Debe cambiar radicalmente nuestra manera de afrontar el tiempo de cuaresma. Se nos ha insistido hasta la saciedad que la cuaresma era un tiempo de examen de conciencia para descubrir nuestros fallos, para concienciarnos de que habíamos ofendido a Dios, para sentirnos pecadores. Una vez que descubrimos que estábamos enfangados en la mierda, pedir a Dios que nos sacara de ella y si Dios era reacio a perdonarnos, ahí estaba la muerte de Jesús que nos daba derecho a ese perdón. Pasada la alegría de sentirnos perdonados, llegaba la angustia de volver a fallar.
La cuaresma es un tiempo privilegiado para analizar la trayectoria de nuestra vida y descubrir que, con demasiada frecuencia, nos equivocamos, dando pasos que nos alejan de la plenitud de humanidad que es nuestra meta. No tiene mucho sentido que nos paremos a analizar la piedra en la que hemos tropezado. Tampoco tiene sentido hacer penitencia pensando que es el requisito indispensable para que Dios nos perdone. Se trata de tomar conciencia de que alcanzar la meta supone esfuerzo y decisión para no caer en la trampa del hedonismo. De lo dicho se desprende, que más importante que mirar hacia atrás mortificándonos por los pasos mal dados, es descubrir donde está la meta y comenzar a andar en esa dirección. Lo importante es tomar conciencia clara de donde está la meta. Pero resulta que no puedo saber donde está porque nunca estuve allí. Aquí puede venir en nuestro auxilio la experiencia de otros seres humanos que sí se aproximaron a ella. Para nosotros los cristianos, el hombre que más cerca estuvo de ella es Jesús, por eso debemos fijarnos en él y tomarlo como guía en nuestra vida. Las tentaciones de Jesús, y las nuestras, nos advierten de la necesidad de esfuerzo para no ser engañados por el placer inmediato que puede proporcionarnos poner nuestra mente al servicio de los sentidos, las pasiones y los apetitos. Los animales disponen de un piloto automático que les conduce en todo momento a su propia meta. Al ser humano se le han entregado los mandos de la nave y no tiene más remedio que dirigirla él. No podemos conducir un vehículo manteniendo fijo el volante. Tampoco nadie puede conducirlo por nosotros, ni siquiera Dios. La primera tentación pretende convertir a Jesús en oprimido y le ofrece liberarse a cambio de pan. La segunda le ofrece honor y gloria a cambio de servidumbre. Tanto oprimir a otro como dejarse oprimir son ofertas satánicas. La tercera es una oferta de poder desmedido sobre todo y sobre todos los hombres. La opresión es el único pecado, porque es lo único que nos impide ser humanos. Vamos a analizar las tentaciones de Jesús en lo que tienen de común con las trampas que el placer, con apariencia de bien, tiende a todos los hombres. A nadie se le ocurrirá hoy tomar el relato del Génesis como un hecho histórico. El pecado de Adán es un mito ancestral que encontramos en muchas culturas. Esto no quiere decir que sea simplemente mentira. El mito, en sentido estricto, es un intento de explicar conflictos vitales del ser humano que no se puede entender de una manera racional. El relato de Adán y Eva intenta explicar el problema del mal, y lo hace partiendo de las categorías de aquel tiempo. Tampoco el relato de las tentaciones es una crónica de sucesos. Jesús se retiró muchísimas veces al “desierto”. Se trata de resumir todas las pruebas que tuvo que superar a lo largo de su vida. En Jesús la tentación tiene una connotación especial, porque se plantea conforme a su situación personal. La talla de su humanidad tiene que darla en relación con la tarea que se le ha encomendado: cómo desarrollar su auténtico mesianismo. Los posibles tropiezos, al recorrer su camino mesiánico, se relatan condensados en un episodio al comienzo de su vida pública, pero resumen la lucha que tuvo que mantener durante toda su vida. A Jesús no le tentó ningún demonio. La tentación es algo inherente a todo ser humano. Por eso es el mejor argumento a favor de su humanidad. Quien no se haya enterado de que la vida es lucha, tiene asegurado el más estrepitoso fracaso. A todos se nos dan unas posibilidades infinitas de plenitud, pero alcanzarlas supone poner toda la carne en el asador para conseguirlas. A ver si soy capaz de haceros ver que no se trata de una elección entre el bien y el mal. El ser humano no es el lugar de lucha de dos fuerzas contrarias: el Espíritu y el diablo, el Bien y el Mal. Esa alternativa no es real porque el mal no puede mover la voluntad. Se trata de discernir lo bueno y lo malo, siendo capaces de ir más allá de las apariencias. La lucha se plantea entre el bien auténtico y el aparente. El plantear una lucha contra el mal no tiene ni pies ni cabeza. Una vez que descubro que algo es malo para mí, no tengo que hacer ningún esfuerzo para vencerlo. Las tres tentaciones de Jesús no son zancadillas puntuales que el diablo le pone. Se trata de contrarrestar una inercia que, como todo ser humano, tiene que superar. Ni el placer sensible, ni la vanagloria, ni el poder, pueden ser el objetivo último de un ser humano. El poder y las seguridades, como fundamento de una relación con Dios, quedan excluidos. El poder podía haber dado eficacia a su mesianismo, pero no llevaría la libertad al hombre. La salvación tiene que llegar al hombre desde dentro de sí mismo, por lo que tiene de específicamente humano. No necesitamos ningún enemigo que nos tiente. Somos lo bastante complicados para meternos solitos en esos berenjenales. La tentación es inherente al ser humano, porque en cuanto surge la inteligencia y tiene capacidad de conocer dos metas a la vez, no tiene más remedio que elegir. Como el conocimiento es limitado, la posibilidad de equivocarse está siempre ahí. Y suele suceder que adhiriéndose a lo que creía bueno, se encuentra con lo que es malo para él. Si esto no lo tenemos claro, pondremos el fallo en la voluntad que elige el mal, lo cual es imposible. Si el problema no está en la voluntad, no se podrá resolver con voluntarismo. Aquí está una de las causas de nuestro fracaso en la lucha contra el pecado. Nos han insistido en la fuerza de voluntad para superar la tentación pero todos sabemos que esa estrategia es ineficaz. Si el problema es de entendimiento, solo se podrá resolver por el conocimiento. Mi tarea será descubrir lo que es auténticamente bueno o malo para mí. Ese “para mí”, se refiere a mi verdadero ser, no al yo egoísta e individualista. Ni siquiera podemos esperar de Dios que me saque del dilema. Un peligro añadido es que en nuestra sociedad tendemos a considerar como bueno lo que la mayoría acepta como tal. El esfuerzo por alcanzar una verdadera humanidad es todavía una actitud de minorías. A través de la historia humana, han sido muy pocos los que han manifestado con su vida una plenitud humana. La mejor prueba es que los consideramos seres extraordinarios. La mayoría de los mortales nos contentamos con vivir cómodamente sin valorar el esfuerzo por llegar a ser algo más. Aquí el valor de la democracia queda muy relativizado. El “está escrito”, repetido por tres veces, tiene un profundo significado. Adán y Eva pretendieron ser ellos los dueños del bien y del mal, es decir, que sea bueno lo que yo determine como tal y que sea malo lo que yo quiero que lo sea. Es la constante tentación de todo ser humano. Cuando Jesús repite por tres veces: “está escrito”, reconoce que no depende de él lo que está bien o lo que está mal, está determinado, no por una voluntad externa de Dios, sino por la misma naturaleza del ser. Sin descubrir esa naturaleza nunca podremos acertar. Meditación La verdadera conquista de lo humano se consigue en el interior. Solo lejos del bullicio, del ruido y de la vorágine de los sentidos te puedes encontrar contigo mismo y dilucidar tu futuro. No te dejes engañar por los cantos de sirena. Son cada vez más y con más poder de seducción. Pero la fuerza del Espíritu, siempre será mayor.
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Al comenzar la Cuaresma, tiempo de conversión y preparación para celebrar la Pascua, la Iglesia nos recuerda dos actitudes muy distintas frente a la tentación: la de Adán y Eva, en la que podemos vernos reflejados todos nosotros, y la de Jesús. En el primer caso triunfa la debilidad, la caída inmediata; en el segundo, la fuerza, la capacidad de resistir en la prueba. Pero esta contraposición no pretende desanimarnos ni denunciar lo débiles y malos que somos. Al contrario, como afirma Pablo en la segunda lectura, «si por la culpa de uno murieron todos, mucho más, gracias a un solo hombre, Jesucristo, la benevolencia y el don de Dios desbordaron sobre todos».
La debilidad de Eva y Adán (1ª lectura: Génesis 2,7-9; 3,1-7) El relato describe el proceso que lleva al pecado. No lo hace con un lenguaje intelectual, sino mediante un dialogo vivo. Para ello introduce a la serpiente, que ya en el poema mesopotámico de Gilgamesh, desempeñaba un papel capital como enemiga del hombre, al que roba la planta de la vida y la inmortalidad. Pero el autor de nuestro relato enfoque el tema de manera distinta, más profunda. La serpiente no roba la planta de la vida, sino que destruye al ser humano por dentro. La tentación comienza con una mentira, exagerando y falseando la prohibición de Dios (comparar sus palabras con 2,16‑17). Presenta al Señor como alguien inhumano y cruel, que impone al hombre algo terrible. Sus palabras son tan burdas que al principio es fácil rechazarlas. Pero la tentación insiste. Niega la existencia de peligro. Y entonces surge la atracción por lo prohibido y la apetencia. Hasta entonces, parece como si Eva y Adán no se hubiesen fijado en el árbol. El simple miedo a morir los retrae de su contemplación. Ahora, «la mujer vio que el árbol tentaba el apetito, era una delicia para los ojos y apetecible para adquirir conocimiento» (3,6). A partir de ese momento, está perdida, y también su marido. Al punto, el pecado produce sus frutos. La serpiente había prometido que se les abrirían los ojos (3,5). Efectivamente, se les abren y adquieren un conocimiento nuevo (3,7). Pero lo que aprenden es que están desnudos, y esto provoca vergüenza mutua y vergüenza y miedo ante Dios. También surge el sentimiento de culpa, y el ansia de descargar en otro la propia responsabilidad. En su deseo de justificarse, el hombre culpa a la mujer, rompiendo con ello la solidaridad entre la pareja. La mujer, sin otra alternativa, culpa a la serpiente. [Esta última parte no se lee en la liturgia.] La serpiente ha sido identificada: 1) con Satanás; 2) con una figura simbólica: el apetito humano, la curiosidad intelectual; 3) con una figura mitológica. Es fundamental la idea de que ha sido creada por Yahvé. Sugiere el carácter misterioso del mal.
Primera tentación: solucionar las necesidades primarias Partiendo del hecho normal del hambre después de cuarenta días de ayuno, la primera tentación es la de utilizar el poder en beneficio propio. Es la tentación de las necesidades imperiosas, la que sufrió el pueblo de Israel repetidas veces durante los cuarenta años por el desierto. Al final, cuando Moisés recuerda al pueblo todas las penalidades sufridas, le explica por qué tomó el Señor esa actitud: «(Dios) te afligió, haciéndote pasar hambre, y después te alimentó con el maná, para enseñarte que no sólo de pan vive el hombre, sino de todo lo que sale de la boca de Dios» (Dt 8,3). En la experiencia del pueblo se han dado situaciones contrarias de necesidad (hambre) y superación de la necesidad (maná). De ello debería haber aprendido dos cosas. La primera, a confiar en la providencia. La segunda, que vivir es algo mucho más amplio y profundo que el simple hecho de satisfacer las necesidades primarias. En este concepto más rico de la vida es donde cumple un papel la palabra de Dios como alimento vivificador. En realidad, el pueblo no aprendió la lección. Su concepto de la vida siguió siendo estrecho y limitado. Mientras no estuviesen satisfechas las necesidades primarias, carecía de sentido la palabra de Dios. En el caso de Jesús, el tentador se deja de sutilezas y va a lo concreto: «Si eres Hijo de Dios, di que las piedras éstas se conviertan en panes». Jesús no necesita quejarse de pasar hambre, ni murmurar como el pueblo, ni acudir a Moisés. Es el Hijo de Dios. Puede resolver el problema fácilmente, por sí mismo. Pero Jesús tiene aprendida desde el comienzo esa lección que el pueblo no asimiló durante años: «Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino también de todo lo que diga Dios por su boca». La enseñanza de Jesús en esta primera tentación es tan rica que resulta imposible reducirla a una sola idea. Está el aspecto evidente de no utilizar su poder en beneficio propio. Está la idea de la confianza en Dios. Pero quizá la idea más importante, expresada de forma casi subliminar, es la visión amplia y profunda de la vida como algo que va mucho más allá de la necesidad primaria y se alimenta de la palabra de Dios. Segunda tentación: pedir pruebas a Dios La segunda tentación (tirarse desde el alero del templo) también se presta a interpretaciones muy distintas. Podríamos considerarla la tentación del sensacionalismo, de recurrir a procedimientos extravagantes para tener éxito en la actividad apostólica. La multitud congregada en el templo contempla el milagro y acepta a Jesús como Hijo de Dios. Pero esta interpretación olvida un detalle importante. El tentador nunca hace referencia a esa hipotética muchedumbre. Lo que propone ocurre a solas entre Jesús y los ángeles de Dios. Por eso parece más exacto decir que la tentación consiste en pedir a Dios pruebas que corroboren la misión encomendada. Nosotros no estamos acostumbrados a esto, pero es algo típico del Antiguo Testamento, como recuerdan los ejemplos de Moisés (Ex 4,1-7), Gedeón (Jue 6,36-40), Saúl (1 Sam 10,2-5) y Acaz (Is 7,10-14). Como respuesta al miedo y a la incertidumbre espontáneos ante una tarea difícil, Dios concede al elegido un signo milagroso que corrobore su misión. Da lo mismo que se trate de un bastón mágico (Moisés), de dos portentos con el rocío nocturno (Gedeón), de una serie de señales diversas (Saúl), o de un gran milagro en lo alto del cielo o en lo profundo de la tierra (Acaz). Lo importante es el derecho a pedir una señal que tranquilice y anime a cumplir la tarea. Jesús, a punto de comenzar su misión, tiene derecho a un signo parecido. Basándose en la promesa del Salmo 91,11-12 («a sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos; te llevarán en volandas para que tu pie no tropiece en la piedra»), el tentador le propone una prueba espectacular y concreta: tirarse del alero del templo. Así quedará claro si es o no el Hijo de Dios. Sin embargo, Jesús no acepta esta postura, y la rechaza citando de nuevo un texto del Deuteronomio: «No tentarás al Señor tu Dios» (Dt 6,16). La frase del Dt es más explícita: «No tentaréis al Señor, vuestro Dios, poniéndolo a prueba, como lo tentasteis en Masá (Tentación)». Contiene una referencia al episodio de Números 17,1-7. Aparentemente, el problema que allí se debate es el de la sed; pero al final queda claro que la auténtica tentación consiste en dudar de la presencia y la protección de Dios: «¿Está o no está con nosotros el Señor?» (v.7). En el fondo, cualquier petición de signos y prodigios encubre una duda en la protección divina. Jesús no es así. Su postura supera con mucho incluso a la de Moisés. Tercera tentación: el deseo de triunfar La tercera tentación, a tumba abierta por parte del tentador, consiste en la búsqueda del poder y la gloria, aunque suponga un acto de idolatría. No es la tentación provocada por la necesidad urgente o el miedo, sino por el deseo de triunfar. Jesús rechaza la condición que le impone Satanás citando Dt 6,13. * * * Para Mt, Jesús en el desierto es lo contrario de Israel en el desierto. En aquella época, el pueblo sucumbió fácilmente a las pruebas inevitables de la marcha: hambre, sed, ataques enemigos. Dudaba de la ayuda de Dios, se quejaba de las dificultades. Jesús, nuevo Israel, sometido a tentaciones más fuertes, las supera. Y las supera, no remontándose a teorías nuevas ni experiencias personales, sino a las afirmaciones básica de la fe de Israel, tal como fueron propuestas por Moisés en el Deuteronomio. Los judíos contemporáneos de Mateo y de su comunidad no tienen derecho a acusar a su fundador de no atenerse al espíritu más auténtico. Jesús es el verdadero hijo de Dios, el único que se mantiene fiel a Él en todo momento. El problema de la historicidad El relato de Mt nos obliga a preguntarnos si se trata de hechos históricos o ficticios. Porque el diálogo con el tentador, el viaje a la ciudad santa y el otro a una montaña altísima no parecen tener nada de histórico. Es interesante recordar que el cuarto evangelio no contiene un episodio de las tentaciones, pero habla de ellas a lo largo de la vida de Jesús. La más fuerte es la del poder, en el momento en que los galileos quieren nombrar a Jesús rey. Y tentaciones muy parecidas en su contenido, no en la forma, se repiten al final de la vida de Jesús, en la cruz: «Si eres Hijo de Dios, sálvate y baja de la cruz» (Mt 27,40). Estas tentaciones reflejan otro dato de gran interés: los tentadores son los hombres, no Satanás. Reflexión final La tentación es un hecho real en la vida de Jesús, a la que se vio sometida por ser verdadero hombre. Mt ha recogido este tema para dejarnos claro desde el principio cómo entiende Jesús su filiación divina: no como un privilegio, sino como un servicio. En el fondo, las tres tentaciones se reducen a una sola: colocarse por delante de Dios, poner las propias necesidades, temores y gustos por encima del servicio incondicional al Señor, desconfiando de su ayuda o queriendo suplantarlo. Las tentaciones tienen también un valor para cada uno de nosotros y para toda la comunidad cristiana. Sirven para analizar nuestra actitud ante las necesidades, miedos y apetencias, y nuestro grado de interés por Dios. El evangelio de Mateo después de informar sobre el bautismo de Jesús en el Jordán introduce el relato de las tentaciones. Un relato que no busca recordar una experiencia ocurrida en un momento y lugar determinado de la vida del Maestro, sino que quiere ofrecer respuestas a algunas preguntas clave que tiene la comunidad receptora del evangelio.
Mateo pertenece a una comunidad cristiana procedente del judaísmo (judeocristianos), pero que han sido expulsados de la sinagoga por defender, ante sus hermanos judíos, que en Jesús se habían cumplido las promesas que Dios había dado a Israel y era el Mesías. Esta situación les produce dolor y desarraigo y necesitan ahondar y afianzar su fe, por eso para Mateo es tan importante recordarles con frecuencia que Jesús desde su nacimiento está cumpliendo las Escrituras y que en su vida las cosas no ocurren por casualidad, sino que en todo está guiado por el Espíritu de Dios. Mateo señala con fuerza que Jesús es el hijo de Dios, el mesías y, a pesar de la cruz, el Dios de Israel lo resucitó y confirmó toda su vida, sus palabras y sus obras. La comunidad ha de construir su nueva identidad en Cristo fuera de la sinagoga, pero sabe que el Dios que acompañó a Israel por el desierto hacia la tierra prometida os acompaña ahora también a ellos en su camino de seguimiento de Jesús el Cristo. El relato de las tentaciones pone de manifiesto de qué manera Jesús es Mesías e Hijo de Dios. Este episodio presenta a Jesús afrontando la experiencia de ser tentado pero la intención primera de la narración no es exhortar a la excelencia moral, ni alertar sobre el carácter engañoso de muchos reclamos sociales que enfrentan y empequeñecen a las personas porque las hacen egoístas soberbias e incluso tiranas. El relato muestra que Jesús es digno de confianza como lo había afirmado Dios, su padre/madre, en el bautismo. Jesús, al afrontar la misión recibida de proclamar que el Reino de Dios está llegando, no va a utilizar a Dios en su propio beneficio (4,3-4), ni va a vincular su mensaje a la espectacularidad o el éxito (4,5-7), ni va a reunir adeptos por su poder (4,8-10). La escena se centra en Jesús afrontando el espejismo de las seguridades religiosas. Las tentaciones lo llevan desde el desierto al Templo. Dos espacios que, en la fe de Israel, evocan encuentros significativos con Dios. El desierto es memoria del Dios liberador que acompaña y alimenta a su pueblo, pero también lugar de tentación, de cansancio y búsqueda de seguridades. El templo, lugar sagrado por excelencia para Israel se convirtió muchas veces en terreno donde crecía el orgullo y se levantaban muros de desigualdad y elitismo. Jesús citando la Escritura rechaza entrar en ellos asumiendo sus tentaciones y los resignifica para convertirlos en espacios de la acción salvífica de Dios. Jesús afrontando la tentación deja fuera de su camino la manipulación de lo sagrado, la tranquilidad de las seguridades, el miedo a perder. Afrontando la tentación se hace digno de confianza, inaugurando un modo nuevo de escuchar a Dios, de creer en él. Afrontando la tentación se hace palabra encarnada del Dios del Reino, hogar de quienes tienen hambre y sed, de quienes no tienen poder ni político ni religioso. Para Mateo y su comunidad contemplar a Jesús en este relato fortalece su fe en él, sostiene su esperanza, los invita a transitar una nueva sacralidad fuera ya de la sinagoga. Las palabras del Deuteronomio pronunciadas por Jesús suenan ahora de forma nueva: No son los milagros los que hacen mesías a Jesús sino la liberación y sanación que sus signos ofrecen en nombre de Dios (Mt 4,4; Dt 8,3) No es la construcción de un Reino poderoso lo que orienta la vida de Jesús, sino el hacer visible el amor gratuito de Dios que reconstruye lo que estaba perdido (Mt 4, 7; Dt 6,16) No todo vale cuando se habla de Dios, no toda forma de creer es digna de Dios, solo la Palabra de la cruz (1 Cor 1, 17-31) balbucea la fe en el Abba de Jesús, locura y necedad para quienes esperan milagros o sabiduría donde solo puede haber amor y perdón (Mt 4,10; Dt 6, 13). El tema de las mujeres y su papel en la nueva evangelización que promulga la Iglesia católica desde el pontificado de san Juan Pablo II merece toda nuestra atención. Somos las mujeres quienes hacemos la mayor presencia pastoral en las parroquias, llevando a cabo proyectos evangelizadores y dando testimonio de una fe y una creencia cada vez más fundamentadas.
Según el estudio realizado en 2015, por el Observatorio Arquidiocesano de Evangelización de la Arquidiócesis de Bogotá, que caracteriza a los animadores de evangelización (personas que prestan algún servicio pastoral en las parroquias), el 72% de los animadores son mujeres, frente al 28% de hombres. Es decir que hay un hombre por cada tres mujeres sirviendo en las parroquias de Bogotá. Son las mujeres quienes estamos sosteniendo esta Iglesia particular, posibilitando no sólo actividades pastorales, sino recursos económicos que contribuyen al sostenimiento de las parroquias. Este desempeño no es extraño si se revisa en la historia el papel tan importante que desempeñaron las mujeres en la expansión del cristianismo en las primeras comunidades y el reto que desde entonces ha significado la minimización de este protagonismo en los laberintos de la sociedad patriarcal durante los siglos siguientes. Pero es precisamente este protagonismo callado, anónimo, difuminado a través del tiempo, el que debe sostener hoy el reto de ser mayoría en la nueva evangelización. La expresión “nueva evangelización” fue introducida por el papa san Juan Pablo II en 1979 en Polonia en el santuario de la Santa Cruz, de Mogila, en las celebraciones del milenario de la evangelización en esa zona. Con la nueva cruz de madera levantada no lejos de allí, señaló: “hemos recibido una señal: que en el umbral del nuevo milenio –en esta nueva época, en las nuevas condiciones de vida–, vuelve a ser anunciado el Evangelio. Se ha dado comienzo a una nueva evangelización, como si se tratara de un segundo anuncio, aunque en realidad es siempre el mismo”. Años después, al dirigirse a los obispos del CELAM el 9 de marzo de 1983, pidió el compromiso de obispos, sacerdotes y fieles: “no de re-evangelizar, pero sí de una evangelización nueva. Nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión”. Y es esta novedad de métodos y de expresiones para evangelizar la que supone el reto actual del papel de las mujeres en la Iglesia y en la nueva evangelización. Es preciso que todas seamos conscientes de la responsabilidad que tenemos como mayoría en la Iglesia; que demos los diálogos necesarios para valorar lo que hacemos y cómo debemos desempeñar ahora un papel más acorde con las necesidades y búsquedas espirituales de las personas de este siglo, pensando en que la evangelización de hoy en día necesita novedades en métodos y expresiones, como bien lo pidió el papa san Juan Pablo II hace más de 30 años. Responder a los desafíos La respuesta a estos retos pasa por los siguientes aspectos a tener en cuenta: Es imperativo reconocer que el testimonio es la mejor expresión de vivencia cristiana y que sólo se puede ser testigo y dar testimonio si se experimenta un encuentro personal con el Maestro; o varios, si son necesarios. El cristianismo es un estilo de vida que se aprende conociendo al Maestro, viviendo con Él y configurando la propia vida con la de Él. La mejor herramienta para abordar una evangelización nueva en métodos y expresiones es la educación. Es importante que todas podamos dar razón de nuestra fe, asumiendo con responsabilidad nuestra condición de laicas o religiosas que deben formarse, aprender, estudiar lo que significa haber sido bautizadas en la Iglesia católica y qué significa ser discípulas del Señor Jesucristo. Considerar que el papel de la mujer nunca puede alinearse con los esquemas de poder que se evidencian en la Iglesia de hoy. Siempre ha de estar por encima de cualquier interés particular de protagonismo y figuración. La nueva evangelización empieza por identificar y caracterizar a las personas a quienes debemos llegar con el mensaje, los escenarios donde debemos ser misioneras, los recursos con que ahora podemos contar para evangelizar. La nueva evangelización supone reconocer que el cristianismo ya no es la única opción de creencia o de vida de fe en la sociedad del siglo XXI. Por lo tanto, es preciso valorar las diferencias, aceptar otras formas de pensar, de creer, de sentir, de ser en la pluriculturalidad y la globalización. En la aceptación de las diferencias es preciso también reconocerlas en las mismas animadoras o discípulas del Señor. Es decir, la Iglesia es solo cuerpo con muchos miembros, donde cada uno desempeña un papel importante según sus capacidades, sus dones, sus carismas y todos han de ser valorados. Por lo tanto, los retos de la mujer en la Iglesia de hoy son: Procurarse espacios de encuentro con el Señor, retiros, talleres de oración, entre otros, que le permitan mantener viva su respuesta de oración, de disponibilidad, de crecimiento en la fe, de discipulado y de misión. Procurarse espacios de formación cualificada que le permitan construir argumentos sólidos de doctrina, de magisterio, de historia de la Iglesia, de teología, entre otros, como respuesta a la necesidad de presentarse como mujeres adultas en la fe, capaces de interactuar con cualquier persona en estos temas. Fomentar la concordia, la armonía, la cercanía y la fraternidad cristianas entre todos los miembros de las comunidades parroquiales usando las habilidades comunicativas, de relación y de sensibilidad que nos caracterizan de manera natural, como mujeres. Contribuir a construir verdaderas comunidades cristianas donde los demás puedan ver: “cómo se aman”. Comunidades donde se valore a cada una por su condición de mujer, con la misma dignidad de hija y coheredera del Reino, con sus habilidades, capacidades, saberes, experiencias, dones, carismas y diferencias. Presentar a los párrocos alternativas de proyectos de pastoral y acciones evangelizadoras sustentadas en análisis juiciosos de las realidades particulares de cada territorio, que le ofrezcan posibilidades de llegar a muchas personas y de presentar el mensaje de la Buena Nueva con mayor propiedad y eficacia. Ejercer liderazgo fraterno en la construcción de comunidad. Ayudar a identificar los dones, habilidades y carismas de cada una de las personas para ayudar al párroco a ubicar a cada quien donde mejor se potencie su servicio. Promocionarse y sentirse colaboradoras del párroco con tranquilidad, buenas maneras, caridad cristiana, argumentos sólidos, soluciones posibles, reales y pertinentes, sin afanes de protagonismo, sino con un claro sentido del valor del servicio y con autoridad de discípula del Señor. Puede que no sean los únicos retos de las mujeres hoy en la vida de la Iglesia, pero un acercamiento a estos y una clara conciencia de su importancia pueden ayudar a clarificar el camino futuro de la Iglesia y de la nueva evangelización de la mano del protagonismo natural de las mujeres, su creciente influencia en la sociedad y su intuición para detectar situaciones donde la caridad, el amor y la fraternidad pueden ser las herramientas de solución. La religión cristiana es una religión pública
Los que se profesan cristianos, tiene razones para afirmar que la religión cristiana es una religión pública y que, por lo mismo, y sin pretender monopolizar ni imponer nada, obrando de acuerdo con los principios y valores de esa religión, su conducta reflejará la marca, inspiración y medida de esos valores. Sencillamente porque la persona es unidad y unitariedad, y si la religión la inspira e impregna en su totalidad, debe impregnarla en lo que es la amalgama de esa totalidad: convicciones, actitudes, sentimientos y opciones. Cada persona elige un estilo de vivir. Y, para los creyentes, la religión es parte importante y hasta esencial de ese estilo. Un estilo que no hay que presuponerlo extraño o peligroso, pues la fe, al menos la cristiana, comienza por ser fe humana, es decir, fe en el hombre, en su dignidad y derechos. Ese es el primer artículo de la fe cristiana y sin él la fe se toma sospechosa, vacía o falsa. Y, desde esa fe en lo humano, el cristiano expresa su identidad y comunión con todos aquellos que -ateos o no- viven con el sueño de hacer una ciudad humana universal: fraterna, igualitaria, libre. Hay, pues, un caminar común, porque hay un terreno y fe común. El estilo de vida del cristiano Pero, ¿cuál es el estilo, si lo hay que, junto a esos elementos comunes, debe configurar al cristiano? El estilo es el de Jesús de Nazaret.Cualquier otra coartada, que aspire a definir el cristianismo sin pasar por ahí, es cuestionable. Se es cristiano porque se elige con libertad personal vivir la vida como Jesús de Nazaret. Y Jesús de Nazaret es todo un estilo: en el pensar, en el sentir y en el obrar; en relación con Dios, con uno mismo y con los hombres; en relación con la justicia y con el culto; en relación con los ricos y con los pobres; en relación con el poder religioso y con el poder político; en relación con la interioridad y la exterioridad; en relación con lo que es vicio y lo que es virtud; en relación con la vida material y espiritual, personal e institucional, histórica y escatológica. Puesto a describir el estilo de Jesús, me gustaría destacar algunos de los trazos más salientes: 1. El mesianismo teocrático Inmerso en su pueblo, participa de todo lo que constituye su historia. Sabe que la expectación sobre el Mesías es grande y varias las maneras de interpretarlo y acogerlo. Resulta predominante la de un mesianismo teocrático, nacionalista, excluyente que restaurará la gloria de Israel con fuerza y esplendor. No se concibe un Mesías que no vaya asociado al poder, al éxito, la gloria. El mesianismo de Jesús es de muy distinta naturaleza: “Sin hacer alarde de ser igual a Dios, se vacía de sí mismo y toma la condición de esclavo haciéndose uno de tantos” (Fp 2,6-8). Escribe Rafael Díaz Salazar:“La forma de Dios como esclavo entregándose a la liberación de los esclavizados con una radicalización que le lleva a la muerte con la doble acusación de subversivo y blasfemo es única en la historia de las religiones.” (1) Tan única que este mesianismo cambia de raíz las relaciones de Dios con la política en el sentido de que no habrá otra forma de hacer política divina sino aquellas que, de verdad, sirvan al servicio y liberación de los empobrecidos desde los valores propios del Evangelio. 2. El mesianismo jesuánico se centra en el anuncio y realización del Reino de Dios. Este Reino es la utopía del Nazareno, a la que consagra por entero su vida: Él, como profeta, se enfrenta a las autoridades religiosas y política -Jesús, como profeta, se enfrenta con las autoridades de su pueblo para desenmascarar sus errores y contradicciones. Ningún sistema político puede instrumentalizar la divinidad para el encubramiento de unos y la dominación de otros, y ningún sistema religioso puede erigirse como dueño de Dios y utilizarlo con alienación y detrimento de las personas: “Es muy significativo que la persona que se presenta como el enviado de Dios sea condenada por subversivo y blasfemo. La revelación jesuánica de Dios es captada como suprema negación de la divinidad tal como ésta era concebida por la mayoría de los judíos y romanos. Desde ésta óptica no hemos de extrañamos que los primeros cristianos fueran considerados ateos” (ídem, p. 338). – Dios es Padre de todos, sin exclusión de nadie, en una patria y familia universal, sin fronteras ni discriminaciones, en la que la todos son hermanos. Aquí, el parentesco es de otro rango y sobrepasa el simple de la sangre y de la raza, y se incrusta en la ley primigenia del amor, única que libera, que enlaza culto y justicia y que hace presente a Dios mismo en la liberación de los empobrecidos (Cfr. Mt 25, 31-46). – Para hacer efectiva esta patria. Dios no va a suplir a nadie. Él cuenta con la responsabilidad humana y, sobre todo, con las disposiciones y actitudes de cada uno, alejadas del orgullo, de la avaricia y del egoísmo. Se trata de echar abajo una serie de ídolos (el dinero, el poder, el dominio) que alimentan la deshumanización e impiden que la convivencia y las relaciones entre los humanos sean justas y fraternales. – El mensaje de Jesús no se centra en el diseño de una política específica. Las políticas son necesarias y ellas deben ocupar la entrega y compromiso de los hombres pero, en tanto que políticas, son coyunturales y evolutivas, mientras los valores del Evangelio son esenciales, suprapolíticos, válidos para guiar la política y reconducirla cuando haga falta. ¿Qué aporta el cristianismo a la solución de nuestros problemas de hoy? Si tenemos claro cuáles son los problemas que mayormente afectan a la sociedad, claro que la izquierda pretende ofrecer las mejores propuestas para la solución de esos problemas, claro que no hay un sistema económico-sociopolítico que pueda sobrevivir sin ideología , pues todo proceso económico-político resulta indisociable de un determinado tipo de filosofía y ética. ¿La izquierda de hoy adolece de un vacío de espiritualidad y de valores que la propulsen? Está claro que el neoliberalismo constituye un determinado sistema dominante desde el que organizar la economía y también las conciencias, entonces, la pregunta clave es ésta: en la marcha de este proceso, ¿con qué energías y valores morales contamos? ¿podemos seguir abrigando la duda o el escepticismo de la validez del cristianismo para acometer con garantía la solución de esos problemas? En todo caso, y de ser afirmativo, ¿qué tareas o contribuciones puede aportar el cristianismo a la solución de tan ingentes problemas? Aportaciones del cristianismo para una política de igualdad, justicia. fraternidad y paz 1. Organizar la sociedad desde los últimos Tener como criterio de organización sociopolítica y de educación el criterio de que todos los hombres son hermanos y, si hermanos, hay que luchar para que las relaciones sean de igualdad y desaparezcan los obstáculos que más la imposibilitan: el dinero y el poder. Hay que establecer como prioridad que tantos y tantos como se encuentran en la miseria y exclusión (los últimos) sean los primeros, de modo que sea desde las carencias de sus derechos y necesidades como comience a organizarse la sociedad. Si Jesús llama a los pobres bienaventurados es porque les asegura que su situación va a cambiar y para ello es preciso crear un movimiento que sea capaz de lograrlo, devolviéndoles la dignidad y la esperanza. Hay que dar la primacía a los últimos: “El cristianismo originario se enfrenta al reinado del dinero y del poder como mecanismo de dominación e introduce una pasión en la historia: que los últimos dejen de serlo, que se adopten comportamientos y se organicen políticas y economías que les den la primacía para construir una sociedad sin últimos ni primeros o, al menos, con la menor desigualdad entre los seres humanos convocados a ser hermanos.” (2) 2. Combatir las causas de la desigualdad De acuerdo con esta pasión por los últimos, tener sensibilidad y criterio para saber detectar dónde se encuentran en nuestro mundo las causas y mecanismos que producen los primeros y mayores problemas de desigualdad e injusticia. 3. Convertir la pasión por los últimos en fuerza moral y voluntad coleciva movilizadoras Crear una voluntad colectiva que sea capaz de anteponer las necesidades de los últimos y que articule políticas y comportamientos sociales solidarios, con la consiguiente adopción de esfuerzos y renuncias comunes. Si la pasión por los últimos se convierte en idea y fuerza moral movilizadora, tendremos entonces la posibilidad de políticas internacionales de solidaridad, de democracia económica, de asunción de la pobreza evangélica, llegando a crear nuevos sujetos sociales, con una nueva escala de valores antropológicos y una nueva finalidad para la vida personal y colectiva. 4. Sentir como propio el dolor de los oprimidos Hacer propia la cultura del samaritano ante el prójimo necesitado: sentir como propio el dolor de los oprimidos, aproximarse a ellos y liberarlos. Sin este compromiso, toda la religiosidad es falsa: “El cristianismo originario presenta unos valores de fondo que vistos en su conjunto configuran un determinado espíritu o fuerza socio-vital muy importante para la izquierda. La primacía de los últimos, la pasión por su liberación, la crítica de las riquezas, la cercanía a las víctimas de la explotación, el anhelo por construir la fraternidad desde la justicia y más allá de éste, la apuesta por un estilo de vida centrado en la desposesión y comunión de bienes, la unión entre el cambio de la interioridad del hombre y la transformación de la historia, etc. son propuestas vitales muy valiosas para la cultura socialista.” (3) NOTAS (1) R.DIAZ SALAZAR, La izquierda y el cristianismo, Taurus, 1998, p. 342. (2) Idem, p. 354. (3) Idem, p. 399 UNA SEMILLA CON TU NOBRE Tú eres, Jesús, la primera semilla del Reino de Dios. Tú eres el primer árbol, la primera levadura. El Reino de Dios viene contigo. Si te doy fe, yo también seré Reino deDios. Y creceré. Y tendré sitio para todos los que vengan . Y fermrntaré. Y haré fermentar a todos los que encuentre. Crecerá en la oscuridad ru semilla dentro de mí, ¡con toda seguridad! Y crecerá en mis compañeros. Y sembraremos todos juntos, contigo, una semilla. Una semilla con tu nombre, en el campo del mundo. Y será la tierra, por nosotros., un poco más que antes el Reino de Dios. (Loidi Patxi) Erich Fromm, psicoanalista alemán, decía: «Si percibo en una persona solo lo superficial, percibo fundamentalmente las diferencias; percibo lo que nos separa. Si penetro hacia el núcleo, percibo nuestra identidad, nuestra hermandad». A los seres humanos nos separa solo lo superficial; la raza, la cultura, la lengua, las costumbres... pero si penetramos hacia el núcleo, descubrimos que nos une lo esencial, es decir, que nos une la “humanidad”; ese sentimiento impreso en nuestra condición humana que nos impide permanecer indiferentes ante la desgracia ajena. Y aquí encontramos la forma más genuina de ecumenismo; sentirnos unidos a todos los seres humanos en humanidad; solidarizarnos con ellos hasta el punto de percibir esa hermandad de la que nos habla Fromm.
Una parte de ese género humano busca el sentido de la vida en Dios, y las religiones pueden considerarse como los cauces para encontrarlo. Todas las religiones son fruto de la evolución cultural de cada pueblo, y por eso son distintas y proponen distintas formas de buscar a Dios. Estas diferencias nos pueden separar hasta el extremo de provocar guerras, pero son siempre diferencias superficiales que afectan a la cultura, y no al núcleo. En el núcleo está Dios como fundamento de todo cuanto existe o acontece; aunque unas le otorguen una naturaleza personal, independiente del mundo, y otras lo identifiquen con toda la realidad existente en el mundo. Y aquí encontramos la segunda forma de ecumenismo, la identificación con todos los seres humanos que ansían a Dios y esperan llegar a Él, o fundirse con Él, tras la muerte. Dentro del cristianismo encontramos no pocas Iglesias que históricamente se han considerado antagonistas. En este contexto, puede haber dos formas de entender el ecumenismo: como un proceso de negociación entre ellas para el logro de una misma jerarquía, un mismo contenido dogmático, unos mismos sacramentos y unos mismos ritos y ceremonias… o como una actitud de humildad y tolerancia, que reconozca a las otras como cauce válido para llegar a Dios. Esta actitud nace de la convicción de que lo importante, lo nuclear, es aquello que nos une, Jesús, y que todo cuanto nos separa es secundario, banal; simples notas a pie de página que solo añaden criterios que no por respetables son menos opinables. Que nadie está en posesión de la verdad, y que el respeto a la diversidad es un valor de primer orden. ¿Pero cuál es ese núcleo del cristianismo capaz de concitar la adhesión de todos los cristianos y poner de manifiesto su identidad y su hermandad?... No lo sabemos, pero limpiando el mensaje evangélico de todas las adherencias que lo enmascaran, quizás llegásemos a una formulación más o menos así: “Creo en Jesús visibilidad de Dios. Creo en el Dios de Jesús; en Abbá. Creo que Abbá me quiere con locura, y respondo a su amor amando a sus Hijos más necesitados”. Y si éste es el núcleo, no debemos perder nuestra hermandad, cegados por lo secundario. Y lo secundario es que unos reconozcan siete sacramentos y otros solo dos; que unos admitan al Papa como vicario de Cristo y otros no… Incluso, que unos consideren al pecador como un ser necesitado, y otros piensen que merece castigo por sus culpas; que unos tengan la esperanza de que a Abbá no se le pierda ningún hijo, y que otros afirmen que habrá Hijos perdidos castigados por sus culpas… En cualquier caso, si verdaderamente existe una sincera vocación de ecumenismo, habría que empezar por calificarnos con aquello que nos une: como cristianos seguidores de Jesús, y desterrar otras calificaciones —como protestantes, católicos, ortodoxos, anglicanos o evangélicos— que nos separan. Decálogo de eu-thanasia justa, humana y espiritualmente:
1.- La persona paciente tiene derecho a que se respete su dignidad cuando pide que le ayuden a vivir dignamente mientras se muere. 2.- Hay que reconocer el derecho a vivir dignamente durante el proceso de morir y mientras se muere. 3.- Hay que acompañar a la persona doliente moribunda, apoyando razonable y responsablemente sus demandas de ayuda humana y espiritual para vivir dignamente el proceso de morir. 4.- Hay que acompañar la decisión autónoma de la persona doliente que elige el cuidado paliativo justo, incluida la sedación terminal, debidamente protocolizada y consentida. 5.- Hay que acompañar la decisión autónoma de la persona doliente que elige el rechazo de recursos sanitarios fútiles, desproporcionados u onerosos, sobre todo cuando solo sirvan para alargar el proceso de morir; (opción por limitarse al uso proporcionado de los medios de prolongación de la vida incluida la renuncia a la alimentación e hidratación artificiales). 6.- Hay que acompañar la decisión autónoma de la persona doliente que solicita la ayuda personal y social (sanitaria, legal y psicológica o de acompañamiento espiritual), para llevar a cabo responsable y justamente la aceleración directa e intencionada del proceso de morir. Hay que proteger los derechos, autonomía y dignidad de la persona paciente en los casos de opción justificada por una aceleración del proceso de morir que, al menos, convendría despenalizar. 7.- Las opciones arriba mencionadas pueden calificarse como eu-thanasia justa o ayuda a vivir dignamente el proceso de morir. Etimológicamente, eu-thanasia es buen morir, vivir dignamente el proceso de morir. Eu-thanasia valdría para designar la eutanasia justa. La eutanasia injusta sería simplemente “mala muerte”. 8.- Ética cívica y legislación democrática han de garantizar la seguridad jurídica para la protección del vivir durante el proceso de morir:
Dejar morir dignamente no es matar, sino ayudar a vivir dignamente al morir y en el morir. La persona tiene derecho a vivir dignamente hasta el momento de morir. Es un extremismo identificar el respeto a la dignidad con la prolongación a toda costa de la vida biológica. Es un extremismo suspender los soportes vitales por motivos meramente económicos u otros intereses no confesados, o por no reconocer la dignidad de la persona en esa situación. El buen morir respetando la dignidad de la persona (que puede conllevar a veces una solicitud de eutanasia justa) no se debería confundir con una eutanasia irresponsable. Una eutanasia justa (cumplidas las condiciones de respeto a la dignidad y libertad de la persona) no se puede equiparar con el homicidio, como tampoco puede ni debe llamarse suicidio al asumir responsable y libremente la propia muerte. 10.- Tomar decisiones creativas acerca del fin de la vida no tiene necesariamente que estar en contra de una fe religiosa, si se entiende que el Creador ha creado criaturas creadoras encargándoles que co-creen, es decir, que cooperen a la creación y cuidado continuo de la vida. Lo cual no significa absolutizar el mantenimiento a ultranza de la vida biológica, sin tener en cuenta las exigencias de la vida personal y espiritual destinada a transformarse en vida eterna, en el seno de la Vida de la vida. Sigue Mt en el sermón del monte con la intención de armonizar el AT con la predicación de Jesús. Ante la lectura de este evangelio, uno se queda sin aliento. “No hagáis frente al que os agravia”. “Ama a tu enemigo y reza por él”. “Sed perfectos como vuestro padre celestial es perfecto”. Si repaso detenidamente estas exigencias, descubriré lo que me falta por andar. Tal vez Nietzsche tenía razón cuando decía: "Solo hubo un cristiano y ese murió en la cruz."
Sinceramente creo que la verdadera dimensión cristiana está aún por inaugurar. Hemos construido miles de templos; hemos llevado la cruz a todos los rincones del orbe; hemos elaborado sumas teológicas como para parar un tren; hemos creado leyes que regulan todos los ámbitos de nuestra existencia; pero el único principio esencialmente cristiano, el amor al enemigo, está olvidado y sin repercusión alguna en nuestra vida. Somos muy cristianos pero no seguidores de Jesús. En los evangelios se percibe la lucha por asumir el mensaje de Jesús. Cuando Pedro pregunta a Jesús: ¿cuántas veces tengo que perdonar, hasta siete veces? Jesús le responde: setenta veces siete. Es decir siempre. Pero aún se acepta que hay algo que perdonar. Lo que está insinuando Jesús es que no tienes nada que perdonar. Nadie tiene capacidad de ofenderte si tú no recibes voluntariamente el regalo envenenado que alguien te ofrece. Está mandado: “ojo por ojo y diente por diente" Pero yo os digo: no hagáis frente al que os agravia. El ‘ojo por ojo’, fue un intento de superar el instinto de venganza que nos lleva a hacer el máximo daño posible al que me ha hecho algún daño. Tenemos asumido que la meta es la justicia, identificada con el ojo por ojo. Creo que la racionalidad al servicio del ego y el juridicismo occidental, que nos envuelve, nos impiden la comprensión del mensaje cristiano. Creemos estar muy identificados con la justicia, pero si examinamos esa justicia que exigimos, descubriremos con horror que lo que intentamos todos es hacer de la justicia un instrumento de venganza. Se utilizan las leyes para hacer todo el daño que se pueda al enemigo; eso sí, dentro de la legalidad y amparados por el beneplácito de la sociedad. Considera que los buenos abogados son aquellos que son capaces de ganar los pleitos cuando la razón está de parte del contrario. Las frases tan concisas y profundas pueden entenderse mal. No nos dice Jesús que no debamos hacer frente a la injusticia. Contra la injusticia hay que luchar con todas la fuerzas. Tenemos obligación de defendernos cuando nos afecta personalmente, pero sobre todo, tenemos la obligación de defender a los demás de toda clase de injusticia. Lo que nos pide el evangelio es que nunca debemos eliminar la injusticia con violencia. Si utilizamos la violencia para eliminar una injusticia, estamos manifestando nuestra incapacidad de eliminarla humanamente. No convenceré al injusto si me empeño en demostrarle que me hace daño a mí o a otro. Pero si fuera capaz de demostrarle que con su actitud se esta haciendo un daño irreparable a sí mismo, sin duda cambiaría de actitud. Habéis oído que se dijo: “amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo" Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos. La dificultad mayor para comprender este amor está en que confundimos amor con sentimiento. El amor evangélico no es instinto ni sentimiento. Por lo tanto no podemos esperar que sea algo espontáneo. El verdadero amor, sea al enemigo o a un hijo, no es el instinto que nace de mi ser biológico. El amor de que estamos hablando es algo mucho más profundo y humano. Ni siquiera nuestra razón nos puede llevar a ese nivel. Hay que aclarar que para ellos el prójimo era el que pertenecía a su pueblo, a su raza, a su familia. El “enemigo” era siempre el extranjero, que atentaba real o potencialmente contra la seguridad el pueblo. Para poder subsistir, no tenían más remedio que defenderse de las agresiones. Jesús da un salto de gigante y podemos apreciar que la diferencia entre ambas propuestas es abismal. ¿Por qué tengo que amar al que me está haciendo la puñeta? El camino para la comprensión de esta norma es largo y muy penoso. Tenemos que llegar a él a través de un proceso de maduración, en el que debemos tomar conciencia de que todos somos una sola cosa, y que en realidad, no hay enemigo. No debo hacerlo por hacer al otro un favor sino por alcanzar yo mi plenitud. El amor al enemigo no es más que una manifestación del verdadero Ser, que por ir en contra del instinto de conservación, se ha convertido en la verdadera prueba de fuego del AMOR. Enemigo es el que tiene una actitud de animadversión, no el que la sufre. El enemigo no tiene por qué obtener una respuesta de la misma categoría que su acción. Alguien puede considerarse enemigo mío, pero yo puedo mantenerme sin ninguna agresividad hacia él. En ese caso, yo no convierto en enemigo al que me ataca. Si le constituyo en enemigo, he destrozado toda posibilidad de poder amarle. Esa armonía con todos es lo que daba tanta paz y felicidad a los místicos. Un ejemplo puede aclarar lo que quiero decir. En el mar siempre habrá olas, de mayor o menor tamaño. Al llegar al litoral, la misma ola puede encontrar la roca o puede encontrar arena. ¡Qué diferencia! Contra la roca estalla en mil pedazos. Con la arena se encuentra suavemente. Incluso si la ola es muy potente, en la arena rompe sobre sí misma y pierde su fiereza. ¿Necesitas explicación? Pues voy a dártela. Los que pretenden incordiarte y convertirte en enemigo van a estar siempre ahí. Pero la manera de encontrarte con ellos dependerá siempre de ti. Si eres roca el encuentro se manifestará estruendosamente y ambos quedaréis dañados. Si eres playa toda agresividad quedará neutralizada y no percibirá la más mínima agresión. Un detalle, la roca y la arena, están hechas de la misma materia, solo cambia su aspecto exterior. Así seréis hijos de vuestro Padre… Aquí encontramos una de las mejores muestras de lo que se entendía por hijo en tiempo de Jesús. Hijo era el que salía al padre, el que era capaz de imitarle en todo. Viendo al hijo, uno podía adivinar quién era su padre. También podemos descubrir la idea de Dios que tenía Jesús. Un Dios que ama a todos por igual porque su amor no es la respuesta a unas actitudes o unas acciones sino anterior a toda acción humana. El AMOR que nos pide Jesús es el mismo amor que es Dios y está desplegándose en mí en todo instante. En contra de lo que se nos ha repetido hasta la saciedad, Dios no ama a los buenos, sino que Él es Ágape para todos y a todos nos unifica en Él. De la misma manera, el amor que yo tengo a los demás, no puede estar originado ni condicionado por lo que el otro es o tiene, sino por el amor de Dios que ya está en mí. El amor no es respuesta a las actuaciones o cualidades de un ser; su origen tiene que estar en mí, y solo afecta al otro como objetivo, como meta. Si somos incapaces de amar a otro porque le considero enemigo, podemos tener la certeza de que todo lo que hemos llamado amor, no tiene nada que ver con el evangelio, y por lo tanto con el amor que nos ha exigido Jesús. El evangelio no es ciencia ni filosofía ni moral ni teología ni religión. El evangelio es Vida. El evangelio no intenta enriquecer la inteligencia sino a todo el ser. Tu felicidad, tu plenitud de humanidad radica en ti y nadie te la puede arrebatar. Meditación No pretendas ir a nadie como ola agresiva. Pero al que venga hacia ti con violencia, acógele con suavidad y quedará frustrado en su actitud. No pretendas amar a otro mientras le veas enemigo. Descubre, más bien, que no tienes ningún enemigo, porque eso depende exclusivamente de ti. El domingo pasado vimos dos recursos de Jesús para combatir el legalismo de los escribas: llevar la ley a sus últimas consecuencias(asesinato, adulterio) y anular la ley en vigor (divorcio, juramento). El evangelio de este domingo termina de tratar el tema añadiendo un nuevo recurso: cambiar la norma por otra nueva. Lo hace hablando de la venganza y de la relación con el prójimo.
Generosidad frente a venganza El quinto caso toma como punto de partida la ley del talión («ojo por ojo, diente por diente»). Esta ley no es tan cruel como a veces se piensa. Intenta poner freno a la crueldad de Lamec, que anuncia: «Por un cardenal mataré a un hombre, a un joven por una cicatriz» (Génesis 4,23). Frente a la idea de la venganza incontrolada (muerte por cicatriz) la ley del talión pretende que la venganza no vaya más allá de la ofensa (ojo por ojo). De todos modos, sigue dominando la idea de que es lícito vengarse. En Las Coéforas de Esquilo se advierte el valor universal de esta idea. Después del asesinato de su padre, Electra pregunta al Coro qué debe pedir, y éste le responde: − Que un dios o un mortal venga sobre ellos... − ¿Cómo juez o como vengador? − Di simplemente, “alguien que devuelva muerte por muerte”. − Pero, ¿crees tú que los dioses encontrarán santo y justo mi ruego? − ¿Acaso no es santo y justo devolver a un enemigo mal por mal? Jesús no acepta esta actitud en sus discípulos. No sólo no deben enfrentarse al que lo ofende, sino que deben adoptar siempre una postura de entrega y generosidad. Para expresarlo, recurre a cinco casos concretos. ¿Cómo debes comportarte con quien te abofetea, te pone pleito para quitarte la túnica, te fuerza a caminar una milla (quizá se refiera a los soldados romanos, que podían obligar a los judíos a llevarles su impedimenta esa distancia), te pide, o te pide prestado? Basta hacerse cada una de estas preguntas, pensando cómo responderíamos nosotros, para advertir la enorme diferencia con las respuestas de Jesús. De todos modos, lo que dice no debemos interpretarlo al pie de letra, porque terminaría amargándonos la existencia. El mismo Jesús, cuando lo abofetearon, no puso la otra mejilla; preguntó por qué lo hacían. Lo importante es analizar nuestra actitud global ante el prójimo, si nos movemos en un espíritu de venganza, de rencor, de regatear al máximo nuestra ayuda, o si actuamos con generosidad y entrega. Amor al enemigo El último caso parte de una ley escrita («amarás a tu prójimo»: Levítico 19,18) y de una norma no escrita, pero muy practicada («odiarás a tu enemigo»). Es cierto que el libro del Éxodo contiene dos leyes que hablan de portarse bien con el enemigo: «Cuando encuentres extraviados el toro o el asno de tu enemigo, se los llevarás a su dueño. Cuando veas al asno de tu adversario caído bajo la carga, no pases de largo; préstale ayuda» (Ex 23,4-5). Pero es curioso cómo se cambia esta ley en una etapa posterior: «Si ves extraviados al buey o a la oveja de tu hermano, no te desentiendas: se los devolverás a tu hermano. Si ves el asno o el buey de tu hermano caídos en el camino, no te desentiendas, ayúdalos a levantarse» (Dt 22,1.4). La obligación no es ahora con el enemigo y el adversario, sino con el hermano (en sentido amplio). Alguno dirá que, para el Deuteronomio no hay enemigos, todos son hermanos. Pero es una interpretación demasiado benévola. El evangelio es muy realista: los seguidores de Jesús tienen enemigos. Sus palabras hacen pensar en las persecuciones que sufrían las primeras comunidades cristianas, odiadas y calumniadas por haberse separado del pueblo de Israel; y en la que sufren tantas comunidades actuales en África y Asia. Frente a la rabia y el odio que se puede experimentar en esas ocasiones, Jesús exhorta a no guardar rencor; más aún, a perdonar y rezar por los perseguidores. Lo que pide es tan duro que debe justificarlo. Lo hace contraponiendo dos ejemplos: el de Dios Padre, el ser más querido para un israelita, y el de los recaudadores de impuestos y paganos, dos de los grupos más odiados. ¿A quién de ellos deseamos parecernos? ¿Al Padre que concede sus bienes (el sol y la lluvia) a todos los seres humanos, prescindiendo de que sean buenos o malos, de que se porten bien o mal con él? ¿O preferimos parecernos a quienes sólo aman a los que los aman? No se trata de elegir lo que uno prefiera. El cristiano está obligado a «ser bueno del todo, como es bueno vuestro Padre del cielo». Primera lectura (Levítico 19, 1-2.17-18) La idea de imitar al Dios bueno y santo portándonos bien con el prójimo es el tema de la primera lectura. La formulación es muy interesante, alternando prohibiciones y mandatos. Prohíbe odiar, manda reprender, prohíbe vengarse, manda amar. De ese modo, prohibiciones y mandatos se complementan y comentan. No odiar de corazón significa, en la práctica, no vengarse ni guardar rencor. Reprender es una forma de amar; de hecho, lo más cómodo y fácil ante los fallos ajenos es callarse y criticarlos por la espalda; para reprender cristianamente hace falta mucho amor y mucha humildad. El Salmo 102 El tema de la bondad de Dios es fundamental en este Salmo, del que la liturgia recoge algunos versos. El Dios que nos perdona, compasivo y misericordioso, es el mejor ejemplo y estímulo para amar y perdonar al prójimo. Imagina que te has mudado de casa, es tu primer fin de semana en ella y el sábado, muy temprano, te despierta el jaleo de los vecinos de arriba. Te pones de mal humor, no consigues dormir, el ruido sigue y encima te asomas a la ventana y la ropa que han tendido está mojando la tuya. Subes a protestar indignada pero te abre una chica vestida de novia que te pide disculpas: se casa esa misma mañana, sus amigas le están ayudando a vestirse y hay agitación: sonríe y te asegura que te pagará con creces la tintorería. Al verla tan emocionada y radiante, se te derriten las quejas, se te contagia su alegría y termináis brindando juntas.
Este sería un contexto posible para entender algo de las imágenes del evangelio de hoy: intentan decir algo de la desmesura, la esplendidez y la ruptura de límites de quien se siente bajo el impacto de una novedad asombrosa y poseído por la exaltación y el júbilo. Y ese acontecimiento excesivo consigue que lo que antes parecía intolerable, ahora resulta insignificante y desaparece bajo esa alegría torrencial. En el fondo es la consecuencia de ese estado de éxtasis y arrebato que produce el enamoramiento: quien está viviendo esa experiencia de enajenamiento, se siente empujado más allá del umbral de la lógica y no se detiene ante lo que parece imposible: saltar tapias, andar sobre telas de araña, escuchar en plena noche el canto de los pájaros. Son imágenes que emplea el Romeo de Shakespeare para describir la exaltación de su amor y solo el Evangelio supera su audacia: sonreír después de recibir un bofetón, hacer un regalo al que acaba de despedirte, ofrecer también el reloj al que acaba de robarte la cartera. Encontrar el Reino, según Jesús, desencadena toda clase de locuras e incongruencias: perdedores que ganan, granitos de mostaza convertidos en árboles, céntimos entregados que valen una fortuna, últimos que resultan primeros, caminantes descalzos que pisan escorpiones. Esa desmesura parece corresponder a las costumbres de Dios según cuenta la Biblia: el éxodo no fue un vadear arremangados el Mar de los Juncos buscando la orillita, sino un paseo triunfal sobre lo seco entre murallas de agua; llovió tanto maná que, como dicen los gallegos, “no daban acabado”; las codornices cayeron en modo diluvio; las murallas de Jericó se vinieron abajo solo con tocar las trompetas; la abundancia de peces casi hundió la barca en el lago, no sabían qué hacer con las sobras del banquete en el desierto y la abundancia de vino en Caná hubiera bastado para emborrachar a los paisanos de media Galilea. Si en vez de en Israel Jesús hubiera nacido en Escandinavia o en Pomerania Occidental, su discurso hubiera sido probablemente más contenido y circunspecto y no hubiera usado imágenes tan disparatadas como las que de vez en cuando se le ocurrían. Pero era un judío de imaginación calenturienta y ahora nosotros pagamos las consecuencias. Pero muy contentos, la verdad. |
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