Hoy lo tenemos fácil, porque el texto que acabamos de leer es continuación del que hemos leído el domingo pasado. En Cesarea de Filipo, también fuera del territorio de Palestina. Lo que Mateo pone hoy en boca de Jesús, ni siquiera es aceptable para los seguidores. Jesús acaba de felicitar a Pedro por expresar pensamientos divinos. Ahora le critica muy duramente por pensar como los hombres. La diferencia es abismal, solo a unas líneas de distancia en el mismo evangelio. Como Pedro, los cristianos en todas las épocas, nos hemos escandalizado de la cruz. Ninguno de nosotros hubiera elegido para Jesús ese camino. ¿Dónde queda la imagen de Mesías victorioso, Señor o Hijo de Dios?
A pesar de las palabras de Pedro, la actitud ante el anuncio de la muerte, demuestra que ni él ni los demás, habían entendido lo que significaba Jesús. El mayor escollo para poder aceptar lo nuevo, fue su religión. Para entender a Jesús, hay que dejar de pensar como los hombres y empezar a pensar como Dios. Pensar como Dios, es dejar de ajustarse a este mundo; es transformarse por la renovación de la mente (Pablo). Para aceptar el mensaje de Jesús, tenemos que cambiar radicalmente nuestra imagen de Dios. El anuncio de su muerte. La muerte de Jesús fue para los primeros cristianos el punto más impactante de su vida. Seguramente el primer núcleo de todos los evangelios lo constituyó un relato de su pasión y muerte. No nos debe extrañar que, al redactar el resto de su vida se haga desde esa perspectiva. Hasta cuatro veces anuncia Jesús su muerte en el evangelio de Mateo. No hacía falta ser profeta para darse cuenta de que la vida de Jesús corría serio peligro. Lo que decía y lo que hacía estaba en contra de la doctrina oficial, y los encargados de su custodia tenían el poder suficiente para eliminar a una persona tan peligrosa para sus intereses. Hasta sus familiares más cercanos quisieron impedirlo, llevándoselo a casa por la fuerza, porque había elegido un camino de locos. Oposición de Pedro. Pedro responde a Jesús con lógica. ¿Podía Pedro dejar de pensar como judío? Incluso el día que vinieron a prenderle, Pedro saca la espada y atizó un buen golpe a Malco, para evitar que se llevaran al Maestro. Era inconcebible para un judío, que al Mesías lo mataran los más altos representantes de Dios. El texto quiere transmitirnos que la idea falsa de Dios, que manejan, hacía a Jesús inaceptable como representante de Dios. La crítica de Jesús va dirigida a los de dentro, no a los de fuera. La respuesta de Jesús a Pedro, es casi la misma que dio al diablo en las tentaciones del desierto. Ni a los fariseos ni a los letrados, ni a los sacerdotes dirige Jesús palabra tan duras. Lo cual quiere indicar que la propuesta de Pedro era la gran tentación para todo ser humano, también para Jesús. La verdadera tentación no viene de fuera, sino de dentro. Lo difícil no es vencerla sino desenmascararla y tomar conciencia de que ella es la que puede arruinar nuestra Vida. Jesús no rechaza a Pedro, pero quiere que descubra su verdadero mesianismo, que no coincide ni con el del judaísmo oficial ni con lo que esperaban los discípulos. A los apóstoles les costó Dios y ayuda descubrirlo. El seguimiento es muy importante en todos los evangelios. Se trata de abandonar cualquier otra manera de relacionarse con Dios y con los demás, y entrar en la dinámica espiritual que Jesús manifiesta en su vida. Es identificarse con Jesús en su entrega total a los demás, sin buscar para sí nada que pueda oler a poder o gloria. Negarse a sí mismo supone renunciar a toda ambición personal. El individualismo el egoísmo, quedan descartados de Jesús y del que quiera seguirlo. Cargar con la cruz es aceptar la oposición del mundo. Se trata de la cruz que nos infligen otras personas -sean amigas o enemigas- por ser fieles al evangelio. En tiempo de Jesús, la cruz era la manera más denigrante de ejecutar a un reo. El carácter simbólico solo llegó para los cristianos después de comprender la muerte de Jesús. Como el relato habla de la cruz en sentido simbólico, es improbable que esas palabras las pronunciara Jesús. El condenado era obligado a cargar con la parte trasversal de la cruz (patibulum). No está hablando de la cruz aceptada voluntariamente, sino de la impuesta por haber sido fiel a la voluntad de Dios. Lo que debemos buscar es la fidelidad. La cruz será consecuencia inevitable de esa fidelidad. Jesús intenta mostrarnos el camino que nos puede llevar más lejos en la pretensión de mayor humanidad. La propuesta de Jesús es la única manera de ser hombre. Todo ser humano debe aspirar a ser más; incluso ser como Dios. Pero debe encontrar el camino que le lleve a su plenitud. Los argumentos finales dejan claro que las exigencias que parecen tan duras, son las únicas sensatas. Lo que Jesús exige a sus seguidores, es que vayan por el camino del amor, es decir, por el camino del servicio a los demás aunque ese camino les acarree sufrimiento e incluso la muerte. Aquí está la esencia del mensaje cristiano. No se trata de renunciar a nada, sino de elegir en cada momento lo mejor para mí. Si interpreto el mensaje evangélico como renuncia, es que no he entendido ni jota. Seguimos pensando como los hombres. Jesús no pretende deshumanizarnos como se ha entendido con frecuencia sino llevarnos a la verdadera plenitud humana. No se trata de sacrificarse, creyendo que eso es lo que quiere Dios. Dios quiere nuestra felicidad en todos los sentidos. Dios no puede “querer” ninguna clase de sufrimiento; Él es amor y solo puede querer para nosotros lo mejor. Nuestra limitación es la causa de que, a veces, el conseguir lo mejor, exige elegir entre distintas posibilidades, y el reclamo del gozo inmediato inclina la balanza hacia los que es menos bueno e incluso malo. Mi falso yo está exigiendo que mi verdadero ser se someta a sus deseos. En la medida que lo consiga, estoy salvando mi vida pero pierdo la verdadera Vida. La mayoría de nuestras oraciones pretenden poner a Dios de nuestra parte en un afán de salvar el ego y la individualidad, exigiéndole que supere con su poder nuestras limitaciones. Lo que Jesús nos propone es alcanzar la plenitud despegándonos de todo individualismo. Si descubrimos lo que nos hace más humanos, será fácil volcarnos hacia esa escala de valores. En la medida que disminuyo mi necesidad de seguridades materiales, más a gusto, más feliz y más humano me sentiré. Estaré más dispuesto a dar y a darme, aunque me duela, porque eso es lo que me hace crecer en mi verdadero ser. Una perfecta vida biológica, instintiva, sensitiva, racional no supone ninguna garantía de mayor humanidad. Todo lo contrario, ganar la Vida es ir más allá del hedonismo. Lo biológico, lo sensitivo y emocional es necesario, pero no es lo más importante. Si dejas de dar la importancia que tiene a la parte sensible de tu ser, debes descubrir tu verdadero ser y empezarás a vivir en plenitud. La muerte afecta solo a tu ser biológico, por eso esta vida se pierde siempre, antes o después. Si accedes a la verdadera Vida, la muerte pierde su importancia. La plenitud se encuentra más allá de lo caduco. ¡Ojo! No más allá en el tiempo, sino más allá en profundidad, pero aquí y ahora. Para ser cristiano, hay que trasformarse. Hay que nacer de nuevo. Lo natural, lo cómodo, lo que me pide el cuerpo, es acomodarme a este mundo. Lo que pide mi verdadero ser es que vaya más allá de todo lo sensible y descubra lo que de verdad es mejor para la persona entera, no para una parte de ella. Los instintos no son malos; que los sentidos quieran conseguir su objeto, no es malo. Sin embargo la plenitud del ser humano está más allá de los sentidos y de los instintos. La vida humana no se nos da para que la guardemos y preservemos, sino para que la consumamos en beneficio de los demás. Meditación-contemplación “Transformaos por la renovación de la mente”. Nacer de nuevo, nacer del Espíritu, es el mensaje de Jesús. En lo biológico estamos siempre; es el punto de partida. Lo espiritual hay que descubrirlo y vivirlo. ……………… Si no entro en la dinámica del Espíritu, permaneceré en el ámbito de lo sensible. Puedo disfrutar de placeres inmediatos sin cuento, pero quedará truncada mi verdadera posibilidad de ser. ………………… El hedonismo es la gran tentación y el gran engaño. Todo lo que nos rodea nos empuja al placer sensible. Si rechazas la oferta, quedas estigmatizado para el mundo, y se revolverá contra ti como una fiera herida.
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En el evangelio del domingo anterior, Pedro, inspirado por Dios, confiesa a Jesús como Mesías. Inmediatamente después, dejándose llevar por su propia inspiración, intenta apartarlo del plan que Dios le ha encomendado. El relato lo podemos dividir en tres escenas.
Primera escena: Jesús y los discípulos (primer anuncio de la pasión y resurrección) Pedro acaba de confesar a Jesús como Mesías. Él piensa en un Mesías glorioso, triunfante. Por eso, Jesús considera esencial aclarar las ideas a sus discípulos. Se dirigen a Jerusalén, pero él no será bien recibido. Al contrario, todas las personas importantes, los políticos (“ancianos”), el clero alto (“sumos sacerdotes”) y los teólogos (“escribas”) se pondrán en contra suya, le harán sufrir mucho, y lo matarán. Es difícil poner de acuerdo a estas tres clases sociales. Sin embargo, aquí coinciden en el deseo de hacer sufrir y eliminar a Jesús. Pero todo esto, que parece una simple conjura humana, Jesús lo interpreta como parte del plan de Dios. Por eso, no dice a los discípulos: «Vamos a Jerusalén, y allí una panda de canallas me va a perseguir y matar», sino «tengo que ir» a Jerusalén a cumplir la misión que Dios me encomienda, que implicará el sufrimiento y la muerte, pero que terminará en la resurrección. Para la concepción popular del Mesías, como la que podían tener Pedro y los otros, esto resulta inaudito. Sin embargo, la idea de un personaje que salva a su pueblo y triunfa a través del sufrimiento y la muerte no es desconocida al pueblo de Israel. La expresó un profeta anónimo, y su mensaje ha quedado en el c.53 de Isaías sobre el Siervo de Dios. Segunda escena: Pedro y Jesús (vuelven las tentaciones) Jesús termina hablando de resurrección, pero lo que llama la atención a Pedro es el «padecer mucho» y el «ser ejecutado». Según Mc 8,32, Pedro se puso entonces a reprender a Jesús, pero no se recogen las palabras que dijo. Mateo describe su reacción con más crudeza: «se lo llevó aparte y se puso a increparle: ¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte!» Ahora no es Dios quien habla a través de Pedro, es Pedro quien se deja llevar por su propio impulso. Está dispuesto a aceptar a Jesús como Mesías victorioso, no como Siervo de Dios. Y Jesús, que un momento antes lo ha llamado «bienaventurado», le responde con enorme dureza: «¡Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar!» Estas palabras traen a la memoria el episodio de las tentaciones a las que Satanás sometió a Jesús después del bautismo. El puesto del demonio lo ocupa ahora Pedro, el discípulo que más quiere a Jesús, el que más confía en él, el más entusiasmado con su persona y su mensaje. Y Jesús, que no vio especial peligro en las tentaciones de Satanás, ve aquí un grave peligro para él. Por eso, su reacción no es serena, como ante el demonio; no aduce tranquilamente argumentos de Escritura para rechazar al tentador, sino que está llena de violencia: «tú piensas como los hombres, no como Dios.» Los hombres tendemos a rechazar el sufrimiento y la muerte, no los vemos espontáneamente como algo de lo que se pueda sacar algún bien. Dios, en cambio, sabe que eso tan negativo puede producir gran fruto. Esta función de tentador que desempeña Pedro en el pasaje y la reacción tan enérgica de Jesús nos recuerdan que las mayores tentaciones para nuestra vida cristiana no proceden del demonio, sino de las personas que están a nuestro lado y nos quieren. Frente a una mentalidad que mitifica y exagera el peligro del demonio en nuestra vida, es interesante recordar este episodio evangélico y unas palabras de santa Teresa que van en la misma línea. Después de contar las dudas e incertidumbres por las que atravesó en muchos momentos de su vida, causadas a veces por confesores que le hacían ver el demonio en todas partes, resume su experiencia final: «...tengo yo más miedo a los que tan grande le tienen al demonio que a él mismo; porque él no me puede hacer nada, y estotros, en especial si son confesores, inquietan mucho, y he pasado algunos años de tan gran trabajo, que ahora me espanto cómo lo he podido sufrir» (Vida, cap. 25, nn.20-22). Tercera escena: Jesús y los discípulos (parábola del maletín y el joyero) No se conocían de nada, sólo les unió compartir dos asientos de primera clase. Ella colocó en el compartimento un elegante estuche con sus joyas. Él, un pesado maletín con su portátil y documentos de sumo interés. El pánico fue común al cabo de unas horas, cuando vieron arder uno de los motores y oyeron el aviso de prepararse para un aterrizaje de emergencia. Tras el terrible impacto contra el suelo, ella renunció a sus joyas y corrió hacia la salida. Él se retrasó intentando salvar sus documentos. El cadáver y el maletín los encontraron al día siguiente, cuando los bomberos consiguieron apagar el incendio. Extrañamente, ella recuperó intacto el estuche de sus joyas. En tiempos de Jesús no había aviones, y él no pudo contar esta parábola. Pero le habría servido para explicar la enseñanza final de este evangelio. Para entender esta tercera parte conviene comenzar por el final, el momento en el que el Hijo del Hombre vendrá a pagar a cada uno según su conducta. En realidad, sólo hay dos conductas: seguir a Jesús (salvar la vida, renunciando al joyero) o seguirse a uno mismo (salvar el maletín a costa de la vida). Seguir a Jesús supone un gran sacrificio, incluso se puede tener la impresión de que uno pierde lo que más quiere. Seguirse a uno mismo resulta más importante, salvar la vida y el maletín. Pero el avión está ya ardiendo y no caben dilaciones. El que quiera salvar el maletín, perderá la vida. Paradójicamente, el que renuncia al joyero salva la vida y recupera las joyas. El pasado 24 de julio, decenas de miles de palestinos respondían contundentemente a la convocatoria de una Marcha de 48.000 palestinos “por la libertad y la dignidad nacional.” El llamamiento leía: “por la humanidad y la justicia. En contra de la ocupación israelí y los brutales ataques sobre la Franja de Gaza.” Desde ese día, convocatorias similares no han dejado de sucederse en Cisjordania, convocatorias, a las que no se ha dado ninguna cobertura mediática. La primera marcha, que partía del campo de refugiados del Ama'ari en la ciudad de Ramallah, pretendía llegar simbólicamente a la ciudad de Jerusalén, y se convocaba para la noche de Al Qader -Noche del Destino-, la noche más importante del Ramadán y la más sagrada del año musulmán.Más allá del hecho de que se eligiera una fecha religiosa representativa, o del número de participantes, o del más de un centenar de heridos y las dos víctimas mortales resultantes, la marcha tiene un alto contenido simbólico y, sobre todo, político.
El trazado de la ruta, que no tiene más de 14 km de largo, supone un viaje por los últimos 66 años de historia y catástrofe que sigue viviendo hoy el pueblo Palestino, y pone de manifiesto de manera explicita la continuada política colonial israelí de anexión territorial y expulsión sistemática de la población palestina, para satisfacer el objetivo sionista de re-establecer un Estado [exclusivamente] judío en la tierra del Israel bíblico. Un objetivo que se materializa a través del expolio de las propiedades y mediante la eliminación, la expulsión y la sustitución progresiva del pueblo palestino por población judía. Pero además, expone tres cuestiones políticas y de derecho clave que explicarían el supuesto fracaso del llamado Proceso de Paz y evidencian la situación de ilegalidad internacional con la que hemos inaugurado el primer cuarto del siglo XXI: 1.- la violación del derecho al retorno de los refugiados palestinos, 2.- la ocupación y la anexión ilegal de la ciudad de Jerusalén y, 3.- la búsqueda permanente de la indefinición de fronteras bendecida por el Proceso de Paz, que ha resultado en la anexión ilegal y sistemática del territorio palestino y la creación de facto de un único Estado en el que reina la discriminación, la segregación, la dominación y la expulsión sistemática del pueblo palestino, haciendo imposible la predicada solución de dos estados. La violación del derecho al retorno de los refugiados palestinosNaciones Unidas denomina refugiados de Palestina a “todas las personas y sus descendientes que entre junio de 1946 y mayo de 1948 vivían en la Palestina del Mandato Británico y que al finalizar la guerra de 1948, habían sido forzadas a abandonar sus hogares y propiedades originales.” Prácticamente la totalidad de la población palestina, que vivía dentro de las fronteras del territorio que pasaría a ser reconocido como el actual Estado de Israel, fue forzada a abandonar sus hogares y propiedades originales. De los aproximadamente 1.300.000 palestinos que vivían dentro de lo que hoy es Israel, tan sólo quedarían unos 150.000 palestinos al finalizar la Guerra de 1948. Israel redujo la población palestina existente al 11'5% de la población original para así satisfacer su objetivo de crear un Estado exclusivamente judío con una minoría aceptable no judía. Algo que Israel celebra como la Independencia, los palestinos recuerdan como la “Nakba”, y es lo que hoy muchos historiadores no dudan en llamar la limpieza étnica del pueblo palestino. La gran mayoría de los Palestinos que sobrevivieron a la Guerra, fueron forzados a huir fuera de las fronteras de Israel, y se encuentran hoy exiliados o refugiados por todo el mundo, principalmente en Cisjordania, Gaza, Jordania, Siria y el Líbano. Según Badil -Centro de Recursos sobre los derechos de residencia y de los refugiados palestinos- de un total de 10'6 millones de palestinos en todo el mundo (datos de 2008), 7'1 millones son refugiados o desplazados forzosos. Es decir, un 67% de la población total palestina ha sido forzada a abandonar sus hogares resultado de las políticas y prácticas sistemáticas de colonización, ocupación y apartheid israelíes desde 1948. De estos, 6'6 millones (93%) son refugiados de 1948, de los cuales 1'1 millones se encuentran en Gaza. La UNRWA ofrece asistencia a unos 5 millones, de los que aproximadamente un 30% sigue viviendo hoy en campos de refugiados. Además, los refugiados palestinos constituyen, según las Naciones Unidas, una tercera parte de la población refugiada mundial y es el caso de refugio más antiguo sin resolver de la historia. De aquellos 150.000 palestinos que no cruzaron fronteras internacionales, y que permanecieron dentro de las fronteras de lo que pasaría a ser reconocido como el actual Estado de Israel al finalizar la guerra, unos 40.000 pasarían a ser desplazados internos de 1948. A todos ellos, los palestinos les llama “palestinos del interior” o “palestinos del 48”, e Israel les denomina “árabes-israelíes”. En la actualidad, constituyen aproximadamente entre un 20% y un 25% de la población total de Israel. Pero la política de desplazamiento forzoso y expulsión del pueblo palestino no terminó al finalizar la guerra. Israel establecería un gobierno militar sobre los palestinos que permanecieron en el interior, que duraría hasta 1966, y aplicaría toda una serie de regulaciones que les impidiera volver a sus hogares originales y que permitiera al nuevo Estado confiscar sus propiedades. La “Ley de la Propiedad Ausente” de 1950, entre otras, trataría como ausentes a todos los palestinos -los ausentes y los presentes-, para así facilitar la colonización de sus tierras. Además, Israel volvería a expulsar a aquellos que intentaron regresar a sus casas alegando razones de seguridad, y trasladó por la fuerza a aquellos que no se habían movido a lo que llamaría “pueblos refugio”, una especie de guetos que vivían en condiciones similares a los guetos palestinos de Cisjordania hoy. Los palestinos vivirían recluidos, con grandes restricciones a la movilidad y sometidos a otro sin fin de violaciones de sus derechos y libertades fundamentales. Una vez vació los pueblos palestinos, Israel procedió a destruirlos. Según el historiador Walid Khalidi, de un total de 420 pueblos palestinos, solo 6 no fueron destruidos. En las tierras de algunos de esos pueblos Israel construiría ciudades nuevas, pero en muchos otros procedió a plantar bosques para ocultar cualquier rastro de la existencia de una población palestina anterior. La gran frase propagandística para la promoción de la inmigración judía a Israel fue la de “una tierra sin pueblo, para un pueblo sin tierra” y esta fue la manera de escenificar la gran obra de creación del Estado judío. En 1966, Israel levanta el gobierno militar. Los palestinos urbanos volvieron a sus ciudades de origen, accedieron a la ciudadanía israelí, pero Israel no les permitió retornar a sus casas originales, y a día de hoy siguen siendo víctimas de lo que se viene denominando “discriminación legal”. Un sin fin de regulaciones discriminatorias que limitan la participación de los palestinos en los procesos de la que dice ser “la única democracia de Oriente Próximo”, fomentan la segregación, y cuyo objetivo último es también la expulsión. Israel los considera ciudadanos, pero nunca los considerará nacionales de pleno derecho, un derecho reservado únicamente a la población judía. Muchos otros, sin embargo, nunca fueron reconocidos por el Estado de Israel y, a día de hoy, les sigue tratando como si no existieran. Son los palestinos no reconocidos, que viven en 176 pueblos, que Israel tampoco reconoce, de las áreas de Galilea y el Desierto del Néguev. Este no reconocimiento se traduce en que Israel no les abastece de ningún servicio; ni agua, ni electricidad, ni carreteras, ni transporte, ni alcantarillado, ni sanidad, ni educación. Nada. Para Israel no existen, pero sí espera que algún día se cansen y se vayan. Lo que seriamente pone en cuestión el carácter democrático del que Israel suele alardear. Es interesante mencionar aquí, la política específica de sedentarización y expropiación forzosa que Israel llevó a cabo durante los años 50 sobre la población beduina del Desierto del Néguev -Naqab de su nombre árabe original-, ya que, hoy en día, Israel continúa violando sistemáticamente sus derechos. Israel en los años 50 forzó a los beduinos a abandonar sus tradiciones nómadas, concentrándoles en áreas específicas en el norte del Desierto. Hoy en día Israel sigue sin reconocerles, por lo que no les abastece de servicios, no les permite construir, y reiteradamente destruye los poblados donde intentan sobrevivir a estas amenazas constantes del Estado. Sin embargo, si los contabiliza en las estadísticas de población para fortalecer esa dominación demográfica que pretende tener. Claro ejemplo de la amenaza Israelí sobre este sector de la población es el poblado beduino del Araquib, que Israel ha destruido en los últimos meses nada más y nada menos que 70 veces, la última el pasado 12 de junio. Otro ejemplo de ese tanto demográfico se ha dado en las últimas semanas, cuando Israel ha contabilizado entre sus tres víctimas civiles a uno de estos beduinos que hasta ese momento Israel había tratado como si no existiera. Un beduino al que no le abastecía de ningún servicio y le negaba cualquier derecho, incluido el derecho a tener una casa digna, el derecho a la sirena antiaérea o el de tener un refugio como el resto de los israelíes. Eso si, finalmente, Israel tuvo la “deferencia” de contabilizarle como víctima civil. Además de la discriminación legal a la que se somete a los palestinos del interior, el principal problema al que se enfrentan los palestinos hoy en día es la negativa israelí a reconocer el derecho de los palestinos a la reparación de sus propiedades confiscadas y destruidas y el derecho al retorno a sus lugares de origen. Aunque este derecho esté consagrado por el Derecho internacional y confirmado por muchas resoluciones de Naciones Unidas, en particular las resoluciones 194 (1948) y 237 (1967), Israel, 66 años después, y en contravención del Derecho Internacional, se ha negado sistemáticamente a hablar sobre este punto y sigue prohibiendo el derecho al retorno de los palestinos, incluido el derecho a decidir si quieren volver o no. El paso por los campos de refugiados de Al-Ama'ari (1948), Qalandia (1949) y Shu'afat (1965), simbolizan esta realidad. Sus habitantes fueron expulsados en 1948 de Led, Jaffa, Ramla, y Jerusalén oeste, todas ciudades localizadas en el actual Israel. Al igual que la población de Gaza, donde aproximadamente el 80% de la población es refugiada y sus hogares y lugares de origen también se encuentran dentro del actual Israel. Ninguna de estas personas se encuentra a más de 60 km de distancia de sus casas y propiedades originales, pero Israel no les deja visitarlas y mucho menos regresar. La ocupación y la anexión ilegal de Jerusalén EsteLa política de expansión, anexión y expulsión no se terminó con el reconocimiento del Estado de Israel y la definición de sus fronteras mediante el Acuerdo de armisticio de 1949 -frontera popularmente conocida como la Línea Verde. Este Acuerdo, le reconocía a Israel el control sobre el territorio otorgado por la Resolución 181 (1947) -que imponía la partición sobre Palestina-, y además, el territorio que acababa de conquistar durante la Guerra del 48 -Galilea, gran parte Gaza y Cisjordania, y Jerusalén Oeste. Es decir, el acuerdo de Armisticio le reconocía el control sobre el 78% de la Palestina del Mandato. Pero, para Israel, esto no era suficiente. En 1967, Israel ávido de más, ocupa la península del Sinaí egipcio, los Altos del Golán sirios, el sur del Líbano, y de lo poco que quedaba de Palestina -un 21% de la Palestina del Mandato- Cisjordania, Gaza y Jerusalén Este, estableciendo rápidamente un gobierno militar para todo el nuevo territorio ocupado. Sin embargo, la meta prioritaria sería y sigue siendo el control total sobre la ciudad de Jerusalén. El Sionismo, una ideología nacionalista más, nacida en el siglo XIX a la luz de la configuración de los Estados Nación en Europa, no ha dejado de utilizar como táctica la revitalización de referencias bíblicas e instituciones de la antigüedad, alegando que el judaísmo era algo más que una religión, para poder llenar de contenido la idea nacionalista de la existencia de una nación judía. Una consigna identitaria inexistente en el momento de formación de esta ideología. Una vez conseguido el objetivo de tener un Estado con un territorio, una bandera, un mismo idioma -el hebreo moderno se crea a principios del siglo XX con este fin- y un ejército que demostrara el poder de dicho Estado, entre los objetivos del Sionismo, el más importante sería el de imponer la soberanía judía sobre la ciudad de Jerusalén. De éste modo llenaría de contenido práctico las que hasta entonces habían sido tan sólo referencias bíblicas, para así consolidar la justificación identitaria del Estado de Israel. Una táctica dirigida principalmente a su propia población, y más allá de esta, al mundo entero. Como señala la Ley Básica sobre Jerusalén, “Se dará especial prioridad a Jerusalén en las actividades de las autoridades del Estado con el fin de promover su desarrollo en materia económica y de otro tipo.” Aunque la dominación de Jerusalén implique una violación de Derecho, este objetivo siempre ha estado en el imaginario político israelí por encima del derecho. Con este fin, una vez ocupa Jerusalén Este, Israel procede inmediatamente a unificar el Oeste y el Este de la ciudad, declarándola capital “única e indivisible” del Estado en contra del Derecho Internacional, que establece que su capital legal es Tel Aviv. Para consolidar esa declaración contraria a Derecho elabora, hasta el día de hoy, toda una serie de regulaciones encaminadas a ampliar la extensión territorial de la ciudad -incorporando progresivamente los pueblos de la periferia, ganando terreno a la Cisjordania ocupada- ampliando así el perímetro original de la ciudad, y aplica políticas destinadas a expulsar a la población palestina para progresivamente cambiar la composición demográfica de la ciudad y judaizarla. El proceso de anexión y expulsión en Jerusalén que comienza en 1948 y se estructura con la ocupación de 1967, se consolidará definitivamente con el Proceso de Paz. Sobre todo y de manera más imperativa desde el año 2002, con la construcción de un Muro de hormigón cuyo fin último es anexionarse más territorio, aislar completamente Cisjordania de Jerusalén, y concluir con el vaciamiento total de la población palestina original de la ciudad. Entre el largo abanico de medidas que Israel viene aplicando, para consolidar el dominio territorial sobre la ciudad y poder modificar la balanza demográfica en su favor, destacan: la expulsión forzosa de grupos de población palestina de áreas concretas, la ocupación directa de casas palestinas por colonos israelíes con el apoyo y la protección institucional, la denegación de permisos de construcción, la demolición sistemática de casas, la confiscación directa de tierras palestinas y la revocación de permisos de residencia, entre otras. Quizá, estas dos últimas sean las más extensivas y agresivas. Israel confisca tierras palestinas para la construcción de nuevas colonias/asentamientos de uso residencial, institucional, arqueológico o turístico; también para la construcción de carreteras y un tren ligero que comunican las colonias entre sí; para la construcción del Muro de Anexión y Apartheid o simplemente las declara áreas de seguridad para guardarlas en la reserva para futuras construcciones. Por otro lado, la revocación de permisos de residencia suele responder a razones de lo más perverso, desde no haber cumplido con un mínimo consumo de servicios obligatorios, donde los mínimos suelen ser muy altos; pasando por la elaboración de regulaciones segregacionistas o de Apartheid relativas a la vivienda, la salud o la educación; hasta imponer restricciones a la reunificación familiar, siempre en detrimento de los habitantes palestinos de Jerusalén. Desde 1967 se han revocado 180.000 permisos de residencia de la población palestina de Jerusalén Este. Israel aprovecha los picos de tensión -como es la última agresión sobre la Franja de Gaza- para elaborar nuevas leyes que bloqueen cualquier posibilidad de negociar el destino de Jerusalén. Durante los últimos bombardeos parece que ha legislado tres veces en relación a Jerusalén. Regulaciones que hoy en día son irrevocables dado que a principios de este año 2014, la Knesset ratificó la Ley General del Voto, por la que se requiere una mayoría de dos tercios para modificar cualquier ley, blindando herméticamente esa posibilidad. Una ley abusiva que coloca los derechos del pueblo palestino en un punto de indefensión total. Todas estas medidas son contrarias al Derecho Internacional. El IV Convenio de Ginebra (IVCG) y el Reglamento de la Haya de 1907 (RH) lo dejan claro: la potencia ocupante no podrá forzar el traslado ni de individuos ni de grupos de la población local, ni tampoco podrá trasladar a su población civil al territorio que ocupa (Art. 49, IVCG) y el poder ocupante no podrá reclamar la soberanía sobre el territorio que ocupa, y tampoco podrá destruir ni deteriorar las propiedades del territorio ocupado, siendo todos estos actos punibles (RH). Que la marcha de los 48.000 pasara por Qalandia, el control militar construido en el Muro que separa Ramallah de Jerusalén, o a mayor escala, que separa el norte de Cisjordania de Jerusalén, pretende poner de manifiesto este aislamiento total de Cisjordania de la ciudad ocupada de Jerusalén Este; y también quiere poner en evidencia que el Muro junto con un intrincado sistema de carreteras exclusivas para colonos y controles, se encargan de blindar la ciudad. A día de hoy, Jerusalén Este -incluida la Ciudad Vieja- capital legítima y reconocida por el Derecho Internacional, es el territorio de la Palestina ocupada que más sufre las políticas de anexión y expulsión del régimen Israelí. La comunidad internacional por su parte, nunca ha reconocido la anexión ilegal de Jerusalén, pero tampoco ha hecho nada por impedírselo, convirtiéndose en cómplice de este proceso. El resultado: en 2014 tan sólo un 37% de la población total de la ciudad de Jerusalén es palestina. La indefinición de fronteras, el Proceso de Paz y la inviabilidad de la solución de dos estadosFinalmente, la perversión intrínseca al Proceso de Paz y la complicidad occidental en esta perversión, se pusieron de manifiesto al dejar abierta la posibilidad de negociar unas fronteras ya fijadas en 1949 y predicar al mismo tiempo la creación de dos estados sobre aquellas mismas fronteras que se pretendían modificar. La primera premisa hacía efectivamente imposible la segunda. Dejar abierta la posibilidad de modificar aquellas fronteras establecidas en 1949 no ha hecho más que ayudar a Israel a extender la anexión y la fragmentación territorial de lo poco que quedaba de Palestina, le ha permitido fortalecer la ocupación, y le ha dado luz verde para consolidar un sistema de discriminación institucional sobre la totalidad de la población palestina, que va más allá del Apartheid en Sudáfrica; lo que desde mediados de los 90 hace totalmente inviable la voceada solución de los dos estados. La realidad que se configura desde el comienzo del Proceso de Paz sobre el terreno, es la de la creación de un único Estado, pero un Estado controlado en su totalidad por Israel mediante un sistema de exclusión, segregación, aislamiento y dominación extremadamente violento, donde el hurto de más territorio y la discriminación etno-religiosa son la norma. Un sistema cuyo objetivo es garantizar la supremacía de la población judía-israelí en detrimento de los derechos fundamentales de la población palestina o cualquier otra persona que no sea judía. Un sistema dirigido a las expulsión final de la población local originaria y su sustitución por una población judía. Un sistema que ya empezó a dar sus pasos dentro de Israel en 1948 y que se consolidará para todo el territorio de la histórica Palestina a partir de la firma de los Acuerdos de Oslo en 1993 (Oslo I). Nunca antes se habían confiscado tantas tierras palestinas, construido tantos asentamientos, tantas carreteras exclusivas para colonos, tantos controles militares como desde el comienzo del Proceso de Paz. Nunca antes se había aislado de tal modo a unos palestinos de otros, fragmentando el territorio y recluido a la población palestina en pequeños guetos separados y aislándolos entre sí. Desde aquellos Laboristas, que muchos pudieron pensar “moderados”, hasta el día de hoy con el Likud, el llamado Proceso de Paz le ha ido como anillo al dedo a Israel y a la ideología sionista. El llamado Proceso de Paz con el beneplácito de la llamada comunidad internacional, no ha hecho más que proporcionar y facilitar a Israel el limbo espacial y temporal necesario para consolidar y avanzar rápidamente el proyecto de anexión territorial y expulsión del pueblo palestino sin que se notara demasiado. No ha hecho más que ayudar a la ideología sionista a crear aquel Estado exclusivamente judío en la Tierra del Israel bíblico y que, por ahora, se materializa a costa de la eliminación progresiva del pueblo palestino y la radicalización de tendencia fascista de la población judía-israelí. No ha hecho más que evidenciar que Israel renunció desde su creación al carácter democrático del Estado que dice ser. El llamado Proceso de Paz, legalizó con el beneplácito de la llamada comunidad internacional el proceso de anexión, expulsión y discriminación que comenzó en 1948. Progresivamente, esta farsa, se ha hecho cada vez más evidente a los ojos del mundo. Los mismos plazos recogidos en los Acuerdos de Oslo expondrían esta realidad. Los últimos bombardeos sobre la Franja de Gaza, también. Una vez finalizaran los 5 años de periodo interino desde que se firmó Oslo I en septiembre de 1993, israelíes y palestinos estaban obligados a sentarse a negociar el status final de los acuerdos. H abía que poner sobre la mesa de negociación estos tres grandes temas sobre los que Israel no quería oír ni hablar: unas fronteras que jamás quiso definir, ya que sus pretensiones territoriales eran mucho mayores de las que la legalidad internacional le concedía; una ciudad que se había anexionado de manera ilegal, Jerusalén; y un derecho al retorno que se negaba a aceptar ya que pondría en peligro la pretendida supremacía demográfica de la población judía sobre la árabe. El limbo que había ofrecido el Proceso de Paz había llegado a un punto de no retorno. La alternativa a corto plazo era provocar una crisis de tal magnitud que justificara la parálisis del proceso negociador, y al tiempo, ocultara las cartas negacionistas de Israel, poniendo el peso de esta negación sobre los palestinos. Esta gran crisis, que calentaría motores a partir de 1993 por la decepción ante el cumplimiento parcial de los Acuerdos, sumado a la política sistemática israelí de castigos colectivos en la forma de cierres y bloqueos que tendría un impacto extremadamente negativo -sobre todo económico- sobre la población palestina, llegaría a su pico de máxima intensidad a principios del año 2000 cuando Israel intensifica la política de arrestos en masa e incursiones militares, similares a las que hemos vuelto a ver durante las semanas anteriores a los últimos bombardeos sobre la Franja de Gaza. Esta gran crisis que ocultaría la negativa israelí a negociar estas tres cuestiones clave, será lo que a finales del mismo año, y a pocos meses de la llegada del Likud al poder, resulte en lo que se llamaría la II Intifada (2000). Israel tenía la excusa perfecta para no sentarse a negociar y luz verde para seguir consolidando su proyecto colonial. Será en esos años cuando exporte, en el año 2002, la construcción de un Muro que ya había empezado a construir en Gaza en el año 1994; un Muro que le permite anexionarse todavía más territorio e inmovilizar y fragmentar aún más a la sociedad palestina; un Muro que consolidará de forma visible un sistema de Apartheid basado en la exclusión, la segregación etno-religiosa y racial, y la subyugación del pueblo palestino; un Muro que el Tribunal Internacional de Justicia de la Haya el 9 de junio de 2004 declaraba ilegal y exigía su desmantelamiento, pero cuya sentencia hoy, diez años después, sigue sin cumplirse. Ese mismo año 2004 moriría Arafat -envenenado, como investigaciones posteriores han demostrado-, poniendo fin a la era del revolucionario palestino para entrar en la era de una Autoridad Nacional Palestina (ANP) mucho más dócil a las pretensiones tanto internacionales como Israelíes. Israel de nuevo aprovecharía la coyuntura para ir más allá, al contar con el apoyo mucho más explícito de una comunidad internacional que tiene sus propios intereses en la región. En 2005 Israel decidiría extraer a sus colonos de la Franja de Gaza, mediante lo que llamó el Plan de Desconexión de Gaza. Un plan que pretendía, por un lado, crear el imaginario de que la ocupación de Gaza había terminado -algo irreal ya que el control y la dominación de la Franja de Gaza desde el exterior sigue siendo una ocupación ilegal según el Derecho Internacional- y, por otro, consolidar la separación y la desconexión total y efectiva entre Gaza y Cisjordania. Las presiones, promesas y la inyección de capital de la comunidad internacional para la creación de un Estado imposible, debido a la tolerancia de una ocupación extremadamente violenta que no hacía más que reducir los derechos del pueblo palestino a la nada, resultaron en el rechazo de la corrupción política y económica del gobierno de la ANP, dando lugar a la victoria de Hamas en las elecciones de 2006; una nueva excusa para justificar la agresividad extrema de la política colonial Israelí. La comunidad internacional, que llevaba años alimentando el fantasma del terrorismo islámico, por sus propios intereses geopolíticos y económicos en la región, no tardó en condenar los resultados y declarar al Gobierno recién elegido democráticamente, organización terrorista. Durante el año siguiente trataría de imponer un Gobierno de la ANP afín a los intereses occidentales, Israel y sus aliados árabes, sobre la Franja de Gaza. Lo que terminaría en el año 2007 en la expulsión por parte de Hamas de los detractores del resultado electoral y en el fortalecimiento mediático por parte de la comunidad internacional de un gobierno en Cisjordania, ilegal, al que llamó de emergencia, pero favorable a sus intereses. Será entonces cuando Israel consolide un bloqueo que ya había comenzado en 1994 sobre la Franja de Gaza, pero que a partir de ese momento va a ser total. Será también entonces cuando la llamada comunidad internacional comience a garantizar oficial y públicamente la impunidad del ocupante, y a avalar la perpetuación de un bloqueo inhumano, ilegal y las sucesivas y aberrantes masacres televisadas que Israel ejecuta sobre la totalidad de la población palestina de la Franja de Gaza, presentando así de manera explicita la violación sistemática de la llamada comunidad internacional de las obligaciones que le impone el Derecho Internacional. En concreto el Artículo 1 del IV Convenio de Ginebra que obliga a las Altas Partes contratantes “a respetar y a hacer respetar el presente Convenio en todas las circunstancias.” Y otro sin fin de complicidades criminales más que llegaremos a ver en caso de que se restituya el Imperio de la Ley. Esta es la lógica política del violento espectáculo que hemos estado presenciando en los últimos años y de manera más evidente en las últimas semanas. Ante esta situación y desde el comienzo de la última agresión israelí, la población palestina en su totalidad, la de Gaza, la de Cisjordania, la del interior de Israel y la del exilio, así como algunas pocas voces disidentes israelíes y judías del mundo, no han dejado de llamar públicamente a la ciudadanía global a actuar mediante el apoyo a la campaña de Boicot, Desinversiones y Sanciones a Israel (BDS) Una herramienta de resistencia pacífica, que da la oportunidad a cualquier persona del mundo a actuar de manera individual y ética para forzar a los poderes del mundo a cumplir con sus obligaciones legales y poner fin a esta injusticia e ilegalidad. Las marchas por la libertad y la dignidad nacional de los 48.000 palestinos que comenzaron el pasado 24 de julio son una manifestación más de este llamamiento, además de una declaración pública contundente y clara, por la que el pueblo palestino mira de frente a Israel y sus aliados, y les comunica que no van a renunciar a ninguno de sus derechos por mucho que lo intenten. El mensaje es claro, el pueblo palestino le grita al mundo que no se va a someter y que sus derechos no son negociables. ¿“Llamaría” hoy Jesús como “llama” la Iglesia?
Cuando se trata de reclutar vocaciones para el Clero, la propaganda eclesiástica también utiliza medias verdades: “le espera un sueldo fijo, un trabajo gratificante y un buen hogar”. Si esto fuera la verdad completa, la colas del paro se trasladarían de las Oficinas de Empleo a los seminarios o a los palacios episcopales (¡si Cristo lo viera! Mt 11,8; Lc 7,25). Basta preguntar dónde está ese chollo, para desvanecer toda esperanza. Lo primero: olvídate del “hogar”. No puedes casarte, hacer una familia, engendrar hijos, combate toda tu vida los instintos primarios, etc. Leamos la reflexión del buen amigo de este Blog, de Pepe Mallo, que nos obsequia con este artículo veraniego. Gracias. Escribe Pepe Mallo: “MUCHOS SON LOS LLAMADOS…” (¿En busca de las vocaciones perdidas?) Si no lo leo no lo creo Hace unos días (17 de julio), la Redacción de Religión Digital se destapó con este titular: “En busca de las vocaciones perdidas” y comienza su reseña con este texto: “El más pequeño del grupo del seminario menor de Sevilla tiene 13 años, si continúa estudiando, le espera un sueldo fijo, un trabajo gratificante y un buen hogar. El sacerdocio ofrece una vida “diferente”, que no quiere decir “rara”, como afirma el rector del Seminario Metropolitano de Sevilla, Antero Pascual. Cuando el pequeño alumno termine sus estudios obligatorios y el bachillerato, si su fe es fuerte y siente la vocación, se ordenará sacerdote tras seis cursos de estudios teológicos y filosóficos.” Un ilusionado futuro En tiempo de crisis, tanto económica como eclesial, viene bien este eco publicitario de la Institución como reclamo. Se ofrece generosamente un ilusionado futuro, con un trabajo gratificante (sin riesgo de paro), un sueldo fijo, y sobre todo, un buen hogar (sin hipoteca); o sea, el sacerdocio como “medio de vida”. Para lo cual, sabiamente, se saca a los adolescentes de su hogar familiar, de su entorno escolar, de su ambiente de amigos y amigas y se le interna en un seminario donde el contacto con la familia y la sociedad será escaso o nulo. Con esta expectativa, comienza una vida de incertidumbre para los muchachos “llamados” en plena pubertad. Si después de acabar los estudios secundarios y el bachillerato, tras otros seis años de cursos filosóficos y teológicos, “siente la vocación, será ordenado sacerdote”. ¡¡¡Cuán largo me lo fiáis, Comendador!!! “Comerciales” deDios Hace pocos años, al comienzo de la crisis económica, ya la Iglesia española lanzó esta misma campaña el día dedicado al Seminario, casi con las mismas palabras que ha empleado este rector de Sevilla. Y digo yo. ¿La vocación la tiene ya el “aspirante”- lógicamente infundida por Dios- o le va a germinar en el “seminario” (que ya la palabra indica su función)? Si la vocación es una “llamada de Dios”, ¿por qué no “llama más”? Da impresión que Dios tiene poco poder de convocatoria, a pesar de ser todopoderoso. Claro, resulta que es que Dios no llama directamente, sino a través de… O sea que Dios, como cualificado empresario del culto, tiene sus “comerciales” que le simplifican y facilitan la labor de reclutamiento. Y además, son ellos mismos quienes realizan el casting y resuelven infaliblemente quién es realmente llamado por Dios y quién no. Así interpretan la frase “Muchos son los llamados y pocos los elegidos”. ¿Se intenta hacer futuro de un pasado frustrado? Allá por los años cincuenta del siglo pasado, delegados de seminarios y congregaciones religiosas peinaban los pueblos en busca de vocaciones sacerdotales. (Me tocó vivir esa época). El sacerdote entonces gozaba de gran autoridad y prestigio. Muchos de aquellos chavales pueblerinos buscaban en el seminario una salida a su futuro, para muchos de ellos única alternativa para resolver su vida; comenzaba la crisis del campo y el éxodo rural. Y así se llenaron los seminarios, que llegaron a convertirse en “ciudades-convento”. Una década después, durante los años sesenta, aquellos muchachos estaban estudiando Teología, muchos de ellos sin una clara definición vocacional. En plena transición motivada por el Concilio Vaticano II, la figura del sacerdote va decayendo, los jóvenes se replantean su “proyecto de vida” y comienzan los abandonos. Y los seminarios fueron despareciendo, y sus espléndidas y magníficas construcciones se venden o cambian de cometido. ¿Se trata, pues, de volver hoy, quizás con rabiosa nostalgia, a aquellos añorados, prósperos y florecientes años ya desvanecidos? ¿Se intenta hacer futuro de un pasado frustrado? No lo quiera Dios. Es evidente que, en este siglo XXI, la vocación sacerdotal no responde a las expectativas de éxito postuladas por la sociedad. La mentalidad y sensibilidad de las jóvenes generaciones crea un estilo juvenil, en general, muy ajeno a las inquietudes vocacionales. Digámoslo claramente: ser cura no entra hoy como una posibilidad real dentro de las perspectivas vitales de la inmensa mayoría de nuestros niños, adolescentes y jóvenes. No constituye ni siquiera una alternativa que se considere atentamente, aunque sea para descartarla. Es una propuesta que ni siquiera se plantea. ¿Qué convocatoria haría Jesús? Por eso, a la hora de “convocar”, la respuesta a tal llamamiento dependerá de la diversidad de la oferta. Se habla de seminarios florecientes y de seminarios precarios. Yo creo que todo depende de la forma con que se presente esta convocatoria. Podríamos poner unos ejemplos sugerentes: Propuesta de seminario: “Joven, Cristo te llama para ser “su elegido”, entre los más dignos de entre todos los cristianos. Serás “hombre de Dios”, instrumento en las manos de Dios. Vas a ser “consagrado” sacerdote, como Cristo, Sumo Sacerdote. Te llamarán padre y (mon)-señor; te harán reverencias y ocuparás los primeros puestos en las celebraciones. Cuando tus manos sean ungidas con el óleo sagrado, signo del Espíritu Santo, serán destinadas a servir al Señor como sus manos en el mundo de hoy. Y las palabras sagradas que pronunciarás serán capaces de transustanciar el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo, el gran sacramento de nuestra fe. El celibato será signo de tu entrega total absoluta y exclusiva a los demás sin sentirte atado por otros lazos que no sean los de Cristo. Tú, como elegido y pastor de almas, impondrás las leyes en tu “feudo”. Atarás y desatarás. Quien te alabe y te pelotee será bendito. Quien te critique y censure será arrojado a las tinieblas exteriores… Y serás dignísimo sacerdote “in aeternum”. ¿Qué respondes a esta oferta?” Propuesta evangélica: “Joven, Cristo te llama para “servir a la comunidad”, no tanto para servir a Dios ni a los ritos, sino a las personas. El que quiera ser el más importante que sea el “esclavo de todos”. No te dejes llamar padre ni (mon)señor. Y en los acontecimientos solemnes ocupa siempre los últimos puestos. No busques ser alabado. Tampoco lo vas a conseguir dado como está la sociedad. Más bien estarás en boca de todos como objeto de murmuración. No desees prebendas ni privilegios. Eres llamado a ser pastor, a ir tras la oveja perdida… No impongas más cargas sobre las espaldas de las personas; al contrario, echa una mano para aliviar las que ya soportan. Acoge a todos aunque no piensen como tú. No especules tanto en salvaguardar los derechos divinos, como en promover los derechos humanos, porque ante Dios todas las personas son iguales y no establece distinción ni por la raza, ni por el sexo ni por la ideología… Más que “hacer teología” vive el evangelio… Más que hombre de Dios (que lo serás), sé hombre de hombres. ¿Esperamos tu respuesta?” ¿Cuál de las dos visiones del ministerio calará en la mentalidad de los jóvenes? Renunciar a la vida sexual resulta innecesario Por otra parte, en el contexto social actual, el celibato se ha convertido, sobre todo para los jóvenes, en un estado de vida “culturalmente extraño”. Renunciar a la vida sexual resulta innecesario, irracional y, en ocasiones, “sospechoso”. En consecuencia, un proyecto de vida que comporta el celibato resulta para los jóvenes actuales poco estimable. Auténticas comunidades de fe, de celebración y de compromiso. Reconozcamos que la crisis vocacional tiene su origen, no solamente en causas reales de tipo demográfico, económico, social, cultural o institucional, sino también en la penuria de auténticas comunidades de fe, de celebración y de compromiso. La esclerosis de las parroquias recortan de raíz el florecimiento de vocaciones al ministerio. Una parroquia débil es una matriz poco apta para engendrar vocaciones evangélicamente radicales. La parroquia debería ser el verdadero “seminario”. Los tiempos de sequía vocacional son propicios a diseñar un hipotético tipo definido de candidato y exigirle un recorrido determinado previo para su ingreso. Pero las personas “reales” no se ajustan a ningún diseño previamente establecido. Las variables psicológicas, históricas y sociológicas que confluyen en cada vocación concreta desbordan cualquier previsión excesivamente precisa y exigente. Las vocaciones reales son como son, no como quisiéramos que fueran. Están donde están, no donde presumamos encontrarlas. Los esquemas excesivamente rígidos pueden dificultar los resultados. No pasaría nada grave en la Iglesia por el hecho de que el ministerio presbiteral quedara reducido a unas dimensiones muy modestas o incluso fuera compensado por laicos valiosos y bien preparados, aunque no fueran célibes. Un día, se lee en el Talmud, los habitantes de un pueblo decidieron coger el yetzer-ha-ra, es decir, la inclinación al mal que anida en el corazón del hombre y meterlo en la cárcel. De hoy en adelante, se dijeron, nuestro pueblo será un paraíso. Nadie hará nada malo.
Al día siguiente nadie abrió su negocio, nadie compró nada, nadie vendió nada, no se celebraron bodas, no se concibieron niños, no hubo ni insultos ni peleas… Un día en el Paraíso. Pero como no se puede vivir sin ejercer las actividades humanas que todas contienen elementos de egoísmo, de mala gana, soltaron el yetzer-ha-ra y siguieron viviendo en un mundo en el que la inclinación al egoísmo es inevitable y permanente. En la Biblia Hebrea no hay dualidad en la esencia humana, sólo existe la posibilidad de elegir entre la obediencia y la desobediencia. Sencillamente somos responsables de nuestras elecciones. Dios plantó dos impulsos en el hombre, el yetzer-ha-tov, impulso al bien, al altruismo y el yetzer-ha-ra, impulso al mal, al egoísmo. Nadie puede decir la frase tópica “the devil made me do it”, el demonio me hizo hacerlo. Manera clásica de evadir la responsabilidad de nuestras decisiones y de culpar al otro, al demonio. En la Biblia Hebrea no existe el demonio, existe, desde el principio de la creación, la libertad de elegir. Con el paso del tiempo el yetzer-ha-ra se convirtió en Satán. El satán, nombre común, que aparece en el libro de Job no es un ángel luminoso y caído del cielo, un terrorista que declara la guerra a Dios. Es un simple fiscal que acusa a los hombres ante Dios de sus malas decisiones. Dios todopoderoso no tiene ningún rival, ni tiene sentido que alguien le rete. “Yo soy Yahvé, no hay ningún otro; fuera de mí ningún dios existe”. Isaías 45,5 Satanás, nombre propio en el Nuevo Testamento, es el príncipe reluciente que Milton recrea en su “Paraíso Perdido” y que todos conocemos como el Príncipe Azul de los Malos. Satán, el más guapo y el más sexy de todos los ángeles, proclama un manifiesto en el que declara la guerra al mismo Dios y exige la democracia en el Cielo. El Cielo es una monarquía imperialista, queremos los mismos derechos para todos, nada de jerarquías celestiales. Satán, derrotado y arrojado al infierno, ahora hace la guerra no al Creador sino a sus criaturas, los hombres. ¿Es Satán la fuente del mal y de todos los males? Satán, cuento maravilloso con el hemos sido asustados desde nuestra más tierna infancia. Las Calderas de Pedro Botero eran el destino de los niños malos. Hay que ser muy viejo para recordar semejantes historias. La posmodernidad ha eliminado los cuentos de ayer. Aunque quieran levantar una estatua a Satán en el corazón de Oklahoma, resucitar el Satán del Paraíso Perdido, desempolvar el ritual del exorcismo y multiplicar los exorcistas, hoy, nadie lo echa en falta, a pesar de las múltiples menciones del Francisco. Los hombres libres han creado un Paraíso mejor a las puertas del Edén. Satán como la personificación del mal es una redundancia, “no es más que la ausencia de bien”, San Agustín dixit. “Lo que hace el mensaje cristiano peligroso, según Celso, no es que crean en un Dios sino que se desvían del monoteísmo por su creencia blasfema en el demonio e inventan un ser que se opone a Dios”. La Iglesia Anglicana ha eliminado del ritual del bautismo el velado exorcismo como redundante y como esotérico e incomprensible para los hombres de hoy. Desgraciadamente es más fácil resucitar a el satán o a Satán que despertar las conciencias y asumir responsablemente las consecuencias de nuestras decisiones. En la vida es necesario estar enamorado de alguien o de algo. De lo contrario se pierde el sentido de la vida. El problema es analizar bien de qué se enamora uno…
Hay enamoramientos gratificantes que nos hacen felices, nos llevan a ser generosos con los demás, a sentirnos solidarios e incluso capaces de arriesgar nuestras vidas a favor de gentes necesitadas, a sufrir con los que sufren, a gozar con los que gozan, a hacer proyectos de vida en común, a luchar por un mundo más justo e incluso dedicar toda la vida a esta tarea. Por el contrario, hay otros enamoramientos que matan, hacen sufrir mucho, nos llevan por caminos equivocados. Incluso con ellos hacemos sufrir mucho a los demás hasta arruinar nuestra vida y la de ellos. Pero sin duda el enamoramiento peor de todos es enamorarse del dinero hasta el punto de convertirlo en el dios de nuestra vida al que sacrificamos la honradez, la justicia, el respeto a los demás, la fidelidad a las personas, las mayores desvergüenzas. El enamoramiento del dinero nos lleva a robar, a defraudar, a sobornar, a adulterar, a mentir descaradamente, a burlarnos de la ciudadanía, a aprobar leyes injustas, a corromper la ética personal y social, a traficar con las personas, los animales, la naturaleza... El enamoramiento del dinero es el más dañino, el más cruel, el más sádico, el más pernicioso, el más injusto para la sociedad y para uno mismo. Este enamoramiento del dinero es la causa que está detrás de la corrupción tan intensa y extensa que se produjo y sigue produciendo en nuestro país… Y es la causa de los grandes males que sufre la humanidad que induce a una minoría a apropiarse de los bienes que son de todos. Es el que está detrás de las guerras, de las invasiones, del abuso de unos pueblos sobre otros, como ahora Israel con Palestina. Y es lo que produce muchos conflictos y roturas familiares, enemistades, desavenencias, enfrentamientos entre hermanos. Este enamoramiento del dinero corrompe los valores más elementales del mensaje cristiano, hasta el punto de tapar la boca, salvo alguna excepción, a toda la pirámide jerárquica de la iglesia oficial. Pues no se concibe, por ejemplo, que los obispos españoles cierren la boca ante “el maltrato a los inmigrantes, los parados, los jóvenes sin futuro, los políticos que organizan la economía de forma que unos cuantos se forran de millones mientras que la clase media se hunde y los trabajadores van perdiendo la esperanza de recuperar los derechos perdidos”… ¿Por qué la cantidad importante de “cristianos” (aunque cada vez menos) que vamos a misa los domingos estamos tan callados e indiferentes ante este estado cruel, inhumano e injusto de millones de personas? La religiosidad que no está comprometida con los problemas, necesidades, sufrimientos y aspiraciones de los hombres más empobrecidos y necesitados no es cristiana por mucho que vaya a misa, comulgue, rece o haga señales de la cruz. Solo desde el enamoramiento con los oprimidos del mundo podemos estar enamorados de Dios. El martes 5 de agosto un avión de Air Europa partió supuestamente del aeropuerto de Barajas con destino a Nigeria y Senegal. No era un avión comercial: un tercio del pasaje debería estar compuesto por senegaleses y nigerianos sin papeles, el resto de los viajeros serían policías que custodiaran al primer grupo. Fue un vuelo ‘supuesto’ porque, a pesar de haber sido confirmado por varias organizaciones en defensa de los inmigrantes, no fue anunciado por los paneles informativos del aeropuerto ni será incluido en los balances oficiales que publica Interior.
El Ministerio adjudicó a Air Europa y Swiftair en 2012 el servicio “de transporte aéreo de pasajeros para el traslado de ciudadanos extranjeros y de los funcionarios policiales encargados de su custodia a otros países”. La entrada en vigor de este contrato supuso el inicio de los denominados vuelos macro de repatriación, también conocidos como “vuelos de la vergüenza”. El año pasado, según datos del Defensor del Pueblo –que los solicitó a la Comisaría General de Extranjería y Fronteras– se organizaron 148 vuelos especiales que llevaron de vuelta a su país de origen a 3.110 personas. No todos los que acabaron siendo expulsados viajaron en esos vuelos. De hecho, España puede repatriar por tierra (entrega a los gendarmes marroquíes en Ceuta y Melilla), mar (ferris al Magreb) y aire (vuelos comerciales y vuelosespeciales). Son numerosas las instituciones y organizaciones de la sociedad civil –Naciones Unidas, la Comisión Europea contra el Racismo y la Intolerancia, Pueblos Unidos, Amnistía Internacional y la Campaña contra el Cierre de los CIE, entre otras– que alertan de que en los días previos a la fecha prevista para un vuelo de estas características aumenta el número de controles de identidad en la calle con vistas a ‘llenar’ el avión de Madrid. (Efe) “Pongamos que hay previsto un vuelo especial a Ecuador. Como la fecha ya está fijada, si Interior quiere buscar a personas de esa nacionalidad solo tiene que consultar su base de datos y los detienen en los días previos para llenar los aviones. Son inmigrantes que no tienen ninguna causa pendiente”, explica Cristina Manzanedo, abogada de la organización jesuita ‘Pueblos Unidos’. Por su parte, Javier Estévez, portavoz del Sindicato Unificado de Policía (SUP), admite que “se puede dar algún caso de detención urgente por la premura” y que desde que se informa a una persona de la apertura de un expediente de expulsión hasta que se le expulsa “puede pasar mucho tiempo”. Sin embargo, aclara, “los policías no tenemos ningún interés en aumentar la lista de expulsados”. “Estamos expulsando a gente que no tendría por qué irse” Según el último Balance de Lucha contra la Inmigración Irregular, en 2013 fueron expulsadas de nuestro país 8.984 personas. A su vez, el Defensor del Pueblo, a través del informe sobre el Mecanismo Nacional de Prevención de la Tortura, reconoce que ese mismo año 4.726 extranjeros fueron repatriadosdesde un Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE). "¿Y el resto de los expulsados, de dónde salen?", se pregunta Manzanedo. El Confidencial se ha puesto en contacto con el Ministerio del Interior en busca de una explicación sobre el origen de las más de cuatro mil personas restantes que no aparecen en las estadísticas, pero Interior no ha querido dar información al respecto. La Campaña Estatal por el Cierre de los CIE publicó en mayo el libro ‘Paremos los vuelos’. Tras meses de seguimiento a casos particulares de inmigrantes, desde que les detienen hasta que aterrizan en su país, esta publicación ha conseguido arrojar un poco de luz sobre el operativo que se despliega a la hora de organizar un vuelo macro. “A las once de la noche del jueves 26 de septiembre [de 2013] un vuelo salió del aeropuerto de Barajas con destino Dakar […] Cuando llegaron a Barajas comprobaron la magnitud de la operación. Decenas de compatriotas esperaban allí, retenidos por la fuerza en una sala del aeropuerto. Una veintena aproximadamente procedía del CIE de Aluche; otros habían sido trasladados desde el CIE de Zona Franca (Barcelona) y de Zapadores (Valencia). Sin embargo, también había otros casos de inmigrantes detenidos en los últimos días, y que por tanto venían directamente de los calabozos.” Cristina Manzanedo señala que “España está expulsando a gente que no tendría por qué irse si sus expedientes fueran actualizados; se trata de personas con un fortísimo arraigo aquí” y considera que las expulsiones exprés están muy vinculadas a los vuelos colectivos de deportación. A este respecto el sindicato policial cree que las 'detenciones exprés' “quedan en un vacío legal” y su práctica no es “justificable desde el punto de vista ético”. No existen, sin embargo, datos oficiales que confirmen o desmientan la práctica de ejecutar expulsiones en menos de 72 horas. Como el domingo pasado se sitúa la escena fuera del territorio palestino. Otra vez Jesús se retira con sus discípulos; ahora a la región de Cesarea de Filipo. Se van a tratar temas que desbordan la problemática estrictamente judía, y por eso Mateo coloca la escena en territorio gentil, fuera de una concepción del Mesías demasiado nacionalista, para dar a entender que estamos en una apertura a los gentiles. Ni lo que dice sobre Jesús, ni lo que dice sobre la Iglesia podía ser aceptado por un judío normal.
Dos temas nos proponen hoy las lecturas: Quién es Jesús y el poder de las llaves. Lo primero que hay que tener en cuenta es que los evangelios están escritos mucho después de la muerte de Jesús, y por lo tanto reflejan, no lo que entendieron mientras vivieron con él sino lo que las primeras comunidades pensaban de él. También es lógico que se preocuparan por la estructura de la nueva comunidad: El texto expresa vivencias pascuales. Esto no le quita importancia sino que se la da, porque se trata de la experiencia de la primera comunidad que expresa así su fe en Jesús. Se quiere diferenciar la opinión de la gente de la de los discípulos. Mejor sería decir que la diferencia sería entre lo que la gente y los discípulos pensaron de Jesús mientras vivía y lo que pensaron de él después de la Pascua. Es verdad que, mientras vivieron con él le mostraron una gran estima, pero no se dieron cuenta de la novedad que la figura de Jesús aporta. A los discípulos les costó Dios y ayuda dar el paso de una interpretación nacionalista del Mesías, a la del verdadero mesianismo que encarnaba la figura de Jesús. Solo después de Pascua fueron capaces de dar el paso. Antes de esa experiencia, Pedro nunca pudo decir a Jesús que era el Hijo de Dios. (Marcos dice escuetamente: tú eres el Mesías y Lucas: el Mesías de Dios). Los judíos ni siquiera tenían un concepto de Hijo de Dios en sentido estricto. En el AT se llamaba hijo de Dios al rey, a los ángeles, al pueblo judío, pero en sentido simbólico. Para un judío lo más que se podía decir de un ser humano es que era el Ungido, es decir, Mesías. Los griegos (y también otras culturas) sí tenían un concepto de Hijo de Dios. Ellos sí podían decir de una persona que era hijo de Dios. Gracias al contacto con la cultura griega, los cristianos pudieron llegar a decir, después de la experiencia pascual, que Jesús era Hijo de Dios. Jesús no pudo decir a Pedro, “sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”; porque a Jesús nunca le pasó por la cabeza el fundar una Iglesia. Él era judío por los cuatro costados y no podía pensar en una religión distinta. Lo que quiso hacer con su predicación, fue purificar la religión judía de todas las adherencias que la hacían incompatible con el verdadero Dios. Tampoco los primeros seguidores de Jesús pensaron en apartarse del judaísmo. Fue el rechazo frontal de las autoridades judías, sobre todo de los fariseos después de la destrucción del templo, lo que les obligó a emprender su propio camino. ¿Quién es Jesús? La respuesta teórica es imposible. Desde nuestra visión, la pregunta está mal formulada. Que Jesús fue un ser humano concreto, es el punto de partida para su comprensión. Si partimos de la alternativa de que pudo ser hombre o pudo ser Dios, imposibilitamos una respuesta coherente. Es los que hicieron los primeros concilios cristológicos. Si Jesús fue Dios es porque es hombre, y si es hombre cabal es porque es Dios. No hay incompatibilidad entre ambas realidades. Todo lo contrario, Dios está en lo humano y el hombre solo puede llegar a su plenitud a través de lo divino, que ya es. La respuesta que pone Mateo en boca de Pedro parece, a primera vista, certera, aunque no supone ninguna novedad, porque todos los evangelistas lo dan por supuesto desde las primeras líneas. Está claro que el objetivo del relato es afianzar una profesión de fe pascual. Si Pedro hubiera pronunciado esa frase antes de la experiencia pascual, lo hubiera hecho pensando en un “hijo de Dios” en el sentido en que lo entendían los judíos; como persona muy cercana a Dios o que tiene un encargo especial de su parte. No se podría definir con dogmas, quién es Jesús. No debemos dejar de hacernos la pregunta. Lo que es Jesús para nosotros, nunca lo descubriremos del todo. También hoy la pregunta fundamental que debe hacerse todo cristiano, tiene que ser: ¿quién es este hombre? Lo malo es que todo intento de responder con fórmulas cerradas no solucionará el problema. La respuesta tiene que ser práctica, no teórica. Mi vida es la que tiene que decir quién es Cristo para mí. Del esfuerzo de los primeros siglos por comprender a Jesús, debemos hacer nuestras, no las respuestas que dieron sino las preguntas que se hicieron. Dar por definitivas las respuestas de los primeros concilios nos ha sumido en la rutina. Lo que nos debe importar es descubrir la calidad human de Jesús y descubrir la manera de llegar nosotros a esa misma plenitud. Se trata de responder con la propia vida a la pregunta de quién es Jesús. Y tú, ¿quién dices que soy yo? ¿Qué dice tu vida de mí? Hubo un tiempo en que hemos creído que lo importante era la respuesta. Como la respuesta ya estaba dada, hemos dejado de hacernos la pregunta, y eso es lo grave. Hoy sabemos que lo importante es que sigamos haciéndonos la pregunta. Desde el punto de vista doctrinal la historia se encarga de demostrarnos que nunca nos aclararemos del todo. O exageramos su divinidad convirtiéndole en un extraterrestre o afianzamos su humanidad y entonces se nos hace muy difícil el compaginar que sea plenamente hombre y a la vez divino. Una vez más tenemos que decir que la solución nunca la encontraremos a nivel teórico. Solo desde la vivencia interior podremos descubrir lo que significa Jesús como manifestación de Dios. Solo si nos identificamos con Jesús, haciendo nuestra su vivencia de Dios comprenderemos lo que fue Jesús. Respecto a la segunda cuestión, tenemos que aclarar algunos puntos. En primer lugar, los textos paralelos de Marcos y de Lucas no dicen nada de la promesa de Jesús a Pedro. Es éste un dato muy interesante, que tiene que hacernos pensar. Marcos es anterior a Mateo. Lucas es posterior. Tanto la confesión de Hijo de Dios como la promesa de Jesús a Pedro, es un texto exclusivo de Mateo. Si tenemos en cuenta que Mateo y Lucas copian de Marcos, descubriremos el verdadero alcance del relato de Mateo. Lo añadido está colocado ahí con una intención determinada: revestir a Pedro de una autoridad especial frente a los demás apóstoles. Es la primera vez que encontramos el término “Iglesia” para determinar la nueva comunidad cristiana. Utiliza la palabra que en la ‘traducción de los setenta’ del AT se emplea para designar la asamblea (ekklesian). El texto intenta afianzar a Pedro en la presidencia de esa organización, pero es exagerado deducir de él lo que después significó el papado. Hay que tener en cuenta que existe otro texto paralelo, también de Mateo, que leeremos dentro de dos domingos, que va dirigido a la comunidad: “Porque lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo; y lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo”. No se entiende que en dos lugares tan próximos del mismo evangelio dé el poder de atar y desatar a Pedro y a la comunidad. Si ponemos atención, veremos que los dos textos no se contradicen, sino que se complementan. La última palabra la tiene siempre la comunidad, pero esta tiene que tener una persona que la represente. Pedro o su sucesor, cuando hablan en nombre de la comunidad y expresando el común sentir de la comunidad, tienen la garantía de acertar en los asuntos importantes para la comunidad. No es la comunidad la que tiene que doblegarse ante lo que diga una persona, sino que es el representante de la comunidad el que tiene que saber expresar el común sentir de ésta. Meditación-contemplación Y tú, ¿quién dices que soy yo? Ser cristiano significa responder a esta interpelación de Jesús. No de manera teórica y aprendida, sino con las actitudes vitales que él me exige hoy. …………… En el momento que deje de hacerme la pregunta, he dejado de ser cristiano. Si tengo ya la respuesta definitiva, me he colocado fuera del camino. …………… “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios Vivo”, es la profesión de fe de los primeros cristianos. Es el fruto de toda la experiencia pascual. Yo también puedo ser lo que fue Jesús. En los evangelios sinópticos, esta pregunta acerca de la identidad de Jesús ocupa un lugar destacado. Nos ofrecen las respuestas de la gente –que consideran a Jesús un maestro, en la línea de los grandes profetas de su pueblo- y de la comunidad de discípulos, personalizados en Pedro, para quienes Jesús es el “Mesías” (Cristo) esperado del judaísmo y el “Hijo de Dios”.
En realidad, la pregunta por la identidad es la más importante de todas las que podemos hacernos: ¿Quién soy yo? Hasta el punto de que, de la respuesta adecuada, depende que vivamos en la luz y libres de sufrimiento. Por el contrario, siempre que permanecemos en cualquier tipo de sufrimiento es señal de que estamos respondiendo de un modo equivocado –aunque sea inconsciente- a aquella cuestión. La pregunta “¿quién soy yo?” puede ser respondida desde un doble plano: en el plano relativo, la respuesta es reductora, porque parte del supuesto erróneo de que somos individuos separados; en el plano absoluto, por el contrario, solo existe una respuesta idéntica para todos los seres, ya que –no puede ser de otro modo- todos compartimos el mismo y único Fondo o núcleo que constituye todo lo que es. Si lo aplicamos a Jesús, las dos respuestas que aparecen en el texto se mantienen en el nivel relativo: para su pueblo, es un profeta; para Pedro, el Mesías e Hijo de Dios. Parece claro que la respuesta de Pedro refleja la fe de la primera comunidad de Mateo. Y, en cualquier caso, para un judío, la expresión “Hijo de Dios” no tenía el significado que habría de adquirir posteriormente, a partir del Concilio de Nicea, en el siglo IV. Con esa expresión, los judíos se referían a alguien que, según ellos, gozaba de una particular intimidad con Dios. Decía que ambas respuestas, por más que parezcan acertadas, se mueven en el plano relativo, en el que impera la mente y, en consecuencia, el modelo mental. Sabemos que la mente es esencial e inevitablemente separadora; tiende a creer que las cosas son tal como ella las percibe, sin advertir que su misma percepción constituye ya una interpretación. Por lo que bien puede decirse que –si nos situamos en el plano absoluto- la mente nos engaña. ¿Qué ocurre en este otro plano? Que la separación sobre la que se basa todo el discurso mental es solo aparente. Lo Real es una unidad sin costuras, en la que todo se halla inextricablemente interrelacionado. Y no podemos hablar de algo, sin que estemos hablando del “todo”. De la misma manera que, cuando fijas tu atención en el nudo de una red, estás viendo la red; y cuando observas una ola que sobresale del océano, estás viendo agua. Vengamos a la cuestión de la identidad de Jesús. ¿Quién soy yo? Más allá de la forma concreta, que se percibe en el plano relativo, la respuesta solo puede ser una: el mismo y único Ser que a todos nos constituye. En este plano profundo, únicamente opera el modelo no-dual de conocer, que requiere silenciar la mente para percibir, más allá de las formas que no se niegan, la Unidad mayor en la que todas son abrazadas. (A quien le interese profundizar en estos dos modos de conocer, que se corresponden con los dos planos de que hablaba, puedo sugerirle la lectura de “Otro modo de ver, otro modo de vivir. Invitación a la no-dualidad”, editado por Desclée De Brouwer). La mente ve a Jesús como alguien separado y, según la confesión cristiana, divinizado. Desde el modelo no-dual, lo descubrimos como una forma exquisita que toma el Misterio o Ser único, que se manifiesta en todos los seres. Los cristianos lo reconocemos como un “espejo” nítido que refleja la verdadera identidad humana. Pero en ningún caso es un ser separado, ya que la separación es solo una creencia de nuestra mente. Por eso, en una expresión breve, puede afirmarse con verdad que todos somos Jesús. Los precursores de Dan Brown
En El Código da Vinci, Dan Brown propone que Jesús se casó con la Magdalena, se marcharon a Francia y allí tuvieron un hijo, del que surgió la dinastía merovingia. Brown aplicó el criterio (conocido ya por Lope de Vega) que cuanto mayor es la estupidez que se escribe, más éxito tiene y más ganancias produce. Pero a la hora de proponer cosas absurdas sobre Jesús, no es el primero. Tuvo grandes precursores, aunque no conocemos sus nombres. Camino de Cesarea de Filipo, muy al norte de Israel, Jesús pregunta a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?» La expresión aramea bar enosh, podríamos traducirla con minúscula y con mayúscula. Con minúscula, «hijo del hombre», significa «este hombre», «yo», y es frecuente en boca de Jesús para referirse a sí mismo. Por ejemplo: «Las zorras tienen madrigueras, las aves del cielo nidos, pero el hijo del hombre [este hombre] no tiene dónde recostar la cabeza» (Mt 8,20); «El hijo del hombre [este hombre, yo] tiene autoridad en la tierra para perdonar los pecados» (Mt 9,6), etc. Con mayúscula, «Hijo del Hombre», hace pensar en un salvador futuro, extraordinario. «Os aseguro que no habréis recorrido todas las ciudades de Israel antes de que venga el Hijo del Hombre» (Mt 10,23); «El Hijo del Hombre enviará a sus ángeles para que recojan de su reino todos los escándalos y los malhechores» (Mt 13,41); «El Hijo del Hombre ha de venir con la gloria de su Padre y acompañado de sus ángeles» (Mt 16,27). La gente que escuchaba a Jesús, como en La vida de Brian, podía sentirse desconcertada. Cuando usaba la expresión «el Hijo del Hombre», ¿hablaba de sí mismo, de un salvador futuro o de un gran personaje religioso? Por eso no extrañan las respuestas que recogen los discípulos. Para unos, el Hijo del Hombre es Juan Bautista; para otros, de mayor formación teológica, Elías, porque está profetizado que volverá al final de los tiempos; para otros, no sabemos por qué motivo, Jeremías o alguno de los grandes profetas. Lo común a todas las respuestas es que ninguna identifica al Hijo del Hombre con Jesús, y todas lo identifican con un profeta, pero un profeta muerto, bien hace nueve siglos (Elías) o recientemente (Juan Bautista). Es obvio que Jesús no se explicaba en este caso con suficiente claridad o era intencionadamente ambiguo. La pregunta del millón Entonces, sin rodeos, pregunta a los discípulos: «¿Quién decís vosotros que soy yo?». La respuesta de Pedro («Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo») y la promesa posterior de Jesús («Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia…»), las comenté hace poco, en la fiesta de san Pedro y san Pablo. Me limito a recordar las ideas principales, presentándolas de forma algo distinta. Para recordar el comentario en la fiesta indicada 1. Los grupos que esperaban al Mesías lo concebían como un personaje extraordinario, que traería una situación maravillosa desde el punto de vista político (liberación de los romanos), económico (prosperidad), social (justicia) y religioso (plena entrega del pueblo a Dios). Jesús es un galileo mal vestido, sin residencia fija, que vive de limosna, acompañado de un grupo de pescadores, campesinos, un recaudador de impuestos y diversas mujeres. Para confesarlo como Mesías hace falta estar loco o tener una inspiración divina. ¿Habrá acertado Pedro con su respuesta? 2. Sí. Pero no porque sea muy listo, sino porque se lo han soplado desde el cielo. Basándose en este revelación, no en los méritos de Pedro, Jesús le hace tres promesas: 1) sobre ti edificaré mi Iglesia; 2) te daré las llaves del Reino de Dios; 3) lo que decidas en la tierra será refrendado por Dios. El papel de Pedro en la iglesia primitiva Un detalle común a las más diversas tradiciones del Nuevo Testamento es la importancia que se concede a Pedro. El dato más antiguo y valioso, desde el punto de vista histórico, lo ofrece Pablo en su carta a los Gálatas, donde escribe que tres años después de su conversión subió a Jerusalén «a conocer a Cefas [Pedro] y me quedé quince días con él» (Gálatas 1,18). Este simple detalle demuestra la importancia excepcional de Pedro. Y catorce años más tarde, cuando se plantea el problema de la predicación del evangelio a los paganos, escribe Pablo: «reconocieron que me habían confiado anunciar la buena noticia a los paganos, igual que Pedro a los judíos; pues el que asistía a Pedro en su apostolado con los judíos, me asistía a mí en el mío con los paganos» (Gálatas 2,7). Esta primacía de Pedro queda reflejada en diversos episodios de los distintos evangelios. Por no alargarme, basta recordar el triple encargo («apacienta mis corderos», «apacientas mis ovejas», «apacientas mis ovejas») en el evangelio de Juan (21,15-17), equivalente a lo que acabamos de leer en Mateo. Lo mismo ocurre en los Hechos de los Apóstoles. Después de la ascensión, es Pedro quien toma la palabra y propone elegir un sustituto de Judas. El día de Pentecostés, es Pedro quien se dirige a todos los presentes. Su autoridad será decisiva para la aceptación de los paganos en la iglesia (Hechos 10-11). Este episodio capital es el mejor ejemplo práctico de la promesa: «lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo». Mateo: ¿falsario o teólogo? Lo anterior ayuda a responder una pregunta elemental desde el punto de vista histórico: si las promesas de Jesús a Pedro sólo se encuentran en el evangelio de Mateo, ¿no serán un invento del evangelista? Así piensan muchos autores. Pero el término «invento» se presta a confusión, como si todo lo que se cuenta fuera mentira. Los escritores antiguos tenían un concepto de verdad histórica muy distinto del nuestro. Para nosotros, la verdad debe ir envuelta en la verdad. Todo, lo que se cuenta y la forma de contarlo, debe ser cierto (esto en teoría, porque infinitos libros de historia se presentan como verdaderos aunque mienten en lo que cuentan y en la forma de contarlo). Para los antiguos, la verdad se podía envolver en un ropaje de ficción. La verdad, testimoniada por autores tan distintos como Pablo, Juan, Lucas, Marcos, es que Pedro ocupaba un puesto de especial responsabilidad en la iglesia primitiva, y que ese encargo se lo había hecho el mismo Dios, como reconocen Pablo y Juan. Lo único que hace Mateo es envolver esa verdad en unas palabras distintas, quizá inventadas por él, para dejar claro que la primacía de Pedro no es cuestión de inteligencia, ni de osadía, se debe a una decisión de Jesús. Y para corroborar que no son los méritos de Pedro, añade el episodio que leeremos el próximo domingo. Primera lectura y evangelio: las llaves La segunda promesa de Jesús a Pedro («te daré las llaves del Reino de Dios») se entiende recordando la promesa hecha por Dios al mayordomo de palacio Eliaquín: «Colgaré de su hombro la llave del palacio de David: lo que él abra nadie lo cerrará, lo que él cierre nadie lo abrirá». Se concede al personaje una autoridad absoluta en su campo de actividad. Curiosamente, el texto de Mateo cambia de imagen, y no habla luego de abrir y cerrar sino de atar y desatar. Pero la idea de fondo es la misma. |
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