquel gol como un jarro de agua en el machista, intolerante y cerrado grupo solo de hombres de la Conferencia Episcopal española. Rouco y Rajoy, los dos gallegos presidentes de los equipos más poderosos que tiene en estos momentos este país, en lo religioso (Iglesia) y en lo político (el PP) enfrentados en una guerra fría. Como el Barsa y el Madrid, tal cual. Una lucha de poderes a cara de perro pues aunque coinciden y hacen el paripé de cara al público en muchas cosas, cierto es que se llevan fatal. Y no solo entre las cúpulas sino entre las bases. Monstruosas entidades que no se sacian. Cuanto más poder tienen, más poder quieren. Y no terminan de saciarse. Dos hombrecitos jugando como niños a ver quien se lleva el gato al agua. Decía yo en aquel artículo que el TC les había marcado un gol por toda la escuadra al episcopado y a las huestes integristas españolas. Al mismo tiempo que me alegraba inmensamente por la noticia, mi subconsciente me decía que el partido iba a durar mucho tiempo. Lejos de resignarse, como ellos predican, ante las adversidades y como espoleados por aquella supuesta humillación tenían que conseguir como fuera el empate y, de paso, darle la vuelta al marcador. Y así ocurrió y así está ocurriendo. Y de qué manera. Veamos. El político, zorro como él solo, en una maniobra brusca pero muy sutil se adelanta el mitrado y acude a Roma (15/04/2013) a ver a Francisco, el nuevo papa argentino que, por cierto, de momento solo está cumpliendo con la labor de enjalbegar (blanquear las paredes con cal, yeso o tierra blanca) una iglesia corrupta y en una visita que dura 24 minutos le comunica que no se preocupe. Que lo de los matrimonios gays es algo que solo afecta a un gran sector y al mismo tiempo extendido en muchos países del mundo y había que asumirlo. No me extraña, el muy ladino, que le contestara ante una supuesta observación pontificia al respecto, algo así como: Ustedes tienen un grave problema con la pederastia en el mundo y aquí no pasa nada ni han hecho nada. O sea que… calladito por si acaso. Eso sería “pecata minuta” o una insignificancia con lo que estaba proyectando el gobierno. Posteriormente se reúne con Tarsicio Bertone, el gran cóndor cardenalicio que todavía sigue llevando las riendas, de forma subrepticia, del pequeño gran estado católico. El verdadero papa en la sombra, vamos. A todas estas, Rouco, callado como una p… y a la espera aunque por dentro imagino el cabreo sordo y de rabia contenida porque el gol que le iban a meter en fuera de juego por milímetros a la ciudadanía y en perfecta combinación con un juez de línea del partido gobernante, quería marcarlo el purpurado pero no. Lo marcó un tal Wert y aunque era consciente de que estaba haciendo algo que encendería los ánimos de muchos y variados sectores de la sociedad, éste se creció como un león, según su verborrea, para cantar el gol. Aquellos sectores variados y mayoritarios asistían, atónitos, a un retraso en el tiempo. Una vez más habían conseguido indignar. La religión católica, de nuevo, contaría para nota media y para acceso a becas. Nada más y nada menos. No una asignatura que abarcara a todas las religiones del mundo y como acontecimiento social fuera estudiada o conocida para enriquecimiento cultural. No. El objetivo es claro: adoctrinar a los alumnos con la disculpa de que es optativa para decir: no al aborto, no a las relaciones sexuales fuera del matrimonio, no a los preservativos, no a la vestimenta provocativa, no a las uniones o matrimonios gays y menos la adopción de niños, no a la pluralidad de pensamiento, no a la libertad de conciencia, no a los divorciados y sus nuevas parejas y sí al rosario diario, al rezo como solución de todos los problemas, sí al matrimonio indisoluble, sí a la doctrina de la iglesia católica, sí al catecismo, etc, etc. Y todo en virtud de un tratado obsoleto, partidista e interesado entre el Vaticano y los distintos gobiernos que lleguen al poder, sean del signo que sean. Y ¡ojo¡ el partido no está ni mucho menos acabado. Esto no se va a quedar en empate. En el banquillo, esperando su oportunidad y calentando en la banda para también marcar gol, está “monseñor Gallardón” con su contrarreforma de ley del aborto. Al tiempo. Aquí de lo que se trata es de jugar con los ciudadanos y ciudadanas. Y aquí, en España, mientras no haya una efectiva separación entre iglesia y estado y mientras no se anule y se rompa ese acuerdo, por respeto a muchísima gente que no es de esta religión o que es agnóstica o que es no creyente y por respeto a una constitución, cada día más denostada, que dice claramente que este estado es aconfesional. Mientras esto no llegue a su fin, la educación pública y laica, columna vertebral de un país en progreso, y demás derechos que se han conseguido como señal inequívoca de libertad de pensamiento y, sobre todo, de conciencia… esto seguirá siendo un cachondeo y una tomadura de pelo. Durante muchos años me he debatido con la pregunta ¿Cómo pensar en Dios? ¿Cómo podemos hablar hoy de Dios? ¿Es una Persona, una fuerza, la naturaleza misma?
Los teólogos y filósofos han tratado de encontrar respuestas. Y han sido realmente diversas. No sabemos nada de Dios, pero los discursos que pretenden 'saber' de Dios se han multiplicado a lo largo de los siglos. o Para los panteístas como Spinoza, "Dios es el nombre que damos a la naturaleza". o Otros tratan de ser más prudentes y se refieren a Dios desde una experiencia interior, como de una Fuerza que nace en ellos. o Otros más, pensaron que 'Dios' es un constructo humano para referirse al conjunto de valores que han ido surgiendo a lo largo de la historia de la humanidad. o Y tenemos la posición de la Biblia y la tradición judeo-cristiana de que a Dios hay que entenderlo en términos de personalidad: Dios es persona. Es la postura tradicional que ha prevalecido hasta ahora entre nosotros. Ha habido épocas en las que casi nadie discutía la existencia de Dios. Un Dios Persona que vive en el cielo e interviene de vez en cuando en la tierra para 'arreglar' las cosas. Se le veía detrás de todo acontecimiento humano o natural, especialmente de aquellos que resultaban inexplicables. Y no faltaban las autoridades adecuadas, las diferentes iglesias y sus magisterios, para dar todo tipo de definiciones y precisiones. Pero el avance de los conocimientos científicos y la reflexión heredera de la Ilustración ha hecho que Dios no sea en nuestro tiempo tan evidente. El hombre moderno exige verificaciones fiables. Los horrores del siglo XX, como el Holocausto, el sufrimiento desmesurado de los inocentes, han sacudido terriblemente el soporte de esa teología de un Dios personal y providente. ¿Cómo creer en Dios en la planta de oncología infantil? Parecería que creer en un Dios personal sería algo de tiempos pasados, de ignorantes. No es nada fácil hablar de Dios en nuestros días. Los contextos en que surgieron los lenguajes que usamos ya no existen. Con el tiempo, ese antropomorfismo se habría quedado obsoleto y debería ser reemplazado por otros modelos no-teístas, más modernos. Así lo piensa el obispo anglicano John Shelby Spong en su libro "Un cristianismo nuevo para un mundo nuevo". En todos los ámbitos está hoy de moda un cristianismo-budista, o cristianismo-hinduista. Pero francamente, me parece una 'desmesura' lo que está ocurriendo con esa suerte de 'panteísmo' a lo cristiano. ¿Reconocería Jesús a su Abba en esas ideas? La corriente orientalista nos ha quitado 'la nuez' y nos ha dejado el 'cascarón'. Es decir, que se sigue empleando la palabra 'Dios' pero dándole un contenido diferente, mejor dicho, vaciándolo de contenido. No sé si es honesto esto. Los orientales no lo hacen con sus ideas. El que cree en el Brahmán impersonal, nunca lo trata como personal, porque el Brahmán no puede significar eso. El Tao chino, es impersonal, porque no puede no serlo. Sería una contradicción de términos. El 'vacío', el freno a la mente, la meditación nihilista... no me dicen nada. No le encuentro relación con Dios. ¿Qué es orar? Para mí es un 'hablar' entre un Yo-Tú. Nuestro lenguaje es limitado y nos traiciona a menudo, pero la alternativa del silencio, del no-pensamiento, hace que 'Dios' desaparezca en una nebulosa. Yo respeto al que quiera creer eso. Pero tras años de reflexión, no veo motivo para rechazar nuestra tradición cristiana en un Dios personal. No considero la herencia occidental inferior a la oriental. Parece que todo se hizo mal en occidente, aunque los derechos humanos se deriven del pensamiento cristiano, y no del budista. No defiendo un fundamentalismo caduco. Debemos reconocer los errores, abusos, traiciones, etc. que hemos perpetrado los cristianos a lo largo de los siglos. Pero creo que se puede reformar, renovar, actualizar, esa fe cristiana. Y mantenerla. Quienes creen en un Dios personal no han de sentirse inferiores ni desfasados. Es una lástima que los teístas hayamos proyectado esas imágenes infantiles de Dios, que lo hayamos construido 'a nuestra imagen'. Todo esto es cierto. Debemos pues mejorar el pensamiento, ser más humildes al hablar, ser más prudentes. Acerquémonos a ese Dios con respeto, aceptando nuestras ignorancias, evitando todo lo que anula realmente la distancia con el Misterio... pero a la vez expresemos nuestra experiencia sabiendo que sólo estamos balbuceando. Todo lenguaje humano no es más que un balbuceoque habla del misterio que nos habita. Ya Paul Tillich decía que por encima del 'Dios de los teísmos' estaba Dios. Los cristianos además no sólo creemos en esa Deidad personal sino que, siguiendo las enseñanzas de Jesús de Nazaret, afirmamos que 'es bueno'. Bondad es una palabra relacional, entre seres capaces de ello. Dios no es definible, pero sí es vivible, experimentable. En realidad la única persona que es constatable en esa experiencia es el propio ser humano. Así que lo que realmente expresamos es que mi relación con la Fuente es de tipo personal. El Misterio deja de serlo en el momento que decimos 'es' en vez de decir 'mi relación es'. Es cierto también que los occidentales tenemos necesidad no sólo de nombrar, sino de definir. Si a esa Fuente de bondad y compasión la nombramos 'Dios' enseguida tenemos la necesidad de definir a ese Dios. Y a partir de ese momento 'Dios' se convierte en idea, y deja de ser experiencia. ¿Sería más razonable partir de 'un no-saber' y de una reflexión sobre la vida propia? Se trataría de encontrar en nosotros 'las huellas' de esa acción que no es sólo de nosotros. No se trata de nombrar, de hacer teología, sino de estar a la escucha de lo profundo y estar disponible para actuar en favor de otros que nos necesitan. Esa Voz interior podría ser nombrada 'Dios' pero aposteriori, en la lectura personal que hacemos de lo vivido. Dios seguirá siendo el Inefable, el Indecible. Pero el hombre necesita 'decirse a sí mismo' ese encuentro para poder comunicarlo a otros. Así que cuando alguien dice que cree en 'un Dios personal', no lo está describiendo, sino que está diciendo 'mi relación con el Inefable es de tipo personal'. Lo vive como un encuentro con un 'Tú' que le sale al encuentro. Podríamos decir que 'personaliza' el misterio a causa de su vivencia. En las religiones no-teístas, las personas viven ese 'encuentro' con el misterio, de una manera no-personal, en el sentido de que es un encuentro del tipo Yo-Ello. Cuando nos dicen que Dios es impersonal tampoco lo están describiendo. Ambos lenguajes, personal e impersonal, son legítimos mientras pretendan limitarse a lo que son: la expresión de una experiencia vivida en lo más profundo. Los místicos no tenían problema alguno para utilizar ambas manera de referirse a la divinidad. Pero ambos lenguajes fracasan cuando van más allá y pretenden decir qué es la divinidad. El gran pensador francés Marcel Légaut escribió en "Llega a ser uno mismo": "Siguiendo la tradición milenaria de los creyentes que balbucean su fe tal como pueden y su época se lo permite, podemos llamar, a esa acción que opera en el interior, "acción de Dios", sin hacer de Dios, de ningún modo, sino más bien negándonos a ello, una representación bien definida, igual que las que, en el pasado, solían hacer los hombres, pueril o espontáneamente" ("Llega a ser uno mismo"). Corrigiendo los abusos del antropomorfismo, Tomás de Aquino ya propuso que el mejor camino para hablar de Dios era la predicación analógica. La idea es la siguiente. Aun sin tener un saber, de alguna manera tenemos algo en común con Dios. Algo que permite que nos relacionemos con él. En otros modelos, el único ser que tiene inteligencia o consciencia sería el hombre. El hombre podría pensar en la naturaleza, pero no viceversa. En este caso el panteísmo tendría un 'dios' que no podría ser consciente de la existencia del hombre. Si es una mera 'fuerza', ¿cómo llamar entonces 'Dios' a aquello que en realidad es inferior a nosotros? El filósofo Anthony Flew, quien se convirtió en teísta después de más de 50 años de ateo, observa en su libro "Dios existe" que en el dinamismo creador que encontramos en el universo hay una'intencionalidad'. En el caso del ser humano esa intencionalidad se traduce en el surgimiento del gran misterio de la Conciencia. ¿Cómo deberíamos pensar en la Fuente de ese dinamismo creador? ¿Habría querido el surgimiento de un ser consciente con el cual relacionarse? ¿Lo impersonal 'quiere algo'? Y el filósofo Martin Gardner, que no se consideraba cristiano, exploró los diferentes modelos del hablar sobre Dios y escribe en su libro "Los porqués de un escriba filosófico": "Sin embargo, si Dios ha de tener algún significado en la vida humana, hay que modelarlo de alguna manera. He expuesto las razones por las que creo que el modelo personal, con el antropomorfismo restringido por la doctrina de la predicación analógica, es el mejor modelo que tenemos, y de hecho es el único, si no queremos caer en un panteísmo en el que Dios se evapora en una nube acuosa de tan poco valor emocional que uno podría simplemente prescindir del símbolo de Dios". Martin Gardner utiliza la palabra 'símbolo' para mostrar que la palabra se refiere o señala a una realidad más allá de sí misma. Gardner se cuida muy bien de resaltar que somos nosotros 'quienes moldeamos' quienes creamos un 'modelo' para hablar de Dios, basado en la predicación analógica. La predicación analógica nos permite también utilizar un criterio. Si en Dios existe algo análogo a lo personal entonces debe ser mejorque nosotros. No podemos pensar en Él como un ser vengativo, cruel, que envía enfermedades, ordena masacres, discrimina a personas. Aunque no tengamos respuestas a la presencia del mal, al menos sabemos a quién no atribuírselo. Todo esto nos obliga a purificar imágenes infantiles, a estar atentos a que no se parezca demasiado a nosotros. Dios será siempre mejor. Jesús lo dijo sin paliativos: "Nadie es bueno, sino sólo Dios"(Mc 10,18) Lo importante en todo esto es estar atento a esa ' Presencia' que nos llama, a esas mociones interiores, a esas exigencias de vivir en lo verdadero, a no hacer trampas con uno mismo, a mirar al 'otro' con misericordia, o sea a traducirlo en la vida real. Es entonces cuando vemos a Dios como el que nos inspiró, nos sostuvo o nos fortaleció. Y escogeremos el lenguaje que mejor nos ayude a expresarnos, sabiendo que todo lenguaje sobre lo divino nunca describe, sólo evoca... Como dice el teólogo Belden Lane: "Debemos hablar y, sin embargo no podemos hacerlo sin tartamudear... El lenguaje sobre Dios recorre la zona fronteriza de los límites del lenguaje, usando el habla para confundirla, hablando en clave, llamándonos a un humilde silencio en presencia del misterio". Para renovar el cristianismo en el siglo XXI no es necesario aceptar una versión panteísta del mismo. Será una opción legítima si es la expresión de una espiritualidad personal. Pero no es la opción ineludible. Se puede optar por mantener el modelo 'personal' de Dios, siendo conscientes de que no estamos describiendo a Dios mismo, sino que estamos dando cuenta de un encuentro de tipo personal. La predicación analógica de Santo Tomás es una vía aceptable e inteligente para hablar de esa Presencia indefinible. También se pueden explorar nuevas vías como las que nos sugiere Marcel Légaut, que abre esa búsqueda a todo tipo de persona, creyente, agnóstica o atea, que es consciente del misterio que le habita, y se interroga. Por último, es importante darnos cuenta de que Jesús, fiel a la tradición de Israel, pensaba en un Dios personal, al que llamaba 'Abba'. Esta palabra señala una experiencia profunda vivida en lo íntimo. Los frutos fueron evidentes. Sea lo que pensemos o digamos de 'Dios', Jesús de Nazaret nos enseña a identificarlo con la Bondad. Una Presencia o Consciencia de Bondad, Compasión, Libertad y Justicia. Si hacemos de ese Dios-Bondad nuestro criterio existencial, entonces no temamos los cambios de los tiempos, siempre será nuestro contemporáneo. La tradición judeo-cristiana nos invita a encontrarnos con ese Padre de los hombres, mediante la Fe. La fe es confianza, no la elaboración de doctrinas y dogmas, que en todo caso sirven para indicar el camino, pero no son el camino mismo, y se pueden corregir o mejorar. La Fe-confianza es lo que permanece a través de los siglos. ¿Y en quién confiaron nuestros padres? Y nosotros, ¿en quién confiaremos a pesar de todas las cosas sin sentido que encontramos? ¿Acaso no ha de ser en el Dios Bueno de Jesús, en su Abba, Padre-Madre de todos los seres humanos y de toda la Creación? Es un fragmento del "Sermón de la Cena". Jesús anuncia a sus discípulos que se les enviará el Espíritu, que les aclarará todas las cosas que aún no pueden comprender. El texto está repleto de expresiones simbólicas: "recibirá de lo mío" suena a aquella escena de los Números en que el Espíritu de Moisés es repartido también a los ancianos del pueblo. (Num. 11, 16).
En la enigmática frase final se insinúa esa comunidad de bienes entre el Padre y Jesús. Se está hablando del Espíritu; de ese Espíritu participarán los discípulos. Juan está adelantando la idea de que la comprensión plena de Jesús se dará solamente después de la Resurrección. Será entonces cuando los discípulos llegarán a la fe en Jesús y podrán dar respuesta a la pregunta "¿quién es éste?", que se ha formulado a lo largo de todos los relatos evangélicos (en los que se adelanta ya la respuesta, pues los evangelios se escriben como testimonio de esa misma fe pascual). Todos estos textos han de ser leídos por tanto teniendo en cuenta que el autor pone en boca de Jesús palabras que son ya elaboraciones teológicas. Palabras no pronunciadas por Jesús, que manifiestan la comprensión sobre Jesús que van alcanzando las comunidades cristianas; en este caso, formulaciones cristológico/trinitarias que serán el punto de arranque de la dogmática elaborada por los Padres a partir del siglo II. Algunos teólogos un poco presuntuosos han querido explorar la intimidad de Dios, entrar en su misma esencia, conocerlo como nos conocemos las personas, como conocemos la Creación, describirlo, explicarlo, conocerlo "por dentro". Es normal, el ser humano es un "animal curioso", capaz de hacerse toda clase de preguntas, incluso aquellas preguntas cuyas respuestas están muy por encima de su capacidad de comprender. Pero, en el caso de Dios, hemos topado con nuestros propios límites. Permítanme recordar una escena maravillosa del Libro del Éxodo. Está Moisés en la Tienda de Encuentro, dialogando con Dios, ante la NUBE de incienso que vela la presencia del Señor, y, en un arrebato de amor y de deseo, le pide a Dios: - ¡Déjame, por favor, ver tu rostro! Y le contesta el Señor: - Haré pasar ante ti mi gloria, y pasaré ante ti, pero cubriré tus ojos con mi mano para que no veas mi rostro. Cuando pase, retiraré mi mano y me podrás ver de espaldas; no puedes ver mi rostro sin morir. (Éxodo 33,18 Y ss.) "No puedes ver mi rostro". No puedes conocerme más que "de espaldas". El pueblo de Israel lo sabe muy bien, por eso no se atreve a hacer imágenes de la divinidad, porque no hay imagen alguna de cosas de la tierra que pueda parecerse siquiera de lejos a la esencia de Dios. Creo que hemos perdido un poco ese respeto. Nuestros pintores se atreven a pintar a Dios: es un señor anciano, vigoroso y venerable, que flota por los cielos transportado en carro de nubes por preciosos ángeles multicolores. Más aún, nos hemos atrevido a decir que es uno pero son tres: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Y también nos atrevemos a pintarlos: el Padre venerable y con barbas; el Hijo, Jesús; y el Espíritu, como una paloma entre los dos. Pero esto no son más que vulgarizaciones. Los teólogos se han atrevido a más, y han descrito las relaciones entre ellos, cómo procede el Hijo del Padre, y el Espíritu de los dos... Afamados teólogos elucubran asombrosamente sobre la trinidad en sí misma, sabemos mucho acerca de cómo proceden entre sí las tres divinas personas. Formulamos en el Credo expresiones sobre la generación del Hijo y la procesión del Espíritu, y la consubstancialidad de las personas. Y hasta una de las más fuertes escisiones de la Iglesia que haya sucedido en toda su historia tiene uno de sus fundamentos en diferencias sobre esta generación intratrinitaria. (La otra diferencia, quizá la causa más verdadera de la ruptura es, por supuesto, una cuestión de poder). Y empezamos a sentir temor y desazón, porque hemos entrado en la intimidad de Dios como quien entra en su propia casa y queremos que nuestras pobres palabras, nuestras imágenes con pies de barro sean capaces de representar a Aquel cuyo rostro no puede ver el hombre mortal. ¿No hablamos con demasiado desparpajo de la Santísima Trinidad? ¿No está nuestro lugar un poquito más abajo? ¿no nos vendría bien recuperar el respeto ante Dios? Una cosa es segura. Conocemos de Dios lo que Dios nos ha dicho de sí mismo. Todo lo que nuestra mente es capaz de conocer de Dios ha de basarse en Su Palabra, si no queremos correr el riesgo de decir muchas tonterías. Y sí que hay Una Palabra estupenda de Dios acerca de sí mismo: se llama Jesús de Nazaret. Para nosotros, los que creemos en Jesús, Él es todo lo mejor -lo único y más que suficiente- que podemos conocer de Dios. Y en Jesús conocemos a Dios de tres maneras: Como un viento irresistible que empuja la historia del mundo desde dentro, como cuando se hinchan desde dentro las velas de un barco y empieza a navegar, arrastrado por algo invisible y poderoso. Le hemos llamado "El Espíritu", el viento de Dios. Y lo hemos "visto" soplar poderosamente en el mismo Jesús, y lo hemos visto soplar poderosamente en la primera comunidad cristiana, sobre todo a partir de aquella formidable mañana de Pentecostés; y lo seguimos viendo soplar en el amor y el entusiasmo de tanta gente buena que sostiene el mundo y nos hace mantener la fe y la esperanza. En Jesús, ese viento formidable era salud y era PALABRA. Todo Jesús es para nosotros Palabra: cuando cura y cuando habla, cuando se compadece y cuando se cansa, cuando muere y cuando triunfa, vemos ante todo LA PALABRA. Los que seguimos a Jesús lo entendemos como "La Palabra", no solamente por lo que dice sino por lo que hace, por su manera de ser y de vivir. Hasta el punto de que pensamos que en él podemos conocer a Dios, porque Dios se ha dado a conocer en él. Es el mensaje de Dios sobre sí mismo, su mejor comunicación. Y entendemos: el Espíritu de Dios se hace en Jesús Palabra para nosotros, mensaje de cómo es Dios. Por eso Juan Evangelista le llama el Logos, el Verbo, la Sabiduría, la Palabra de Dios hecha carne. Y ahí sí que conocemos de verdad cómo es Dios. Y entonces surge nuestra estupenda sorpresa: cuando Dios habla de sí mismo - en su Palabra, que es Jesús - no habla de Infinito, de Eterno, de Creador, de todas esas cosas maravillosas que nosotros nos imaginábamos. Habla de ABBÁ, de papá cercano imprescindible, que es lo mismo que hablar de médico que se contagia por curar a sus enfermos, que es lo mismo que hablar del pastor que arriesga su vida por cada oveja. Y nos quedamos asombrados, porque todo era más sencillo, y mucho más importante de lo que nosotros pensábamos. Ya no se trata de un dogma casi incomprensible, algo así como de que uno y tres es lo mismo, sino de que Dios se comunica conmigo - Palabra - actúa en mí - Espíritu - y es mi Padre con quien puedo contar para salvar mi vida. Y que estas tres cosas me convierten en hijo, como convirtieron en Hijo al carpintero de Nazaret. A él, lleno del Espíritu, ese Hijo con mayúsculas, el Primogénito, el Amado. A mí, en quien sopla un poco del Espíritu, del mismo Espíritu, en proyecto de hijo, en camino hacia serlo. Padre, Palabra y Viento, eso es Dios para mí: y esas tres cosas las he visto en Jesús, en el que hemos visto soplar como un huracán el Viento de Dios, en el que sentimos viva y presente La Palabra, el primero que se atrevió a llamar a Dios "Papá", y por eso se ganó el título de "El Hijo". Porque hijos somos todos, pero como Jesús, nadie. Es admirable: ese misterio remotísimo e incomprensible de la Santísima Trinidad, que yo pensaba que no me interesaba nada, se convierte en algo importantísimo para mi vida: saber cómo es Dios es a la vez saber cómo es mi vida, y es fuente de seguridad, estímulo y luz para todos los que queremos caminar correctamente por el mundo. Así que cuando te pregunten "¿quién es Dios nuestro Señor"? no empieces con aquello de "un señor admirable y poderoso, eterno y creador, que mora en los cielos...". Di más sencillamente: Dios es para mí el Padre con quien puedo contar, la Palabra que guía mi vida entera, el Viento que me ayuda a navegar... y todo eso lo he descubierto en Jesús, el Hijo, el hombre "lleno del Espíritu". Sólo en Jesús conocemos a la Trinidad. A veces parece como si conociéramos a la Trinidad por el Antiguo Testamento o por el esfuerzo de nuestra razón, y lo aplicáramos luego a Jesús, reconociendo en Él al Logos, al Hijo eterno, a la Segunda Persona, ya conocidos previamente. Es al revés: en Jesús de Nazaret, ese hombre al que conocemos como el hijo del carpintero, a cuya madre conocemos, cuyos hermanos y parientes viven entre nosotros, en ese hombre hemos descubierto a Dios: a Dios nadie le ha visto jamás: pero Jesús nos lo ha dejado ver. No pocas veces cometemos también el error de estudiar la Trinidad a través de presuntas palabras de Jesús, sin caer en la cuenta de que esas palabras que los evangelistas (Juan ante todo) ponen en labios de Jesús, son ya interpretaciones humanas, cristología trinitaria de las primeras generaciones cristianas, sumamente respetable, pero sometida ya a más complicaciones. A Dios nadie le ha visto jamás, ni le ha comprendido jamás, ni es nadie capaz de meterlo en su cerebro. Si nos aventuramos más allá de lo que hemos visto y oído, de lo que nuestras manos han podido tocar del Verbo de la Vida, corremos peligro de no creer en Dios, sino en nuestras propias mediaciones. PARA NUESTRA ORACIÓN Yo creo sólo en un Dios, en Abbá, como creía Jesús. Yo creo que el Todopoderoso creador del cielo y de la tierra es como mi madre y puedo fiarme de él. Lo creo porque así lo he visto en Jesús, que se sentía Hijo. Yo creo que Abbá no está lejos sino cerca, al lado, dentro de mí, creo sentir su Aliento como un Brisa suave que me anima y me hace más fácil caminar. Creo que Jesús, más aún que un hombre es Enviado, Mensajero. Creo que sus palabras son Palabras de Abbá Creo que sus acciones son mensajes de Abbá. Creo que puedo llamar a Jesús La Palabra presente entre nosotros. Yo solo creo en un Dios, que es Padre, Palabra y Viento porque creo en Jesús, el Hijo el hombre lleno del Espíritu de Abbá. "Trinidad" es otra forma de hablar de "No-dualidad". Y todavía podemos nombrarlo de otro modo: "Relacionalidad".
Entre esos términos –también ellos, como todos los conceptos y todas las palabras que usamos, mentales-, no solo no hay oposición, sino que resultan equivalentes. Lo que sucede, una vez más, es que cuando los leemos o intentamos captarlos desde la mente, y a falta de una experiencia personal de no-dualidad, los empobrecemos radicalmente, tergiversándolos, al separar y fracturar lo que, en realidad, es siempre no-separado. De ese modo, una lectura mental del misterio cristiano de la Trinidad lo reduce a un enigma que, en categorías filosóficas griegas, se formuló como "tres personas en una sola naturaleza" o "tres personas y un solo Dios". En la práctica, sin embargo, dio lugar más bien a un triteísmo, ya que el Padre, el Hijo y el Espíritu se pensaban –la mente no puede hacerlo de otra manera- como tres "seres" separados, a los que el creyente podía dirigirse de manera independiente. Sin embargo, a lo que apunta el llamado "misterio de la Trinidad" –que, por cierto, la tradición hindú también conoce, en lo que llaman la "Trimurti": Brahma, Visnú y Shiva- es precisamente a la relacionalidad o no-dualidad. El misterio viene a señalar que lo que existen no son realidades "sustantivadas" –pensadas luego como "objetos" individuales-, sino una pura y admirable Relación. Nosotros no somos, tampoco, individuos separados, como cree nuestra mente, que nos identifica como yoes o egos. Eso es solo una forma que la relacionalidad toma, al objetivarse en el proceso mental. Somos la Realidad Única, que es Relacionalidad y se expresa en formas particulares. Sin querer considerarlo como "prueba" de nada, no deja de resultar significativo el hecho de que, en el mundo de las partículas elementales, la física cuántica observa algo similar. En la realidad subatómica, no existen "objetos" –partículas delimitadas-, sino pura y simplerelación entre probabilidades de existir que, en un momento dado, debido a la intervención del "observador", colapsan, ahora sí, en partículas objetivas. Puede decirse de otro modo: La cognición no-dual se parece en todo a la ecuación de onda de Schrödinger: la voluntad del observador fracciona la simultaneidad no-dual, al igual que la voluntad del observador colapsa la función de onda que define la expresión energética de una partícula subatómica. En el campo de la física cuántica, una partícula, antes de ser observada, "ocupa" todos los espacios y todos los tiempos: es pura probabilidad de existir. Es el investigador (observador) quien, al observarla, provoca el colapso de la función de onda, haciendo que aquella adopte solo una forma y una posición determinadas. Del mismo modo, a nivel cognitivo, si acompañásemos cualquier percepción sin intentar modificarla, el objeto acabaría mostrándose tal como es: una infinitud de informaciones que interactúa con todas las demás. El objeto se nos mostraría en su infinitud. La Trinidad, desde una lectura no-dual, apunta al hecho de que todo lo Real es un permanente Darse (Padre) y Recibirse (Hijo) en un Dinamismo (Espíritu) eterno. Y en ese "movimiento" se halla incluida –no podría ser de otro modo- toda la Realidad, que es Relacionalidad, en un Abrazo no-dual que unifica las "dos caras" de todo lo existente: lo invisible y lo manifiesto. En esa belleza relacional, todo se halla en todo: hay un único Fondo –como tantas veces dijera el Maestro Eckhart- que se manifiesta como relacionalidad en infinidad de formas que, sin embargo, participan siempre de aquel Fondo original que las constituye para siempre. Desde este punto de vista, venimos a constatar que el misterio de la Trinidad está hablando de nosotros. Y nos hace caer en la cuenta de que nuestra verdadera identidad no puede ser nunca el yo objetivado –del que solemos vivir esclavos, encerrados en los barrotes que nuestra mente ha construido-, sino aquel mismo Fondo, Consciencia amorosa o Presencia consciente que se halla en el origen y en el núcleo de todo lo Real. A ese Fondo se le puede seguir llamando "Dios", siempre que no caigamos en la trampa (mental) de objetivarlo, separándolo. Para eso, necesitamos "salir" del pensamiento y abrirnos al Misterio de Lo que es, de un modo directo, inmediato, experimentando que, si no lo pensamos, ya nos descubrimos en (y como) Él. De Dios no sabemos ni podemos saber absolutamente nada. Ni falta que nos hace, porque tampoco necesitamos saber lo que es la vida fisiológica, para poder tener una salud de hierro. La necesidad de explicar a Dios es fruto del yo individual que se siente fortalecido cuando se contrapone a todo bicho viviente, incluido Dios.
Cuando el primer cristianismo se encontró de bruces con la filosofía griega, aquellos grandes pensadores hicieron un esfuerzo sobrehumano para "explicar" el evangelio desde aquella arrolladora filosofía. Seguro que ellos se quedaron tan anchos, pero el evangelio quedó hecho polvo. El lenguaje teológico de los primeros concilios, hoy no lo entiende nadie. Los conceptos metafísicos de "sustancia", "naturaleza" "persona" etc. no dicen absolutamente nada al hombre de hoy. Es inútil seguir empleándolos para explicar lo que es Dios o cómo debemos entender el mensaje de Jesús. Tenemos que volver a la simplicidad del lenguaje evangélico y a utilizar la parábola, la alegoría, la comparación, el ejemplo sencillo, como hacía Jesús. Todos esos apuntes tienen que ir encaminados a la vivencia. Pero además, lo que la teología nos ha dicho de Dios Trino, se ha dejado entender por la gente sencilla de manera descabellada. En el tema de la Trinidad, la distinción de las tres "personas", sólo se refiere a su relación interna (ab intra). Quiere decir que hay distinción entre ellas, solo cuando se relacionan entre sí. Cuando la relación es con la creación (ad extra), no hay distinción ninguna; actúan siempre como UNO. A nosotros solo llega la Trinidad, no cada una de las "personas" por separado. No estamos hablando de tres en unosino de una única realidad que es relación. Cuando se habla con mucho énfasis de la importancia que tiene la Trinidad en la vida espiritual de cada cristiano, se está dando una idea falsa de Dios. Lo único que nos proporciona la explicación trinitaria de Dios es una serie de imágenes útiles para nuestra imaginación, pero nunca debemos olvidar que son imágenes. Mi relación personal con Dios siempre será como única realidad. Debemos superar la idea de que "crea" el Padre, "salva" el Hijo y "santifica" el Espíritu. Esta manera de hablar es metafórica. Todo en nosotros es obra del único Dios. ¿Qué sentido puede tener, dirigir las oraciones al Padre creyendo que es distinto del Hijo y del Espíritu? Lo que experimentaron los primeros cristianos es que Dios podía ser a la vez y sin contradicción: Dios que está por encima de nosotros (Padre); Dios que se hace uno de nosotros (Hijo); Dios que se identifica con cada uno de nosotros (Espíritu). Nos están hablando de un Dios que no se encierra en sí mismo, sino que se relaciona dándose totalmente a todos y a la vez permaneciendo Él mismo. Un Dios que está por encima de lo uno y de lo múltiple. El pueblo judío no era un pueblo filósofo, sino vitalista. Jesús nos enseñó que, para experimentar a Dios, el hombre tiene que aprender a mirar dentro de sí mismo (Espíritu), mirar a los demás (Hijo) y mirar a lo trascendente (Padre). Lo más importante en esta fiesta que estamos celebrando, sería el purificar nuestra idea de Dios y ajustarla cada vez más a la idea que de Él quiso transmitirnos Jesús. Aquí sí que tenemos una amplia tarea por hacer. Como buenos cartesianos, intentamos una y otra vez acercarnos a Dios por vía intelectual. Creer que podemos encerrar a Dios en conceptos, aunque sean los muy sublimes de la filosofía griega, es tan ridículo que no merece la pena gastar un minuto en demostrarlo. La realidad de Dios no podemos comprenderla, no porque sea complicada, sino porque esabsolutamente simple, y nuestra manera de conocer es analizando y dividiendo la realidad. Toda la teología que se elaboró para explicar la realidad de Dios es absurda, porque Dios ni se puede ex-plicar, ni com-plicar o im-plicar. Dios no tiene partes que podamos analizar por separado. Entender a Dios como Padre, pero no como Madre, nos conduce por el camino del poder, de la omnipotencia y la capacidad absoluta de hacer lo que se le antoje. Todos los "poderosos de la tierra" han tenido mucho interés en desplegar esa idea de Dios. Según esa idea, lo mejor que puede hacer un ser humano es parecerse a Él, es decir intentar por todos los medios, ser más, ser grande, tener poder. Pero ¿de qué sirve ese Dios a la inmensa mayoría de los mortales que se sienten insignificantes? ¿Cómo podemos proponerles que su objetivo es identificarse con ese Dios? Por fortuna Jesús nos dice todo lo contrario, y el AT también, porque su Dios, empieza por estar al lado, no del faraón, sino del pueblo esclavo. Un Dios que premia y castiga, es verdaderamente útil para mantener a raya a todos los que no se quieren doblegar a las normas establecidas. Machacando a los que no se amoldan, estoy imitando a Dios que hace lo mismo. Cuando en nombre de Dios prometo el cielo (toda clase de bienes) estoy pensando en un dios que es amigo de los que le obedecen. Cuando amenazo con el infierno (toda clase de males) estoy pensando en un dios que, como haría cualquier mortal, se venga de los que no se someten. Pensar que Dios utiliza con el ser humano el palo o la zanahoria como hacemos nosotros con los animales que queremos domesticar, es hacer a Dios a nuestra imagen y semejanza y ponernos a nosotros mismos al nivel de los animales. Pero resulta que el evangelio dice todo lo contrario. Dios es amor incondicional y para todos. No nos ama porque seamos buenos sino porque Él es bueno. No nos ama cuando hacemos lo que Él quiere, sino siempre. Tampoco nos rechaza por muy malos que lleguemos a ser. Un dios "que está en el cielo", puede hacer por nosotros algo de vez en cuando, si se lo pedimos con mucha insistencia o nos portamos bien y lo merecemos. Pero el resto del tiempo nos deja abandonados a nuestra suerte. Pero ese miedo a que nos abandone a nuestra suerte es muy útil para que los que actúan en su nombre nos obliguen a obedecer sus directrices. El Dios del evangelio está en lo hondo de nuestro ser identificado con nosotros mismos. Amándonos antes que nosotros mismos y más que nosotros mismos. Ese Dios no admite intermediarios y no es útil para ningún poder o institución. Pero ese es el Dios de Jesús. Ese es el Dios que siendo Espíritu, tiene como único objetivo llevarnos a la plenitud de la verdad. Y aquí "Verdad", en contra de lo que se piensa, no es conocimiento, sino Vida. El Espíritu nos empuja a ser verdad, a ser auténticos. Un Dios condicionado a lo que los seres humanos hagamos o dejemos de hacer, no es el Dios de Jesús. Esta idea de que Dios solo nos quiere cuando somos buenos, repetida durante tres mil años, ha sido de las más útiles a la hora de conseguir la docilidad del ser humano a intereses de jerifaltes o de grupos. Esta idea, radicalmente contraria al evangelio ha provocado más sufrimiento y miedo que todas las guerras juntas. Sigue siendo la causa de las mayores ansiedades que no dejan a las personas ser ellas mismas. Cada vez que predico que Dios es amor incondicional, viene alguien a recordarme: pero es también justicia. Y esa justicia quiere decir para ellos: ¿cómo puede querer Dios a ese desgraciado pecador igual que a mí, que cumplo todo lo que Él mandó? Lo que acabamos de leer del evangelio de Juan, no hay que entenderlo como una profecía de Jesús antes de morir. Se trata de la experiencia de los cristianos que llevaban setenta años viviendo esa realidad del Espíritu en cada uno de ellos. Ellos sabían que gracias al Espíritu tienen la misma Vida de Jesús. Es el Espíritu el que haciéndoles vivir, les enseña lo que es la Vida. Esa Vida es la que desenmascara toda clase de muerte (injusticia, odio, opresión). La experiencia pascual consistió en llegar a la misma vivencia interna de Dios que tuvo Jesús. Lo que intentó Jesús con su predicación y con su vida, fue hacer partícipes a sus seguidores de esa vivencia. Meditación-contemplación Hoy lo mejor será recordar unas estrofas de S. Juan de la Cruz: Entreme donde no supe, / y quedeme no sabiendo, / toda sciencia trascendiendo. Yo no supe donde entraba, / pero cuando allí me vi, / sin saber donde me estaba, / grandes cosas entendí; / no diré lo que sentí, / que me quedé no sabiendo, / toda sciencia trascendiendo. Estaba tan embebido, / tan absorto y agenado, / que se quedó mi sentido / de todo sentir privado, / y mi espíritu dotado / de un entender no entendiendo. / toda sciencia trascendiendo. El que allí llega de vero / de sí mismo desfallece; / cuanto sabía primero / Mucho bajo le parece, / y su sciencia tanto crece, / que se queda no sabiendo, / toda sciencia trascendiendo. Este saber no sabiendo / es de tan alto poder, / que los sabios arguyendo / jamás lo podrán vencer, / que no llega su saber / ano entender entendiendo, / toda sciencia trascendiendo. Y si lo queréis oír, / consiste esta suma sciencia / en un subido sentir / de la divinal esencia; / es obra de su clemencia / hacer quedar no entendiendo, / toda sciencia trascendiendo. Carta al Papa Francisco
Querido hermano Francisco: Antes de nada le expreso mi respeto hacia su persona y hacia el ministerio petrino para el que ha sido elegido. También le manifiesto mi honda alegría porque ese ministerio haya recaído en Usted, obispo que ha venido de lejos, de América Latina, del mundo hispano, de la Vida Religiosa y de la tradición jesuítica. Las raíces de mi esperanza cristiana están situadas más allá de las coyunturas históricas: están fundadas en Cristo Jesús muerto y resucitado; pero los motivos de esa esperanza no son ajenos al devenir de la historia. Le aseguro que su elección se sitúa entre esos motivos. Tengo un año menos que Usted. Pertenecemos a la generación del concilio Vaticano II. No sé dónde estaba Usted el día 8 de octubre de 1965, celebración religiosa del final del concilio. Yo tuve la suerte de encontrarme en la plaza de San Pedro, ya que iniciaba entonces los estudios de especialidad en Teología Moral. De eso quería hablarle. He dedicado mi vida al estudio, a la docencia y a la escritura sobre la moral cristiana. Permítame que haga mías las palabras de Francisco de Vitoria: "si tuviera otros cien años más los seguiría dedicando con gusto a esta ciencia tan noble para la cual ninguna cuestión humana es ajena". Claro está, también hago mía la exclamación de otro grande de la moral, Alfonso de Liguori: "el mundo de la moral es un caos que no termina nunca". Sé que no le descubro nada que Usted no sepa si le digo que el trabajo de los teólogos moralistas en la Iglesia no ha sido fácil durante estos años postconciliares. A usted, como avezado jesuita, no le resulta extraño vivir en las fronteras de la fe y de la cultura. Son las personas de frontera las que tienen que afrontar los primeros embates del adversario y estar atentas a que no les alcance el "fuego amigo" del propio campo. Puesto ya en la pista de abrirle mi corazón, como si de un director de Ejercicios Espirituales se tratara, me lanzo a lo más difícil. Le ruego que cure el "mal moral" que padece la Iglesia. Su hermano de Orden y en el ministerio episcopal, el cardenal Martini, lo expresó, en el Sínodo de obispos sobre Europa, mejor de lo que yo puedo hacerlo. Hay cuestiones en la Iglesia que pueden tener una orientación más misericordiosa sin dejar por eso de ser evangélica. El teólogo y cardenal W. Kasper, hacia quien usted ha manifestado públicamente su aprecio, sugirió, hace algunos años, junto con otros dos obispos alemanes (uno de estos, otro gran teólogo: K. Lehmann), una solución teológico-pastoral para las personas divorciadas vueltas a casar. Esa solución, u otra, merecería ser repensada. También las orientaciones morales dadas por Pablo VI sobre la responsabilidad cristiana en la procreación humana están esperando una lectura en clave de una verdad integral que supere tanto los egoísmos personales y las intromisiones de los Estados como los fariseísmos y los rigorismos inhumanos. No le hablo en esta ocasión de las dificultades que encontramos los moralistas católicos al querer introducir el fermento evangélico en la nueva cultura del amor y de la sexualidad así como en el apasionante terreno de la bioética. Usted, querido hermano Francisco, conoce bien la estación invernal que trajeron para la Iglesia los fríos vientos del jansenismo y del rigorismo. Confío que ahora, como entonces, la sensibilidad jesuítica proporcione a la Iglesia el equilibrado discernimiento que precisamos. No soy yo quién para proponer tareas a nadie y mucho menos a usted, responsable supremo de la orientación de la Iglesia en estos tiempos cargados de serias preocupaciones al tiempo que de ilusionadas esperanzas. Pero, no sabe cuánto me alegraría que ese su insobornable y eficaz amor a los pobres se tradujera en un texto de alta significación eclesial y teológica. Podría ser una encíclica social, para la cual le sugiero las primeras palabras: Pauperum clamor (el clamor de los pobres). Creo que es llegada la hora en que la inmensa compasión de la Iglesia tenga que proclamar, ante todas las personas y ante las instituciones mundiales, el deber de repartir entre toda la familia humana los bienes que Dios nos da a través de la creación y mediante el ingenio humano. Creo también que es llegado el momento de decir en alto que la economía especulativa y puramente financiera es, según la tradición de la Iglesia, una auténtica usura y, consiguientemente, inmoral. Para terminar quiero recuperar el tono inicial de la carta. Tono de alegría y de renovada esperanza por su elección. Y, atendiendo a su reiterada petición, cuente con mis oraciones. Hasta ahora, ningún Gobierno, tampoco el de Aznar, había legislado a satisfacción plena de los obispos
La toma de poder ha sido ocupación preferida de las jerarquías cristianas desde que Constantino hizo del Cristianismo la religión oficial del imperio a cambio de servirle para doblegar a revoltosos. En premio, el emperador se empleó a fondo (y con fuerza bruta) para derrotar al obispo Arrio e imponer la idea de que Jesús era hijo de Dios y él mismo Dios. Modernamente, tras perder el poder terrenal salvo el minúsculo Estado del Vaticano, que fue un regalo del dictador Mussolini —a cambio, hubo también servidumbres, no la menor la de alabar Pío XI al líder fascista como “un enviado a nosotros por la Divisa Providencia”—, la jerarquía católica actúa mediante un método que los trotskistas popularizaron como entrismo, es decir, formando a minorías selectas destinadas a dirigir la vida pública entrando en los grupos que detentan el poder. En la España moderna, el programa entrista consta por escrito en un boletín de la poderosa Asociación Nacional de Propagandistas Católicos (ahora ACdP, sin la palabra Nacional), de enero de 1950: “Nos interesa el jefe de una empresa, el director de un periódico, el hombre que se dedica a la vida pública; hoy, subsecretario, mañana, ministro. Con un fin, y es que sirvan a Dios y sirvan a la Iglesia, muy atentos a los consejos de Roma”. Marcelino Oreja, el ministro que en 1976 y 1979 firmó en el Vaticano la reforma del Concordato franquista de 1953, consolidándolo aunque con el nombre melifluo de Acuerdo, fue ejemplo perfecto de propagandista, a la manera en que los quería el cardenal Herrera Oria. El Acuerdo entre el Estado Español y la Santa Sede de 3 de enero de 1979, sobre Enseñanza y Asuntos Culturales es el que permite (pero no obliga) al Gobierno Rajoy ceder a los obispos cuanto le pidan. Dice el artículo dos: “Los planes educativos incluirán la enseñanza de la religión católica en todos los centros de educación, en condiciones equiparables a las demás disciplinas fundamentales. Dicha enseñanza no tendrá carácter obligatorio para los alumnos. Se garantiza, sin embargo, el derecho a recibirla”. Hasta ahora, ningún Gobierno, tampoco el de Aznar, había legislado a satisfacción plena de los obispos, empeñados en que su asignatura de catolicismo debía tener la misma categoría que, por ejemplo, las Matemáticas, y contar por tanto, para sacar nota media, para repetir, incluso para obtener una beca. Rajoy se lo da ahora, en plenitud, los dioses saben a cambio de qué servidumbre episcopal. Ya les regaló en 1998, cuando el hoy presidente era ministro de Educación con Aznar, nada menos que el meter en plantilla del Ministerio de Educación a los decenas de miles de profesores que hasta entonces cobraban de los obispos porque actuaban como sus catequistas. Rouco se ha salido con la suya. En la tumba del Óscar Arnulfo Romero, en los sótanos de la catedral de San Salvador, se arremolinan unas monjas vestidas de blanco. Su uniforme de fe contrasta con la piedra negra de una tumba protegida por los símbolos de los cuatro evangelios y el báculo del difunto. Un hombre llamado Honorio, que cumplió los 70, es el encargado de dar la bienvenida a los foráneos, narrarles las idas y venidas del cuerpo, que yace en su tercer enterramiento, y los hechos que rodean al arzobispo. Horacio camina con dificultad. Dice que dejó las muletas por milagro del protector de los pobres. Mientras llegan los nuevos prodigios sobrevive de las monedas que recibe.
“En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: Cese la represión”. Esta fue la última homilía completa de monseñor Romero antes de morir asesinado por las balas de la extrema derecha el 24 de marzo en 1980. Los que le mataron se sentían fuertes, impunes; tanto que continuaron matando. Más de 80.000 muertos en la guerra civil. Se firmó la paz. No hubo justicia. Otra transición que se basa en el olvido, en el desprecio de las víctimas. En la plaza de la catedral va y viene un tráfico denso. Se respira humo. A la derecha, las tiendas de los vendedores, un termómetro de la pobreza. Esa plaza sin apenas gente bajo una solana de justicia. La memoria que viene caliente con Óscar Romero proyecta imágenes de los funerales, de las explosiones y disparos que causaron el pánico y la muerte de nuevos inocentes. De esa memoria vienen las fotos de cientos de zapatos abandonados en la huida. En el campus de la Universidad Nacional de San Salvador se escucha el último discurso a través de unos altavoces. Los jóvenes se educan en no olvidar los referentes morales en una tierra que vivió horrores y violencias. El nombre de Óscar Romero y su obra sobreviven el paso del tiempo. Más allá de la avenida que le dieron y el respeto que se le profesa en El Salvador. La presencia en Roma del papa Francisco empuja la esperanza de que este jesuita con sensibilidad social desatasque el proceso de beatificación de un arzobispo que murió denunciando las injusticias. No hay muchos santos recientes de los pobres, más allá del lejano y célebre Francisco de Asís y otros de menos renombre. Los últimos dos papas optaron por santos conservadores, como los españoles que murieron en la guerra civil. Nada de veleidades con los iconos de la teología de la liberación, con los prelados progresistas, con los que no se callaban. Romero, y otros como él en Latinoamérica, podrían ser un camino para que la Iglesia católica recupere la prédica entre los más necesitados. Otros esperan reconocimiento, como Ignacio Ellacuría y los otros cinco jesuitas asesinados el 16 de noviembre de 1989, también en El Salvador. Son asuntos abiertos, pertenecen a la memoria histórica. Tampoco es beato y mucho menos santo oficial de la iglesia en la que llegó a ser obispo el brasileño Elder Cámara, quien consagró su vida a los pobres, a la denuncia de la injusticia. “Cuando vives rodeado de miseria acabas preñado de ella”, dijo en una entrevista. Ni Cámara ni Romero tuvieron aliados en el Vaticano. El primero mantuvo sus diferencias con Pablo VI; el segundo con Juan Pablo II, que le pidió prudencia. ¿Qué tipo de prudencia se puede tener ante la injusticia y el asesinato, ante los escuadrones de la muerte? Comer de tu carne y tu sangre, es dejarnos contagiar. Tu sustancia, "enferma de reino", "contaminada de fraternidad", con fiebre de fuego compartido. Tu locura profética desbordada. Muchos textos dan cuenta de que no entrabas en los criterios de salud de tu época...
Comer de tu carne que tiembla, "estremecida siempre"; bebernos tus líquidos en llamas. "Id y contagiad". Permanecer en Ti, es ser parte de la hoguera. No es algo quieto, ni apoltronado, ni calmo. Permanecer es arder de amor, saltar en chispas punzantes para despertarnos unos a otros, hacerse hueco de brasa. Y quién dijo que sea el infierno el lugar del fuego. Donde hay llamas, allí estás Tú... Hacernos parte, para que de nosotros brote indudable tu amor. Dejarnos encender, o incendiar, que tus llamas no consumen. Y soplar... Soplar sobre las llamitas incipientes o en las brasas desgastadas. Con la delicadeza para potenciar y no ahogar. Descubriendo por dónde la combustión es más probable, cuál es el punto que despierta. Volviendo a alentar aun lo que parece imposible, en la confianza en lo escondido bajo las cenizas. Afinando la exhalación para ser más precisos, o ampliando el arco para alcanzar los rincones, según cada constelación de leños necesite. Ése es nuestra vocación... soplar sobre el fuego. De las entrañas brota tu aliento, que las habita desde los siglos. Tú mismo lo sacudiste, lo agitaste para que reviva luego de cada caída. Nos volviste a insuflar. Llenaste nuestra profundidad con espíritu y empujas su pronunciamiento. Nos pusiste de pie, para que el viento nos recorra con menores obstáculos. Abres nuestros ojos para que registremos por dónde, nuestros oídos atentos al cuándo en el chisporroteo de la brasa. De nosotros, sales Tú. Misterio tan increíble como incuestionable. Nos hacemos parto del espíritu, ofreciéndote lo mejor que tenemos, para seguir creyendo. Sólo si el espíritu nos atraviesa íntegramente, toca y trastoca nuestras vísceras, será creíble nuestra palabra. Nuestra iglesia, nuestro mundo, necesitan hoy de ese aire renovado y desafiante, que revuelva las certezas, que conmueva las estructuras enquistadas. Precisamos "un fuego fuego, que nos queme de verdad"; que incite a la ronda fraterna, que destruya las exclusiones. Apago mi velita. Sigo descubriéndote, espíritu inagotable. Al viento le corresponde también, el cierre. Dar el soplido final que corta el ciclo del fuego. Es el despertador, y el extinguidor. Con el mismo empeño alborota y termina con la llama. Tremenda y paradojal potencia. Tan materna: puede dar la vida y tomarla, ayudarla a apagarse. Acompaña ambos partos, el inicial y el definitivo. La Ruaj, tan femenina... |
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