Tengo una economía holgada para mis necesidades mínimas, las precisas de un espíritu austero en un cuerpo que goza de buena salud. Y esto me sucede en tiempos en que la desigualdad, que siempre ha existido en todas partes, se hace mucho más lacerante en España por tres causas especialmente: porque se ha conocido el bienestar para todos durante al menos dos décadas, porque hace mucho que se esfumó el pretexto de que el mérito y el esfuerzo explican y justifican la promoción social, y porque en fin la inteligencia crítica ha alcanzado un alto nivel de desarrollo que le hace soportar pero no asumir que los opulentos lo son, en la mayoría de los casos, por su habilidad para apropiarse de lo público.
Entre otros motivos, porque si el rico rindiera debidamente cuentas al Fisco no podría serlo hasta los extremos conocidos… Me gustaría tener una vida en plenitud en lo que me quede de ella. Pero no puedo conseguirlo. Obvio los males de la humanidad, porque si me afectasen anímicamente mucho tiempo me aplastarían. Por consiguiente los solapo como buenamente puedo arrinconándolos en mi consciencia. Pero me es imposible obviar los de mis compatriotas. Son tantos y tan cercanos los y las que malviven sin que los poderes del Estado les evite el sufrimiento, que la capacidad que aún me queda para gozar de la vida está bloqueada por una mezcla de tristeza y de sublevación tanto interior como externa: dos sentimientos contrapuestos que a veces me estallan en el pecho. No otra cosa provoca la desmedida ambición y el egoísmo extremo de los potentados, de los opulentos, de los malhechores públicos y de los consentidores. Aunque también me llegan de manera punzante cuando quienes forman parte de mi relación y en lo más trivial de la conversación aflora la aridez de su alma en cuanto se toca cualquier aspecto de la humanidad doliente o de nuestros más cercanos compatriotas desheredados de la fortuna y sin esperanza alguna. Einstein decía que los males del mundo no se deben a los perversos sino a los que les consienten: mantener el peso de esa idea en la consciencia de una manera prolongada es demasiado oneroso para el equilibrio mental. Pero es un principio rector tenerlo en cuenta en aquellas ocasiones que podamos impedir o evitar el daño. Y con mayor motivo debiera serlo para quienes están al frente de responsabilidades públicas. Pero tampoco se puede confundir la tolerancia que hacen noble a un individuo o a un pueblo, con el consentimiento del abuso, de la opresión y de la abyección. Pues esta clase de permisividad, emparentada con la abulia, con la pusilanimidad o con la cobardía es justo la actitud pasiva a la que se refiere el genio cuando dice que el mayor daño viene de ahí. En todo caso lo pueblos más desarrollados no se despreocupan de lo que aun no siendo propiamente suyo está ligado al bien de todos, y por eso lo protegen de diversos modos. Y es que en una democracia verdadera toda la ciudadanía se implica para preservar el sistema de convivencia en paz hasta en la insignificancia. Los individuos de una sociedad, en los aspectos puramente biológicos forman como una familia de puercoespines -dice Schopenhauer: deben estar lo suficientemente lejos para no pincharse y lo suficientemente cerca para no pasar frío. Las ciudadanas y ciudadanos de toda sociedad humana responsable saben combinar el respeto mutuo con el deber de vigilar que la conducta de todos no entrañe peligro para la colectividad. Claro que para concertarse la ciudadanía en esa tarea, antes debe sentir ella misma el respeto de los poderes y de las instituciones del Estado, y más antes todavía tener todas sus necesidades básicas cubiertas. Confiemos que en España el nuevo impulso democrático llegue con la suficiente fuerza como para que gobernantes y gobernados comprendan y asuman todo esto…
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Hace más de dos meses que comenzamos nuestro camino de Santiago como cada año, con los muchachos de la cárcel de Navalcarnero y la gente de la parroquia Sagrada Familia, con el mismo objetivo de siempre: intentar pasar unos días juntos, sabiendo que desde que comenzamos hasta que terminamos no vamos personas presas y en libertad, sino que vamos PERSONAS, y como tal todos gozamos de la misma dignidad y de los mismos derechos y obligaciones. Caminamos juntos un grupo de personas que queremos hacer juntos una experiencia especial de VIDA, de fraternidad, queremos hacer juntos el camino de la vida desde la experiencia de caminar hacia Santiago de Compostela.
Este año no había escrito nada todavía de esta experiencia, primero porque apenas una semana después de venir del Camino viajamos hacia El Salvador, tras las huellas de Monseñor Romero, San Romero de América como el pueblo le llama allí, y segundo porque cuando vinimos de allí y fuimos para Lanzarote no he tenido muchas ganas de sentarme a escribir. Me faltan los ánimos y quizás la esperanza. Estando en Lanzarote, hace casi un mes, Carmen tuvo un paro cardíaco, y confieso que desde entonces en mi vida, desde aquel fatídico 29 de agosto, me encuentro con el corazón herido y como en un puño. Hoy es un día muy especial para los que estamos visitando las cárceles y por eso me he sentado un rato a contar la experiencia de este nuestro camino de Santiago de este año. Y cuando lo hago, no puedo evitar que se me caigan una y otra vez las lágrimas, porque no puedo dejar de pensar en Carmen, en su vida, en su enfermedad… pero quizás, en este día de la Merced, que ya termina, y por el cariño especial hacia ella, me siento a escribir y me siento a recomponer de nuevo en mi corazón, después de dos meses, lo que fue aquella experiencia. Siempre que hemos preparado hacer el Camino, y ya han sido cuatro años, lo hemos hecho con el firme convencimiento de que merecía la pena para todos los que nos embarcábamos en la experiencia, que el esfuerzo a todos los niveles estaba “bien pagado” con los frutos que se iban recogiendo. Es verdad que cada camino es especial, porque las personas que vamos somos diferentes, y porque los momentos de cada persona, aún repitiendo algunos año tras año son también diferentes, Y este año, por tanto, también lo era. El grupo que participábamos era muy numeroso, más que en otras ocasiones, y porque los chavales que salían de la cárcel además eran tanto de Navalcarnero como del CIS (Centro de inserción, donde cumplen ya el tercer grado). De Navalcarnero salian cuatro muchachos, tres del CIS que también está en Navalcarnero y otro que está en el CIS Victoria Kent de Madrid, es decir, ocho personas de los centros y catorce de la parroquia, o cercanas a ella, algunas de las cuales incluso no nos conocíamos. La apuesta como cada año era mucha, pero lo hacíamos ilusionados y con la mirada puesta en que todo iba a salir muy bien, como por supuesto así fue. Como siempre, desde el mes de enero comenzamos con las primeras reuniones con los “jefes” de instituciones penitenciarias para poder realizar la experiencia. Y desde el mes de marzo comenzamos a proponer a los chavales de Navalcarnero lo que íbamos a hacer, para luego también pasar la lista a los trabajadores sociales y educadores, y que pudieran informar a la Junta de Tratamiento del centro para poder aprobar el permiso. Despues del sí de Navalcarnero queda también la aportación por parte de la Secretaría General de instituciones penitenciarias, que aprueba definitivamente, a expensas solo de que el Juez de Vigilancia sancione definitivamente el permiso de cada uno de los muchachos. Es una tarea ardua hasta ver por fin a los muchachos en la puerta, porque supone muchos pasos; incluso a veces alguien puede darse de baja en el proceso, o puede tener algún problema o simplemente que a ultima hora no pueda ir por diferentes motivos. Siempre les decimos que si no van a ir nos lo digan de antemano para dejar la plaza para otra persona, y que intenten en esos meses “no liar nada” para que no les quiten el permiso. Este año además, y como novedad, todos firmamos una especie de memorándum, tanto los de Navalcarnero como los de la parroquia. Firmamos un compromiso donde básicamente lo que se decía es que no íbamos a beber alcohol durante esa semana, que todos íbamos a aportar algo de nuestra economía para llevarlo a cabo ( evidentemente quien no tuviera nada no aportaba nada, pero sabiendo que otros lo aportaban, con lo que intentamos hacer una llamada especial al compromiso personal y a la responsabilidad, y que además todos nos comprometíamos a ir en grupo, que las decisiones y todo lo que llevaramos a cabo en esos días lo íbamos a realizar y a decidir en común. Mucho esfuerzo, muchos sinsabores, mucho trabajo…. Pero en el fondo todos los esfuerzos se veían recompensados cuando les veíamos salir de la cárcel, y sobre todo cuando los veíamos caminar kilómetros y kilómetros en libertad, disfrutando de esa libertad anhelada y sintiéndose personas libres y ojala que liberadas… supongo que es como cuando una madre da a luz, que da por bien invertido todo el dolor del parto y todas las incomodidades del embarazo cuando contempla en sus brazos al recién nacido… es como si la dificultad y el problema se volvieran ternura y esperanza ante el bebé… esa misma ternura es también la que sentimos cuando vemos que hay una serie de muchachos que pueden disfrutar de esa experiencia de libertad y de fraternidad, no miramos hacia atrás sino que miramos hacia adelante y ese mirar hacia adelante, ahoga todo lo pasado anteriormente…. Salimos por la tarde del día 5 de Julio en la furgoneta tres personas con el fin de llegar por la noche y poder descansar para el dia siguiente; el resto del grupo de la cárcel salió por la tarde y se reunió en la parroquia con todos los demás, para salir por la noche en autobús hacia Sarria. Y esa es la grandeza: cuando nos reunimos primero en la parroquia y luego por la mañana en Sarria, no había presos y gente en libertad, sino que había personas que querían hacer juntos una experiencia de liberación, de encuentro y de fraternidad. Este año hemos hecho de nuevo el camino llamado francés, que ya hicimos el primer año y que sabíamos era bonito, aunque con mucha mas afluencia de gente que otros itinerarios. Los días se nos fueron pasando casi sin sentir; como siempre la etapa de cada día la partíamos en dos; solíamos salir temprano ( bueno, tampoco mucho, aunque depende de los días por los kilómetros que hacíamos en cada jornada), y en la mitad de la etapa, parábamos para tomar un “bocata” y descansar un rato, y luego después de “repostar” continuábamos hacia el final de la etapa, que llegábamos ya hacia el mediodía. Durante el camino, cada día aprovechábamos para comentar y hablar con los que íbamos andando; en el camino se vive lo mismo que se vive en cada momento de nuestra vida: las dificultades, las esperanzas, los logros, los desconsuelos, las heridas, las pérdidas… el camino es como la vida porque la vida está hecha también de todo eso. En ese caminar diario van saliendo muchas experiencias positivas, vamos compartiendo lo que somos, lo que deseamos, nuestros anhelos… comentamos y compartimos nuestra vida desde la sencillez y la confianza que cada uno va queriendo… sin forzar nada, pero a la vez desde la cercanía de saberse escuchado, valorado y no juzgado. Casi siempre los muchachos de Navalcarnero suelen ir contando su vida: sus mazazos, sus desengaños, sus errores… parece como si el contarlo a los demás fuera para ellos una liberación, nunca preguntamos nadie nada por supuesto, pero el clima de fraternidad que se va viviendo va haciendo posible ese encuentro interpersonal y grupal. Es verdad que unos por temperamento comparten más que otros, que unos son más capaces que otros de dialogar y expresar lo que sienten, pero el camino es tan rico y tan variado que hasta los más “tímidos” acaban abriéndose, y sobre todo porque el clima que se respira es un clima muy especial, un clima donde lo que prima es el ser humano, y en ocasiones cuando un ser humano desvalido y débil se acerca se va ensanchando poco a poco el corazón. En el fondo es vivir la vida desde la experiencia de caminar siete días, es como si de pronto nuestra vida pudiera vivirse en esos siete días, con gente que al principio son desconocidos, pero que con el paso de los días acaban siendo parte de ti, de lo que eres y de lo que deseas. En ese caminar juntos todos aprendemos de todos, todos descubrimos que nos necesitamos, que nadie puede ser autosuficiente, y por supuesto, los creyentes vamos también descubriendo las manos y los pies de alguien que camina a nuestro lado, vamos descubriendo a ese Dios Padre-Madre que igual que nos acompaña en nuestra vida de cada día, también lo hace ahora en nuestra peregrinación caminante a Santiago. Ese Dios que a menudo no entendemos, ese Dios que parece que a veces está callado y que su presencia parece como nublarse, pero ese Dios que vamos también descubriendo en cada gesto del hermano que esta a nuestro lado. El Dios caminante de la vida, sentimos que va con nosotros también a Santiago. Este año además queríamos tener una oportunidad especial de reflexionar juntos. Por eso, se nos ocurrió que pudiéramos hacer actividades en grupo. Todos los años preparamos un material con oraciones y actividades para poder hacer personalmente, pero este año nos parecía importante hacerlo juntos. Por eso a partir del segundo día, nos reuníamos todas las tardes durante dos horas al menos, para compartir alguna dinámica de grupo, alguna oración, o algo de nuestra vida… lo hicimos separados en tres grupos… y tengo que decir que dio mucho resultado, porque fueron reuniones de grupo donde cada uno expresaba de manera sincera lo que vivía, lo que sentía, o se daba a conocer a los demás y al ser grupos más pequeños la participación era mayor. Cuando al final del Camino lo evaluamos, vimos que había sido un acierto tener estas reuniones de grupos. Nos sirvió para conocernos todos más. De tal modo que el ambiente que se creo entre todos fue de sinceridad y de poder decirnos las cosas. Incluso cuando surgieron dificultades de entendimiento o de convivencia, que en todo grupo surgen, fuimos capaces de abordarlas en común pero desde descubrir que todos éramos un grupo, que todos queríamos lo mejor para todos y que no había jefes o gente que mandaba y gente que obedecía, sino que todos nos sentíamos responsables en todo lo que teníamos que hacer y vivir. Durante el camino un año más hemos ido descubriendo que todos somos importantes, que nadie puede decir que no vale para nada, que todos nos necesitamos y podemos hacer algo por los demás. Y todavía más, que para que el grupo funcione tenemos que colaborar y participar todos a una; como en la vida misma, no podemos ir solos por la vida, no podemos ir de “francotiradores”sino que tenemos que intentar sentirnos parte de una comunidad que camina unida y en la que todos tenemos algo que decir y que aportar. Eso también lo hemos ido descubriendo en nuestro caminar este año. Comenzando por lo más sencillo como es la intendencia y la cocina de cada día, y siguiendo por algo tan sencillo como colocar cada dia los equipajes de la furgoneta, o preparar juntos alguna actividad, o fregar los platos después de cada comida… o simplemente estar preocupado del otro, de lo que necesita, de lo que le pasa, de lo que siente, de lo que anhela… todos en grupo, nadie por libre, sin sentirnos solos, aunque en ocasiones fuera necesario ese espacio especial de soledad y de encuentro personal. Resumiendo, han sido días de compartir de modo especial nuestra vida, no solo en el camino, andando y con sus dificultades, sino también poniendo luego en común lo que somos y lo que necesitamos. Hemos vuelto a descubrir las palabras de San Pablo “no hay esclavos, ni libres, hombres y mujeres, porque todos somos uno”, hemos vuelto a descubrir además que todos tenemos derecho a tener una nueva oportunidad, que todos tenemos derecho a equivocarnos y a volver a empezar. Hemos experimentado la misericordia del mismo Dios en cada abrazo, en cada apoyo y en cada sonrisa de los que estábamos allí. Hemos tenido también como cada año nuestros ejercicios de risa, de demostrar que la vida llevada con alegría es mucho mas llevadera, incluso que cuando ya parecía que no podíamos más una sonrisa nos aliviaba y nos ayuda a seguir, en el fondo repito, como en la misma vida. Llegamos a Santiago, y como siempre la Eucaristía en la catedral, la eucaristía del peregrino, que este año no pudo ser con el botafumeiro, pero en el fondo era la eucaristía de acción de gracias a Dios que resumía todo lo que en los siente días anteriores habíamos compartido y vivido juntos. También al inicio de la misa nos nombraron, y eso nos hizo a todos ilusión, y confieso que cuando escuche de labios del cura decir que veníamos un grupo de chavales de la cárcel y de la parroquia, me emocione por dentro y sentí que una vez más todo aquello había merecido la pena. Muchos no lo entienden, muchos nos dicen que estamos locos, pero en el fondo es la locura de la vida, la locura del evangelio, la locura de creer que las cosas pueden ser diferentes y sobre todo que merece la pena apostar. Este año tuvimos la cena del pulpo en mitad de la experiencia, en la cuna del pulpo lucense, en el pueblo de Melide, por eso la ultima noche en Santiago, después de la misa del peregrino fuimos a cenar el bocata de rigor al albergue y luego a dormir a pierna suelta con la sensación de haber cumplido y de un año más estar felices por todo lo vivido y experimentado juntos. Durante el camino todos nos hemos ayudado y todos hemos aprendido de todos, todos hemos aportado algo de nosotros mismos para que la experiencia siguiera adelante. Unos aportaban su fuerza para caminar, otros su sonrisa y su entusiasmo, otros su sabiduría, otros su cariño; recuerdo muchos momentos de compartir todo eso juntos, y sobre todo quien ha compartido su a veces ir la última, junto a los últimos para evitar que se perdieran y no fueran solos, y lo ha compartido , quizás estando ya enferma, sin hacerse notar, sin quejarse, sino desde la alegría que siempre la ha caracterizado: cada vez que se quedaba sola con Jose o con Pedro el primer dia, y los acompañaba porque no podían, siempre lo hacia con una sonrisa en la boca y diciendo que ella “iba en el vagón de cola”, que no la importaba ir la última porque iba con los últimos, como Jesús de >Nazaret, con aquellos que no podían, pero como digo sin quejarse nunca, siempre dando ánimos a los que estaban a su alrededor . Hoy, y por todo lo sucedido hace casi un mes, vuelvo a recordar a Carmen, a su tesón, a su esfuerzo, a su alegría… en el fondo a su experiencia profunda de un Dios liberador y compañero de camino; ese Dios que siempre dice ella que a veces no ve pero al que tanto hemos rezado muchos para que pudiera seguir con vida… ese Dios que sin duda llena su vida y la hace contagiar alegría… desde aquí, en el silencio de la noche, me llegan sus risas, me llegan sus abrazos… y entre lágrimas sigo mirando hacia adelante, sigo creyendo que pronto va a estar recuperada del todo y va a ser nuestra Carmen de siempre… pero no puedo también dejar de mirar al crucificado, porque en este momento ese es el dolor que nos invade a todos los que la queremos… y junto a El también miro a mi Monseñor Romero, al que Carmen y yo hemos tenido la oportunidad de conocer más de cerca en nuestro viaje a El Salvador, después del camino… ella que vino tan enamorada de él, ella que siempre ha dicho después que había sido “el viaje de su vida”, y entre lágrimas y mirando a la imagen del Santo de América me brotan también las palabras que tantas veces he dicho en este ultimo mes, y que el también dijo en tantos momentos difíciles de su vida “yo no puedo, Señor, hazlo Tú”. Al finalizar este día de la Merced, recordando la experiencia del Camino de Santiago, y entre sollozos me brota pedirle al Dios Padre-Madre caminante que siga caminando con Carmen, que siga estando a su lado como lo ha estado siempre… y sobre todo me brota la oración de estos días “desde lo hondo a Ti grito, Señor, Señor escucha mi voz…” Muchas emociones juntas, mucho camino compartido juntos, y por eso también mucha vida disfrutada y vivida. Termino dando gracias a la Virgen, nuestra Señora de la Merced y la pido que ella como madre se acuerde de todos nosotros, que esté siempre a nuestro lado, que sintamos su protección y su ayuda; que como madre camine junto a todos los presos y que los ayuda a liberarse y a comenzar una nueva vida. Le pido a Maria que igual que estuvo al pie de la cruz de Jesús también esté al pie de las cruces de tantas personas que se encuentran en prisión, que enjugue las lágrimas de tantas madres que como ella lloran por sus hijos cautivos. Le doy gracias por sus “mercedes”, por todas las gracias que cada día recibimos también del mismo Dios, por habernos enseñado a creer y a fiarnos de Jesús por encima de todo. CAMINO DE SANTIAGO, CAMINO DE LA VIDA, un año más lo hemos recorrido juntos, con sus especificidades, con sus luces y con sus sombras, con sus heridas y con sus curaciones, con sus ampollas y con sus vendas… pero en el fondo lo hemos hecho juntos y no nos hemos parado. Que el Dios de la vida nos ayuda a no pararnos nunca, sino a estar siempre caminando y a descubrir que no estamos solos. Y sobre todo a empeñarnos juntos en la tarea de hacer un camino de vida cada día más feliz para todos, a intentar que todos caminemos juntos haciéndonos felices al estilo de Jesús de Nazaret, sin más herramienta que nuestra propia vida puesta al servicio de los otros. Sabiendo que no estamos solos, que no caminamos solos, sino que “Alguien está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Una vez que todo el mundo ha comprobado la claridad y contundencia de los mensajes del Papa -incluidos los de su viaje a Cuba y Estados Unidos- y se ha percatado de lo bien que Francisco se mueve por los bastidores diplomáticos en busca de soluciones para tanta injusticia y en escenarios a cual más peliagudo, la reflexión me lleva un poco más al fondo de la dirección que lleva las andanzas de este profeta.
Gracias a este Papa, las desigualdades son vistas con mayor nitidez, los causantes están un poco más incómodos y la comunicación uniforme sin fisuras ha sido alterada, gracias a Dios, cuestionando directamente a quienes le están escuchando y viendo actuar. Y entre todas estas personas, que son millones, estamos también nosotros, los católicos de a pie, a quienes se nos interpela cada vez con mayor claridad. Tengo la impresión de que Francisco está siendo descubierto por muchos millones de seres humanos que no son cristianos e incluso viven de espaldas a las religiones. Aunque, en realidad, es Cristo quien está “resucitando” en muchos corazones gracias a la Buena Noticia que provoca nuestro Papa. Y a la vez, percibo que provoca más incomodidad que entusiasmo en buena parte de las filas católicas. Por tanto, se parece bastante a la realidad que experimentó Jesús de Nazaret, quien generaba parecidas filias y fobias hasta que lo colgaron de una cruz por blasfemo a instancias de los expertos religiosos de Israel, que le odiaban tanto a él como a su mensaje. Francisco es un profeta en toda regla que remueve conciencias para que se movilicen a favor de hacer el “Reino y su justicia”. Las dos cosas… Y ahí nos duele, porque la conversión de verdad es un clamor dar pasos de verdad pero supondría cuestionar las estructuras injustas de nuestra economía y las finanzas. Cada vez es más claro que no es política lo que predica Francisco, sino humanidad, lo mismo que hizo el Maestro. No es fácil acusarle de ser antievangélico ni de poner el acento en lo secundario de la ortodoxia, aunque ya escucho ataques cada vez más indisimulados. El trasfondo que expone Francisco es que no valen las actitudes actuales para mejorar el mundo ni tampoco para vivir como buenos cristianos. No es suficiente aceptar incluso con indiferencia las grandes injusticias cada vez más cercanas a nosotros, precisamente porque cada vez están más globalizadas. Este trasfondo de Francisco está lleno de actitudes de justicia y misericordia, de impulsar a hechos que cambien lo que ya no se sostiene, y que a no tardar, otros tendrán la tentación de hacerlo con violencia, como no se cansa de repetir la historia. Estamos siendo cuestionados por unas injusticias planetarias insoportables pero también lo estamos en nuestra fe occidental, todavía incómoda con Francisco y lo que representa de profeta de Jesús de Nazaret. Pero es que incluso las contradicciones bien tejidas y mejor asumidas acaban por romperse en algún momento ante la realidad tozuda. Y ahí estamos, aferrados a lo que no es esencial. Y lo sabemos. Marcos anuda varios dichos de Jesús, enlazados simplemente a partir de algún término utilizado: los nuestros (discípulos) – identificados con el Mesías – que pueden ser escandalizados – advertencia para prevenir el escándalo.
Y el evangelista inicia esa colección de dichos a partir de una reacción típicamente fanática del grupo: la de impedirle a un desconocido utilizar el nombre de Jesús, por una sola razón: “no era de los nuestros”. Frente a la reacción excluyente de los discípulos, Jesús propone la tolerancia que nace de una actitud abierta e inclusiva. A lo largo de la historia humana, la etiqueta de “los nuestros” ha generado desprecio, odio, enfrentamiento y muerte, en una secuencia inhumana de sufrimiento inútil. La ironía es que se trata justamente de eso, de una mera etiqueta, completamente superficial y engañosa, que nace del propio miedo e inseguridad, que lleva a “protegernos” de lo diferente, buscando refugio en lo que nos resulta conocido. Sin embargo, “lo nuestro” es todo lo humano, todo lo real. Pero eso requiere salir de la estrechez de una consciencia egocentrada y reconocerse en aquella identidad última que compartimos con todos los seres. Parece que el “escándalo a los pequeños”, de que habla el evangelista, hacía alusión a quienes, dentro de aquellas primeras comunidades, mantenían actitudes de ambición o de preeminencia sobre los demás. Según el texto, ese tipo de comportamientos eran los que escandalizaban –confundían- a los nuevos discípulos que se iban incorporando al grupo. Eso explicaría también la dureza de las expresiones formuladas en modo de amenaza. Pero “escándalo” es también aquella actitud que divide artificialmente a los humanos, y los lleva a considerarse por encima de los otros, induciendo a descalificaciones y enfrentamientos. Lo que se halla en juego reviste tal gravedad que exige modificar radicalmente el modo de ver y de actuar: cortarse la mano (modificar las acciones), cortarse el pie (cambiar de rumbo) o sacarse el ojo (transformar la visión). Se trata de un proceso que conduce a crecer en humanidad, puesto que el “escándalo” original está ocasionado por aquello que nos confunde acerca de nuestra verdadera identidad. Cuando hacemos creer a alguien lo que no es –cuando lo (nos) estamos identificando con el yo-, lo estamos “escandalizando” –literalmente, “haciendo tropezar”- en el camino que tiene que recorrer. El texto de hoy es continuación inmediata del que leímos el domingo pasado. Es Juan el que, sin hacer mucho caso a lo que acaba de decir Jesús, salta con una cuestión al margen de lo que se viene tratando. Este texto tiene un significado aún más profundo si recordamos que, es este mismo capítulo (Mc 9,14-29), justo antes del episodio que hemos leído el domingo pasado, se cuenta que los discípulos no pudieron expulsar un demonio.
Una vez más, Jesús tiene que corregir su afán de superioridad. Siguen empeñados en ser ellos los que controlen el naciente movimiento en torno a Jesús. Con el pretexto de celo, buscan afianzar privilegios. Seguramente se trata de un problema, planteado ya en la comunidad donde se escribe el evangelio. El resto de lo que hemos leído no es un discurso, sino una colección de dichos que pueden remontarse a Jesús. No es de los nuestros. El texto griego dice: “porque no nos sigue a nosotros”. Este pequeño matiz podría abrirnos una perspectiva nueva en la interpretación. Solo pronunciar esta frase, supone alguna clase de exclusión y una falta de compresión del evangelio. Todo lo que nos hace diferentes como individuos es accidental y anecdótico. Unirnos a un grupo con la intención de ser superiores y más fuertes es una amplificación del ego. Muchas veces me habéis oído hablar de las contradicciones del evangelio; pues hoy lo vemos con toda claridad. (Mt 12,30) dice exactamente lo contrario de lo que acabamos de oír a Mc: “El que no está con nosotros está en contra nuestra, y el que con nosotros no recoge, desparrama.” En Lc encontramos las dos fórmulas, (10,50) y (11,23); así que no hay manera de desempatar. Además, estas palabras de Jesús están en contradicción con lo que él mismo dice en (Mt 7,22) “No hemos profetizado en tu nombre, y no hemos expulsado muchos demonios… Yo les responderé: No os conozco de nada, apartaros de mí, malvados”. La contradicción es aparente. El mensaje del Jesús no se puede meter en conceptos. La razón necesita crear opuestos para poder explicar la realidad. Sólo puede entender lo que es el frío en contraposición con lo que es el calor. Entenderá lo que es el color blanco, sólo cuando tenga la idea de negro. La luz sólo se puede comprender si tenemos en cuenta la oscuridad. Para poder afirmar algo como verdadero, tenemos que considerar lo opuesto como falso. En el orden espiritual, una formulación puede ser falsa y verdadera. El que no está conmigo está contra mí, se refiere a que la pertenencia al Reino es una opción personal, no es lo natural, no viene dada por el ADN. Hay que hacer un verdadero esfuerzo por descubrirlo y entrar en él. Recordad las frases del evangelio: “El reino de los cielos padece violencia y solo los esforzados lo arrebatan”; y “estrecha y angosta es la senda que lleva a la vida y pocos dan con ella”. Para entrar en el reino es imprescindible un proceso. Hay que nacer de nuevo, y para ello es preciso morir a lo terreno. La pertenencia al Reino es responsabilidad de cada individuo, exige una actitud vital y positiva de cada uno. En el orden del ser, ese mecanismo no funciona. En realidad las cosas simplemente son y punto. Las contradicciones que encontramos en el evangelio son consecuencia de esta necesidad de la razón de comprender. En el punto que nos ocupa, nadie tiene que estar contra nosotros ni nosotros tenemos que estar contra nadie. En el momento que diga que hay alguien a favor mío, estoy diciendo que hay alguien en contra. Esta es la trampa del lenguaje cuando lo aplicamos a las realidades eternas. El que no está contra nosotros está a favor nuestro. Quiere decir, que del Reino no se excluye a nadie. Todo el que busca el bien del hombre, está a favor del Reino, que predica Jesús. Solo queda fuera el egoísta que rechaza al hombre. La posesión diabólica era el paradigma de toda opresión. Expulsar demonios era el paradigma de toda liberación. En contra de todos los movimientos religiosos de la época, saduceos, fariseos, Qumrán, etc., Jesús anuncia un Dios que es amor y que no excluye a nadie, ni siquiera a los pecadores. La pretensión de exclusividad, ha hecho polvolas mejores iniciativas religiosas de todos los tiempos. Considerar absoluta cualquier idea de Dios como si fuera definitiva, es la mejor manera de entrar en el integrismo, fanatismo e intransigencia. Monopolizar a Dios, es negarlo. Poner límites a su amor es ridiculizarlo. Nuestra religión ha ido más lejos que ninguna otra en esa pretensión de verdades absolutas. Recordad: “fuera de la Iglesia no hay salvación”. Fuera de la Iglesia hay salvación, y a veces, más que dentro de ella. En un ocasión en que no los recibieron en Samaría, Santiago y Juan dicen a Jesús: ¿Quieres que mandemos bajar fuego del cielo para que les destruya. Jesús les reprendió, pero algunas traducciones añaden: no sabéis de qué espíritu sois. Seguimos sin enterarnos del espíritu de Jesús. Seguimos pretendiendo defender a Dios, sin darnos cuenta de que estamos defendiendo nuestros intereses más rastreros.No se trata simplemente de tolerar lo malo que hay en los otros. Se trata de apreciar todo lo que hay en los demás de bueno. Entre el episodio de la primera lectura y el que nos narra el evangelio hay doce siglos de distancia, pero la actitud es idéntica. Desde que se escribió el evangelio hasta hoy, han pasado veinte siglos, y aún no nos hemos movido ni un milímetro. Seguimos esgrimiendo el “no es de los nuestros”. Todo aquel que se atreve a disentir, todo el que piense o actúe de modo diferente sigue excluido. Incluso arremetemos contra todo el que se atreve a pensar. Tenemos que decirlo con toda claridad. Para los seres humanos ha sido mucho más nefasta la idolatría teísta que el ateísmo. Las mayores barbaridades de la historia se han cometido en nombre de dios. Es un ídolo el dios que hace diferencia entre buenos y malos. Es un ídolo el dios que depende de lo nosotros hagamos para estar de nuestra parte o en contra nuestra. Claro que ese dios nos tranquiliza, porque si él hace eso, está más que justificado que nosotros estemos a favor de los nuestros y en contra de los que no lo son. El espíritu de Jesús va mucho más allá de lo que abarca el cristianismo oficial. Se ha acuñado una frase últimamente: “patrimonio de la humanidad”, que se podía aplicar a Jesús sin restricción alguna: Cristo no es de la Iglesia. En realidad, el mensaje de Jesús no se puede encerrar en ninguna iglesia o institución religiosa. Jesús intentó que todas las religiones, incluida la suya, descubriesen que el único objetivo de todas ellas es hacer seres cada vez más humanos. Cualquier religión que no tenga esa meta, es simplemente falsa. Que en el evangelio de Mc, la causa de Jesús no coincida con la causa del grupo de los doce, es un toque de atención para los cristianos de todos los tiempos. Jesús no es monopolio de nadie. Todo el que está a favor del hombre está con él. Todo el que trabaja por la justicia, por la paz, por la libertad, es cristiano. Nada de lo que hace a los hombres más humanos debe ser ajeno a un seguidor de Jesús. Es inquietante que todas las grandes religiones monoteístas hayan sido y sigan siendo causa de las mayores divisiones y guerras. Ha llegado el momento de cambiar los parámetros de pertenencia. Debemos olvidar si “tenemos papeles” de cristianos o de budistas o de mahometanos, y valorar si de verdad luchamos por el bien de todo ser humano. Los jóvenes de hoy van es esta dirección, por eso critican y se apartan de nuestra religión. No están de acuerdo con ese cristianismo formal que a nada nos obliga y que lo único que aporta son falsas seguridades. Por fortuna, todos pertenecemos a un mismo Dios, es decir, lo esencial de cada uno de nosotros es idéntico. Meditación-contemplación El que no está contra nosotros, está a favor nuestro. Y aunque alguien se empeñe es estar en contra nuestra, nosotros nunca debemos estar contra nadie. Mi actitud no debe depender de la actitud el otro Si mi verdadero ser consiste en lo que hay de Dios en mí, Siempre será más lo que nos une, que lo que nos separa. Buscar en todos los seres humanos esa realidad que no une, Es la verdadera tarea de un seguidor de Jesús. Si aún me cuesta aceptar al otro tal cual es, es señal de que aún no he comprendido el evangelio. Estoy esperando que cambie él para sentirme yo bien. ¿Puedo imaginarme que Dios hiciera conmigo lo mismo? Jesús enseñaba a menudo a base de frases breves, que se pueden memorizar fácilmente, como “El Hijo del Hombre no ha venido a llamar a los justos sino a los pecadores”. Los evangelistas reunieron más tarde esas frases, agrupándolas por el contenido o por alguna palabra clave que se repetía. En el evangelio de hoy podemos distinguir las siguientes:
1. “Quien no está contra nosotros está a favor nuestro”. Juan se presenta muy ufano ante Jesús para contarle lo que han hecho con uno que echaba demonios en su nombre. Jesús, en vez de elogiar esa conducta, les hace caer en la cuenta de que han actuado de forma poco lógica: quien hace un milagro en nombre de Jesús no hablará mal de él. Luego añade una enseñanza general. Frente a la postura de ver enemigos por todas partes, enseña a ver amigos: «Quien no está contra nosotros, está a nuestro favor.» ¿Por qué han actuado los discípulos de ese modo? Si relacionamos el evangelio con la primera lectura de hoy, el motivo serían los celos. El libro de los Números cuenta que Josué, cuando se entera de que Eldad y Medad están profetizando en el campamento, lo interpreta como un ataque a la dignidad de Moisés y le pide a este que se lo prohíba. La escena recuerda bastante a la del evangelio, con el agravante de que Josué le dice a Moisés que se lo prohíba, mientras que los discípulos se atribuyen el poder de prohibir, sin contar primero con Jesús. El fallo de los discípulos radicaría en ese celo injustificado y algo mezquino. Sin embargo, conviene tener en cuenta otra posible interpretación. Dos veces justifican los discípulos su conducta aduciendo que ese individuo «no va con nosotros». Según ellos, hay que excluir a todo el que no los acompañe. Debemos recordar que Jesús era un predicador itinerante, acompañado de los doce, de un grupo de mujeres y de otros discípulos más. Este grupo, muy radical, había renunciado al domicilio estable, a la familia y a las posesiones. En el contexto de esta vida tan dura, de tanta renuncia para seguir a Jesús, se entiende la insistencia de Juan y los discípulos en que ese «no va con nosotros». No ha renunciado al domicilio estable, a la familia, a las posesiones, pero se permite echar demonios en nombre de Jesús. El relato pudo tener mucha importancia para la iglesia primitiva, ya que en ella se fueron imponiendo las comunidades urbanas, en las que no se renunciaba al domicilio estable, ni a la familia y las posesiones. La tentación de los cristianos itinerantes, con su vida tan dura, era excluir a los otros, a los que «no van con nosotros». Este pasaje les enseña a comportarse con moderación y a tolerar otras formas de vida. Lo esencial no es «ir con nosotros» sino «estar a favor nuestro». 2. “Quien os dé a beber un vaso de agua en atención a que sois del Mesías os aseguro que no perderá su paga”. El episodio anterior terminaba con la enseñanza: “Quién no está contra nosotros está a nuestro favor”. Esta frase da un paso adelante. Habla del que toma una postura positiva ante los seguidores del Mesías, simbolizada en el gesto de dar un vaso de agua. 3. Dos trampas (dos escándalos) en el camino En griego, el sentido básico de “escándalo” es el de «trampa», la tendida en el suelo, que hace caer a una persona o a un animal. Si recordamos que la vida cristiana es un seguimiento de Jesús, un caminar detrás de él, se comprenden los dos peligros de los que habla el evangelio: 1) Que alguien le ponga una trampa a uno de los pequeños que creen, lo haga caer y se quede descolgado del grupo que sigue a Jesús. Estas palabras resultan enigmáticas, porque no queda claro a quién se dirigen. ¿Quién puede escandalizar? ¿Un cristiano o una persona ajena a la comunidad (escriba, fariseo, saduceo, pagano)? ¿Quiénes son los pequeños que creen: un grupo dentro de la comunidad o todos los cristianos? La historia de la iglesia y la vida corriente demuestran que todos los casos son posibles. El tropiezo puede ponerlo una persona no cristiana, con sus críticas y ataques a Jesús y su mensaje. Pero también cualquier actitud nuestra, cualquier palabra, que aparta a otros del seguimiento de Jesús, de la forma de vida que él propone, cae bajo su condena. El gran peligro del escándalo no es sólo las revistas pornográfica, las películas violentas, la droga, sino tantas cosas que se aceptan con naturalidad dentro de la Iglesia (lujo, vanidad, ambición, prestigio), incluso a los más altos niveles. Jesús deja muy clara la gravedad del pecado al hablar de la condena que merece: ser arrojado al mar con una enorme piedra atada al cuello. Se refiere a la piedra superior del molino grecorromano, que giraba tirada por un asno, un caballo o un esclavo. Tirar al mar o al río era un castigo especialmente cruel, ya que el cadáver quedaba insepulto, algo terrible en la mentalidad judía y griega. 2) Que yo mismo me ponga trampas, me haga caer. Las diversas posibilidades las enumera Mc hablando de la mano, el pie y el ojo. Jesús piensa en tendencias que surgen del interior de cada uno de nosotros y que debemos controlar con cuidado. Para dejar clara la gravedad de lo que puede ocurrir, Jesús exhorta a cortar la mano o el pie, o sacarse el ojo. Estas palabras no hay que interpretarlas al pie de la letra, porque después de habernos cortado una mano y un pie, y habernos sacado un ojo, surgirían nuevas tentaciones y necesitaríamos seguir con la otra mano, el otro pie y el otro ojo. Y no entraríamos en la vida mancos, cojos y tuertos, sino ciegos y sin ningún miembro. En el caso anterior, el castigo era sumergir en el mar; aquí, ir a parar a la gehena, «al fuego inextinguible», «donde el gusano no muere y el fuego no se apaga». La gehena como lugar de castigo se basa en la tradición apocalíptica judía; el gusano y el fuego, en unas palabras del libro de Isaías. A los pintores y a los predicadores les han dado materia abundante de inspiración, a menudo desbocada. Reflexión final En pocas palabras nos da Marcos abundante materia de reflexión y de examen sobre nuestra actitud ante los demás y ante nosotros mismos: ¿excluimos a quienes nos van con nosotros, a quienes consideramos que no viven un cristianismo tan exigente como el nuestro? ¿Valoramos el gesto pequeño de dar un vaso de agua, o nos escudamos en la necesidad de grandes gestos para terminar no haciendo nada? ¿Pongo obstáculos a la fe de la gente sencilla o de los menos importantes dentro de la iglesia? ¿Me voy tendiendo trampas yo mismo que me impiden caminar junto a Jesús? El 30 de julio de 2015 fue el Día Mundial contra la trata de personas, un fenómeno que afecta a millones de personas “en 137 Estados se ha explotado a víctimas de por lo menos 127 países ya sea como punto de origen, tránsito o destino” -estimación de Naciones Unidas- , problemática denunciada reiteradamente por el Papa Francisco como “un crimen contra la humanidad” […] “es necesaria una responsabilidad común y una voluntad política más fuerte para vencer en este frente” […] “Una intervención legislativa adecuada en los países de origen, tránsito y llegada, pues facilitar la regularidad de las migraciones, puede reducir el problema”; preocupado por este flagelo añade en abril de 2014 “la trata de personas es una herida abierta en el cuerpo de la sociedad contemporánea, una llaga en el cuerpo de Cristo”.
La trata de personas es una actividad delictual a gran escala, interrelacionada con otros delitos globalizados y organizados, como el tráfico de drogas y de armas. La trata ocupa, como actividad económicamente rentable, el segundo lugar detrás del tráfico de drogas y por encima del tráfico de armas. Según la Organización Internacional del Trabajo, la trata afecta cada año a unas 2.500.000 personas entre mujeres, hombres, niños y niñas en todo el mundo, es un negocio que genera unos 7.000 millones de dólares anuales. Hay que destacar que un 80% de las víctimas son mujeres y niñas, por lo que se convierte en una problemática de género y en una grave violación a los Derechos humanos que al mismo tiempo, suele implicar la violación de otros derechos como: Derecho a – no sufrir esclavitud o servidumbre forzada, ni prácticas de tortura u otras formas de trato inhumano o degradante – la salud – una vivienda digna en condiciones de seguridad – no ser discriminado por razón de género – un trabajo justo y con condiciones favorables – la vida Según la Convención de las Naciones Unidas contra la Delincuencia Organizada (Protocolo de Palermo) define a la trata de personas como “la captación, el transporte, el traslado, la acogida o la recepción de personas, recurriendo a la amenaza o al uso de la fuerza u otras formas de coacción, al rapto, al fraude, al engaño, al abuso de poder o de una situación de vulnerabilidad o a la concesión o recepción de pagos o beneficios para obtener el consentimiento de una persona que tenga autoridad sobre otra, con fines de explotación. Esa explotación incluirá, como mínimo, la explotación de la prostitución ajena u otras formas de explotación sexual, los trabajos o servicios forzados, la esclavitud o las prácticas análogas a la esclavitud, la servidumbre o la extracción de órganos”. La intención detrás de esta definición es facilitar la convergencia en los enfoques nacionales en relación con el establecimiento de infracciones penales nacionales que apoyen la cooperación internacional eficaz en la investigación y el enjuiciamiento de casos de trata. Otro objetivo del Protocolo es proteger y asistir a las víctimas con pleno respeto de sus derechos. La Vida Religiosa en América Latina intenta formar redes contra la trata, esta lucha requiere que se contemplen las múltiples aristas de este fenómeno. Prevención y procuración de justicia son elementos importantes, más no suficientes, si no se considera con el mismo tesón el plano de la protección y la asistencia a las víctimas así como ofrecer una oportunidad de reiniciar su vida. Esto supone un compromiso interinstitucional en el que la cooperación entre entidades religiosas, públicas y sociedad civil resulta fundamental. “Un grito por la vida”; “Red Kaway” y “Red Ramá”, son redes lideradas por mujeres consagradas, pertenecientes a la CLAR, que han decidido tomar como prioridad el combatir este crimen y se han propuesto articular las respuestas que religiosas y religiosos están dando en el continente. Desde el año 2012 la CLAR impulsa la reflexión sobre esta problemática y sus acciones en 22 países donde la Vida Religiosa se encuentra presente. Se van generando compromisos desde una lectura crítica de la realidad iluminada por la reflexión teológica. Es un asunto que también ha preocupado a la Unión Internacional de Superioras Generales (UISG), en un Congreso que tuvo lugar en Roma en el año 2008 declararon: “Denunciamos el crimen de la Trata de personas que constituye una grave ofensa contra la dignidad humana y una seria violación de los Derechos Humanos”. En el año 2004 la UISG constituyó la “Red Talithakum”, de carácter mundial (supone 21 redes en 75 países de los cinco continentes). A nivel sudamericano, la “Red Kaway” –palabra quechua que significa ¡Vive!, ¡Vive ya!- congrega a Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela. La “Red Ramá” integra a la mayor parte de los países de Centroamérica y de las Antillas: Belice, Costa Rica, Cuba, El Salvador, Guatemala, Haití, Honduras, Nicaragua, Uruguay y Panamá. Y “Un Grito por la vida”, está presente en el amplio territorio brasilero. Estas redes articulan sus acciones con centros de derechos humanos, pastorales y otras redes de vida consagrada que actúan en el resto de América Latina y otros continentes. Realizan actividades de formación, concientización, debates, denuncias, prevención, asistencia a las personas afectadas. Realizan encuentros, talleres, congresos, campañas a nivel local, regional, nacional. En cada país buscan coordinarse con organizaciones civiles, organismos estatales e iglesias locales. Una esperanza desde la Palabra de Dios Una vez más los gritos de dolor toman el cuerpo femenino. La vida de la esclava egipcia Agar puede iluminar el caminar de las víctimas de la esclavitud y de quiénes se solidarizan con ellas. Agar nos revela al Dios que no desampara y su nombre: [Agar] dijo: “tu eres Él-Roi, el Dios que me ve” (Gén 16,13). Como bien sabemos en la historia de Abraaham y Sara observamos que a pesar de las repetidas promesas de Dios, Sara no ha tenido hijos y ya llevan diez años viviendo en Canáan. Sara duda de la palabra de Dios y decide una solución: su marido poseerá a su esclava, ella adoptará al hijo que nazca de esa unión y suya será su descendencia. Las cosas no salen bien. Agar queda embarazada y logra lo que Sara no consigue. Sara experimenta sentimientos negativos y violentos: siente rabia, celos, ira; llevada por ellos y por el orgullo de Agar, que embarazada, mira por encima a “su señora”, comienza a maltratarla. Agar tiene claro que no cuenta con ninguna protección, pues Abraham se debe a su mujer, y siente un profundo temor. Confusa y llena de dudas prefiere huir. Así es como se encuentra en medio del desierto, en plena soledad. Cuando el vigor de Agar se ha extinguido, se cruza “un ángel”, quien la encuentra cerca de una fuente. Agar bebe, el ángel la envía de regreso a la casa de Sara y le promete también a ella una gran descendencia. Ante la figura del ángel podemos preguntarnos: ¿se encontró con una persona o con su propia voz interior? Como quiera que fuera Agar ve con lucidez dos cosas: no puede huir de Sara, pues está sola, sin derechos y sin medios. No tiene posibilidad alguna de sobrevivir ni ella ni el niño. Pero ha sido bendecida: tendrá un hijo, un regalo especial para su vida. Por lo tanto decide tener su hijo y regresar al lado de Abraham y Sara. Agar vuelve sobre sus propios pasos, depone su orgullo porque ama la vida de su hijo y la suya propia. Pasa el tiempo y tampoco para Agar y su hijo Ismael (“Dios ha escuchado”), llega la paz. En el capítulo 21 del Génesis se narra que Sara queda embarazada y nace Isaac. Sara no puede vivir bien con la situación que ella misma ha provocado. Se ha entablado una espiral de violencia. No soporta que Ismael e Isaac jueguen juntos, se lleven bien y puedan un día compartir la promesa de Dios hecha a Abraham sobre su descendencia y sus posesiones… Así que exige a su marido que expulse a Agar y a su hijo. Abraham, a pesar de querer a Ismael, le da a Agar un odre con agua, pan y los envía al desierto. El drama continúa. Agar no quiere ver a su hijo morir, lo coloca debajo de unas matas, se sienta a cierta distancia y llora desconsoladamente. La vida de Agar con el embarazo se ha convertido en sufrimiento: ha sido despreciada, maltratada, humillada y enviada a morir al desierto junto a su hijo. Nuevamente aparece un ángel, que alivia a Agar en su desesperación: “Levántate, toma al niño, ¡Dios está contigo!”. Y encuentra una fuente. Ambos están a salvo. Agar cría a su hijo en el desierto, quien tendrá una gran descendencia. Ella será el origen de un gran pueblo, porque “Dios ha escuchado su aflicción”, porque Dios es EL –Roi, “el que ve”. La esclavitud y la muerte son derrotadas por una libertad y una vida abiertas al futuro. El Señor nos prepara, para que como Él nos pongamos en contacto con tantos gemidos, llantos y gritos de la humanidad. Las redes de la vida consagrada contra la Trata nos muestran cómo, gracias a Dios, nos hacemos sensibles a los gritos de las “periferias existenciales”. Dios que ve y escucha, da fuerza y valor para enfrentar semejante crimen, conscientes de que se expone la vida por amor a estas víctimas. Ante el sínodo de los obispos católicos que se reunirán por segunda vez en octubre del 2015 para reflexionar sobre la familia me gustaría compartir algunas apreciaciones al respecto para dar a conocer lo que pensamos parte de los católicos de hoy. No sé si muchos o pocos, pero “haberlos hay los”:
LA PARTICIPACIÓN: Es un paso enriquecedor que se haya pedido a todos participar en esta reflexión, pero es de lamentar que, a pesar de la importancia de esta novedad, no en todas las parroquias de las distintas diócesis se facilitaron los cauces institucionales para ello. Bien es verdad que hubo otros medios para que el que quisiera pudiera hacer llegar su voz al Sínodo. PROTAGONISTAS CLERICALES: Por otra parte, no parece de recibo que sean obispos quienes protagonicen en la Iglesia una reflexión precisamente sobre la familia. Es una obviedad que no parece que sean ellos quienes puedan entender mejor la realidad familiar ni tampoco, por eso mismo, serán ellos los más capaces para iluminarla desde una perspectiva cristiana. Una reflexión sobre esta materia debiera ser recomendada mayoritariamente a laicos casados, mujeres y hombres, con la capacidad analítica necesaria y con la preparación teológica conveniente. LENGUAJE EXCLUYENTE: Si los protagonistas no fueran tan clericales seguro que el lenguaje empleado tanto en los textos de trabajo del Sínodo como en las provisionales conclusiones sería muy diferente: más sencillo y directo. Estos textos no han sido redactados de modo que todos puedan entenderlos, que es como debiera ser. VALORACIÓN: Casi todos los que nos sentimos de una u otra manera en la Iglesia creemos que es importante que intente poner al día su mensaje moral, aunque siempre lo haga con un desmedido retraso o se quede a medio camino. Pero, tanto en el caso de la familia como en todo su discurso moral, tal importancia de lo que digan es relativa, pues hay que tener en cuenta que la voz de la jerarquía eclesiástica es una referencia más a la hora de determinar cómo ha de ser nuestro comportamiento. El que la Iglesia esté tan clericalizada y tan jerarquizada le resta mucho valor a su discurso. De ahí que hay que valorar el Sínodo en su justa medida: de él saldrán unas orientaciones que serán más o menos estupendas según estén más o menos en consonancia con el evangelio de Jesús, que es la referencia de más valor para un cristiano. Sabemos que no siempre ha sido el magisterio eclesiástico quien mejor ha interpretado a Jesús de Nazaret ni quien mejor ha enseñado el camino cristiano. CRISTIANOS ADULTOS: Lo que el Sínodo venga a decirnos sobre la familia lo añadiremos a todas las informaciones que nos hemos procurado a lo largo de nuestra vida para tenerlo también en cuenta en la formación de nuestros juicios de valor y en la toma de decisiones de nuestro comportamiento sobre los temas familiares. Somos muchos, cada vez más, los que tenemos claro que es a cada uno de nosotros a quien corresponde en última instancia decidir sobre la moralidad de nuestros actos, de los que evidentemente tenemos que hacernos responsables. Ni en este tema, ni en ninguno otro, debemos, ni podemos, derivar hacia otros ni la decisión de lo que hemos de hacer ni la responsabilidad de lo que hemos hecho. Nunca hemos olvidado que la última norma de moralidad ha de ser nuestra propia conciencia, que estamos obligados a tener bien informada y a seguir responsablemente siempre. LA COMUNIDAD CRISTIANA: Es más importante lo que piensa y practica la comunidad cristiana donde uno celebra y comparte su fe. En ella donde hemos de contrastar nuestras opiniones, lo que nos ayudará a evitar un individualismo que nos puede apartar del camino de Jesús. Si nos referimos, por poner un ejemplo, a los divorciados que se han vuelto a casar civilmente, (o quienes sin casarse por la Iglesia lo han hecho civilmente o quienes están unidos sin matrimonio católico ni civil), creemos que lo que importa de verdad es que la comunidad donde uno está inserto, tanto los fieles como el sacerdote, acepte que los tales participen en el signo de la comunión cristiana eucarística. De hecho sabemos que es una práctica habitual en muchas de ellas. LA MORALIDAD EN LAS RELACIONES MATRIMONIALES: Creo que es importante tener en cuenta que las relaciones “matrimoniales”, de pareja, no son exclusivamente las sexuales, sino otras muchas. Todas ellas han de ser objeto de nuestra atención moral. Se debe superar la preocupación obsesiva por la moralidad de las relaciones sexuales, que para muchos no son las más importantes. Desde esta perspectiva más amplia la homosexualidad, otro tema que el Sínodo no acierta a abordar correctamente, habría de ser considerada sólo como una parte de la homoafectividad. Quizás ello nos ayude a comprender y tratar mejor a los homoafectivos. EL MATRIMONIO: Es evidente que la celebración del sacramento del matrimonio no hace de por sí que las relaciones matrimoniales sean cristianas. Igual que no somos cristianos por estar bautizados. Lo cristiano es fruto de una vida que tiene su origen en el espíritu de Cristo, que de múltiples maneras se hace presente en quien lo acepta. Sería bueno recordar que la historia del cristianismo desde el siglo I hasta nuestros días nos da a conocer distintas formas de vida matrimonial, todas ellas igualmente cristianas. No parece lo más adecuado ceñirse a una sola interpretación y no dar cabida a ningún otro modo de vivir el matrimonio que al que hoy es definido en el Código de Derecho Canónico. Por otra parte, no se ve sentido, (¿o más bien es una hipocresía más?) querer mantener un vínculo jurídico cuando de hecho ha desaparecido el amor que es la base sobre la que se construye el matrimonio. HAY QUE RELATIVIZAR: Dicen que la verdad es poliédrica. De ello se deduce que sólo la podremos vislumbrar cuando lleguemos a comprender el conjunto, de lo que nunca podremos estar seguros de haber conseguido, debido a la falta de perspectiva y a la fluidez de la realidad. Todo está siempre cambiando. Ser dogmático al hablar de la moralidad va en contra del ser de las cosas. Por consenso podemos llegar a una determinada moral que habrá de ser cambiante y diversa por muchas razones. De hecho así está siendo en la práctica. Lo que para unos es alcanzable puede no serlo para otros. Lo que en un sitio un determinado comportamiento es bien visto, en otro no lo es. Este relativismo que defiendo supone que haya siempre una postura moral exigente, honrada, honesta, sincera, responsable… APROPIACIÓN INDEBIDA DE LA LEY NATURAL: La doctrina eclesiástica sobre la sexualidad dice apoyarse en la ley natural. La “ley natural” podría ser la referencia para la unificación de criterios universales de moralidad. Pero la ley natural no es lo que la “Iglesia” dice, atribuyéndose en exclusiva su recta interpretación. Ya no es posible entenderla tal como la entiende la doctrina oficial eclesiástica, debido al trasfondo pre-científico, ideológico, en que se apoya su interpretación y, además, porque la ley natural habría de determinarse por consenso universal. En este momento debe ser reinterpretada debido a que estamos en un nuevo tiempo histórico caracterizado por los nuevos conocimientos científicos. Es evidente que para muchos la voz de la naturaleza no coincide precisamente con la voz de la Iglesia. “LA FAMILIA CRISTIANA”: Primero fue el sacro imperio, luego el nacional-catolicismo y ahora la familia-cristiana. La mentalidad que subyace en estas pretensiones es la misma. Lo primero que hay que resaltar al respecto es la incompatibilidad de los términos: imperio sagrado, nación católica, familia cristiana. Por muchas razones, pero algunas más importantes: la fe es un acto de adhesión personal a Jesucristo, es una voluntad individual de seguimiento. No sería normal que todos los miembros de una familia, de una nación o de un imperio coincidieran en esa decisión básica y menos que ello fuera durante toda su vida. Imponer la fe sería radicalmente contradictorio. Lo normal es que haya diversas posturas religiosas, tanto básicas, como de matices. Lo que hay que insistir es que el cristiano respete la postura religiosa, o agnóstica o atea, de los demás, y que la fraternidad natural sea integradora por encima de todas las diferencias. Las posturas autoritarias no condujeron a nada bueno. La fe es un bien que se puede testimoniar, ofrecer, pero no imponer. La única familia cristiana es la comunidad donde nos reunimos como hermanos todos los que libremente hemos optado por Jesús para compartir su vida. No nos une la sangre sino el espíritu, que nos hace a todos hijos de un mismo Padre. Esta es la pregunta que se hace el neurólogo Andrew Newberg, del Centro Myrna Brind de Medicina Integral de la Universidad Thomas Jefferson en Filadelfia, propulsor de una disciplina llamada neuroteología para aunar religiones y neuronas. Para este fin inyecta un rastreador radiactivo a una persona, no importa de qué credo, en estado meditativo o de oración. En un par de minutos, el rastreador llega a su cerebro y, en la sala del escáner, se le iluminan las neuronas que más sangre consumen. Las neuronas más irrigadas de la corteza brillan en rojo, y de más a menos, amarillean, verdean hasta el violeta o mudan al negro. Las zonas posteriores del lóbulo parietal derecho, que nos orientan en el espacio, aparecen más apagadas. “Si una persona se siente conectada con Dios o con el universo, encontramos un bajón de actividad en esos lóbulos parietales, que son los que nos ayudan a establecer el sentido de nuestro yo”. La idea de encontrar a Dios en el cerebro no tiene mucho sentido para Newberg, ya que “no hay un circuito específico religioso, pero sí muchas áreas que aparecen conectadas de diversas formas, dependiendo de la experiencia”. Así, “si la experiencia religiosa es muy emotiva, se activa el sistema límbico (relacionado con la respuesta emocional); alguien que está arrepentido ante Dios se corresponde con una baja actividad en su lóbulo frontal”. Newberg sugiere que la fe proporciona a las personas un sentido de conexión, códigos morales y comportamientos que mejoran la función social del grupo, “un mecanismo por el que los seres humanos crecen y se adaptan, que proporciona objetivos, ser una mejor persona o desarrollar un sentido de propósito y significado de la vida” (Cf. L. M. Ariza, Dios está en el cerebro, El País, 1 septiembre 2015).
¿Dónde está Dios?, podemos finalmente preguntarnos. Dios está en todas partes y “en lo más profundo de nuestro corazón”. Lo que el profesor Newberg está señalando es a nuestra Inteligencia Espiritual (IES), que solo el Espíritu Santo nos la puede iluminar y abrirnos a la fe para un encuentro personal y amoroso con Dios. San Agustín después de ir tras sus huellas por muchos caminos, lo halló dentro de sí mismo. No hace falta hablarle a gritos. Lo llevamos dentro como huésped. Podemos hablarle como Padre porque somos sus hijos. Bastará con encontrar momentos de soledad para estar con Él, sumergiéndonos sin miedo en la más profunda interioridad. El cielo está dentro de nosotros y nosotros sin saberlo. Los movimientos migratorios se han dado en todas las épocas y han ido diseñado y modificando la historia del mundo y la historia de cada ser humano. Si llegáramos a conocer nuestro árbol genealógico a través de los siglos, seguramente reconoceríamos que todos nos hemos “movido” de sitio.
En este momento estamos asistiendo desde la cercanía-distancia que nos proporcionan los medios de comunicación a un movimiento, de Sur a Norte en Europa, de cientos de miles de personas que se deslizan como una marea huyendo de su país, su familia, sus costumbres, su cultura y su propia historia. Huyen por diferentes causas que se pueden englobar en dos: el hambre y la violencia, que son lo más antidemocrático que le puede suceder a un ser humano. A unos les llaman migrantes y a otros refugiados, tienen diferente status para ser acogidos o no en las legislaciones de los países a donde van llegando. A mí me parecen sencilla y tristemente personas en peligro, mi prójimo pidiendo auxilio: ¡S.O.S.! No llevan equipaje ni coche propio, son carne de cañón para embaucadores, traficantes y bandas organizadas que comercian con el engaño y el horror. Quienes huyen del hambre y la violencia van armados, portan solamente un arma: sus pies. Arma que, obediente al instinto de supervivencia, se pone en marcha hacia la Tierra Prometida del Norte. El Mediterráneo como cementerio acuático responsabilidad, al parecer, de los países limítrofes de la Unión Europea (España, Italia, Grecia). El paso de Calais (Francia) para alcanzar la otra orilla, ante los ojos sobresaltados de los que miran al otro lado. Un camión frigorífico destinado al transporte de carne de pollo como sarcófago comunitario aparcado en el arcén de una autopista (Austria)… Cientos de personas se van expandiendo como una mancha de petróleo sobre el mar que no sabe de rejas ni concertinas. Cuando el hambre, la violencia, las guerras, la inseguridad y la pérdida de todo es lo que queda, el ser humano se pone a andar. Ese es su arma; no dispara pero va dejando huellas, surcos y rastros del dolor, el sufrimiento y la muerte, esa es su munición. Si desde los organismos internacionales no hay voluntad o capacidad para adentrarse sin hipocresía en el meollo de lo que provoca estos movimientos migratorios, estamos todos en grave peligro. Se acerca una fecha, el 11-S, que puede ser un momento de reflexión para hacer un recorrido de los años que han pasado desde aquel espantoso ataque donde murieron tantas personas. Reflexión encaminada a poner los ojos en la realidad del problema migratorio consecuencia del desequilibrio económico, político, de corrupción e hipocresía que marca las relaciones internacionales. El punto de partida donde incidir para esta reflexión podría ser el tema económico. Nada sucede sin que el dinero circule. En el uso del dinero se encontrarán pistas para ahondar en la raíz de los acuciantes problemas que sufre el mundo. Cuando mires al inmigrante que te pide en el semáforo amplía el perímetro de tu mirada y pregúntale de qué país llegó y cómo accedió al tuyo. Luego, con mucho respeto, escucha, si es que esa persona quiere compartir contigo, la problemática que le hizo ponerse en marcha. He ido al evangelio a ver qué diría Jesús: “Fui extranjero y me acogiste” (Mt 25,35). Quien acoge vela por la persona que llega a su casa, a su vida. No es sólo darle de comer, beber y cama; es también cercanía, conversación y consuelo. Para eso hay que estar abierto y tener un grado de empatía como el que Jesús tenía. Y también abrirse a los problemas que pueda traer la denuncia de la injusticia que provoca todo esto. No nos quedemos espantados e inmovilizados por la impotencia que supone no saber qué hacer en casos como los que estamos viendo relacionados con las personas que huyen de sus países de origen. Hay que transformar esa impotencia: yo me puse a escribir. Si al menos una palabra, aunque sólo sea una, sirve como denuncia, esta es la que propongo: ¡Basta! |
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